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as dos Familias decidieron aquella mañana que seguirían teniendo Capitanes distintos. Un solo Capitán significaba una sola Familia, y la pérdida de toda una Familia era algo intolerable para el Clan. Era fácil suponer que ninguna de las dos Familias aceptaría su propio final.

Las conversaciones duraron horas. Ledroff y Jocelyn negociaron con los Rook en un Testimonio plenario, puesto que los Rook no tenían Capitán. Tuvieron en cuenta todos los títulos y rituales y otros procedimientos, sin saltarse ni una simple frase o gesto. Cada etapa tenía la misma importancia litúrgica, con los moderados y obsequiosos detalles que habían pertenecido a la tradición durante siglos.

Había en ello un callado abandono y una obsequiosa comodidad. Los humanos usaban un lenguaje muy elaborado y refinado como refugio frente a la crudeza del entorno. La narración de historias, culminación del arte oratorio, permitía dar un toque barroco a lo que en principio no debería ser más que un asunto ligero y sencillo. Esto también les proporcionaba un temporal y cómodo refugio para la extensa herencia humana, a pesar de que sólo la recordaran a medias y de una manera borrosa y lejana. Hablaban y la saboreaban.

En las Ciudadelas, conversaciones como estas iban precedidas por un mes de apasionados chismorreos anticipatorios. Los Testimonios, en los antiguos tiempos, se celebraban con gran ceremonia en salas abovedadas policromas. En esta ocasión, los altos dignatarios conferenciaban mientras permanecían sentados en cuclillas, sucios y maltrechos, alrededor de la burda pirámide de los difuntos. En otros tiempos, cada Familia se componía de millares de miembros. En esta charla tribal nadie se atrevía a soltar una frase que reconociera su mermado estado actual.

Los Rook nombraron a Fornax, Capitán. Debería tener integrado el plano topográfico de la Familia Rook en su aparato sensorial, tal como era tradicional. Pero la mujer que sabía cómo hacerlo, una especialista anciana y apergaminada llamada Kuiper, había caído el día anterior.

Fornax y Ledroff no parecían llevarse bien. Pero estaban de acuerdo en que las Familias debían seguir la marcha. Era muy arriesgado permanecer en un lugar tan cercano al armazón del Mantis, a pesar de que estaba desperdigado por completo. Si pasaban algunos Merodeadores por allí, quizás lo repararan. O también era posible que hubiera más de un Mantis.

Killeen sentía una extraña desazón porque nadie parecía haber captado la diferencia esencial entre aquel y los demás Merodeadores. El Mantis moría, pero volvía a resucitar. Al parecer, había sido proyectado con vistas a su pervivencia, para que tuviera una energía inacabable e inexorable, especialmente dedicada a seguir la pista de los humanos.

El estrecho sentido humano de las categorías lo había clasificado como Merodeador, como si los Clanes no quisieran dar entidad real mediante el lenguaje a un poder que no podía incluirse en los límites de los ya bien conocidos enemigos del destino humano. A pesar de que conocían la existencia de unas grandes ciudades mec, de desconcertantes construcciones y de empresas incomprensibles, una característica ancestral del espíritu humano les impedía asignar un nombre o un símbolo a las inalcanzables alturas que el Mantis podía implicar.

Nadie había visto jamás a un Mantis que se dedicara a recoger chatarra, a dar órdenes a los peones o a robar los bienes de las demás ciudades mecs. No pertenecía a ninguna clase de trabajadores. A diferencia de los Merodeadores, no desempeñaba ningún trabajo. No se le reconocía otro interés que la caza de los humanos. El propio padre de Killeen había visto algo que se parecía a un Mantis unos pocos años antes, y vivió para poder contarlo. Las leyendas del Clan hablaban de algunos mecs vistos en raras ocasiones, a través de siglos de patrullas forrajeadoras destruidas y de terroríficos momentos en que unas siluetas con múltiples patas aparecían en el lejano horizonte. Aquellos artefactos de rango más elevado dejaban un rastro de vidas rotas, la mayor parte de ellas con muerte definitiva, pero la herencia más tangible legada a las Familias era una tradición de horrores, que vivían de forma fantasmal pero innegable en las precisas imágenes de la memoria de los Aspectos y en los relatos de los pocos humanos que habían podido sobrevivir.

