1

S

e despertó pero no se sentía vivo. No veía ni oía nada.

Killeen no contaba con más guía que una creciente percepción de unos gradientes de temperatura. Estaba echado sobre el vientre y notó un escalofrío que se introducía en su cuerpo desde el oscuro suelo. Era como si la misma tierra presionara hacia arriba para invadirle, extendiéndose lenta y metódicamente a través del traje de saltos, por ingles y caderas, arrastrándose por el pecho hasta llegar a los hombros. Su frente descansaba sobre los brazos cruzados. Al llegar a la nariz, el frío se introdujo hacia arriba, en los senos frontales. El agudo pinchazo que le causó fue el foco original de unos ramalazos de un prometedor calorcillo que le llegó hasta los ojos.

Volvió la cabeza. No veía nada. No oía nada. Aquellos estímulos discontinuos de calor menguaron. Como si se tratara de una respuesta ante ellos, le azotaron unas sensaciones espeluznantes de un frío tremendo. Notó que unas olas súbitas de calor le recorrían la todavía aterida piel, y unas trayectorias frías, difíciles de localizar, entablaron una lucha con ellas. Ambas se mezclaron entre sí en batallas térmicas a lo largo de líneas espirales que él sentía como alfilerazos de aviso, como dardos chisporroteantes clavados en el vórtice. Con gran sorpresa por su parte, aquel flujo no quedó reducido a unas diminutas hebras de frío y calor sino que se transformaron en lo que habían sido siempre: voces, el hablar tenue, entremezclado y chillón de los Aspectos.

El Grial ya no consentirá más retrasos por tu discurso melifluo, Arthur. Hemos de obligar a esta gente a ponerse en marcha, y además, ha de ser ahora mismo.

  1. Hemos de encontrar refugio.
  2. Mantis. No comprendo qué es.
  3. No podemos asumir tantas pérdidas.

Desde luego, me siento casi tan amenazado como todos vosotros por la manera tan descuidada con que han malgastado las oportunidades. Podrían haber seguido el camino que les habíamos aconsejado cuando estaban en aquel lugar… ¿Cómo se llamaba…? Puente de la Madre Perdida. Si nos hubieran hecho caso, habríamos llegado ya a una Casa. Recuerdo perfectamente una Casa que estaba cerca. Nialdi, tu memoria de los grandes días del pasado es mejor que la mía. ¿Cómo se llamaba aquella Casa?

Era el Oasis Godstone. Yo mismo bendije el lugar cuando lo consagramos a nuestra causa.

Ah, sí. Fue una ceremonia encantadora, naturalmente. Había tantos lugares como aquel en aquella época feliz, cuando entre las Ciudadelas teníamos más estaciones de las que necesitábamos. ¡Qué riqueza! Viajábamos sin que el miedo nos pisara los talones. Nunca nos preocupábamos de llevar provisiones o agua, porque sabíamos que nos esperaba una marcha muy corta para llegar a las Casas o a las Ciudadelas, donde…

  1. Cíñete al tema.

Está bien, Bud. Pero no hay que ser tan puntilloso. Según mi opinión, con los mapas que nos quedan, todavía podemos volver sobre nuestros pasos y buscar el Oasis Godstone. A pesar de lo manchados que estén los mapas y de lo atrasados que sean, desde luego no puedo estar seguro, pero mis cálculos…

Andaban mucho más equivocados, Arthur, cuando no hacían caso de los consejos de nuestra Hermandad. Las órdenes que nos hemos dignado transmitir desde los primeros días, cuando llegamos aquí… ¡No, desde que la Verdad Providencial nos dio el conocimiento, desde los eones inmemoriales!… demuestran definitivamente que este vagabundear por unas tierras yermas transformadas por los mecs no es el camino adecuado hacia la resurrección final de todos nosotros. Mis hermanos semimuertos, si hemos de andar por la tierra con fuerza y plenitud, hemos de hacer un frente común.

