S
e encontraba en un valle tibio entre colinas de un verde brillante. Bajo sus pies se extendía un colchón esponjoso de color oscuro hasta más allá de un tiro de piedra, pero por primera vez en su vida no encontró piedras a su alcance.
El borde irregular del colchón oscuro daba paso a la suavidad del verde de la colina, que relucía bajo la luz del sol. Miró hacia arriba, pero unas nubes marfileñas ocultaban cualquier indicio de Dénix o del Comilón. Sin embargo, la luminosidad todavía llegaba fuertemente sesgada.
Palpó la fibrosa alfombra. Ofrecía una débil resistencia y sugería que debajo de ella había algo sólido. Se preguntaba qué seria aquella cosa verde y suave. ¿Hierba? Y había otra pregunta en el aire. Intentó formularla. Algo…
Toby. Se volvió con rapidez, mirando hacia todas las direcciones.
Nada. Estaba completamente solo frente a un ondulado paisaje. Un momento antes estaba con Toby, lo recordaba a la perfección, pero en aquel instante, bajo sus pies sólo había aquella extensión oscura que parecía tela impermeable y…
Las colinas se movían.
La que estaba frente a él disminuía de tamaño, se encogía. Lentamente, con un suave murmullo. Se volvió y comprobó que tras él otro promontorio se iba hinchando y que el lustroso verde captaba los reflejos del resplandor del cielo.
Descubrió que algo surgía. Una débil trepidación ascendió por su cuerpo después de entrarle por los pies. Se desplazaba hacia atrás… ascendiendo por la suave pendiente. La alfombra oscura se deslizaba hacia arriba, empujándole algo más lejos contra la blanda resistencia. Se dio cuenta de que ascendía lentamente por la colina verde y que detrás de él se abría un delicioso valle también verde.
No sabía cómo, pero estaba montado sobre algo que podía trepar por las lisas y verdes colinas. El tejido oscuro que se extendía bajo sus pies seguía sin detenerse en su camino hacia la redondeada cima.
Killeen dio un paso. El colchón esponjoso amortiguaba su marcha. Echó a andar hasta la cúspide. En los pocos instantes que tardó en llegar vio que la cresta de la colina se aproximaba y aprovechó la altura suplementaria para escudriñar en todas las direcciones. Había otras colinas verdes colocadas en alineaciones montañosas muy alargadas. Pero no descubrió otros colchones o cualquier otro detalle que pudiera ofrecerle perspectiva.
Llegó a la cresta un poco antes de que el colchón coronara la colina. Vista desde cerca, la extensión verde tenía manchas y aparecía salpicada de pecas blancas y amarillas. Tanteó hacia abajo para tocar la superficie vítrea que pasaba con rapidez por debajo del colchón.
Toda la humedad que había visto se limitaba a las pequeñas fuentecillas que afloraban en alguna grieta rocosa. En la Ciudadela había disfrutado tres veces de un baño completo, tres ocasiones excepcionales rodeadas de rituales. Había disfrutado de uno después de su Llegada, otro después de la primera cacería en compañía de su padre, y el último junto a Verónica, la noche siguiente a su matrimonio. Debiera haber habido otro baño, compartido con Verónica, cuando nació Toby. Pero habían tenido que suprimirlo porque no había bastante agua. La sequía ya no desapareció. La lenta desecación de Nieveclara iba haciéndose cada vez más profunda.
Su corazón dio tres lentos y efectivos latidos antes de que pudiera darse cuenta exacta de lo que estaba viendo.
Aquella cosa verde y pulida le salpicó la mano. Era agua. Volvió a adelantar la mano otra vez, incapaz de asimilar una extensión semejante. Una espuma blanca se le arremolinaba entre los dedos. Guiñó los ojos a causa del asombro y se echó un poco de aquella substancia en la cara. Estaba tibia y tenía el sabor de una especia: sal.
Cuando miró hacia lo alto, el colchón alcanzó la cima de la colina. Podía ver hasta muy lejos, sobre un paisaje de interminables laderas verdes y de crestas espumosas.
Sin detenerse, el colchón pasó por encima del borde y empezó a descender.
Podía tener una ligera idea de su velocidad si observaba las líneas blancas llenas de espuma que viajaban rápidamente hacia él para luego deslizarse bajo el colchón. Se volvió y vio cómo el borde más apartado del colchón pasaba sobre la cresta de la colina. Las largas serpentinas blancas volvían a salir por debajo de la alfombra oscura y volaban sobre la montaña.
