3

K

illeen se despertó con un dolor de cabeza en technicolor.

La voz de Ledroff le llegó en eco desde algún lugar más alto, en el aire. Killeen rodó sobre sí mismo y entre legañas descubrió que se había quedado dormido durante la guardia.

—¡Holgazán! —le chillaba Ledroff—. ¡Arriba!

Killeen se puso a gatas notando todos los músculos del cuerpo entumecidos y con agujetas.

Ledroff le dio un par de patadas en el culo. Killeen lanzó un grito. Se quedó tendido en el suelo. Percibió un olor húmedo y musgoso que le salía de las narices, era intenso y acre.

Ledroff le cogió por el cuello del vestido y le hizo poner en pie a empellones. Killeen dio unos traspiés hacia delante, empujado por las bruscas y callosas manos de otros hombres. Tenía las piernas como muñones de madera. La profunda caverna oscilaba de manera fantástica. Las mujeres le abucheaban, acusándole. Una mano le abofeteó la cara. Se oyó un círculo de protestas bajo aquella penumbra gris salpicada de sombras. Ledroff empujó a Killeen hasta el centro del círculo y volvió a pegarle patadas en el culo.

—Ha abandonado la guardia —manifestó Ledroff como una acusación directa.

—¡Borracho, estaba borracho! —censuró una de las mujeres.

Jake el Sanador, cuya palabra pesaba mucho en la Familia, declaró con disgusto:

—Por su culpa podrían habernos atacado impunemente.

Ledroff asintió.

—¿Qué castigo vamos a imponerle?

La familia no dudó al contestar.

—¡Tres mochilas completas!

—¡No, que sean cuatro!

—¡Mi instalación calefactora!

—¡La mía también!

—¡Qué transporte el botiquín!

—Y latas.

Todas las latas.

—De acuerdo. Si antes se durmió, que ahora vaya arrastrándose.

Killeen mantenía la cabeza gacha. Trataba de recordar qué había sucedido. El alcohol, de acuerdo. Había tomado un poco. También bailó. Empezó a sollozar, ahora se acordaba. Bebió un poco más…

La Familia discutía, bromeaba y abucheaba. La ira reprimida, las frustraciones… Ledroff dirigía la orquesta para que se desahogaran. La cólera se fue atenuando hasta convertirse en simple irritación. Al final se pusieron de acuerdo sobre el castigo: le obligarían a llevar como carga suplementaria una mochila completa y el botiquín de auxilios médicos, con lo que un par de viejas se ahorraban más de la tercera parte de la carga.

—¿Lo aceptas? —le preguntó Ledroff como parte del ritual.

Killeen tosió roncamente.

—Ah. Sí. Dos veces sí.

Después recitó las consabidas disculpas, dejando que las palabras fueran fluyendo de sus hinchados labios sin tener que pensar lo que decía. Después de aquellas antiguas fórmulas, reinó el silencio.

Ledroff rio, rompiendo la tensión que pudiera flotar todavía en el ambiente. Killeen torció la boca en una mueca de difícil interpretación. Ledroff le gastó una broma sobre las manchas de la ropa exterior de Killeen. La Familia se rio. Él ni siquiera intentó bajar la vista para observarlas; ya sabía que se había dormido sobre algo pegajoso. Recibió bien aquellas risas. Que le hicieran objeto de una burla no era nada comparado con la humillación de no tolerar bien el alcohol o de quedarse dormido durante la guardia.

No levantó los ojos para no enfrentarse con la mirada de su hijo, y Ledroff se lo llevó a bofetadas hasta un lado. Notaba un escozor en los ojos, tal vez a causa de las lágrimas, pero el tremendo dolor de cabeza le impedía llorar. Hubiera querido poder marcharse a escondidas, humillado, pero la boca y la garganta le abrasaban a causa del violento resquemor del alcohol. Anduvo a trompicones por un pasillo donde reinaban las sombras de una hilera de depósitos, alejándose de la Familia, hasta que encontró una fuente de agua depurada. Alguien había hecho reventar una de las canalizaciones de alimentación, creando un geiser espumoso. Lo desvió hacia un lado, se desnudó y se lavó en aquella ducha terriblemente fría. Mientras se quedaba expuesto al tibio aire, de pie y dejando que la brisa de un respiradero le secase, llegó Toby, emergiendo de la oscuridad que había detrás de una máquina de forjar.

