E
l Especialista empezó a describir virajes bruscos. Los motores se hicieron más ruidosos hasta producir un estruendo horrible. Las cadenas bramaban sobre las pulidas losas del suelo de la plaza. Killeen, con su aparato sensorial, no podía oír ni saborear nada más que los chasquidos y chisporroteos de la lucha electromagnética del duelo entre el Mantis y el Especialista.
El equipo se reunió sobre la parte superior del Especialista, arrastrando con ellos a los dos hombres de los King que habían resultado heridos. Killeen observó los ojos blancos vidriosos y las caras asustadas.
—Muertos —declaró Hatchet.
—Muerte definitiva —añadió Killeen.
El Mantis les había extraído la memoria, las esperanzas y los miedos. En consecuencia, ya conocía la existencia de Metrópolis.
Y al mismo tiempo, tenía también a sus Aspectos. Un inmenso lapso de los humanos ya se había quedado transformado en vacío.
El Especialista parecía ser inmune a las andanadas de resonantes whoooooooms que producían unos lívidos túneles en los sentidos de Killeen. La máquina disparaba a través de la plaza.
Se agarraban al costado como unas cometas que revolotearan. Sus perneras y refuerzos pélvicos golpeaban contra el casco zumbante.
—¡Toby! —Lo agarró justo cuando el muchacho se escurría.
Logró sostener a Toby con el brazo derecho, tiró hacia arriba y perdió su presa. El muchacho recorrió un metro hacia abajo y tropezó con una conexión de tuberías exteriores que sobresalía del casco. Toby tiró violentamente de cuanto tocaba buscando un asidero. Killeen se colgó de una repisa, hizo unas tijeras con las piernas y apretó. Toby intentó cogerse a ellas pero perdió su precario equilibrio. Con la mano derecha pudo aferrarse a la pierna de Killeen, agarrándose a la juntura de los amortiguadores de choque con la protección laminada de la bota. Toby giraba en torbellino, daba vueltas sobre las losas que pasaban a toda velocidad por debajo de él. Killeen consiguió izarle por encima de un cuello de ventilación en donde pudo sujetarse.
Entonces el Especialista derrapó.
Killeen pensó que iban a dar una vuelta de campana y que quedarían con el Especialista por sombrero. Buscaba un apoyo firme donde apuntalar las piernas. Antes de que pudiera dar un salto para soltarse, el Especialista se enderezó. Patinando fue a detenerse entre chirridos junto a una monolítica pared de pizarra.
—¡Fuera! —aulló Hatchet—. ¡Algo anda persiguiendo al Reny!
—Y a nosotros. Se trata del Mantis —gritó Killeen.
Se produjo un silencio mortal. Por primera vez, Killeen descubrió una expresión sincera y sin ambages en los ojos de Hatchet: era de pánico.
—¡Maldita sea!
—No tenemos armas pesadas —gritó Shibo.
—¡Oíd! ¡No podemos abandonar al Especialista! —chilló Hatchet cuando algunos saltaron al suelo de la plaza—. Hemos de protegerle.
—Shibo tiene razón. Los rayos electrónicos y los cortadores no sirven para nada frente al Mantis —dijo Killeen.
—Si el Especialista consiguiera averiarle…
—Nos conviene más abandonar este sitio, si podemos maniobrar —observó Killeen.
—Estoy contigo ¡Alejémonos de aquí! Utilizad el Especialista como escudo —transmitió Cermo.
Hatchet dudaba, estudiaba la parte superior del Especialista de donde pendían, en medio de las protuberancias, los compañeros muertos. Killeen pensaba que aquel hombre estaba decidiendo si se los llevaban de allí. Los hombres de los King habían considerado siempre un deber sagrado no dejar sus muertos abandonados.
Pero no se trataba de eso: Hatchet esperaba que el Especialista le hiciera alguna seña, pero no hubo ninguna. El mec estaba muy ocupado llenando el aire de explosiones que producían ecos por todas partes.
Hatchet hizo una mueca y afirmó con la cabeza. Condujo sin dudar al grupo lejos del Especialista inmóvil. Dejaron a los dos muertos definitivos sin ningún comentario. Otro de los King se alejó dando traspiés, con los brazos fuera de control. Se tambaleaba sin poderlo evitar, con la mirada fija.
