A
l principio creyó que se trataba de una montaña. Luego descubrió una miríada de aristas trabajadas y los lisos planos inclinados oblicuos. Era un complejo tan amplio que parecía parte del paisaje, haciendo enanas a las colinas cercanas.
El Especialista Renegado se dirigió a velocidad máxima hacia los edificios que se levantaban en los lugares más elevados. Cruzaron una llanura abierta sin grietas y de suelo duro. Otros mecs circulaban a gran velocidad por los caminos. El silencio estaba preñado de misterios. Se veía aumentar de tamaño a algunos mecs que zumbaban por allí, y luego se encogían sin que su desplazamiento se advirtiera en lo más mínimo. Killeen no podía seguir un tránsito tan rápido y temerario. Se parecía al vuelo de las bandadas de pájaros que había visto alrededor de Metrópolis, pero en los mecs cada uno se movía invariablemente en línea recta.
El Especialista no aminoró la marcha. Sus antenas enviaban señales y zumbidos en todas direcciones. Un transporte con remolque se les echó encima. Pasó tan cerca de ellos que Killeen vislumbró las marcas del registro de componentes en las etiquetas de los cascos. El remolino que produjo les golpeó con un duro ¡crack! En la base de la montaña se abrió un círculo negro. Killeen alzó la vista y descubrió unas trabajadas paredes de pizarra. Una detonación acompañada de un resplandor naranja se originó en mitad de la pared montañosa. Antes de que pudiera averiguar qué la había causado, el túnel se los había tragado.
A pesar de todo, el Renegado no disminuyó su marcha. Se lanzaron a través de aquella negrura insondable. Un viento caliente les acarició.
Killeen estaba tumbado, quieto, sintiendo la aceleración con que avanzaba el Especialista, y esperando. Oyó que Hatchet hablaba con los demás por el circuito de alcance limitado. Hatchet dio las órdenes apropiadas para cuando se detuvieran, con una voz de tono muy bajo y cargada de ansiedad. Todo dependía de lo que sucediera.
Disminuyó la velocidad.
Se dejaron llevar en silencio por el impulso acumulado.
Frenaron por completo.
El grupo descendió gateando hasta la parte inferior. Killeen no se movió, pero notó que Shibo estaba cerca.
De pronto, unas luces rojas les iluminaron desde arriba. Estaban en un enorme sótano. Unos voluminosos contenedores llenaban casi todo el espacio, apilados en montones de formas helicoidales que se enlazaban unos con otros. Killeen no vio ningún mec.
Entre él y Shibo bajaron a Toby del Especialista. No llegó a ver cómo el grupo neutralizaba a dos mecs, pero pudo oír los rápidos ruidos de roce de la lucha electromagnética.
—¡Apresuraos! —les gritó Hatchet. Se diseminaron por entre los oblongos bidones. Algo parecido al cristal se quebró bajo las botas de Killeen. Toby gruñó y sofocó un gemido. Killeen no volvió la vista atrás para averiguar qué hacía el Renegado.
Llegaron a una pequeña compuerta. La mayor parte de la comitiva ya se había introducido por ella. Un mec achicharrado estaba cerca de allí desprendiendo humo. Killeen hizo pasar a Toby en la camilla, Shibo iba delante con una pistola preparada.
Detrás había una simple zona cuadrada. Unos mecs blanquiazules corrían por allí, pero no prestaron la menor atención a la reducida partida de humanos que salían por una pared en la cual no se apreciaba la menor marca. Killeen supuso que estaban en unas nuevas zonas de almacenes. Un lejano ruido llegó hasta ellos desde el techo.
—Ahora viene la parte difícil —transmitió Hatchet.
El grupo corrió hacia un arco pequeño. Se veía a la perfección que se trataba de una puerta de entrada. Unos símbolos de significado arcano decoraban ambos lados. Killeen conocía algunos códigos de acceso y reconocimiento desde los tiempos en que iba con su padre en expediciones de pillaje. Observó con cuidado las piezas pulidas de fundición de aleación de cobre que llevaban incrustadas unas líneas serpenteantes. Aquellos circuitos impresos en plata eran nuevos para él.
