1

H

atchet encabezaba la columna al salir de Metrópolis. Tuvieron que andar durante toda una jornada para poder tomar contacto.

Hatchet no había permitido que hubiera testigos de su transmisión al mec Renegado. Según la antigua tradición de las Ciudadelas, las habitaciones privadas de un Capitán eran inviolables, y Hatchet había construido muchas de las cosas que allí había. Después de permanecer quince minutos en su pequeña cabaña de suelo enlosado, salió sonriendo. Tenía una expresión orgullosa y aliviada, y explicó a algunos de los miembros de su Familia lo difícil que le había resultado concretar el encuentro con el mec Renegado, mediante un código establecido de antemano.

El Renegado no tenía manera de codificar el lenguaje humano, explicó Hatchet, y utilizaba un sistema de números-signos. El Rostro Bud de Killeen comunicó que aquello era verosímil. Los Renegados con los que había trabajado Bud mucho tiempo atrás también habían usado un simple código numérico.

A poca distancia, sin embargo, los Renegados podían hablar con los Aspectos de los humanos, transmitiendo frases más complejas por medio del equipo sensorial del huésped. Killeen carecía de experiencia en esta labor y consideraba aquello como parte de la tradición, como una herramienta más, sin perder tiempo imaginando lo que en el lejano pasado había podido resultar de todo aquello.

Hatchet se desplazaba saltando con regularidad y elegancia sorprendentes. Cubría el terreno con rapidez y se impacientaba con Killeen y Shibo, que llevaban a Toby sobre unas parihuelas. Shibo había encontrado la manera de asegurar la camilla a su exoesqueleto y aquello facilitaba la marcha. Hatchet se encargaba personalmente de patrullar, repartiendo las energías entre ambos flancos de la columna.

El destacamento constaba de diez componentes. Los Capitanes habían estado de acuerdo en que si enviaban a miembros de las tres Familias, eso ayudaría a unirlas más. Hatchet sería el Capitán, como lo había sido en todas las incursiones anteriores de los King. Iban tres veteranos de los King y tres de los Rook.

Ledroff había enviado a Cermo el Lento, porque era bueno para llevar cargas. Killeen hubiera preferido a Jocelyn. Su antigua intimidad con ella había disminuido, pero la consideraba inteligente y rápida. Killeen se negó a ir a menos que Ledroff estuviera de acuerdo en enviar a Shibo. Aquella mujer tenía un método silencioso y seguro, que él admiraba, para vérselas con los mecs. Sin necesidad de pedírselo, ella misma se había ofrecido voluntaria para ayudarle con Toby.

A Ledroff no le gustaba tener que enviarla, pero Killeen eliminó cualquier otra posibilidad con un simple movimiento de cabeza. Sólo después se dio cuenta de que Ledroff y Fornax debían de estar muy complacidos con aquel arreglo que mandaba a los díscolos Shibo y Killeen, así como al Capitán rival, Hatchet, a una misión peligrosa.

Ningún miembro de aquella generación de los Bishop ni de los Rook había tenido tratos con un Renegado. Estaban nerviosos, sin querer aparentarlo, y aquello hacía aumentar la velocidad de la marcha. Killeen y Shibo se esforzaban por mantener sus posiciones relativas. Se hundían mucho en el blando suelo de los valles y resoplaban con fuerza cuando Hatchet los hacía avanzar cuesta arriba, por los lechos de los arroyos, para atajar camino.

Sólo llevaban armas ligeras. Hatchet quería un mínimo de impedimenta, para poder avanzar más deprisa. Argüía que si se metían en líos, sería mucho más conveniente la huida que la lucha.

Toby lo resistía bien. Se columpiaba en las parihuelas de viaje sin un murmullo de protesta, aunque de vez en cuando unos espasmos conmovían su cara. Killeen controlaba su estado cada pocos minutos e intentaba mantener una conversación con él, pero el muchacho estaba como aletargado. Dormía casi todo el rato, lo que tampoco era malo.

Hatchet era un buen jefe de expedición, tal como Killeen había esperado. Aquel hombre sabía cómo mantener el ánimo levantado. Hasta llegó a conseguir que todos intervinieran en un torneo oral de suave y humorística crítica, algo difícil de conseguir sobre la marcha, y más entre personas que no se conocían mucho.

