K
illeen no se acostumbraba a la impresión de ir montado sobre el Especialista. Los transportes que había usado antes eran mucho más lentos, pero también más cómodos.
Aquel Especialista avanzaba con un murmullo rechinante y daba unos pesados tumbos cuando cruzaba un arroyo. El balanceo casi le mareaba. Entre él y Shibo mantenían a Toby firmemente sujeto contra el fondo de un cubículo para que el bamboleo no lo desplazara de allí. Las piernas del muchacho colgaban como si fueran de madera, tiesas e inútiles. Alrededor de ellos, la expedición humana cubría una pequeñísima parte del casco cilíndrico del Renegado. Se sostenían gracias a la minada de tubos, mástiles y válvulas de escape que había en la piel cerámica del Especialista.
Atravesaron un terreno abrupto porque el Especialista se mantenía cuidadosamente alejado de los caminos de los mecs. Aquel era el complejo más extenso que Killeen había visto, con una red de caminos de losas pálidas y unos edificios perfectamente cúbicos de paredes negras. El tráfico circulaba sobre unos raíles relucientes. En las pronunciadas laderas, las fundiciones hacían unos ruidos sordos. Mediante una actividad que gradualmente iba haciéndose más intensa, el Renegado se desplazaba con un taimado propósito. Sus antenas daban vueltas incesantemente. Cada vez que un mec entraba en su campo visual, Killeen oía unos chisporroteos. El Renegado mandaba una señal de «IGNÓRAME» a cada una de las mentes mecs, y con ello conseguía volverse invisible.
Killeen no se podía relajar. Su atención saltaba de un mec que se acercaba al próximo.
—Cálmate —le susurró Hatchet—. Reny ya sabe cómo pasarnos al otro lado.
Killeen estudiaba un voluminoso mec, de una clase que no había visto antes, que corría a lo largo de una línea de raíles cercana. Avanzaba con tanta aceleración que cuando llegó al lejano extremo de aquel valle erosionado era sólo una mancha.
—¿Cuántas veces has hecho esto? —preguntó.
—Tal vez treinta o cuarenta.
—¿Todas han sido iguales que esta?
—En casi todo. Cada una de ellas es diferente de un modo u otro.
—¿Cómo?
—Cambia la factoría. Hay trucos diferentes para entrar, además.
—¿Nunca habéis vuelto al mismo lugar?
—No. Sería demasiado arriesgado.
—¿Suponéis que el Renegado deja alguna marca? ¿Si volviera allí otra vez, le estarían esperando?
—Podría ser. Pero creo que lo hace para no correr riesgos. Y más teniendo en cuenta que puede conseguir el material en otro lugar distinto.
—¿Qué clase de material?
—Componentes, creo.
—¿Piezas de repuesto?
—Probablemente. Esta criatura trata de mantenerse con vida.
—¿Alguna vez han surgido dificultades? ¿Los mecs se han dado cuenta?
Las palabras de Hatchet empezaron a brotar más lentas.
—No sabría decírtelo. Algunas veces las cosas suceden con la condenada rapidez de los mecs.
Killeen no había oído hablar de la «rapidez de los mecs» desde los tiempos de la Ciudadela. Cuando estaban sobre la marcha no había comparación entre la velocidad humana y la cegadora rapidez de los Merodeadores.
—¿Alguna vez ha resultado herido alguien?
Hatchet tardó largo rato en contestar. Se agarraba fuertemente a una válvula de descarga de color oscuro, junto a Killeen, quien se sostenía como podía en un nicho horizontal. El Especialista se lanzaba por una pendiente llena de baches. Los desperdicios de los mecs obstruían las profundas torrenteras. Un material de relleno, verdeazulado, ensortijado, revoloteaba en la gélida brisa. Allí el aire era más seco y más frío. Hacía un tiempo de mecs.
—Perdimos a dos —respondió Hatchet al fin.
—¿Cómo?
—Esto es un asunto de Familia —replicó Hatchet con firmeza.
—Si mi gente está en peligro, pasa a ser también asunto de nuestra Familia.
A Hatchet no le gustó la respuesta. Pero no encontró la manera de discutirla. Su boca se torció hacia un lado, como si recordara algo que hubiera preferido olvidar.
—Algunas veces hay guardias mecs. En dos ocasiones nos cayeron encima, cuando estábamos en mitad de la faena. Corrimos. En cada ocasión atraparon a alguien.
—¿Cómo?
Hatchet parecía irritado.
—Dispararon contra ellos, desde luego.
—¿Con qué?
—Pues no estaba como para tomar notas, ¿no te parece? Estaba ocupado en evitar que me volaran la cabeza.
—¿Os disparaban proyectiles sólidos?
Hatchet sonrió glacialmente.
—Siento mucho no haber podido guardar uno para sacarlo ahora de mi bolsillo y mostrártelo.
