11

L

legaron desperdigados a Metrópolis. El último trayecto lo habían cubierto a pie, contra un fuerte viento cálido. Entonces apareció la fatiga. Killeen se las había compuesto para dormitar un poco en el casco del Especialista, después de que se hubiera ido el ser magnético. Luego, al igual que todos los demás, se había quedado dormido en el Empolvador, que les llevó de nuevo a la llanura de donde habían partido.

El Mantis había viajado con ellos. Había conseguido convertirse en un apretado conjunto de varillas y compartimientos ovales para caber en el interior del Empolvador. Ahora quería mantenerse detrás de la cordillera que rodeaba Metrópolis hasta que llegara el momento oportuno para aparecer.

El ente magnético no había dicho nada más después de entregar su extraño y último mensaje. Killeen no pensaba en ello, no pensaba en nada. Estaba cansado. Había cargado con Toby a horcajadas durante la última parte del trayecto, porque al final el muchacho estaba rendido. Las secuelas de la herida y del tratamiento mec habían causado su efecto en Toby y apenas si podía mantenerse despierto.

Todos los King se habían puesto elegantes para recibirles. Era evidente que Hatchet siempre había convertido en un acontecimiento el regreso de una expedición. Y así, en cuanto los habitantes de Metrópolis captaron los olores de la expedición en los sistemas sensoriales, los King, los Rook y los Bishop se reunieron para darles la bienvenida.

A medida que el grupo iba llegando, todos callados y con poco botín, los gritos de júbilo fueron amortiguándose. Al comprobar que Hatchet no regresaba con el grupo, ninguno de los King tuvo mucho que decir. Killeen se limitó a seguir andando, cargado con Toby, bajo la luz polvorienta y mortecina. Jocelyn y algunos otros Bishop se acercaron a él y trataron de hablarle, pero él se limitó a llevar a Toby a la cabaña y acostó al muchacho.

En aquellos momentos, Ledroff y Fornax hablaban con el resto del grupo, pero Killeen no salió a reunirse con ellos. Se sentó durante unos instantes sobre la cama; sus pensamientos eran como grava que se escurriera por una pendiente. Luego, al cabo de unas horas se despertó guiñando los ojos por efecto de los rayos de la amarillenta luz de Dénix que le daban en la cara.

Supo la hora que era por la posición de Dénix contra la lejana caída de un oscuro polvo de estrellas. Aunque no había dormido más que unas pocas horas, se sentía descansado. El resto de la fatiga se había convertido en una sensación apacible que se traducía en una inequívoca resolución. Comprobó que Toby estaba bien, que dormía tranquilamente a pierna suelta.

Al contemplar a su hijo recordó la ocasión en que el espectáculo de la respiración de Toby, en aquella misma habitación, le había dejado enteramente paralizado. Había sucedido mucho tiempo atrás. Volver a contemplar a Toby, sabiendo que en cuanto despertara iba a empezar a saltar, bien valía cada una de las peripecias que les habían ocurrido. Y hasta valía las que les podían ocurrir en el futuro.

Después, salió de la choza.

Con Ledroff todo se desarrolló tal como Killeen había esperado. Le escuchó, haciendo signos afirmativos con la cabeza de vez en cuando para demostrar que prestaba atención, pero en realidad se dedicaba a pensar por adelantado. Habría que convocar un Testimonio, sí, esto lo comprendió enseguida. No, no quería decir que había disparado contra Hatchet por equivocación cuando intentaba matar a la otra cosa. Sí, estaba seguro de ello. Desde luego, estaba convencido de que se trataba de un asunto muy grave. Sí, los demás tenían razón: el Mantis se mantenía alejado de Metrópolis. De momento, no representaba ninguna amenaza. No, Killeen no quería ver a la compañera de Hatchet para explicarle lo que había sucedido. Aquello ya se vería en el Testimonio. Hablaría en su propio nombre y no habría necesidad de que Ledroff dijera nada o que hiciera un alegato para defenderle ante las Familias reunidas. No le cabía la menor duda de que se trataba de un asunto muy serio. Por descontado.