A Killeen le resultaba imposible creer que todo aquello se debía al Mantis.

El propio padre de Killeen le había recitado con detalle la letanía completa de las clases de Merodeadores, y cuando lo hacía, la lenta y resonante precisión de su voz ponía de manifiesto el elevado precio que le había costado a la humanidad aprender cada una de aquellas facetas, y que si olvidaba aquella información, aunque fuera en un solo momento terrible, podrían tener que pagar de nuevo.

Killeen conocía ya, por experiencias en terreno abierto, las características de todos los tipos de Merodeadores. Pero de una manera mucho más intensa, las recordaba gracias a la manera ritual con que su padre había bajado el tono de su voz cuando pasó a su hijo el antiguo folklore y las antiguas habilidades. Lo más importante de los alienígenas es que son alienígenas, había dicho innumerables veces. Y con una grave carcajada, solía añadir: Has de estar preparado para que te sorprendan.

El hecho más terrible de todos era que los Merodeadores mataban sólo como función secundaria. Incluso los Lanceros, aquellos engendros perversos que tiraban flechas, los de los ojos pequeños cuyo trabajo era proteger las fábricas, sólo atacaban a los humanos cuando se acercaban a una de ellas.

Únicamente la Calamidad contradecía esta regla. Tal vez era congruente que su padre hubiera caído al mismo tiempo que la Ciudadela Bishop, ya que aquello había representado el final de una era. Killeen no había visto morir a su padre, sólo había recibido unas palabras inconexas por el sistema de comunicaciones, mientras él mismo salía huyendo con Toby. Después se enteró de la lista de los que se habían ido. Así, todos los detalles, que tal vez era preferible no conocer, se habían mezclado con muchos otros asuntos, dejando medio ocultos los hechos insondables.

Aprovechando el aire fresco de la mañana, recogieron las pertenencias de los muertos. Killeen encontró una mochila de burbuja construida con algún material mec reluciente que no había visto antes. Le ahorraba muchos kilos en el peso que debía llevar y se la apoyaba con comodidad sobre la cintura, las caderas y los hombros. Cada uno de los muertos cedió su alimento concentrado y las cantimploras, el más útil de todos sus legados.

Killeen se puso en pie y se comió un taco de goma dura que había pertenecido al Anciano Robert. Vio que Cermo se ajustaba un equipo de compresores para botas, fabricado con carboaluminio. Para ello estaba acoplando el metal mec a las embocaduras de sus muy desgastadas botas. Otros llevaban unos improvisados amortiguadores de choque para las caderas y cascos de doble protección; Killeen sabía muy bien que al cabo de una semana irían abandonando todo aquel exceso de equipo a medida que se fueran convenciendo de que era demasiado pesado o engorroso. Killeen prefería transportar comida y bebida, y olvidarse de los pesos extras. Ya se había roto dos veces las costillas por no llevar una coraza protectora.

Mientras los demás se dedicaban a dar martillazos y a ajustar piezas, Killeen descansaba, usando como almohada su chaqueta de red, y miraba con gesto burlón a algunos que se agenciaban unas esteras blandas para dormir. Tuvo que impedir que Toby cargara con una batería de cocina. Era un objeto pequeño y maravilloso, delicadamente forjado a partir de un metal flexible por algún hábil artesano; cuando se conectaba daba una llama azul. Pero también representaba un peso suplementario para el muchacho y, por otra parte, Killeen no tenía la menor idea de dónde podría encontrar combustible para que funcionara. De todas maneras, era muy raro que consumieran alimentos cocidos. Sospechaba que los Merodeadores podían oler los humos desde cualquier punto de Nieveclara.

