A
lgo les seguía.
La Familia acababa de pasar con apuros por una cresta muy escarpada bajo un cielo color jade pálido. Las emociones de Killeen seguían conmoviéndole mientras bajaba a grandes zancadas por la pendiente.
La tierra roja estaba profundamente arrugada y erosionada. Se distinguía con toda claridad el laberinto de huellas de tractor que hendía aquella tierra reseca. Caía tan poca lluvia allí, que las huellas podían muy bien tener un siglo de antigüedad.
Al pie de la pendiente, se extendía un complejo industrial, con tejados con franjas de color negro. Killeen voló sobre las bruñidas cúpulas de ébano, haciendo que los peones huyeran precipitadamente de su sombra a la vez que manifestaban su grosera y estúpida irritación.
Killeen apenas llegó a verlos. Buscaba los indicios de puntas aguzadas que destacaban estroboscópicamente en su retina derecha.
Allí. Bastante lejos hacia atrás, descubrió un fugaz bailoteo verde. Aparecía y desaparecía, cada vez en un lugar distinto.
Allí, otra vez. Muy lejos, por donde habían pasado.
Aquello les seguía de forma directa. No se trataba de una maniobra típica de los Merodeadores. Era algo más astuto.
Parpadeó para obtener la imagen alternativa. La Familia aparecía como un despliegue desigual de huellas azules en el mapa topográfico. Le satisfizo ver que se mantenían formando un bonito triángulo irregular. Cermo el Lento iba, como siempre, arrastrando el culo, en retaguardia.
Killeen se localizó a sí mismo, en el vértice, como un punto ambarino que parpadeaba. Iba en cabeza. El objetivo principal.
Sonrió. Aquella era la primera vez que marchaba en cabeza, y la situación le enfrentaba a un condenado enigma. Cuando la Capitana Fanny le había mandado que marchara al frente, había intentado que le cambiaran de sitio. Había otros con mayor experiencia: Ledroff, Jocelyn, Cermo. Hubiera preferido quedarse atrás. Fanny seguía mandándole trabajos extras, como aquel, y aunque había obedecido sin protestar todas las órdenes, se había puesto nervioso desde el primer momento.
Fanny sabía mucho más que cualquier otra persona, y podía descubrir los propósitos de los Merodeadores a través de sus artimañas. Debería estar allí delante, pero seguía empujándole a él.
Y ahora sucedía aquello. Se dejó caer al suelo, con los ojos entrecerrados.
Killeen descendió sobre un bloque de polialúmina, el viejo material que los mecs habían utilizado para algún propósito olvidado desde mucho tiempo atrás. La pelusa de embalaje flotaba en el viento tibio, y dejaba unos trazos grises y sucios allí donde se arremolinaba sobre la protección exterior de carbono de sus botas acolchadas. La basura de los mecs llenaba el suelo, pero eso era tan frecuente que ni siquiera se dio cuenta de ello.
—Detrás hay algo que nos vigila —transmitió Killeen a Fanny.
—¿Un Ojeador? —le preguntó ella a modo de respuesta.
—No, jefe; negativo. —Killeen contestaba con rapidez para disimular el nerviosismo—. ¿Crees que te habría alertado si se tratara del mismo Ojeador que nos está siguiendo desde hace días?
—Pues, entonces, ¿qué es?
—No lo sé. Primero parece grande pero después disminuye de tamaño.
Killeen no sabía cómo funcionaba su escáner de área retinal, sólo tenía una vaga idea de lo que eran las pulsaciones de radar; pero sí sabía que en principio las cosas no tenían por qué verse grandes al aparecer por primera vez, y hacerse menores a la siguiente pasada. La práctica proporcionaba más información que el análisis.
—¿No tendrás el equipo averiado?
—Supongo que no, porque transmite bien —dijo Killeen de mala gana. ¿Estaría Fanny tomándole el pelo? No sabía qué le disgustaría más: que algo se les viniera encima de aquella manera o que su equipo le dejara en la estacada.
Fanny suspiró. Era una mota casi invisible detrás de él, a la derecha; una figura delgada y ágil. Killeen podía oír cómo hacía castañetear los dientes mientras intentaba llegar a una conclusión, era una manía de la Capitana.
—¿Qué ordenas? —insistió con impaciencia. Era asunto de ella, puesto que era la Capitana de la Familia y tenía a su espalda una larga vida rica en acontecimientos y experiencias, la clase de conocimientos que resultaban imprescindibles al tratar con los mecs Merodeadores.
