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o dispuso de mucho tiempo para descansar antes del Testimonio. Killeen estuvo acostado durante un rato y luego empezó a llegar gente que llamaba tentativamente a la puerta de su choza.
Eran miembros de la Familia Bishop. Killeen habló con ellos por turno, sin mostrarse demasiado concreto pero explicándoles, muy por encima, todo lo que había aprendido. Les hablaba con calma y seguridad, sintiendo una certidumbre nueva para él.
Pero no era una certeza absoluta, se iba diciendo a sí mismo. Cuando pensaba qué iba a declarar, se preguntaba qué habría dicho Fanny. Con frecuencia no estaba demasiado seguro pero, a pesar de todo, consiguió salvar los puntos difíciles.
Descubrió en las caras de los demás Bishop una sorpresa que se iba transformando en interés y luego en conformidad. Una conformidad concedida de mala gana por algunos de ellos, pero tenía la impresión de que no era fugaz. Cuando corrió la voz de todo lo relativo al Mantis, a Hatchet y a lo que este había estado haciendo, todos los miembros de las Familias se apaciguaron. Y también aparecieron por allí algunos de los Rook.
Después de comer algunas raíces cocidas, Shibo y Toby, junto con Killeen, fueron a dar otro paseo por los alrededores de Metrópolis, sólo para que el muchacho hiciera ejercicio. Dejaron al mec humano, que estaba inmóvil, recargándose las baterías con los paneles solares. Killeen temía que el Mantis pudiera interrogarle a distancia cuando funcionara normalmente. Era conveniente mantener en secreto la información relativa al Argo durante un poco más de tiempo.
Killeen esquivó a los que se acercaban para discutir con él. Una niebla fría y húmeda cubría los campos de cultivo que se extendían al sur de Metrópolis. Andaban por entre los altos y olorosos tallos de maíz. Toby no había visto nunca plantas cultivadas de tanta altura, ni siquiera recordaba las largas hileras de tomateras donde había jugado hacía mucho tiempo, en las proximidades de la Ciudadela. El Comilón se elevó y atravesó la delgada niebla, proporcionando al aire un sabor tonificante. Killeen regresó a la choza y durmió hasta el momento del Testimonio.
Los King declararon contra él.
Habían preparado sus argumentaciones, usando el testimonio de los miembros King de la expedición, para causar buen efecto. Plantearon el caso con sencillez, pensando sin duda que bastaría con la consideración de los hechos.
Fornax presidía, puesto que era el Capitán más antiguo. Los King le respetaban. Deberían escoger a su Capitán en cuanto acabara el Testimonio, pero hasta entonces Fornax tendría el control nominal de la Familia que se había quedado sin Capitán. Y después sería un buen aliado con quien contar.
Una vez expuestos los cargos iniciales, cuando los King hubieron concluido, Cermo y Shibo declararon para oponerse a ellos. Siguiendo la tradición, Killeen estaba sentado en el centro del concurrido foro que había sido excavado en una ladera. Cada uno de los que hablaban ocupaba por turno el centro del foro. Si se exceptuaba a los que estaban de guardia en el perímetro, podía afirmarse que toda la humanidad estaba reunida en aquella reducida excavación.
Shibo habló poco pero dijo mucho. Todos la respetaban. Aunque declaró lo mismo que Cermo sobre la muerte de Hatchet, sus palabras tuvieron mucho más peso. En el Testimonio lo único que contaba era el voto final de las Familias reunidas. Cada una de las personas que quedaron convencidas por la elocuencia de Shibo era un tanto a favor.
Después de ella, habló Ledroff como Capitán de la Familia de la defensa. Su intervención resultó vaga, declaró que Killeen era una persona en quien se podía confiar y que no era capaz de atacar a un Capitán, a menos que la acción fuera inevitable por algún motivo.
Killeen juzgó que aquello no le favorecía en lo más mínimo, pero no estaba preparado para Fornax.
Como Capitán Presidente, en teoría, Fornax había de mostrarse neutral. Pero cuando aquel hombre nervioso empezó a hablar, Killeen comprendió que cada una de sus palabras tenía una calculada intención.
La ya de por sí arrugada cara de Fornax se arrugó todavía más debido al escepticismo cuando empezó a formular frases irónicas y desdeñosas. Trató con respeto todas las declaraciones de los King. Pero luego tildó la versión de los Bishop de meras opiniones.
Lo hacía con sutileza, eligiendo las palabras para suavizar los hechos y llevarlos hasta su fin. Su rostro, vuelto hacia el círculo de caras, revelaba la pena por lo que se veía obligado a decir.
Killeen no estaba del todo seguro de la sinceridad de aquella expresión. Ya sabía que Fornax esperaba ejercer mucho poder en Metrópolis, ya que era el Capitán más antiguo. A pesar de que un King seguiría gobernando en Metrópolis, el nuevo Capitán había de ser por fuerza, menos poderoso debido a la inexperiencia. Cuanto más apareciera Fornax como una personalidad sabia, tanto mayor sería su influencia sobre todas las Familias.
