E
l Argo estaba enterrado bajo una abrupta montaña que parecía completamente natural. Las puertas de acceso se hallaban en un profundo barranco que alguien había rellenado a medias con grava. Killeen había sido el primero en entrar porque el portal estaba programado para aceptar sólo una auténtica huella palmar humana. Disponía, además, de recursos para examinar el código genético y detectar unas configuraciones clave que demostraran que quien quería entrar descendía de los humanos pioneros de Nieveclara.
Los mecs habían deducido todo esto, pero no habían ido más allá. Ninguna simulación mec hubiera conseguido pasar. Para él resultó muy fácil, ninguna alarma ni mecanismo de seguridad se disparó. Los portales daban acceso, por medio de túneles, a un gran recinto excavado bajo la montaña.
Después, Killeen se dedicó a contemplar desde el borde de la excavación que se expandía con regularidad, una corriente de agua ancha y profunda y la llanura que se extendía detrás de ella y que ascendía hasta las montañas azules. En las montañas había unas cumbres nevadas, y el agua que descendía de ellas resultaba dolorosamente fría. Aquel lugar estaba situado a medio camino de la ruta de circunvalación de Nieveclara desde el puntito que era la Metrópolis de los hombres, y desde allí se podía comprobar el alcance del clima de los mecs. Tenía que llevar una chaqueta y unas perneras de tejido doble para que no le dolieran los pies. Él y Toby se pasaban horas enteras en la parte baja del río, escuchando el sonido de este sobre las gravas y pedruscos que, lisos y negros como la noche, yacían en los cauces de los canales. Toby recogía unas finas placas de hielo de las orillas y las hacía rebotar como si fueran piedras sobre la anchura de aquel agua rápida; luego soltaba alaridos a causa del penetrante frío que le traspasaba la mano.
A los mecs les gustaba el frío. Verdaderas legiones de ellos estaban al lado de la corriente de agua y ascendían por las laderas de la montaña. Levantaban tanto polvo que ensuciaban el gélido aire. El gran recinto en forma de concha, que ya estaba a la vista, tenía las marcas de la oxidación sufrida por el paso de los años, y la lenta sedimentación de la misma había llenado de polvo la nave. Killeen y Toby habían visto que los mecs cortaban con todo cuidado la suciedad que había en el andamio para luego rascar la que recubría la intensa blancura del Argo. Unas largas columnas de mecs marchaban en formación desplegada para cribar de forma sistemática las piedras y el suelo en busca de algún posible rastro de quienquiera que hubiera abandonado la nave. Trataban aquel lugar como si fuera un yacimiento arqueológico de una cultura muerta desde hacía largo tiempo.
El Argo estaba enterrado en una zona rica en metales, de forma que los detectores sencillos no podían distinguir el casco de las capas que lo recubrían. Los que habían guardado la nave tenían la intención de que permaneciera allí mucho tiempo, y habían tomado sus precauciones contra los seísmos y las filtraciones. Los mecs habían efectuado varias veces prospecciones en aquella zona en busca de minerales pero nunca habían encontrado la nave.
Las escuadras de mecs levantaron mucho polvo, que fue a caer sobre el Argo, y durante los dos primeros días aquello fue lo único que tocó el ancho casco del color de los huesos blanqueados. La nave era como dos manos con las palmas en forma de copa y unidas sin costuras, pero a proa y a popa había unas cubiertas translúcidas que protegían unos salientes muy complejos. Los mecs parecían saber qué eran aquellas cosas y las trataron con mucho cuidado al retirar las cubiertas.