—No es eso; lo que quiero decir es si usaban armas como las nuestras o si eran rayos electrónicos, cortadores.
Hatchet estaba encolerizado. No era como unos momentos antes, cuando intentaba ocultar algo a Killeen. En aquel instante no sabía a dónde quería ir a parar Killeen con tantas preguntas.
—No podría decirlo.
—¿Recogisteis los cuerpos?
—¡Maldita sea! Salimos corriendo.
—Ya lo sé. Lo que me interesa saber es si os enfrentasteis con unos simples guardias mecs, o si se trataba de algo peor.
—¿Qué… Merodeadores?
—Tal vez. ¿Pudisteis ver qué os perseguía?
—No.
El orgullo de Hatchet había provocado su resistencia a explicar a fondo sus fracasos anteriores. Pero ahora empezaba a ver una motivación en el interés de Killeen, y su voz perdió las tensas inflexiones y los asomos de sospecha.
—Dispararon contra nosotros desde lo alto, desde las vigas.
Killeen asintió. Era el mismo tipo de ataque que habían sufrido los Bishop en el último Comedero donde habían descansado. Lo que había matado a los dos King no eran guardias ordinarios de los mecs. Habían acosado a los humanos. Y además eran lo bastante pequeños como para poder trepar por las estrechas vigas. De todo ello se deducía que se trataba de una nueva clase de cazadores mec.
—¿Pudiste ver cómo herían a los tuyos?
—No. Les vi ya caídos, pero no recibí ninguna señal de ellos en mi aparato sensorial.
—No me extrañaría nada que sucediera como dices —afirmó Killeen en tono conciliatorio, pero no lo bastante aparente como para que Hatchet descubriera su táctica.— ¿Estaban muertos, simplemente?
—Quieres decir, en vez de…
—Muerte definitiva.
—¿No hay mucha diferencia, verdad? —murmuró Hatchet. Su tono de voz se había hecho más bajo y sugería un estrato oculto de pena.— En cualquier caso, no pudimos guardar Aspectos de ellos. Habían desaparecido.
Killeen no pudo abstenerse de decir con una mirada dura:
—¿Consideras lo mismo que un Merodeador te destroce la mente, que morir?
Hatchet no le contestó enseguida. Ambos se quedaron callados mientras contemplaban una zona llena de máquinas cubiertas de grasa y parcialmente desmanteladas. Las hileras de esqueletos de máquinas llegaban hasta las distantes colinas, y eran como una especie de columna militar que se hubiera detenido por un momento en su avance conquistador. A cada cuerpo le faltaban unas chapas, o las cadenas desplazadoras, o los sensores. Sus arrogantes formas pesadas y angulosas habían aterrado a Killeen más veces de las que podía recordar, pero en aquel momento parecían hacer gestos carentes de significado, olvidados desde mucho tiempo atrás. Supuso que el Especialista rebuscaba entre ellos sus piezas, despojando a los muertos oxidados que no oponían resistencia. Por fin Hatchet dijo:
—No considero nada de eso. Hay cosas que un Capitán no debe considerar.
Killeen envidió aquella sencilla respuesta que carecía del tono orgulloso y ofensivo con que Hatchet acostumbraba enfrentarse al mundo. No podía contestarle nada.
Se apartó columpiándose, aferrado a unas tuberías de gas con la mano útil. El avance le resultó más difícil de lo que había supuesto. Ya tenía el brazo derecho cansado. Encontró a Shibo, quien estaba acunando a Toby junto a los demás. La mayoría descansaba sobre una ancha y áspera cubierta de esclusa. El Especialista corría aprisa y sin saltos, y sólo llegaba hasta ellos un son de redoble que les atravesaba el cuerpo. La trepidación trajo una suaves curvas de sueño a la pálida faz de Toby.
Killeen se sentó en cuclillas para hablar, y de pronto el Especialista frenó. Todos salieron despedidos hacia delante, y se agarraron donde pudieron. Toby se despertó y automáticamente se abrazó a su padre cuando ambos empezaron a rodar hacia delante, por encima de la cubierta de esclusa hecha de polímero. Se deslizaron un metro. El golpe le produjo a Killeen un intenso dolor, pero cayó debajo del muchacho, por lo que este sólo tuvo que desenredarse de él. Ambos se quedaron tumbados, jadeando.
—¡Todos abajo! —gritó Hatchet—. ¡Adentro! ¡Rápido, ahora!
Se habían detenido cerca de una factoría. Killeen y Shibo bajaron a Toby. La mayor parte de la expedición ya recorría la pequeña distancia que les separaba de la reja, que aparecía abierta porque se había levantado cuando ellos llegaron. Killeen trató de inspeccionar la zona, pero Hatchet les estaba gritando que se dieran prisa. Antes de que hubieran acabado de pasar por la puerta-rastrillo, esta empezó a descender lentamente como unos dientes que quisieran morderles.