Fornax se sentó y le correspondió a Killeen, siguiendo la tradición, pronunciar las últimas palabras.
Se sentía solo. Pero no albergaba la menor duda sobre lo que debía hacer. Contra la elocuencia de Fornax no cabía ninguna defensa prolija. Las Familias allí reunidas le miraban con caras expectantes.
—Voy a hablar claro y directo. Ya sabéis lo que sucedió. Pero lo más importante de todo es el porqué. Nunca llegaréis a comprenderlo a menos que lo sintáis vosotros mismos. Por esto recurro a la única forma de que podáis sentir y conocer lo que en realidad sucedió. No hay palabras para explicarlo. Sólo de esta manera lo entenderéis.
Dio un paso hacia atrás, como si allí hubiera alguien más a quien debiera dejar sitio sobre la losa de piedra gris que representaba la tribuna del orador. Hatchet se había dirigido a ellos con frecuencia desde aquel lugar, que ya estaba muy erosionado.
Sé que estás escuchando. Killeen pensó cada palabra por separado. Has de tenerlo grabado. Tráelo aquí. Esta es la mejor manera de resolverlo.
Algo brilló en el lugar destinado al orador. Un remolino azotó el aire.
Y, de pronto, Killeen se encontró allí de nuevo.
El complejo de los mecs. La extensa llanura sombreada en donde se apreciaba un salpicado de distorsiones.
Con una horrorosa y pesada ambientación, los sucesos se desarrollaron de nuevo. La cosa-Fanny, arrastrando los pies, se aproximaba a una figura en la que poco a poco Killeen se reconoció.
Hatchet dio unos pasos hacia delante, primero se quitó los arneses y luego los pantalones. Los dejó caer. Atrajo hacia sí aquel ser escamoso.
Ella se abrazó a él con una mano roma, terminada en capullos.
Con una rápida y suave sacudida, él penetró entre los muslos separados.
Ambos se movían. Un sonido de succión llegaba desde la pareja.
Y el frágil mundo del aparato sensorial se hizo pedazos. Los disparos de Killeen detonaron como unas secas palmadas que se reflejaban en las paredes recubiertas de hielo, para ir a impactar en las imágenes de los cuerpos que se desplomaban en el enloquecido aire gélido.
Y después, Killeen volvió a estar allí.
Dejó que se regularizara su respiración y observó las aturdidas expresiones de los que estaban en el foro. No había hecho el menor intento de usar el aparato sensorial para ponerse en contacto con el Mantis desde que el grupo de la expedición lo había dejado tras las colinas cercanas.
Pero, no obstante, había sabido cómo debía actuar. Vio la larga jornada que le esperaba y previo todo lo que iba a pasar, aunque a cada paso que daba sus pies exploraban el terreno como si se enfrentaran a algo nuevo.
No dijo nada cuando un Fornax conmovido se puso en pie. Transcurrieron unos instantes que le parecieron eternos mientras la gente se recuperaba. Hablaban muy poco, pero las palabras goteaban sobre Killeen como una suave lluvia tibia. Contestaba a las preguntas con pocas palabras pero convincentes. Las voces se fueron acallando.
Fornax formulaba las preguntas. Killeen se sentó.
No podía votarse a sí mismo y no levantó la vista para ver el clásico alzamiento de manos. Podrían haber votado más fácilmente mediante el sistema sensorial común, pero este todavía hervía y levantaba ecos a causa de la presencia que había pasado por él como un viento helado.
Fornax contó y sonrió. Su cara era una máscara grave cuando recitó la fórmula:
—Por un factor de tres, las Familias aquí reunidas absuelven al que ha sido sometido a juicio, y yo doy validez legal a este veredicto. Doy la bienvenida a la colectividad al que hasta ahora había sido separado de ella como un paria. Saludo al descastado en su calidad de miembro renacido de la Familia de las Familias. ¡Alegraos!
El abrazo ritual de Fornax resultó rígido y poco amistoso. El contacto reveló a Killeen más cosas sobre aquel hombre de las que hubiera obtenido mediante una larga conversación. Mientras daba unos pasos atrás, en absoluto silencio, sonó la voz del Mantis.
Un buen final. Pero ya que me habéis llamado porque me necesitabais, dejadme hablar.
La voz del Mantis penetraba clara y fluida en su aparato sensorial.
Os ofrezco mi protección frente a los golpes que desde tanto tiempo estáis recibiendo. Os expreso mi condolencia por vuestros sufrimientos. (Ininteligible). Debo conservaros aquí y evitar que seáis atacados de nuevo. Sabed esto como un tributo a la esencia de lo que sois.
Killeen asintió. Sabía que aquello debía llegar. Era un paso más.
Las Familias reaccionaron. El miedo y la esperanza incidían sobre ellos en igual grado y la lucha se evidenciaba en sus facciones.