Automáticamente, se puso de rodillas e introdujo la cara en el agua translúcida. Bebió. La sal no le molestaba. Hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a beber aguas de todos los sabores y purezas. Cuando se tenía la ocasión, había que almacenarla. Bebió sin interrupción, concentrándose en ello, hasta que notó el vientre lleno. Luego se volvió a sentar, y vio que el agua estaba a más altura que él, como si fuera una pared a punto de venírsele encima.
Pero no sucedió nada de aquello. Notó que un temblor le atravesaba las rodillas cuando la colina de agua verde se elevó todavía más, encaramándose frente a un cielo de color marfil suave. Pero no cayó.
Percibió un empuje hacia adelante y el colchón empezó a subir por aquella gran elevación. Sólo entonces vislumbró lo que estaba sucediendo. Estaba flotando sobre una garra de agua tan grande y con tanta energía que producía olas. La oscura alfombra cabalgaba sobre las olas por la inmensidad del agua. Estaba en una…
En una isla. Eso es. O tal vez sea una balsa. Sí, es una balsa.
Aquella información procedía de Arthur. Killeen le pidió más, vehementemente, pero el Aspecto no quiso soltar prenda.
Se puso en pie, maravillado. Las cimas de las colinas eran de un verde esmeralda, mientras que los valles relucían con un color más intenso, más vítreo. Cuando pasaba por encima de una cresta vio unos pocos puntos que se rompían en espuma blanca y se esfumaban.
Excepto por el lento empuje que subía desde los pies, Killeen no podía advertir que se estaba desplazando.
Le parecía que se deslizaba cuesta arriba por una ladera y luego descendía hasta llegar a otra ladera idéntica a la anterior.
Demasiada agua. Un mundo de agua, donde hasta la esponjosa solidez de su colchón parecía estar fuera de lugar. Cuando llegó a la siguiente cresta, miró con atención a su alrededor y no divisó ninguna otra mancha oscura sobre las inacabables y móviles montañas verdes. Aquellas olas gigantescas llegaban hasta el lejano y brumoso horizonte. Era todo un mundo furioso de agua.
El Mantis. La idea le vino de repente con una intensa convicción.
Aquello era una parte del sistema sensorial del Mantis. O era su manera de ver el mundo.
No existía ningún lugar en todo Nieveclara donde hubiera tanta agua.
O sea, que el colchón que tenía debajo no podía estar allí. Se trataba de una ilusión, igual que las falsas imágenes que había visto antes, una creación del Mantis. Estas eran mucho más convincentes, le rodeaban, le parecían reales.
Pero ¿qué había detrás de aquella ilusión? ¿Para qué servía?
Recordaba que había estado huyendo del Mantis, enfebrecido y desesperado, corriendo con Toby a su lado.
Ahora estaba solo sobre una balsa oscura. A la deriva.
No llevaba nada encima, el traje, las perneras y el casco habían desaparecido.
Invocó a cada uno de sus Aspectos y Rostros, hasta a los que no había utilizado desde hacía años. Ninguno respondió.
Su sistema sensorial sólo le devolvía una vacía monotonía gris.
Anduvo a lo largo de todo el perímetro. No había nada más que ver, solamente la misma malla dispuesta en capas por todas partes. Se detuvo un momento para volver a beber, disfrutando de la sensación de sumergir la cara en el agua, que ascendía en talud y que era más alta que la tierra firme. Los golpes y ruidos de las pequeñas olas que creaba con las manos eran para él el sonido de una riqueza incontable, una infinita riqueza fluida.
Cuando se levantó, descubrió una manchita en el horizonte. La vio crecer, subiendo y bajando por las grávidas olas, mientras se acercaba a él siguiendo un curso en zigzag.
Era otra isla. Mayor y con acantilados.
En vez de ser una llanura sin accidentes, tenía una vegetación erizada que la cubría en su mayor parte.
Captó un movimiento.
Killeen bizqueó cuando las profundas ondulaciones verdes la fueron aproximando a él. Había unos arbustos nudosos y tupidos que crecían más allá de un recubrimiento blanco del terreno. La otra isla tenía unas pequeñas elevaciones y depresiones, lo que la distinguía de la suya. A medida que fue aumentando de tamaño, buscó alguna figura humana por entre la retorcida flora, pero no descubrió nada.