Killeen se aseguró de que Toby podía andar bien. Se dirigieron a un callejón que se abría en la pared de pizarra.
Las antenas del Especialista giraban, enviándole unos secos palmetazos a través del equipo sensorial.
—Sólo es EM —transmitió Shibo.
Killeen entendió qué quería decirle. Sólo habían oído unos chisporroteos electromagnéticos. Los humanos tal vez no eran vulnerables a los embates de los EM. El Mantis no usaba cañones contra el Especialista, a pesar de que habría sido el sistema más fácil de inmovilizarle.
Hatchet jadeaba mientras corría hacia el callejón.
—Cermo, dirígete a la izquierda.
Allí, en el callejón, había un muelle de carga para los mecs cubierto por un revoltijo de aparatos con forma de ventiladores amarillos, tan grandes como un hombre.
—Intentad hacer blanco en el Mantis —ordenó Hatchet. Mandó a uno de los King hacia otro ángulo, a la derecha.
De inmediato, Cermo empezó a disparar ráfagas. Killeen se agachó y siguió avanzando por el callejón. Esquivó una gran zanja de canalizaciones de acero, indicando a Toby con la mano que le siguiera.
—¿Adónde vas? —le gritó Hatchet.
—El Mantis no puede pasar por aquí —contestó Killeen—. Es demasiado voluminoso. —Y no disminuyó la marcha.
—¡Hemos de ayudar al Reny!
—Los ratones no pueden ayudar a las montañas —dijo Shibo secamente.
—¡Mueve el culo hasta aquí!
—El Mantis se acerca —informó Cermo con frialdad.
Los demás miembros del equipo se miraban unos a otros. Habían preparado las armas. El Especialista no se había movido desde que los humanos habían bajado de él. Les impedía la visión de la plaza.
Podían oír a través de la red sensorial unos golpes regulares, como troncos que se deslizaran sobre las rocas. O como si un gigante estuviera andando por la plaza. Empezaron a alejarse de la boca del callejón.
—¡Haced fuego! —ordenó Hatchet.
—Estúpido —masculló Shibo.
Cermo llegó hasta ellos corriendo pesadamente, gritaba que el Mantis había inutilizado las cadenas de desplazamiento del Especialista.
Hatchet contempló con furia al Especialista, y después miró hacia el acogedor callejón.
—El Reny sabe el camino de regreso —declaró con desespero—. El regreso a Metrópolis.
El grupo comprendió su confusión y la aprovechó para retroceder algunos pasos más. El retumbar de los golpes aumentó. Killeen nunca había oído que el Mantis produjera aquel ruido. Hatchet dudó, pero luego escupió y retrocedió por el callejón. Se detuvo al lado de Killeen.
—Si tú no hubieras…
—Mira —le interrumpió Killeen.
El Mantis apareció ante su vista por detrás de la remachada cresta del Especialista. Sus antenas barrían metódicamente todos los ángulos. Killeen susurró:
—Cerrad los sistemas ¡Rápido!
Su aparato sensorial quedó reducido a un fluido multicolor absorbido por una negra cloaca.
El Mantis era una red de ejes en movimiento. Como si fueran huesos de acero, se reunían en unos enchufes de reluciente cromo. Unos finísimos cables les proporcionaban una extraña agilidad. En aquella ocasión, a Killeen le pareció que se parecía más al envigado de un edificio, a una red móvil, que a un mec integrado.
Sus antenas barrieron el terreno por detrás de ellos sin detenerse. ¿Significaba aquello que no los había descubierto?
El Especialista todavía se defendía. Killeen vio una pequeña arma que asomaba por una torreta y disparaba hacia el Mantis. Un instante después se disolvía entre chispas de color naranja.
—Muévete —susurró Killeen a Toby. Se deslizaron por detrás de un voluminoso conjunto cilíndrico de válvulas y ruedas, que impedía que les descubrieran directamente desde la entrada del callejón.
El Mantis alcanzó al Especialista. Se le subió a la inclinada espalda y al parecer empezó a trabajar en la parte lateral.
El grupo retrocedió, siguiendo a Killeen. Hatchet comprendió que no podía impedírselo a menos que hiciera mucho ruido o que cometiera una locura. Optó por ir tras ellos.
