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abían perdido parte del material debido a las máquinas mordedoras. Había dos que andaban a pesar de estar heridos.

Una nube acre y oscura que se alzaba voraz, se arrastraba lentamente por la colina como una plaga de langosta y empezaba a alimentarse ya de las piedras del estrecho valle.

La Familia Bishop se juntó con la Familia Rook y pusieron dos cadenas montañosas entre ellos y la horda. Acamparon para pasar la noche, y durmieron a medias a causa de la aguda inquietud que les causaba el negro cielo.

Se levantaron y se prepararon a las primeras luces de la doble aurora. Dénix y el Comilón asomaban por el horizonte, y el primero mostraba su blando amarillo.

Mientras Toby y su padre mascaban algo para desayunar, Killeen pudo ver la nubosidad que se precipitaba a abrazar y oscurecer el disco del Comilón. Las nubes ocultaban más de la cuarta parte del cielo y no dejaban pasar el resplandor de las estrellas. Intentaba pensar que aquellas nubes eran las siluetas de formas tridimensionales, pero no podía explicarse por qué parecían estrecharse al acercarse al disco del Comilón. La puntual voz de Arthur empezó a explicarle que las nubes disminuían de tamaño frente al disco delgado debido al frotamiento de las pequeñas partículas, pero a Killeen se le escapaba gran parte del discurso del Aspecto. A pesar de todo, intentaba comprender las explicaciones con más entusiasmo del que había mostrado durante años. Los aparatos de Shibo, sencillos pero ingeniosos, le habían hecho descubrir un fragmento del mundo. Advirtió que una nueva convicción iba asentándose en él: para vivir, las Familias tenían que imaginar, inventar, cambiar.

A pesar del inquietante ataque del Empolvador, había dormido bien. Se sonrió cuando vio que los Bishop desayunaban con caras conmocionadas por el miedo.

La tristeza era el sino de la humanidad; Killeen llevaba esta aserción imbuida en la médula de los huesos. Toda la presunción de los Aspectos cuando hablaban de las pasadas glorias no podía ocultar este hecho. Las canciones y las leyendas de la Familia trataban de infortunios pero tampoco olvidaban las alegrías.

En los viejos tiempos, cuando los primeros intrusos mecs ya habían atacado las Arcologías de cristal, los niños jugaban entre las destrozadas ruinas mientras seguían cayendo más bombas. Los amantes se reunían en medio del caos y de la destrucción, y se deleitaban con sus descubrimientos. En las asediadas Ciudadelas, predestinadas a caer, se cantaban baladas románticas en umbríos cabarets y la gente reía de los chistes de los cómicos. Los antiguos estudiosos trabajaban en silencio hasta el día de su muerte en tareas a las que habían dedicado toda una vida. Los soldados y los recogedores de chatarra de la Familia habían comido y bebido con apetito unas pocas horas antes de lanzarse a sus ataques suicidas. Y él y Verónica habían celebrado el nacimiento de Toby cuando la amenaza del asalto de los Merodeadores se cernía sobre la oscurecida Ciudadela. La humanidad tenía el don de encontrar siempre un resplandor en medio de la más negra noche.

Las órdenes de Ledroff sonaron por los comunicadores:

—¡Formad la cuña!

Killeen se colocó en el puesto más alejado del flanco derecho. Se dirigieron directamente hacia el centro aparente del Salpicado. El verdor fue aumentando durante toda la mañana, y Killeen se relajó un poco. La violencia y la huida de la noche anterior quedaban atrás. Killeen permitió que Toby saliera de las filas intermedias y se colocara a su lado, en el puesto situado a la izquierda de Killeen a lo largo del eje del triángulo móvil de la Familia. La punta de flecha de los Rook llevaba buena marcha, a la distancia del ancho de una colina, más hacia la derecha.

Subían por la ladera cuando simultáneamente sucedieron dos cosas.

—Sí, yo también oigo algo —comunicó Toby, respondiendo sin duda a una llamada procedente del flanco izquierdo.

Killeen preguntó:

—¿Qué es esto?

—Unos pitidos en los comunicadores. No son de los nuestros —contestó Toby.

—¿De los Rook?

—Negativo. Vienen y se van. Creo que no son de los mecs. El flanco izquierdo se abrirá un poco para echar una mirada.

