El reino llevaba doce años disfrutando de una paz provisional, desde la época en que la violencia y la sangre derramada salpicaban el umbral de todos los marvilianos. La guerra civil no había sido la más larga según las fuentes históricas, pero sí una de las más sangrientas. Quienes habían participado sin dudarlo demasiado en las matanzas y la destrucción tenían dificultades para adaptarse a la vida en tiempos de paz. Cuando cesaron las hostilidades, corrían por las calles de la capital de Marvilia, robando y saqueando la ciudad de Marvilópolis hasta que la reina Genevieve los capturó y los envió a las minas de Cristal, una telaraña de túneles excavados en una ladera lejana, donde aquellos que se negaban a obedecer las leyes de una sociedad decente vivían en dormitorios sin ventanas y bregaban en la extracción de cristal de la implacable montaña. Incluso después de que esta gente desapareciera de las calles, la paz que imperaba en Marvilia no era comparable con la que reinaba antes de la guerra. Una tercera parte de los edificios de Marvilópolis, que parecían de cuarzo, debían ser reconstruidos. El anfiteatro de lisa turquesa había sufrido daños en un ataque, al igual que incontables torres y chapiteles que lucían un exterior brillante y encendido de pirita. Pero las cicatrices de la guerra no siempre estaban a la vista. Aunque la reina Genevieve gobernaba su reino juiciosamente, velando por el bienestar de su pueblo, la monarquía había quedado debilitada para siempre. La coalición de las dinastías Diamantes, Tréboles y Picas, que integraban el Parlamento, empezaba a resquebrajarse. Las matriarcas de las familias envidiaban la autoridad de Genevieve. Cada una de ellas se creía más capacitada que la Reina para gobernar Marvilia. Todas permanecían atentas, esperando una oportunidad para arrebatarle el poder y con un ojo no demasiado amistoso puesto en las otras familias, por si se les ocurría adelantarse.
Al cabo de doce años, la vida cotidiana en Marvilia había recuperado lo que cabría llamar «normalidad». Si hubieras deambulado por las relucientes calles de Marvilópolis, contemplando las siluetas de sus edificios de cristal y las fachadas de las tiendas, si hubieses pasado por las estaciones a las que acudían los marvilianos que se dirigían a su trabajo, en tubos brillantes de vidrio que flotaban sobre colchones de aire, si te hubieras detenido a comprar una tartitarta a un vendedor ambulante y hubieses paladeado la explosión de sabor en la lengua, no habrías sospechado siquiera que en algunos callejones y en algunas explanadas se estaban tomando ciertas precauciones: regimientos de naipes soldado efectuaban maniobras militares, se fabricaban nuevos medios de transporte, se estaban diseñando y poniendo a prueba armas ofensivas y defensivas. Y no habrías sido el único.
Ajena a cualquier pensamiento sobre la guerra, la princesa Alyss de Corazones se encontraba en el balcón del palacio de Corazones con su madre, la reina Genevieve. La ciudad se hallaba en plenos festejos. Marvilianos procedentes de todos los rincones del reino, desde el bosque Eterno hasta el valle de las Setas, habían acudido a celebrar el séptimo cumpleaños de su futura Reina, quien en esos momentos se aburría como una ostra. Alyss sabía que había muchos destinos peores que ser Reina de Marvilia, pero incluso una futura soberana a veces no tiene ganas de hacer lo que se espera de ella, como por ejemplo soportar sentada varias horas de ceremonias. Habría preferido esconderse con su amigo Dodge en una de las torres de palacio, arrojando juergatinas desde una ventana abierta para verlas reventar en las cabezas de los guardias que estaban abajo. A Dodge no le habría gustado esto —habría opinado que los guardias merecían un trato más digno—, pero sus reproches habrían sido un motivo más de diversión.
Y ya que lo mencionaba, ¿por dónde andaba Dodge? Ella no lo había visto en toda la mañana, y no estaba bien eso de rehuir a la homenajeada el día de su cumpleaños. Lo buscó con la mirada entre la multitud de marvilianos que había acudido a ver el Desfile de Inventores, que discurría por la calle empedrada de abajo. Ni rastro de él. Probablemente estaba en otro sitio, haciendo algo divertido; cualquier cosa tenía que ser más divertida que permanecer allí, contemplando los ridículos artilugios que exhibían algunos marvilianos. Jacob Noncelo, el preceptor real, le había explicado que casi toda Marvilia se enorgullecía de su Desfile de Inventores, el único acontecimiento del año en que los ciudadanos desplegaban su habilidad y su ingenio ante la Reina. En el caso de que algo llamara especialmente la atención de Genevieve, lo enviaría al Corazón de Cristal, una roca transparente que medía diez metros de altura, dieciséis de ancho, se alzaba en terreno del palacio y constituía la fuente de toda creación. Los objetos que se introducían en el cristal se proyectaban al universo para estimular la imaginación de los habitantes de otros mundos. Si un marviliano se ponía a saltar sobre un palo accionado por un resorte con manillar y reposapiés, y ella mandaba tan curioso artilugio al cristal, en alguna civilización u otra se inventaba el potro saltarín al cabo de poco tiempo.
Aun así, Alyss se preguntaba a qué venía tanta ceremonia. La obligación de quedarse ahí de pie hasta que le doliesen los pies era una tortura.
