E
speraba que el Mantis contestaría con un ataque fríamente razonado. O con alguna extraña tempestad mental. Tal vez con un asalto sobre el propio Killeen.
Lo que no había previsto era aquel profundo silencio.
Las Familias se sentían atemorizadas al abandonar el foro. Nadie sabía qué representaba el silencio del Mantis.
Killeen sentía una agradable sensación de alivio cuando regresaba del Testimonio.
Toby charlaba a su lado, con los ojos bailando de gozo a causa de sus brillantes visiones. Killeen había despertado aquellos pensamientos en las Familias, pero la actividad le había dejado agotado.
Mientras hablaba, por primera vez había sabido lo que significaba lanzar al aire inclemente su propia personalidad, proyectándola a través de la tela de araña del aparato sensorial para hacerla salir por fin con resonantes tonos de voz pura. Las palabras eran algo informe, cosas ciegas que servían para explicar cómo él mismo veía el mundo. Luchaba con ellas como si fueran herramientas desconocidas, logrando que sus vacuos significados introdujeran la dureza de los hechos en las mentes de los demás. Las palabras no sólo significaban cosas, también conseguían que la mente se sintiera y se esforzara, y obligaban a la sangre a latir con mayor fuerza.
Les había expuesto someramente cuál era su camino, la leyenda del Argo. Desde las Familias había llegado hasta él una canción como respuesta, un mutuo asentimiento lleno de preguntas, dudas y negativas que se agitaban como manchas sobre un océano oscuro. No todos estaban de acuerdo. Pero por lo menos, una gran parte de ellos tenía la decisión y espíritu suficientes para seguirle hasta donde le llevaran sus ideas, para echar a andar con pasos rítmicos sobre la arena incierta.
Algunos lo tenían. Algunos habían oído la llamada.
Jamás hubiera creído que aquello pudiera resultar tan agotador. Sentía un gran respeto por el esfuerzo que exigía ser Capitán. Tenía la boca seca y las piernas le dolían como si hubiera andado durante horas.
Entonces notó la fuerte presión de la mente del Mantis que entraba una vez más en su sistema sensorial.
A pesar de las limitaciones de tu filia, eres capaz de sorprenderme.
—Te doy amablemente las gracias, y jódete —soltó Killeen.
Los que andaban cerca de allí, también habían oído al Mantis. Todos se habían detenido, con las cabezas inclinadas hacia el suelo. El Mantis parecía llenar todo el aire con su presencia.
A pesar de mis grandes aptitudes, tu invitación es esencialmente imposible.
—Es una forma de hablar, y no una proposición.
Ya veo. He indagado en las recopilaciones históricas de nuestras ciudades, a todo lo ancho de Nieveclara. Entre los revueltos archivos de las tradiciones humanas, que son (debo admitirlo) completamente indescifrables, hay difusas noticias de una nave llamada Argo. La debieron de construir para llegar hasta vuestros Candeleros. Al parecer, cuando empezamos a extendernos sobre Nieveclara para introducir los cambios necesarios en el clima, vuestros antepasados decidieron almacenar la tecnología humana, que estaba desapareciendo rápidamente.
—¿Comprendes mi oferta?
Querrás decir tu amenaza. Sí. (Ininteligible). Pero es evidente que si intentáis llegar hasta el Argo por vuestros propios medios, me resultará muy fácil impedirlo. Puedo conseguir que los Merodeadores os bloqueen el paso.
Killeen sonrió con desprecio.
—Sin duda. Te será muy fácil detenernos, para ello sólo has de matarnos.
Que es precisamente algo que quiero evitar, desde luego. Había planeado terminar mis obras de arte en el plazo de una generación humana. Ahora veo que no lo voy a conseguir. Sois mucho más complejos y extraños de lo que había sospechado.
—Siempre habrá quien se quede en el zoo. Puedes utilizarlos a ellos —intervino Shibo.
Pero ¿representarán estos la gama completa de vuestras extrañas personalidades? No puedo estar seguro de eso.