Hatchet introdujo ciertas instrucciones en los circuitos significativos. Había unos puntos hexagonales de inserción en la pared de metal cerámico. Killeen nunca había visto a nadie que los utilizara.
Hatchet ni siquiera se detuvo. Sacó unos pequeños cilindros de sus bolsillos, los introdujo lentamente en los agujeros y los hizo girar hasta que sonó un chasquido. Ante su eficiencia, todos se fueron tranquilizando; la serenidad aparecía como el cielo azul a través de las nubes de tormenta. Todo el grupo le observaba con mala cara.
La puerta de polímero se deslizó a un lado. Nadie intentó atravesar el umbral.
—No se abre más —dijo Hatchet retrocediendo—. Ahora…
Silencio. Caras de preocupación. De repente, Killeen supo que allí era donde los King habían sufrido las dos bajas.
—Necesitamos al muchacho —dijo Hatchet.
—¿Para qué? —preguntó Killeen, con un nudo en la garganta.
—Tiene que arrastrarse a través de esta abertura, y después ha de anular los circuitos que se encuentran al otro lado.
—No puede. ¿No te acuerdas de lo que le pasa en las piernas?
—Ese es el problema —reconoció Hatchet—. Es el único que puede hacerlo.
—Busca a cualquier otro para que se arrastre.
—No lo entiendes. Tu hijo no tiene Aspectos. Por eso le faltan muchos circuitos, las pastillas insertadas, y todo el resto. Esta puerta es sensible a esos elementos.
—¿Es esto lo que quería decir el Especialista? —preguntó Killeen para ganar tiempo.
—Claro que sí. Lo vio enseguida. —Los ojos de Hatchet se movían bailones, excitados por aquella posibilidad—. Nunca hemos podido pasar por aquí. El equipo para curar a Toby está tras esta puerta. El muchacho tiene muchos menos circuitos. Los mecs han preparado esta puerta de manera que detecte hasta a los humanos. Comparados con los mecs, nosotros tenemos poquísimas conexiones, pero esta puerta descubre aunque sea sólo una minucia.
—Mató a tu gente.
—Sí, es cierto. Mira, no se trata sólo de que tu hijo no tenga Aspectos —explicó Hatchet, y su cara tenía una expresión preocupada, razonable. Extendió las manos en un gesto que indicaba: «¿no lo ves?»—. El Reny supone que si tu hijo ha perdido el uso de las piernas, posee todavía menos conexiones nerviosas que pueda detectar la puerta.
—Tú… —Miró al resto del grupo. Deseaba con todas sus fuerzas poder destrozar a Hatchet, patearle los huevos hasta dejarlos hechos papilla. Pero aquello no iba a salvar a Toby.
El Capitán de los King dijo con malicia y frialdad:
—¿Quieres que convierta esto en una orden?
—No puedes estar seguro de que salga bien.
—El Reny supone que sí. Por este motivo pidió que el muchacho regresara al terreno de aterrizaje, ¿verdad?
Killeen asintió.
—No es el Especialista quien va a arriesgar sus preciados circuitos —soltó Shibo secamente; pero comprendía la situación. Apoyaría a Killeen pero era él quien debía tomar la decisión. A la larga, nadie podía cargar con la responsabilidad de decidir por los demás.
Killeen comprendió que Hatchet, deliberadamente, no le había comentado nada relacionado con aquello hasta entonces, cuando ya no había tiempo para discutirlo.
—Aunque el Especialista esté en lo cierto, Toby no puede pasar a través de esta rendija.
Shibo estaba a punto de apoyarle. Hatchet alzó la mano, y su boca estaba apretada con decisión.
—¿Le quedan los brazos, verdad? Puede arrastrarse para atravesarla.
Killeen permanecía rígido, en pie, incapaz de pensar en nada. Tenía que impedir aquello. Pero no había tiempo para desarrollar los razonamientos, no tenía argumentos contra un Capitán que había dirigido toda la incursión esperando aquel momento.
