S
iguieron marchando hasta pasada la medianoche. Nieveclara nunca se sumía en una completa oscuridad, ya que el millón de cabezas de alfiler que brillaban en la noche conspiraban para sembrar el cielo con un débil pero persistente resplandor. Mas no se dibujaban sombras concretas.
Todos los años, las lejanas burbujas y remolinos de gas crepuscular barrían el cielo. Las constelaciones de relucientes estrellas se desplazaban en el intervalo de tiempo que un chiquillo necesitaba para convertirse en hombre. Pero las estrellas eran sólo unas comparsas en aquellos cielos, ricos en rubíes y atormentados por las tempestades.
Los antecesores de Killeen ya tenían los ojos adaptados, y eran capaces de escudriñar dentro de una escala que iba mucho más allá de la respuesta logarítmica normal en la especie humana. Veían las estrellas como unos puntos brillantes, y si después entornaban con fuerza un ojo, aparecía una corona que las envolvía en un sudario de tinta. Los mecs veían en cualquier resplandor por débil que fuera, y por esto la humanidad había imitado a las máquinas adaptando oportunamente sus ojos.
Toby transmitió:
—Hay un enjambre de mecs sobre aquella colina.
Killeen se desplazó hacia la derecha y unos momentos después aterrizaba al lado de su hijo.
—¿De qué tipo son esos mecs?
La voz de Toby sonaba alta y excitada:
—Veo tres que son operarios de fábrica.
—¿Qué hacen?
—Trabajan.
—¿Extraen minerales?
—Me parece que están manufacturando algo.
—¿Sabes qué es?
—No lo sé. ¿Ves aquel vehículo que están descargando?
—Um. Fardos de… —Aumentó hasta el máximo la potencia de visión. Escudriñó los rincones poco iluminados, por si había señales de mecs grandes.
—Son plantas —indicó Toby, excitado—. Están recolectando plantas.
Killeen bizqueaba, todavía no llegaba a distinguir suficientes detalles. Se preguntó si sus ojos habrían perdido agudeza, si su percepción visual no era tan precisa. Los humanos debían vigilar sin descanso su equipo. Si lo descuidaban, podían acabar muertos al cabo de un minuto. Angelique, una mujer joven de los Bishop, sabía utilizar alguna especie de programa interno para eliminar los problemas de visión. Tendría que pedirle una revisión completa. Frunció las cejas, distraído por aquella contrariedad.
—Jamás había visto nada como esto —dijo.
—¿No habías visto mecs que utilizaran plantas?
—Vi algunos árboles talados cuando… —Se detuvo, porque aquello le llevaría a decir: Antes, cuando la Ciudadela se mantenía firme y mi padre salía de expedición, cuando la humanidad poseía bosques y cosechas y todo el legado que hemos perdido… Esto era algo que no comentaba nunca a Toby si podía evitarlo—. Cuando todavía había plantas.
—¿No te preguntas qué están haciendo?
Killeen observó los cinco grandes edificios que se levantaban agrupados junto a un arroyo. Dos demonios bajaban por las colinas levantando nubes de polvo. Giraron y se deslizaron hasta llegar cerca de los oscuros edificios de arcilla, lanzando al aire conos de fina arena.
—No me lo explico. Hace mucho tiempo, los mecs arrasaban las cosechas que el Clan intentaba cultivar en un valle cercano a la Ciudadela. Pero las dejaban allí, no las aprovechaban.
—Vamos a cargárnoslos —saltó Toby.
Killeen observó la cara delgaducha del muchacho, salpicada con las oscuras erupciones causadas por el roce del traje que todo el mundo tenía que sufrir de vez en cuando. Le dio unas palmaditas en la espalda y rio.
—¿Tenemos aquí el azote de los mecs?
—¡Y que lo digas!
Toby se rio también, y Killeen comprendió que su alegría se debía en parte al hecho de que el chico podría demostrar su valentía y presentarla como una broma, sin necesidad de darle un sentido.