Llegado a este punto, el Mantis cesó en la dirección del ejército de mecs y regresó al pequeño campamento de los humanos. Necesitaba dos personas que pudieran franquear las esclusas de la nave. De nuevo, sólo una mano humana obtendría el resultado adecuado. Killeen estaba seguro de que el Mantis había probado sin éxito muchos sistemas de apertura para liberar los mecanismos y que al menos de momento estaba intrigado. Pensaba que el Mantis estaría sorprendido de que en un tiempo los humanos hubieran inventado un cierre que un mec no pudiera abrir con toda facilidad, pero cuando expresó sus impresiones en voz alta al pasar junto al Mantis, este replicó:
No. Ha transcurrido mucho tiempo desde que algunos de mis elementos vieron una obra como esta hecha por los de tu especie. Los primeros de tu filia que llegaron al Centro no eran lo bastante hábiles. (Ininteligible). Pero pronto aprendieron algunas de nuestras artes. Creo que tú mismo, personalmente, encontraste una de sus reproducciones de una gran obra de vuestro pasado remoto.
—¿Qué dices? Yo no…
Entonces yo os estaba siguiendo la pista. Tuvisteis un mal encuentro con un Merodeador de la clase 11. Fui incapaz de disuadirle de que os atacara (como ya os he explicado varias veces, me veo obligado a actuar dentro de los cánones de mi sociedad). Os refugiasteis en una obra de arte que habíamos conservado desde su muy lejana construcción, cuando algunos de vuestra filia crearon lo que llamaron Taj Mahal. Estaba marcado con los emblemas del caudillo de aquella partida, un grupo que ahora se halla por alguna parte del Centro.
Killeen recordó haber contemplado aquel monumento durante mucho rato y con toda atención para grabarlo en su memoria. Recordó aquellas imágenes, las artísticas curvas y el solemne resplandor blanco de la cantería. Vio el cuadrado negro con las marcas NW. Entonces comprendió que aquello representaba a algún antepasado que había diseñado y construido de la misma manera que lo hacían los mecs.
—¿Fueron los ingenieros del Argo?
No. Llegaron mucho antes de los Candeleros y fueron los primeros humanos en instalarse aquí, en el Centro. Luego llegaron otros humanos. El Argo, a juzgar por lo que hemos podido recoger en estos alrededores, fue obra de los constructores de las primeras Ciudadelas. Previeron que llegaría un tiempo en que vuestra filia necesitaría escapar. Habían sido testigos de nuestras obras para imponernos en otras partes del Centro y sabían que con el tiempo llegaríamos a ocupar y acondicionar Nieveclara (como vosotros la llamáis) para unos designios más altos.
—¿La muerte de Nieveclara es un «designio más alto»?
Has de comprender que mi interés por vosotros no me lleva a creer que vuestro destino sea comparable con el nuestro. Tú también lo comprenderás en cuanto aprendas más.
Killeen sonrió sin ganas y no dijo nada.
Estaba aprendiendo a comprender parte de los complejos estados entretejidos que poseía el Mantis. Era un error, ya lo sabía, creer que detrás de las palabras del Mantis se escondiera algo comparable a las emociones. Lo más importante acerca de los alienígenas es que son alienígenas, había dicho su padre, y él no lo olvidaba. Pero, sin embargo, le podría ser de utilidad saber percibir en qué estado se encontraba el Mantis.
El mec había sido una débil presencia en el umbral de su sistema sensorial cuando Killeen entró por primera vez en el Argo. Cermo el Lento y un Rook habían sido los primeros en entrar, y no encontraron nada comprensible para ellos. Por entonces, los mecs enanos ya se arrastraban sin cesar por dentro del Argo tratando de comprender la nave.
Procedente del Mantis, Killeen obtuvo unas variaciones cromáticas que al parecer correspondían a la expectación, excitación e interés. Él y Shibo rondaban por unos pasillos ovales débilmente iluminados por luces rojas que se iban encendiendo a su paso. El Mantis consiguió identificar algunas secciones modulares mediante antiguas grabaciones de los mecs. Algunas piezas del Argo procedían de la técnica mec, pero habían sido modificadas de acuerdo con las necesidades de los humanos. Otras habían sido construidas utilizando antiguos diseños humanos, que tal vez reflejaban la tecnología transportada por la humanidad hasta el Centro Galáctico mucho tiempo atrás.
Durante la inspección del Argo, Killeen percibió chispazos de reconocimiento procedentes de algunos de sus Aspectos más antiguos. La ancestral tecnología humana sacó a la luz unos cálidos recuerdos desde los pozos más profundos. El hombre seguía ligado a sus obras.