Killeen se recordaba a sí mismo que Hatchet había estado en muchas expediciones, tenía mucha experiencia y había hecho muchos trabajos para el Especialista. Llamaba «él» al Renegado, como si fuera un ser humano.
Desde que oyó a Killeen discutir en voz alta con el Especialista, había estado al corriente. Pero no lo había comentado con nadie, porque aquello resolvía alguno de los problemas a los que Hatchet se enfrentaba. Habría la posibilidad…
—¿Qué hay allí? —preguntó Killeen.
—Biocomponentes. Una factoría, suministros, almacenes, de todo.
—¿Los necesita el Especialista?
—Sí. Nos dará muchas cosas si le conseguimos lo que necesita.
—¿Tanto vale esto?
—Si son las piezas adecuadas, con los equipos convenientes, no te quepa la menor duda. Mira, el Reny puede conseguir las partes metálicas sin problemas, pero con los componentes biológicos le resulta más difícil. Los mecs no pueden fabricar los biocomponentes con tanta facilidad, y por eso los guardan.
La vocecita de Arthur se clavó como un dardo en la mente de Killeen:
Opino que los mecs guardan los inventarios de los biocomponentes precisamente para desbaratar los planes de los Renegados. Los biocomponentes requieren una elaboración mucho más delicada. Para evitar el uso indebido de ellos, las biofactorías están protegidas con trampas tan sensibles como la de esta puerta.
Killeen se dio cuenta de que existía un contacto entre los Aspectos y el Especialista. Bien. Necesitaba un guía y…
Hatchet dijo, animado:
—Vamos, Killeen. El Reny puede ayudarnos. Tu brazo. Las piernas de Toby. ¿Qué otra cosa podemos hacer?
Killeen se quedó largo rato en pie porque no quería dejar pasar aquel momento y trataba de ver un camino claro. Si se agarraba a aquellos segundos indefinidamente, no se vería obligado a enfrentarse al terrible momento en que su hijo tuviera que…
—¿Papá?
Miró a Toby, que yacía a poca distancia, casi sin verlo. La camilla estaba plegada y una manta de tela basta cubría su pálida y macilenta cara.
—Papá, será mejor que lo haga. Así no sirvo para nada.
La cara de Toby reflejaba una obstinada dureza y un desespero que su padre no había visto antes. Killeen notó un frío en el estómago. En un abrir y cerrar de ojos, Killeen vio a su hijo como otra persona, no como un origen o un legado, sino como una inteligencia separada que ya era capaz de trazar su propio destino. Toby había dado, a su manera, la señal que implicaba el dominio de su futuro. En aquella situación, los usos y costumbres de la Familia Bishop liberaban a Killeen de su persistente papel. Killeen comprendió que se sentía agradecido y quería agarrarse a aquello. Pero no conseguía decidirse a hacerlo.
—Toby tiene razón —dijo Shibo en voz baja.
El grupo reconoció lo que significaba aquel momento, el punto de apoyo crucial que siempre, al final, impulsa el mundo de un muchacho hacia algo mucho más importante. El cambio debía tener lugar mediante un ritual santificado o en el campo de batalla; pero cuando hubiera llegado aquel instante, el cambio de relación entre padre e hijo sería ya irreversible.
Killeen asintió. Toby tenía derecho a arriesgarse. El derecho a morir, si así lo escogía.
Empujaron al muchacho hasta donde pudieron. La matriz de los sensores de la puerta era una zona formada por relucientes cables que recubrían por completo la parte interior del marco.
Se oyó un zumbido cuando la mano de Toby atravesó el umbral.
—¡Sigue adelante! —le urgió Hatchet.
—No le atosigues —escupió con fiereza Killeen—. Déjale que vaya a su aire.
—La puerta no va a esperar mucho tiempo —advirtió Hatchet—. Apresúrate, muchacho.
Toby adelantó la otra mano. Tenía las uñas largas y pálidas. Sus piernas se arrastraban tras él, inertes e inútiles. Bajo la áspera tela verde del saltador, las piernas parecían encogidas y reducidas a pulpa, como si hubieran estado descuidadas mucho tiempo. Toby logró asirse bien al marco de la puerta. Entre gruñidos, se empujó hacia delante.