La Familia debía decidir si se atacaba o no. Los jóvenes corrían con los demás, desde luego, ya que la Familia nunca se separaba cuando se enfrentaba a un peligro. En aquellos tiempos, la principal preocupación de los humanos era evitar la división, la pérdida, el fraccionamiento. No obstante, los jóvenes corrían muy atrás durante los asaltos, y por este motivo su palabra tenía muy poco peso en las decisiones. Aquello concedía a Toby algunos restos de la libertad de la niñez. Killeen, instintivamente, trataba de mantener tal situación. Sabía que muy pronto la dureza del entorno iba a pesar sobre el muchacho, obligándole a dejar la infancia.
Llegaron algunos miembros de la Familia, descendiendo en pronunciadas curvas, y aterrizando con unos sonidos neumáticos. Chuuuung. Ledroff empezó a hablar con el casco ladeado. Una docena de miembros de la Familia se congregaron alrededor de él.
Toby hizo un ademán hacia Ledroff.
—¿Crees que va a ir?
—No lo sé —dijo Killeen.
—Fíjate en su barba.
El espeso pelo negro estaba encrespado formando una línea curva. Toby soltó una risita sofocada.
—Se la ha pillado con el aro del casco.
—Pues, cuando corra, le dará tirones.
Una antigua tradición permitía tomarle ligeramente el pelo al Capitán. Tal vez aquella mata de maloliente pelo que se le enredaba en el casco había sido decisiva en su elección como Capitán. Toby dijo:
—¡Qué pelambrera más fea!
—Evita las quemaduras del sol —intervino Killeen.
—Cuando yo tenga barba, no dejaré que se me enrede en el traje.
—Di que no, porque yo te haría esto. —Y Killeen le dio un cachete cariñoso.
Ledroff transmitió por el comunicador general:
—¿La situación continúa sin variaciones?
La voz de Ledroff ya empezaba a adquirir un tono de mando.
No se apreciaba el menor signo de interés ni de cambio de rutina en la alejada fábrica. Killeen clavó sus ojos en Ledroff y se preguntó qué decisión tomaría aquel hombre. Aquella sería su primera escaramuza importante desde que había ascendido a Capitán. El hombre parecía prudente, tenía los ojos semicerrados y estaba estudiando la situación.
Conversaciones dispersas llegaban al equipo sensorial de Killeen. Se comunicaba sólo con Toby, llevando la cuenta de los diminutos perfiles de los mecs, mientras aquellas formas distantes iban efectuando sus trabajos. Desde su borrachera mientras estaba de guardia, Killeen había intentado evitar mantener muchas conversaciones.
Ledroff se metió en la comunicación de padre e hijo.
—Veo que estos edificios son nuevos. Toby intervino flemáticamente:
—Creo que es arcilla fundida.
Killeen estaba algo sorprendido: el muchacho recogía información en todas partes. Ledroff asintió.
—¿Los mecs están utilizando plantas? Tal vez están fabricando algo que pueda resultar útil. Killeen evocó a Arthur y le preguntó calladamente:
—¿Qué te parece esto?
Esta zona de afloramiento se formó, tal vez, hará unos diez años. Es un tiempo suficiente para que la civilización mec haya podido explotar las primeras materias orgánicas que crecen aquí.
—Ataquemos —propuso Jocelyn.
—Adelante —gritó Cermo, que ya estaba a punto de lanzarse pendiente abajo.
Killeen podía percibir la mayor movilidad de la Familia. Todos se sentían con más fuerzas después de haber pasado una sola noche en el Comedero. ¿Se habían olvidado ya de Jake y de Fanny? ¿Ya prescindían de tomar precauciones? No. Lo cierto es que la Familia no necesitaba los suministros, y menos con tanta urgencia. Pero algo se agitaba dentro de ellos, algo que venía desde mucho tiempo atrás: un deseo incontenible de obtener una victoria clara, de vengarse. Habían destruido al Especialista, pero Ledroff no había permitido el vandalismo en el Comedero. La sangre de la Familia todavía bullía con sed de venganza, y aquel ataque podría servirles de desahogo. Lo mejor que podía hacer el Capitán era dejarles a su antojo. Por lo menos descargarían toda la rabia que les hacía entornar los ojos.
Ledroff miró a su alrededor y vio los pies que se arrastraban con impaciencia, los labios apretados con fuerza. Killeen percibió que la presión iba en aumento y sabía que debía dejarse arrastrar por ellos o de lo contrario tendría unas graves confrontaciones si intentaba detenerlos.
—¡Formad la estrella! —ordenó Ledroff.
—¡A la orden!
