5

E

l funeral de Jake el Sanador duró bastante tiempo, y después las protestas de la Familia fueron aumentando mientras se preparaban para volver al camino. Se elevaban muchas voces fatigadas que no estaban de acuerdo. Caras cansadas de facciones crispadas y ojos semicerrados empezaban a considerar la posibilidad de oponerse.

La Familia sólo había empezado a quitarse el polvo de las últimas semanas. Tenían las piernas doloridas por las largas caminatas que habían soportado, arrastrando los pies. Las barrigas gruñían ansiosas de más sopa de las tinajas, de más pasteles de proteína, de más pan ácido y esponjoso. Necesitaban la húmeda ilusión de seguridad del Comedero, y se agarraban a ella.

Fue entonces cuando Ledroff demostró ser un caudillo. Había evitado que algunos miembros de la Familia destrozaran el Comedero, después del ataque del Especialista. Una ciega fiebre de venganza como aquella muy bien habría podido suscitar una alarma y atraído la respuesta de un Merodeador. Con calma, Ledroff desarmó a aquellos tipos que estaban saturados de alcohol y les encargó alguna tarea útil.

Tampoco toleró los comentarios mezquinos o maliciosos. Durante los años que siguieron a la Calamidad, la Familia había aprendido que había que controlar los rumores a rajatabla. Durante una crisis, se presentara esta poco a poco o de golpe, siempre era más importante correr que hablar.

Alguien tenía que acabar con las charlas sin objeto, que podían confundirse con una discusión. Lo consiguió Ledroff, quien utilizaba su potente vozarrón para gritar más que todos los demás.

Los miembros de la Familia se dirigieron de mala gana hacia los equipajes y remoloneando empezaron a calcular cuánto podrían llevarse del Comedero. Se entretenían, comían un poco más, aprovechaban cualquier oportunidad para distraerse, sentarse y ponerse a jugar con los arneses, las automáticas y las botas, que cuidaban con esmero. La voz de Ledroff les chillaba, les convencía de que volvieran a su trabajo de cargar alimentos para una marcha cuyo destino era incierto. Killeen obedecía, todavía estaba recuperándose de su anterior humillación pero comprendió que no había más remedio.

Había algunas tareas pendientes. Ledroff ordenó que algunos borraran sus huellas en el Comedero. La peor tarea recayó sobre Killeen y Cermo el Lento: acomodar el cuerpo de Jake. No había ningún sitio donde enterrar el cadáver, reducido a un reloj parado que se iba quedando rígido y cuya piel se había transformado en un mosaico de manchas redondas moradas, y otras cuadradas de un blanco intenso. Al levantarlo del suelo, a Killeen le pareció que el peso muerto del cuerpo era mucho más sólido y voluminoso que en vida de Jake.

Tuvieron que dejar caer lentamente el cadáver dentro de una de las tinas para que el cuerpo se disolviera formando una substancia viscosa y rojiza. Habría sido un error desperdiciar la carne en el suelo. Esto era algo que ellos sabían y de lo que estaban profundamente convencidos. Lo que iba a parar a un Comedero, podía salir de él algún día.

Permanecieron inmóviles, observando cómo se desangraba y se desvanecía el cuerpo de Jake. Primero los huesos, blancos como fantasmas, traspasaban la piel, translúcida como el papel; luego la desgarraban y, como si se tratara de un pergamino, se desprendía y enrollaba sobre sí misma…

Killeen tenía el corazón en un puño. Las manos se le pusieron resbaladizas mientras sostenían los tobillos de Jake. Los agresivos humos que emergían de la espuma grasienta de la tina se le subieron a la cabeza y le cegaron, de forma que empezó a derramar lágrimas.

Pero lloraba por Fanny y no por Jake.

Transcurrió un tiempo. El hedor cesó de repente. Por fin pudo soltar a Jake. Cuando el pie y la delgada pantorrilla desaparecieron en aquel caldo oscuro y recubierto de costras, Killeen se despidió también de Fanny. Luego se alejó de allí dando traspiés.

Ayudó a Toby a ponerse el equipo, prestando especial atención a los cierres de su traje, y dejando que los detalles de aquella operación le absorbieran por completo.

Sólo se entregó a los pensamientos después de reemprender la marcha.

