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S

iguieron su camino por valles en donde pululaban muchas máquinas. El Mantis les condujo a través de un denso complejo mec sin aparente esfuerzo. Tenía el poder de cambiar la ruta del intenso tráfico, evitando así las preguntas.

Luego salieron al aire libre. El paraje era árido, muy del gusto de los mecs. Por todas partes, Killeen descubría restos de la biosfera que estaba en proceso de desaparición a causa de la erosión. Unas malezas se aferraban a las veteadas colinas. En una ocasión vio que toda una falda de una montaña estaba siendo engullida por una horda de mecs enanos parecidos a los que el Empolvador había descargado sobre ellos mucho tiempo atrás.

Killeen se sentía en paz consigo mismo. No le molestaban los remordimientos por la muerte de Hatchet, y ya no pensaba más en aquellos sucesos. Había sido una cosa muy natural, como trazar una línea final para definir la separación entre lo humano y lo que no lo era. Si después el Mantis decidía matarle, poca cosa podía hacer Killeen para alterar aquel final. Ni siquiera esta perspectiva le alteraba. Hablaba con los demás, aprovechando el bálsamo de las otras voces humanas.

Empezó a reconocer el terreno. El campo de aterrizaje del Empolvador se extendía detrás de la siguiente línea de crestas.

Dénix se estaba poniendo a sus espaldas. El Comilón hacía aparecer su radiación por detrás de las onduladas montañas. Ondeando en las capas altas del aire que tenían enfrente, se dibujaban unas líneas luminiscentes anaranjadas. Directamente ante ellos, unos nuevos trazos enloquecían el aire. Killeen estaba intrigado por ello, pero enseguida recordó.

—¡Mirad! —gritó a Toby y a Shibo.

El Mantis, que iba montado en su plataforma por encima de una colina cercana, también había descubierto aquella perturbación. Killeen percibía su pálida y variante complejidad en el aparato sensorial, al enfocar la visión lejana hacia delante para contemplar aquellas luces descendentes.

Transformó su voz en una mezcla acústica y electrónica. Reelaboradas por unos chips insertados en él, sus palabras saltaban al aire como puñaladas.

—¡Tú! ¡El que viene del Comilón!

El aire se enrareció. Las nubes se convirtieron en tentáculos giratorios. El rumor del viento atenuó el débil sonido que llegó hasta ellos diciendo:

El azote del verano tiende un velo sobre mí. Apenas si consigo oír vuestras emisiones. ¡Hablad más alto!

—¿Y ahora? ¿Está mejor así? —Killeen puso toda su voz en ello, mandando cada palabra en forma de una intensa y entrecortada cuña de electrosonido.

Está mejor. Eres Killeen, ¿no? Te andaba buscando.

El Mantis protestó:

Vaya manera de… ¡Ah!

Killeen se sorprendió por la brusquedad con que el Mantis había interrumpido su transmisión. Había huido.

—¿Y para qué me buscabas?

El mismo Especialista se había detenido, y los motores permanecían en silencio. Los humanos seguían aferrados a él, observando cómo en el cielo se desarrollaba una red de estrellas fugaces multicolores. Unos débiles silbidos salían proyectados hacia abajo. Unas chispas delimitaban las líneas del campo magnético. Los hilos de luz se torcían y se enfocaban hacia abajo a través de la bóveda del cielo, que cada vez adquiría un color cobalto más intenso.

Killeen distinguía toda la burbuja geomagnética que envolvía Nieveclara como un sudario. Estaba allá arriba, colgada como una tela de araña llena de joyas, y las estrellas parecían unas motas prendidas en ella. Luego empezó a deformarse. Unas bandas salpicadas de manchas se apretujaban entre sí, como si una mano gigantesca estuviera estrujando un fajo de papel ondulado. En las zonas donde los campos se aproximaban unos a otros, destellaban unas banderas de zafiro.

Columnas de una radiación apagada llegaban desde las profundidades del cielo nocturno; deformaban todavía más las líneas de fuerza, constituyendo con ellas un cuello de botella magnético. Allí, la voz oscilante y profunda se hizo más potente. Era como si las palabras llegaran hasta él directamente de alguien que hablara desde un punto situado entre las estrellas.

Andaba buscándote desde hace mucho tiempo.

Killeen gritó tan fuerte como pudo, a pesar de que ya empezaba a enronquecer.

—¿Por qué?

¿Eres de verdad el lugar geométrico llamado Killeen? Tengo que estar seguro.

—Estúdiame bien —dijo. Killeen sentía curiosidad por saber si aquel ente descubría el olor remanente del Mantis que quedaba en su aparato sensorial.

Ah… eres tú. Pero algo ha cambiado.

—Es cierto, hay…

¡Mis humildes saludos para el ministro de las magnitudes!

Aquel saludo nervioso llegó tan de pronto que Killeen apenas lo identificó. El tono del Mantis sonaba diferente a todo lo que había escuchado en su vida.

¿Percibo un sistema de máquina?