—¿De cuánto tiempo dispone? —preguntó Shibo.
—Pues… —Hatchet se lamió los labios—. En una ocasión teníamos una chica que salió malherida. Trató de cruzar a rastras.
—¿Sí? —inquirió Killeen.
—Ella… no calculé el tiempo… pero tardó mucho en atravesarlo…
—¡Maldito seas! ¿Cuánto tiempo?
—Ella… se adentró más. Pero también tardó más tiempo. Yo…
Killeen gritó a Toby:
—¡Empuja!
El sudor empezó a caer por la cara macilenta del muchacho. Reinó el silencio. Killeen oía cómo los demás llenaban los pulmones y contenían la respiración.
Toby tanteó hacia delante y encontró una pequeña grieta en el suelo deforme. Se trataba de una baldosa de poliplástico cuyo borde se había abarquillado formando un pequeño ángulo. Ofrecía una especie de labio que permitía un punto de apoyo. El labio se dobló ligeramente. Toby logró meter todos los dedos bajo el borde y se apoyó. Avanzó con lentitud. Aquello le permitió alcanzar otra baldosa. Metió tres dedos bajo el borde y gruñó.
Killeen no veía que el muchacho avanzara en absoluto. El negro marco de la puerta parecía agrandarse en su campo de visión hasta llenarlo por completo. Toby había cruzado el dintel a medias.
El muchacho se deslizaba con una lentitud infinitesimal. Killeen se inclinó acercándose cuanto pudo sin interceptar los detectores de la puerta. Los murmullos de fondo del tránsito mec parecían quedar atrás.
Toby adelantaba centímetro a centímetro. Arrastraba las piernas, que rozaban contra el suelo.
De pronto, la puerta emitió un ruido. Empezó a oírse un leve chirrido.
—¿Qué es esto? —preguntó Killeen.
—No lo sé. No recuerdo haberlo oído otras veces —respondió Hatchet.
—¡Hacedle volver! —exclamó uno del grupo.
Killeen no sabía quién lo había dicho ni por qué, pero la voz le causó un sobresalto. Dio un paso, con las manos extendidas hacia donde estaban los pies de Toby. Confiaba en sacarle de allí dando un rápido tirón antes de que la puerta detectara los circuitos que llevaba en la cabeza.
Deprisa. Bastaba un rápido movimiento.
Dio otro paso, alargó la mano para coger los tobillos de Toby…
Shibo le dio un fuerte empujón en el hombro. Perdió el equilibrio y cayó hacia un lado.
La puerta chirrió con más fuerza.
—¡Maldita sea! —Killeen volvió a ponerse en pie.
—¡Papá! ¡Déjame! —gritó Toby.
—Pero…
—Yo… lo… conseguiré…
El muchacho se arrastró de nuevo, agarrándose a algún reborde tan pequeño que Killeen no llegaba a distinguirlo.
Toby apretaba la cara contra la pulida superficie para poder llegar con los dedos lo más lejos posible. Pero en aquella posición no podía estudiar el terreno.
La puerta emitió un ruido.
Toby tenía la cara bañada en sudor y suciedad. Bajo aquella capa, su piel había adquirido la palidez de la muerte a causa del esfuerzo. Sus manos tantearon hacia delante, pero no encontraron nada. El suelo era tan liso que no le ofrecía un lugar donde agarrarse.
—Busca hacia la izquierda —indicó Shibo suavemente—. Un bulto.
Toby deslizó la mano izquierda y encontró una arruga en el suelo pulido. Consiguió arrastrarse un palmo más.
—Ahora, hacia delante —dijo Killeen—. Me parece que hay una línea que sobresale.
Pudo aferrarse a la cubierta de algún cable enterrado. Toby se estiró. Aquella vez pudo colocar apenas cuatro dedos sobre el borde. Se agarró con la punta de los dedos. El muchacho jadeó y luego contuvo la respiración. Hizo fuerza con los músculos del antebrazo.
