V
iajaban inmersos en una impresión de verdor y complacencia. Las ondulaciones del terreno daban a sus pasos un ritmo sensual. Cosas pequeñas y chillonas se escapaban de debajo de sus pies. La riqueza verde y la dulzura del aire les proporcionaban sosiego. Durante toda una jornada no habían atisbado señales de vida mec. Era como si el mundo seco y frío en que los mecs habían convertido Nieveclara se hubiera desvanecido. Desde unas profundidades dormidas mucho tiempo atrás, rezumaba una antigua riqueza húmeda.
Ledroff y Fornax habían caído en la rutina de discutir en cada parada de descanso. Mantenían su perpetua discusión dentro de los límites del Clan pero no podían reprimir su marcada y mutua antipatía. Hasta la velocidad de la marcha se ponía a juicio, se daba por resuelta y se volvía a discutir.
Ledroff insistía en que se tomaran precauciones. Fornax quería alcanzar cuanto antes el centro del Salpicado, sosteniendo que debía de ser muy rico y estar repleto de alimentos naturales. Fornax seguía llevando a los Rook mucho más avanzados de lo que se había acordado para viajar en formación bifurcada.
Ledroff lanzaba maldiciones a Fornax a través del sistema de comunicaciones, y en una ocasión hasta llegó a estrellar el casco contra el suelo en un ataque de rabia… Puesto que los cascos eran el elemento más complicado y nadie tenía piezas de recambio para la mayoría de los chips de que estaba compuesto, aquel acto resultó, a la vez, sorprendente y de una impresionante locura.
Viajaban guiándose por los astros. Hacía mucho tiempo que las dos Familias habían perdido todos los instrumentos de orientación global. Dénix les acababa de ofrecer un ocaso. La noche quedaba suavizada por el Comilón, que atravesaba el cielo como una guadaña de corte ancho y daba una media luz plateada y triste. Entonces, las dos Familias se detuvieron para descansar. Con frecuencia, aquello era en lo único en que se ponían de acuerdo.
Killeen quiso evitar la disputa de aquella tarde y se marchó a patrullar por los flancos. Se llevó a Toby con él. Anduvieron en silencio, para dejar que sus sistemas sensoriales captaran hasta el acariciante susurro de las colinas y de los retorcidos y bajos árboles. Allí costaba más percibir el débil estremecimiento de los movimientos lejanos de los mecs, o advertir su aceitoso olor. La vida interfería emitiendo una sinfonía de gorjeos y movimientos rápidos.
—¿Papá? —Toby tenía la garganta irritada después de haber andado a saltos durante todo el día.
—¿Has oído algo?
—No, nada. Estaba pensando.
—¿Sobre qué?
—Aquella mujer de hace dos días.
—¿La que se estaba volviendo loca por culpa de sus Aspectos?
—Esa, sí.
Killeen había esperado que Toby le hablara de aquel episodio.
—Muchos no son tan malos.
—¿Se pondrá bien?
—Lo más seguro; ahora ya puede andar. Sus Aspectos todavía están algo asustados. Quieren vivir.
—¿Bailando a lo loco, como bailaba ella? ¿Esto es vivir?
Toby se detuvo y se volvió hacia su padre. Se quedaron de pie con los músculos distendidos, se quitaron las protecciones y el equipo de marcha y permanecieron sólo con los trajes de saltar. Un sector del ancho disco del Comilón asomaba por el horizonte, salpicando la cara de Toby con sombras azuladas que dificultaban a Killeen estudiar aquel rostro. La boca del muchacho se torcía hacia un lado, como si guardara palabras amargas.
—Ella lleva, tal vez, una docena de Aspectos —explicó Killeen—. Cada uno de ellos intenta dirigir las cosas. Ellos… —Respiró hondo, luchando por conseguir explicar una sensación que estaba más allá de las palabras. De quejumbrosas voces de ratón. De unas manos pequeñas que apretaban. De un picor situado detrás de los ojos—. Los recibes tan deprisa que no puedes distinguir tus propios pensamientos de lo que ellos te dicen.
—Eso me parece… bien.
—Es terrible.
Toby seguía con la boca cerrada, apretaba los labios de una manera rara.
—Sí.
Killeen extendió las manos hacia delante y confió que el ademán pareciera casual.