Hatchet lo convirtió en un concurso, sacando a la palestra a los mejores y más reconocidos cascarrabias de cada Familia.

Refiriéndose a un compañero King, Hatchet dijo:

—Va con el culo tan prieto, que necesita un calzador para poder tirarse pedos.

Y aquella fue la frase clave que desencadenó las carcajadas de todos e hizo que se olvidaran de sus temores. Killeen recordaba que Fanny había hecho lo mismo tomando el pelo a cada uno de los miembros de la Familia durante el viaje. Con ello conseguía que todos disfrutaran y estuvieran pendientes de quién sería el próximo con el que se metería, porque había un número limitado de cascarrabias de primera línea.

Hatchet era mejor que Ledroff y Fornax, pero había algo en aquel hombre que desconcertaba a Killeen. Hatchet no poseía aquel férreo sentido de la honestidad que Fanny proyectaba sin proponérselo.

El terreno por donde pasaban aparecía más seco a medida que se alejaban del centro del Salpicado. Conforme la vida iba menguando, Killeen estaba cada vez más alerta.

Las máquinas se apartaban de la humedad, pero la factoría que habían asaltado últimamente demostraba que las civilizaciones de los mecs estaban ocupando zonas más húmedas que aquellas.

—No os inquietéis —dijo Hatchet durante un descanso que se tomaron para engullir algunas provisiones ligeras—. El Reny me indicó que no había Merodeadores por esta ruta.

—¿Puede hacer los arreglos oportunos para que no te molesten?

—Claro que sí.

La cara angulosa de Hatchet había adquirido una mayor animación a lo largo de la marcha, más de acuerdo con el curioso indicador de la barbilla.

—¿Cómo? Nunca había oído nada semejante.

—Creo que puede reprogramar a los Merodeadores. Al menos a los más pequeños.

—Debe de tratarse de un Renegado muy potente.

—Es el mejor —declaró Hatchet con una satisfacción inconsciente.

—¿Trabaja solo?

Hatchet parpadeó como si aquella idea no se le hubiese ocurrido.

—Creo que sí. Nunca le he visto en compañía de otro mec.

Killeen no creía que aquello significara gran cosa, porque los mecs se comunicaban entre ellos a muy grandes distancias por medio de los sensores. Pero lo dejó pasar.

—¿Cómo os pusisteis en contacto con él?

—En realidad, fue él quien nos encontró a nosotros —reconoció—. Llevábamos años enteros huyendo después de la Calamidad. De alguna manera nos siguió la pista.

—Tal vez obtuvo un informe por medio de la red general de comunicaciones de los Merodeadores —sugirió Killeen.

Shibo estaba sentada y estudiaba en silencio a Hatchet, sin que su expresión trasluciera nada.

—No sería una comunicación continua —objetó Hatchet—. En caso contrario tendríamos de vez en cuando un Merodeador paseándose por Metrópolis.

Killeen frunció el ceño. No le habían dicho nada de todo aquello.

—¿Alguno ha podido escapar?

—No, que nosotros sepamos. Los machacamos a fondo.

—Es decir, ¿la red de los Merodeadores no sabe que Metrópolis está allí?

—El Reny se ocupa de eso.

—Es arriesgado.

La pelotita de la barbilla de Hatchet parecía ganar autonomía a medida que endurecía la expresión del resto de su cara.

—Esto forma parte de nuestro trato. El Reny tiene un aparato con el que puede interferir en la observación geográfica de los mecs. Es como si pintara la imagen que proyectamos para escondernos. Ello hace que Metrópolis parezca algo completamente natural.

—Le llamáis «él», ¿verdad?

Hatchet parpadeó.

—Bueno. El Renegado es casi humano, por muchos conceptos.

—No es bueno pensar de esta manera —advirtió Shibo.

—Escucha. He conseguido construir Metrópolis —afirmó Hatchet con severidad—. Los King están en un asentamiento, y comen bien. ¡Esto es mucho mejor que ir vagabundeando como vosotros!

Killeen estaba de acuerdo, pero no conseguía suprimir un cierto malestar. Los mecs eran enemigos, y esto no había quién lo pudiera cambiar. Cualquier pensamiento que se olvidara de este hecho era peligroso, una locura. ¿Quién podía saber qué perseguían en realidad los Renegados?