En profundo silencio, Killeen pudo oír unos chasquidos secos. Miró a su alrededor. Todos los de la cuadrilla estaban petrificados. Tardó un poco en darse cuenta de que los sonidos procedían de Toby.
Cada ruido se producía claro y separado. Reconoció casi enseguida que eran las uñas de Toby al romperse.
El muchacho se mordía los labios y la sangre le corría por la barbilla.
Soltó el aire como si tuviera un acceso de tos. De algún modo, engarfió con fuerza los dedos, aferrándolos en el borde, y así logró arrastrarse hacia delante.
Un palmo. Dos. Tres. Sus dedos volvieron a tantear la superficie.
El chirrido de la puerta se interrumpió. Reinó un profundo silencio.
Toby se alzó sobre los codos. Gimió. Se dio la vuelta. Se apoyó con los codos sobre el pequeño reborde de la baldosa que le había permitido llegar hasta allí. Empujó. Consiguió colocarse de lado y (lo que parecía imposible) rodar… hacia delante… con las piernas lanzadas una sobre otra gracias a un movimiento de caderas… y atravesó el umbral de la puerta.
La puerta emitió tres notas claras y agudas.
—Esto es la conformidad —dijo Hatchet, en voz alta y apretada—. ¿Lo ves? Sabía que resultaría. No tienes más que pulsar aquellos interruptores que ves allí, Toby.
Hatchet seguía sonriendo, con las manos en las caderas, cuando Killeen le atizó fuertemente en la barbilla. Hatchet cayó al suelo con una ofendida expresión de sorpresa.
Era un lugar malsano y maloliente.
Los peones soltaban unas nubes acres a la húmeda y tibia atmósfera. Había recipientes que burbujeaban. Los coloides fluían a través de tubos transparentes que se dirigían hacia arriba hasta penetrar en la oscuridad, que los ocultaba.
Killeen no alcanzaba a distinguir el techo. Las sucias nubes que había allí se abrían a veces, pero sólo para mostrar unas capas más oscuras que estaban por encima de ellas. Unos peones voladores se lanzaban entre los vapores en extrañas trayectorias curvas.
La lábil inteligencia gris que Killeen percibía mordisqueando la frontera de su aparato sensorial había acelerado sus ritmos. El Especialista se acercaba, lo sentía.
El grupo se deslizó aprisa por una estrecha antesala. Killeen y Shibo tuvieron problemas para no rezagarse, ya que llevaban a Toby meciéndose en las parihuelas que cargaban entre los dos. Killeen sentía en los hombros un dolor que se iba propagando como si fuera calor que se le expandiera por el cuerpo. Pasaron entre los colosales almacenes. Una niebla ambarina flotaba en el aire muy por encima de ellos.
Llegaron a otra arcada. Esta era tres veces mayor que la franqueada por Toby. Al parecer, Hatchet conocía también aquel modelo. Introdujo dos llaves cilíndricas en una cerradura. Se abrió la puerta de tela metálica de color azul. En el espacio abierto que había detrás de ella no se encontraba el Especialista.
Shibo preguntó:
—¿Está aquí el Especialista?
Killeen se mordía el labio.
—Sus instrucciones lo decían. Aquí hay algo que necesita. No se preocupa lo más mínimo por nosotros, pero será mucho mejor que…
De repente, el Especialista se puso ante ellos. Se desplazaba tan deprisa que Killeen sólo llegó a ver una cuña de metal muy bruñido que se expandía. Saltó a través de la puerta, acompañado por un fuerte ruido de carraca. Sus cadenas de desplazamiento destrozaron el suelo al detenerse cerca del grupo.
Bud tradujo:
Killeen hizo una seña a Hatchet, quien asintió. En silencio, los humanos se distribuyeron por el costado del Especialista. Killeen sostenía a Toby en un guardabarros sobre las cadenas de desplazamiento. Apenas acababan de subir cuando el Especialista emprendió la marcha a toda velocidad. El Renegado adelantó a algunos mecs que, sin dar muestras de haber reparado en él, siguieron con sus trabajos con los ocho brazos.