—A Reny no le gusta esta parte —explicó Hatchet—. Cierra las puertas enseguida. La entrada y la salida son los momentos más delicados, dice.
—Para la máquina, seguro —observó Shibo secamente.
Killeen llevó a Toby al amparo de unas pilas de bidones de poliplástico. No le gustaba la forma en que Hatchet se refería al Especialista, porque era síntoma de que consideraba a los mecs como humanos, de que imaginaba poder tratarles en términos que un humano podía aceptar. El padre de Killeen le había dicho en cierta ocasión: El hecho más importante relacionado con los alienígenas es que son alienígenas. Por esta razón la Ciudadela Bishop había tenido menos contactos con los Renegados que la de los King. Killeen lo recordó para no incurrir en el mismo error que Hatchet referido al Especialista. Se había acostumbrado a preguntar siempre los hechos que se escondían detrás de las palabras de Hatchet. Los hechos eran más útiles que las opiniones.
El grupo se alejó de la reja, que bajaba.
Unos presurosos pies corrían por las grietas de la sala abarrotada. Killeen se había agachado para dejar a Toby en el suelo cuando un poderoso jjjjjaaaaatttttttt explotó en su cabeza. Unos débiles gritos sonaron en el silencio que siguió a aquella especie de silbido violento.
—¿Qué ha sido…?
La voz de Hatchet llegó con un acento áspero:
—El Especialista. Creo que ha disparado contra un mec.
—Muerte electromagnética —observó Shibo.
Killeen se levantó tambaleándose y vio que el Especialista estaba debajo de la reja, que se había parado. Dirigía las antenas y los sensores olfativos hacia la factoría. Los movía en forma de abanico rebuscando con gran energía y rapidez.
Cermo el Lento gritó desde el interior:
—¡Aquí hay un mec! ¡Está completamente quemado!
Hatchet salió de detrás de un gran cajón de embalaje y fue a verlo.
—El Especialista puede ganar por la mano a estos guardias mecs. Es demasiado rápido para ellos.
Shibo intervino, preocupada:
—Ni siquiera he llegado a ver la señal del mec.
Killeen hizo un signo de negación con la cabeza mientras en sus oídos seguían retumbando campanas.
—Yo tampoco.
Toby parecía indiferente. Señaló con el dedo hacia el Especialista que estaba retrocediendo.
—¿Qué va a hacer el cacharro mientras nosotros estemos dentro?
Hasta aquel momento, Hatchet había ignorado al muchacho; Killeen se sorprendió cuando el mismo Capitán contestó a Toby con toda amabilidad.
—Se hará el muerto. Se congelará las partes externas para dar la impresión de que sólo sirve como fuente de piezas de repuesto.
—¿Como todos los del parque? ¿Igual que los mecs anticuados?
—Supongo que sí. Pero se meterá en algún cobertizo; ya le he observado otras veces. Supongo que por esto deja que su caparazón parezca tan deteriorado.
—¿Para engañar a los otros mecs? —preguntó Toby.
—Eso supongo.
—Hey, vamos a ver lo que hay por aquí.
—Ahora debes quedarte quieto, muchacho. Descansa.
Killeen observó al Especialista mientras se alejaba pesadamente. Siempre le asombraba el poder de recuperación de los jóvenes, la manera en que aceptaban lo que era completamente nuevo o peligroso y podían vivir con ello. Se preguntaba cuándo había perdido él aquella capacidad inconsciente. Algo la había ido desgastando tan lentamente que sólo se había dado cuenta de que la había perdido cuando ya era demasiado tarde.
El guardia achicharrado tenía un aspecto raro. Shibo se aproximó a Cermo el Lento, que estaba forzando una de las cajas laterales del mec. La cubierta cayó con estrépito. En el interior quedaron al descubierto los acoplamientos y unas gruesas almohadillas que parecían de cuero. Una capa aceitosa lo recubría todo.
—Este es un cibernético —apuntó Cermo—. Lubricado por completo, además.
Shibo dio una patada a uno de los acoplamientos. Estos cedieron, se doblaron y luego recuperaron la alineación primitiva, con una persistente fluidez.
—Piezas orgánicas.
Hatchet no pareció sorprenderse.
—Lo he visto ya en muchas factorías. No se encuentran muchos como este por los campos.
—Vámonos —dijo Killeen.
—¿Tienes mucha prisa, verdad? Espera a que los dos hombres que van delante estudien el camino.
El Especialista había transmitido al hombre en cabeza un mapa bidimensional para guiarle por la factoría. Tenía claves de reconocimiento para que pudiera obtener una confirmación visual de que iban por buen camino. Un mapa bidimensional era independiente del lenguaje. El Especialista había usado peones teledirigidos para buscar y hacer el mapa, ya que entrar en una zona de almacenaje era demasiado peligroso para un Renegado.
