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os muertos en dos días. De muerte definitiva. Habían desaparecido.

La Familia había recibido un golpe mayor que si hubiera perdido a tres o cuatro de los suyos por muerte ordinaria. A lo largo de los siglos, habían adquirido el convencimiento de que a pesar de que el último aliento del cuerpo era una tragedia para la persona, se podía evitar la terrible pérdida a quienes amaban al alma que había sido desalojada.

Si Fanny o Jake hubieran tardado más en morir, la Familia habría tenido tiempo. Unos pocos miembros transportaban el complicado utillaje que podía extraer unas fracciones vitales de los que estaban agonizantes; con rapidez y habilidad, podían recuperar algunas facetas de su vida pasada y de su personalidad.

Pero algo que estaba entre las vigas había herido a Jake con la más terrible de las armas. Hasta entonces, la muerte definitiva había sido una exclusiva de los mecs Merodeadores.

Aquella cosa que había andado por arriba se había escapado. Si se trataba de un simple peón, o hasta de otro Especialista, esto significaba que los mecs habían añadido otra odiosa habilidad a su inacabable caudal de innovaciones.

Dos muertes definitivas. Una pérdida semejante hacía imposible que la Familia abandonara el Comedero aquel mismo día. La prudencia debía haberles obligado a partir y alejarse de aquella trampa traicionera, pero la prudencia sólo llega después de la reflexión. La Familia lloraba a sus muertos y odiaba; ambos sentimientos impedían que fueran capaces de razonar.

Como venganza, Killeen se lanzó sobre el Especialista. Propinó varias patadas a la coraza y le arrancó las antenas de acero templado. La Familia se congregó allí y con una rabia ciega desguazó al Especialista. Arrancaron las partes y los servos, un botín que les permitiría reparar sus propios trajes. Treparon sobre el armazón hábilmente mecanizado y destruyeron el mejor trabajo mecánico que la humanidad había visto jamás.

Llorando por Jake el Sanador, las mujeres arrancaron con furia los delicados componentes de alta precisión, desgarraron con cuchillos las complejas constelaciones de cobre y silicio, y arrojaron a un lado todo aquello que no conocían o que no les era de utilidad. Casi todos los componentes del Especialista se incluían en este último grupo, porque ninguno de los de la Familia sabía cómo funcionaban aquellos elementos. El más capacitado de todos ellos sólo alcanzaba a conectar las partes modulares, fiándose de su propia vista para elegir el elemento adecuado. Tenían muy pocos conocimientos teóricos, y la comprensión de todo aquello se les escapaba. Largas eras de dificultades y de huida habían convertido su herencia de conocimientos, que había sido muy rica, en unas sencillas reglas empíricas y rutinarias.

En vez de ciencia, sólo tenían imágenes y reglas para utilizar los cables codificados por colores, que se referían a entidades desconocidas: voltios, amperios, ohmios. Eran nombres de los espíritus que moraban en algún lugar de los mecs y que la humanidad podía destruir a voluntad. Las corrientes, esto lo sabían, fluían como el agua y efectuaban un trabajo silencioso. Estaba claro que las guirnaldas de alambre de oro y los cuadrados de ónice perfectamente mecanizados gobernaban de alguna manera las corrientes. Los electrones eran unos bichitos pequeños que impulsaban a bestias mucho mayores; esto era obvio.

En la época de la Ciudadela, había hombres y mujeres que tenían rudimentos de electrónica elemental. Los años de la larga huida los habían hecho desaparecer. Y no disponían de tiempo para aprender con paciencia, desde cero, de los Aspectos de la Familia.

La Familia, con ánimo de venganza, destrozó brutalmente al Especialista. Los cilindros derramaron aceite sobre el suelo de madera. Las fibras ópticas se enredaron en las piernas de los saqueadores, sólo para ser pisoteadas y mandadas de una patada hacia los rincones oscuros.