La marcha de aquella tarde fue muy pesada porque Hatchet insistía en alcanzar su objetivo a la puesta de Dénix. Avanzaban en línea recta hacia el punto ardiente del Comilón, y la visibilidad era cada vez peor. Toby no se había despertado de su muy mecido sueño, pero había emitido algunos quejidos. Killeen no podía discernir si los gruñidos de ansiedad y los suspiros enmascarados por el sueño se debían a un dolor real o eran expresiones que se escapaban de sus pesadillas. A todo el mundo le pasaba igual; entre los adultos se trataba generalmente de los Aspectos que luchaban por vivir. Toby tenía la cara surcada de arrugas de dolor, y los ojos se ocultaban espasmódicamente bajo los párpados. En cierta manera, las lesiones habían disparado su crecimiento. El cabello le llegaba hasta los hombros, y las uñas sobresalían mucho, como si fueran unos delgados clavos blancos.

Shibo se cansaba de llevar la carga, su exoesqueleto se iba frenando. Killeen sentía un dolor que se extendía a partir de los hombros, en el punto donde le mordían las correas de las parihuelas. Puso toda su voluntad en prescindir de él, imaginando todos los demás aspectos del mundo como algo difícil, cortante y real, tan real que le permitiera olvidar el dolor. Consiguió mantenerse así hasta que descubrió el sitio de destino. Era una extensa planicie; el terreno aparecía llano sin que aquello fuera obra de los mecs.

En la llanura no había nada, ni siquiera desperdicios de los mecs. Se refugiaron bajo un saliente rocoso para que nada pudiera descubrirles desde el cielo. Entonces esperaron. Dénix enrojeció antes de ponerse, y un gélido azul llenó el cielo procedente del otro extremo del horizonte, por donde asomaba el resplandor del Comilón. A Killeen le gustaba contemplar el juego de luces sobre las escasas nubes grises y altas. Durante los últimos años, había visto muy pocas nubes. Arthur le había explicado, sin que él se lo pidiera, que gran parte del terreno estaba tan seco que ya no desprendía humedad hacia el cielo. Suponía que por aquella causa había algunos jirones de niebla, bordeados de plata, en las proximidades de Metrópolis, con sus nieves fundentes a cielo abierto. Entornó los ojos, tratando de localizar el Candelero a medida que el azul del cielo se hacía más intenso. En aquel momento, el Empolvador cayó sobre ellos.

Killeen se quedó paralizado. El Empolvador continuó en línea recta. La parte inferior de su panza carecía de junturas y aparecía bruñida, reflejando el terreno sobre el que volaba. Iba muy bajo, como si estuviera escudriñando la llanura. No se abrió ninguna compuerta para soltar veneno. Killeen se quedó absolutamente inmóvil hasta que Hatchet le dio unos golpecitos sobre el hombro y dijo en voz alta:

—Tranquilízate. Este es de los nuestros.

Una de las mujeres King ya volvía a echarse la mochila al hombro y sonreía al ver el ligero sobresalto que habían ocasionado a los Bishop y a los Rook. Killeen observó que los demás se sentían algo avergonzados, pero él no lo estaba en absoluto. Que los King consideraran al Empolvador como algo conocido con lo que habían tenido tratos anteriormente no significaba que él tuviera que hallarse en el mismo caso.

Él y Shibo ocuparon la retaguardia. Toby había vuelto a dormirse, tenía la boca abierta y su cara presentaba una palidez extraña. Killeen distinguía cómo le batía el pulso con firmeza en el cuello, por lo que dejó que siguiera dormido.

El Empolvador emitió un tenue pero agudo sonido cuando todos ellos se esparcieron por el llano. No tenía aletas; en lugar de ello parecía sostenerse en el aire por sí mismo gracias a un sistema que Killeen no podía comprender. Luego, cuando disminuyó de velocidad, descubrió que cuatro piezas que parecían patines surgían por debajo. Una espesa columna de polvo oscuro empezó a salir por la parte posterior. El artefacto se posó y se acercó a ellos. Killeen tuvo que hacer un esfuerzo para obligarse a seguir andando. Los King parecían indiferentes cuando el Empolvador se les acercó retumbando.