—¿Papá…? ¿Qué…?

Killeen miró aquel rostro que confiaba en él.

—Yo… pues… El funeral. Supongo que me impresionó.

—Creía que había sido el alcohol —observó Toby con ironía.

—Ya hacía mucho rato que había tomado el alcohol.

—Yo creía que había sido… Ledroff, tal vez.

Killeen se dio cuenta de que Toby intentaba consolarle de la forma más directa posible. O quizá se trataba sólo de que Toby no era lo bastante mayor como para saber hablar sin decir nada.

Killeen asintió lentamente, para no maltratar demasiado su cabeza. Empezaba a acordarse de todo.

—Ledroff…

—Después de los cánticos del funeral —continuó Toby con naturalidad— dijo algo.

—Ya recuerdo… —Era una imagen imprecisa.

—Decidió que teníamos que dirigirnos a una Casa.

—Magnífico. ¿Y tenía idea de dónde encontraría alguna?

Toby negó con la cabeza.

—Habló mucho, pero no dijo nada de eso.

—Porque no lo sabía.

—Sin embargo, a la Familia le gustó mucho cómo hablaba.

—¿Tenía sentido lo que decía?

—Un poco —contestó Toby con precaución.

—Y yo, ¿qué dije?

—Nada que sonara muy bien.

—Oh. —Killeen no recordaba nada de esto—. ¿Hubo muchos de acuerdo conmigo?

—Muchos. Pero al final salió ganando Ledroff.

Killeen sacudió la espesa cabellera para secársela un poco, y se la retorció con ambas manos.

—¿Uh? ¿Qué pasó?

—Le hicieron Capitán.

Killeen se detuvo, como si hubiera recibido un golpe.

—¿Capitán?

—Sí, este fue el resultado de la votación. Votaron todos menos tú.

—¿Dónde estaba yo?

Toby se encogió de hombros, lo que era una manera de decir sin palabras que para entonces Killeen ya estaba inconsciente.

—Lo teníamos mejor que Ledroff. ¡Pues claro! Jocelyn…

—Él habla bien. —Toby no tuvo que decir: «Mejor que tú, borracho». No hacía falta. Killeen sabía que la Familia pensaba que él era bueno pero que no se podía confiar en él. Por otra parte, no tenía edad suficiente para ser Capitán. Aunque Fanny le había preparado, también se había dedicado a Ledroff y Jocelyn.

Hasta entonces, Killeen había estado contento de esta situación. Así evitaba que siempre se le presentaran con disputas que solucionar, intrigas, o cualquier otro problema. A todos los de la Familia les ocurría lo mismo, y sobre la marcha, cada uno gimoteaba y buscaba un alivio soltando peroratas sobre sus problemas.

—Bueno, tal vez Ledroff tenga buenas ideas, después de todo —dijo Killeen sin convicción.

—Ajá.

—De todas maneras, he de ocuparme de ti.

—Ajá.

Alguna cosa le distrajo de la expresión cautelosa e intrigada de su hijo. Fue un pequeño aviso que procedía de alguna parte de su mente. Lo dejó a un lado. Más tarde ya tendría tiempo para organizar las cosas.

En aquel momento, lo que más le importaba era recuperar el respeto de su hijo.

—Ni tú mismo te crees todo esto —declaró Toby con solemnidad, acusándole.

—Bien, démosle una oportunidad.

Killeen se enfundó en su ropa, rascándose una zona donde el agua no se había llevado toda la espuma de la piel.

—¿Crees que servirá para algo? —insistió Toby.

—Bien… —No se podía hablar mal del Capitán. Los muchachos no podían comprenderlo.

—Papá, tú podrías haberles hablado y haberles hecho comprender.

—Mira, hijo. No quiero liarme en todo esto. Ya tengo bastante con tener que ocuparme de ti.

Killeen se sentó y empezó a ponerse las botas hidráulicas.

—Podrías haberlo hecho.