Killeen dejó que la rabia le abandonara poco a poco. Conocía a Jake el Sanador desde que tenía uso de razón, había sido un hombre bastante distanciado, con cara de pocos amigos y una boca pequeña con permanente expresión de cansancio. Lloró su muerte. Pero no dejaba de dar vueltas a las implicaciones de aquel ataque. Abandonó el pillaje y se dedicó a rebuscar entre las entrañas del Especialista, empujado por la curiosidad.

Encontró la mente principal en el interior, casi por accidente. Un panel de aluminio congelado se abrió de repente. Killeen parpadeó, sorprendido por el resplandor. Sabía que disponía de muy poco tiempo para actuar. Había supuesto que el Especialista ya estaba muerto, pero aquella masa incrustada dentro de él zumbaba con silenciosa energía.

Podía llamar a Sunyat para preguntarle qué debían hacer. Ella tal vez lo supiera, o tal vez no, pero en cualquier caso, el tiempo que tardara en llegar hasta allí haría disminuir mucho sus probabilidades.

Por este motivo, se preparó mentalmente. Efectuó unos movimientos giratorios y se dio los golpecitos adecuados en el cráneo para invocar el Aspecto de Arthur.

Has estado muy ocupado

—¿Arthur? Mira…

¿Es que tal vez no te acuerdas de mí? Creo que me has llamado seis veces en total, en todos estos años.

—Sí, sí. —¡Pues no estaba empezando con sus quejas, maldito fuera, precisamente cuando…!—. Oye, ¿cómo puedo desmontar esto?

¿Y para qué quieres hacerlo? Dudo que puedas sacar nada en claro.

—¡Maldita sea! ¡No me vengas con historias! ¿Cómo lo puedo desmontar?

Muy bien. ¿Ves ese relé amarillo? Tira de él.

Una imagen superpuesta aparecía intermitentemente en el ojo izquierdo de Killeen; era una imagen ilusoria del relé, que se elevaba para desconectarse. Siguió las indicaciones.

Ahora utiliza los alicates. Retuerce los cables azules para soltarlos.

Lo hizo así, y empezó un zumbido amenazador.

¡Rápido! ¡La sujeción del resorte!

Killeen la seccionó con una descarga del rayo cortante disparado a la potencia máxima. La mente principal emitió un desagradable sonido pero no dio señales de morir.

—Ah —suspiró.

Bastante satisfactorio. Desde que los conozco, los mecanismos de orden elevado siempre han tenido unas defensas muy eficientes para evitar que les roben las memorias.

—Ajá. —Arrancó los tubos ligeros para llegar al corazón del complejo.

Se trata de un desarrollo evolutivo sencillo, en realidad. Este Especialista no quería que su pericia cayera en manos de una clase competitiva de máquinas, o de seres que estuvieran al servicio de una ciudad extranjera. Y por este motivo aprendió a freírse a sí mismo antes de que le pudieran interrogar.

Killeen escuchaba sólo a medias la conferencia que Arthur iba soltando, mientras desconectaba los cables del núcleo del conjunto. Nunca había entendido gran cosa de los discursos de Arthur, pero cuando tenía que enfrentarse a un trabajo como aquel, encontraba muy conveniente contar con un Aspecto dispuesto a aconsejarle. El problema estaba en hacerle callar. Arthur había vivido muchos siglos antes y siempre estaba hablando de los viejos tiempos. Killeen casi nunca tenía paciencia para aguantar sus divagaciones, pero le gustaba el cromático halo emocional que flotaba en torno al Aspecto de Arthur, una fría y distante certeza que se insinuaba en el pensamiento de Killeen.

Pero hemos podido coger a este. Es extraño. Probablemente existe un corto espacio de tiempo de espera antes de que se suicide. De no ser así, cualquier accidente repentino podía convencerle de que estaba siendo atacado, lo que le obligaría a suicidarse sin necesidad. Este período de espera, durante cuyo transcurso le hemos cogido, seguramente indica que los Especialistas están mejor programados contra los accidentes que contra los ataques. Sí. Estoy seguro de que es así. Yo…

Killeen tenía los alicates cerca del núcleo. Primero percibió en la mano una descarga de calor, luego le sacudió un chisporroteo rápido. El tono era tan bajo que no lo percibió como un sonido sino como una presión, como si le hubieran golpeado los oídos con un puño.