Aceleraron. Unas manchas de luces y sombras pasaban por su lado. El Especialista corría lanzado por los estrechos pasajes, con las cadenas traqueteando. Los humanos se sujetaban con fuerza en previsión de los repentinos bandazos y de las andanadas de vibraciones a que estaban sometidos.
Killeen trató de colocar a Toby en una posición más alta, pero le resultó imposible. Algunas veces el guardabarros crujía, y uno de los bordes rozaba en las esquinas al doblarlas. La segunda vez en que ocurrió esto, la mitad de la manta de Toby quedó desgarrada.
—¡Despacio! —gritó Killeen—. Vamos a…
El Especialista frenó en seco. Killeen abrigó a Toby con lo que había quedado de la manta. Comprendió que el Especialista no se había detenido porque él se lo hubiera indicado sino porque se encontraban ante un nuevo complejo industrial. Unas torres de vidrio de color ámbar oscuro se elevaban y se retorcían con gracia bizantina. Unos fluidos goteaban en algunas de ellas, y en otras corrían como torrentes. El cielo las bañaba con un resplandor ultravioleta chillón. Killeen se observó las manos y vio las venas negras debajo de la piel.
El Especialista les guio.
El mec apenas podía introducirse por el estrecho pasillo que separaba dos conos invertidos translúcidos donde burbujeaban unas corrientes tóxicas. Varias capas de un gas de color muy oscuro flotaban encima de ellos. El pesado aire las dispersaba y esto afectaba a los senos frontales de los humanos, como si les introdujeran unos dedos fríos y húmedos.
Llegaron a una galería de nichos iguales. Unas cajas de polialúmina verde formaban pilas idénticas que se elevaban hasta el cielo cargado de vapores. Había tubos por todas partes.
—Esperad —susurró Hatchet. Hizo unos gestos. Un mec trabajaba en el extremo más apartado del complejo. Desde aquel ángulo no podía descubrir la delgada fila de los humanos. El Especialista desapareció detrás de un edificio en forma de caja.
—¿Acaso el Especialista no puede hacerle callar? —preguntó Killeen.
Killeen transmitió el mensaje a Hatchet y luego, para sí, preguntó: ¿Qué va a hacer para curar a Toby?
Será mejor que esta cosa no intente ningún truco, pensó Killeen. Era una amenaza velada, aunque dudaba que ninguno de ellos pudiera dañar al Renegado.
Hatchet conferenció con su gente. Los King asintieron entre susurros. Cermo dijo que el mec parecía estar terminando su trabajo, puesto que ya limpiaba y guardaba las herramientas.
—Es demasiado arriesgado intentar una maniobra lateral —advirtió Hatchet, y todo el mundo estuvo de acuerdo con él. Nadie sabía el camino.
Esperaron a que se retirara el mec. Killeen y Shibo dejaron a Toby en el suelo, al lado de uno de aquellos nichos. Killeen tenía los nervios a punto de saltar cada vez que doblaban una esquina. Su aparato sensorial estaba saturado de señales e indicios alarmantes. En algún rincón un líquido goteaba y el sonido se oía amplificado por las pulidas superficies reflectantes. Unos ruidos sordos indicaban que había movimientos de fluidos por debajo de sus botas. El vapor silbaba al salir de uno de los depósitos.
Killeen se apoyó contra una columna de bronce pulido. Aquel desconcertante complejo era mucho mayor que cualquiera de los que le había descrito su padre. Los Bishop, hasta entonces, se habían limitado a pellizcar los límites de algo que no podían comprender. Allí todo dependía únicamente del sigilo. Si les descubrían no tendrían la menor oportunidad de salir del paso por medio de la lucha o de la huida. Se preguntó distraídamente si algunos humanos habrían encontrado la manera de vivir en un laberinto como aquel.
Oyó un chasquido metálico de la maquinaria que había tras él y se giró para mirar. Una zona de la columna había entrado en fase de transparencia. Tras ella había una masa de algo que se movía bañada por una pálida luz azulada. Frunció el ceño, intrigado. Palancas y ejes trabajaban con una paciente energía detrás de una película reluciente y húmeda. Pero había algo relacionado con el ángulo, con los abultados cojinetes de los pivotes…
Piernas. Piernas humanas.
