E
fectuaron su lento retorno a través de una tierra hendida y llena de surcos. Con algún propósito desconocido, los mecs habían agrietado las laderas abruptas de las colinas y las habían modelado en forma de facetas angulares y alargadas con rampas oblicuas. Grandes estrías marcaban unos planos hechos de laminados metálicos que descendían bruscamente. Unas nubes de polvo pálido y reluciente se aglomeraban en el aire que relucía por encima de las instalaciones de los mecs. El Especialista se veía obligado a retorcerse para abrirse camino a través del laberinto.
—Yo no sabía qué quería decir aquella máquina —dijo de pronto Killeen a Shibo, como si continuaran una conversación a pesar de que no habían hablado entre ellos desde que estuvieron en el interior del complejo mec.
—No podías saberlo —contestó Shibo.
—Por unos momentos parecía que sí. Nos mostraba cosas, esto lo sé de cierto. Elementos que según el artefacto podrían significar algo para los humanos. Y a mí me importaban muy poco.
Shibo asintió. Él ya sabía que la mujer había experimentado una vivencia diferente dentro del espacio mental del Mantis. Cada una había sido distinta.
—Una parte de mí se mantenía al margen de aquello. Creí que podría aguantar así, observando. Aquel lugar primero fue real, luego ya no lo fue y poco después volvía a serlo.
Ella asintió de nuevo.
—Creo que el Mantis estaba orgulloso. Orgulloso de lo que había conseguido. Arte, decía. Mentalmente lo acepté durante un tiempo, pero después tuve que rechazarlo.
Shibo le miraba con ojos expectantes.
—Mataste la imagen que te mostraba.
—No reflexioné.
—No había necesidad de pensar. —Ella se dedicó a ver pasar las pulidas superficies.
—Por eso, cuando vi por segunda vez el ser que se parecía a Fanny, hubo un rato que no pensé que pudiera ser real.
Ella asintió.
—Después Hatchet estaba con aquel ser. Supongo que la habría matado por segunda vez, de todos modos. Incluso aunque no hubiera intervenido Hatchet —siguió Killeen con frialdad.— Era un ser distinto de nosotros.
—Eso es. Distinto.
—El Mantis se equivocaba por completo.
—¿Cómo es esto? —preguntó ella.
—No podía distinguir entre las diferentes clases de amor.
—También nos resulta difícil a nosotros, algunas veces.
Los músculos de la mandíbula de Killeen se apretaban y aflojaban rítmicamente.
—Cuando Hatchet estuvo con el Mantis, se alió con él. Ya era distinto de nosotros.
—Todo eso ya ha pasado. Olvídalo —aconsejó.
—Es posible que hubiera algo más que todo esto. No lo sé. Hatchet podría haberlo hecho antes. Tal vez si te obligas a hacerlo una vez, las siguientes ya no te resulta tan difícil y luego ya no te importa. Ni siquiera piensas en ello. Hatchet tal vez ya lo había hecho antes. No se me había ocurrido.
—Podrías preguntarlo a los otros King —sugirió ella mirándole con calma, sólo dejando la idea en el aire.
Él reflexionó durante un rato. Luego movió la cabeza con lentitud, como si estuviera aturdido.
—No.
Ambos observaban aquellas extrañas colinas. En algunos sitios se podía contemplar el interior de unas profundas cavernas. Unas láminas transparentes permitían vislumbrar los raudos movimientos de los mecs.
—No —repitió—. No puedo preguntar a una Familia una atrocidad semejante.
Anduvieron durante mucho rato sin que ningún miembro del grupo hablara. De todos ellos, sólo Killeen había matado, pero nadie había comentado nada al respecto.
El Especialista era sutilmente distinto. Se desplazaba con menos seguridad, con mayor lentitud, con un murmullo monótono.
Killeen suspiró, se puso en pie, se desentumeció. Buscó algo que decir.
—Supongo que cuando el Mantis «cosechó» al Especialista, le quitó la vida al mismo tiempo —indicó Killeen a Shibo.