—Mira, ahora todas las cosas andan revueltas. Todo el mundo está a punto de saltar. Recuerda que los Aspectos también son personas, sólo que están como encogidos, eso es todo.
—¿Serán como estos, los que me dominarán?
—Nadie ha dicho que vayan a dominarte. —Al decir aquella media mentira, Killeen confiaba poder desviar el creciente enfado que percibía detrás de aquellos labios torcidos, pero descubrió que no había servido para nada.
Las palabras salieron de la boca que se había soltado de repente, como si cada una de ellas hubiera sido escupida con un salivazo.
—¡Malditos sean si se atreven!
—No podrán —añadió Killeen rápidamente—. Eres demasiado joven.
—No lo consentiré. Te lo aseguro.
—Nadie está hablando de eso, hijo —dijo para tranquilizarle.
—Tan pronto como estemos instalados, van a empezar con eso. Ya tengo edad suficiente, o me falta muy poco para tenerla.
—¡Todavía no! —En aquel rápido rechazo, Killeen depositaba su esperanza oculta, su deseo de hacer correr el tiempo hacia atrás y conservar para su hijo algún parecido con lo que había sido su propia vida.
—Pronto.
—De todas maneras, no tenemos a nadie que pueda hacerlo. —La mujer que se encargaba de efectuar la transferencia de los Aspectos almacenados había caído frente al Mantis hacía unos pocos días.
—La especialista de los Rook puede hacerlo —dijo Toby con firmeza, y entonces Killeen descubrió parte de lo que había provocado aquel suceso.
—¿Quién es?
Todo salió mezclado.
—Se llama Pamela, trabajó sobre tres de los Rook cuando estábamos acampados allí detrás. Vi cómo lo hacía, hizo saltar la tapa para abrir la ranura del cuello y ellos se quedaron dormidos y tiesos. Entonces ella introdujo el chip, ellos se levantaron y ya eran diferentes, parpadeaban mirándolo todo, como si jamás hubieran visto la tierra ni el aire, y además hablaban de una manera monótona muy divertida. Era como si ya no fueran los mismos de antes.
Las facciones de Toby habían adquirido una expresión impaciente, inquisidora, como si al fin hubiera soltado una pregunta guardada durante largo tiempo. Killeen se quitó el guante de fibra entretejida y apretó el hombro de su hijo.
—Eso sucede siempre. Los Aspectos han de adaptarse. Al cabo de un día o dos, aquellos Rook estarán bien.
Toby hizo una mueca y con los ojos llorosos dijo:
—Ellos parecían… parecían…
—Lo sé. Lo sé. —Durante un largo rato ninguno de los dos dijo nada. Ambos estaban de pie sobre un desbastado bloque de roca oscura con pintas, sus caras quedaban medio escondidas por las sombras cromáticas.
Killeen abrazó con fuerza los hombros de su hijo. Tenía la impresión de que la mayor parte de sus palabras caían en saco roto porque expresaban emociones incompletas. Estaban saliendo a flote muchos sentimientos aunque se suponía que estaban discutiendo temas completamente distintos. En aquella ocasión, Killeen presentía que entre ellos acechaba una amargura que no brotaba de aquellos últimos días, sino que se había originado años atrás, durante la torturada huida por un pasillo de ruinas y destrucciones originadas por la Calamidad. Y de todo aquello, nada se podía decir. Les había tocado resistir y seguir hacia adelante. Además, en homenaje a la esencia de la humanidad, no debían olvidar.
Tosió y se aclaró la aspereza de la garganta. Antes de que aquel momento se perdiera convirtiéndose en una lasitud desagradable y cansada, dijo:
—Los Aspectos son la única manera que tenemos de conservar un número suficiente de aptitudes y habilidades. De no ser así…
—Ya lo sé. Pero lo que quiero decir es que yo…
Killeen abrazó a su hijo para que el muchacho no tuviera que luchar para seguir hablando. Ambos eran conscientes de los sentimientos de Toby y sabían que ninguno de los dos podía hacer nada al respecto. Toby estaba creciendo deprisa, a pesar de la continua huida.