El Mantis comentó:
En efecto. Con frecuencia vuestras obras os sobreviven largamente. Nosotros, los que siempre vamos hacia delante, no nos sentimos atados por las preocupaciones relativas a los artefactos. No son más que herramientas perecederas, que pronto se han de convertir en basura. Esta es otra de las muchas fascinantes características que nos diferencian.
Cuando el Mantis hablaba a través del Aspecto de Arthur, Killeen debía evitar toda contestación que superara un distraído asentimiento. El Mantis era una aguda cuña clavada en Arthur, y podía captar los pensamientos secretos de Killeen. Resultaba muy difícil engañarle.
Pero contaba con la ayuda de sus otros Aspectos. El Mantis no cooperaba con ellos. Su feliz parloteo mientras se revelaban los misterios del Argo servía para enmascarar los más astutos planes de Killeen.
Antes, los acallados gritos de los Aspectos le habían llamado la atención distrayéndole; pero después descubrió que podía reducirlos a meras sombras de chispazos en la pared de su mente. Lo había aprendido durante la tempestad de Aspectos. Con gran sorpresa, descubrió que ya no sufría espantosas pesadillas cuando dormía ni tenía que luchar para calmar a sus Aspectos y Rostros al despertar. Seguía llevándolos en la parte más alejada de la mente y aparecían con toda rapidez en cuanto los llamaba. Sólo tenía fugaces atisbos de cómo le habían atacado durante la tempestad; de aquellas auténticas olas que habían vertido sobre él un amargo fluido corrosivo de araña; y otros insectos, cuya imagen debía esforzarse en enterrar.
Pero a pesar de sus intentos, se le aparecían de nuevo adaptando las más extrañas formas mientras andaba por los oscuros pasillos del Argo. Los mecs enanos se dispersaban por doquier. Con su energía de insectos inspeccionaban, comprobaban y componían los mecanismos de la aletargada nave, dormidos durante tanto tiempo. Parecían olas que lavaran el cadáver de un gran monstruo marino, arrastrado desde las profundidades marinas hasta quedar anclado en la playa.
Pero el Argo despertó de su letargo. Killeen percibía en las sensibles fronteras de su propio aparato sensorial una presencia inteligente y juguetona. Los circuitos internos del Argo revivían.
Unos escuadrones de trabajadores mecs corrían como oscuros ríos alrededor del guijarro formado por el pequeño campamento humano. Había muchas variedades de mecs nuevas para los humanos. Formas tubulares, objetos en forma de cubo, conjuntos indefinibles con herramientas afiladísimas. Por algún motivo desconocido, aquellas máquinas metódicas sabían cómo evitar a los humanos, y se desviaban de los fuegos y de las tiendas.
En total, más de un centenar de personas habían efectuado el largo viaje hasta donde se escondía el Argo. La mayoría, compuesta principalmente por miembros Bishop y Rook, se había asustado ante el Empolvador que los había transportado y el Especialista que les había conducido hasta allí desde el campo de aterrizaje. El encuentro con el Mantis había sido para ellos el primer suceso sobrecogedor, cuando se reunieron con él detrás de las colinas que circundaban Metrópolis; pero tal vez a causa de esta experiencia pronto se acostumbraron a ver aquel conjunto de tubos y nódulos.
Con todo, los miembros tan diversos de aquella expedición necesitaban continuamente alguien que les tranquilizara, cosa que resultaba fastidiosa para Killeen. La gente le asaltaba sin cesar con preguntas cada vez que regresaba al campamento desde el Argo.
¿Qué era aquel gas que rodeaba la nave, el que te hacía hablar de una manera rara si inhalabas una pequeña cantidad de él? (Helio, le había informado Arthur. Una protección contra la oxidación).
¿Por qué el Mantis estaba cada vez más abultado? (Añadía componentes para poder dirigir las brigadas de trabajadores, cada vez mayores y más numerosas).