En aquel instante, Killeen abrió la boca para contestarle y descubrió al peón. Estaba desviándose hacia la derecha y avanzaba a gran velocidad en dirección a un puerto que le permitiría sobrepasar la línea de cresta. Tenía las consabidas líneas entrecruzadas.

Killeen no se lo pensó dos veces, ni siquiera una. El hecho de haber perdido antes al peón le estaba reconcomiendo; saltó hacia arriba con paso rápido y con las botas a plena potencia. Su grito de advertencia sonó por el sistema sensorial conjunto, pero no era la llamada normal de un hombre sino el grito instintivo de un animal en plena cacería.

Sus botas se hundían en la grava y en la tierra suelta cada vez que se lanzaba hacia delante, formando un ángulo cerrado mientras corría, es decir, iba inclinado hacia delante y empujando fuerte con un impulso casi paralelo a la pendiente del terreno. De forma confusa oía a Toby que se revolvía en el polvo mientras corría tras él ladera arriba. Shibo le seguía más atrás. Incluso Cermo el Lento abandonó su puesto en la retaguardia del flanco, lo que era contrario a las órdenes. Cermo no se retrasaba a pesar de la resaca y lanzó su grito de cazador a través del comunicador.

El peón desapareció detrás de la cumbre. Killeen corrió para interceptarle, suponiendo que se dejaría caer por la vertiente para adquirir velocidad en vez de limitarse a dar la vuelta a la colina. Sólo cuando hubo cruzado la cresta, calculó que el peón podría haberse reunido ya con el Mantis, y cuando esta idea se le ocurrió de repente, dejó que su propio impulso le condujera hasta un montículo de hierba blanda donde podría resguardarse.

Tomó unos primeros planos visuales del valle que yacía a sus pies, frente a él. Estaba vacío. Cambió los filtros y sacudió la cabeza para eliminar cualquier posible espejismo proyectado. Nada. Sólo distinguía la figura del peón que bajaba a buen paso por la ladera, en línea recta.

Aquel rumbo le llevaría hasta la mujer que avanzaba en cabeza de los Rook, al cabo de pocos minutos. Killeen volvió a examinar el valle. No descubrió distorsión ni oscilación alguna en su visión. No había ningún Mantis, por lo menos cabía suponerlo. Toby llegó a grandes saltos y poco faltó para que cayera sobre su padre.

—Sí, allí está. ¡Destrocémosle!

—Espera un poco. —Estudió con atención la máquina que huía.

—¿Es el mismo de ayer? —quiso saber Toby.

—Así parece.

Pues vamos. Los demás llegarán dentro de un momento.

Killeen veía el esquema de la Familia en formación de «lucha o huye» como unos puntos azules que aparecían en su retina.

Toby gritó:

—¡Los Rook darán cuenta de él!

—Vamos a probar desde aquí —sugirió Killeen, descolgando el arma—. Será preferible dispararle desde una posición resguardada, por si…

El peón dio un bandazo, dejando tras él una línea de pedruscos que interceptaba la visual de Killeen.

—¡Maldita sea!

—Vamos, a por él.

—Espera, yo… —Pero Toby ya se había levantado y se lanzaba en diagonal por la ladera, buscando un ángulo mejor frente al peón—. ¡Toby!

Killeen saltó hacia el lado opuesto, para asegurar el tiro cruzado.

Seguramente después se sentiría avergonzado de haber tomado tantas precauciones frente a un peón. Aquella máquina debía de ser un peón de Mantis, pero aun en ese caso, los peones eran poco inteligentes y vulnerables.

Y Killeen quería estudiar de cerca a uno de ellos, desmontarlo y ver qué opinaba Shibo. Debía aprender la técnica de los mecs, y además aprenderla deprisa.

A pesar de todo ello, de repente Killeen se dio cuenta de que Toby iba a quedar expuesto al cabo de pocos segundos. Con toda rapidez, disparó una ráfaga donde suponía que estaría el peón, todavía fuera de su vista. Contaba, por lo menos, con que sus disparos desviarían la atención de la máquina.

Sus botas tamborileaban con fuerza a lo largo de un barranco que utilizaba como atajo, y saltó a plena potencia sobre unos arbustos. Empezó a jadear pesadamente.

Cuando salió a terreno descubierto, observó que el peón hacía girar con rapidez las bandas metálicas para apartarse de la visual de Toby, pero con este movimiento se estaba colocando en la suya. Las piezas articuladas se hundían profundamente, escupiendo gravilla, y el peón se alejaba de allí a toda velocidad.