—¡Estaré en primera fila!
—¡Yo soy el hombre en cabeza!
—¡Adelante, adelante!
Enfilaron todos hacia las fábricas, organizándose a lo largo de los cuatro ejes, para confundir a las defensas que pudiera haber. Pero nada se levantó para enfrentarse a ellos.
Unas redes de fuego anaranjado traquetearon desde los hombres y fueron a dar contra los peones. Los mecs pasaron por todas las locas agonías de la indecisión, lo que les ocasionó el derrumbamiento cibernético.
La Familia se precipitó hacia los patios de los edificios, por encima de los rimeros de tubo cerámico, por debajo de los montajes de hojas de carbón. Derribaron los tabiques a patadas, buscando a los encargados de los mecs. Killeen y Jocelyn se separaron de los demás y corrieron por una larga sala repleta de una maquinaria abrumadora. La velocidad era la mejor arma de que disponían los humanos. Los mecs obreros estaban fabricados para ser seguros y estables. Reaccionaban con lentitud, a menos que sufrieran una reprogramación para introducirles intervalos de respuesta más cortos.
Llegaron jadeantes a un espacio abierto. Un encargado mec se acercó rápidamente a ellos, emitiendo los códigos de reconocimiento por la banda ancha de las líneas de comunicación. Enfocó hacia ellos un par de lentes visuales, que parecían unos ojos de búho, y una fracción de segundo demasiado tarde se dio cuenta de que no se trataba de unos simples mecs que por error se pasearan por donde nadie les necesitaba. El encargado se volvió, en un intento de retirada. Un panel de cobre se desplazó y lanzó algo dirigido a Killeen, quien saltó de lado.
Algo parecido a una lima le rozó. Cayó al suelo antes de darse cuenta de que el sonido rechinante que le había salvado llegaba hasta él por vía electromagnética. Un olor acre le picaba en la nariz.
Jocelyn rio, cubriéndose la boca.
—Esto sólo estaba intentando hablarte con dureza, nada más.
Con aquello que le había rozado, Jocelyn había dejado frito al encargado con una sonora tormenta de ruido de microondas. Permanecía inmóvil en una postura rígida y cómica. Con los brazos en jarras y un transmisor solitario que había sobrevivido, se iba quejando con una señal de NO intervenga — NO intervenga — NO intervenga.
—¡Telas! —gritó Jocelyn. Pasó por encima de Killeen; resultaba obvio que estaba segura de que a él no le había pasado nada. Killeen se levantó, frotándose tristemente un hombro. Se había dado un golpe contra una máquina grande, recubierta de planchas de acero y con unos enormes cilindros axiales. Vio que era como una especie de prensa. La fibra entraba por el extremo más alejado de la fábrica. Unos cilindros giratorios cardaban, tejían y agregaban unos malolientes productos químicos. Por el extremo más próximo a ellos salían unas hojas satinadas de tejido impermeable de color ámbar dorado.
Jocelyn rasgó un trozo, con gran admiración. Él la dejó con sus descubrimientos y encontró a Ledroff, quien andaba cerca. Killeen conectó las comunicaciones. La Familia se iba congregando allí, presentando sus informes.
Todos los encargados habían sido inmovilizados. No había rastro de mecs importantes en todo el complejo. Las fábricas ya eran seguras para ellos. Y habían encontrado algunos servos, que les hacían mucha falta.
Los encargados no habían enviado señales de alarma ni pedido socorro. El complejo no estaba transmitiendo automáticamente la información del ataque, o por los menos nadie había captado ningún mensaje.
Los ancianos de ambos sexos estaban a salvo en el interior. Habían organizado guardias.
Ledroff escuchaba e iba haciendo señales de asentimiento. Sonrió, mostrando sus cortos dientes manchados. Aquella había sido su primera actuación como Capitán, y todo había salido muy bien.
Killeen buscó a Toby y descubrió que estaba jugando con un encargado mec.
—Le he pegado un tiro en las tripas a un peón —informó Toby con tristeza debido a que no había podido encontrar nada mayor. Killeen le enseñó cómo podía hacer que el encargado girara sobre los rotores, chillando como un loco y armando ruido con los brazos. Toby se echó a reír y se le borró la expresión de desánimo. Estaba tan absorto con el mec descontrolado que olvidó taparse la boca al reír y la mostró abierta por completo. En la Ciudadela aquello habría constituido una falta de educación, una revelación simbólica de una grosería del propio ser interior.