—Sí… bien… —No encontraba las palabras. Ledroff le había hecho quedar como un estúpido antes de que empezara a beber, ahora lo recordaba bien. El hombre había estado buscando apoyo entre la Familia. Calculó que Killeen ahogaría las penas en alcohol, y por este motivo Ledroff había alargado el Testimonio hasta que Killeen estuvo muy borracho.

—Pues bien. Yo sabía que… yo tenía un problema…

—No lo dudo.

—Supongo que me he dejado llevar por las circunstancias.

Toby tragó con dificultad.

—No debiste hacerlo.

—Sí, es verdad… Pero…

—Fanny. Lo sé.

—Fanny.

Durante la noche anterior, todo aquel dolor había gravitado sobre él. Ya no volvería a ver aquella cara curtida y malhumorada. Ya nunca más oiría las bromas hechas con aquella voz cascada. Jamás.

Killeen buscaba la manera de desviar la conversación.

—Vamos, salgamos. —Se colocó el casco y lo aseguró.

—¿Para qué? —preguntó su hijo con sospecha.

Reflexionó irónicamente que Toby sabía analizar su entorno con bastante facilidad, a pesar de que sólo tenía doce años. Aquella era la mayor evidencia de que él no daba la talla para ser Capitán. Cualquiera podía adivinar sus intenciones, antes de que él mismo fuera consciente de ellas.

—Echaremos un vistazo al terreno; ahora ya no estamos tan cansados.

—Si Ledroff nos permite hacerlo —indicó Toby con sarcasmo.

—No seas tan…

Un débil ruido, allí, en lo más alto.

—¿Qué? —preguntó Toby.

—¡No digas nada!

Toby no había oído el ruido. El muchacho abrió la boca para decir algo más, con una expresión seria e inexorable en los ojos. Killeen le tapó la boca con su mano y susurró una llamada de socorro a la Familia.

Algo se acercaba, pero no avanzaba por el suelo.

A través de la alargada y hueca nave, Killeen oyó cómo los demás miembros de la Familia, furtivamente, sacaban las armas de los soportes, arrastraban los pies sobre el suelo de madera y desaparecían en escondrijos. Lo hacían con rapidez, sin vacilaciones, casi como algo instintivo.

Killeen empujó a Toby al interior de un hueco que se abría al lado de una tina de donde emanaban vapores sulfurosos. El muchacho protestaba porque quería ver lo que iba a suceder. Killeen mantuvo la mano firme sobre el pecho del muchacho mientras escuchaba y hacía suposiciones.

Cualquier artefacto que utilizara rayos infrarrojos, distinguiría las tinas que se destacaban fuertemente en rojo, con lo que le resultaría muy difícil descubrir a los humanos. Aquel era por el momento un refugio apropiado, pero la Familia podía quedar atrapada. Cuando aquellos engendros que andaban por arriba se hubieran desplegado por completo, cada humano que asomara sería un punto móvil que podía convertirse en un objetivo muy fácil.

Killeen activó las botas. Avanzó con paso decidido y saltó hacia el borde de la tina más cercana a él. Aterrizó en precario equilibrio sobre el estrecho borde de acero. Con un poco de suerte, su imagen en infrarrojo se mezclaría con el vapor de la tina. Se tambaleó; al tratar de descubrir lo que había arriba, había inhalado algo fétido y picante que le llenó los pulmones.

Un débil golpe metálico a la izquierda.

Vaciló y empezó a asustarse. Hizo girar los brazos como molinos de viento para poder mantener el equilibrio.

Otro golpe metálico.

Saltó. Esta vez lo hizo hacia fuera y en un ángulo cuya dirección se debía más a la pérdida de equilibrio que a un propósito preconcebido.

Se remontó vertiginosamente bajo la elevada bóveda de arcos. Una súbita frialdad le invadió el pecho y percibió que un millar de ojos hostiles le taladraban. No era consciente de que la curva suave que describía era una parábola, pero al instante se dio cuenta de que cuando llegara al punto más alto permanecería demasiado tiempo inmóvil, destacándose sobre el frío techo debido a su propio calor y a la radiación. Por esto, cuando pasó cerca de una viga ancha, se retorció para agarrarse a ella. Se izó hasta aquella repisa áspera llena de fragmentos de orín.