Me siento ofendido por tus amenazas, Nialdi. Respeto tus habilidades médicas, no las niego, pero…

¡Soy, además, el guía espiritual de la Familia! Me seleccionaron como un Aspecto debido a mi sentido moral, no simplemente por…

  1. Dar golpes sobre el púlpito no es sabiduría.
  2. Limítate a lo que podemos hacer ahora.

Lo que debemos hacer, mi poco desarrollado Rostro amigo, es ejercer el liderazgo. ¡Esta maldita desolación sobre la que humildemente estamos echados, es abominable! Nuestra muy disminuida Familia todavía lleva nuestro nombre y aún es capaz de aspirar a las altas cimas que la humanidad llegó a alcanzar

  1. ¿Cómo vamos a salir?
  2. Cualquier sitio es mejor que este.
  3. Tal vez, construyendo nave.
  4. Ultima nave perdida hace 269 años.

Vas demasiado deprisa, Bud. Me doy perfecta cuenta de las atrocidades de los mecs que dieron como resultado la pérdida de la última de nuestras naves estelares que nos había traído a esta colmena de gargantuescos…

¡Son demonios mec! ¡No vuelvas a utilizar otro bonito eufemismo para referirte a ellos, Arthur! Son unos diabólicos…

  1. Es difícil construir naves.
  2. Hay que hacer primero Ciudadela.
  3. Nadie sabe el arte de hacer naves, ahora…
  4. Vosotros dos, no habléis tan aprisa.
  5. Sólo soy un Rostro; ya lo sabéis.

Todo esto sucedió en un fugaz y borroso intervalo de tiempo, a rachas discontinuas. Killeen yacía inmóvil.

En su interior, en alguna parte, la sensibilidad y la voluntad habían quedado anuladas, pero sus correspondientes contactos intentaban enlazarse de nuevo. Aquellas voces que derramaban calor se mezclaban con los frígidos temblores de los tímpanos. Sus tangenciales argumentos resonaban en unas profundas notas térmicas, como de campana, de irritación, desvarío e incoherencia.

Se enfocó a sí mismo y luchó por recuperar el dominio de su visión. Un sector cuadrado del ojo izquierdo se le llenó con la radiación gris del atardecer y apareció una borrosa imagen del redondeado borde de una roca.

Advirtió que las voces se encogían y adquirían mayor velocidad en el discurso. Dudaba; su aparato sensorial, que todavía estaba desconectado en parte, convertía las palabras en unos códigos termales que iban debilitándose. Unos violentos toques de calor y de frío le recorrían el pecho y el cuello, resonando con fuerza. Arthur, Nialdi y Bud no querían volver a entrar en sus reducidas celdas. Le llamaban.

¡Haz penitencia, tú que reduces al silencio la palabra y la sabiduría de tus Antepasados! No oses…

Creo que también tú podrías beneficiarte de esta discusión, Killeen. Estoy completamente de acuerdo en que tienes que levantarte y ver qué está sucediendo; descubrirás que muchas de nuestros discusiones están relacionadas con la situación a que se enfrentan ahora ambas Familias. Hemos de preparar una estrategia basada en una cuidadosa valoración de los potenciales y de los riesgos, incluyendo…

  1. Atiende, Killeen. Puedo calcular por ti.
  2. Dame tiempo para que pueda desmontar el Mantis.
  3. Veré cómo funciona.

Los barrió. Los empujó para hacerles entrar en sus celdas.

En los ojos de Killeen saltaban unos bloques angulares de luz. Su ceguera le abandonaba progresivamente. El mundo exterior se precipitó hacia él. Volvió la cabeza y descubrió la árida llanura que se elevaba y se retorcía, estirándose cada vez más lejos. La Familia dormía. El Comilón era un creciente torbellino violeta con halo detrás de un lejano pico montañoso.

A medida que los Aspectos salían de su espacio de percepción y del proceso de sus sentidos, captaba el aroma de la polvorienta sabana, mezclado con el olor humano. Los oídos le crujían cuando penetraba en ellos el susurro del viento.