Killeen se propuso recordárselo, pero consideró que más tarde ya tendría tiempo para hablarle de los buenos modales. Si lo hacía.
Ledroff ordenó que suprimieran los bloqueos cibernéticos a los peones para que volvieran al trabajo. De esta forma, la Familia podría obtener mucha más información sobre lo que se hacía allí. Killeen permaneció atento a los poderosos pero lentos mecs cuando siguieron con sus tareas. Aquellos engendros ignoraban a los humanos, puesto que los encargados no habían tenido tiempo para reprogramarlos. Sus deslustradas cubiertas llevaban unos dibujos que sólo los encargados mecs podían leer y que ningún humano había conseguido descifrar.
Uno de ellos tenía el mismo caparazón de aluminio bruñido con líneas cruzadas que ya había observado antes; era algo nuevo en el diseño de los peones. Killeen lo vio, pero no volvió a pensar más en ello. El montaje de los mecs era un tema por el que sentía la más profunda indiferencia; era tan incapaz de enderezar una caja de eje usando una llave del cuatro y un destornillador, como de reprogramar los biochips de su propia cabeza; pero era esencial que pudiera distinguir los peones ordinarios de los mecs de rango más elevado.
Por lo general, los detalles estéticos se iban transmitiendo desde los mecs de rango superior a los inferiores, hasta llegar a los peones; pero aquellas marcas entrecruzadas que habían aparecido primero en los peones debían de tener algún objeto. Los peones que habían ayudado al ataque en el Comedero no llevaban señales especiales. Sin embargo, cualquier cambio podía indicar peligro.
Cuando todos se sintieron seguros en la fábrica, la Familia se lanzó sobre la riqueza que estaba almacenada. La tela impermeable era una rareza. Respondía a las órdenes táctiles de naturaleza eléctrica, y se abría allí por donde se deslizara la uña de un dedo conectado a la corriente. Una docena de ellos llamaron a los Aspectos y empezaron a utilizar las antiguas técnicas para diseñar, cortar y confeccionar unos vestidos nuevos. Las risas resonaban por entre las largas filas de maquinaria que todavía funcionaba. A la Familia le gustaba trabajar cuando conseguían un resultado tangible. Camisas nuevas, chalecos y pantalones para llevarlos debajo de los trajes, eran capaces de levantar el ánimo de cualquiera.
Killeen deambulaba con Toby, inspeccionando.
—Mira esto —dijo el muchacho señalando un montón de plantas de hojas secas. Unos peones descargaban unos pequeños carretones con los que transportaban los troncos y ramas cosechados—. ¿Cómo pueden hacer tela impermeable con esto?
—Gracias a algún conocimiento de los mecs.
Killeen se encogió de hombros. Ya hacía mucho tiempo que había renunciado a tratar de imaginarse cómo realizaban los mecs sus habituales milagros. Pero Toby era joven y creía que podría entender todos los secretos de un mundo que desde hacía mucho tiempo había escapado a la comprensión humana.
—Estas hojas tienen roña.
Sin que le hubiera invocado, la voz de Arthur, fría y exacta, resonó dentro de la mente de Killeen.
Estas hojas tienen una capa de boro-silicio para proteger la planta de los ultravioletas del Comilón. Captura los fotones duros y los convierte mediante un proceso fotónico en los útiles…
—No digas más —murmuró Killeen y Arthur guardó silencio. El Aspecto dejó tras él una sombra de resentimiento, una fastidiosa nota desafinada en el sistema sensorial de Killeen.
—¿Qué?
—Sólo estaba suprimiendo la verborrea del Aspecto.
Toby jugaba con las duras y vítreas hojas:
—No digas eso.
—Podría ser que… —Killeen había tenido una idea que no le gustaba.
—¿Supones que las han hecho los mecs?
Killeen asintió e hizo una mueca mientras pensaba.
—Tal vez. Resultaría muy divertido.
—Si las usan, en algún lugar deben plantarlas.
—Nunca he oído nada parecido.
—Pues sí que son brutos, estos fulanos. No les gustan nada las plantas.