Había sido Capitana durante todo el tiempo en que la Familia Bishop había estado viajando. Conocía el arte de huir y el de perseguir, el de saquear y el de robar, el de engañar y el de atacar. Y durante todos aquellos años terribles había mantenido a la Familia unida.
—¿Se aproxima más?
—Así parece, pero se escabulle enseguida.
Fanny volvió a hacer castañetear los dientes. Killeen podía ver, mediante la visión mental, que la Capitana entrecerraba los ojos mientras consideraba sus posiciones. Su cálida presencia anulaba el aparato sensorial de Killeen, proporcionándole una calma segura y constante. Había sido Capitana durante tanto tiempo y había desempeñado tan bien el cargo, que Killeen no podía explicarse cómo la Familia había podido arreglárselas sin ella antes, cuando vivían en la Ciudadela.
—En este caso, vamos a hacer el puño —ordenó con determinación.
Killeen se había quitado un peso de encima.
—¡Así se habla!
—Toca llamada.
—¿No lo vas a hacer tú? —preguntó parpadeando.
—Tú eres el hombre en cabeza. Actúa como tal.
—Pero tú sabes más sobre… —Era evidente la vacilación de Killeen. No le gustaba tener que admitir sus propias debilidades, y menos si, como era muy probable, Ledroff y los demás estaban a la escucha. Pero aún le gustaba menos la perspectiva de dirigir un ataque—. Mira, Ledroff ya lo ha hecho antes. Y Jocelyn también. Voy a retrasarme y…
—No. Tú.
—Pero yo no…
—¡He dicho que no! —Era brusca, agresiva—. ¡Haz la llamada!
Killeen se humedeció los labios y se calmó. Emitió por la comunicación general:
—¡Atentos todos! ¡Vista a la izquierda! ¡Puño!
Casi todos los miembros de la Familia estaban en la abrupta línea de la cresta. Esta posición iba a proporcionarles algún resguardo frente a lo que pudiera llegar desde atrás. Comprobó que se desbordaban por las laderas rojizas y sembradas de hoyos. Eran como un fluido que se desparramaba lentamente; los débiles acuses de recibo le llegaban como si fueran los gritos de unos insectos diminutos.
Por un momento, Killeen no tuvo en cuenta que recibía las respuestas por medio de ondas de radio, porque durante toda su vida había estado inmerso en un baño sensorial originado por la unión de las señales acústicas y de las electromagnéticas. Poder distinguir entre ambas exigía más ciencia de la que él dominaba, incluso más de la que podía llegar a dominar. En lugar de esto, recibía el conjunto salpicado de voces como un zumbido intermitente, que llegaba desde lejos atravesando el silencio caliente e inmóvil de aquel atardecer polvoriento. A pesar de que cada miembro de la Familia se deslizaba en largos y hermosos arcos, a Killeen le parecía que todo el grupo estaba detenido algo más allá porque el avance era muy gradual, como si se tratase de una melaza oscura y viscosa que se deslizara hacia abajo por la pendiente. Pesados y lentos, iban llegando aquellos maltrechos restos de la humanidad, tal vez lo último que quedaba de ella; llegaban ansiosos, llevados por un instinto gregario, tribal.
Killeen captó fragmentos de conversación procedentes de Ledroff:
—¿Por qué la Capitana le ha colocado a él? ¿Por qué diablos está allí delante…?
—¡Basta de charla! —ordenó Killeen.
—No es capaz de encontrarse el culo, ni utilizando ambas manos…
—¡He dicho que os calléis! —remachó con fiereza.
Killeen ya había oído con anterioridad las pullas de Ledroff por el intercomunicador. Hasta aquel momento, no le había hecho el menor caso. No veía la necesidad de provocar un enfrentamiento con aquel hombre grande y engreído. Pero en aquella ocasión, Killeen no podía pasarlo por alto. No, cuando aquello podía representar ponerles en peligro a todos ellos.
—Me parece que está viendo fantasmas que le hacen saltar de miedo —dejó caer Ledroff antes de callarse.
Killeen hubiese deseado que la Capitana Fanny interviniera en la comunicación general e hiciera callar a Ledroff. Habría bastado un sencillo chasqueo desaprobatorio de lengua.
La Familia avanzaba a gatas, utilizando los conocimientos adquiridos a lo largo de aquellos años tan duros. Desviándose hacia la izquierda, se infiltraban por entre los voluminosos edificios con cúpulas del complejo industrial.