Avanzaban por valles en pendiente. Killeen llevaba la carga suplementaria de castigo repartida en la espalda. Inhalaba el aire cuando iniciaba las largas zancadas, y lo exhalaba por la misma fuerza del impacto que se producía al tocar tierra de nuevo.

Hacía mucho tiempo que había aprendido de su padre aquella técnica de avanzar inclinado hacia adelante, que ahorraba mucho esfuerzo. Con la baja gravedad de Nieveclara, la musculatura de los humanos, ayudada por los servos y los trajes que aunaban el trabajo de unos músculos con otros, les permitía andar a pasos de gigante. Obtenían los componentes de los mecs y los adaptaban manualmente a las pantorrillas y a los hombros. El metal se podía alear y moldear como si fuera una arcilla blanda de cromo, cuando se activaba con la adecuada señal despolimerizante.

Aquel era el principal oficio que la Familia conservaba todavía, ya que, desde luego, moriría si lo abandonara. Jake el Sanador había sido el que mejor lo dominaba. Jocelyn, Cermo y algunos pocos más conocían el arte de modelar el metal. Era una habilidad que residía principalmente en las manos, y por esto la Familia lo mantenía como una artesanía que seguía siendo útil. Muchos de los Aspectos que se alojaban en los subconscientes de los miembros de la Familia tenían todos aquellos conocimientos. Pero no bastaba con que se los explicaran con palabras. Los Aspectos no podían mover los músculos de la gente. Eran los miembros de la Familia quienes debían tener el toque mágico, porque en caso contrario las costuras podían reventar, las rebabas provocaban rozaduras en los músculos embutidos, y los servos podían obturarse e inmovilizarse.

Killeen prestaba atención casi de forma inconsciente a los zumbidos y al funcionamiento del traje, dejando que sus sentidos se ocuparan del territorio que se extendía ante él. Unos oscuros matorrales espinosos salpicaban las colinas, confirmando que la vida era persistente y no se dejaba eliminar, a pesar de que la arcilla anaranjada estaba surcada en todos sentidos por miríadas de huellas de los mecs.

—Este terreno parece más húmedo —transmitió.

—¿Ves alguna corriente de agua? —preguntó Jocelyn.

—Creo que por aquellos barrancos que están hacia el sur transcurre un río.

—¿Puedes afirmar con seguridad que vamos en buena dirección?

—Sin duda.

Arthur apareció sin que le hubiera llamado.

Estoy rehaciendo los cálculos cada diez minutos. Nos encaminamos hacia la dirección que juzgo más apropiada, de acuerdo con los datos que tenía el Especialista. Claro que el Especialista podía estar confundido, o equivocado…

—¿Ya empiezas de nuevo, eh? —murmuró Killeen con irritación.

No, sólo decía que…

Intervino Ledroff:

—¿Has comprobado la ruta?

Los comentarios de Arthur resultaban inaudibles para todos, excepto para Killeen, desde luego. Era extraño, pensó, que Ledroff estuviera enterado de lo que el Aspecto decía a Killeen. Tal vez había hablado, en voz baja y sin darse cuenta, por el sistema de comunicaciones.

—Sí, varias veces. ¿Ves aquellos troncos verdes? Había algunos parecidos a estos en la memoria del Especialista.

—Ah. —Ledroff era un puntito distante, pero su voz le llegaba con cierta nota de escepticismo.

Killeen suponía que haría falta mucho tiempo para que Ledroff olvidara que había consumido bebidas etílicas. El Capitán utilizaría esta falta para rebajarle los méritos. De momento, ya estaba favoreciendo a Jocelyn para demostrar a Killeen cuál era su lugar.

—Pues vayamos hacia allí.

—Es lo mejor que podemos hacer.

Killeen oyó cómo Ledroff hacía chasquear los dientes, lo que indicaba que no disponía de un plan mejor que aquel. Ledroff avanzaba a saltos, levantando nubes de polvo con los pies. Detrás de él, petardeaba el vehículo mec del que habían logrado apoderarse.

Los miembros más ancianos de la Familia iban montados en los laterales cubiertos de salientes de cobre de aquel gran transporte. Se agarraban a unas asas que habían introducido a golpes en el recubrimiento aislante de aluminio de las paredes del tanque. Se columpiaban allí como racimos de frutos multicolores y daban tumbos de un lado a otro cada vez que el transporte se bamboleaba al avanzar penosamente sobre el accidentado terreno. Unos macizos de color gris metálico se destacaban sobre el lejano horizonte como si se tratara de fortalezas inexpugnables.