Sí, y me siento sumamente honrado al poder recibirte. ¿Puedo confiar en que esto no constituya un mal augurio para una pronta intersección de nuestro mundo con el de los que no tienen masa? Esto sería, desde luego, una recapitulación y también un honor. (Ininteligible). Con todos los respetos, creo que los miembros del sistema mecánico no estamos preparados para que una presencia augusta como la tuya…

No, no, nada de esto. Cuando llegue el momento de la intersección y de la ascensión, ya se os aleccionará debidamente. Estos asuntos se tratan a niveles mucho más altos. ¿Puedo presumir que ya lo sabías?

¡Sí, desde luego! Jamás me atrevería a inmiscuirme en las progresiones y convergencias de…

En ese caso, complácenos con tu ausencia.

¡Oh! ¡Sí!

Killeen notó que el Mantis se encogía hasta convertirse en un grueso nudo de negra confusión y que se retiraba acobardado.

La voz aflautada y ambarina sonó con fuerza descendiendo desde un cielo ensombrecido:

La entidad motriz que me ordenó entregarte el mensaje anterior, esta inductancia, quiere hablar de nuevo contigo.

Killeen parpadeó.

—¿Qué…?

No puede hablar directamente contigo sino que ha de transmitir su mensaje a través del flujo eléctrico y de las corrientes deformadas. Vive mucho más hacia el interior del Comilón que yo.

—¿Dónde? ¿Quién? ¿Cómo podría conocerle?

Mora dentro de la esfera de confusión temporal del propio Comilón. Ha penetrado más allá del disco de acrecentamiento, incluso más al interior de donde mis pies están anclados por gruesos cepos de plasma furioso. Esta entidad ha conectado campos magnéticos para proyectar un mensaje hacia el exterior de su oscuro reino. Y me obliga a traértelo, a lo largo de las tensas amarras elásticas y magnéticas que componen mi cuerpo y mi alma.

Los humanos que estaban alrededor de él miraban fijamente hacia arriba, con la boca abierta. Killeen había perdido su temor reverencial, sólo estaba asustado. Si energías como aquella, que podía aplastar los campos geomagnéticos con tanta facilidad, marraran su objetivo y llegaran hasta ellos convertidas en rayos, todos iban a arder y achicharrarse en un instante. Y pensar aquello no era algo disparatado, pues estaba muy claro que aquel ser que hablaba desde arriba estaba loco…

El mensaje está incompleto. Unas extrañas tempestades del espacio y del tiempo soplan en el Comilón, deforman las palabras, cambiándolo casi todo. Pero se me ha investido con grandes y suficientes poderes para retransmitirte cuanto pueda. La primera parte del mensaje es esta: Pregunta por el Argo. Recuerda. Pregunta por el Argo.

Killeen frunció el ceño. Otra vez aquella palabra que no tenía significado. «Argo…».

Nunca he sabido qué significa esta palabra. La segunda parte… parte…

—Se está perdiendo —indicó Shibo en voz baja.

Pero espera. Esta máquina que está cerca de ti… Noto que está luchando. Se resiste a mi presencia.

—¡La segunda parte! Transmítela… —gritó Killeen.

No. Me debilito por momentos… pero voy a tener que obligar… a esta irritante máquina… a que hable… a que diga la verdad…

Killeen miró muy hacia arriba, hacia el ensombrecido cielo. Los complicados dibujos de las líneas de fuerza se fueron debilitando y perdieron su estrechamiento.

—¡Espera! —gritó—. ¡La segunda parte del mensaje!

Desde las curvadas líneas de fuerza sólo llegó el silencio. Killeen puso mala cara y aumentó la potencia de sus sensores hasta el máximo. ¿No oía una vocecilla?

Una negra presencia se impuso en su sistema sensorial. Era el Mantis que regresaba, tal vez había recuperado su valentía.

Jamás había hablado con un ser de esta categoría. Visitan estos reinos en muy raras ocasiones, porque prefieren las tempestades energéticas del borde del Comilón.

A pesar del filtro que representaba la fría voz de Arthur, Killeen percibía el miedo del Mantis.

—¿Qué es esto? —preguntó un miembro del grupo. Killeen rebuscó entre los pliegues de la fuerza magnética que resbalaba, como unos músculos de marfil, a través del cielo.

Una mente magnética. Una personalidad de dimensiones impensables para los seres materiales. Vive en las deformaciones provocadas por las tensiones magnéticas, y su almacenamiento de información está contenido en ondas imposibles de amortiguar. Visto así, es otra faceta de la Inmortalidad… superior a la que logramos aquí. Estos espíritus están anclados en el disco de materia al azul vivo que órbita alrededor del Comilón. (Ininteligible). El disco de acrecentamiento sirve de base para muchas de estas mentes, mientras que sus verdaderas esencias se extienden por las nubes gaseosas y las estrellas que giran alrededor del centro. He tenido el honor de poder ver a una de ellas. Una de las más elevadas aspiraciones de nuestra cultura es poder recibir en nuestra casa a una de estas presencias. Algunos creen que estas mentes, en otros tiempos, tenían cuerpos que se parecían a lo que ahora somos nosotros.