Los mecs de la fábrica se detuvieron de repente cuando la Familia se escabulló con ligereza y rapidez por los patios de trabajo. Después, aquellas voluminosas y desmañadas máquinas retrocedieron, guardando sus extensores dentro de las deterioradas cápsulas de aluminio. Aquellos mecs no tenían otro sistema de defensa, y la Familia no se preocupó más de aquellos objetos de hocico alargado y forma de tortuga.
Pero a pesar de todo, los humanos debían darse prisa. Sabían que si se quedaban mucho tiempo, aquellos esclavos mecánicos que pensaban con lentitud emitirían una llamada. Entonces llegarían los Lanceros, o algo peor.
Killeen consideró durante un momento la posibilidad de que el objeto que les perseguía fuera un Lancero solitario, al que hubieran llamado por algún pequeño pillaje que la Familia hubiera cometido unos pocos días antes. Comprobó los débiles indicios que le llegaban desde atrás.
No. Aquella cosa no se parecía en nada a un Lancero. Era un objeto de menor tamaño, sin duda. Apenas recibía una imagen mínima. Sin embargo…
—¡Ya! —gritó. Se golpeó la sien derecha dos veces con el dedo índice para transmitir a toda la Familia el mapa topográfico de situación de todos ellos—. ¡Nos hemos de agrupar!
Se diseminaron con un rumor de excitación, rompiendo la formación triangular parecida a un enjambre de abejas que habían adoptado hasta entonces. Formaron los tradicionales anillos concéntricos, con algunas irregularidades porque la Familia sólo contaba con doscientos setenta y ocho miembros, de los cuales algunos eran lentos o estaban enfermos: cojos, ancianos o heridos en las pasadas camorras, luchas y enfrentamientos.
Fanny descubrió el problema y ordenó:
—¡Mostremos nuestros talones al viento!
Aquella antigua manera de dar órdenes funcionó. Empezaron a correr con mayor rapidez, acuciados por un miedo inmencionable pero agudo.
Killeen transmitió el último mapa topográfico a Fanny, en el que se veía una desordenada serie de trazos blanquiazules detrás de ellos.
Fanny le transmitió:
—¿Dónde está?
—No lo sé. Parece como si hubiera una especie de pantalla.
—¿Una confusión deliberada?
—Creo que no. Pero…
—En situaciones como esta, los mapas topográficos no sirven para averiguar el tamaño. Calcúlalo por la velocidad. Ningún mec de fábrica se puede mover tan veloz como un Merodeador.
—Este va lento, pero de repente acelera.
—Tal vez sea un Merodeador.
—¿Crees que deberíamos detenernos y esperar a que se acerque?
Percibió la mirada calculadora de ella, como si se tratara de una cuña fría que se hundiera en su aparato sensorial.
—¿Qué piensas tú?
—Pues… bien… Tal vez se limita a observarnos.
—Podría ser. —Ella no cedía en lo más mínimo.
—En ese caso, sería preferible que siguiéramos, como si no le hubiéramos visto.
—A la larga, podemos seguirle la pista, claro.
Killeen se preguntaba qué quería decir Fanny con aquello pero prefería no preguntárselo, y mucho más sabiendo que Ledroff estaba a la escucha. Informó con precaución:
—Sigue dando saltos por ahí.
—Podría tratarse de alguna nueva técnica de los mecs.
¿Sí?, pensó. ¿Y cómo debemos responder? A pesar de ello, mantuvo un tono de voz neutro y seguro al contestar:
—Lo mejor será hacerle pensar que no le hemos visto. Si lo que está haciendo es sólo probar su equipo, se marchará.
—Para regresar cuando estemos dormidos —continuó ella sin alzar la voz.
—¿Y qué? La centinela le descubrirá. Si le disparamos ahora, que no alcanzamos a verle bien, tal vez se marche. Pero en la próxima ocasión regresará, con una mejor técnica mec para que no le descubramos, y nos liquidará.
Fanny permaneció en silencio durante un largo tiempo; Killeen se preguntaba si no había quedado como un tonto. Ella le había enseñado sus mañas, y él siempre se había sentido torpe comparado con el dominio pleno, casi espontáneo, que ella tenía de las tradiciones de la Familia. Podía ser una Capitana severa con una táctica astuta, firme y rápida. Y al final de la huida o de la lucha, al reunirse alrededor de las hogueras nocturnas para explicarse historias, podía mostrarse tan acogedora como una abuela. Killeen haría cualquier cosa para no decepcionarla. Pero tenía que saber cómo actuar, y ella no le daba ninguna pista.