¿Por qué hacía tanto frío allí? (Estaban más cerca del polo norte. Pero también el frío llegaría pronto a Metrópolis, a medida que se acelerasen los cambio de clima provocados por los mecs).
Los alimentos empezaban a escasear, ¿no podría darse más prisa los mecs? (Para conseguir que una nave aletargada durante siglos funcionara de nuevo, se necesitaba tiempo. Y Killeen podía preguntar al Mantis si disponía de algunos mecs libres para que les trajeran comida. No sería sabrosa, pero les saciaría).
¿Por qué iba el mec de los humanos con ellos? —Si lo dejaban atrás, lejos de donde estaban trabajando, algún Merodeador podría atropellarlo. Disponía de información sobre los antiguos usos y costumbres de lo: humanos del pasado. Y, además, quería ir con ellos.
Se alegraba de que Fornax y Ledroff hubieran rechazado asistir. Si cualquiera de ellos hubiera estado allí, aquel proceso hubiera resultado imposible. Los dos hombres habían escuchado la invitación de Killeen y habían prometido estudiarla a lo largo de la noche. Pero al reunirse de nuevo a la mañana siguiente, por la seriedad de sus caras comprendió que se habían batido en retirada. Cuando hablaron los tres, lo dos Capitanes le habían mirado con nuevo agradecimiento. Hablando con suavidad y sin forzar la situación, Killeen había intervenido en favor de los que querían hacer el viaje para ver cómo era el Argo y de esta manera, al cabo de tres días, había llegado el momento de que la larga columna saliera de Metrópolis. Todos podrían regresar, desde luego. No tenían la menor seguridad de que el Argo existiera todavía o de que funcionara. Para guiarse, sólo disponían de mapa del mec de los humanos. Pero un centenar de los más fuertes se arriesgaron.
Ledroff se había quedado con el resto de los Bishop. Ya había empezado a conspirar contra Fornax para llegar a convertirse en Capitán de toda Metrópolis. Pero ninguno de aquellos dos Capitanes era lo bastante fuerte como para impedir la partida de los que querían ir hasta el Argo, y en consecuencia adoptaron una expresión impasible y les observaron marchar.
La pérdida de Hatchet, la revelación de lo que había hecho, la repentina presencia sobrecogedora del Mantis, todo junto, había sacudido a Metrópolis y favorecido las maniobras de Killeen. Hatchet no había explicado nada de sus tratos con el Especialista ni de lo que había visto durante sus incursiones. Aquello no casaba con los antiguos rituales de las Familias que exigían explicar lo sucedido después de una expedición. Hatchet se había limitado a explicarles las aventuras de sus robos. La gráfica narración ofrecida por el Mantis de lo que Hatchet había querido hacer con la cosa-Fanny había ensuciado para siempre la memoria del Capitán.
Killeen había hablado de sus proyectos como de una mera posibilidad, como una exploración. Pero sabía que cuando se marchara de allí, sería la última vez que viera Metrópolis. Aun suponiendo que lo del Argo resultara ser sólo una leyenda, no volvería jamás. Era mejor vagar por Nieveclara, que agonizaba lentamente, que quedarse en la jaula de Metrópolis.
A pesar de todo, comprendía los sentimientos de los que se habían quedado, que eran la mayoría. Fornax y Ledroff se convertirían en unos excelentes carceleros. Con la protección del Mantis, las Familias aumentarían de tamaño.
La humanidad siempre había estado bajo el dominio de los que se quedaban atrás. Se lo había explicado Arthur. Era una prudente estrategia en favor de la especie, un fuerte sostén para las arriesgadas apuestas de cada día. Por esta razón, ninguno de los aventureros se había burlado de los que se quedaban. Sin necesidad de palabras, la intuición nacida de las duras penalidades se lo había dictado así.
La gente se congregó en una ladera pelada para poder contemplar desde allí el primer vuelo del Argo.