Las ramas se agitaban por los embates de las grandes olas. ¿Sería aquel el movimiento que había visto?
La mayor de las islas parecía deslizarse sin esfuerzo sobre las crestas de las verdes colinas, y Killeen hubo de recordarse a sí mismo que las islas no tenían movimiento, sino que seguían las formas de las olas. Allí toda su experiencia no le servía para nada.
Cuando la isla se acercó más, se dio cuenta de que no se encaminaba directamente hacia él. Al contrario, pasaría a cierta distancia e incluso parecía aumentar de velocidad. Intentó repetirse que se encontraba en un aparato sensorial y que allí sus instintos no tenían aplicación. Pero algo le indicaba que la otra isla era importante.
Dio un paso hacia el agua tibia desde el borde del colchón. No tenía la menor idea de cómo podía desplazarse a través del agua, ni siquiera sabía si había alguna manera de hacerlo. Luego vio algo que se movía entre las zarzas de la cercana isla. Era una figura humana. No hizo el menor caso de él sino que siguió andando entre la vegetación. Le resultó imposible adivinar quién era.
Golpeó tentativamente el agua y dio un paso al frente. De repente se hundió hasta la cintura. Aquello disparó una alarma interior, era una sensación que nunca hubiera podido imaginar: miedo al agua, origen y fuente de la vida.
Yace sobre ella. Después empuja el agua hacia ti con las manos y da patadas con los pies. Contén la respiración cuando tengas la cabeza bajo el agua.
La rápida información que le proporcionó Arthur acalló sus dudas. Se separó de su isla y azotó las cálidas corrientes que transcurrían alrededor de él. Batió con las piernas. El agua le llenó la nariz. Unos salados aguijonazos le invadieron los senos y le obligaron a escupir.
Pero avanzaba. Empezó a adoptar un ritmo parecido al nadar de los perros y consiguió mantener la cabeza orientada hacia un lugar por donde la otra isla iba a pasar. Se entregó a las rítmicas oleadas, al agua que arremetía tras él y que le empujaba como si fuera un viento cálido y espeso. Tosiendo, dejándose llevar por la marejada, iba haciendo progresos.
La otra isla-balsa se acercaba a él con dolorosa lentitud. No sentía la fatiga, pero los brazos empezaban a dolerle por el esfuerzo. Luego una ola afortunada le cogió y lo empujó por la ladera de su cresta hacia la isla. La espuma se arremolinaba y le empujaba por detrás. Asustado, dio un corte de guadaña en la reluciente pared verde y cayó jadeando sobre el colchón que había debajo.
La cabeza le zumbaba a causa del golpe que se había dado sobre el suelo. Se incorporó y con pasos inseguros se dirigió hacia la densa espesura que se extendía allí cerca. Parecía impenetrable. Orilló uno de los blancos espacios abiertos. No había ni rastro de la figura humana. Aquella isla era mucho mayor que la suya. Unos robustos árboles salpicaban los terrenos más altos. Detrás, en la vegetación, había otras cosas que no llegaba a discernir, así que empezó a subir por la blanca pendiente…
Y retrocedió, temblando.
La materia blanca que cubría el suelo era un revoltijo de huesos.
El borde estaba formado por piezas pequeñas: dedos, manos, pies.
Algo más lejos había costillas rotas, antebrazos, un jardín de huesos de pelvis aplastados.
Encima del pequeño montículo, había fémures. Cajas costillares enteras. Gruesos brazos. Cráneos blanqueados con sus perpetuas sonrisas y las cuencas de los ojos vacías.
El osario se extendía sobre taludes y elevaciones. Desaparecía al llegar a la zona de vegetación, pero luego volvía a surgir a mitad del camino que conducía hasta otro montículo cercano.
Killeen bizqueó y el miedo le formó un nudo en la garganta. Tentativamente se desvió hacia un claro que se abría en la espesura. Las delgadas ramas susurraron al aumentar la fuerza de los embates de las olas. Luego oyó un sonido diferente.
Pasos, unos pasos lentos y crujientes. Unos apagados tumps puntuados por unos agudos cracs y pops.
Algo se aproximaba. Retrocedió sin saber de dónde procedían los sonidos. Barrió el horizonte con la mirada pero ya no pudo distinguir su propia isla en toda la inmensidad verde.