Echaron a correr por una grieta descendente que se iba estrechando entre unas factorías que vibraban. Unas explosiones apagadas llegaron hasta sus oídos. Killeen pensó que era el Especialista que estaba agonizando. Miró hacia atrás y vio un pequeño proyectil radiodirigido que el mec había disparado a lo largo del callejón que acababan de abandonar. Desapareció al cabo de un instante. Luego volvió y se quedó inmóvil en el aire, a la altura del cruce, como si fuera un colibrí. Killeen oyó un débil ping cuando les captó. El proyectil salió disparado hacia delante. Killeen tuvo tiempo de apuntar su arma. El misil desapareció dejando tras él una nube de humo blanco y un trueno le golpeó en la cara. Había explotado mucho antes de que los fragmentos pudieran alcanzarles. Killeen no perdió el tiempo buscando explicaciones. Se agachó para pasar por un pasaje lateral, siguiendo a los demás, y se limitó a pensar en la huida.
Nada les persiguió. Se retiraron a través de un complejo de factorías muy concurridas en las que reinaba un olor muy fuerte. Los mecs trabajaban en las pasarelas y corredores, sin advertir la presencia de los humanos que huían. Por grandes que fueran los poderes del Mantis, no alcanzaban a poner en alerta a todos los mecs de la factoría. O tal vez le pareció que era una medida innecesaria.
Hatchet intentó convencerles de que redujeran su velocidad, de que hicieran un alto para averiguar si el Especialista había logrado escapar. Nadie le hizo caso. Siguieron corriendo. Una fiebre de desesperación se había apoderado de ellos. Killeen comprendía de un modo abstracto los sentimientos de Hatchet, pero su instinto le decía que el Capitán estaba en un error.
Se acordó de su padre, que en cierta ocasión se echó a reír y luego dijo secamente: El hombre valiente, lucha. El hombre inteligente, corre.
Hatchet llevaba muchos años de vida sedentaria. Metido en su agujero de Metrópolis, había perdido facultades.
Después de atravesar tres factorías, alcanzaron la pared limítrofe de aquella zona. En ella había muchos tubos, parecidos a costillas y venas, que se entrecruzaban de forma absolutamente intrincada. En aquella pared se oían gorgoteos de fluidos. Cermo el Lento no había hecho honor a su nombre y llegó allí el primero. Encontró una compuerta con un dispositivo manual. Resultaba evidente que los mecs de mantenimiento la utilizaban para llegar hasta los complejos entresijos de tubos. El paso era muy estrecho. Tuvieron que entrar por allí, como gusanos, de uno en uno.
Sin excesivas discusiones, el grupo abandonó aquella gran zona que se abría en la amplia plaza. No habían vuelto a conectar los aparatos sensoriales colectivos y no tenían idea de dónde podía estar el Mantis. Killeen mandó a Toby hacia delante, con Shibo, y él se quedó en la retaguardia, junto a Hatchet. Miró durante unos momentos hacia atrás.
—Nos ha ido de un pelo.
—Esto ya no importa demasiado —soltó Hatchet, resoplando—. De todos modos, ya podemos darnos por muertos.
—Mejor estar muertos que definitivamente muertos.
—Tonterías. La muerte es la muerte.
Killeen sintió que una rabia fría se le extendía por el pecho. Pero se limitó a decir:
—No les ocultas nada, eres como ellos.
—El Especialista sentía lo mismo que tú —dijo Hatchet con amargura—. Resulta divertido que un mec estuviera tan chiflado como tú.
Killeen parpadeó.
—¿El Especialista no quería la muerte definitiva? ¡Pero si ellos son diferentes a nosotros!
—Hace muchos años, la primera vez que hablé con él por medio del traductor, me dijo que se había convertido en Renegado porque no quería entregar su propia personalidad.
—¿Le preguntaste alguna vez si todos los mecs pensaban como él?
Hatchet se encogió de hombros.
—Por lo que pude saber, me atrevería a decir que no.
La mirada de Killeen se paseó por todos los corredores rectangulares que partían de allí, entre las filas de máquinas ruidosas que trabajaban accionadas por levas. Apareció un mec, pero no se fijó en los dos humanos.
—¿Qué quieres decir?