Los Aspectos necesitaban tiempo para recibir sensaciones directas del mundo, y no se conformaban con las sobras. Aquello impedía que se convirtieran en seres áridos, en unas meras encarnaciones de respuesta lenta, sin mucha más utilidad que uno de los antiguos libros de biblioteca. Mientras Killeen estaba despierto, obtenían retazos del mundo desde el rincón de su conciencia en donde estaban alojados. Cuando dormía, podían obligarle a abrir los ojos para observarlo todo, lo que les proporcionaba una gratificante brizna de experiencia. Pero no podían lograr nada más. Oían a través de sus oídos, saboreaban todo su aparato sensorial, pero al mismo tiempo le hacían el servicio de dejarle aislado, asegurándole un sueño profundo.

Los Aspectos suplicaban a Killeen que les dejara captar sus percepciones, porque aquello era todo lo que podían captar de la vida actual. Cuando Killeen despertaba, no podía hacerlo aprisa. Tenía que dejarles que se retiraran lentamente a sus pequeñas celdillas de chips dejando libres, de muy mala gana y de uno en uno, todos los elementos de su aparato sensorial.

La noche pasada, Killeen había dejado salir a dos Aspectos: Arthur y Nialdi. Eran los más fuertes y necesitaban airearse más que los demás.

Bud, que era el Rostro de un ingeniero muerto siglos atrás por un Ojeador, representaba una presencia poderosa, a pesar de sus limitaciones.

Los Rostros eran grabaciones parciales de los muertos. Un cerebro que hubiera perdido funciones por falta de oxígeno, o cuyo sistema nervioso hubiera quedado muy dañado por la muerte, no podía convertirse plenamente en un Aspecto. Resultaba muy difícil extraer la personalidad de una mente que se hubiera escurrido casi por completo hacia la oscuridad absoluta. La Familia sólo salvaba las habilidades y los oficios de los muertos.

Un Rostro proporcionaba un aura desdibujada y recordada de la persona original, un subser que pensaba con lentitud. Bud había sido un buen traductor de los signos mecs. Hasta había llegado a dominar algunos de los lenguajes mecs en otros tiempos, cuando la humanidad había tenido contactos con algunos mecs renegados. Killeen solía impacientarse a causa de la lentitud del Rostro. Algunas veces pensaba que Bud no era siquiera un Rostro, que correspondía a la más baja calificación de la personalidad: los Análogos. Pero a pesar de todo, Bud le resultaba útil para encontrar una puerta de entrada en un mec, o deducir la arcaica nomenclatura de las piezas mecs.

Killeen se levantó y advirtió que tenía los músculos agarrotados. Los miedos de la noche anterior se habían convertido en un dolor de cabeza al despertar. Cerró el ojo izquierdo para observar el mapa topográfico de la Familia Bishop. El punto de color naranja que representaba a Toby indicaba que todavía dormía, yacía a medio camino de un arroyo que le daba protección. Bien. El muchacho necesitaba descansar.

Killeen anduvo envarado hacia una lejana agrupación de miembros de la Familia. Todos se habían dispersado para pasar la noche. Las dos Familias se habían distribuido por una línea de crestas y un valle muy inclinado que habían encontrado a una hora de marcha forzada de donde quedó el armazón del Mantis destruido. Cualquier mec Merodeador que los persiguiera al menos tropezaría con algunos de ellos y alarmaría al resto. Killeen conectó sus receptores mientras andaba y adquirió pleno dominio de su equipo sensorial. Cuando dormían al aire libre, su mejor defensa consistía en desconectar todos aquellos sistemas interiores que los mecs pudieran llegar a oler. Cuando daba una vuelta alrededor de una roca desbastada por el viento, oyó el reconfortante ping que le indicaba que ya había recuperado toda su capacidad perceptiva.

Se quedó sorprendido cuando apareció una forma que salía de una grieta increíblemente estrecha. Era Shibo.

—¿Cómo te has podido meter aquí?