Los miembros de las Familias se fueron reuniendo a medida que se acercaba el mediodía. Ledroff y Fornax consultaron a sus Aspectos y discutieron sobre la ruta que debían seguir. Killeen no quiso entrar en la discusión. Jocelyn apoyaba invariablemente las propuestas de Ledroff; eso y otras pequeñas señales indicaban que, en el mejor de los supuestos, su relación con Killeen se había enfriado. Killeen se encogió de hombros al pensar en ello, aunque lo cierto era que en el fondo le dolía.

Las Familias estaban apáticas, las mareas emocionales del día anterior las habían dejado pensativas y lentas. Él mismo se notaba afectado por aquel estado de ánimo. Se mezclaba con su resaca, consecuencia de un frasco pequeño y transparente de licor de frutas que había encontrado en el cadáver de Hedda, una mujer de los Rook. Lo había compartido con tres Rook y con Shibo. Bastaba un trago de aquella sedosa y ambarina bebida, que tenía mucha garra, para notar el efecto. No había bebido mucho, pero estaba avergonzado por haber vuelto al alcohol. Un dolor de cabeza, cada vez más intenso, se extendía por su frente y se le introducía en los ojos. Aquello le recordó las dificultades que había notado para ver a larga distancia, y fue en busca de Angelique.

Pareció que ella se alegraba de que le pidiese ayuda y preparó el instrumental. Killeen siempre había preferido que se trabajara sobre él cuando el ruido de la actividad cotidiana se iba acentuando. Se relajó, abandonándose a la parte dulce de la humanidad, a la implícita promesa del ritual diario.

Estaba sentado, quieto como una estatua, cuando se dio cuenta de una mujer que estaba cerca de él. Angelique estaba trabajando en el visor de larga distancia que llevaba él en la nuca. No podía girar la cabeza porque la tenía firmemente sujeta, pero podía volver un poco los ojos. La mujer permanecía inmóvil y rígida. Enfocó los ojos hacia un punto más lejano. Hasta un movimiento tan ligero como este hizo que Angelique gruñera y soltara unas maldiciones en honor a Killeen. Era la última de los Bishop que sabía algo sobre los visores de larga distancia. Le hizo unos cuantos ajustes en la nuca, cerró de golpe la tapadera de metalcarne y le hurgó con fuerza en las costillas con la herramienta de fibra. Killeen soltó un grito. Angelique dijo fríamente:

—Era sólo para comprobar tus reflejos. Me parece que están bien.

—¡Y un cuerno!

—La próxima vez te quedarás sentado y quieto. —Angelique sonrió y se fue, mientras la luz de Dénix se reflejaba en sus cromadas perneras.

Killeen se dio masaje en el cuello y probó sus ojos tomando un primer plano de la mujer que estaba cerca de él. Era una Rook joven y musculosa. Su pelo negro se le arremolinaba en las sienes como si fuera una tempestad de ébano, de la que salían unas crestas irregulares disparadas hacia arriba. Cambió el enfoque y comprobó que eran unos puntos azulnegros rodeados de venillas de color carmesí. Estaba sentada, rígida, inmóvil, con la cabeza caída hacia un lado, como si estuviera escuchando a alguien que no veía.

Y así era. Movía los labios rápidamente, sin emitir sonido alguno, mientras trataba de poner voz al torrente de lenguaje de los Aspectos que discurría sin control por su interior.

Hacía mucho tiempo que Killeen no había visto a alguien tan profundamente poseído. Quizá desde la retirada tras el indiscutible desastre de los Manantiales de la Gran Alicia. La mujer tenía los labios llenos de baba. Su mano izquierda empezó a saltar. Al cabo de unos instantes, una contracción espasmódica cerca de su ojo derecho pareció sintonizar con los movimientos de la mano.

Killeen envió una llamada a Fornax. Por su cargo, estaba obligado a cuidar de los suyos. Toby se acercó andando lentamente; llegaba ya cargado con la mochila y se quedó mirando a la mujer.