Toby no comprendía las implicaciones. Killeen comentó casualmente:
—Busca un poco por ahí. Mira si los peones tienen semillas.
—De acuerdo.
Toby estaba contento de que le mandara algo que debiera hacer por sí solo. Se alejó y atravesó una hilera de peones que transportaban unos contenedores hexagonales de plastilatón. Los peones eran de la clase de los menos perfeccionados. No registraron a Toby más que como un obstáculo que pasaba, un detalle que oscurecía momentáneamente su ruta y que luego desapareció sin que tuvieran que llamar a una inteligencia externa para que solucionara el problema. Los problemas que fueran más importantes debían pasarlos a los encargados mec.
Aquello significaba, y Killeen lo sabía, que todo aquel complejo iría parándose poco a poco a medida que los peones se fueran encontrando con dificultades, llamaran a los encargados y ninguno acudiera. Aquello podía llegar a ocasionar una llamada de socorro dirigida a las ciudades centrales.
Las incursiones siempre se veían limitadas por este factor. El verdadero arte consistía en adivinar de cuánto tiempo disponían antes de que apareciera un encargado mec. Estos también podían ser destruidos con microondas, pero hacía mucho tiempo que Killeen no había visto que alguien contestara a una señal de socorro. Los mecs se estaban volviendo más listos. O tal vez era que dedicaban la mayor parte de su atención a los problemas más acuciantes.
Durante años, la Familia había vivido de aquella manera, como nómadas que asaltaban las fábricas aisladas, escondiéndose donde podían, avanzando por una ruta indeterminada a lo largo y a lo ancho de un panorama cada vez más desolador. Las peladas colinas no ofrecían la menor protección frente a los martillazos deslumbrantes de la radiación del Comilón. Toda la comida que podían recoger y llevarse era concentrada, en forma de ladrillos portátiles «masticables» que daban fuerza a los músculos pero que resecaban la lengua con su energía. Algunos miembros de la Familia todavía sabían cómo preparar «masticables» utilizando los recursos de los Comederos, y algunas veces la supervivencia de la Familia había dependido de aquellos oscuros ladrillos amargos. La Familia se había sostenido durante prolongadas épocas, por entre cañones ruinosos, avanzando sólo gracias a los «masticables» y a los fétidos sorbos de agua que rezumaba por los corrimientos de piedras provocados por los mecs.
Killeen recordaba todo aquello mientras avanzaba por los sombríos corredores, que circulaban debajo de la maquinaria, la cual seguía emitiendo un ruido de tambores y crujidos. Buscaba a Ledroff, pero el complejo era extenso y estaba lleno de largos e irregulares laberintos repletos de la inacabable producción energética. Exploró, sin rumbo fijo pero lleno de curiosidad.
Aquellas plantas vidriosas tan raras eran la materia prima de otros productos, además de la tela impermeable. De unas incansables correas transportadoras y de unas prensas salían unas láminas fibrosas, de grano áspero y fuerte. Killeen las palpó y trató de romperlas, sin conseguirlo. Descubrió además unos aparatos duros como la piedra, con clavijas de conexión y engranajes cuya finalidad desconocía. En total, contó una docena o más de productos complicados que salían de la fábrica; muy pocos tenían un significado para él y solamente la tela impermeable podía ser útil a la humanidad. Los almacenes estaban llenos a rebosar de aparatos cuyo funcionamiento era todavía menos explicable, envasados y listos para ser expedidos.
Su interés era puramente práctico. Ya no se maravillaba de cuanto surgía del incesante ingenio de la tecnología mec. Una riqueza tan abundante volcada sin cesar le parecía tan inevitable como el rico mundo orgánico se lo había parecido a sus antepasados más antiguos. Era sencillamente una manera soportable de aceptar el mundo tal como era, algo completamente natural.
Su mundo estaba dividido de forma muy sencilla. Vivía —lo mejor que podía— entre cosas verdes, blandas y manejables, que tenían un uso limitado. En su día, la humanidad había surgido de ellas. Pero los alimentos salían principalmente de las cubas de los Comederos o de los escasos almacenes húmedos de las antiguas Casas que habían construido los hombres. En algunos lugares florecían restos de lo que fuera el rico ecosistema de Nieveclara, en especial las tierras con hierba y las parras capaces de subsistir en los desiertos. Aquella vegetación crecía en estado salvaje sólo en las tierras fronterizas, alejadas de las ciudades y de los caminos por donde circulaban los mecs.