—Enroscada. Así es más seguro. —Tenía los ojos rojos a causa de lo mucho que había llorado, pero en su cara no había señales de lágrimas.

—¿Has tenido alguna dificultad durante la noche pasada?

—No.

—¿Los de la guardia, han visto alguna cosa?

—No.

Killeen quería hablar con ella, pero su mente era un torbellino vacío. Y sus monosilábicas respuestas tampoco ayudaban mucho.

—Cuando me despierto, siempre tengo miedo de no tener todo el equipo preparado y en orden.

—Sí.

—Pero, hasta ahora, siempre lo he tenido a punto —continuó sin mucha convicción.

—Sí.

—¿Lo pudiste reparar?

—Lo hizo el Rostro.

Sin contar siquiera con el apoyo de un «ajá», le resultaba muy difícil proseguir. Pero en ella había un algo que le obligaba a continuar la conversación. Su sofisticada arma hablaba de habilidades desconocidas para la Familia Bishop. Y sus frías convicciones internas le intrigaban.

Hizo un gesto señalándose su propio ojo izquierdo.

—¿Cuántos cuentas?

Shibo parpadeó, y con un ojo observó la lejana distribución de su Familia. Un momento después contestó:

—Ochenta y siete.

Al advertir que había hecho una pausa, Killeen comprendió que ella había descargado en uno de sus Aspectos o en algún otro subser el trabajo de calcular el número, lo mismo que hacía él.

—La Familia Bishop se ha quedado reducida a uno, seis, seis. Ayer perdimos doce.

—La Familia Rook, veintiséis.

Esperó que Arthur le hiciera el cálculo y dijo:

—En total han desaparecido treinta y ocho. ¡Maldita sea!

—Juntos somos dos, cinco, tres.

—Sí, y es una pena porque de los dos, cinco, tres, en realidad tal vez haya sólo un centenar que pueda trabajar. El resto son heridos o viejos o niños, como Toby.

Ella asintió y después añadió:

—Buena cosa, los niños.

Killeen adivinó lo que ella quería decir.

—Sí, así es. Por lo menos los Rook tienen niños. En nuestra Familia hemos tenido nueve niños desde la Calamidad. Dos nacieron muertos. El resto eran débiles o deformes, o murieron durante el viaje.

Anduvieron un rato en silencio. A los que habían nacido con alguna incapacidad durante el viaje, sus mismas madres los mataban. Killeen no quería que su conversación derivara hacia aquel punto. Respiraba más agitadamente porque tenía que hacer un esfuerzo por no quedarse rezagado. Ella se desplazaba con unos rápidos movimientos de los músculos de las piernas. Su exoesqueleto zumbaba como un raro animal de compañía.

Lo intentó de nuevo.

—¿Por qué supones que el Mantis de ayer no atacó a ninguno de los chiquillos?

La Familia Bishop había perdido a todos sus hijos, exceptuando a Toby, pero los Rook habían logrado, fuera por suerte o por alguna habilidad intuitiva, que algunos jóvenes sobrevivieran a los ataques de los Merodeadores; aunque no tenían niños pequeños.

—Ofrecen un blanco menor.

—No creo que sea eso.

—Enigma.

Shibo movió la cabeza de un lado a otro ante aquella insondable faceta de los mecs. El Mantis había dado muerte definitiva a los más ancianos de las dos Familias. Algunos decían que los más viejos habían muerto primero, y que después el Mantis se había abierto camino por entre el apretado tropel de las Familias reunidas y todavía llenas de júbilo, atacando a los humanos como si pudiera averiguar su edad. Moase, la anciana que dominaba la traducción del lenguaje mec, había caído.

Parecía como si el Mantis pasara por alto los objetivos jóvenes, incluso cuando se encontraban junto a víctimas recientes. Killeen dudaba que esta técnica de disparo fuera posible entre los remolinos de gente aterrorizada que, de repente, se daba a la fuga. De todas maneras, resultaba más agradable pensar que la supervivencia de los niños se debía a un afortunadísimo azar, y no que se trataba de otra aterradora característica del Mantis.