Pronto alguien se daría cuenta, y el Capitán tendría que justificar ante toda la Familia por qué Toby no llevaba ningún Aspecto. Había muchos Aspectos disponibles, almacenados en chips que Ledroff acarreaba con dificultad en la cadera derecha. Cada uno de ellos podía dar a toda la Familia acceso a información o habilidades que tal vez necesitarían con urgencia en determinado momento. Y teniendo en cuenta que la mujer Rook estaba disponible, la inserción sería bastante fácil de realizar.
Killeen hubiese querido prometer a Toby que les detendría, que retrasaría la colocación de un Aspecto en el muchacho. Pero ambos sabían que deberían acatar la decisión del Capitán.
—Mira, yo…
—Está bien, papá —concedió Toby con voz llorosa amortiguada por el áspero tejido impermeable del traje de saltos de Killeen—. Ya lo sé. Ya lo sé.
Cuando completaron la primera ronda alrededor del campamento, Killeen envió al muchacho de regreso. Toby tenía que dormir, y Killeen necesitaba pensar.
Llevar un Aspecto representaba una ayuda para la Familia, pero podía hacer flaquear al muchacho, bombardearle con frágiles confusiones, situar sus ideas frescas entre voces de protesta. La situación de la Familia era la peor en que se había encontrado. Habían sobrevivido sin problemas durante unos años después de la Calamidad, descansando en Casas y Comederos durante prolongados períodos. En el pasado, habían dispuesto de mucho tiempo para adquirir un Aspecto y reconciliar aquellas pequeñas y dispares almas.
Pero vivían ya al límite de su resistencia. No existía un refugio seguro. Los Aspectos percibían la creciente desesperación que reinaba entre todos ellos, la olían en los más escondidos rincones de la mente. Si Toby debía ser poseído, y poco después se veían obligados a avanzar a marchas forzadas, o sufrían un ataque…
Mientras hacía las siguientes rondas, Killeen tuvo que sacudir varias veces la cabeza con furia para despejarla. Cada vez que pensaba en su situación, se imaginaba a Toby aceptando un Aspecto. No podía permitir que aquello ocurriera. Pero mucho más fuerte era la obligación de vivir de acuerdo con las rígidas reglas de la Familia. Comprendió que debía encontrar un camino entre aquellas dos certidumbres inamovibles. Pero al parecer no había manera de soslayar el destino del muchacho.
Al día siguiente, habían andado a buen paso cuando Killeen hizo su descubrimiento. Se asomó con precaución por encima de una colina y descubrió un valle con grietas donde una gran losa de piedra había resistido el empuje ascendente del Salpicado. Unas pequeñas corrientes de agua corrían por allí.
Llamó a Jocelyn:
—Hay un camino fácil por la izquierda. ¡Agua a la vista! Marchad aprisa bajando la pendiente cuando coronéis la cresta.
Se dirigió rápidamente cuesta abajo, atravesó el ondulado valle y subió por un paso que se iba estrechando y que prometía un pasaje fácil hasta el otro lado. Bebió hasta saciarse en una corriente de agua. Estaba fresca y tenía un sabor fuerte, le escocía en las manos cuando las acopaba para beber en ellas. Luego, cuando la Familia apareció por detrás de él sobre la accidentada línea de cimas, reemprendió la marcha.
Había ascendido hasta la mitad de la cuesta cuando descubrió un solitario bloque de piedra, medio inclinado sobre el suelo. Tenía que ser una obra hecha por el hombre, ya que los mecs pulían y cortaban sus trabajos sobre piedra con rayos láser. Se trataba de un granito gris, moteado y basto, tenía vetas de alabastro y estaba cruzado por signos que sin duda significaban algo. Las aristas desgastadas y los descoloridos grabados de las letras hablaban de una gran antigüedad. Ni en la Ciudadela había visto rocas trabajadas con tantos adornos, ni tan viejas.
Todo aquello le intrigaba y al fin aceptó la insistencia de Arthur.
Es muy antigua, te lo garantizo. ¡Muchísimo más vieja que yo! Arcaica. No es el tipo de texto que yo hubiera escrito, a pesar de que yo era algo parecido a un escriba o a un bardo en mi primera vida.
—Léelo.
Bueno, pero he de darle la forma y la entonación adecuadas.