Ledroff hizo registrar la choza de Killeen. Sólo por precaución, había dicho. Confiscó el frasquito de alcohol que Killeen tenía en la mochila. Killeen se rio en silencio cuando Ledroff salió de allí sosteniendo solemnemente el frasco con el brazo extendido. Comprendía que el Capitán pretendía humillarle y hacerle disminuir su posición ante los demás. Lo que Ledroff ignoraba era que todo aquello ya traía sin cuidado a Killeen.

Volvió a entrar, pero Toby todavía no se había despertado. Killeen contempló pensativo a su hijo durante un rato. Sus Aspectos le mandaban unas suaves vocecillas a través del aparato sensorial, reclamando su atención. Comprendió que su ansiedad iba en aumento.

Shibo se reunió con él. Sacaron un poco de comida de las mochilas y repasaron los equipos. Aquel era un hábito adquirido a lo largo de años de marcha: hay que prepararse para volver a salir corriendo, cada vez que uno se detiene.

Toby se despertó y quiso salir de la choza. De mala gana, Killeen aceptó, pero se dirigieron lejos de Metrópolis. No quería encontrarse con la gente ni hablar de lo sucedido.

Se pasearon por las colinas cercanas, casi en silencio. Shibo confirmó lo que Killeen había supuesto. Mientras ellos estaban dormidos, el Mantis se había puesto en contacto con Ledroff y Fornax. Les había ofrecido dar protección a Metrópolis.

El Mantis tenía conocimientos de psicología humana. Expuso sus argumentos como si se tratara de un intercambio equitativo.

El Mantis les había dicho que protegería Metrópolis, engañando astutamente a sus superiores. El mec desviaría de allí a los Merodeadores. Sólo «cosecharía» a la gente anciana y, desde luego, únicamente cuando estuvieran a punto de morir.

A cambio (y aquí el Mantis revelaba su comprensión del orgullo de los humanos), las Familias habían de emprender expediciones contra algunas ciudades mec seleccionadas. Los productos del pillaje proporcionarían al Mantis mercancías para efectuar intercambios y los utilizaría para amasar riqueza en la sociedad mec. Finalmente, cerrando el ciclo limpiamente, este incremento de poder serviría a su vez para disimular la presencia de todas aquellas sabandijas humanas.

Killeen se quedó apabullado por las concretas explicaciones de Shibo. La propuesta era muy astuta. Permitía que los humanos conservaran algo de su dignidad. Para una Metrópolis que todavía sufría el impacto de la muerte de Hatchet, aquello debía de parecerles un trato con sentido común.

Y Killeen no veía la manera de oponerse a ello.

Anduvieron por profundos barrancos entre las prominentes colinas. Toby no presentaba el menor indicio de fatiga y hasta correteaba por allí persiguiendo a los pequeños animales que vivían entre la maleza baja.

Shibo hablaba poco, se limitaba a explicar lo que la gente decía. Ledroff y Fornax habían comentado a algunos la presencia del Mantis cerca de Metrópolis, y los rumores se extendían por doquier.

El Testimonio que iban a celebrar trataría en primer lugar de la muerte de Hatchet. Después pasarían a discutir la proposición del Mantis.

Killeen dijo con amargura:

—Creo que ya puedo predecir lo que van a decidir.

—Sí, está claro —contestó Shibo con desaliento.

Desde un arroyo cercano, llegó hasta ellos el grito de una mujer.

—¡Hola! Killeen, Shibo, ¿sois vosotros?

Desde detrás de una espesura de matorrales apareció un mec. Automáticamente Killeen echó mano a un arma, pero luego comprendió que se trataba del mec humano que habían visto hacía poco en el complejo mec.

—He viajado mucho, detrás vuestro —gritó la voz femenina. El mec estaba polvoriento, mellado y con abolladuras. Algunos enganches rotos colgaban de sus costados. Shibo lo miró boquiabierta.

—¿Cómo…?

—Adherí un rastreador al tobillo de Toby. ¿Lo veis?