Killeen seguía observando los oscuros movimientos que se producían por encima de él, pero algo le hizo exclamar con sarcasmo:

—Es decir, que vosotros los mecs tenéis un Dios.

Las mentes magnéticas no son la fase más elevada. Hay algo todavía mayor.

Shibo preguntó:

—¿Ese Argo… tú has entendido lo que significa para el mec humano?

Yo… el ser magnético… me obliga a decíroslo. Puedo sentirlo, percibo su presión. Me fuerza a… Durante los últimos segundos, he interrogado a las recopilaciones históricas de todos los lugares de Nieveclara. Hay unos ligeros indicios de algo así, de algo llamado Argo, tal vez haya más de uno.

—Recuerdo algo relacionado con Argo, se refería a que era como otra ciudad, Esparta. Ayúdanos a encontrarla —pidió Killeen.

Imposible. La mente magnética me obliga a decir la verdad, pero no esperéis que yo os aconseje acciones contrarias a mis intereses. En este momento se ha debilitado… No lo percibo…

—¡Habla, maldito seas! —gritó Killeen, encolerizado.

Espero que al menos ningún otro mec haya interceptado esta transmisión de la mente magnética. Tal vez así pueda ocultar esta información durante algún tiempo. Debéis entender que soy vuestro aliado. (Ininteligible). Quiero conservar lo mejor de la humanidad para las eras venideras en que os habréis extinguido. Pero no puedo permitir que la humanidad se escape hacia los reinos que están más allá de Nieveclara.

—¿Por qué no? —quiso saber Shibo.

Porque podríais alterar algunos planes que hemos estado proyectando durante milenios.

—¿Cómo? —preguntó alguien.

Killeen pudo sentir la intensa agonía del Mantis. La mente magnética, invisible, todavía obligaba al Mantis a decir la verdad. Implicaba un enorme poder el que una autoridad más alta obligara desde tanta distancia a que una entidad inferior se humillara.

Hay otros… seres orgánicos. Algunos de ellos han… invadido… la zona cercana al Comilón. Nosotros no queremos permitir… alianzas… entre las formas inferiores de vida.

Aquello conmocionó al grupo.

Killeen frunció el ceño. Eso probaba que, en efecto, de alguna manera los mecs se sentían amenazados por la mera existencia de los humanos. Ya lo había sospechado antes. Sin que se lo pidiera, el Mantis contestó a sus pensamientos:

El impulso para exterminaros procede de los estamentos más altos de nuestra sociedad. A pesar de que tenemos diversas y competitivas partes de nuestra civilización en Nieveclara, nos unen algunos objetivos comunes. Uno de ellos es no permitir jamás que los seres orgánicos se alíen unos con otros. En la situación actual, carecen de importancia, pero si se juntaran, podrían llegar a constituir una molestia.

Killeen sonrió, pero se guardó sus pensamientos para él.

A su alrededor, todos hablaban, excitados. ¡Otra forma de vida! De inteligencia alienígena, pero por lo menos era vida. Tal vez se trataba de humanos situados en otras estrellas. Era una posibilidad alucinante.

Y todo aquello lo había provocado una inteligencia susurrante que generaba unos fuertes campos en el aire y desviaba enormes energías con la misma facilidad con que un hombre apartaría suavemente una cortina con la mano.

Volvió a la realidad, aumentó la sensibilidad de sus sistemas, y rugió:

—¡Aún estoy aquí! ¡Soy Killeen! ¡Dame mi mensaje!

El poderoso no acudirá a esta clase de llamadas. Muestras una arrogancia indecorosa, inaceptable en un ser tan bajo como tú. Has de…

—¡Silencio!

Ante la sorpresa de Killeen, la presencia del Mantis se apartó, como si temiera algo.

Murmullos.

Unos trémulos flujos adquirieron más fuerza. Unos dedos de rubí señalaban hacia ellos. Luego la voz volvió a tronar.

Te escucho. Un cometa que pasaba había perturbado mi recubrimiento. Lo he evaporado y puedo llegar hasta ti con mi presencia completa. Me ha gustado el hecho de obligar a esta máquina presuntuosa a tratarte con equidad. Muy pocas veces puedo gozar de una diversión tan inocente como esta. Supongo que un hálito de verdad te vendrá bien. Pero cuando me vaya, volverá a sus malos hábitos. Cuídate de él.

—¡La segunda parte! —imploró.

Oh, sí. Es ambigua. No comprendo cómo puede ser verdad. El mensaje procede de una nave sólida que viaja no sé cómo, a través del extraño mar del tiempo del interior del Comilón. Pero, no obstante, está dirigido a ti, la forma más baja que he conocido hasta ahora. Tal vez no he podido captar su verdadero sentido.

—¡Dámela!

Muy bien. Te la doy inmediatamente. Tu mensaje dice:

No reconstruyáis ninguna Ciudadela. Os triturarían allí. Cree lo que te digo, porque yo vivo todavía, y yo soy tu padre.