—Mi padre me contó mucho tiempo atrás que cuando los mecs se desgastan, les ordenan que regresen. Ni siquiera piensan en ello. Llevan una orden de rango superior grabada en la mente. Luego los desmantelan para aprovechar los metales y demás materias primas.
—Igual que hacen con nosotros en la muerte definitiva —dijo Killeen.
—Sigue. Te cubriré. —Como Capitán, Hatchet tenía derecho a ser el último en retirarse, lo que tradicionalmente se consideraba la posición más peligrosa. Killeen se contorsionó para pasar por la compuerta. Tuvo que atravesar por unos cruces muy estrechos en completa oscuridad. Los tubos se le clavaban en las costillas y le hacían perder el equilibrio. Se le ocurrió que si los mecs querían atraparlos de uno en uno, tendrían una excelente oportunidad de conseguirlo. Pero entonces miró hacia delante y divisó una luz. Un tubo se le enganchó en el amortiguador de la manga cuando trastabilló al salir a un fantasmal resplandor de color rubí.
Estaba en una gran habitación. Del bajo techo pendían unos bultos de extrañas formas suspendidos mediante unas cuerdas translúcidas. Las paredes y el suelo emitían una débil luz sin llama.
Todo el grupo se había detenido para mirar aquello, Killeen también lo hizo y trató de observar más detalles. Hatchet apareció detrás de Killeen, hizo un largo reconocimiento de aquella sala que al parecer no tenía fin, y susurró:
—Buscad alguna protección. ¡Rápido!
Killeen siguió a Toby, que iba recuperando su velocidad habitual. Se detuvieron al lado de algo grande y voluminoso que giraba lentamente sobre un eje, en la sombra. El extremo inferior colgaba cerca de la cabeza de Killeen. Dejó que sus ojos se dispusieran para visión lejana a fin de detectar cualquier movimiento en aquella extensa habitación. Incluso a la máxima ampliación, no descubrió otro movimiento que el de aquellas cosas que giraban lentamente suspendidas del techo. Nada llegaba a tocar el suelo. Un sedoso silencio flotaba en el aire gélido y antiséptico.
Aquel lugar daba la impresión de una obsesiva exactitud, los espacios libres y las rígidas perspectivas constituían un marco para las masas oblongas, mal conformadas, que giraban en silencio. Pero cuando Killeen dio unos pasos en dirección a la masa más próxima, captó un fuerte olor que le llenó los pulmones de recuerdos de madera podrida y de moho. Se acordaba de la ocasión en que se había arrastrado por un sótano de la Ciudadela, cuando era un muchacho que se dedicaba a explorar los rincones húmedos en busca de tesoros y misterios. Le habían asaltado unos espesos olores a tierra húmeda y a ropa rancia; allí había unas cajas viejas y rotas, y unos tarros semillenos con líquidos mohosos y espesos.
La mortecina e infernal luz pareció cobrar más vida. Contuvo la respiración.
Estaba contemplando algo parecido a una gran masa de conductores estrechamente enrollados. Esta fue su primera percepción y cuando ajustó más su visión pudo ver las cubiertas elásticas de algo parecido al caucho. Una substancia de brillo aceitoso lubricaba las superficies grises y moteadas. Se desplazaron. Se deslizaban y avanzaban a tientas obstinadamente. Una máquina destinada a algún propósito que él no podía imaginar, no era de metal, tenía venas y estaba turgente. Pero mostraba aquella extraña apariencia de máquina, se movía de una manera no viva. No se le ocurrió que aquello podía ser algo distinto. Los tubos en forma de serpentín tenían un aspecto céreo vistos bajo aquel resplandor mantecoso. Una jalea lubricaba los movimientos. Su resbaladizo avance y retroceso tenía el empuje de un propósito programado. Unos tubos más gruesos se arrollaban entre los más delgados. Unos salientes en forma de pliegues de acordeón se ramificaban hacia otros puntos de juntura. Con una grave lentitud, en uno de los grandes tubos cercanos a Killeen se abrieron unas fisuras ovales, lo que rompió aquel resplandor oleoso. Se iba hinchando. Suspiró débilmente y una fina neblina azul salió despedida hacia arriba. Le llegó un olor dulzón a cloaca que le recordó el del sumidero para los desperdicios que tenían en la Ciudadela, un pesado y exuberante indicio de lo que asaltaría a las narices del que se asomara a ella y oliera de lleno sus «aromáticos efluvios».