El grupo siguió a los dos hombres guías por el almacén de elevada bóveda, que aparecía iluminado por una suave luz verde anaranjada que invitaba al sueño.
Por allí no se veían mecs circulando por los pasadizos ni por las galerías provistas de barras, que estaban distribuidas a lo largo de las inmensas curvas ascendentes de las paredes.
—No habrá que ir muy lejos —dijo Shibo.
—Es una antigua factoría —explicó Hatchet—. El Reny ya nos ha mandado otras veces a sitios como este. Los mecs las usan como almacenes.
—Pero había uno de guardia —observó Killeen.
—Sigue andando —le ordenó Hatchet.
Se deslizaron por unos oscuros pasillos. Unas sombras se extendían a lo largo de aquellas antiguas y abandonadas líneas de producción. Bidones medio vacíos con coloides sulfurosos derramaban lentamente su contenido por el suelo quebrado. Los dos hombres King que iban en cabeza les condujeron hábilmente hasta unas húmedas y malsanas cavernas subterráneas.
En la entrada había un portal entreabierto, con muchos aparatos de detección en el borde. Killeen reconoció algunos de los más comunes por haberlos visto en mecs que había desmantelado. La comitiva se detuvo y cada miembro se deslizó con cuidado por el portal, desplazándose muy lentamente. Hatchet explicó a Shibo y a Killeen que los detectores estaban emplazados al nivel de los mecs. Eran sensibles no sólo a los metales, sino también a la red electrónica que llevaban todos los mecs. Los humanos tenían tan pocos elementos de aquel tipo que resultaba muy improbable que aquellos vigilantes automáticos los descubrieran. Esta era una de las principales razones por la cual eran tan valiosos para el Especialista.
Empezaron el trabajo en los túneles que se extendían detrás del portal. Unas largas estanterías con módulos recubrían las paredes de los túneles en las intersecciones. El hombre que iba delante localizó los artículos que el Especialista necesitaba. La comitiva se dividió en equipos para transportar las piezas pesadas. Killeen se emparejó con Shibo, después de dejar a Toby en un lugar cercano al portal, desde donde podría verles trabajar. Y en donde, y no era una coincidencia, ellos podían comprobar cómo se encontraba.
Killeen percibía la presencia de la factoría mec como una presión fría que iba calando en él. El temor había desaparecido, pero volvía a aparecer con cada lejano indicio de movimiento o con cada ruido inesperado. Los túneles en penumbra devolvían los ecos de los ruidos que provocaban al trabajar, expandiendo unas notas quejumbrosas y extrañas. Y había algo peor: unos cuantos robots pequeños trabajaban en los túneles. La primera vez que Killeen se topó con uno de ellos estuvo en un tris de destruirlo.
Shibo le cogió la mano donde tenía el arma y le susurró:
—¡No nos ve!
Estaba en lo cierto. Los robots no podían distinguir las imágenes ni definir la contextura, y eran demasiado estúpidos como para disparar una alarma. Se limitaban a acarrear y a estibar, según las órdenes que recibían desde algún lejano enlace con el inventario. Pero a pesar de todo, a Killeen le enervaba su avance ruidoso y parecido al de las arañas por los túneles sumidos en sombras.
El Especialista necesitaba piezas de tamaño muy variable. Unos delicados cuadros repletos de politrones. Unas losas fotónicas de mármol, verdosas, cuyo tamaño no era mayor que el de una mano. Condensadores encostillados con cintas que para levantarlos se necesitaban tres hombres.
Killeen y Shibo acarreaban las piezas sobre la espalda, otras veces recorrían una distancia corta entre los dos y se detenían para descansar los brazos y la espalda.
Trabajaron durante un tiempo que para los dos fue de una labor agotadora salpicada de instantes de repentino pánico. Les entumecía el pesado ritmo de acarrear pesos sin contar con ninguna ayuda mecánica. Por allí no se veían carros metálicos que pudieran servirles de ayuda, pero aun en caso contrario, Hatchet habría prohibido su uso. Nadie sabía con exactitud lo que ponía en marcha la alarma del portal, por lo que cualquier factor que pudiera sobrepasar el mínimo representaba un riesgo. Les costó varias horas recoger toda la montaña de repuestos que poco a poco había ido formándose al lado del portal. El Especialista sólo reaparecería cuando hubieran finalizado el trabajo. Así estaría menos tiempo en peligro.
Por fortuna, Toby se había vuelto a dormir. Killeen le había vigilado a cada viaje que hacía entre los túneles y la sala del portal de salida. Por fin, él y Shibo pudieron hacer una pausa, en las profundidades del túnel, para comer unas barras de concentrado. Killeen tenía la garganta áspera a causa de los acres vapores de la factoría.