—¡Vaya, un payaso! —dijo.

—Nunca hables así de estas personas —le recriminó Killeen, observando con atención a la mujer.

—Se está muriendo.

—Se pondrá bien.

—Pues no lo parece.

—Lo normal es que se recupere.

—Yo no espero nada parecido.

—Los Aspectos mueren si su anfitrión muere, ya lo sabes. Tienen derecho a estar asustados.

—¿Qué están haciendo?

—Cuando se atemorizan, empiezan a hablar todos a la vez.

Killeen se sentía raro al tener que excusarse por los Aspectos de otra persona.

Toby le miraba con la descarada fascinación de los jóvenes.

—¿No puede desconectarlos?

—No, si todos están activados a la vez.

—¿Por qué los ojos se le giran hacia arriba?

Era cierto, tenía los ojos en blanco. Además, había retraído los labios en un rictus que mostraba unos dientes amarillentos.

—¡Maldición! ¿Dónde está Fornax?

Killeen tocó el rostro de la mujer. Lo notó hinchado, esponjoso.

—Fíjate en sus manos. —Toby ignoraba lo que era estar preocupado.

Killeen miró a su alrededor. Fornax no aparecía por ninguna parte, pero algunos Rook los estaban observando.

—Se han apoderado de una gran parte de su aparato sensorial. Viven por medio de él.

—¿Pueden vernos?

Killeen vaciló. No quería que Toby pensara en cosas como aquellas, y menos después de todo lo que acababa de suceder. Pero, de todas maneras, el muchacho se haría preguntas, puesto que ya lo había visto.

—Sí, pueden vernos. Cuando los Aspectos se ponen así, derriban los filtros de protección. Dejan que todo les inunde. Intentan captar cualquier sensación del mundo, mientras pueden.

—Caray…

—Pero si abusan demasiado…

La mujer se puso en pie de repente. Empezó a bailar frenéticamente, soltando coces y levantando mucho los pies. Sus brazos salían disparados azotando el aire en arcos inverosímiles. Levantaba al aire pies y manos al mismo tiempo, formando unos extraños arcos y ritmos. Se estrelló contra el suelo. Las piernas siguieron dando sacudidas y siguió bailando. Soltaba unas salvajes patadas contra el polvo y las piedras. Con un verdadero esfuerzo, se lanzó hacia arriba, pateando todavía como un salvaje. Retorcía todo el cuerpo en un absurdo tempo acelerado que daba el contrapunto a cada movimiento de brazos y piernas. Estaba completamente bañada en sudor, pero su cara seguía impasible. Parpadeaba sin parar, como si interrumpiese estroboscópicamente su visión, y tenía los ojos cada vez más vueltos hacia arriba. Abrió la boca. Emitió una canción gutural, grave. Las notas se convirtieron en un quejido cuando el vigor de la danza se acentuó, levantando una nube de polvo.

Toby se echó hacia atrás, sorprendido, las comisuras de su boca se inclinaron hacia abajo a causa del miedo y de la consternación. Killeen le empujó todavía más hacia atrás, y saltó sobre la espalda de la mujer. Ella se retorció, sin abandonar su loca danza… Se lanzó hacia él con las manos abiertas. Con el pie derecho golpeó a Killeen en la rodilla dándole una tremenda coz que formaba parte de aquella frenética danza sincopada, y le hizo caer de bruces. Él miró a su alrededor. La Familia acudía corriendo, pero no pudo ver a Fornax. La mujer se mantenía en pie gracias al impulso de su taconeo. Empezó a dar saltos cada vez más altos, utilizando las botas para efectuar unas enormes y exageradas piruetas. De pronto, soltó un alarido con una voz aguda de soprano.

Killeen se lanzó de nuevo sobre ella. En aquella ocasión pudo cogerla cuando se preparaba para dar otro desmesurado salto. Consiguió abrir una pequeña elevación capilar que tenía en el hombro. Le hizo una llave de cadera, apoyándose con todo su peso sobre ella para inmovilizarla.