El mec señaló con un brazo las botas de Toby. Una pequeña mancha no mayor que una uña aparecía pegada allí.

—Ya sé cómo funcionan los transportes mec. Os seguí la pista hasta que vi que habíais regresado al Empolvador. Me costó bastante encontrar un medio de transporte aéreo del que pudiera hacerme cargo y tomar el mando. Pero lo conseguí y os he seguido. ¡Ruff!

—El perro mec —rio Toby.

Killeen meneó la cabeza, pensativo.

—Me temo que la situación ha cambiado mucho desde que te vimos por última vez.

La voz femenina resultaba incongruente al salir del altavoz del mec.

—Cuando me acercaba he visto a un mec muy grande. Anda por estas colinas. Debéis poner sobre aviso a la comunidad humana de aquí…

—Ya lo sabemos —indicó Toby—. Se trata del Mantis.

El mec humano prosiguió con entusiasmo.

—Pues entonces esto va bien. Pero todavía debo seguir las órdenes que recibí en su día y que he respetado hasta hoy. Debo recordaros, humanos, que no necesito más que la clave correcta para entregaros la información.

Killeen movió la cabeza con cansancio.

—No creo que las antiguas tradiciones puedan servirnos ya de mucho. Mira, nosotros…

—No, espera —le interrumpió Toby—. Papá, ¿recuerdas lo que nos dijo la cosa del cielo?

—¿Qué… la mente magnética? Mira, yo tampoco entendí mucho de lo que decía, y…

—Supusimos que nos contaba algo relacionado con las cosas antiguas —siguió Toby con la mayor seriedad—. Era sobre una ciudad o algo parecido, ¿verdad?

Killeen frunció el ceño.

—Lo dudo, pero… veamos, ¿cuál era el mensaje?

—No construyáis una Ciudadela —recordó Shibo con precisión.

Killeen sonrió sin ganas.

—Buen aviso, pero ha llegado demasiado tarde. Las Ciudadelas atraen a los Merodeadores. Metrópolis no es una Ciudadela, pero ya está construida.

Toby añadió:

—Había algo más. Sí… dijo: «Preguntad por el Argo».

—¡Ruff! ¡La clave preestablecida! ¡Gracias! ¡Os doy las gracias! —gritó de pronto el mec humano.

Todos se quedaron mirando al mec que daba jubilosas vueltas sobre sus bandas de desplazamiento mientras ladraba.

—¡Argo! ¡Argo! Esta es mi clave. Me autoriza a entregar por fin mi mensaje.

—¿Argo? ¿Es una antigua ciudad humana? —preguntó Killeen.

—¡Oh, no! Argo es una nave. Hace mucho tiempo, mis hermanos y yo la escondimos. Conozco el sitio. ¡Yo sé dónde está el Argo!

—Una nave… —murmuró Toby, pensativo.

Killeen consultó a su Rostro, Bud, y preguntó:

—¿Para los océanos? —Se encogió de hombros—. Ya no quedan grandes extensiones de agua en Nieveclara.

—¡No! Navegaba entre las estrellas. El vehículo fue construido hace mucho tiempo. Yo ayudé a enterrarlo. Puede navegar hacia el Mandikini.

—¿Por el cielo? —preguntó Shibo llena de dudas.

—¡Sí! La humanidad construyó el Argo de forma que sólo aceptara órdenes de origen humano. Yo y centenares de hermanos míos fuimos los encargados de transmitir la información de su localización. Si alguna vez la humanidad necesitaba de un transporte de larga distancia, y no era capaz de construirlo ella misma, entonces debíamos hablar. Pero la información sólo estaba destinada a los descendientes de los constructores del Argo, a vosotros, puesto que conocéis la palabra clave, ¡el nombre de la misma nave! —El mec humano terminó con un sonoro ladrido.

Los tres humanos se miraban unos a otros, muy sorprendidos.

El mec humano volvió a dar vueltas, traqueteando y vibrando.