Rodó, perdió el punto de apoyo, y de poco cayó por el lado contrario. El polvo, acumulado a lo largo de mucho tiempo, le picaba en la nariz. Aquella oscuridad que le amodorraba parecía surcada de destellos de color amarillo y marfil. Killeen se sostuvo sobre manos y rodillas, y parpadeó para dejar que sus ojos se ajustasen a la oscuridad.

Estaba cara a cara con un mec. Era un peón que tenía tres ojos, con la piel de bruñido organoplástico y unas manos romas de latón para coger y estirar. No era un luchador, pero se le vino encima rápidamente cuando Killeen todavía no disponía de una imagen nítida.

Killeen sacó al instante un lanzador de baquetas que llevaba en el cinturón y lo dirigió hacia el peón. Este no sabía ninguna técnica de lucha pero, sin duda, estaba bajo el control de alguna forma más elevada. El peón embistió y fue a dar contra él. La aguzada punta percibió al mec, que se acercaba, y se disparó lateralmente hacia el punto más vulnerable. Killeen la sostuvo con fuerza y notó que la punta penetraba junto a una pequeña ranura cerámica de ventilación. La punta encontró un circuito, realizó su magia y el mec de repente se quedó inmóvil.

Pero no era más que un simple peón. Killeen rodó hacia la izquierda para estudiar el escenario. Al otro lado del abismo se extendían otras vigas que aparecían como unas líneas sólidas y negras dibujadas en el resplandor gris formando una trama. Algo se deslizaba a lo largo de una de ellas. No, a lo largo de tres de ellas. Se trataba de unas formas opalescentes que avanzaban a pequeños saltos y con los pies muy bien asegurados.

Y más atrás, en aquella lóbrega oscuridad que cada vez era más impenetrable, había dos más. Disponían de sujeciones de tracción que los fijaban a las vigas y les permitían avanzar con facilidad. Los cuerpos eran alargados, y esto hacía que su paso deslizante se pareciera al vuelo de una pluma. Y entre los refuerzos en forma de cuña de las vigas, unas sombras menores rondaban entre los puntales remachados.

Killeen se tocó con la lengua la muela del juicio y transmitió: Quedaos quietos. Están por arriba. Utilizó un canal de baja frecuencia que jamás llegaría a comprender pero que llevaba usando desde que tenía uso de razón.

Su única ventaja residía en el cuerpo del peón. Sacó de su cinturón una pistola de impulsos y se apoyó con recelo en aquel caparazón sin vida. El blanco más próximo se acercó a él, tal vez por curiosidad, pero lo más probable es que siguieran un plan de búsqueda.

Allí abajo, las tinas estaban cubiertas de humos. Killeen dio un rápido vistazo utilizando la banda de infrarrojos y vio un laberinto multicolor, salpicado de unas cabezas de alfiler brillantes que podían ser humanos. En cuanto aquella manada de mecs se fijara en el suelo, tendrían muchos blancos donde escoger, no le cabía duda.

Disparó limpiamente sobre el primero. Los ojos delanteros del mec lanzaron un chispazo azul y luego murió. El siguiente objetivo empezó a localizarle. Empujó con el pie, con fuerza, el cuerpo del peón, que se balanceó en precario equilibrio. Gracias a este movimiento, daba la sensación de estar aún activo. Al instante, algo se estrelló contra el mec y produjo unas redes azules de líneas de fractura.

Muy bien. Aquello les indicaría que aquel mec estaba muerto y que debían buscar cualquier otro objetivo. Estupendo. Volvió a darle otra patada y lo hizo tambalear. Un segundo disparo dio en el peón y se llevó por delante un trozo del lado más alejado. El mec se dobló de lado y cayó, lo que dejó a Killeen al descubierto.

Estaba preparado y disparó rápidamente a cuanto tenía delante. Ya notaba en el ojo derecho una ilusión de una bruma anaranjada. Sabía que le dejarían ciego si podían encontrar la oportuna clave de entrada a su sistema nervioso.

Otras dos siluetas oscuras dispararon contra el mec mientras caía. Les localizó por las repentinas descargas de emisión en la radio. Supuso que les había herido. Después el mec golpeó el suelo y produjo un tremendo ruido que casi le dejó sordo porque, sin saberlo él, su sensibilidad auditiva había aumentado mucho. La conmoción originó gritos de sorpresa en su oído interno, que procedían de la Familia.