A Killeen no le apetecía ir rebotando sobre el transporte y había cedido sus turnos de descanso en él. Prefería avanzar en terreno abierto. Si por casualidad algún Merodeador se cruzaba en su camino, a los primeros que descubriría sería a los hombres y mujeres que estuvieran apartados de los demás. Killeen consideraba justo que él fuera el más visible, mientras Toby andaba mucho más cerca del vehículo.

Para un Merodeador, su compinche mec con forma de barril no podía constituir un objetivo. Sólo después de inspeccionarlo de cerca, el Merodeador averiguaría que el torpe y sencillo transporte había sido secuestrado y reprogramado, y que ya no transportaba carga desde la pequeña fábrica a un almacén regional, como era su misión.

—Te saludo, padre. —Toby le hacía señas con la mano, desde muy lejos.

—¿Ya es hora de comer?

Toby se rio. Era una broma muy antigua, de cuando el muchacho pedía un bocado extra cada pocos kilómetros. Se remontaba a los tiempos duros de después de la Calamidad. Ninguno de los miembros de la Familia tenía la preparación adecuada para enfrentarse a las duras condiciones. Nadie había imaginado que su vida iba a transcurrir en una huida constante.

—Claro que no —contestó con firmeza Toby—. No soy un cerdo.

—En ese caso, ¿qué querías decirme?

—Ya estoy cansado de viajar junto a aquel tío gordo, sobre el transporte…

Ningún miembro de la Familia tenía ya la menor cantidad de grasa, pero sus expresiones estaban plagadas de referencias a los que llevaban un exceso de volumen para disimular sus ropas, feas por lo grandes que les caían. Era un triste vestigio de una época en la que la grasa era un signo de prestigio, que se valoraba además como un seguro contra los tiempos difíciles. Pero por entonces todos los tiempos sin excepción eran difíciles, y la Familia empleaba las palabras de la antigua opulencia con una cierta nostalgia, con una falsa valentía, como si al mantener vivos aquellos términos siguiera en pie la promesa de que algún día podrían volver a acumular en la cintura un par de centímetros de más.

—Puedes quedarte para recoger los cerdos cuando se caigan.

—Si se caen sólo harán un ruidito…

—Pero de todos modos, mantén los ojos abiertos.

—Quiero estar contigo, en cabeza.

—Es demasiado peligroso.

—¡No lo es!

—Sí, lo es.

—¡No lo es! ¡Es imposible! Mira aquel verdor que brota allí…

—Es una pequeña zona húmeda, y nada más.

—¡No lo es! Todo el mundo sabe que a los mecs no les gusta lo verde…

—Tal vez.

—Les da miedo. No ven bien con la luz verde…

—Donde hay verde, hay agua; y el agua oxida las máquinas.

—¿Y no es lo mismo que decía yo? Venga, déjame andar a tu lado.

La atiplada nota lastimera en la voz de Toby conmovió a Killeen. A pesar de que abrió la boca para decirle a su hijo que se quedara a salvo cerca del vehículo mec, se encontró comprobando la superposición de flechas azules en su ojo derecho. Un triángulo que señalaba hacia adelante con gran firmeza destacaba sobre el mapa topográfico de aquel accidentado valle.

—Está bien. Quédate a mi izquierda.

—¡Bravo! —Toby saltó veinte metros hacia arriba en aquel claro y luminoso aire y aterrizó a la carrera. Empezó a gritar con irreprimible energía y al cabo de unos instantes ya estaba al lado de su padre.

En el timbre de su hijo, Killeen descubrió unas notas de la voz de Verónica. A pesar de que tenía grabaciones de ella, nunca las hacía salir del chip que llevaba incrustado en la base de la espalda. Por este motivo, el menor recuerdo de ella le trastornaba de un modo dulce y amargo a la vez. Toby era completamente un hijo suyo. Al engendrarlo no habían utilizado componentes genéticos extraños. Y esto equivalía a decir que Toby era un legado completo de Verónica.

Porque Verónica había perecido en la Calamidad, y fue una muerte definitiva.