El alveolo capilar era una característica de todos los humanos de aquella época. Había sido incluido directamente en el ADN humano para proporcionar un acceso rápido al cerebro. Para poder utilizarlo se requería un instrumental muy específico. Para abrirlo eran imprescindibles unos ajustes muy delicados. Era el acceso más difícil al cuerpo humano.

Killeen clavó un dedo en el alveolo capilar. Ella gritó, se dobló y quedó sin sentido.

Toby le ayudó a tenderla suavemente sobre el suelo. Killeen cerró la tapa del alveolo, estaba presionando con el pulgar la tapadera para que encajara en su sitio cuando la voz de Fornax bramó desde arriba.

—¡No toques eso! ¿No sabes que…? ¡Si es Ann! ¡Una de los nuestros!

—Sí —contestó Killeen, poniéndose en pie—. No lo abriré.

—Tú… Si ya has hecho saltar la tapa.

Fornax estaba horrorizado, sus pálidos labios se retraían por encima de la encrespada barba.

—No tenía alternativa. Sus Aspectos la dominaban.

—Deberías haber…

—… dejado que se lesionara ella misma, que tuviera un tirón muscular, o que se le saltara una junta. Claro.

Fornax se encolerizó.

—¡Este es un asunto de la Familia Rook!

Killeen vio que Fornax iba a transformar el suceso en un asunto de principios, y en aquel momento calibró a aquel hombre.

—Es cierto. Y presento mis excusas.

—¡Has osado poner tu dedo…!

—Por lo general, esto les detiene.

—¡Podrías haberle causado lesiones cerebrales! —Todavía estaba furioso y era incapaz de dar por terminado el incidente a pesar de que Killeen le había presentado excusas. Pero mientras en los ojos se leía todavía una severa mirada de reproche, los labios fruncidos indicaban una momentánea reflexión interior. Killeen vio que aquel hombre dejaba correr libremente las emociones hasta que la razón se hacía cargo del asunto y les ponía freno. No era una buena actitud para un Capitán. Por lo menos Killeen alcanzaba a saber esto.

—Sus Aspectos la habían dominado. Dejemos que sean ellos los que se ocupen de arreglar el problema mental —dijo Killeen.

—Bien, ahora, yo…

Toby saltó de pronto.

—Tú no estabas aquí. ¡Había que hacer algo!

Killeen le acarició el hombro, complacido, pero no quería que Fornax pensase que el muchacho era un deslenguado.

—En este asunto deciden los Rook —le advirtió Killeen.

—Pero esto… —insistió Toby.

Una larga pausa cargada de tensión flotó entre los dos hombres.

—Agradezco tu ayuda —dijo Fornax con malhumor, dándose cuenta por fin de que había mucha gente mirando—. A los dos. —Inclinó la cabeza en dirección al muchacho.

Killeen se tocó la frente en señal de respeto. Fornax había efectuado un buen y oportuno cambio de parecer, demostrando el autocontrol que la gente espera en un Capitán. Decidió que Fornax no era malo del todo. La marcha que iban a emprender sería una manera más sutil de juzgarle con precisión. A pesar de todo, pensaba que tanto Ledroff como Fornax aprenderían y crecerían hasta llegar a ser los Capitanes que las Familias necesitaban con tanto desespero. Ninguno de los dos llegaría a valer lo que el dedo pulgar izquierdo de Fanny, pero ¿quién podría valerlo?

Viajaron a marchas forzadas durante dos días. A campo abierto, en la llanura abrasada por el sol, su única posibilidad de estar seguros se basaba en la rapidez. Ledroff y Fornax mantenían a las Familias separadas entre sí, en forma de dos cuñas triangulares, con tres exploradores en cabeza, cuatro en los flancos y tres en la retaguardia. Los Merodeadores tenían fama de atacar desde el flanco posterior y de aprovechar, con frecuencia, la protección de una línea de montañas que acabasen de cruzar los exploradores de retaguardia.