Una descarga verde brilló a su derecha. Se oyó un crispado chisporroteo acompañado del decreciente hurriiiiii de un mec herido.

Un ronco grito de triunfo y más disparos.

Killeen oía el extraño whoooom de los rayos que pasaban cerca de él. Si uno de ellos llegaba a tocarle, se pasearía por sus circuitos, y se apoderaría de sus nervios, o algo peor. Envió varios disparos al lugar de donde procedían. Aquellos mecs eran de una clase nueva para él, pero se desplazaban con rapidez en la oscuridad; no eran unos meros recogedores de basura. No tiraban a matar, sino para analizar y trastornar.

—¡Allí! ¡Arriba!

Se está acercando a ti, Jake.

Te persigue. Vigila

Un resplandor blanco.

—¡Jake!

El repentino centelleo cegó por unos momentos a Killeen. Mantuvo la cabeza agachada mientras sus sistemas se ajustaban. Cuando volvió a mirar, comprobó que habían muchas menos señales de mecs en la banda de infrarrojos.

Por el oído interno percibía unas voces roncas.

Ledroff daba órdenes, con frialdad.

Alguien estaba contando los mecs muertos, pero Killeen no le hizo caso. Estaba comprobando que no hubiera movimientos entre las tinas. Por un oscuro pasillo inferior se acercaba un objeto con gran habilidad. Tenía la cabeza alargada, parecida a la de un hurón, y el cuerpo oblongo. Killeen lo identificó: era un Especialista.

El Especialista se deslizaba entre módulos de reparación y siguió avanzando con rapidez a través de los cajones de piezas de repuesto. Sus piernas en forma de huso se agitaban hasta encontrar puntos de sujeción.

Los Especialistas no luchaban ni destruían. Sin embargo, eran muy eficientes para organizar e instruir a equipos de peones.

Era probable que por lo general aquel no se preocupara por una banda de basureros que se hubiera introducido en la estación de descanso.

Sin embargo, había organizado a los peones en la parte alta para que sirvieran de distracción mientras él se arrastraba por abajo. Aquello indicaba que, o bien aquel Especialista se sentía particularmente amenazado, o bien había recibido alguna instrucción específica de actuar contra los humanos, a pesar de que este no era su cometido principal.

Y estaba sólo a unos pocos metros de distancia del escondrijo donde se agazapaba Toby.

Killeen sabía que no podía penetrar el caparazón de la parte superior del cuerpo del Especialista con un rayo.

Sólo lo podría lograr con la baqueta.

Se apoyó en los pies, muy agachado, y calculó la distancia. Un mensaje direccional dirigido a Toby pondría sobre aviso al Especialista. Se dispuso a saltar y…

… whooooom… una nube cegadora le inundó con deslumbrantes imágenes de desiertos amarillentos, de áspera arena, y con un olor desagradable y dulzón a carne asada; todo ello mezclado le llegaba aprisa y con furia. Perdió el equilibrio y notó que manos y pies se le quedaban entumecidos por un tremendo frío.

Pero saltó, de todos modos.

El suelo se acercaba a toda velocidad y se inclinó hacia delante. Notaba el cuerpo insensible por completo, pero todavía era capaz de obligar a sus manos, que sentía fláccidas y como hechas de serrín, a que empujaran la baqueta hacia adelante. El viento silbó. El Especialista brilló como si fuera de metal puro, emitiendo una luz que se iba amortiguando. La baqueta cobró vida y fue girando la punta a medida que los diminutos sensores buscaban e identificaban. El brillo cerámico del Especialista la atrajo.

Killeen disparó a las botas del Especialista y luego retrocedió. La punta de la baqueta se introdujo y observó claramente cómo culebreaba, buscaba y mordía con fuerza cuando se hubo introducido. Una rápida descarga eléctrica lo atravesó e interrumpió la conexión a masa del Especialista, lo que agotó por completo su fuente de energía entre oleadas de chispazos y chasquidos.

Se quejó y quedó congelado.

Killeen descansó tumbado un buen rato, recuperando el aliento y la realidad de sus percepciones.