Volvió a mirar la ladera de escasa inclinación en el preciso instante en que una esfera cromada aparecía sobre la cima. Ante él surgió una red de varillas y cables, unas patas que trepaban y empujaban a sacudidas, unos pies con muchos dedos que se posaban con curiosa suavidad. Allí donde pisaban, los huesos se rompían.
Haciendo un desesperado esfuerzo, Killeen se detuvo y recogió un abultado hueso blanqueado. Lo lanzó directamente hacia la esfera superior del Mantis. Rebotó con un fuerte ruido.
Killeen notó que sus Aspectos volvían a dar señales de vida.
Esta máquina es un compendio de inteligencia. Nos había suprimido para que pudieras orientarte. Puede hablarte mejor a través de nosotros que de forma directa.
—¿Por qué? —La voz de Killeen había enronquecido a causa de la rabia.
Es obvio que nos parecemos más a él. Nosotros, los Aspectos, como inteligencias almacenadas que somos, podemos percibir mucho mejor, con nuestros colectores digitalizados, el lenguaje codificado en hologramas de una máquina. El Mantis nos ha enseñado cómo hacerlo, durante estas últimas horas. Yo…
—¿Horas?
El Mantis se acercó andando con firmeza sobre sus patas.
En realidad, estás inconsciente. Esto es un sistema de comunicación del Mantis. Nos incorpora a todos nosotros en su… bien… decir sistema sensorial es algo demasiado poco explícito. Tiene poderes y capacidades que no puedo calibrar. En cierta manera, este lugar es una transformación de Fourier combinada de nuestras propias mentes y de la del Mantis. Resulta más fácil acoplar unas inteligencias tan diferentes en el espacio de Fourier, donde las ondas se reducen a momentos, y una entidad localizada (tal como tú mismo) queda representada como un conjunto en expansión de tales momentos en el coplanario espacio-tiempo del Mantis. Un interesante…
—¿Tú entiendes todo esto?
No del todo, no. A pesar de la ayuda de la adaptación adecuada al modelo del espacio de Fourier, todavía tiene dificultades para comunicar conmigo, que soy un Aspecto. Los Rostros, desde luego, apenas si pueden apreciarlo. Intentamos…
—¿Qué quiere?
El Mantis se detuvo y se posó sobre el terreno en pendiente. Killeen tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para dejar de apretar los puños. Sus pies querían dar la vuelta y echar a correr, pero se quedó allí donde estaba.
Killeen, que conservaba un precario control de sí mismo, exclamó:
—¿Y por eso ha estado persiguiéndonos? ¿Y matándonos?
—¡Déjanos en paz! —explotó Killeen, con los puños apretados y los brazos caídos.
—¡No somos ninguna condenada migaja! ¡Somos gente! Todo lo que queda de la humanidad desde que nos trajiste la Calamidad y, y…
Killeen consiguió parar. Tenía que mantener el control. Probablemente no había manera de salir de allí, ninguna esperanza de sobrevivir. Pero hasta que no lo supiera a ciencia cierta, mientras Toby o Shibo o cualquiera de los demás pudiera estar todavía con vida, tenía que aguantar y seguir. Tenía que controlarse.
El Mantis sabía que los humanos se estaban congregando en Metrópolis. No quería molestarnos. El Especialista Renegado estaría alguna vez a punto de cometer un error y aquello atraería toda la fuerza de los Merodeadores sobre Metrópolis. El Mantis dice que probablemente nosotros ya lo sabíamos.
—Sabíamos que un día u otro deberíamos luchar, claro que sí. Danos tiempo, nos las arreglábamos muy bien contra los Merodeadores. —Se puso en jarras para demostrar que ya no pensaba en echar a correr. Incluso si se hallaba en una especie de espacio matemático (fuera lo que fuese aquello), sabía que el Mantis interpretaría su gesto.
Cuando Arthur le pasó la respuesta del Mantis, descubrió un claro sarcasmo.
Tanta arrogancia resulta divertida, y tal vez sea propia de vosotros, pero no es conveniente. Metrópolis sobrevivió tanto tiempo sólo porque el Especialista enmascaró su emplazamiento. Y el Mantis también colaboró en ello.
—¿Qué dices? ¿Que el Mantis…?
—¡Pero si el Mantis mató al Especialista!