Se dirigieron hacia el interior, al centro aparente del Salpicado. Contaban solamente con un tosco sistema de orientación, y nadie sabía la verdadera edad de aquel Salpicado. A medida que iban avanzando a saltos por los valles en pendiente, sus esperanzas se hacían más factibles. Las zarzas cedían su puesto a los arbustos de hoja ancha. Los resecos brezos iban desapareciendo. Unos manojos de color tostado brotaban entre las sombras. Los lechos de los ríos mostraban terreno húmedo sólo con sacar una palada de tierra.

A mediodía de la segunda jornada, las Familias empezaron a mezclarse con prevención. Intercambiaban ánimos e información acerca de rutas que resultaran más cómodas para los agotados veteranos. Killeen llegó a descubrir una lenta fusión entre ellas. Tal vez las bases genéticas e históricas que separaban a las Familias tendrían que perder fuerza frente a la creciente necesidad y al número de bajas entre sus miembros. Pero aquello sólo era un detalle, comparado con su omnipresente problema, del que hablaban muy pocas veces: la urgencia de encontrar un refugio.

Eran gentes que se habían formado en las Ciudadelas, donde disponían de las comodidades de un refugio fijo. Sólo los osados, los valientes y los jóvenes salían de las Ciudadelas para capturar o robar en la civilización mec. Ahora todos los miembros de la Familia debían vivir como nómadas. Únicamente hallaban albergue en los Comederos, y en las pocas Casas que quedaban. Se aferraban a la esperanza de encontrar un lugar de descanso definitivo, algo permanente en un mundo que se tambaleaba.

Killeen daba vueltas distraídamente a todo esto, contento de tener Capitanes que se enfrentaran a aquellos problemas. Percibió la presencia de Arthur que se desbordaba en el interior de su mente y recibió su fría e irónica voz:

Supongo que ya sabrás que la humanidad empezó siendo nómada.

—¿Antes de que existieran las Ciudadelas?

Mucho antes que eso, desde luego. Seguramente debes recordar que ya te lo he explicado antes.

—¡Maldita sea, no puedo acordarme de todo! Tú hablas más que respiras.

Ya te he dicho que no tengo los mapas adecuados de este Salpicado. Es reciente. Pero estoy contrariado por el penoso episodio de hace dos días, cuando te despertaste. Todos estamos preocupados, aunque supongo que para ti aquello sucedió en el peor de los momentos, y del peor modo posible.

—Sólo has de mantenerte en tu lugar. No te enrolles. Voy a necesitar toda mi agudeza mental.

Déjame añadir, solamente, que la vida nómada se adapta genéticamente a los humanos. La civilización es un invento relativamente reciente.

—¿Te refieres a la civilización mec?

No. A nuestra civilización. No a las formas sencillas de las Ciudadelas. Me refiero a la sociedad original humana. ¡Era enorme, gloriosa! Nuestros antepasados construyeron la nave que nos trajo hasta aquí en un viaje de incomprensible duración. Vinieron para establecer contacto con las voces que oían por la radio. Ellos…

—¿Quiénes?

La voz de Arthur lo explicó de mala gana:

Bien. Aparentemente las transmisiones procedían de unos comunicados no autorizados de un grupo de disidentes de la civilización mec. Pero, entérate, hablaban en un código difícil, un código que podía haberse interpretado mal. Aquellos Capitanes originales vinieron para encontrar lo que les prometía el mensaje: una biblioteca de todos los conocimientos galácticos. ¡Piensa en ello! ¿Quién podía saber lo que representaba aquella riqueza, la recopilación de todos los escritos, de todas las imágenes y de todas las canciones? La nave del Capitán alcanzaba velocidades casi lumínicas. A pesar de esto, su viaje necesitó más de setenta mil años. Tamaño sacrificio…

—¿Vinieron para aprender de los mecs? —Esto resultaba tan incomprensible para Killeen como el aprender de una piedra o del aire. Los mecs simplemente estaban, eran una de las fuerzas de la naturaleza con la que quedaba descartado mantener un intercambio.