Sus ojos no paraban, intentando captar el movimiento general.
Los tubos pulsaban. Aquí y allí, una mancha en uno de los resbaladizos conductos dejaba ver una pálida porosidad. Mientras Killeen y Toby observaban aquello, una fisura se abrió por completo. Se hizo mayor y más ancha. Killeen descubrió que los tubos estaban huecos, eran unos serpentines flexibles. El que estaba más próximo a ellos produjo un ruido de succión. Se retorció para librarse del abrazo de otro serpentín y se enroscó más lejos. Unos anillos corrían formando rizos sobre su piel.
Killeen sintió que la energía de los serpentines se incrementaba en toda la masa que tenía delante. Otro de los tubos se rompió y quedó libre. Tenía una brillante cabeza de forma globular que sólo pudo vislumbrar porque se enterró en una nueva fisura cercana que todavía se estaba ensanchando.
Un furioso apretujamiento se inició en la masa que le rodeaba, Killeen tenía la impresión de que se trataba de un absceso de la musculatura. Unas corrientes de aire mohoso y agrio pasaron junto a él. Oía unos débiles golpes y roces. Después llegó hasta él un suave tono bajo que iba haciéndose más rápido y sibilante. Era como la respiración de un gigante.
Más fisuras se abrieron en las paredes de los tubos cercanos. Aumentaban; las bocas ovales estaban rodeadas por unas cuerdas rosadas. Bostezaban con sus bordes rojizos y lábiles, se convertían en bolsas. Otros tubos arrugados consiguieron liberarse de la masa y oscilaban en el espeso aire. Las romas cabezas aumentaron de tamaño. Buscaban y encontraban fácilmente unas fisuras que parecían abrirse y aumentar en función de los tubos que se liberaban. Las cabezas reptaban entre la masa activa y se introducían por las fisuras que bostezaban. Un prolongado escalofrío acompañaba a cada penetración. La masa rosa se retorcía y se estremecía de un modo inenarrable. Killeen comprendió, casi contra su voluntad, que cada uno era un acoplamiento de órganos masculinos y femeninos que se formaban en la masa gelatinosa y se unían en un grotesco deslizamiento, cada uno buscando al otro en el cieno informe que se palpaba y se frotaba suavemente a sí mismo con un frenesí gelatinoso y directo.
Killeen atenazó los brazos de Toby y lo apartó de allí.
—Vete… apártate de aquí.
—¿Qué es esto? —La voz de Toby sonaba ronca.
—Algo… horroroso.
Mientras retrocedían descubrió unos bultos redondeados y cubiertos de cuero que colgaban de algunos tubos. Testículos. Eran testículos que evocaban alguna clase de semen asqueroso.
Alrededor de las fisuras que ya se habían abierto estaba creciendo pelo. Unos enmarañados alambres negros iban brotando de los tubos mientras los miraba.
La luz cérea que les rodeaba fue desapareciendo rápidamente. Toby formuló más preguntas para las que Killeen no tenía respuestas, y para hacer callar al muchacho se colocó dos pasos por delante de él. La luz se intensificó. ¿Se aceleraría el incesante deslizamiento de la masa que estaba colgada? Se alejó. Sí, el difuso resplandor disminuyó. El movimiento inconsciente se hizo más lento.
—Esto está hecho para… funcionar… cuando hay alguien cerca.
—Yo creía que se trataba de una máquina —dijo Toby con toda tranquilidad.
—Yo también. Pero ahora no estoy tan seguro.
Los demás estaban contemplando otras formas cercanas, y fruncían el ceño. Sólo había transcurrido un momento, pero a Killeen le pareció una eternidad. Hatchet gritó con voz trémula:
—¡A formar! Tenemos que irnos.
Obedecieron en silencio. Unas extensas líneas de aquellas masas suspendidas llegaban hasta donde alcanzaba la vista. A medida que se acercaban, cada una de ellas se agitó bajo una luz cerúlea que nacía de repente. Pronto aprendieron a apretar el paso para dejarlas atrás.
Un silencio frío les envolvía. De las masas suspendidas salía una niebla que formaba capas acres en el aire. Sus pasos producían un tableteo sordo.