Fingían haber domesticado a un Renegado, y saber lo que había que hacer. Killeen estaba convencido de que le consideraban un iluso por llevar de aquella manera a Toby, a quien los King habían dado ya por desahuciado. Si ellos habían sido incapaces de obtener ayuda médica de su Renegado, era evidente que aquella banda de vagabundos maltratados que eran los Bishop no iban a conseguirlo. Pero necesitaban un traductor, sólo por ello toleraban que llevara a rastras al ya sentenciado muchacho, si aquel era el precio. La cara de Hatchet lo había dejado traslucir el día antes, pero la buena educación entre las Familias todavía tenía su peso, y no lo había expresado con palabras.

La panza pulida se abrió por el centro. Una rampa produjo un ruido metálico al caer sobre el polvo. Hatchet se puso a la cabeza de la comitiva y subió por la pasarela; los Rook y los Bishop iban detrás suyo, con los ojos muy abiertos y en blanco.

Killeen se obligó a subir por la rampa. El punzante olor de los mecanismos activos de los mecs le alertó, haciendo danzar a sus sentidos.

Se acomodaron en unos sencillos nichos que sobresalían de las paredes. El interior del Empolvador estaba en tinieblas, la red de soportes y máquinas chatas formaba un amenazante dosel. Unas luces bailaban soltando ráfagas en las paredes. Las zonas iluminadas que se desplazaban por allí ponían unas cuñas de luz rojiza en las caras tensas de los que estaban sentados. Killeen se mantenía en pie y estaba alerta. Sintió que el piso temblaba. Un repentino salto le mandó a tropezones contra un nicho de aluminio, y provocó las risas de los demás. Aquel era el primer sonido humano que se oía dentro del Empolvador. Todo el mundo se rio cuando Killeen, con expresión triste, buscó tanteando un asiento, y luego todos se quedaron en una temerosa y callada espera. Un sonido monótono llenó las paredes y les tranquilizó. Toby dormía.

Killeen estudiaba la sugestiva penumbra. Los rincones aparecían llenos de suciedad y de basura mec. Todo parecía viejo y desgastado. Dedujo que el Empolvador no tenía inteligencia propia, sino que era sólo una herramienta de otros mecs. Recordó que Toby había llamado «cucarachas del cielo» a las pequeñas máquinas que habían caído del Empolvador, en recuerdo de unos insectos que habían infestado la Ciudadela. No tenía la menor idea de si aquellas vivían dentro de los Empolvadores, pero si se tropezaba con una de ellas en aquella penumbra que le recordaba el resplandor de las ascuas, la mataría sin importarle lo confiado que estuviera Hatchet.

Killeen controlaba el transcurso del tiempo por medio del reloj indicador que aparecía en su ojo izquierdo. Consiguió no pensar que estaba en el aire, ni desde qué altura podía caer al suelo. Había pasado más de una hora cuando comprobó que disminuía la velocidad. Los otros empezaron a agitarse cuando el Empolvador inclinó el morro hacia el suelo. El aterrizaje hizo saltar a más de uno del asiento.

La rampa salió apuntando hacia abajo hasta quedar apoyada sobre un cemento de color amarillo pálido. Unas marcas negras de derrapes y de grietas aparecían sobre la zona que Killeen podía ver. Hatchet les condujo hacia el suelo. Descendieron sobre un terreno muy extenso de cemento manchado que se extendía hasta el horizonte. En las montañas se veía una multitud de puntos que eran factorías mecs. La primera cosa que hizo Killeen al tocar el suelo fue visualizar en primer plano aquellas montañas y estudiar lo que había en ellas. Los peones pululaban por doquier. Unos camiones con remolque circulaban ruidosamente por las empinadas carreteras, entre unas curiosas torres terminadas en punta. No había señales de Merodeadores.

Shibo susurró algo y Killeen se volvió. Permaneció inmóvil como una roca. Un Especialista se alzaba junto al Empolvador. Estaba manipulando un enchufe que el Empolvador tenía a un lado. Estaba dándole órdenes, supuso Killeen.

¡Pero qué tamaño! Era unas cinco veces mayor que cualquier Especialista de los que habían visto hasta entonces. Tenía la misma estructura básica, con elaborados ornamentos. Unas alineaciones de cajas le proporcionaban un aspecto musculado. En unos postes situados a proa y a popa brillaban unos bruñidos tallos cónicos. Eran antenas que giraban nerviosamente para observar a los humanos.