Se elevó con un gran rugido desde el lugar en que lo habían colocado, cerca de donde había permanecido enterrado. Manos humanas lo habían puesto en órbita hacía muchos años. El Argo había sido un sistema de comunicación entre las Ciudadelas y los Candeleros. La nave tenía mecanismos mec, pero sólo podían manejarse con mandos humanos. Sus receptores sensoriales respondían a la señal acreditada de los pensamientos humanos y rechazaban cualquier forma de lenguaje mec.
De esta manera, a pesar de la total ignorancia de los humanos sobre los asuntos mecánicos, de nuevo podrían hacer volar aquella nave.
Shibo debía ser, sin discusión, la elegida. Su exoesqueleto podía ejecutar los hábiles y rápidos movimientos necesarios en el piloto. Y utilizando el sistema sensorial de ella, el Mantis pudo conectar la mente-nave del Argo con el exoesqueleto.
Killeen se sentó detrás de Shibo en cuanto ella logró que los motores empezaran a funcionar, se aceleraran y volvieran a la velocidad inicial. Llevaba varios días entrenándose, con la ayuda del Mantis. En cuanto los circuitos y las vías de acceso quedaron establecidos en su aparato sensorial, las complicadas estructuras autosensitivas de la nave se encargaron de todo. Podían comunicarse con los movimientos mecánicos de ella a través del exoesqueleto.
Sus manos volaban con soltura entre los módulos de mando, y el exoesqueleto zumbaba. Cualquier transmisión de instrucciones efectuada de forma oral habría resultado demasiado lenta.
A Shibo se le daba bien. El débil riachuelo de la corriente llegaba a Killeen a través de las fronteras de su propio sistema sensorial. Unos toques ásperos, unos cortantes olores y unos gustos amargos, todo se mezclaba y desaparecía en un momento. La cara de Shibo se crispaba por el esfuerzo cuando evolucionaba sobre el panel oblicuo que tenía delante. A cada movimiento suyo, la nave comprobaba que ella fuera humana, una medida de seguridad muy antigua.
Sus párpados oscilaban, tenía los labios apretados y pálidos.
—¿Cómo va? —susurró a su lado.
—Lo voy consiguiendo. —Las palabras se escapaban por entre sus apretados dientes.
—Déjalo si notas que…
—Puedo. Puedo conseguirlo.
Parecía estar escuchando unas voces lejanas. Killeen percibía el torbellino de información canalizada a través de ella como un viento cada vez más acelerado.
La nave gimoteó en tono más alto. Killeen notó una sensación de balanceo.
—Estamos en el aire —notificó ella, con voz tan baja que apenas si se oía.
Le dominó la sensación de andar a la deriva. Era sólo un eco muy débil de lo que ella debía soportar, pero bastó para transmitirle las entradas de datos de miles de sensores. Le parecía que él mismo se elevaba, se inclinaba y planeaba.
De pronto tuvo la sensación de que estaba mirando hacia abajo, directamente hacia abajo. Una ladera excavada se extendía allí, como una fruta mordida.
—¡Pues es verdad! —Débil, el grito de Cermo el Lento llegó desde el suelo—. Vuelan.
—Eres maravillosa —exclamó simplemente.
Estaba sentada frente al cuadro, como una reina, era el primer ser humano que dominaba aquel extraño artefacto desde la época de los Candeleros. Killeen valoraba la importancia de aquel hecho, pero sólo experimentaba un sentimiento personal: su repentino amor por ella. Era una liberación explosiva. Tenía el control de su propia mente y era capaz de entregarse sin reservas ni impedimentos.
Sin que la llamara, la vocecilla de Arthur, liberada del Mantis, pio:
Ahora ya estás impreso en sus feromonas, unos huecos moleculares que deben conectarse para que se excite al máximo la atracción macho-hembra. El Mantis deshizo la modificación que la Familia Bishop había impuesto a todos sus miembros. No vayas a confundir esto con algo etéreo o intelectual. Si llenas las muescas neurales, es algo que no guarda la menor relación con el estado social de la dama ni con tu opinión personal sobre ella. El apareamiento no se efectúa para expresar las más altas funciones que se llevan dentro, desgraciadamente, sino para contentar al gran fondo genético que nos rodea. Puedo afirmar que…
Killeen lo desconectó.