Los dos llegaron hasta los miembros acurrucados de ambas Familias. Permanecían sentados en silencio, obedeciendo la antigua regla de no estar de pie si se podía descansar. Killeen notó que los músculos de las pantorrillas se le estiraban, con el frío de la noche todavía metido en ellos.

Siguiendo las indicaciones de Nialdi, se había efectuado presiones en la cabeza y en la espalda para intentar aliviar el dolor, pero los antiguos métodos no podían borrar todo el daño recibido.

Ledroff mantenía una conversación trivial con un miembro de los Rook, pero Killeen no podía apartar su atención de la pila de piedras alrededor de cuya base estaban todos reunidos. Había ayudado a recoger y llevar rodando hasta allí las piedras, casi hasta la medianoche. La pirámide de cuatro lados surgía del suelo del valle. Sus bastas aristas sobresalían.

—Es un mal trabajo —se dijo en voz baja.

—No estoy de acuerdo. Es bueno —susurró Shibo a modo de respuesta.

Los planos laterales deberían haber sido más lisos, y las aristas quedaban fuera de ángulo, pero Killeen se sintió reconfortado cuando Shibo le dijo aquellas palabras. De un tiempo a esa parte no recibía muchas alabanzas, y la verdad era que sentía cierto orgullo por haber trabajado durante media noche, él y cinco hombres más que todavía conservaban fuerzas suficientes. Las Familias habían compartido el traslado de los muertos definitivos, lo que había dejado exhaustos a muchos. Cuando Ledroff ordenó hacer alto en aquel valle, algunos gimotearon diciendo que era demasiado tarde y estaban demasiado cansados para hacer los rituales funerarios. Killeen, Cermo y algunos Rook habían movido la cabeza en señal de desacuerdo, sin saber qué decir ante aquella falta de disciplina, y habían efectuado los trabajos que consideraban correctos.

La pirámide descansaba sobre los muertos definitivos, envolviéndoles de forma protectora. Ningún mec que pasase por allí iba a desmantelar un monumento funerario humano. Aquella regla se había ido transmitiendo desde siglos atrás. Eran los últimos vestigios de una era en que había existido un equilibrio, aunque fuera de mala gana, entre las Arcologías humanas y las máquinas.

Los muertos podrían descansar sin que los molestaran. Killeen estaba cansado, a cada inhalación aspiraba el aire como si le costara un esfuerzo. Pero estaba orgulloso de haber mantenido las tradiciones. Hasta él llegó una imagen borrosa, una pirámide muchísimo mayor elevándose desde unas arenas de color leonado para ir a taladrar el cielo azul. Convertía en enanos a los humanos canijos que la contemplaban. Hasta los bloques de piedra tallada con que había sido construida sobrepasaban en altura a un hombre. No era la primera vez; había aparecido ante sus ojos, durante unos instantes, con ocasión de otros enterramientos hechos anteriormente; había salido a la luz, sin que lo hubiera pedido, procedente de algún Aspecto profundamente arraigado. No sabía dónde había estado emplazada aquella gran pirámide mayestática, con su silenciosa y perenne acusación de lo que había debilitado a la humanidad.

—¿Killeen?

En la voz de Ledroff se registraba una ligera irritación. Killeen se dio cuenta de que no era la primera vez que lo llamaban y que no había contestado.

—¿Eh? ¿Sí?

—El Mantis. ¿Cuánto tiempo crees que van a necesitar los peones para volverlo a montar?

—Confío en que no acaben nunca de hacerlo. Estoy convencido de que lo destruimos por completo.

—¿Estás de acuerdo, Shibo? —preguntó Ledroff.

Ella movió la cabeza en señal de duda.

—No conozco esta técnica de los mecs.

—¿No puedes decir nada? —A Ledroff le molestaba que no le dieran respuestas concretas.