Retrocedió tambaleándose. Sus dedos insensibles dejaron caer los alicates. Los miembros de la Familia chillaron y se taparon los oídos. Se alejaron trastabillando del cuerpo del Especialista y se dispersaron soltando gritos de dolor.

Killeen respiró profundamente, todavía mareado. Sus centros sensoriales estaban momentáneamente anulados. Aspiró un olor amplificado de moho, aceite y acres residuos químicos.

A través de un mundo gris y en completo silencio, exclamó:

—¡Maldita sea! ¿Qué ha explotado?

Nada, no ha sido sonido, aunque he de admitir que tu/mi sistema nervioso ya no puede distinguir esto con mucha precisión. Supongo que se trata de una adaptación necesaria, pero me temo que hace perder algunos matices de la sensibilidad.

—¡Pero qué demonios…!

Un coro de quejas sonó por toda la caverna.

Se trataba de una señal electromagnética muy potente, no me cabe duda. Deduzco que debe de ser la firma típica de la personalidad del Especialista, de sus conocimientos acumulados (cuidadosamente procesados, eliminados los excesos y admirablemente bien editados).

Killeen parpadeó.

—¿Qué… por qué?

El Especialista estaba transmitiendo por radio a su hogar. Ponía a salvo su herencia, no te quepa duda. Ahora ya puede morir.

Killeen se acercó al armazón del Especialista dando traspiés, creía tener la cabeza llena de campanillas. Tenía la lengua pastosa y los ojos le seguían bizqueando. Recogió los alicates y hurgó en el núcleo del sistema.

—¡Caray! Ha perdido toda la energía.

Los muertos se llevan sus secretos con ellos.

—¿Todos?

Todo aquello que pueda ser de utilidad en una sociedad mecánica competitiva. Datos sobre este territorio, o de las variantes de las máquinas que este Especialista ha encontrado. Tal vez las habilidades que ha adquirido. Y, desde luego, un fragmento de la personalidad que esta experiencia ha podido generar, en un mec tan avanzado como este.

Killeen sacaba poca cosa en limpio de todo aquello, pero no se molestó en preguntar al Aspecto. Una pregunta no haría más que originar una interminable serie de otras preguntas que andaban dándole vueltas por la cabeza. Podía oír la voz original de Arthur tan cursi y refinada, pero emitida a una velocidad mucho mayor del habla oral. Cuando invocaba a uno de los Aspectos, este se instalaba en su mente como un mono lo haría sobre su hombro. Podía charlar sin cesar, o facilitarle ayuda técnica, y Killeen captaba la esencia del carácter de la persona que estaba detrás de aquel conocimiento, como si se tratara de alguien que estuviera en la misma habitación que él.

—¿Podemos aprovechar algo?

Veamos… Prueba el estimclat que hay allí.

Killeen no tenía ni idea de lo que era un «estimclat». Arthur se dio cuenta de ello e hizo aparecer un punto verde parpadeante junto a una parte metálica con pestañas. Killeen le aplicó unos hilos de conexión e hizo lo que el simulador verde de Arthur le indicaba. Inmediatamente después, recibió la sensación de unos rápidos pinchazos de placer mezclado con dolor detrás de las orejas.

—¿Qué es esto?

Algunas memorias recientes del Especialista, me atrevería a decir. Podemos explorarlas para conseguir información.

—Creo que estoy un poco cansado.

En realidad, estaba fastidiado. Arthur también debía de saberlo, pero algo le empujaba a guardar los modales con el Aspecto. Al fin y al cabo, Arthur era uno de sus antepasados.

En ese caso, descansa. Voy a traducirlo del idioma mecánico y luego ya te daré los resultados.

Killeen no descansó, aunque fingió hacerlo. Se recostó en un musgoso colchón de desperdicios orgánicos de color marrón y extrajo de su traje un pequeño chip de memoria. Era muy antiguo y mostraba grietas y mellas producidas por el uso, aunque se decía que el polilitio era extremadamente duro.