Aquella tarde, él y Toby andaban bajo las titilantes luces del cielo, más para mantenerse calientes gracias a la actividad que para observar los interminables trabajos de los mecs. Aquellas formas trabajaban sin descanso, hacían la puesta a punto del Argo, reunían los suministros, y realizaban sus inexplicables investigaciones.
—¿Por qué el Mantis tiene tantos mecs trabajando a sus órdenes? —preguntó Toby.
—Es como… un Capitán de los mecs —acabó Killeen, al darse cuenta de que en realidad no sabía en absoluto lo que era el Mantis.
—¿Crees que, de verdad, va a dejarnos partir?
—Más le valdrá hacerlo.
—No veo qué le puede obligar —dijo Toby, arrugando la nariz.
Killeen leyó en la cara del muchacho la lucha por comprender algo que confirmara lo que le había sucedido dentro del complejo mec. Su hijo evolucionaba de día en día, lanzado hacia adelante por la gravedad de los hechos, hacia la edad adulta. Aquella confianza alegre había desaparecido y no la recuperaría jamás. En lo sucesivo, se preocuparía de cada aspecto raro del mundo hasta que lo retuviera, lo comprendiera y lo hubiera introducido en su esquema de las cosas.
—Hemos tenido que utilizar el último cartucho que nos quedaba —dijo Killeen—. La vulnerabilidad.
—No lo entiendo.
Killeen le hizo una seña con la mano para que cerrara su sistema sensorial.
—¿Del todo?
—Sí. —Cuando quedaron reducidos a los sentidos convencionales. Killeen continuó—: Si nos obligara a todos a quedarnos en Metrópolis, ya no seríamos nosotros mismos.
Toby parpadeó.
—¿Qué?
—Una vez aprisionados, ya no seguiríamos siendo verdaderos seres humanos.
—¿Nos volveríamos unos cerdos tragones?
—Eso es. Tan gordos que los mecs se verían obligados a llevarnos de un lado a otro.
—¿Crees que todos los que se han quedado van a ponerse gordos?
—Es posible. Pero no es cosa que haya de preocupar demasiado al Mantis. Si no me equivoco, el Mantis también nos estará vigilando.
—¿De qué manera?
—Por medio de estos micromecs.
—Ah.
Toby se detuvo, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, y su aliento humeaba en la quietud del aire.
—¿Pueden oír lo que decimos?
Killeen vio que el Mantis se acercaba a ellos, procedente del Argo.
—Conecta tus sistemas. No quiero que sospeche nada.
Tan pronto como su sistema sensorial estuvo en marcha, advirtió la intrusión de la dura silueta del Mantis. Continuó como si estuvieran en una conversación normal.
—El caso es, hijo, que hemos perdido algo que…
La risa. Esta es la señal de vuestro sentido más profundo. Morirá en Metrópolis.
Toby se sobresaltó, con los ojos muy abiertos.
—¡Maldita sea! —gritó Killeen a la oscuridad arrolladora que había a su alrededor—. Ya te lo tengo dicho: no aparezcas de esta manera. Tenemos unas normas, el derecho a la intimidad entre nosotros.
Sí… y esto también forma parte de ese «algo» que notas que vais a perder. Esta faceta está relacionada con vuestros procesos internos. No comprendo por qué ha de ser así. Está relacionado con vuestros hábitos, de eso estoy seguro. Estáis obligados a dormir para filtrar vuestra experiencia del mundo, esto es algo característico de las formas más bajas que luego han evolucionado.
Toby torció el gesto y entornó los ojos. Killeen vio que en vez de estar asustado, el muchacho ya consideraba al Mantis como algo irritante. Lo comprendía, pero aquello podía resultar peligroso. Se estaban acostumbrando al Mantis. Lo más importante acerca de los alienígenas es que son alienígenas.
—Entonces, ¿qué hacéis, eh? ¿No dormís? —preguntó Toby.
Procesamos la información mediante sistemas paralelos. Mientras permanecemos conscientes. No necesitamos mecanismos de limpieza tales como el sueño o la risa.