Iban en una hendidura del costado del Especialista. Toby se columpió desde alguna tubería que estaba por debajo, y se unió a ellos sólo por matar el rato. Parecía poco afectado por todo lo que había ocurrido dentro del colosal edificio. Sólo habían transcurrido unas pocas horas y los adultos todavía estaban aturdidos y silenciosos, se agarraban al casco del Especialista y observaban con mirada ausente el panorama que pasaba velozmente.
—El Mantis dijo que necesitaba cosechar al Especialista —contestó Shibo.
Killeen hizo un gesto afirmativo. El Mantis había penetrado en el equipo sensorial de todos los miembros del grupo y había descifrado el código para poder hablar por separado con cada uno de ellos. Esto lo había comprendido cuando se alejó trastabillando del lugar donde había sufrido un encuentro con el Mantis. Todos habían sufrido un shock que les había sumido en un pensativo silencio.
Abandonaron aquellos extraños parajes de tierra hendida y laminada, y siguieron lanzados a través de un terreno llano de color tostado. Los mecs zumbaban y volaban por todas partes. Killeen se dio cuenta de que volvía a estar inquieto, de que sus ojos se dirigían a cada mec que pasaba, y las manos le dolían por las ganas de coger un arma.
La fría voz de Arthur llegó hasta él con la fragilidad que mostraba cuando transmitía los mensajes del Mantis:
No hay de qué temer. He despejado el camino.
El tono era distante, escrupuloso. Arthur estaba comprimido dentro de un pequeño chip bajo el poder de una personalidad intrusa de mucha mayor influencia.
El Mantis no había hecho comentario alguno de la matanza. Se había traído al Especialista y ordenó a los humanos que se montaran allí, como lo haría cualquier mec ordinario que rápidamente limpiara y eliminara los residuos después de haber realizado su trabajo.
Durante su viaje de regreso a Metrópolis, el Mantis les escoltó. Era omnipresente, seco y distante, contestaba a las preguntas y daba las órdenes.
Por la implicación de los actos del Mantis, Killeen comprendió la profunda modificación que habían sufrido los humanos. Durante todo aquel tiempo, el Especialista había actuado, sin saberlo, bajo una sombrilla protectora sostenida por el Mantis. Por eso el Especialista había podido guiar a Hatchet hasta tantas factorías mec sin que le atraparan.
La civilización mec era complicada. Unos feudos independientes se cuidaban de la defensa de las factorías, por lo que el Mantis no podía asegurar una completa impunidad. Dos humanos habían muerto a causa de un nuevo tipo de guardia, desarrollado por las factorías para defenderse de los Renegados, como aquel Especialista.
Algo parecido, un mec adaptado, había atacado a los Bishop en el Comedero la noche siguiente a la muerte de Fanny. El Mantis no podía controlar por completo a los Merodeadores ni detener la caza de humanos. En ciertas ocasiones, él mismo se veía obligado a dar la muerte definitiva a algún humano, porque de otra manera levantaría sospechas.
A pesar de todo, había logrado ocultar Metrópolis; el Especialista había dicho la verdad respecto de este tema. Pero el mec nunca supo que él mismo era una herramienta de otra máquina.
Ahora, aquella extraña inteligencia dirigía la vuelta de la expedición humana a su enclave, un sucio villorrio que se atrevía a autodenominarse Metrópolis. Y Killeen tenía una idea muy clara de cómo iba a tratarles el Mantis en lo sucesivo: como animalitos de compañía. Clientes. Materia prima para su arte.
—¿Vamos a regresar con el mismo Empolvador? —preguntó Killeen. Se había dirigido directamente al Mantis. La respuesta llegó mediante la voz de Arthur, pero el Aspecto no era más que un estrecho embudo a través del cual una presencia muchísimo mayor que él se comprimía y se esforzaba por expresarse. Killeen era consciente de las dificultades de Arthur para efectuar la traducción. En muchas ocasiones, el Aspecto sólo articulaba «ininteligible» y se limitaba a lo que podía reducir a términos humanos.
Sí. Podría usar a este Especialista traidor para transportaros, pero debe regresar pronto para ser desmontado. (Ininteligible). No puedo ocultar su incursión en las instalaciones biológicas. Por eso debe ser sacrificado, desmontado hasta llegar a las piezas que lo constituyen.