Había estado pensando en ello durante días. En especial lo había anhelado cuando en las heladas noches la Familia había tenido que dormir en terreno abrupto, bajo un cielo salpicado de estrellas. En esas ocasiones observaba aquellos puntos de brillante luz verde, naranja o azul, de los que había centenares de miles dispersos como si fueran joyas en el aceite y que estaban coronados por un halo provocado por polvo o gases. Proporcionaban tanta luz que bastaba para andar e incluso para leer, si alguien de la Familia supiera leer algo más que números sencillos o algunas normas codificadas sobre los mecs.

Así habían sido las noches de toda su vida, una ansiada penumbra después de la lacerante doble luz originada por el Comilón y la propia estrella de su planeta, Dénix. Pero también huía de ella, siempre que podía. Hacia los reinos de los tiempos pasados que ya habían muerto.

Encontró una clavija de salida de corriente en un equipo de autorreparación. Las paredes de aquella caja estaban desgastadas y manchadas después de siglos de ser usados de vez en cuando por los mecs que pasaban por allí. Empalmó los amperios residuales y se tumbó de espaldas.

Al instante se encontró entre la tela de araña de un sutil holotiempo de deleite y de una transfigurada brillantez dorada.

Llegó hasta él como una estremecedora serie de exaltaciones y de brillantes potenciales. Rubíes. Hormigueo. Pimienta picante. Aumentaba lentamente. Áspero cuando lo respiraba.

Girando toda la eternidad con un zumbido rotativo… resbalando rápidamente con una elegancia que estaba más allá del tiempo y del sistema… medio dormido y medio despierto… Aquel mundo interior llenaba sus pulmones con un placer algodonoso. Le conducía una y otra vez a un éxtasis impetuoso, pero no dejaba que cayera en un tibio olvido. Resurrecciones dulces…

Luz hiriente. Palabrotas.

Killeen parpadeó. Una mano le asió por el cuello y le alzó en vilo.

—¿No te has enterado? Allá fuera hay un transporte de los mecs.

Era Cermo el Lento, con su cara porosa destacándose al resplandor del Comedero. Cermo había desconectado a Killeen de la alimentación de energía.

—Yo… sólo estaba…

—Ya sé lo que estabas haciendo. Sólo has de procurar que Ledroff no te descubra, eso es todo.

Cermo el Lento le soltó. Killeen cayó sobre el áspero musgo. Tuvo la tentación de volver a apoyarse contra la pared, y aprovechar todavía unos pocos minutos antes de que alguien más fuera a buscarle para llevarle con la Familia…

Y tuvo bastante fuerza de voluntad para alejar la mano del cable. Aquel «alguien más» podría ser Toby. El muchacho ya había sorprendido demasiadas veces a su padre despistado o inmóvil, como desconectado.

Lenta, muy lentamente, Killeen apartó el tablero de conexiones. Debía recordar que Fanny se había ido. Todos necesitaban un refugio frente a las dificultades del entorno, había dicho ella. Le había permitido que estuviera cierto tiempo con el tablero. Y le había dejado también que bebiera un poco.

Pero ya no. Ledroff era decente, sólido, pero carecía de experiencia. Hasta entonces, Killeen se había dedicado principalmente a Toby, concediendo de mala gana el tiempo que consumía en los asuntos de la Familia. Aquello habría de cambiar. Pero le resultaría muy duro.

Al levantarse, alejado de la tentación, recuperó toda su dispersa concentración. Mientras se ponía en pie con esfuerzo, oyó que Ledroff alertaba a los miembros de la Familia que todavía estaban ociosos o dormidos. Killeen se dio prisa en colocarse las botas hidráulicas.

Apretó los cierres y quedó con el traje listo. Y Arthur intervino de nuevo:

He analizado aquel fragmento de la memoria del Especialista.

Creo que lo vas a encontrar muy interesante.