La aguda llamada de Shibo llegó hasta él.

—¡Empolvador!

Procedía del otro extremo de aquel valle estrecho y pedregoso. Le sobresaltó y le hizo salir del ensueño en que se hallaba inmerso mientras andaba.

Al instante, las Familias se dejaron caer al suelo y buscaron refugio. Sobre una meseta lejana flotaba un objeto con cuatro alas que relucía como si fuera de cobre bruñido bajo la intensa radiación azul del Comilón, que ya se ponía. Killeen pensó que tenía un aspecto ligero y perezoso. Hacía algún tiempo que no veía ninguno, pero aquel no parecía perseguir un objetivo determinado.

La voz entrecortada de Shibo demostró que ella había llegado a la misma conclusión que él.

—El Empolvador está vacío. Sólo mira.

—¿Supones que va de regreso? ¿Inspecciona el terreno?

Killeen miraba con los ojos entornados hacia aquel objeto delgado y puntiagudo. No había señales del pálido polvo blanco que por lo general soltaba en forma de delgada y certera columna.

—Pues nos ha visto.

—No sé si nos habrá visto. Está bastante lejos.

—No tira polvo. Está mirando.

Las Familias se quedaron haciéndose los muertos durante mucho tiempo, mientras el aparato descendía y se deslizaba describiendo unas elegantes curvas. Killeen admiraba sus movimientos esperando, en silencio y sin pensar, que se marchara de una vez. Hacía mucho tiempo que todos ellos habían aprendido a dejar pasar los mecs sin plantarles cara, a no ser que contaran con todas las probabilidades a su favor. Contra los Empolvadores, nunca existía la menor ventaja.

Cuando el Empolvador desapareció tras el horizonte, iniciaron una rápida carrera a saltos en dirección contraria. Killeen ordenó a Toby que se acercara a él, mientras vigilaba el flanco derecho con mucha mayor frecuencia que antes. Los Merodeadores nunca operaban con los Empolvadores, por lo menos hasta donde llegaban sus conocimientos; pero desde lo del Mantis, Killeen esperaba cualquier cosa, nada le hubiera sorprendido.

Por esto oyó el ruido de agonía metálica antes que los demás. Las ondas llegaron a su aparato sensorial en forma de una nota alta y superficial que desapareció enseguida. Killeen avisó a los demás y determinó el ángulo de recepción. Se dirigía hacia un arroyo próximo a ellos, cubierto por completo de arbustos.

Killeen se deslizó entre unos zarzales de espinas fuertes y delgadas y descubrió la fuente de aquel débil grito emitido en microondas. Un Batidor estaba absorto en su trabajo.

El artefacto se había apoderado de toda una escuadra de peones de aleaciones. Al parecer, los peones intentaban montar una planta procesadora cerca de una veta de mineral. El Batidor los estaba devorando, su vientre ya estaba en funcionamiento. Killeen percibía las sacudidas en tono de bajo profundo que originaba cuando los fundía para transformarlos en lingotes más manejables. El Batidor emitió un ruido de tripas mientras digería, sus costillas cerámicas se contraían con pedos y quejidos a medida que obligaba a los peones a entrar en sus entrañas.

Allí cerca, dos cascos humeaban todavía. Eran los encargados mecs que habían estado al frente de los peones. Eliminados aquellos, los peones sólo podían lanzar llamadas de socorro a las distantes ciudades. Allí, en aquel Salpicado, el transporte del Batidor llegaría para llevarse el botín mucho antes de que pudieran recibir ayuda.

Killeen indicó a los demás que no avanzaran.