Aquel, por cuyo brazo fue inscrita la fama, cuando en batalla por los extensos países machacó y rechazó el primer ataque. Con su pecho dividió la acometida de los enemigos, aquellos horribles mecanismos locos que no tenían piedad para los caídos.
Aquel, que se enfrentó en la guerra contra las siete clases de muertos-vivientes. Por su victoria Nieveclara cayó en poder de la Humanidad.
Aquel, de cuyo valor las brisas perfuman todavía el océano del sur.
Aquel, por cuyo ardor fueron consumidas definitivamente las máquinas mediante un gran calor radiante.
Él, que como un fuego ya apagado en un gran bosque no abandona hoy su tesoro, Nieveclara.
Él, que guio a la Humanidad desde los palacios de acero que volaban por lo alto. Él, que como si estuviera cansado, ha abandonado la vida aparente. Ahora le damos una forma corporal en otros, para que habiendo ganado la única y suprema soberanía de este mundo, pueda andar por él.
Nieveclara, conseguida por su brazo.
Él, que llevaba el nombre de Chandra.
Él, que expandió la Humanidad en los nombres de las Piezas.
Él, que repartió los hielos entre las Familias.
Él, que anda a tu lado como un hábil antepasado.
Él descansa aquí.
Cuando Arthur finalizó aquella larga salmodia, ya habían llegado otros miembros de la Familia y permanecían en pie junto a Killeen. Este había conectado a Arthur con los sensores. Los ritmos cortos y fáciles se habían apoderado de la Familia. A pesar de que no podían leer las palabras profundamente grabadas en la piedra, comprendían el peso del tiempo que daba fuerza a aquel mensaje.
En silencio, uno tras otro tocaban la piedra inclinada. Delante de ella se abría una pequeña depresión cuadrada, Killeen sospechaba que allí estaba enterrado el hombre llamado Chandra.
Suspiró y se fue con Toby ladera arriba. No dijeron nada. De alguna forma, aquellas frases que llegaban desde un tiempo remoto adquirían más importancia que la reciente matanza. Si Chandra había llegado hasta allí mucho tiempo atrás y había rechazado a los mecs, sin duda había sido un verdadero personaje.
¿Era Chandra un Aspecto? Por más que lo intentaban, Killeen no podía recordar ningún miembro de su Familia que llevara un Aspecto con aquel nombre, o que fuera tan poderoso. Pero si el Aspecto de Chandra vivía todavía, y Killeen pudiera albergar un Aspecto como aquel en su interior, tal vez se convertiría en un mejor miembro de la Familia, o en un mejor padre…
Andaba sin ver, y por eso Toby lo descubrió primero.
—Papá, ¿ves aquello? Parece un edificio mec.
En la comunicación comunal nadie lo había advertido todavía.
Todos estaban hablando de la losa de Chandra. Las palabras se intercambiaban con rapidez, era el perpetuo fondo de charlas generalizadas que servía a la humanidad para ir entretejiendo sus experiencias, suavizando así las asperezas del entorno.
Volvió a poner mala cara. Evitaban siempre los lugares de los mecs, y aquella mole misteriosa que se alzaba frente a ellos…
De pronto, comprendió que no se trataba de una obra mec, sino de dos.
Una de ellas se movió. Era un Batidor.
Se dirigió hacia ellos desde el flanco derecho. El Batidor se desplazaba con movimientos como de reptil, y sus bandas motoras rechinaban bajo su peso. Killeen podía oír cómo las costillas cerámicas restallaban a causa del esfuerzo.
La Familia ya estaba corriendo, cuando el Batidor determinó el ángulo de ataque. No podrían llegar a la entrada del cañón que estaba a sus espaldas. Y los cauces secos que había por allí casi no ofrecían protección.
—¡Corred hacia la derecha! —gritó Ledroff. La Familia se dirigió hacia allí, ya que al instante todos habían adivinado las intenciones del Capitán. El edificio mec podía proporcionarles algún resguardo.
Disponían de muy poco tiempo. Tres mujeres Rook se adelantaron con las botas a la máxima velocidad, y luego dieron la vuelta, se tendieron en el suelo y empezaron a disparar para retrasar al enemigo.
Killeen se sumó a ellas sin frenar su velocidad, disparando con un ángulo raro. De nada servía disparar con precisión; sus proyectiles podían dar y rebotar en el inexorable Batidor, pero no le detendrían. No todos podrían salvarse.