—Vais a acabar mal de los nervios —se burló Toby.
—No tienen nervios —puntualizó Killeen.
Toby se encogió de hombros.
—Pues no deben de divertirse mucho.
—Probablemente, no —asintió Killeen.
Toby se rio con socarronería.
—A lo mejor ni siquiera saben lo que significa divertirse, ¿verdad?
No exactamente, no. Tiene algo que ver con vuestro mecanismo para procesar las horas
—¿Riendo? —preguntó Toby, incrédulo.
Sí. Existen también las acumulaciones de valores de identidad. Debéis mantener continuamente vuestro autoconocimiento, la imagen interior de vuestra esencia, para que vuestros subprogramas puedan seguir trabajando correctamente. Nosotros tenemos unos sistemas similares, desde luego. Los vuestros, sin embargo, al parecer están ligados a la identidad sexual. Los interrogantes interiores se acumulan. Únicamente por medio de la reafirmación de vuestra personalidad sexual, por la unión con una persona del sexo opuesto, podéis resolver y descargar esa acumulación de problemas de identidad. Es muy curioso que esto sólo ocurra con una parte muy reducida de los candidatos disponibles, a veces con sólo uno de los candidatos. Por ejemplo, tu padre, en cuanto le libré de un burdo programa interior, ha formado con Shibo una…
Killeen le interrumpió con voz cortante:
—No sigas hablando a lo loco de cosas que no conoces.
Ya lo comprendo. Sí. Veo tu punto de vista.
Un ataque espasmódico invadió el sistema sensorial de Killeen. Tenía la clara impresión de que el Mantis, con mucho tacto, intentaba evitar el tema. Killeen se sintió levemente ultrajado por el hecho de que un mec se entrometiera en cosas tan propias de la fragilidad humana, y explicara a un muchacho detalles referentes a la vida sexual de su padre. Dijo:
—Vosotros, los mecs, no tenéis cojones.
No en el sentido a que te refieres.
Toby se rio.
—¿Y eso qué quiere decir?
No voy a discutir ahora las implicaciones de nuestras vidas, porque eres una forma de vida inferior. No cometas el error de adjudicar a tu filia más valor del que en realidad tiene. Hemos estudiado a otros seres parecidos a vosotros, en otros sectores del Centro Galáctico.
—¿Dónde? —preguntó Killeen, interesado de nuevo.
No creas que te va resultar fácil engañarme sobre tus intenciones de encontrar a tu padre. Comprendo esas primitivas motivaciones.
—¡Maldita sea! Quiero saber dónde están los otros humanos.
Los originales, los constructores del Taj Mahal, no lo sé. Pero el último grupo, del que tú desciendes, está distribuido en varios lugares. Sin embargo, te lo prohíbo. He ajustado el Argo. (Ininteligible). Para que no pueda viajar hacia el Comilón. No toleraremos que unos seres inferiores interfieran allí. Podéis navegar hacia el exterior. Allí encontraréis otros humanos. Además, en aquellas regiones hay otras formas.
—¿Estás decidido a no venir con nosotros? —preguntó Toby, y la sospecha le hacía apretar los labios.
Quiero que los vertebrados soñadores, los que ríen, conserven algo de libertad. Si no fuera así, no seguirían viviendo en estado salvaje. Como defensor de tales formas, debo conservarlas tal como son ahora.
—Nos vamos a marchar —contestó Toby.
Estaréis al alcance del Centro. El Argo no puede viajar muy lejos. Puede alcanzar como máximo unos pocos centenares de las estrellas del Centro. Si yo quisiera más especímenes como vosotros en estado natural, podría ir a cosechar los que me hicieran falta. Si os dejara aquí en estado salvaje, sólo sería para ver cómo os extinguíais.
—No me parece que puedas cazar nada —dijo Toby con presunción.
Killeen le lanzó una mirada admonitoria.
No sabes lo que dices. Exijo de vosotros, sin embargo, la promesa de que no iréis a buscar al que os habló por medio de la criatura magnética.