—Ya lo irás descubriendo. Deja que algunos de nosotros nos marchemos.
Una presión profunda corrió por todo el sistema sensorial. Representaba una reacción alienígena que Killeen no podía traducir a términos humanos.
Voy a hacer algo más que eso. He decidido que voy a ayudaros.
Killeen no intervino en las exclamaciones de entusiasmo de los Rook y los Bishop que estaban cerca. Cauteloso, se preguntaba cuáles serían las verdaderas intenciones del Mantis y sus motivos.
—¿Está presente el Mantis ahora? —preguntó Shibo.
—Lo percibo.
Killeen se frotó la cara. Tenía un dolor de cabeza que le recorría la frente como una lengua de fuego. Pidió a Shibo que le oprimiera determinados puntos situados detrás de las orejas, en la base del cráneo. Era un antiguo sistema de los Bishop para mitigar aquellos dolores, y pronto le alivió el malestar. Sus sentidos hervían e indagaban, estaban despertando. Le pareció que las manos de Shibo estaban al rojo vivo.
—Si nos quedamos aquí, todo seguirá como ahora —dijo él mientras el calor de los dedos de Shibo se iba extendiendo por toda su piel—. El Mantis estaría siempre detrás de todo.
—¿Vigilando?
—Ojalá fuera sólo eso. Estoy convencido de que no hay modo de impedirlo.
—¿Nos percibe?
—Podríamos librarnos de él si cerráramos nuestros sentidos. Pero nos quedaríamos ciegos.
—No deseo hacerlo.
—Yo tampoco. Yo… voy a intentar…
Con cuidado enfocó su atención sobre los puntos donde la débil presencia zumbadora penetraba en él. La empujó hacia el exterior. Con suavidad, sin brusquedades. Luego con mayor fuerza. El ligero mosconeo se desvaneció.
—Creo que se marchará si lo deseamos.
Ella estuvo de acuerdo.
—Yo también lo creo así.
—Pero todavía anda por aquí.
—Sin su ayuda, no habría podido escapar de la tempestad de los Aspectos. Me habría quedado en trance, como aquella mujer que Hatchet utilizaba como traductora. Sus aspectos debieron de asustarse mucho durante alguna expedición.
—¿El Especialista no pudo curarla?
—Eso creo. El Mantis me proporcionó exactamente la ayuda que necesitaba. Por lo menos, de algo nos sirve.
—Pero a pesar de todo, no me gusta.
Killeen comprendía qué quería decir Shibo. La vida bajo aquella benigna sombrilla siempre estaría bajo la vigilancia de unos ojos lejanos.
Lentamente, ella apartó la mirada de las estrellas que brillaban a través de la ventana. Le miró a él de reojo, especulativamente. Una débil sonrisa de entendimiento iluminó los suaves planos de su cara.
—El bloqueo de impulsos que tenía. Han desaparecido las modificaciones del instinto sexual.
Ella no dijo nada, sólo sonrió.
La besó en el cuello, en la cara, en la boca. Los besos sabían a aire y a suciedad, pero con un aroma más fuerte, más profundo y húmedo. Él cayó de rodillas sobre el basto y sucio suelo. Buscó con los dientes el resorte para hacer caer el dispositivo saltador de ella. El tejido era áspero y su barba hizo ruido al rozar con él. La tela quedó libre y se deslizó con facilidad. Ella enlazó las piernas tras la espalda de Killeen. En la pequeña habitación entraba el frío del atardecer, no había ninguna cama. Rodaron dos veces sobre la olorosa e incómoda suciedad. Su saliva llegó a humedecer la tela antes de que pudiera desembarazarla de ella por completo usando solamente la boca. No quería soltar su abrazo, ni ella el suyo. Volvieron a rodar por el suelo, esta vez quedaron contra la pared, apoyando los dedos de los pies y haciendo chocar las rodillas.
Ella se retorció para apartarse. Unos chasquidos de corchetes y quedó liberada del exoesqueleto.