—Creo que sí. Es la mejor solución, suponiendo que se trate de un Merodeador corriente.
Killeen se sintió orgulloso por haber merecido su aprobación. Pero cierta nota de preocupación en la voz de Fanny le obligó a preguntar:
—¿Y si no lo es?
—Tendremos que correr. Y correr aprisa.
Ya habían dejado atrás las montañas. La Familia corría a través de unas tierras llanas y erosionadas. Fanny preguntó entre jadeos.
—¿Lo ves ya?
—Negativo.
—Ya debería haber coronado la cima. Esto no me gusta.
—¿Crees que se trata de una trampa? —Mientras estudiaba la pantalla topográfica, Killeen se planteó cuatro posibilidades. De nuevo deseaba que Jocelyn, o hasta el maldito Ledroff, estuvieran en su lugar. Si se aproximaba un ataque, quería estar cerca de su hijo. Exploró hacia delante y descubrió a Toby en medio de la formación en movimiento de la Familia.
Fanny se retrasó para escudriñar la cresta.
Killeen volvió a buscar el elusivo perseguidor. La imagen topográfica bailaba ante sus ojos, emitiendo cintas de luz.
Más trazos nebulosos.
Hacia la derecha apareció una ligera mancha de azul pálido.
Killeen se dio cuenta demasiado tarde de que hubiera sido mejor mantenerse en la cresta. Se habían puesto al descubierto y habían perdido al enemigo. Gruñó a causa de la frustración y corrió hacia delante.
Habían avanzado un buen trecho por el extenso valle cuando miró hacia la derecha y descubrió primero la capa sobrepuesta de verde parpadeante y después los lejanos declives rocosos. Se trataba de unas rocas recientes, hendidas por algún minero, con la ambarina superficie excavada y estriada.
Pero también vio un corte limpio que no estaba allí unos momentos antes. Killeen estaba seguro de no equivocarse.
—¡Orientaos hacia mi dirección! —gritó a toda la Familia, y se abrió paso hacia una colina baja—. Fanny, sería conveniente que tú…
Killeen oyó un agudo crujido.
Vio que Fanny caía, lanzando un grito de sorpresa. Luego, su voz se hizo más aguda expresando un dolor sofocado pero sobrecogedor.
Se volvió y disparó hacia las lejanas colinas esculpidas, donde se alzaban unos bloques sin terminar de piedras romboidales.
Le llegó el eco de un ruido seco, el crujido producido por la destrucción de un circuito.
Había logrado un impacto directo. Probablemente no sería suficiente para que aquella cosa cayera muerta, pero por lo menos les proporcionaría algunos segundos de respiro. Gritó:
—¡Corred, a toda velocidad!
Con Fanny herida, él debía llevarse a la Familia lejos y sin demora. Killeen parpadeó, vio los puntos azules de la Familia que viraban hacia el terreno quebrado donde podrían hallar algún refugio. Bien. ¿Pero, dónde estaba…?
—¡Toby! Métete en aquel lecho de río, ¿lo ves?
A un kilómetro de distancia, su hijo vacilaba.
—¡Hacia tu derecha!
Por unos instantes, todo pareció balancearse al borde de un abismo de angustia. Killeen estaba seguro de que el equipo de su hijo estaba averiado o sobrecargado, impidiéndole recibir el aviso. O tal vez el muchacho estaba confundido por la acumulación de ruidos electrónicos. O muy cansado por la carrera. Y se quedaría de pie sobre la reseca llanura, donde formaría el único objetivo sencillo e inmóvil que se destacara en las lentes oculares del invisible Merodeador mec. La indecisión de su hijo le convertía también a él en un blanco inmóvil.
En aquel momento de suspense, Killeen recordó cierta ocasión en que había tomado parte, junto a su padre, en una operación de búsqueda entre la basura. La expedición para recoger algunos chips que necesitaban era tan fácil que su madre había consentido que él fuera. Y allí, por pura casualidad, un Merodeador había dado con ellos mientras saqueaban una aislada y destartalada estación de campo donde trabajaban unos peones mecs con su servilismo callado y estúpido. Killeen se había unido a una expedición secundaria para apoderarse de unos servos que había en un polvoriento almacén y, durante el ataque, el Merodeador (un Batidor, viejo pero con armamento completo) le había visto y acorralado. Tres hombres y una mujer habían volado el Batidor, haciéndolo saltar en pedazos cuando se encontraba sólo a dos pasos de Killeen, quien huía desesperadamente. El terror había sido tal que se había cagado en el traje. Pero lo que más recordaba no era la vergüenza cuando el olor de la mierda se hizo evidente, ni las pullas de sus amigos. En vez de ello, sólo recordaba el perturbador instante en que su padre le miró con los ojos hundidos en las cuencas y pálido como un muerto. Aquellos ojos le habían taladrado con desesperación. Y Killeen sabía que su propio rostro estaba mirando con un rictus de horror anticipado mientras su hijo permanecía inmóvil, de pie, durante todo el inmutable tiempo perdido que dura un latido del corazón.