Killeen miró hacia donde el Argo descansaba bajo un resplandor de lámparas de trabajo. ¿Qué extraño código de honor podía convencer al Mantis que él iba a cumplir una promesa hecha a un mec?
—Claro que sí, me comprometo a ello —mintió.
Él y Shibo cogieron provisiones y se fueron río abajo. La corriente salpicaba sobre las rocas negras y Killeen confiaba que aquel murmullo impidiera que los mecs les escucharan.
—Buena comida —opinó Killeen—. Nunca había probado nada así.
—Está blanda —asintió ella.
Juntaron con fuerza sus labios con embeleso, y comieron con las manos los primeros alimentos fabricados por la cocina automática del Argo. La nave convertía las materias primas en unas maravillas tibias, sabrosas, aromáticas, en capas superpuestas de húmeda exquisitez. Los sabores evocaban en Killeen antiguos recuerdos de los guisos de su madre.
—Esta noche nos acostaremos pronto —añadió ella, mirándole con un secreto regocijo.
Él se dio cuenta de que ella quería hacer un poco de broma.
—De acuerdo. Mañana por la noche dormiremos entre las estrellas o nos habremos quedado dormidos para siempre.
—Esta noche yo me pondré encima.
—¿Ya quieres empezar a mandar?
—El suelo tiene muchas piedras.
—Ah. ¿Siempre te has puesto encima con los otros hombres?
—¿Cuáles?
—Alguno habrás tenido.
—Ninguno.
—Me parece que estás mintiendo.
—Es cierto. —Su ligera sonrisa se desbordó.
—Sigue mintiendo. Lo prefiero. Lléname de mentiras. ¿Eran todos de la Familia Knight?
—Nunca he tenido ninguno encima ni debajo.
—Ya veo. ¿Eran feos, como yo?
—Nunca he tenido ninguno. Yo también era fea.
—Estarnos hechos el uno para el otro. Los feos atraen a los feos. ¿Cuántos han sido?
—¿Cuántos, qué?
—Los Knight que has tenido.
—No ha habido ninguno, y no sé contar.
—Ya veo. ¿Los Knight se quitan las botas antes?
Ella se rio.
—No lo sé.
—Es que he oído decir que los Knight estaban siempre preparados para echar a correr.
—El que está encima se deja las botas puestas.
—¿Por qué?
—Puede tener que huir más aprisa.
Él pareció sorprenderse.
—¿Hasta en el caso de que estén bajo cubierto?
—No puedo saberlo. Siempre he estado sobre la marcha.
—En la marcha, nadie puede estar a cubierto.
—No cubierto por mí, al menos —indicó ella.
—¿Con todos aquellos Knight alrededor? Debías de ser muy rápida corriendo.
—Soy buena corredora.
—Porque no tienes más remedio. —La miró con fijeza e inclinó la cabeza ligeramente hacia una gran zona muy iluminada por donde el Mantis se desplazaba entre el ejército de mecs—. Los grandes problemas requieren rápidos reflejos.
—Los pequeños, también.
Killeen observó el Argo.
—Yo veo muchísimos problemas pequeños.
—Has de ser rápido, eso es todo.
—No hay que precipitarse, supongo. Más tarde ya nos ocuparemos de los problemas pequeños.
—Esto lo sabe todo el mundo.
—Es cierto. Hasta el mec de los humanos.
Ella volvió a asentir.
—Querer estar encima, ser rápido, llevar las botas.
—Ya estás aprendiendo.
—Tengo buen profesor.
—Me parece que antes ya sabías muchas cosas.
Ella le obsequió con una sedosa mirada de soslayo.
—Nunca había visto a nadie que se moviera como tú, no señor.
—Me gusta. Sigue mintiéndome y me seguirá gustando. —Se terminó la comida y empezó a lamerse los dedos y el plato.
—Lo intentaré.
—Está bien. Esta noche puedes ponerte encima —sonrió él.
—No acaba de convencerme.
—¿Por qué no?
—Tendría que dejarme las botas puestas.
—Me has ganado.
—Eso es lo que quería.