La mayor parte del Clan había muerto en aquellos días, segados por la diestra guadaña durante la furiosa embestida de los mecs contra la Ciudadela. Durante centenares de años, los mecs se habían ido apoderando de regiones de Nieveclara, y la humanidad lo había visto con recelo. Nieveclara había sido un mundo frío, rico en agua y con vientos que agitaban la humedad y formaban unas grandes nubes de algodón que lo recubrían. A los mecs no les gustaba este tipo de planetas, por tal motivo la humanidad había llegado hasta allí, para prosperar a su humilde manera.

Y hasta aquí alcanzaba toda la historia de la cual Killeen tenía noticia, aunque en honor a la verdad hay que señalar que le había interesado muy poco. La Historia no era más que una serie de cuentos basados en mentiras o en algo muy parecido a ellas; esto era lo único que sabía con certeza, y no necesitaba más. Un hombre práctico debe preocuparse por el momento que tiene delante de él, no dedicarse a holgazanear en medio de leyendas polvorientas.

La Familia Bishop había vivido cómodamente en una abrupta fortaleza rocosa: la Ciudadela. Killeen recordaba aquellos tiempos como distanciados por un insalvable abismo oscuro, aunque en realidad sólo habían transcurrido seis años desde la Calamidad. Todos los años anteriores a aquel suceso estaban comprimidos en un instante maravilloso de un día luminoso, repleto de gente y circunstancias que ya no representaban ninguna verdad substancial, que habían quedado atrás como si jamás hubieran existido.

Desde entonces, los Bishop se habían visto empujados hacia adelante no tanto por llevar una horda victoriosa tras ellos, sino por una marea creciente de nombres de batallas perdidas, de emboscadas en las que habían caído, de trampas en donde se habían dejado atrapar. Algunos miembros de la Familia habían sido heridos o sufrido la muerte definitiva; más de una vez habían tenido que dejar parientes atrás para poder escapar en medio de una desordenada y descorazonadora confusión, para salvar el núcleo remanente de la Familia, para mantener vivo algún débil nexo con su herencia.

Los nombres eran puntos en su mapa: Puente de la Sierra, Corinto, Montaña Pétrea, Curso de Río, las Fuentes Grandes de Alicia, Pozogrande; y los mapas no estaban sobre papel sino codificados en los chips de memoria individuales. De esta manera, durante una huida de seis años, a medida que los miembros de la Familia iban cayendo y eran devorados por la mente de los mecs, la Familia había perdido todos aquellos mapas que podían explicarles dónde habían estado sus antecesores antes de la lucha y la posterior derrota. Ahora los nombres eran sólo nombres, sin substancia ni realidad en la tierra viva de Nieveclara.

En su huida, la Familia debía limitar el equipaje, y echaron a un lado los mapas sobre soporte sólido y otros documentos que en otro tiempo habían significado su dominio sobre el planeta. Así fueron dejando un rosario de restos abandonados que se extendía a lo largo del tiempo y el espacio.

El padre de Killeen había desaparecido cuando en la Ciudadela imperó el caos. Verónica había resultado herida mientras estaba en pie detrás de Killeen. Había arrastrado el cuerpo de su esposa, buscando un médico que pudiera curarle las heridas. Sólo cuando cayó exhausto en un embarrado dique de riego, se dio cuenta de que mientras la trasladaba la había alcanzado una explosión. Había estado demasiado embrutecido y atormentado como para advertirlo. Los ojos de Verónica habían quedado terriblemente saltones, con una expresión de miedo y rodeados de pus. Era una muerte definitiva.

Hasta la Calamidad había conocido a innumerables parientes directos. En aquellos tiempos, la Familia parecía no tener límites. Pero ahora, sólo tenía a Toby.

—Mira. Un peón —le indicó Toby, que señaló hacia un punto determinado al cual se acercó a saltos.

—¡Cuidado! —gritó Killeen—. Hay que examinarlo antes. —Saltó hacia adelante y apartó a su hijo.

El peón parecía inofensivo. El brillante caparazón de líneas cruzadas estaba acabado de pulir. Tenía los cortos brazos metidos entre los roñosos desperdicios de los mecs: tapas, alojamientos oxidados, biojuntas grises desgastadas.

Killeen se acercó. El mec hizo girar las cadenas de desplazamiento ligeras. Agarraron y golpearon un erosionado saliente de granito, troceado y dispersado por allí. Los lentes de proa se movieron para estudiar a Killeen. Se detuvieron un largo rato, como si estuviera pensando. Luego los desvió, sin demostrar interés, y se fue colina abajo, levantando una nube de polvo fino que, debido a la escasa gravedad, flotaba en el aire como una niebla reluciente…

—Creo que todo va bien —reconoció Killeen de mala gana.