—Ojalá padre estuviera aquí.
—Regresará de su viaje a Confinia de un momento a otro —le aseguró la reina Genevieve—, pero, ya que el resto de Marvilia está aquí, te aconsejo que intentes divertirte para no defraudarlos. Mira, qué interesante, ¿no te parece?
Observaron a un hombre que bajaba flotando del cielo con un artilugio semejante a una seta abombada sujeto a la espalda.
—No está mal, supongo —respondió Alyss—, pero estaría mejor si fuera peludo. En cuanto ella pronunció estas palabras, el artefacto que parecía una seta quedó recubierto de pelo, y su inventor cayó al suelo con un golpe sordo.
La reina Genevieve frunció el entrecejo.
—Llega tarde —protestó Alyss—. Me prometió que estaría aquí para la celebración. Además, no entiendo por qué se fue de viaje cuando faltaba tan poco para mi cumpleaños.
Lo cierto es que tenía sus razones, y la Reina las conocía bien. Los servicios de información le habían dado a entender que habían esperado demasiado: según informes no confirmados, el poder de Roja aumentaba día a día, y estaba pertrechando sus tropas para el ataque. Genevieve ya no estaba segura de que su propio ejército estuviese en condiciones de repeler una ofensiva. Ansiaba tanto como Alyss que regresara el rey Nolan, pero igualmente pensaba disfrutar de los festejos del día.
—Oh, fíjate en eso —exclamó, señalando a una mujer que se contoneaba al andar para mantener un aro girando sin parar alrededor de su cintura—. Parece de lo más entretenido.
—Lo sería más sí tuviera surtidores de agua —replicó Alyss, y al instante varios chorros brotaron de agujeros diminutos abiertos en la superficie del aro, para gran sorpresa de la inventora, que seguía contoneándose para evitar que el artilugio cayese al suelo.
—Por más que sea tu cumpleaños, Alyss —la reprendió la reina Genevieve—, no está bien que presumas de esa manera.
El pelo que recubría el primer paracaídas se desvaneció. Los surtidores del recién inventado hula-hop se secaron. El poder imaginativo de Alyss los había hecho aparecer y desaparecer. La imaginación formaba una parte importante de la vida en Marvilia, y Alyss poseía la imaginación más poderosa que jamás hubiera desplegado una marviliana de siete años. Sin embargo, como ocurre con cualquier don extraordinario, la imaginación de Alyss podía ser usada tanto para el bien como para el mal, y a la Reina no le faltaban motivos para estar ligeramente preocupada. Apenas se había completado un ciclo de la luna de Turmita desde el último incidente protagonizado por Alyss: exasperada con el joven Valet de Diamantes a causa de alguna indiscreción infantil, había imaginado que los pantalones se le llenaban de gombrices resbaladizas y ondulantes. El Valet de Diamantes comentó que notaba «algo raro», bajó la mirada y vio que sus pantalones se movían como si hubiesen cobrado vida. Desde entonces lo asaltaban pesadillas con frecuencia. Alyss afirmó que no lo había hecho a propósito, pero Genevieve no estaba segura de que dijera la verdad. Alyss todavía no había alcanzado el control total sobre su imaginación, pero no tenía el menor empacho en mentir para evitar regañinas.
—Serás la reina más poderosa de la historia —le aseguró a su hija—. La fuerza de tu imaginación será el mayor triunfo del reino. Pero debes esforzarte para desarrollarla de acuerdo con los principios por los que se ha regido la dinastía de los Corazones, Alyss: amor, justicia y voluntad de servir al pueblo. Tener una imaginación indisciplinada es peor que carecer de ella. Puede resultar mucho más dañino. Recuerda lo que le sucedió a tu tía Roja.
—Lo sé —respondió Alyss, enfurruñada. Aunque no conoció a su tía Roja, había oído hablar de ella desde que tenía uso de razón. No se molestaba en intentar entenderlo todo; se trataba de datos históricos, y a ella la historia la aburría soberanamente. Aun así, sabía que parecerse a la tía Roja no era bueno.
—Bueno, creo que la princesa del cumpleaños ya ha oído suficientes sermones por hoy —dijo la reina Genevieve. Dio una palmada, y tanto el paracaídas como el hula-hop pasaron al interior del Corazón de Cristal, para gran alegría de sus respectivos inventores.
Un par de botas del rey Nolan salió flotando en el aire por la puerta del balcón y comenzó a ejecutar una danza delante de la malhumorada Princesa.
—Alyss —la reconvino la reina Genevieve, observando esta nueva muestra de una imaginación extraordinaria.
Algo en su tono hizo que la niña interrumpiese su demostración. Las botas cayeron al suelo con un golpe seco y ahí se quedaron, inmóviles.
—Todo está en tu cabeza —suspiró la Reina—. No lo olvides, Alyss. Pase lo que pase, todo está en tu cabeza.
Se trataba de una advertencia, pero también de una manifestación de esperanza: la reina Genevieve, consciente de las fuerzas oscuras que actuaban en algún lugar inhóspito del desierto Damero, no ignoraba que, en Marvilia, el júbilo y la felicidad no duraban eternamente; tarde o temprano el reino sufriría un ataque, y para garantizar su supervivencia necesitarían todo el poder imaginativo de Alyss, e incluso algo más.