Sabían que no tenían ningún plan, que Hatchet les guiaba sin un objetivo definido. Pero era preferible seguir marchando que quedarse y tener que soportar las extrañas visiones de lo que había allí y la creciente sensación de que unas fuerzas horribles se movían con propósitos que estaban más allá del entendimiento humano.
Andaban con rapidez. Unas zonas de brillante resplandor les iban acompañando a medida que las masas empezaban a moverse, y luego iban desapareciendo. La impresión de que algo les perseguía, aunque sólo fueran unos mecanismos automáticos, les obligaba a apresurar sus pasos.
Delante de ellos, la oscuridad iba en aumento. Era una pared de mallas negras.
Hatchet envió a Cermo hacia la derecha y al King herido hacia la izquierda para que buscaran una salida. El hombre de los King regresó al cabo de unos instantes, gesticulando en silencio. Nadie habló. Hatchet conectó sus sentidos el tiempo justo para inspeccionar la pared. No encontró nada. Lanzó una aguda llamada amarilla para que Cermo regresara y luego dejó que su red sensitiva se fuera apagando por completo.
El hombre de los King había encontrado una compuerta hexagonal. Unos raíles llegaban hasta allí desde las más lejanas alineaciones de esculturas. Hatchet supuso que alguna clase de mec tenía que circular por encima de aquellos raíles. Utilizó una de las llaves cilíndricas que le había dado el Especialista. La placa la aceptó y sonaron tres chasquidos. La compuerta se apartó a un lado.
Aquella vez, Shibo fue la primera en entrar. Killeen ayudó al King que había perdido el control de los brazos. Todos se vieron obligados a agacharse para poder pasar por el corto, bajo y ancho pasillo que había detrás.
Shibo, extremando las precauciones, se abrió paso hacia delante. Chocaban unos contra otros en la oscuridad. A Killeen empezaba a dolerle la espalda. Trató de no pensar en sus posibilidades. Si pensaba, se desesperaría y aquello le obligaría a detenerse. En cuanto dejara de pensar, sólo se preocuparía por llegar hasta el final. Había aprendido la lección en los muchos años de viajes, había visto que hombres y mujeres muy buenos acababan hundidos a causa del desespero que les atenazaba el pecho como una garra de hielo, apoderándose de sus corazones.
La fatiga hacía mella en todos ellos.
Nadie hablaba. El mundo de Killeen se reducía a la inmediata oscuridad y al contacto de su mano con el hombro de Toby.
De repente, una luz les hirió los ojos, cegándolos con un abrasador resplandor. Uno de los paneles se había abierto automáticamente delante de ellos.
—¡Me parece que está despejado! —gritó Shibo.
Salieron de allí a trompicones y llegaron a una caverna tan grande que Killeen no llegaba a divisar las paredes ni el techo. Los edificios se perdían a lo lejos. Unas complicadas maquinarias que emitían zumbidos festoneaban la superficie de las factorías. Unos mecs se acercaban por el aire, a mucha altura, por debajo de un toldo de niebla gris. Unas fajas de luminiscencia ámbar iban a dar contra las burbujas de vapor verdoso que se elevaban en el aire.
Parpadearon. Los ojos iban nerviosamente de uno a otro lado. El aire estaba cargado de olores acres.
—Atención —gritó Hatchet—. ¡Vámonos!
—¿Adónde? —jadeó Cermo.
—Hacia fuera. Hay que buscar el camino de salida.
—Estupendo. ¿Por dónde está ese camino?
—Lo buscaremos hasta dar con él, eso es todo —respondió Hatchet con firmeza.
Uno de los King preguntó:
—¿Piensas que deberíamos buscar al Reny?
—El Reny ha desaparecido —declaró Killeen—. El Mantis come mecs como este para el desayuno.
Hatchet entornó los ojos, acentuando los ángulos de su cara.
—¿Tienes alguna idea mejor?
Killeen movió la cabeza con cansancio.
Se dirigieron hacia la pared más alejada a pesar de que no llegaban a verla. Hatchet dijo que tenía un buen sentido de orientación y que aquel era el camino hacia la superficie del edificio-montaña.
Anduvieron durante una hora antes de que el Mantis diera con ellos.