—¿Tenéis que hacer este trabajo con frecuencia? —jadeó Killeen cuando Hatchet pasó junto a ellos.
—Siempre que el Reny lo necesita. —Hatchet entornó los ojos—. Mira, hacemos esto siempre que podemos. Sin la ayuda del Reny, estaríamos dándonos con los pies en el culo al intentar huir de los Merodeadores.
Killeen asintió en silencio, ahorrando energías, y entonces descubrió que se acercaba un mec. No era un robot ni un peón. Podía ver un armazón del tamaño de un hombre, con un juego de llaves colocadas en el caparazón, que parecía un zarzal. Se acercaba a ellos, descendiendo por un distante camino que pasaba entre los estantes del almacén; lo hacía sin darse cuenta de ellos o como si no esperase nada fuera de lo corriente.
—¡Hatchet! —susurró Shibo. Todos sacaron las armas.
Hatchet parpadeó, como si fuera la primera vez que veía algo parecido.
—Dispersaos —ordenó en voz baja.
El mec llegó hasta allí. Killeen oyó en su sistema sensorial una serie repentina de ruidos, como de toses rápidas de ahogo. Era una voz, pero no era humana. Volvió a hablar con exclamaciones cortas y cortadas, rápidas pero no forzadas, naturales pero misteriosas. No eran palabras, sino emisiones de aire expelidas a través de una estrecha y áspera garganta…
Hatchet preguntó con extrañeza:
—¿Qué demonios…?
El Aspecto Arthur de Killeen metió baza:
¡Ladridos! Este es el sonido que produce un perro terrestre cuando ladra. ¡No había oído esta llamada en clave desde hace tanto tiempo…!
Ante los ojos de Killeen saltó la imagen de un peludo animal de cuatro patas que ladraba y corría de un lado a otro por un campo verde, persiguiendo una pelota azul que se escapaba ladera abajo. En aquel sonido había algo que llevaba un significado de saludo, un elemento que siempre había echado de menos.
—Este mec —dijo— nos está llamando.
Sus palabras lo habían atraído. Shibo ya estaba preparada, apuntando hacia aquella forma que se les aproximaba por la red de suministros robados. Apuntaba un poco por delante para poder disparar en cuanto fuera necesario. Killeen le apoyó la mano en el hombro.
—No. Creo que todo está bien. Aquí hay algo que…
Los ladridos se hicieron cada vez más intensos, y de repente cesaron.
Una cálida y melosa voz femenina dijo con toda claridad:
—¡Humanos! He captado vuestro olor. ¡Hace tanto tiempo que lo había perdido!
—No te muevas —gritó Hatchet
—Al oír la voz del hombre, debo obedecer. —El mec contestó desde algún lugar de los estantes—. He utilizado la llamada correcta, ¿no es cierto?
—Sí —contestó Killeen intentando ver al débil resplandor de las distantes lámparas. El flanco de acero aparecía abollado y remendado. El maltrecho recubrimiento estaba atravesado por líneas fundidas, remaches y soldaduras que habían sido arrancadas tiempo atrás, parches y cicatrices brutales. A causa de una repentina aportación de Arthur, Killeen añadió—: Buen perro.
—¡Ruff! ¡Ruff!… Yo… bien, no soy realmente un perro, ya lo sabéis.
—Lo habíamos supuesto —repuso Shibo con sequedad.
La voz femenina del mec brotaba por un altavoz acústico montado directamente entre dos sensores ópticos. Estos relucían, observando a Killeen con fijeza mientras se acercaba más. Shibo y Hatchet se apartaron hacia los lados, preparados. Shibo parecía estar absorta durante unos momentos mientras consultaba a sus propios Aspectos. Killeen vio que Cermo el Lento se ponía detrás del mec, relamiéndose pensando en que iba a hacerle saltar en pedazos. Levantó una mano en señal de precaución.
—El ladrido es sólo un dispositivo para llamar la atención. —El mec tenía ya una voz resonante bien modulada. Killeen se preguntó si los perros hablaban.
¡Desde luego que no hablan! El perro es un animal que hace mucho tiempo llegó a creer que los humanos, bien, eran una especie de dioses. Apacentaban a otros animales, guardaban cosas… ¡Ah! ¡Ahora lo comprendo! Esta es una máquina original, hecha por el hombre. O al menos contiene elementos de algún dispositivo hecho por los humanos.
¿Los humanos hicieron a los mecs?, se preguntaba Killeen. La idea era tan extraordinaria como la afirmación de que los humanos habían hecho el edificio Taj Mahal que habían visto hacía poco.
—Y tú has ladrado —observó Shibo.