—¡Ruff! ¡Estoy preparado! Ruff. ¡El mensaje ha terminado! ¡Ruff!

No tuvo el menor aviso. El ataque se produjo mientras regresaba andando a Metrópolis en compañía de Shibo y Toby. Estaban hablando con el mec humano, que iba junto a ellos machacando el terreno con sus ásperas bandas.

Toby charlaba a su lado, embargado por unas brillantes visiones.

En un momento de distracción, los Aspectos de Killeen le atacaron.

Se agitó, tropezó y se precipitó en lo que le pareció una caída en picado sobre una estrecha zona de hierba aromática.

Una avalancha se precipitó contra él. Todos sus Aspectos y Rostros chillaban a la vez. Ardientes puyazos de protesta brotaban desde unos sentimientos sumergidos de miedo vergonzante.

Era un coro que se iba desarrollando hasta llegar a convertirse en una oleada creciente. Le invadía los brazos, las piernas y el pecho con unos gélidos riachuelos. Sus músculos tiritaban. Los gritos martilleantes corrían por sus venas y golpeaban fríamente contra sus entrañas. Abrió la boca para gritar, y también lo impidieron, inmovilizándole las doloridas articulaciones de las mandíbulas.

Habían descubierto lo que estaba pensando.

Los Aspectos y los Rostros eran viejos, conservadores, aferrados a Nieveclara.

Una ola de miedo cerval discurría por su interior. Sus talones tamborileaban sobre la hierba. Una nube blanca, lechosa, le inundaba los ojos, impidiéndole ver a Shibo y a Toby, que intentaban sujetarle, movían la boca sin que él oyera los sonidos, como si fueran peces detrás de un cristal. Killeen luchó contra aquel creciente martilleo ancestral.

Trató de escapar de ellos, refugiarse dentro de su aparato sensorial. Pero le seguían a todas partes, introduciendo unos glaciales puñales en cada recoveco donde intentaba refugiarse.

¡No nos pongas en peligro! —gritaba una docena de voces—. ¡Jamás abandones este mundo donde hemos nacido!

Se debatía. Percibía su propio cuerpo como algo distante, a través de un estrecho túnel gris. Escarbó en el suelo con pies y manos. La sensación le llegó como unas lentas percusiones, como si estuviera aterido por un frío progresivo.

Y la algarabía de tonos agudos todavía seguía corriendo por él. Una ansiedad palpitante y acobardada se esforzaba en lanzar aullidos.

Subyacente a esta, transcurría otra corriente profunda de locos presagios.

¡Cobarde! ¡No huyas!

Los gritos le llegaban a través de una luz acuosa.

Reconstruye las sagradas Ciudadelas. ¡Las Sangradas Cláusulas lo exigen!

Killeen luchaba contra una ola de terror que lo succionaba hacia las profundidades. Se estaba ahogando en un mar de insectos.

Se estrellaban contra él y se arrastraban al interior de su nariz. Unos gritos pequeños le atravesaban la piel. Enormes tenazas le torturaban la carne. Intentó respirar y sólo inhaló un coro de campanillas que le produjo cosquillas.

¡Loco! ¡Ingrato!

¡Eres un traidor!

Hace siglos que trabajamos aquí. ¿Osarás escaparte ahora?

¿Acaso no piensas en nosotros?

Somos de aquí. Nieveclara es el verdadero hogar de la humanidad.

¿Quieres salir de aquí con el rabo entre las piernas?

¡Cobarde!

Comprendió que empezaba a flaquear.

Unos afilados dedos se introducían en sus senos frontales. Las antenas le ahogaban.

Los pulmones se le llenaron con un ejército negro.

Entonces, las furiosas patadas que lanzaba con los talones golpearon algo sólido.

Las aguas eran una masa viviente de pequeñas piernas que escarbaban. Rodó bajo la fuerza demoledora de una oleada de insectos. Luchó por conseguir aire y sus piernas encontraron la roca firme que había debajo.

Le atraparon de nuevo.

Empujó hacia abajo. Se puso en pie.

Unas masas serpenteantes le apaleaban.