—No lo entiendo. Hatchet dijo…
—Pero si Hatchet me dijo que un par de Merodeadores habían descubierto Metrópolis. Los King los destruyeron con toda facilidad.
—¿Sospechado? Pero ¿qué?
Que su Metrópolis era un enclave protegido por el Mantis, un lugar donde los humanos podían congregarse y mezclarse. El Mantis llevó en manada a los Bishop y a los Rook hacia Metrópolis con este propósito.
Killeen hizo una mueca.
—¿Que nos llevó en manada? ¡Nos mató! ¡Con la muerte definitiva!
Aquí resulta difícil usar el léxico del lenguaje humano. El Mantis considera que lo que hizo en las emboscadas no era matar. El término que preferiría utilizar es, bien, cosechar.
La forma suave y sin énfasis con que Arthur se expresaba provocó un temor frío en Killeen.
—La muerte definitiva… sin darnos la oportunidad de conservar un Aspecto…
Pues sí, mi atrofiado amigo tiene razón. Comprenderás que nuestra limitada existencia no nos parezca suficiente, ¿no te parece? Somos como unas sombras de los hombres y mujeres que fuimos antes. ¿Nos vas a reprochar que golpeemos los barrotes de nuestras jaulas de vez en cuando? Hasta los más locos de entre nosotros se dan cuenta de nuestro truncado estado y quieren…
¿Osas llamarme loco? ¡Soy el único que no me arrodillo ante esta máquina infernal que está ante vosotros! No voy a ceder…
Como en un relámpago, Killeen notó que algo oscuro y enorme se posaba en su mente, ahogando los gritos estridentes de Nialdi.
—¡Espera! No puedes destruir un Aspecto sólo porque… —Su voz se fue apagando a medida que se daba cuenta de lo absurdo de la situación. Estaba embebido en los espacios matemáticos del Mantis. Cualquier suceso que le pareciera real no podía ser más que una ilusión. Sus protestas eran como los débiles chillidos de un ratón atrapado en las zarpas de un gato.
Volvió a recordar al ratón que había visto tiempo atrás, sus brillantes y ágiles ojillos que le miraban fijamente. También él habría tenido sus deseos, sus modestos planes. Su dignidad.
La mente de Killeen iba dando vueltas en el vacío, empujada de un lado a otro por los vientos de la desesperación y de una desbordante ira.
Por desgracia, nosotros, los Aspectos, nunca lo sabremos. Sin duda vamos a ser eliminados, como añadidos innecesarios, mientras que las personas actuales serán conservadas. Pero el Mantis quiere demostrarte lo que significa cosechar. Tal vez sólo puedas entenderlo si presencias una muestra.
Killeen hizo una mueca de desprecio.
—¿Muestra? Ya vi bastante allí abajo. Aquellas piernas pedaleando. Aquella horrible factoría sexual, ¿te acuerdas?
El Mantis se agitó. Sus doce cromadas esferas separadas cambiaron de lugar en la red de varillas de carbón, produciendo crujidos metálicos.
Aquello era un trabajo sin terminar. Forma parte de un proyecto mucho mayor.
—No me cabe la menor duda de la clase de…
Ni tú ni nosotros lo podemos comprender. Los componentes de aquella «factoría sexual» eran una mezcla de órganos y máquinas. Tiene un propósito determinado. Algo experimental, desde luego, como todas las demás construcciones que había en aquella misma sala. Pero lo que aquello pudiera llegar a ser dependía de quién lo contemplaba.
—¿Qué quieres decir? Aquello era grotesco, repugnante…
Este tipo de construcciones adoptan formas que expresan el subconsciente de quien se acerca a ellas. Ese trabajo intentaba ser una especie de analizador psicodinámico para los mecs. Puede evidenciar los conflictos y defectos de funcionamiento en los programas de cualquier máquina inteligente avanzada. Lo que captó de ti y de nosotros fue una constelación de sentimientos sumergidos, y de necesidades. Hay que admitir que la representación era directa y gráfica. Pero el Mantis dice que las mentes mecs sólo se pueden limpiar, reparar y reajustar a través de esquemas tan explícitos como aquellos.
Killeen empalideció.
El Mantis pregunta si sabías que la interrupción de tus impulsos sexuales podía conllevar la acumulación de estos en otra parte de tu personalidad. Desde luego, comprende la utilidad del recurso a plazo corto, pero al parecer, como una estrategia a plazo largo, ha de obsesionar con complejos…
—¡Cállate! ¡Cállate!