—¡Toby! ¡Más aprisa! —gritó, a pesar de saber que los gritos no servían de nada. Pero así al menos podría dar salida al pánico que le paralizaba.
Era el Batidor que ya habían visto antes, estaba seguro. Debía de haber vomitado lo que estaba a medio comer para poder perseguirles. Hasta entonces, un Batidor nunca se había mostrado tan agresivo como para seguirles la pista.
Una figura corría más despacio que las demás, aunque con el mismo desespero: la Vieja Mary. Durante los últimos días no se había encontrado bien. Ya se había rezagado. Killeen oyó cómo sus pesados jadeos se convertían en ahogo.
Se volvió. La anciana luchaba intentando subir una cuesta y Killeen disparó por encima de ella, directamente a la boca del Batidor, que estaba al azul vivo. Aquel artefacto apenas se enteró de que le habían volado las antenas y las lentes visuales de su obstinada cara.
Atrapó a la Vieja Mary. Con sus brazos y su boca de apertura rápida se la tragó como si nada. Aquello no retrasó en lo más mínimo su empuje hacia adelante.
—¡Mary! —gritó Killeen con rabia y frustración. Sabía que el Batidor descubriría después de ingerirla que no era toda de metal, que no era un mec. La probó, comprendió que era indigerible y la escupió.
Killeen no tenía tiempo para los reproches. Dio la vuelta rápidamente y huyó, dándose cuenta de que ya era él quien estaba en mayor peligro. No cabía duda de que el Batidor les veía como una bandada de seres indefensos cubiertos de metal y que les consideraba unas fuentes gratuitas de mineral. Puesto que no llevaban los códigos de «no-me-comas» de la ciudad de aquel Batidor, significaban una caza legal.
Killeen se dedicó únicamente a correr. El Batidor llegó retorciéndose y deslizándose por un cauce de río que estaba lleno de hierbas.
Un hueco shuuuung cortó el aire por encima de su cabeza. Era un estrepitoso sonido que mezclaba los retumbos infrasónicos que llegaban hasta sus pies con los crujidos electromagnéticos que aumentaban de frecuencia hasta hacerle rechinar los dientes.
El Batidor trataba de confundirle, revolviéndole los sensores. Agachó la cabeza, aunque de poco le valió, y desconectó todos sus receptores sensitivos. Exceptuando su visión, que saltaba rápidamente de un sitio a otro, se quedó sin sentir ni oír nada.
Toby, que iba por delante de él, tropezó. Killeen le agarró por el hombro y la cadera y le hizo remontar un banco de arena.
Otro shuuuuung levantó unos apagados ecos en su mente que había quedado aislada. Era tan potente que pilló desprevenido a Toby, quien cayó desplomado. Quedó doblado, haciendo esfuerzos para poder respirar. Con un movimiento rápido, Killeen se cargó el peso de Toby sobre la espalda.
El Batidor, que ya estaba mucho más cerca, mandó un febril chispazo neural que se transmitió en zigzag por la pierna de Killeen. Sus músculos saltaron, chillaron y se quedaron tan inertes como si fueran de piedra.
Killeen cayó hacia delante. El edificio mec apareció ante su vista. Era alto, imponente, mucho más alto que las habituales construcciones mecs.
No iba a poder llegar.
Se tambaleó.
—¡Killeen! —gritó alguien.
La arena se deslizó por debajo de sus botas y el cielo empezó a bailar.
Echó mano a su arma. El Batidor caería sobre él al cabo de un instante. Si pudiese dispararle con seguridad y rapidez muchas veces…
Luego, el mundo se precipitó sobre él. Un ruido estrepitoso. Los crujidos que emitía el Batidor sonaban huecos y disminuían.
Alguien le daba golpes en la espalda.
El peso de Toby se le escurrió de los hombros.
Su aparato sensorial estaba inundado de ruidos dispersos, se había conectado gracias a alguna señal que lo liberó.
Killeen se volvió para enfrentarse con el Batidor. Sólo pudo ver la parte posterior, donde se alojaban unos enormes cilindros grises en funcionamiento. Se retiraba. Cermo el Lento gritaba:
—… si no hubieras cerrado el receptor auditivo, le habrías oído berrear. Se volvía loco.