—Me adiestraron para que utilizara este método de llamada. Para diferenciarme de los mecs hostiles. —La máquina restregaba las bandas articuladas sobre el suelo de cemento. Su voz de tiple vibraba de emoción. Incapaz de reprimirse más, se acercó hasta el alcance del brazo de Killeen, gimoteando:
—¡Hace tanto tiempo!
—¿Cuánto… cuánto tiempo hace? —preguntó Killeen, sorprendido.
—No lo sé. Mi cuadro de secuencia temporal fue grabado por la mente mec de esta factoría. Confío en que te darás cuenta de que yo nunca habría trabajado para estos seres si hubiera podido escapar de ellos. Yo era leal por completo a las órdenes humanas.
Hatchet se acercó y la máquina le descubrió.
—¡Oh, otro humano! Así que hay varios aún con vida. ¡Ruff! —La voz había alcanzado un timbre de temor reverencial.
Esta máquina se parece de forma sorprendente a un perro. Fíjate en su fidelidad. Debe de tener una memoria de perro pasada directamente desde los mismos bancos originales de la expedición. Esta reliquia…
—¿Qué quieres? —preguntó Hatchet.
—Yo… sólo quería indicarte que puedo servirte, señor. —Un gemido de remordimiento acompañaba cada palabra.
—¿Cómo?
—Yo… debes comprenderlo, he sido un buen servidor. Durante todo este tiempo he conservado mis instrucciones enterradas en un lugar donde la mente mec no podía penetrar.
Aparecieron unas arrugas en la frente de Hatchet.
—¿Trabajas aquí?
—¡Sí, señor! Me aprecian por mi habilidad para transportar, reparar y encontrar los artículos perdidos que estaban en el inventario general. —Se restregaba por allí, ansiosamente, como si quisiera lamer las manos de Hatchet—. Además yo…
—Cállate —ordenó Hatchet con evidente satisfacción—. ¿Qué puedes hacer por nosotros?
—Bien, puedo hacer todos los trabajos que me asignan como rutina, señor. Pero hay… pero hay… pero hay… pero hay…
Se ha quedado enganchado en un bucle de órdenes. Debe de haber alguna información que no puede revelar a menos que le demos la asociación correcta o la palabra clave.
—Cállate —repitió Hatchet con firmeza.
El tartamudeo del mec se interrumpió. Empezó de nuevo:
—Esta situación me apena mucho. ¡Ruff! Al parecer me…
—Mira —dijo Killeen—. ¿Conoces esta factoría, verdad? ¿Hay por aquí algunos mecs que puedan resultar peligrosos para nosotros?
—Pues… no los hay en esta parte de mi mundo de trabajo. No.
—¿A qué distancia están?
—A cinco prantanufos.
—¿Qué?
—Es una distancia que usan los mecs. Yo… no recuerdo cómo se dice en esta lengua. —La voz femenina del mec sonaba apesadumbrada, sollozante, casi inundada de lágrimas—. Yo… Lo siento… Yo…
—No te preocupes. ¿Saben que estamos aquí?
El mec hizo una pausa, como si estuviera escuchando.
—No, señor.
—¿Cómo nos has encontrado?
—Tengo sensores que captan los efluvios humanos. Maravillosos olores humanos. Llevaban mucho tiempo enterrados por el lodo que la mente mec ha grabado al fuego en mí. Pero a pesar de esto, me advirtieron de vuestra presencia.
Killeen se preguntaba cómo una máquina de construcción humana había podido sobrevivir tanto tiempo entre los mecs alienígenas. Arthur lo explicó con ironía:
Precisamente, por su ciega obediencia. Resulta poco grato reconocerlo, pero esto es exactamente lo que los humanos exigían a los animales que domesticaban. Nosotros mismos no éramos moralmente superiores cuando teníamos el poder…
La severa voz del Aspecto Nialdi intervino inmediatamente:
Este era el papel que correspondía a los animales. ¡Socios y sirvientes del género humano! No puedes comparar…
Killeen cortó el parloteo de las voces de los Aspectos, que prosiguió en su interior.
El mec hizo una pausa. Sus aparatos ópticos habían registrado a otros miembros de la expedición que se estaban acercando atraídos por la conversación.
—Muchos humanos. ¡A pesar de todo, habéis sobrevivido!
—¿Trabajaste en la Ciudadela? —preguntó Shibo.
—Sí. Sí, señora. —El mec inclinó la sección frontal en una rígida parodia de una reverencia—. Primero funcioné en el Candelero.
Killeen parpadeó asombrado. Arthur balbuceaba en su mente con voz excitada aunque débil, pero él lo espantó como si se tratara de una mosca.
—Cuéntanos lo que recuerdes de antes de que llegaras aquí.
—Trabajé para los humanos que construyeron las primeras Arcologías. Luego, más tarde, en las Ciudadelas. Diseñé y trabajé para las tres Ciudadelas Pawn.