—No pudimos aniquilar cada uno de sus componentes —reconoció Killeen—. No teníamos suficiente munición.

Un hombre llamado Fornax se inclinó hacia delante. El Capitán de los Rook había muerto el día anterior y aquel hombre parecía asumir el puesto como algo natural. Estaba rendido y nervioso, por la expresión de su cara era como si hubiera visto demasiadas cosas que no le hubiesen gustado y todavía esperara ver más. Unas largas ranuras le llegaban hasta debajo de los ojos, unas arrugas que parecían ríos alimentados por una red de afluentes que se extendían por las mejillas.

—Este Mantis, ¿supones que estaba sólo de paso?

—Podría ser. Ya habíamos tenido un encuentro con otro de ellos —contestó Ledroff.

—Se trata del mismo Mantis —objetó Killeen. Fornax puso mala cara, como si no quisiera creerlo.

—¿Estás seguro?

—Al primero le arranqué el puntal de una pierna. Al que encontramos ayer le habían puesto una pierna nueva.

—Tal vez había sufrido algún accidente —aventuró Ledroff.

—Eso sería de lo más raro —declaró Killeen para cerrar el asunto.

—Nunca habíamos visto un Mantis. Aunque había algo parecido, según me contó mi madre —comentó Fornax.

—El Mantis mató a los Knight —murmuró Shibo.

—Nos habías dicho que fueron Ojeadores, Lanceros y Batidores. Os rodearon, ¿no dijiste esto?

—El Mantis les dirigía. El Mantis nos cogía si escapábamos —contestó Shibo, impasible.

—¿Estás diciendo que el Mantis dirigía el grupo de Merodeadores? —subrayó Ledroff.

Shibo asintió, en silencio.

—¿Cómo pudiste escapar? —le preguntó Killeen.

—Me arrastré por entre las piedras.

Killeen recordó el lugar donde había dormido aquella mujer.

—¿Cuándo sucedió todo eso?

Ella hizo una pausa, para consultar a un Aspecto.

—Hace seis años, aproximadamente.

La miró con respeto. Había sobrevivido durante años por sus propios medios.

—En ese caso, la Ciudadela de los Knight cayó al mismo tiempo que la nuestra. Le llamamos el tiempo de la Calamidad.

Fornax asintió, con los ojos cerrados.

—La nuestra, también. Resistimos el ataque de los Merodeadores durante dos días. Después rompieron las murallas y tuvimos que salir de allí.

—Nosotros aguantamos tres días. Alguien dijo que había visto, a gran distancia, algo muy grande, tan grande como el Mantis —intervino Killeen.

—Es un error muy fácil. Entonces corrieron muchos rumores extraños. ¿Para qué tenía que haber estado allí el Mantis, de todas maneras? Es un conjunto de barras y vainas. No se parece mucho a un luchador —suspiró Fornax.

—El Mantis es rápido —apuntó Shibo.

—Supongo que tuvo suerte y nada más. Atrapó a Fanny cuando estaba descuidada. Recordad que Killeen se lo cargó con un solo tiro —advirtió Ledroff.

Killeen aseguró:

—El afortunado fui yo, no el Mantis.

Ledroff dio carpetazo al asunto.

—Apareció de improviso cuando estábamos distraídos. Era una reunión de la Familia.

Shibo volvió a mover la cabeza, lenta y tristemente, pero siguió callada. Fornax la miraba con atención, como si fuera un rival. Killeen sabía que aquello era imposible, por muy buena que fuera Shibo, de la desaparecida Familia Knight, nunca podría llegar a ser Capitán de los Rook. Sacó la conclusión de que Fornax se estaba enterando de cosas que antes desconocía, a pesar de que Shibo hacía bastante tiempo que huía con los Rook.

Aquello no sorprendió a Killeen. Ella hablaba muy poco, sólo lo estrictamente necesario. Cermo le había contado que Shibo había estado viviendo sola, a la sombra de la factoría mec, hasta que los Rook pasaron cerca de allí. La aceptaron, pero las costumbres de los Knight eran diferentes a las suyas. Ella comía, trabajaba, avanzaba y consideraba el sexo a su propia manera. De hecho, no se sentía unida a ninguno de los Rook. Fornax percibía aquello.