Después de todo, iba a alcanzar una buena posición desde donde dispararle. La máquina no parecía preocupada por el peligro. Su pulido caparazón de aluminio se destacaba sobre el verde valle que tenía detrás. La distancia era razonable.

Killeen alzó el fusil y oyó el disparo del de Toby, que todavía no tenía un buen ángulo de tiro y estaba desperdiciando municiones. Los proyectiles hicieron saltar unos matojos que estaban lejos del peón, tanto en altura como en dirección. Un segundo disparo se acercó más, pero seguía siendo alto.

El peón se detuvo y pareció mirar a su alrededor. Las líneas entrecruzadas se destacaban sobre sus paneles laterales.

Killeen le disparó. Vio trozos de la coraza que saltaban por el aire.

El peón efectuó un movimiento rápido. Un punto oscuro apareció subiendo por la ladera, con rapidez y en trayectoria baja, y fue a dar en la cara de Killeen.

Le entró por el ojo derecho. Cayó de espaldas y sintió que una repentina nube negra le envolvía. Una sensación de frío, que parecía rebuscar en su interior, se extendía por la frente y por el brazo derecho hasta la mano.

El hielo creaba sombras azules en sus ojos. Un relámpago de intenso color le dio un fuerte pinchazo en el codo izquierdo.

Recobró la visión y el olfato. Oyó unos gritos.

Rodaba por la ladera e intentó detener su caída. Las piedras se le clavaban en el costado y no podía mover la mano izquierda. Dio una patada a un pedrusco y aquello le frenó lo suficiente como para darle ocasión de agarrarse a un arbusto.

Paladeó el sabor de la sangre. Alguien gritaba. Tenía el cuello atenazado por un frío intenso que le bajaba por el pecho. Los gritos eran demasiado fuertes y demasiado rápidos para comprenderlos.

Se quedó boca arriba. Los disparos eran violentos, unas rápidas ráfagas rompían el silencio.

Utilizó el brazo derecho para incorporarse. Había rodado una distancia considerable, y el peón estaba tumbado de lado, bastante cerca de él. Sus tripas grises estaban esparcidas sin orden ni concierto.

Intentó apoyarse sobre el costado izquierdo y soltó un rugido cuando unas púas amarillas se clavaron en su hombro. Le daba la impresión de que algo áspero y brutal le estaba royendo la mano izquierda.

Se las arregló para poder soltar un grito ahogado. Unos puntos rojos nadaban por el aire. Unas voces gritaban incoherencias.

Killeen miró con furia a su alrededor y poco faltó para que perdiera el equilibrio en aquella ladera.

Shibo apareció por encima del horizonte a grandes saltos. Aterrizó con las piernas entreabiertas para poder girar sobre ella misma y disparar el arma que llevaba preparada hacia cualquier dirección.

Killeen llamó:

—¡Toby…! ¡Yo…!

—Allí —le señaló Shibo.

Unos mosquitos zumbaban dando vueltas alrededor de su cabeza y le picaban en los ojos.

Se obligó a sí mismo a darse la vuelta sobre el lado izquierdo. La montaña oscilaba, se inclinaba, agitaba sus cambiantes verdes y amarillos, Killeen parpadeó para aclararse la visión a través de las lágrimas.

Toby había caído. Yacía sobre la espalda, con los ojos clavados en el cielo.

—¡Hijo!

Toby movió los ojos. Intentó agarrarse las retorcidas piernas con las manos. A través del océano del aparato sensorial de Killeen llegó débilmente:

—Papá… no… puedo mover… las piernas.

—Túmbate… quédate tumbado —consiguió articular Killeen.

Abrió la boca para hablar, pero no le salió una palabra. Vio que el cielo estaba absolutamente despejado y vacío de señales. Tenía que levantarse.

Jadeando, hizo fuerza con las manos para intentar sentarse. El brazo derecho le parecía de goma y atravesado por mil calambres. Sentía el brazo izquierdo vacío, sin peso, como si no lo tuviera.

No se pudo sentar. Soltando un gruñido rodó un poco sobre sí mismo para poder ver una mayor zona de la montaña. El peón no se movía. Shibo bajó por la ladera, saltando por entre los montículos de pizarra gris. Cermo iba detrás de ella. Se les veía lentos y relucientes bajo la cruda luz blanquecina que llegaba oblicuamente a través del aire.

Los zumbantes mosquitos le picaban en los ojos y no querían dejarle en paz.