Al otro lado de aquella borrosa división quedaba la mayor parte del planeta. Los mecs iban haciendo presión sobre los oasis verdes, que poco a poco iban desapareciendo. La mayor parte de Nieveclara era una tierra estéril, de recursos agotados. Distribuidas por Nieveclara había fortalezas de los mecs, esculpidas en cerámica. En una ocasión, Killeen había vislumbrado una de ellas, cuando la Familia, sin darse cuenta, atravesó unas crestas de cordillera. El precio de aquel error fueron seis de sus miembros, que se perdieron. Eran construcciones vítreas, escalonadas, que chisporroteaban con unas réplicas electromagnéticas. Su voz profunda y que parecía surgir de un pozo había alcanzado el aparato sensorial de Killeen como una amenaza de muerte.
Killeen aceptaba como un hecho natural que aquellas zonas lejanas y temidas constituían un camino para que la inteligencia saliera adelante. Los zumbidos y los procesos giratorios que tenía a su alrededor eran características irrelevantes. Ni un solo miembro de la humanidad ponía aquello en duda, porque procedía de una herencia secular en la que los mecs siempre habían superado a las Familias en todos los aspectos. Mucho tiempo atrás, Nieveclara había sido un mundo glacial pero lleno de verdor. En la actualidad, la sequía iba en aumento. El mismo aire extraía la humedad de las gargantas de los hombres. Y al parecer todo aquello era obra de los mecs.
Y efectivamente, lo provocaron ellos.
Estaba aturdido por el incesante trajín del trabajo de los mecs que veía a su alrededor. Al principio confundió la intrusión de Arthur con uno de sus propios pensamientos errantes
—¿Qué significa esto?
Hace ya algunos siglos que la civilización mec inició el cambio de la ecología de Nieveclara. Ellos no funcionaban bien en el mundo cálido y húmedo que era antes.
—¿Y qué tenía de malo?
La humedad y el calor tardan poco en oxidar los metales. Nieveclara tenía, en otros tiempos, bosques alpinos e inmensos mares de hierba que se extendían de punta a punta del horizonte. Los mecs vinieron a ver si el planeta era útil para sus proyectos, y al parecer decidieron que lo era, a pesar de que necesitaba lo que ellos llamaban, estoy casi seguro, mejoras.
Killeen se detuvo junto a un aparato de vidrio carbónico que molía lo que al parecer eran unas grandes esferas de esponja cromada en mate.
—¿Cómo lo sabes?
Yo estaba allí. Al principio nos dimos cuenta de ellos y creímos que eran unos simples exploradores. Los Clanes habían erigido sus Ciudadelas…
—¿Había más de una?
El suave tono de la voz de Arthur se detuvo sólo un instante a causa de la sorpresa.
Oh sí, ahora me olvido muy aprisa de las cosas. Tú eres joven. Nosotros teníamos, en otros tiempos, cosas gloriosas. Cuando vinimos a Nieveclara ya no nos podíamos hacer ilusiones de estar a salvo de la vida mec. Apenas si podíamos cubrir todo un planeta y proteger cada uno de…
—Sí, sí, continúa.
Nunca había oído que la mano del hombre hubiera construido nada, aparte de la Ciudadela; sólo conocía lo que la humanidad había hecho transformando la tecnología de los mecs, lo que había conseguido mediante la rapiña. El Aspecto hablaba a menudo de cosas que Killeen sabía desaparecidas, y por esto creyó que todo aquello eran mentiras o bravatas para retener su atención. El contraste entre lo que contaban del pasado y la situación actual era la causa de que sólo en muy raras ocasiones consultaran a los Aspectos.
Los mecs no nos desafiaron directamente. Algunos creyeron que los mecs apenas se daban cuenta de nuestra presencia, o que tal vez pensaban que éramos una forma local de vida que no tenía importancia real, opinión que supongo la historia ha confirmado, con tan malas consecuencias para todos nosotros. De cualquier modo…
Al llegar a este punto, Arthur percibió la impaciencia de Killeen. Su voz se hizo más rápida hasta que las imágenes y los pensamientos se actualizaron en forma de ramalazos de color azul brillante, unas representaciones vivaces transmitidas sin más explicaciones, dejando que los recuerdos de Arthur se vertieran directamente en Killeen.