—El Mantis tiene el cerebro repartido en todas sus piezas. O sea, tanto da que destruyamos una parte u otra —dijo Killeen.

—Desde luego, nunca habíamos visto un mec como ese. Pero esta vez, lo hemos destruido —insistió Ledroff.

Shibo movió la cabeza.

—El Mantis tiene repuestos.

Fornax hizo una mueca para expresar que no estaba convencido.

—¿Con qué? ¡Diseminamos sus partes por el suelo!

—Algo puede juntar las piezas —apuntó Killeen suavemente—. Tal vez hasta los mismos cerebros mec.

—Sería más fácil enviar a otro Mantis —dijo Fornax.

—No, si lo habían construido especialmente —replicó Killeen.

—¿Para qué?

—Para darnos caza.

Fornax se palmeó las rodillas, en son de burla.

Todos los Merodeadores nos dan caza.

—Los Merodeadores desempeñan determinados trabajos, no están sólo para acabar con nosotros —dijo Killeen—. Si nos ven, siguen nuestra pista. Nos atacan, si les parece bien. Pero no pueden proyectar ilusiones directamente a nuestro cerebro, como hace el Mantis.

Fornax respiró hondo y se encogió de hombros.

—Mira, tú. Ya sé que has derribado al Mantis.

—Dos veces —señaló Killeen.

—Bueno. Pero no hay motivo para que presumas tanto de ello.

Killeen apretó los puños con fuerza y consiguió no replicar. No había sitio para disputas entre los Rook y los Bishop.

—¿Cómo supones que podía saber dónde nos íbamos a reunir todos nosotros? —preguntó Ledroff, para suavizar la situación.

—Lo provocó él mismo —declaró Shibo.

—¿Qué? —preguntó Fornax.

Ella le miró con sus pálidos ojos que destacaban sobre su piel expuesta al sol durante tanto tiempo que había adquirido una tonalidad caoba.

—Hizo que nos encontráramos.

—¿Las dos Familias?

—Sí.

Fornax exclamó en voz alta:

—¡Es imposible! Hace dos días que vimos un Baba Yaga. Venía hacia aquí. Vio a un Batidor que iba por una cima lejana, hacia el sur. Fue una casualidad que nosotros estuviéramos bajando por aquel valle para distanciarnos del Batidor, antes de que volviéramos a dirigirnos hacia el sur. Sólo que…

Entonces se dio cuenta y se detuvo. Reinó un largo silencio mientras Killeen consideraba la enormidad de la amenaza a la que tenían que enfrentarse. El Mantis utilizaba a los Batidores, a los Baba Yaga y a todos los demás Merodeadores. Aquello incluía sin duda a los mecs que les habían acorralado en el Comedero y habían causado la muerte definitiva de Jake. Todo había sido un plan para guiar a los Bishop hacia los Rook y, en el momento de su reunión, recoger una abundante cosecha en un campo de muerte.

La pérdida de Jake carecía de importancia, comparada con la catástrofe que les había golpeado duramente en el momento más vulnerable de la humanidad. La alegría de haberse reunido y de reanudar las relaciones entre Familias era la característica que los hacía humanos. Todo aquello se había cerrado de golpe en un instante grotesco. Los supervivientes debían llevar el peso de una herida que habían recibido en un momento que no iban a olvidar. Era la amarga conjunción del júbilo y del terror, y aquella reunión también iba a exigirles el pago de un elevado precio. Killeen sabía, sin necesitar pensar en ello, que el Mantis tenía un conocimiento de la humanidad mucho más sofisticado que cualquiera de los demás mecs. Sabía cómo herirles en el punto más débil, que era su permanente instinto gregario. Y por ello, era mucho más peligroso que cualquier hábil Lancero o artefacto similar.