—¿Cuándo te escapaste con los mecs? —preguntó Hatchet bruscamente y con recelo.
—¡Yo no me escapé! —La máquina reaccionó como si hubiera recibido un insulto, como una mujer a la que un comentario casual hubiera deshonrado—. Algunas máquinas humanas sí lo hicieron. Lo sé. ¡Yo no estaba entre ellas! A mí me cogieron.
—¿Cooperaste? —preguntó Shibo.
—Anularon mis circuitos. Nuevas órdenes quedaron grabadas directamente en mi substrato. Killeen dijo:
—¿Se apoderaron de la Ciudadela? —Estudió con cuidado a la máquina. No sabía que hubieran existido máquinas controladas por los hombres. Realmente, la Familia Bishop no tenía ninguna en los tiempos de la Calamidad.
—Oh, no. En aquella época los mecs eran una banda muy pequeña. Evitaban las Ciudadelas de la humanidad, sus festivales para reproducirse, todo. Me capturaron cuando yo era… era… era… era…
El aparato acústico del mec empezó a tartamudear en un bucle de órdenes recurrentes. Algo que quería decir quedaba bloqueado por una prohibición más perentoria.
—¡Alto! —ordenó Killeen. Había empezado a creer en la máquina. Su Aspecto Arthur intervino:
En mi tiempo los llamábamos «mecs de los hombres». La Expedición tenía una dotación de máquinas inteligentes, y las conservaba en buen funcionamiento. De otra manera, ¿cómo habría podido ser engendrada la primera generación? Los robots fabricados por los humanos unieron el esperma y los óvulos que se habían transportado desde la Tierra. Ellos cuidaron de los jóvenes, plantaron los primeros alimentos…
¡Vaya si lo hicieron! Doble pecado, entonces, el de los mecs de los hombres, que cometieron un acto tan perverso y traicionero al aliarse con los que saquearon los Candeleros y que ahora nos persiguen por todas partes. Este es un enemigo de todo el género humano, esta cosa que nos insulta con sus ladridos y su femenina voz de tonos suaves. ¡Matadlo! Este es el único…
La civilización mec capturó a este robot fabricado por los humanos. ¡No podemos culparle si no tenía elección posible! Los mecs transformaron algunas de sus funciones, pero al parecer, no anularon sus órdenes fundamentales sobre los humanos.
Killeen preguntó:
—¿Por qué no se limitaron a desmontarlo para aprovechar los materiales?
Los mecs nos conocen. ¡Conservaron a este loco, traidor porque nos podía traicionar otra vez! Por esto os ordeno que lo destruyáis. ¡Ahora mismo! Pero…
Probablemente satisface alguna arcana función en la sociedad mec. O tal vez su supervivencia desde los primeros días no es más que una simple casualidad. Recomiendo que no se tomen acciones precipitadas tales como esta solemne tontería que preconiza Nialdi.
Lo arriesgáis todo si permitís que el traidor…
Killeen interrumpió al Aspecto Nialdi. No disponía de tiempo para seguir con aquella discusión. Nialdi y Arthur seguían farfullando y esgrimiendo argumentos verbales entre ellos. Les dejó seguir con sus débiles voces ratoniles en la parte posterior de su mente para que dieran salida a sus tensiones, pero por otra parte les ignoró por completo.
La máquina tosió, ladró con enfado tres veces, y volvió a quedarse normal.
—Yo… lo siento. No puedo revelar esta información sin una orden con la palabra clave.
—¿Cómo te atraparon los mecs? —preguntó Hatchet.
—No pude hacer nada para impedirlo. Me fui con la civilización mec y perdí el lugar que había tenido a los pies de mi querida humanidad. —Aquellas palabras sonaban misteriosamente lastimeras, en parte por los recuerdos dolorosos que albergaban y en parte por ser un alegato que suplicaba comprensión.
El grupo de humanos estaba confundido; se miraron unos a otros.
—¿Crees que nos está diciendo la verdad? —preguntó Cermo el Lento a Hatchet.
—Tal vez.
—Es algo endiabladamente extraño, si permites que lo diga —declaró Cermo simplemente, moviendo la cabeza.
—Los mecs nunca han intentado hacer un truco parecido a este. Estoy seguro de ello.
—Estoy de acuerdo. Los mecs tratan de matarnos, pero no de engañarnos —dijo Killeen.
Los King y los Rook hablaban, intentando ponerse de acuerdo, con reservas. Los viejos sensores acústicos fabricados por los hombres giraban fácilmente hacia el orador de turno, eran unas pequeñas copas móviles de polímero insertas en su cuerpo oblongo.
Los amarillentos incisivos superiores de Hatchet mordían su labio, y su cara triangular revelaba, por una vez, su incertidumbre. Alzó la mano para acariciar su protuberante barbilla y la apretó ligeramente, como si quisiera comunicar firmeza al resto de su cara.