—No se parece a ningún Especialista de los que he visto hasta ahora —susurró Killeen a Shibo.

—Está modificado —contestó ella suavemente—. Cuando se liberan, se cambian a sí mismos.

El Especialista Renegado se alzaba sobre unos pesados patines que soportaban todo el peso de aquel enorme casco. En las curvas cerámicas relucían unos salientes que eran instrumentos añadidos posteriormente: hocicos, antenas, herramientas, garras, sensores, extrusiones de varios enlaces, compuertas, troneras de bronce de cañón que parecían llagas vivas.

Killeen permaneció inmóvil mientras sus alarmas internas se disparaban con un miedo nervioso, asustadizo. El Especialista parecía peligroso. Su aparato sensorial gruñía avisos de la red electromagnética que el Especialista tendía a su alrededor. Unos empalagosos campos se liaban alrededor de Killeen como telarañas. Le sondeaban. Introducían una especie de filamentos molestos en su aparato sensorial.

—¡Killeen! —gritó Hatchet—. Traduce.

Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar sus ojos del Renegado.

Se volvió hacia Shibo. La mirada de la mujer le comunicó en silencio que también ella luchaba contra el impulso de disparar.

Intercambiaron unas raquíticas sonrisas. Killeen dejó escapar un largo suspiro y después desconectó las alarmas internas. Su aparato sensorial se limitó a emitir unas apagadas notas de preocupación.

Entre él y Shibo dejaron con cuidado a Toby sobre el manchado cemento.

—¿Estamos seguros si nos quedamos en pie, aquí? —preguntó Killeen a Hatchet.

—Tan seguros como en cualquier otra parte. El Reny ya ha mandado los códigos de nuestra identificación como si fuésemos un equipo de trabajo de los mecs.

—Pero un mec podría descubrir que…

—No te preocupes. El Reny me ha dicho que por aquí, por el área de trabajo, todo funciona por medio de la etiqueta electromagnética.

—Con todo, deberíamos…

—¡Empieza ya! Comunícale la lista de cosas que queremos.

Killeen se acercó al Especialista con pasos vacilantes. Se alzaba como una torre sobre sus patines, que habían sido reforzados. Masas de barro seco y de basura de mec se incrustaban en las ranuras inferiores. En algunos sitios, el metal aparecía liso, pulido y torneado hacía poco tiempo. Detrás de todo aquello, Killeen podía imaginarse un caparazón roñoso y abollado —el Especialista original— que se había amotinado contra la civilización mec para salvarse él mismo.

Killeen llamó a Bud. El Rostro dijo:

  1. Preparado para intentarlo.
  2. No puedo asegurar que lo consiga todo.

Killeen estudiaba con cautela al Especialista. Transcurrió un largo rato. Sin pensarlo, mantenía las manos abiertas frente al pecho. Aquello no iba a facilitarle la toma de contacto, pero así le daba la impresión de estar preparado ante cualquier reacción del Especialista. De pronto, Killeen recordó el ratón que había visto algunos días atrás. También el animal había observado fascinado a otro ser mucho más grande e incomprensible. Había levantado las patas, por si se veía obligado a tocar lo intocable. Killeen estaba agachado para aliviarse. Era muy probable que el ratón ni siquiera comprendiera aquello.

Killeen rebuscó entre los muchos sensores del Especialista. No podía saber cuál de ellos le vigilaba.

—¿Intentas llegar hasta él? —preguntó a Bud. Había llevado la seca presencia de Bud a su sistema sensorial completo. Desde aquella distancia, el Especialista lo podía captar fácilmente por medio de campos accesorios esporádicos.

Killeen percibió que algo gris y enorme se introducía en el nebuloso límite de su aparato sensorial. Como un peso apoyado en un ángulo.

  1. Noto algo.
  2. El lenguaje ha cambiado.
  3. He olvidado muchas cosas.
  4. Intento…

En su cabeza se produjo un chispazo de color. Aumentó, se debilitó y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

  1. Esta máquina lee la lista directamente de ti.
  2. La aprueba.
  3. Lo conseguirá casi todo, hoy mismo.

—¿Cuándo? —preguntó Killeen.

Otra silenciosa mancha de color. Luego un ruido de roce, como de arena, en la garganta. Parpadeó.