—¿Eh?

¿Lo ves? Son imágenes que el Especialista había recogido.

Ante sus ojos desfilaron imágenes fijas amarillo-verdosas: un diario de las reparaciones realizadas y las máquinas que había montado. Había primeros planos de secciones complejas de máquinas. Marañas de circuitos. Pero detrás, como si fuera un telón de fondo casual y poco importante, se distinguían colinas de verde florido y hasta alguna vegetación amarilla y plateada agitada por el viento que Killeen reconoció como árboles.

—Estos… ¿No son de los tiempos antiguos?

No. De acuerdo con los datos cifrados del Especialista, he llegado a la conclusión de que son recientes. Proceden de lugares que sólo están a unos pocos días de marcha desde aquí.

—¡Estupendo!

De repente, aquellas profusas imágenes desaparecieron. Arthur había percibido que alguien se acercaba, incluso antes de que el confuso Killeen se diera cuenta. Ledroff había surgido ante él y su espesa barba parecía un escudo que encubriera la verdadera expresión de aquel hombre.

—¿Qué es estupendo? —preguntó Ledroff—. ¿Ya estás preparado?

—Ah, sí… Capitán. —Killeen se esforzó en decirlo. Aquella palabra le resultaba muy difícil de pronunciar—. Mira, sólo estaba procesando algunas notas de este Especialista.

Ledroff se encogió de hombros.

—Los Especialistas no hacen nada —dijo, y se dio la vuelta.

—¡No es cierto! Este nos atacó, ¿no es verdad?

Ledroff le miró, con las manos en la cintura.

—Se equivocó.

—Organizó a aquellos peones. Se apoderó de Jake.

—¿Y qué?

—Pienso que es algo nuevo.

—¿Programado para reconocernos?

—Sí, por si alguna vez se encontraba con humanos. Y al enfrentarse a esta situación, no se limitó a llamar a un Merodeador, sino que reclutó a algunos peones y nos atacó.

Ledroff frunció el ceño.

—Ya. Yo había pensado lo mismo.

—He conseguido un fragmento de su memoria.

Ledroff se puso en guardia, como si Killeen mintiera.

—Has estado tirado por ahí, durmiéndola.

Killeen contestó con timidez:

—Un simple descanso, nada más.

Ledroff era un hombretón pero en aquel momento parecía curiosamente inseguro de sí mismo. No le gustaban nada aquellas nuevas noticias, más bien desconfiaba de ellas. Killeen se convenció de que aquel hombre, al final, había alcanzado su tan deseado objetivo: ser Capitán. Pero no tenía una idea clara de lo que iba a pasar después. Y temía que aquel hecho se hiciera público. Esto se le notaba en la voz, que tenía un ligero matiz defensivo.

—¿Y qué?

—He podido leer algo.

—¿De verdad? —masculló con un gruñido.

—Sí.

—¿Y que…? —preguntó con sospecha.

—Hay un gran valle verde a tres o cuatro días de marcha.

Ledroff pareció sorprendido, luego sonrió con evidente alivio. La Familia había huido sin buenos mapas o itinerarios seguros desde la Calamidad, cuando todos los satélites de la humanidad fueron destruidos. Habían vagado errantes, con la única ayuda de unos mapas antiguos y de la previa exploración del terreno. Su único dato cierto era la necesidad de evitar las ciudades de los mecs, donde con toda seguridad iban a acabar muertos. Pero el siempre cambiante clima de su mundo, Nieveclara, había acabado por hacer confusos los mapas que les quedaban. Ya no disponían de una orientación de fiar.

Ledroff pensó en voz alta:

—Un vehículo de los mecs acaba de llegar a la parte exterior de la fábrica. Si lo podemos cambiar de destino, sin que siga su rutina…

—Esa tierra verde puede ser la orilla de un depósito de agua.

—Sí, puede ser. —Ledroff parecía muy aliviado.

Killeen sonrió, contento de no aparecer, por una vez, como un inútil a los ojos de Ledroff.

—Marchemos hacia allí. Vamos.