Vuestros usos y costumbres serán conservados y enaltecidos por medio del arte. Sois algo valioso. Vuestras rápidas e interesantes vidas son, por sí mismas, vuestras mejores obras. Dadme todo esto y conservaré lo mejor de todos vosotros ahora y para siempre.
Una brisa febril corrió por entre ellos.
El Mantis hizo una pausa.
Killeen se levantó y se dirigió al foro con voz potente:
—Algunos querrán vivir en un sitio así. Hay una palabra muy antigua que lo define: Zoo. Pero habrá otros que rehusarán.
El Mantis contestó:
Sin mis habilidades, los Merodeadores os cogerán. No soy más que un elemento dentro de un complejo que está más allá de vuestra imaginación. No puedo detener a los Merodeadores porque ellos proceden de una lógica más alta. Hay fuerzas que se alinean contra vosotros.
—No todo está contra nosotros —observó Killeen con sequedad—. La mente magnética te obligó a decir la verdad sobre esto.
Una vez más, la voz del Mantis llegó fría y segura. Killeen comprendió, al ver la expresión paralizada de los miembros de las Familias, que también ellos la oían.
Es verdad. No puedo ocultar lo que me ha sido impuesto por la fuerza. Las inteligencias orgánicas se encuentran en alguna parte de la zona del Comilón (tal como lo llamáis vosotros) y se están tomando medidas para que no se unan entre ellas. Vosotros sois uno de estos elementos. A pesar de que ahora ha disminuido, vuestro potencial es nocivo. En consecuencia, los vectores se intersectan y os dejan una herencia de inacabables y violentos ataques por parte de los Merodeadores. (Ininteligible). Solamente podréis sobrevivir si os amparáis bajo mi protección.
Estas palabras llegaban con la misma solidez y sobrecogedora materialidad que si hubieran sido grabadas sobre granito.
Aquella sencilla depresión ampliada pareció encogerse de súbito hasta convertirse en un pequeño reducto donde el Mantis lanzaba su voz para rodear a la tribu humana y evidenciar su precaria posición.
La gente se agitaba con expresiones de asombro y de miedo que aparecían con intermitencias como si fueran relámpagos de verano. Todos ellos sabían gracias a sus aparatos sensoriales que aquella inteligencia era enorme, compleja y tremendamente serena. De ella surgían unas vibraciones de grandes propósitos, una impresión de solidaridad y de completa e imperturbable honestidad.
Killeen esperó un largo rato a que aquel efecto se disipara entre las Familias. Recordaba las antiguas palabras de su padre, cuando todavía estaban en la Ciudadela: Lo más importante acerca de los alienígenas es que son alienígenas.
El Mantis podía ser honesto y podía no serlo. En cualquier caso, aquel discurso tenía una proyección humana. Debía recordarlo. No podía ignorar el hecho de que conocía a aquella máquina. Y que ella les comprendía por completo.
Ahora os pido que os pongáis de acuerdo para aceptar mi protección contra estos malos vientos que os van a seguir azotando. Aceptadlo y entraré a formar parte de una sociedad con vuestras Familias. Tal vez pueda rescatar a otros humanos que todavía estén perdidos por las llanuras de este planeta, aunque os digo por anticipado que habrá muy pocos. Aceptad ahora y ya podremos empezar.
Killeen esperó otra vez a que se dispersara el efecto de aquellos pensamientos forzados. Luego alzó el puño.
Las Familias le vieron allí; todavía ocupaba el sitio de los oradores. Se mantenía de pie y en silencio, miraba fijamente hacia adelante, esperando a que la tensión y el enfoque que él mismo sentía se extendiera a través de su aparato sensorial hasta ellos. Algunas observaciones dispersas se fueron amortiguando. El foro se quedó en silencio. Se oían las suaves brisas de Nieveclara batiendo contra las colinas. La humanidad le observaba. Ahora debía hablar de sus propias visiones. Tenía que lograr que a ellos les parecieran reales.
—Si seguimos el camino que nos señala el Mantis, será como afirmar que ya no nos queda un destino propio para nosotros y para nuestros hijos, o para la inacabable legión que nos sucederá. Podéis aceptar el refugio del Mantis, cierto. Podéis ocultaros de los Merodeadores. Tener vuestras cosechas. Tener hijos e hijas y verles crecer, es verdad. Esto sería algo humano y bueno. Pero por este camino, siempre estaríais en peligro, amontonados, y al final llegaría la muerte de nuestra propia esencia.
Killeen paseó rápidamente la mirada por entre las filas de ojos expectantes, y pareció como si se fuera apoderando de cada uno de ellos, uno tras otro, durante unos breves momentos.
—Tenemos otra solución. Un camino mucho más largo. Un camino que confía, tal como todos vosotros habéis hecho hoy al votar en el Testimonio, en el perenne valor de la dignidad humana.
En las miradas alarmadas pero excitadas que celebraron sus palabras, por primera vez en sus años adultos, vio en las Familias la aceptación embelesada de nuevas posibilidades.