—¡Toby!
—Uh, ya voy.
La distante figura se metió bajo un muelle que había en el meandro fósil de lo que había sido un curso de agua.
Killeen no podía respirar. Se dio cuenta de que él mismo se había quedado rígido, convertido en un blanco perfecto.
—Agáchate y corre, muchacho —le gritó mientras él mismo se desviaba y salía escabulléndose.
Oyó que algo pasaba cerca de él —tsssip— a través del aire silencioso.
Vislumbró unas chispas anaranjadas, como unas rápidas flechas en el ojo derecho. Aquello significaba que algo le estaba sondeando, buscando un camino para meterse en su interior. Y era rápido, más rápido de lo que nunca hubiera visto.
Un picor y un sudor frío le sofocaban por dentro con un áspero susurro, mientras corría.
Killeen se dejó caer al suelo.
—¡Fanny! ¿Cómo estás?
—Yo… auhhhh… no puedo…
—Esa cosa. ¿Qué es?
—Yo… No lo había visto… desde… años…
—¿Qué podemos hacer?
Ledroff intentó meterse en aquella línea de comunicación de cono muy estrecho. Killeen soltó un juramento y anuló su conexión.
—No creas… lo que… veas…
—¿Qué es…?
Fanny tosió y su línea de comunicación quedó en silencio.
Fanny tenía más conocimientos que cualquier otra persona de la Familia acerca de los extraños y mortíferos mecs. Había luchado contra ellos durante mucho tiempo, antes de que Killeen naciera. Pero Killeen podía deducir por la lentitud de su voz que aquello se había aferrado a la Capitana, tal vez le había destruido alguna conexión nerviosa.
En consecuencia, no podía contar con la ayuda de la experimentada anciana.
Killeen volvió a observar las retorcidas y elaboradas formas de piedra que se erguían en las laderas lejanas. Podía distinguir unos planos distorsionados, unas superficies esculpidas con propósitos incomprensibles para los humanos. No se entretuvo a pensar en ellos, porque hacía mucho tiempo que había aprendido a ignorar lo que ningún ser humano podía descifrar. En cambio, intentó averiguar si los cortes de las grietas eran recientes, lo cual indicaría que se trataba de una autoescultura. Pero no lo consiguió.
—¡Jocelyn!
Las trabajadas superficies de las piedras se hicieron más ligeras. Empezaron a brillar. Killeen tuvo la vertiginosa sensación de que podía distinguir, a través de las desnudas piedras, una ciudad surgida de repente, con murallas y paredes de granito macizo, que zumbaba con una energía roja y se iba hinchando ante sus ojos.
—¡Maldito sea todo! ¿Qué es esto? —se preguntó a sí mismo en voz baja.
La ciudad resplandecía cristalina, a lo lejos. La roca vulgar se fundía para convertirse en una filigrana transparente.
Y luego volvió a ser piedra esculpida.
Jocelyn le llamó, incrédula:
—¿Es así toda la ladera de la colina?
Killeen gruñó:
—Un espejismo de esta envergadura requiere un gran mec.
—O uno de una nueva clase —dijo Jocelyn.
Había llegado desde la derecha, inclinada hasta el suelo y corriendo con compresores. Tras ella, la Familia huía a toda velocidad, Killeen recibía el jadeo de las respiraciones en proporción a la distancia. Constituían un constante coro de fondo, como si todos le estuvieran observando; era como si la Familia, al mismo tiempo que corría en busca de seguridad, estuviera todavía allí para ser testigo de aquella última adición infinitesimal a la prolongada lucha sin esperanza frente a las máquinas. Sentía que estaban a su alrededor como un silencioso jurado.
Jocelyn le llamó:
—¿Le has dado a algo?
Killeen se agachó detrás de los restos de unas antiguas vigas retorcidas. Los largos espacios entre ellas estaban señalados por unas brillantes costras de orín.
—Creo que sí.