Todas latían, con regularidad, sin reposo.
Los pivotes eran nichos. Unas amplias articulaciones de cadera estaban montadas sobre un eje en la pared posterior. Unos muslos recogían los vaivenes de aquel árbol metálico.
Más abajo, las junturas que se movían eran rodillas humanas. Unas rótulas verdes se doblaban cuando los músculos de los muslos actuaban bajo una piel transparente de color amarillo pálido, las piernas se movían rápidamente de arriba abajo. Pero los músculos de las pantorrillas no terminaban en tendones conectados a los tobillos. En vez de esto, al final de su recorrido la pierna golpeaba con fuerza contra algo áspero parecido al cuero.
Contó siete piernas agrupadas que golpeaban, todas en una fase distinta del ciclo. Golpeaban contra la complicada unión que sustituía a los pies; aquello era un tren de potencia que convertía la energía de un volante en una compleja serie de movimientos de un árbol de cigüeñal.
Hacia abajo. Golpe.
Dobla. Gira. Patada.
Algo lustroso mantenía húmeda la piel de pergamino amarillo.
Se volvió de espaldas, respirando profundamente.
Tenía la impresión de que los brazos y piernas crecían, que los músculos se desarrollaban. Pero ¿para qué?
Con un esfuerzo de voluntad consiguió no pensar en aquel espectáculo. En su mente sólo había sitio para el problema inmediato.
Su aparato sensorial le devolvió una torpe impresión de vacío. En la base del espinazo sintió un calorcillo como una tentación. El aparato sensorial podía hacer lo necesario para cuidarse de sí mismo: con dedos cautelosos ya trataba de adormecer las imágenes mentales.
Un tentador olvido. Dejar que una negra indiferencia colocara un telón glacial entre él y las incansables piernas que se movían arriba y abajo.
No.
Se esforzó y logró cruzar la estrecha pasarela de chapa metálica. Debía averiguar más cosas.
Sus dedos dieron con un contacto a presión, y al pulsarlo apareció otra ventana.
Unas piernas trabajaban en un húmedo campo azul. En el extremo más alejado del nicho, las piernas eran más cortas, como si todavía no hubieran completado la fase de desarrollo.
En silencio, se separó de los demás. Una tubería de alimentación goteaba sobre el suelo. Se arrodilló para captar un aroma dulzón. Comida.
Hizo que otra zona entrara en fase de transparencia. Allí había más piernas venosas que trabajaban. Descubrió otra línea de producción encima de aquella.
Brazos. Unos musculosos brazos humanos trabajaban en un complicado sistema de interruptores y levas.
Las líneas de alimentación los ponían en comunicación. Unos ganchos de alambre sujetaban los correosos bíceps y muñecas. Mientras observaba como atontado, uno de los brazos cambió de ritmo para accionar una serie diferente de botones, a los que atacó con furia durante un breve instante. Luego giró con una rápida elegancia y volvió a su trabajo anterior.
Seis pares de brazos trabajaban bajo una luz pálida y enfermiza.
Los bíceps se enlazaban con unos enormes deltoides. Estos, a su vez, se insertaban en unos hombros de doble juntura dispuestos en la pared posterior.
No había manos. La energía motriz no requería tanta habilidad. El empuje se transmitía a sacudidas al sistema de trabajo dispuesto bajo ellos.
—¡Oh! Ya se va —gritó Hatchet.
Killeen se levantó lentamente, aturdido. Se controló.
Al regresar junto al resto del grupo, se sintió agradecido por la interrupción. Unos ramalazos de dolor le atravesaron la espalda, secuelas de su esfuerzo al llevar a Toby. Apenas si se dio cuenta de ello. No hizo ninguna seña a Shibo. Sólo se agachó y levantó uno de los extremos de las parihuelas de Toby.
Algo más adelante, el Especialista arrancó. El equipo reemprendió la marcha.