—¿Puedo recolectarlo? —dijo Toby con voz aguda, aterrizando con un silbido seguido de un impacto sobre aquel granito desmigajado.

—¿Recolectarlo? Yo creía que estabas hasta los topes de servos.

Toby se encogió de hombros y se oyó un cascabeleo. Llevaba muchas piezas pequeñas de repuesto sujetas a la cintura mediante cuerdas.

—Pareces un montón de chatarra.

—Los recambios son necesarios —objetó Toby, a la defensiva.

—Pero no tantos que te hagan perder velocidad.

—¡Oh, déjame! Me queda sitio. —La cara de Toby se transformó en una cómica máscara que hacía muecas de supuesto dolor.

—¡No! —El propio Killeen se sorprendió al pronunciar aquel «no» tan tajante.

—Pero yo…

—No. Decididamente, no. Y ahora, vete a tu puesto.

Toby no tenía un puesto concreto en la formación, pero al utilizar aquella palabra hizo que su posición pareciera más importante. Aquello complació al muchacho, que se encogió de hombros y juntó las cejas con ironía. Se alejó de allí, sin hacer caso del peón que se perdía pendiente abajo.

Hacía mucho tiempo que Killeen había aprendido a escuchar las críticas. Se quedó quieto durante un largo rato. Con los sentidos reforzados hizo un barrido que se paseó por el lento discurrir de la Familia y que abarcó al peón que se retiraba. La algarabía de voces que se arrastraban y pinchaban era el acostumbrado ruido de fondo de la Familia.

Avanzaban por el valle a buena marcha. El vehículo mec saltaba a lo largo del lecho de un río de arena. Killeen escogió el punto de mira de un anciano, Fowler, quien se columpiaba en un cesto que iba sujeto sobre el vehículo mec. Oyó las preguntas quejumbrosas de Fowler:

¿Cuándo vamos a detenernos? ¿Te queda algo de aquel jugo ácido del Comedero? ¿Qué quieres decir con que se ha acabado? ¡Teníamos jarros enteros de él!

Y también oía cómo las piedras salían escupidas por las cadenas de desplazamiento del mec.

El valle reposaba en silencio. Los vehículos mecs punteaban las colinas llenas de protuberancias rocosas. Algunos biocomponentes en putrefacción viciaban el aire. Aquellas acumulaciones de residuos viejos, distribuidas al azar por todas partes en Nieveclara, eran tan comunes que Killeen apenas si se daba cuenta de ellas. En las tierras limítrofes como aquella, los barrenderos mecs no se molestaban en recoger las tapas oxidadas o los pesados ejes rotos para transportarlos a las lejanas fundiciones y factorías. A lo largo de los siglos, el desorden había ido en aumento. A medida que los mecs intervinieron en el clima de Nieveclara, los hielos se retiraron dejando al descubierto chatarra todavía más antigua, de la época en que los mecs habían corrido con cosas desconocidas en medio de las antiguas eras glaciales. Esta chatarra también ensuciaba la tierra en época de Killeen, y el suelo aparecía lleno de manchas rojas de orín.

En medio de todo aquello, la vegetación luchaba por sobrevivir, lo que constituía una buena señal. Hacía algunas horas ya habían tenido la alegría de observar algunos signos de que algo maduraba, de que la hierba se extendía, de que aumentaban las zonas de color pardo.

Dénix se había ocultado una hora antes, y en aquel momento casi la mitad del Comilón había desaparecido tras la línea irregular de las colinas. Los cambiantes colores confundían a Killeen, y el menor risco o barranco desbordaba sus ilusiones, como si ya se hubieran realizado de repente.

La Familia avanzaba con impasibilidad, con el tenaz ritmo de aquellos que pocas cosas esperan ya. A medida que vencían cada una de las cuestas, empezaban a hablar aprisa y confusamente, y las palabras sueltas se añadían al parloteo del grupo. Durante meses habían seguido unas rutas no señaladas a través de valles exhaustos y blanqueados por la sequedad. Sólo habían encontrado algún respiro en los Comederos. La promesa de lo que les esperaba, y que poco a poco ya empezaban a oler, proporcionaba energía a su avance.

Killeen no presentía ningún desastre pero el peón con las marcas cruzadas era lo bastante raro como para tenerlo presente. Vigilaba con atención a su hijo y a menudo comprobaba la ruta.