  1. Mientras hagamos nuestro trabajo.
  2. Quiere que subamos a bordo.

—¿Adónde nos lleva?

En aquella ocasión, los colores se dispersaron en forma de filamentos de marfil que ondeaban.

  1. A una factoría próxima.
  2. Robaremos algunas cosas.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Hatchet.

—Quiere que vayamos a robar en aquellas factorías.

Hatchet asintió.

—Ya hemos estado antes allí.

Killeen pensó lentamente unas palabras, sin pronunciarlas. Necesito ayuda médica para mi chico. Tenía que visualizar cada palabra por separado para estar seguro de que Bud la captaba. El Rostro no tenía problemas en integrar palabras, pero le costaba más integrarlas en frases.

Una pausa. Luego unos finos trazos ambarinos cayeron sobre él.

  1. ¿El chico tiene Aspectos?

¿Qué diferencia puede representar esto? No había razón para proporcionar al aparato más datos.

  1. Es bueno si es que no.
  2. ¿Chico significa humano joven?

—Desde luego —contestó Killeen, irritado.

Había alguna dificultad de traducción entre Bud y el mec. El Especialista no tenía ninguna palabra que significara «niños».

Date prisa. Las insonoras pero furiosas explosiones que tenían lugar en su mente le golpeaban contra los párpados.

  1. ¿El muchacho no tiene ni un aparato sensorial humano completo?

—No. Todavía no. Yo…

—¿A quién le estás hablando? —inquirió Hatchet.

—Déjame en paz. Estoy…

—¡Maldita sea! No pierdas el tiempo en…

—¡Retrocede! —Con una mano y sin volver la cabeza, empujó a Hatchet hacia atrás.

Todavía no. Mira, un peón le hirió con un arma propia de Merodeadores. También me lesionó el brazo izquierdo. ¿Lo ves? El control general ha quedado bloqueado. Si…

  1. En ese caso, el chico es como un animal.
  2. El Especialista dice que será útil.

¡No somos animales! Tú…

  1. No.
  2. Dice que es como un animal.
  3. Si el muchacho no lleva discos de Aspectos en la cabeza.

He pedido ayuda, y voy a regatear para conseguirla ¿entiendes? Nosotros robaremos para el Especialista, pero él debe curar a mi hijo.

—¡Killeen! ¿Qué diablos haces?

  1. El Especialista dice que no lo comprendes.
  2. El muchacho ha de ayudar a robar.

Killeen se descuidó y habló en voz alta:

—¡El muchacho no interviene en esto!

  1. El muchacho ha de robar.

—Mira, él no es parte activa del trato —puntualizó Killeen con enfado—. Queremos que… Hatchet dio un empujón a Killeen.

—¡Maldito! ¿Qué estás…?

Killeen le golpeó con una mano, mirando todavía hacia el Especialista. Deseaba averiguar a cuál de los sensores debía dirigirse.

Hatchet le dio un puñetazo en la barriga. Killeen colocó un pie detrás del que sostenía a Hatchet y barrió hacia un lado para hacerle perder el equilibrio. Hatchet cayó. Killeen le soltó una patada en el costado y retrocedió.

—¡Shibo!

Ella apareció, no se sabía de dónde, entre los dos, con las manos en alto en una postura que parecía casual. Pero sus dedos eran como unos filos cortantes, rígidos y curvados. Su exoesqueleto zumbaba. Sería una buena armadura en una lucha cuerpo a cuerpo.

Hatchet tartamudeó, lanzando juramentos. Cermo el Lento se acercó más de forma automática para ayudar a sus compañeros Bishop.

Killeen observó cómo Hatchet se incorporaba sobre manos y rodillas, al tiempo que con sus grandes ojos estudiaba la situación. Pegar a un Capitán era una falta grave. Hatchet podía llamar a los demás para que saltaran sobre ellos dos. Killeen comprendió que Hatchet lo sopesaba con cuidado. La barbilla bailarina del Capitán se inclinó hacia abajo y decidió no hacerlo. Luego, la barbilla volvió a su posición habitual y Hatchet compuso la expresión para disimular en lo posible su enfado.

—Haz el trato previsto y sin más. ¿Me oyes?

—Eso hago. Pero el Especialista tiene una idea loca.

—¡Hazle caso! —Hatchet se levantó y se sacudió el polvo de las manos. Se quedó algo encorvado. Killeen calculó que si Hatchet les hacía una señal, los demás se lanzarían sobre ellos.