Algo le había herido con fuerza justo antes de que saltara. Prestó oído a los distantes gritos entrecortados e intentó identificar cada voz con un nombre. Todos estaban comentando algo relacionado con Jake, pero tardó un tiempo en desentrañar aquella mezcla de voces.

Sólo cuando, a pesar de la rigidez que sentía en todo el cuerpo, logró apartarse de la curvada espalda de carbocromo del Especialista, llegó a comprender lo que decían: Jake el Sanador había muerto. No sólo muerto, sino que había desaparecido con una muerte definitiva. Algún mec de los que andaban por las semioscuras vigas había dado con Jake y había sorbido su propia esencia, para desaparecer sin más.

Toby apareció ante su vista, y se volvió a apoyar sobre la cubierta del Especialista. El muchacho introdujo una bebida en la boca de Killeen y le llamó con ansiedad. Killeen susurró algo y su voz sonó como un gruñido. Poco a poco, el mundo volvió a cobrar su antiguo aspecto.

Ledroff apareció pisando firme, descendía de la parte alta saltando por las vigas, que ya habían recobrado su aspecto habitual. Llevaba una antorcha de luz anaranjada. Ledroff sufría un ataque de rabia ciega y los ojos le brillaban. Cinco mujeres buscaban entre las riostras a los mecs que les habían atacado, pero ya no quedaba nada de ellos. Ledroff encontró a Killeen reclinado entre las piernas cerámicas del Especialista y aterrizó unos pasos más allá con un silbido mecánico.

—¿Qué has hecho?

—Oí que venían, y subí lo más arriba que pude. —Se comprimió los ojos con los dedos en un intento de recuperar la visión normal.

—¿Disparaste primero?

—Claro que sí. —Killeen notó que los ojos le volvían al estado normal. El mundo se abalanzó sobre él, pero luego se quedó tranquilo.

—Yo había ordenado que no se disparara.

—No tuve tiempo para preguntarlo.

—¡Maldito loco! No eran más que mecs ordinarios. Nos habrían dejado tranquilos si tú no…

—Cuidado con lo que dices, Ledroff. Estaban bajo un control superior.

La cara de Ledroff adquirió una expresión de incredulidad.

—¿Un control de quién?

Killeen dio una palmada sobre el Especialista.

—Sólo es un trabajador —dijo Ledroff rechazando la idea—. No nos hubiese perseguido.

—Pues lo hizo. Si no me equivoco, le sorprendimos en este Comedero mientras lo reparaban. Toby encontró las piezas. ¿Te acuerdas?

—Podrían haber estado allí desde quién sabe cuándo.

—Los peones habrían recogido las piezas. El Especialista las dejó caer y él mismo terminó rápidamente el trabajo de reparación, cuando oyó que nos acercábamos.

—¿Y se quedó los peones con él?

—Eso parece. Estos mecs de aquí arriba, obsérvalos con cuidado. Modificados. El Especialista sabía mucho de esto. Nos oyó y retrocedió. Estuvo estudiando detenidamente la situación. Fabricó una pequeña partida de ataque mientras dormíamos, durante la noche pasada.

Ledroff frunció el ceño.

—Tal vez.

Killeen suspiró.

—Tiene que haber sido así.

Toby intervino:

—Eso es lo que ha sucedido.

Ledroff sonrió al muchacho.

—Yo decidiré esto.

Killeen estaba a punto de escupirle una réplica airada cuando Jocelyn llegó apresuradamente y dijo:

—Capitán, lo hemos intentado con Jake. No hemos podido salvar ni una migaja.

Ledroff asintió con serenidad. Al oír que llamaban Capitán a Ledroff, Killeen se sorprendió. Ahora estaba obligado a obedecer las órdenes de aquel hombre.

Ledroff ya llevaba el manto de Capitán con una gravedad inconsciente. Dijo, como hablando consigo mismo:

—La clave está en saber qué quería el Especialista.

—Matarnos —contestó el muchacho con una horrible sencillez.

—Los Especialistas hacen cosas, Toby —objetó Ledroff, que alzó un brazo desprendido del mec abrasado y lo sopesó—. Nunca han cazado humanos.

—Hasta ahora —murmuró Killeen—. Hasta ahora.