—¿Por qué? ¿Por qué se ha detenido?
—Aquella cosita de allí.
Una diminuta pirámide asomaba a través de la plataforma de piedra arenisca sobre la que se hallaban. Killeen había pasado por su lado sin fijarse en ella.
Parpadeó al contemplar aquella obra tan bien construida.
—¿Cómo?
—No lo sé. Debe de haber dado órdenes al Batidor.
A Killeen le habían descrito objetos como aquel, pero nunca los había visto. El monumento de cuatro lados, de superficies cromadas, tenía unos dibujos muy recargados que al parecer habían ordenado al Batidor que no se acercara más.
La Familia le gritaba con júbilo. Toby estaba bien. Shibo sonreía. Considerando el miedo que habían pasado, su alegría se podía permitir, a pesar de la pérdida de la Vieja Mary.
Unos rostros exhaustos pero exuberantes aparecieron ante su vista. Le acompañaron hasta el gran edificio de los mecs.
Algunos amigos le llevaban bebidas. Los chiquillos le aplaudían con entusiasmo.
Los mecs no podían ignorar la orden de no acercarse a un edificio determinado. Pero los humanos sí podían violarla. Entraron impunemente en los terrenos de aquella enorme construcción. El ver una espaciosa plaza tan llana les causaba extrañeza después de haber recorrido tanto terreno accidentado.
Killeen frunció el ceño, preocupado. ¿Qué hacía que aquel lugar pareciera tan diferente?
Por lo general, no se preocupaba de las construcciones mecs; aparte, desde luego, de lo que pudiera ser objeto de pillaje. Pero aquello, pensó, le había salvado la vida.
Era ancho y alto. Y su forma era imposible.
Encima de una plataforma de mármol descansaba lo que al principio Killeen había confundido con un espejismo. Sólo los mecs creaban imágenes irreales: estaba en guardia. Pero cuando le dio una patada a aquello, le respondió un reconfortante sonido de objeto macizo.
Era imponente, construido con placas de piedra marfil, pero parecía flotar en el aire. Unas curvas de gran pureza se levantaban en unos ángulos tan preciosos como inevitables. Las paredes de placas blancas surgían hacia arriba como ignorando la gravedad. Luego se abultaban formando una cúpula que parecía elevarse y crecer cada vez con mayor ligereza y transparencia a medida que aquella forma redondeada se remontaba. Finalmente, a una altura muy por encima de las Familias que estaban allí reunidas, aquel monumento en piedra se arqueaba hacia dentro hasta quedar reducido a un saliente puntiagudo que hendía el cielo en un afilado extremo de puñal.
Los arabescos de piedra delgada como una telaraña, de un blanco deslumbrante, interesaban a Killeen menos que los dibujos. Nunca había visto nada tan hermoso.
A su alrededor había un torbellino de celebraciones. El hecho de que la Familia se hubiera salvado sin necesidad de librar una batalla era algo que justificaba su exaltación. Cermo el Lento sacó el licor de frutas, fuerte y áspero, que igual servía como fluido ritual que como una moneda valiosa entre las Familias.
Ledroff y Fornax dudaban al principio, pero luego decidieron dejar que prosiguiera la celebración. Sólo era mediodía, pero las Familias habían estado sujetas a una fuerte tensión. Un Capitán sabio ha de dejar que las tensiones acumuladas se disipen.
Killeen observó a los dos Capitanes mientras con las cabezas inclinadas y juntas llegaban a esta decisión. No le gustaba, pero se resignó.
Unas voces roncas se elevaron en un cántico. Las manos se tendían hacia él. Dos mujeres Rook le hacían señas, con inequívocas intenciones. Sus pieles lisas, de un moreno subido a causa del doble sol, no podían hacer juego con la palidez espectral de las piedras que les rodeaban. Los Rook, a pesar de cuanto habían sufrido, no habían desconectado sus impulsos sexuales. Killeen murmuró unas palabras de agradecimiento, les acarició las relucientes cabelleras y se fue. Advirtió que Shibo no estaba cerca.