Entonces él descubrió en la creciente penumbra la cintura de Shibo y sus compactos y maravillosos pechos. Exploró con la lengua la espalda, las pronunciadas paletillas, la velluda nuca. Amasándose, frotándose mutuamente consiguieron hacer desaparecer las capas de sedimentos aportados por los ríos de tensión y de miedo, que se habían acumulado en ambos. Killeen descubrió con alborozo que muchos años de penurias salían a la luz y desaparecían. Los dientes de ella le extraían un delicioso olor de los labios. Los pelos erizados de la mejilla de Killeen se enredaban en el cabello de la mujer. Un viento sopló desde los grandes conductos de la nariz de Shibo. Capas y más capas se fueron desprendiendo y Killeen percibió en lo más hondo de su ser uno de los Aspectos, una mujer que se deslizaba a lo largo de sus brazos hasta llegar a los dedos. Con Verónica o Jocelyn nunca lo había experimentado así. Un dulce peso femenino llegó hasta su tacto. Profundizando más en las capas. Un acceso. Unos empujones lentos. Se agitaban en silencio capeando juntos unos temblores. Las piernas de ella le aprisionaron. Un calor de cuna reventó en su boca. Agarrar, soltar, volverse y otra vez. Un empujón de las caderas puso en contacto hueso con hueso. Los vientres se abrían y un hombro bajó hasta el nivel de un corazón impaciente. La mujer que había en él percibió que el pulso se le aceleraba, se normalizaba y volvía a acelerar. Una silenciada audiencia parecía esperar cada uno de los movimientos: era una parte de él junto con una de ella que se ramificaban hacia arriba en acordes más agudos. Un ajuste cómodo. Los pasajes se ensanchaban cuando los músculos tartamudeaban. Killeen se apretó y se elevó a sí mismo para percibir cómo ella se alzaba en espiral. El calor levantó el cabello de ella.
Torsiones y dolores dejaron paso libre a unos movimientos largos y seguros, y en aquel preciso instante comprendió el significado del grotesco modelo que había visto en el complejo mec. La torturada estatua reflejaba su necesidad de todo aquello, pero a pesar de todo, con su inacabable potencia de penetración y de apertura de fisuras sólo conseguía que todo aquel conjunto fuera falto de sentido. El Mantis nunca llegaría a conocerles. En las cosas más esenciales había una impresión que iba mucho más allá de la cópula computarizada. La vida orgánica estaba llena de un espíritu profundamente enterrado. Procedía de los orígenes, de la misma manera que se hizo el universo, y generaba por sí mismo la vida de cada ser mortal, y se le encontraba latiendo en cualquier instante fugaz. El Mantis no había podido proporcionar momentos como aquellos a las suspensas mentes de los muertos definitivos, porque eran imposibles de reproducir. Killeen llegó al conocimiento de este hecho de un modo definitivo y exacto en el breve lapso de un segundo. Shibo también lo había notado, y le dio un empujón que introdujo en él unos húmedos efluvios. Ella le aflojó un nudo de la muñeca para que se abriera hasta el codo, zumbó al atravesar su hombro, y despertó una oquedad que tenía detrás de la oreja derecha. Le besó, hundiendo los dientes en las blandas encías. Las lenguas se deslizaban apretándose una sobre la otra, buscando la lisa parte inferior. Con el corazón ardiendo, Shibo le mordisqueó más arriba. Algo había abierto el cerrojo de él y percibió la secreta fuente del poder que había tenido aquel mismo día en el foro, el empuje de sus propias palabras. La vida se regeneraba. Él era tal como fue su padre, y como sería Toby: la lengua dentro de la oreja era como un húmedo roce de la brisa marina. Su padre estaba vivo. Correspondió a la caricia de la mujer, y los dientes de Shibo trazaron líneas rojizas más abajo de su garganta. Un rosario se formó a partir de un lento principio de delirio. Una violencia centrípeta se apoderó de ambos y golpeó con fuerza a Killeen.