En medio de una inspección topográfica, Arthur dijo:

Vuelvo a disfrutar con la vista del paisaje verde.

Killeen estaba sorprendido. Por lo general aquel Aspecto se mantenía distante, factual y frío en la mente de Killeen.

—Estoy de acuerdo contigo, llevo tanto tiempo probando sólo el sabor de la sopa del Comedero…

Dudo que pudieras tragártelos. Son unos matojos de vegetación duros y fibrosos.

—Debe de haber agua en este terreno.

Sospecho que vamos a meternos en un lugar salpicado.

Killeen se animó:

—¿Qué dices? ¿Estará más mojado?

Tal vez. Un lugar salpicado es el terreno de fractura que rodea la zona de caída de un meteorito. La roca cuarteada permite el afloramiento de terrenos congelados, que son los que han convertido en inútiles los esfuerzos de los mecs por desecar todo el planeta. Algunas veces, hasta se puede encontrar hielo glacial enterrado bajo las arenas movedizas. Los meteoritos son la única característica del clima de Nieveclara que por lo visto los mecs no han conseguido dominar. Considerando la órbita que describe el planeta alrededor del Comilón, que es bastante elíptica, no sería sorprendente que encontráramos bastantes meteoritos. Ahora el planeta se dirige hacia un punto más cercano al Comilón. Una distribución estadística de Gauss para la densidad de los residuos pequeños convertidos en meteoritos puede predecir que vamos a recibir impactos con una frecuencia incrementada exponencialmente.

—¿Hará mejor tiempo? —Aunque Arthur estaba obligado a decir la verdad, algunas veces el Aspecto se expresaba de forma enrevesada, con palabras de difícil comprensión.

De nuevo he de decirte que tal vez. Me parece que los mecs intentan alterar la órbita del IR-246.

—¿Qué?

Lo siento. Vosotros llamáis Dénix a esta estrella, ¿me equivoco?

—No es que la llamemos así, es que lo es.

Para mí esta estrella es la fuente número 246 de infrarrojos cuya resolución positiva está cerca del centro galáctico. El catálogo que se confeccionó cuando nos acercábamos a la zona interna del centro asignaba específicamente…

—Oye, oye, todo esto me suena como un tartamudo hablando en sánscrito. Yo…

Esta expresión es muy interesante. Recuerdo que localicé su origen en una antigua civilización de la tierra que ahora sólo se puede encontrar en los registros de holografía…

—No me importan las expresiones de los antiguos, ¿oyes? No comprendo nada… Dénix es el sol, esto es lo que significa el nombre de Dénix.

Vosotros lo llamáis así, de acuerdo. Es una estrella simple parecida a los millones de estrellas que puedes contemplar cuando tanto Dénix como el Comilón han desaparecido del cielo, como por ejemplo ahora.

Killeen miró hacia arriba, sorprendido. El Comilón se estaba metiendo en la cuneta para dormir su sueño rojo tras la serranía de picos. Muy alto, en la oscuridad, descubrió unos puntos como cabezas de alfiler que brillaban con matices de ambarinos, azul fuerte y verde opulento. Unos finos hilos se deslizaban entre los centelleos. Nunca se le había ocurrido que pudieran ser como Dénix.

—¿Todos… estos?

Hay aproximadamente un millón de estrellas a un año luz de distancia del Comilón. Algunas han entrado en las últimas fases de su evolución y presentan una gran variedad de colores. Otras emiten efluvios desde sus cromoesferas. Las más avanzadas…

—¡Corta el rollo! ¿Quieres decir que todas ellas son tan grandes?

Algunas son mayores que Dénix, que después de todo no es más que una estrella tipo MI. Vuestros antepasados la seleccionaron no por su belleza, sino porque estaba en una profunda era glacial, y al parecer no presentaba ningún interés para las civilizaciones mec, mientras que otras…

Killeen dejó que Arthur siguiera divagando, sin prestarle atención. Para él, el cielo acababa de convertirse de repente en una extensa bola de profundidades inimaginables. Todos aquellos alfileres eran otros soles. Su vida entera, una infancia formal, de amor, de trabajo y de esperanzas perdidas, de retiradas con muchos estragos, de golpe ahora le parecía insignificante, como unos ligeros movimientos en una extensa llanura bajo una noche preñada de ojos.