Exploraba, ignorando las voces que resonaban en sus sensores. En los extremos de la extensa plataforma cuadrada de mármol se levantaban esbeltas torres. Killeen anduvo entre ellas, admirando su solemne y silencioso descuello. Se erguían, como unos centinelas, en las esquinas del monumento, guardianes frente a cualquier fuerza brutal que el mundo pudiera enviar contra él.
Observó que todas las torres se inclinaban hacia fuera, formando un ángulo muy pequeño. Algo le explicó el motivo de aquello. Cuando al fin las torres se derrumbaran, caerían hacia el exterior. Su desaparición no causaría daños al enorme y ligero edificio construido en el centro.
Detrás de la última pared de mármol había una sencilla placa totalmente negra. Parecía un ojo oscuro que mirara hacia una tierra inhóspita. Grabadas encima de ella podía ver unas letras: NW.
Cuando Killeen se aproximó a la placa, esta soltó destellos. Un resplandor de color rubí empañó momentáneamente la superficie, y hasta su mente llegó una tranquila y cantarina voz que hablaba de glorias pasadas y de nombres con resonancias desconocidas.
Killeen percibía aquellas palabras como unas cuñas cristalinas y frías que tenían un significado. Se quedó boquiabierto cuando vio que las entendía.
Aquello, por increíble que pudiera parecer, no era una obra de los mecs.
Por el contrario, era el fruto del tiempo y de la mano de los humanos.
Pero a pesar de todo, los mecs la habían dejado incólume.
Killeen se quedó escuchando durante un rato. No comprendía nada, aparte del hecho singular de que los hombres y las mujeres, en tiempos pasados, habían construido cosas tan bellas y estructuradas como las de los mecs. Muchísimo más bellas que las Ciudadelas. Y las habían hecho tan bien que incluso las mismas máquinas las respetaban y les rendían tributo. Mareado, con los ojos abiertos pero sin poder ver, no oyó a Cermo el Lento hasta que este le cogió por el hombro.
—¡Vamos! ¡Mereces dar el primer golpe!
—¿Qué…?
—Para derribar una de estas.
—Una de…
—¡Ha llegado la hora de la gran demolición! ¡Grande! ¡Hay que celebrarlo!
Algunos miembros de la Familia ya hacían garabatos en la base de una de las esbeltas torres. Cermo el Lento empujó a Killeen hacia ellos. Ya no les interesaba el pillaje de las factorías de los mecs pero aquel lugar tan raro era algo diferente.
—No lo comprendéis —dijo Killeen—. Este sitio no es un edificio de los mecs.
Cermo se rio con disimulo.
—¿No dirás que es una montaña, verdad?
—Es una obra de los humanos.
Cermo soltó una carcajada.
—¡Sí, la hicieron los humanos! Hay en ella una voz que…
—Oye voces —gritó Cermo a los demás—. El Batidor le debe de haber trastornado.
Unos estridentes gritos de burla le contestaron.
—La Humanidad construyó todo esto. Por eso resulta tan hermoso.
—Esto no es más que cosa de los mecs —declaró Cermo, acercándose a la base de la torre.
—¡No! Hace mucho tiempo, alguien, hombres y mujeres como nosotros, erigieron esta obra. Miradla, no tenéis más que mirarla.
Todos los demás estaban de parte de Cermo, sonreían con satisfacción y gritaban sin reparar en nada más, dispuestos a hacer lo que los hombres y las mujeres hacían siempre que encontraban una obra mec indefensa.
—Esto es otra maldita obra de los mecs. Nada más —puntualizó Cermo con un ligero toque de irritación—. Si tú no quieres intervenir, lo haremos nosotros solos.
Dos mujeres se rieron y entregaron a Cermo un tubo de rayos cortadores, uno que habían arrebatado a un Especialista hacía ya algún tiempo. Cermo apretó con el pulgar un botón y al instante empezó a sonar un zumbido.
Una febril mezcla de angustia y de ira obligó a Killeen a lanzarse contra él. Cermo se había vuelto a medias hacia la torre y apuntaba con el rayo cortador a uno de los bloques de piedra de color crema. La gente lanzó unos murmullos de anticipación entre los que se podían distinguir unas agudas exclamaciones de júbilo.
Killeen le golpeó de lleno en la espalda. Cermo se tambaleó y se estrelló de cara contra la torre. Killeen le cazó con un golpe directo a las costillas. El cortador cayó sobre el mármol.