—¿Hay que destruirlo?
Un traidor debe acabar convertido en un olvido infinitesimal. Siempre quedaría la posibilidad de que al menos en parte se hubiera convertido a sí mismo en una mente de compendio, como yo. Por este motivo, todos sus fragmentos han de ser dispersados y eliminados. El precio de la insurrección es la muerte definitiva.
—Ha trabajado para ti. ¿No puedes salvarle?
La respuesta llegó rodeada de una calma helada:
Era una inteligencia inferior.
—También lo somos nosotros.
Así es. Pero vosotros no traicionáis a los vuestros.
—El Especialista sólo trataba de conservar la vida.
Pero lo hizo de una manera contraria a nuestros preceptos. Esta es la diferencia crucial. (Ininteligible). Descubrí al Especialista hace bastante tiempo y no le denuncié porque yo sabía que podría utilizarlo para propósitos mucho más importantes. Esta es la única razón moral que tuve para soportar a una mente tan aberrante. Quería conservar todas sus memorias, su personalidad, todo. Esto no es posible cuando una mente individual se incorpora a la mente mec. (Ininteligible). Una parte de las experiencias individuales se propaga, sí. Y también un aspecto de la propia personalidad. Pero no todo el conjunto, porque esto implicaría espacio de almacenamiento y un sinfín de complicaciones.
Realizó una visualización aumentada del horizonte y vio una plataforma de transporte rápido. El Mantis se dirigía hacia allí.
Les había acompañado desde que salieron de las factorías biológicas, manteniéndose dentro del área de comunicación pero fuera del campo visual. Killeen tenía la desagradable sospecha de que el Mantis se estaba cubriendo las espaldas de alguna manera. Si algunos mecs de orden superior interceptaban al grupo, el Mantis podía largarse, pretendiendo inocencia.
Killeen notó que se relajaba, la tirantez de sus músculos iba desapareciendo. Algo en su interior le obligó a decir en un tono satisfecho que no correspondía a la verdad:
—¿No hay cielo para los mecs, huh?
Intentas convertir en trivial lo que es elevado. El ser reciclados dentro de la mente huésped, y después propagados hacia el futuro en una mente y lugar específico… Esto, seguramente, es a lo máximo que cualquier conciencia puede aspirar.
—¿Es esto todo lo que tú quieres? —preguntó Shibo.
Killeen parpadeó. Había supuesto que aquella conversación era privada. Poco a poco, sin que se notara, el Mantis iba invadiendo e integrando las respuestas de los humanos.
Yo soy de una clase diferente. Una inteligencia de compendio no puede morir del todo. Porque está distribuida sobre toda la superficie del planeta. (Ininteligible). Una explosión nuclear máxima sólo destruiría aquellas partes de mí que estuvieran en la cara iluminada. Mi sentido de la individualidad se mantiene por medio de la coherencia ligada a la fase de cada lugar, algo muy parecido a cómo una red de antenas se extiende sobre toda el área que vería si se tratara de un ojo de aquel tamaño. Pero en ningún caso se trata de un ojo. De forma similar, yo no soy una mente, sino la mente.
Killeen sonrió.
—No parecías tan fuerte cuando Shibo y yo te hicimos explotar y te diseminamos, ¿lo recuerdas? Ocurrió cuando los Rook y los Bishop se encontraron.
Estaba casi seguro de que el Mantis no les iba a dejar mucho tiempo de vida, pero un impulso maníaco le obligaba a pinchar al alejado mec con una malicia alegre.
Estaba preparado. Había grabado a muchos de vosotros y necesitaba tiempo para escoger y digerir. A tal fin, trasladé todos mis sentidos personales desde aquel sitio a otros emplazamientos. De acuerdo con vuestra terminología, destruisteis el hardware, pero no el software.
—Pero logramos frenarte un poco, ¿no es cierto? —preguntó Shibo. Su impávido rostro se había abierto en una sonrisa. Había captado la broma de Killeen. Todos ellos acababan de ser liberados de una tremenda opresión. Sin importarles qué les deparaba el futuro, no querían que nadie les intimidara.