Killeen se oyó chillar como si estuviera muy alejado. Era como si pudiera percibirse a sí mismo como dos personas distintas. Una se enfurecía cada vez que recibía una nueva revelación, mientras que la otra deseaba con todas sus fuerzas escapar de aquella pegajosa y asfixiante red. Dentro de él había algo terriblemente equivocado, algo que casi no podía vislumbrar. Unos ramalazos de profunda ira y de deseo le atravesaban. ¿Cómo podía conservar sus frágiles sentimientos de dignidad y de autorrespeto frente al Mantis, que con tanta facilidad podía penetrar en lo más profundo de su ser?
Empezó a temblar. El Mantis extendió un delgado brazo. El extremo de este se articuló en una parodia giratoria de una mano de cinco dedos. El Mantis la movió en dirección a los arbustos. Luego señaló.
Tanto tú como nosotros entenderemos mejor el destino de los que han experimentado la muerte definitiva con un ejemplo. El Mantis quiere que lo veas.
—¿Ver, qué?
Killeen asintió con tristeza. En todo aquel asunto no le cabía la menor posibilidad de elección.
Anduvo con las piernas rígidas hacia los arbustos. La mayor parte de la vegetación repetía los mismos tonos cromáticos pardos y verdegrises. Las apretujadas matas estaban anudadas de un modo curioso, como si las hubiera hecho alguien que conociera cómo eran las plantas pero a quien le faltaran los detalles de cómo se unían las ligeras hojas a las ramas, o la aspereza de la corteza, o la compleja diversidad de la vida. Aquellas plantas estaban apretujadas y entrelazadas de una forma que sutilmente se advertía incorrecta.
Se abrió camino entre ellas; algunas tenían espinas que le pinchaban al pasar junto a ellas. Se encontrara o no en un espacio matemático rarificado, allí las cosas también herían. El lento oleaje del océano verde hacía oscilar la vegetación como el perezoso respirar de un ser dormido.
Sólo veía aquellas retorcidas plantas de color tostado. Llegó más lejos, contento de poder alejarse y no estar frente al Mantis. Luego rodeó una planta excepcionalmente alta y gruesa y descubrió a un humano. O al menos, se parecía mucho a un ser humano.
Se quedó quieto, apartando la cara, como si estuviera escudriñando algo que estaba muy lejos. El cuerpo era delgado, las piernas aparecían inclinadas y eran multicolores. Killeen tuvo la impresión de que podía ver, a través de aquella piel blanca como la cal, las gruesas fibras blancas que ligaban los músculos y los cartílagos. Unos tendones amarillos se alargaban como correas introduciéndose entre los huesos. Parpadeó y la piel volvió a recuperar su opacidad de un blanco muerto.
Era una mujer. Pero no enteramente humana.
Tenía unas profundas hendiduras debajo de un pecho. Por ellas silbaban unas largas y profundas respiraciones.
Le percibió. Empezó a volverse. La cabeza se inclinaba con movimientos espasmódicos, con ruidos de trinquete. Una gasa roja le envolvía los pechos. Una mancha oscura entre sus piernas parecía agitarse y vibrar con una oscura vida autónoma.
Las costillas le sobresalían por completo. Debajo de ellas había zonas de piel translúcida. Aquellos espacios pálidos permitían ver parte del cuerpo subyacente, donde nadaban unos órganos azules y pulsantes.
Una mujer. Una rosa apareció en su boca, un precioso resplandor rojo suspendido al extremo de un largo tallo verde lleno de espinas. La flor crecía de ella, dilatando la piel que apretaba su espinosa base.
El tallo de la rosa salía de una profunda boca desdentada… que de alguna manera imitaba una mellada sonrisa.
No tenía nariz.
La barbilla mostraba el mismo ángulo pronunciado tan familiar para él.
Los ojos se lo dijeron todo.
—Fanny… —susurró estupefacto y sin esperanza.
Arthur esperó un poco antes de decir:
Cuando el Mantis mata definitivamente, extrae la esencia de la persona para crear vanas formas. No son unas simples réplicas, sino… variaciones. De esta forma la humanidad podrá vivir, en el seno de algo muchísimo mayor que ella misma. Como una expresión de la humanidad y de sus propias personalidades. El Mantis, ya lo ves, es un artista.