—Bien, ¿y qué? Casi hemos terminado aquí. Vámonos.
La máquina ladró nerviosamente en un grito animal muy expresivo. Luego la voz afeminada protestó:
—¡Pero no! No podéis dejarme aquí, señor. Soy vuestro. De la humanidad.
—Mira, ahora, yo… —Hatchet parecía incómodo.
—Pero deberíais poder llevarme. —La voz femenina aumentó su entonación de seductora blandura—. Os he sido fiel durante todo este largo tiempo. Y he de entregar mi mensaje a la Ciudadela Pawn.
—La Ciudadela Pawn fue destruida —comunicó Killeen—. Nosotros somos cuanto queda de las Familias de las Ciudadelas.
—¡No! ¿Desaparecida? En ese caso yo… bien, yo… bien, yo…
—¡Cállate! —ordenó Hatchet, irritado—. Vamos, en marcha. —Y empezó a andar.
—No. Debo ir tras vosotros. Vosotros sois mis…
—Sí. Síguenos —indicó Shibo con amabilidad—. Pero debes andar en silencio.
Sólo quedaban por recoger unos pocos artículos de la lista del Especialista. Los llevaron hasta la reja. El Especialista se aproximó mientras trasladaban las últimas piezas al montón. De pronto, la reja empezó a levantarse.
—¡Manos a la obra! —gritó Hatchet.
A esta señal, el equipo empezó a sacar con orden las piezas, para cargarlas en una bolsa lateral que el Especialista había abierto rápidamente. Killeen, Shibo y Cermo se unieron a la precipitada salida. Hacía sólo unos instantes que estaban gastando bromas sobre la curiosa máquina, pero en aquel momento reinaba una tensa vigilancia mientras finalizaban su trabajo, plenamente expuestos a la pálida luz oblicua del alba de Dénix.
Killeen y Shibo trasladaron a Toby al exterior mientras los demás introducían en la bolsa la última pieza. Consiguieron asegurarlo bien en un saliente en el centro del cuerpo del Especialista. Todos estaban cansados y les costó subir a Toby por el flanco inclinado. Bud se introdujo en la atención de Killeen.
Killeen pasó el encargo a Hatchet, quien preguntó:
—¿Cómo es eso?
—El Especialista dice que tiene otro trabajo para nosotros.
Esto era una soberana mentira, porque lo que Bud dijo fue:
Imposible, pensó Killeen.
—¿Puede el Especialista liberar a este mec fabricado por el hombre? —preguntó Killeen—. Dice que no puede abandonar el complejo de la factoría.
Bud estuvo mucho tiempo sin responder, pero al fin intervino:
—Ya veremos —dijo Killeen con reservas.
El mec fabricado por los hombres empezó a ascender por la rampa lateral del Especialista. Bud indicó apresuradamente:
—¿Por qué no?
—Quiero que venga con nosotros.
—No, sólo con que…
Killeen sintió que el Especialista transmitía una desgarradora descarga de estática que hizo tambalear al mec de fabricación humana.
—¡Humanos! ¡No me abandonéis! —suplicó el mec humano.
Con un sentimiento de angustia, Killeen le gritó:
—No tenemos elección. Ahora eres libre. ¡Buena suerte!
Mientras salían pesadamente de la impresionante factoría, la reja empezó a bajar con un ruidoso traqueteo.
Cuando la miró desde lejos, Killeen sintió una sensación de alivio. Habían andado por aquellos oscuros túneles y habían sobrevivido.
Sintió amargura al ver aquel perro-mujer fabricado por los humanos, que iba corriendo tras ellos. No le habría gustado preguntar a aquella extraña combinación sobre su antigua vida.
Una entidad viva era mucho más sobrecogedora que las resecas conferencias que los Aspectos le soltaban. Intentaba aprender más de sus Aspectos, pero a estos les faltaba la punzante y humilde realidad del mec de los hombres.
Sacudió la cabeza. Su padre le había dicho en cierta ocasión que los listos eran aquellos que al comprender que no tenían elección, se olvidaban del asunto.
Nunca se le había dado bien aquel arte. Cerró sus comunicaciones para no tener que oír cómo se iban diluyendo los lastimeros ladridos de aquella obra de los hombres.
El Especialista aceleró para alejarse de allí. Sus antenas giraban y zumbaban con ansiosa energía.
Se tendió para descansar. Toby gemía cerca de él. El tejido nervioso del muchacho empezaba a desgastarse y a inquietarse. Killeen colocó el brazo malo bajo la nuca de su hijo para que le sirviera de almohada. Cerró los ojos. El sueño estaba a punto de vencerle y se dispuso a luchar contra el cansancio. Debía pensar. Debía prepararse para la verdadera razón que le había llevado hasta allí.