Los Batidores no eran peligrosos cuando estaban ocupados en sus tareas principales. Algunos Merodeadores, como los Ojeadores y los Rastreadores, aprovechaban las basuras. Eran fáciles de evitar si se era ágil y se usaban exploradores. Otros eran los agentes de los incesantes conflictos entre las diferentes ciudades mecs. Los Recolectores, los Batidores y los Tramperos habían aparecido mucho antes de la época del padre de Killeen, al parecer como respuesta a la inevitable escasez de materias primas.

Los Batidores eran unas máquinas alargadas y traicioneras que se desplazaban enroscando y desenroscando sus anillos. Buscaban a mecs de bajo nivel de las ciudades rivales y los desmantelaban para hacerse con las piezas de repuesto o, sencillamente, con los metales de que estaban compuestos. En la piel, articulada y resbaladiza, albergaban unos largos crisoles tubulares para fundir metales.

Killeen y su padre habían dado con uno de ellos, hacía ya mucho tiempo. Estaba comiéndose a un mec menor. La Ciudadela, por aquellas fechas, necesitaba repuestos de gran tamaño, el tipo de piezas que los Merodeadores tenían en abundancia. Su grupo había esperado a que el Batidor estuviera completamente hinchado, yaciendo sobre el suelo como un tubo atiborrado de aluminio troceado que empezaba a excretar lingotes de metal. Habían aprovechado aquel momento en que era tan vulnerable para destriparlo con rapidez, arrancándole las partes integrantes y friendo la mente principal. Además, prepararon una emboscada a los transportes de mineral del Batidor cuando estos llegaron allí como respuesta a la llamada.

Aquel había sido uno de los mejores ratos pasados con su padre. Ellos dos, solos, en busca de un botín por los flancos de aquella banda de recogedores de chatarra. Killeen había disparado sobre un Rastreador que transportaba alimentos comestibles para sus componentes orgánicos. Los dos habían celebrado un festín, hartándose a reventar con aquella sustancia pegajosa.

En total, habían estado ausentes seis días, y al regresar en la mañana del séptimo se habían enterado de que la madre de Killeen había fallecido durante su ausencia. No hubiesen podido hacer nada. Se había contagiado una de las epidemias que todavía quedaban del tiempo en que los mecs habían intentado eliminar a la humanidad por medio de virus obtenidos por ingeniería biológica. Las epidemias aparecían muy de vez en cuando, principalmente porque la bioesfera era demasiado débil para soportarlas mucho tiempo. Pero incluso las viejas epidemias que quedaban en estado latente en algún arroyo podían sufrir alguna mutación y volver a infectarles. Su muerte había provocado que Killeen y su padre estuvieran mucho más unidos durante los pocos años que transcurrieron hasta que llegó la Calamidad.

Observando al repleto Batidor, Killeen sintió un antiguo impulso en su interior. Su visión quedó circunscrita a un halo rojo alrededor de aquella cosa hinchada, de una fealdad insoportable. Las señales que recibía de la Familia se amortiguaron, el mundo del aparato sensorial quedó lejos. Unos repentinos rayos pasaron ante sus ojos dejando un profundo rastro azul. Parecía como si algo le empujara hacia adelante; se balanceaba sobre los pies, preparado para avanzar con rabia ciega para llevar la desolación y la destrucción a aquel distraído y mortalmente feo Batidor.

Entonces sintió una mano en el brazo y Shibo murmuró:

—No te muevas.

—Yo, tengo que…

—Vete de aquí.

—He de matar a todos estos condenados…

—Vete ahora.

—Yo… espera…

La mano reposaba fría pero fuerte sobre su brazo. Comprobó que su crispación empezaba a desvanecerse. Observó que los demás estaban atrás, junto al arroyo, y se dio cuenta de que estaban sorprendidos de que se hubiera aventurado tan lejos.

—No hace falta. Los transportes del Batidor van a llegar muy pronto.

—Yo…

—La única manera de vencer a los Merodeadores, es aprender de ellos.

—Pero…

—No debes arriesgarte tú mismo. Acuérdate de Toby.

—Yo… Sí, tienes razón.

Dejaron al Merodeador con su comida.