Es cierto. Las mentes de compendio han de pagar este precio. Además, estamos acostumbrados a ser ilocalizables. Por esto al principio no pude calibrar vuestros sentimientos en relación con mis esculturas. Yo, y desde luego todos los mecs, estamos acostumbrados a que nos desmonten, nos reparen y vuelvan a ajustamos. Esto nos parece algo natural. Yo no podía comprender que para vosotros, mortales de inteligencia orgánica, resultaba repulsiva la iconografía del cuerpo humano reducido a piezas.
—¿Aquellas cosas con que nos tropezamos? —Killeen recordaba las piernas y los brazos separados del cuerpo, la horrorosa escultura de los genitales humanos moviéndose inexorablemente…
Desde luego, ahora me doy cuenta de la diferencia. Es uno de esos casos que sólo se comprenden al observarlos retrospectivamente. Las únicas ocasiones en que podéis ver el funcionamiento interno de los demás es cuando estáis enfermos, funcionando mal, y hay que abriros. O, desde luego, cuando ya habéis muerto. En cualquiera de ambos casos, la persona en cuestión siente dolor, está inconsciente o muerta. Estas situaciones originan en la mente humana unas asociaciones cargadas de aspectos emotivos muy fuertes. Emociones negativas, para entendernos. Ninguno de los nuestros se había dado cuenta de ello hasta ahora. Este ha sido un descubrimiento muy interesante. (Ininteligible). Este es uno de los aspectos valiosos que el arte puede captar para darnos una imagen perdurable del mundo orgánico.
—No te hagas muchas ilusiones —soltó Shibo secamente, y Killeen se sonrió.
¿Qué quieres decir? ¿Que no voy a poder leer vuestro…?
Killeen le interrumpió:
—¿Estas esculturas vuestras? Esto no es la humanidad. No es más que la casa de los horrores. Un atajo de monstruos. No entiendes una mierda de la humanidad.
Dominamos la excreción. También lo sabemos todo de la ingestión. Y de cuanto hay entre ambos extremos.
Killeen se sorprendió cuando todos los miembros del grupo se echaron a reír, y el sonido de sus carcajadas salió en oleadas desde el casco del pesado Especialista. Se sintió todavía más encantado cuando el Mantis empezó a enviar repetidas señales interrogativas que atravesaban como chispazos rojizos los aparatos sensoriales.
Ya veo que estos ruidos los emitís vosotros, esta parece ser una de las características de vuestra filia.
—¿Fili qué? ¿Qué nombre nos has endosado ahora? —preguntó Toby.
Vosotros sois los vertebrados soñadores. Una curiosa subfilia, para ser exactos. Y, desde luego, no demasiado rara. Algunos de mis componentes, que por sí mismos son inconmensurablemente antiguos, se acuerdan de cuando existían muchos seres como vosotros.
Killeen miró a Shibo.
Una de vuestras características es poder emitir este ruido compulsivo. Vuestra programación se manifiesta de esta extraña manera.
—Esto es la risa —dijo Shibo.
¿Es algo parecido a… una especia?
Killeen se rio por lo bajo. Al instante se dio cuenta de que el Mantis jamás llegaría a comprender qué era reírse del mundo.
—Bien, pues tal vez lo sea.
—Pues sí que tienes poco paladar —soltó Shibo.
Ya sé qué puede ser eso. Cada uno de vosotros emite el ruido de una manera distinta, que no hay forma de explicar en función de la construcción genética de la garganta ni de las cuerdas vocales. Me resulta imposible adivinar de antemano, ni siquiera reconocer, qué sistema se utiliza. Tal vez esto sea un factor muy significativo.
—No lo entiendes —dijo Shibo.
¿Entender qué?
—Todo esto. Cuando uno se ríe… uno se… uno se… —vaciló, desconcertada.
Cuando hacéis ese sonido tan curioso, una fugaz iluminación aparece desde vuestro interior. Es una sensación que reconozco, al menos en parte. Algo que está al margen de la presión del tiempo. Es como si vosotros vivierais como nosotros, gracias a esta rápida exclamación verbal tartamudeada, a esta chispa. Mientras dura, sois inmortales.
Killeen se echó a reír.