Le tiraban de la piel.

Pululaban, chillaban y salpicaban.

Se mantenía en pie entre los remolinos de una fuerte tempestad que soplaba hacia tierra desde mar adentro. Las olas de aquellas pequeñas mentes voraces llegaban con regularidad, le chillaban, en cada gota había muchas bocas que le atacaban. Unas lenguas húmedas le azotaban. Pero clavó los talones y la ola siguiente ya no pudo dominarle. Luchó contra los embates de la corriente. Luego la resaca intentó arrastrarle, tirando de sus pies.

Si hubiera estado de pie sobre arena, el ímpetu de los insectos podría haber socavado su apoyo, haciéndole perder pie.

Pero se asentaba sobre roca. Dura y solemne piedra.

Y aquello tenía el rígido y quebradizo toque del Mantis.

Retrocedió hasta la playa, sin perder nunca de vista las avalanchas de alocadas bocas que se le venían encima. Le succionaban con labios ensangrentados.

Pisaba con cuidado, siempre aferrándose a la roca con los dedos de los pies, tanteando el camino y utilizando la roca como ancla.

Las corrientes le golpearon y lucharon contra su voluntad, pero al final refluyeron. Luchó contra una fuerte corriente por llegar a tierra. Luego resopló y tosió, escupiendo las motas, sonándose para limpiarse las fosas nasales de unos mocos pegajosos. Cuando el viscoso material fue a dar contra las rocas, chilló con fuerza, con inútiles lamentos desesperados.

Unas gotas frías de pequeñas tenazas mordedoras se le escurrían desde las piernas y formaban charquitos sobre la tibia arena. Se sacudió del cabello las mentes chillonas de los insectos, y las observó con el rabillo del ojo. Sus quejidos fueron amortiguándose.

Miró hacia un resplandor amarillo que estaba en lo alto del cielo. Le secó.

Entonces se encontró con la cara alzada, mirando las franjas de luz de Dénix que llegaban oblicuas.

—Parpadea. ¿Estás…? —preguntó Shibo.

—Sí. Estoy aquí.

—¿Tempestad de Aspectos?

—Sí. Yo… algo…

Notó que la sólida piedra todavía pujaba contra sus talones. Miró al círculo de caras ansiosas que le estaban observando.

—Ha sido… el Mantis. —Lo descubrió y lo tradujo a palabras en aquel mismo instante—. Vino, me proporcionó un puntal donde me pudiera sostener. Un punto donde apoyarme, para poder luchar con éxito contra ellos.

—¿El Mantis? —preguntó Shibo, incrédula.

Todavía jadeaba y el aire le hería los pulmones. El recuerdo de aquella horda fue abandonándole poco a poco.

—Sí. Puede utilizar lo que él llama «información sensitiva». Le permite detener a los subsistemas… a los Aspectos.

—¿Pudiste resistir?

—Sí, y encima hizo algo más. Cuando los Aspectos se abrieron, el Mantis les alcanzó. Y hasta muy adentro. Deshizo algo que yo tenía allí. Noto que es… diferente.

—Necesitas descansar —indicó Shibo y le secó la frente con un paño.

Killeen se sorprendió al comprobar que quedaba completamente mojado.

—Los Aspectos… vieron lo que yo pensaba.

Shibo frunció el ceño.

—Y el Mantis, ¿también lo vio?

—No creo que tuviera tiempo.

—¿Piensas que todavía hay… esperanzas?

—Sí.

Los planos y los ángulos de la cara de Shibo mostraron signos de alivio y de persistente perplejidad ante aquel rompecabezas.

Puedo resolver este rompecabezas, pensó Killeen. Aquella repentina idea le pareció extraña y a la vez correcta y obvia.

Después Toby le acarició y sollozó con lágrimas largo tiempo reprimidas, que parecían derramarse sobre él desde el cielo sin límites. Unos brazos le envolvieron. Unas manos le ayudaron a alzarse. El mec humano ladró. Se amontonaron a su alrededor, hablando, acariciando y preguntando.