La primera señal fue que los inviernos se hacían más extremados y que había menos lluvias. Las cosechas empezaron a menguar. Tuvimos que emprender algunas extensas modificaciones genéticas de los cultivos para aumentar su resistencia frente a la alteración de las estaciones.
—¿Podíais comprender los cambios del clima?
Killeen estaba impresionado pero deseaba hallar la manera de ocultárselo a Arthur. Desde luego, no la había. Notó el aura de complacencia del Aspecto.
Sí, los comprendíamos, o por los menos así lo creíamos confiadamente; sólo más adelante nos dimos cuenta de que los mecs estaban llevando unas nubes de gases y polvo a la órbita de Nieveclara. Hasta llegaron a usar asteroides molidos finamente. Aquello causó las tempestades de polvo que al principio consideramos como un aspecto pasajero del clima cambiante, pero que en realidad era el agente provocador de todos aquellos cambios. El polvo se fue apoderando de las regiones ecuatoriales. De alguna forma, los mecs provocan la evaporación de una gran parte del casquete de hielo polar. Todo ello llevó a Nieveclara hacia un clima más seco y más frío, aunque los procedimientos escapan a mi comprensión. Era obvio que la civilización mec ya había efectuado antes aquella especie de ingeniería planetaria, y que sabían muy bien los millares de efectos secundarios que se podían producir. Fue una demostración pasmosa de poder efectuada de un modo tan gradual que no sospechamos que existían unos cambios verdaderamente fundamentales hasta después de varios siglos. Por aquel entonces nuestras cosechas se habían marchitado y nosotros sobrevivíamos a duras penas en las Ciudadelas, plantando más y recogiendo menos a cada año que pasaba. Éramos ingenuos, y creíamos que a lo mejor los mecs no nos habían detectado o que al menos nos iban a ignorar. ¡Qué estupidez!
Killeen recogió una de aquellas pelotas cromadas y la arrojó con fuerza contra el suelo. Se rompió en varios millares de hebras de delicada fibra textil, y cada una de ellas relucía bajo la dura luz de flúor. Se concentró en el rapidísimo discurso de Arthur. Siempre había hecho poco caso de aquellos conocimientos antiguos, suponiendo que Fanny le diría todo lo que fuera de utilidad. Sabía que Ledroff era tan ignorante como él.
—Todavía no me has explicado qué representan los Salpicados —dijo.
Tan insignificante era nuestra imaginación que al principio no reconocimos el significado de los Salpicados. Nieveclara sigue una órbita casi circular alrededor de Dénix. El propio Dénix gira alrededor del Comilón en una larga elipse. Nosotros habíamos vivido en Nieveclara durante la porción caliente de su órbita; después del período glacial, pero antes de que Dénix se acercara al Comilón. Obsérvalo:
Un diagrama tricolor en tres dimensiones apareció estroboscópicamente en el ojo izquierdo de Killeen. Un punto de hielo azul daba vueltas alrededor de un globo de color rojo en llamas. El punto de vista sufrió un cambio telescópico y el globo viró alrededor de un remolino de colores: era el Comilón. Unos números y algunos datos, incomprensibles para Killeen, complementaban la imagen.
—Ya —dijo Killeen, por decir algo—. Muy bonito.
No me esfuerzo en hacer unos esquemas tan intrincados para tu solaz artístico.
La voz de Arthur sonó severa y molesta. Killeen, para quedar bien, cerró el ojo derecho. El diagrama aumentó de tamaño, mostrando Nieveclara como un disco abigarrado y seco. Las manchas arenosas se mezclaban con unas grises mesetas elevadas.
El esquema avanzó en el tiempo. Los siglos iban pasando con rapidez. Las deslumbrantes capas de hielo menguaban. Las nubes se dispersaban. Los desiertos se iban comiendo las laderas de pedernal de las cadenas montañosas.
Esto es lo que hicieron para conseguir un clima aproximado a sus deseos. Y luego…
En su oído derecho sonaron tres notas, era una llamada de asamblea.
—Mira, tengo que irme —dijo Killeen con alivio.
En su ojo derecho apareció de golpe un mapa en tres dimensiones para guiarle hasta donde estaba Ledroff.