—¡Tú…! —dijo el sorprendido Cermo. Killeen apartó el cortador a patadas.
Cermo hizo una finta y golpeó a Killeen con un puñetazo preciso en el ojo derecho.
Killeen retrocedió, tratando de enfocar su visión.
Cermo se agachó y avanzó pesadamente. Killeen le puso la zancadilla, el hombretón chocó contra un gran bloque de piedra y gruñó.
Killeen buscaba con la vista a Ledroff o a Fornax. Ambos estaban muy lejos y al parecer se desentendían del asunto. Gritó hacia aquel mar de caras coléricas.
—¡No lo toquéis! Esto es nuestro. Es humano.
Una mujer chilló:
—¿Tú proteges la basura mec? Yo…
—Los humanos construyeron todo esto hace muchísimo tiempo. Gente que no era como nosotros.
La mujer enseñó unos dientes grisáceos.
—¿Y quién lo dice? ¡Esto es obra de los mecs!
—No voy a discutir contigo. Retrocede.
Killeen les dirigió una mirada fija y fría con la cara encendida y los ojos abiertos.
Las manos se alzaban en el aire, dispuestas a sostener el peso de un arma.
El viento silbaba entre las esbeltas torres.
Y el clímax pasó. La gente se apartó arrastrando los pies, rezongando y sin mirarse directamente unos a otros. Iban a intentar recuperar su diversión.
Killeen ayudó a Cermo a ponerse en pie y le llevó agua.
Cermo era un hombre de humor variable y ya se le había pasado el enfado. Killeen compartió con él un poco de aguardiente. Se abrazaron. El asunto estaba saldado, a excepción de las costillas doloridas de Cermo y del ojo amoratado de Killeen.
Se puso en pie y contempló los cirros que se deslizaban a través del cielo, enmarcados por las torres y el encanto de la gran cúpula.
De nuevo oyó la voz antigua y hueca en su tono de cantinela. Prestó muy poca atención cuando Ledroff y luego Fornax le comentaron algo acerca del incidente.
Toby contempló durante un rato las torres, y Killeen le explicó que eran obra del hombre. Toby arrugó la nariz, en un infantil gesto de admiración, y pocos minutos después ya volvía a jugar con los muchachos de los Rook.
Se lo dijo a Shibo y ella afirmó con la cabeza, pero no dijo nada. A su alrededor el impulso de fiesta se fue consumiendo lentamente.
Los Capitanes decidieron aumentar la distancia entre ellos y el Batidor. Después de todo, las Familias ya habían comido y podían retomar la velocidad que llevaban antes. A pesar de los gruñidos y de las quejas, ordenaron que las Familias reemprendieran la marcha.
Killeen sacudió la cabeza y amortiguó la voz de tiempos remotos hasta convertirla en un suave y apagado gorjeo. A él también le hubiera gustado descansar durante algún tiempo. Para llorar a la Vieja Mary. Para celebrar una fiesta. Para aliviar mediante los cuentos y las celebraciones la humillación que le había causado el Batidor.
Killeen ponía mala cara mientras preparaba la mochila. Si los mecs respetaban aquel lugar, también los humanos debían hacerlo. De aquello estaba completamente seguro.
—¡En marcha! —gritó Ledroff—. ¡Abrid los flancos, vamos!
Abandonaron la plaza sin mirar hacia atrás.
Arthur estaba excitado, pero Killeen no estaba de humor para escucharle con atención. El Aspecto no podía explicar cómo ni por qué había aparecido allí aquel monumento. Arthur no tenía noticia de nada parecido a aquello que hubiera ocurrido en sus tiempos. Al parecer, no tenía la menor conexión con la lápida de Chandra que se levantaba allí cerca. Killeen redujo la excitación intrigada de Arthur. De nuevo se colocó en el ala izquierda para la jornada que les esperaba.
Arthur iba repitiendo un nombre. Iba dándole vueltas en su mente, tratando de descubrir su significado. No se parecía a ninguno de los idiomas que había conocido durante toda su vida.
Al final, desistió. El término estaba perdido en el tiempo y no significaba nada, aunque había advertido que los lentos y solemnes sonidos de la palabra Taj Mahal afloraban con agrado a los labios.