—Lo haré. Pero…

—¡Escúchale bien!

—Esta máquina está hablando de utilizar a Toby. El muchacho no está en condiciones…

—Tú hazle caso.

—No quiero…

—El Reny sabe muchas más cosas que tú. —Se quedó pensativo con el ceño fruncido, y de pronto su rostro adquirió una expresión impasible—. Ah, sí. Está claro.

Hatchet había logrado, de alguna manera, comprender lo que el Especialista quería decir. Killeen estaba deseando preguntárselo, pero sabía que no iba a fiarse de la respuesta. El hombre seguía impasible. Tenía la barbilla hacia dentro, como desmintiendo lo que su aspecto tranquilo revelaba.

Killeen soltó el aliento poco a poco. Lo mejor sería ganar todo el tiempo posible. Si Hatchet hallaba una manera de apartar a Killeen y obtener lo que los King necesitaban sin la ayuda de un traductor, se habrían acabado todas las esperanzas de Toby.

—Sí… sí, lo haré…

—¡Maldita sea! ¡Claro que lo harás! —advirtió Hatchet con severidad—. Y además, habla en voz bien alta. Quiero enterarme de todo.

—De acuerdo, así se hará.

Hatchet hizo una seña casi imperceptible con la cabeza en dirección a los otros King, que se relajaron de forma evidente.

  1. Quiere que vayáis todos.
  2. Te enseñará lo que hay que coger.

—¿Cuánto rato durará esto?

  1. No lo indica.

Killeen susurró:

—El Especialista no quiere decirlo.

Cuanto más tiempo permanecieran allí, mayor sería el peligro. Algún Merodeador podía descubrirles.

  1. Hay que andar un poco.

—¿A cuánta distancia de aquí?

  1. No comprendo sus unidades.
  2. Y hay algo más que se me escapa.
  3. Apenas entiendo la mitad de lo que dice.
  4. Pienso que el muchacho es importante.
  5. Nos llevará.

—Está bien, nos transportará. ¿Qué obtendremos a cambio?

  1. Todo lo de la lista.
  2. Puede que incluso más.

—¿Por qué tendría que darnos más de lo que le hemos pedido?

  1. Tiene un trabajo para el muchacho.

No, pensó Killeen categóricamente. Dile que no. Luego deslizó:

—No queremos correr riesgos innecesarios.

—¡Hey! —exclamó Hatchet, malhumorado—. Yo decidiré qué es demasiado peligroso.

  1. El plan os va a gustar.
  2. El Especialista debe enseñaros.
  3. El chico no saldrá herido.
  4. Él no es vulnerable.

Killeen ahogó un estallido de risa salvaje. Estamos rodeados de mecs, ¡hablando con uno de ellos! Y este enorme montón de chatarra dice que Toby no es vulnerable.

  1. ¿Quieres que traduzca esto?

No. Killeen consiguió controlarse.

Hatchet no le sacaba el ojo de encima. Luchó contra el impulso de hablar sobre Toby con el Especialista.

—Mi jefe dice que ya hablaremos más tarde de esto.

  1. El Especialista dice que de acuerdo.

—Esto ya está mejor —dijo Hatchet—. Dile que haremos todo lo que nos pida.

Killeen echó el aliento lentamente, mientras pensaba. Aquello debía quedar bien claro. ¿Puedes arreglar a mi chico?

—Dinos qué hay que hacer.

  1. El Especialista nos llevará a un sitio especial.
  2. Recogeremos herramientas para arreglar al muchacho.
  3. Y también tu brazo.

—¿A qué precio?

  1. Ya veremos.
  2. El Especialista no dice nada más.

—¡Nos vamos! —gritó Hatchet con energía—. Montad en el Reny. A ver si podemos acabar pronto.

Hemos de saber lo que quiere decir el Especialista.

  1. Lo sabrás.
  2. El Especialista te lo enseñará.
  3. Primero hemos de robar lo que ha pedido.

Al subir por los empinados costados del imponente y pulido mec, Hatchet se enfrentó a Killeen.

—¿Con que golpeando a un Capitán, eh? Voy a pedir tu cabeza. Espera a que regresemos a Metrópolis.

—Si logramos volver —replicó Killeen con aspereza.