—¿Era algo sólido?
—Negativo. Por el ruido que hizo diría que le he dado a un circuito mec, eso es todo.
—Entonces estará todavía allí, escondido.
Todavía no podían ocuparse de Fanny. Se mantuvo a una prudente distancia del cuerpo inerte, porque estaba seguro de que aquel era ya un blanco perfectamente localizado.
—Puedo olerlo. —La voz de tiple de Jocelyn, que por lo habitual era suave, sonaba aguda y alta.
También podía olerlo él, ahora que se había tranquilizado un poco. Era un hedor pesado, aceitoso. Sus detectores implantados le transmitieron el olor en vez de los parámetros codificados. Los humanos recordaban mejor los olores que los datos. Pero no pudo reconocer aquella química espesa y próxima. Estaba seguro de no haberla experimentado antes.
Un febril sonido hueco —whuuung— retorció el aire. Llegó a Killeen como una vibración más baja de lo que cualquier oído podía captar, una mezcla de murmullos infrasónicos que llegaba hasta sus pies y un crepitar electromagnético cuya frecuencia iba aumentando al mismo tiempo que se suavizaba y que llegaba hasta él en la brisa.
—Nos está lanzando bloqueadores —observó—. Debe de haber usado una combinación de ellos en Fanny, pero no surten ningún efecto sobre nosotros.
—Ella tenía un equipo muy antiguo —comentó Jocelyn.
—Probablemente en este mismo momento, el mec está cambiando las claves —dijo Killeen, respirando profundamente y deseando poder hacer algo, lo que fuera.
—Nos está buscando.
—Afirmativo. Estoy de acuerdo —murmuró Killeen. Intentaba recordar. Años atrás, habían surgido algunos mecs que actuaban así. Transmitían algo que se metía en tu interior y que actuaba sobre tu percepción de las cosas. Podía hacerte creer que estabas contemplando un paisaje, cuando en realidad las imágenes eran artificiales, dejando fuera lo que…—. Mantis —exclamó de repente—. Mantis. Fanny los llamaba así. Los había visto un par de veces.
Un Mantis proyectaba ilusiones más elaboradas que cualquier otro mec. Podía evocar imágenes del pasado y metértelas dentro de la cabeza, tan aprisa que no podías distinguirlas de la realidad. Y detrás de aquellas imágenes se escondía el Mantis, que se acercaba cada vez más, intentando abrir brecha en ti.
—¿Crees que debemos correr? —transmitió Jocelyn, que era ya una mota distante en retirada, preparada para salir corriendo.
—No, si hay una gran mancha verde a mi espalda.
Killeen empezó a reír con desatino, lo que en aquellos momentos le resultaba más fácil que pensar. Había aprendido que aquellas decisiones tenía que tomarlas en el instante preciso. Cualquier otra actitud no servía más que para aumentar la preocupación, y eso entorpecía las reacciones cuando la rapidez era lo indispensable.
Su problema residía en el equipo de planos y de topolocalización, ya que era el único miembro de la Familia que disponía de uno. Se lo colocó a la espalda, lo más bajo posible.
La leyenda contaba que el hombre del topo era el primero al que intentaban freír. Se decía que los mecs cazadores, Lanceros, Ojeadores y Batidores, veían el equipo como una mancha verde brillante y se orientaban hacia ella. Podían hacer rebotar en él sus ululantes voces para obtener así una especie de sonar direccional. Y después ululaban con mayor intensidad, transmitiendo algo que invadía el equipo del hombre del topo y luego penetraba profundamente en su cabeza.
—¿Qué haremos, pues?
—Tenemos que disparar.
Percibió el gruñido de protesta de Jocelyn. A ella no le gustaba aquello. A decir verdad, tampoco le gustaba a él. Si aquella cosa Mantis era sólo la mitad de efectivo de lo que Fanny había calculado, podía localizar un disparo y descubrir al tirador antes de que pudiera levantar las defensas.
Pero si no mataban aquel Mantis entonces, podía llegar hasta ellos y destrozarles con los cortadores antes de que pudieran ponerle la vista encima.
—Espera, estoy intentando acordarme de algo que me contó Fanny.
—Vale más que te acuerdes pronto.
El método didáctico de Fanny era enseñar contando historias. Había mencionado algo referente a la Calamidad, acerca de cómo en medio de la peor batalla de la humanidad, algunos Bishop habían encontrado un modo de romper los espejismos.
Con un dedo se golpeó con cuidado los dientes apretados, un golpe corto y otro largo. Aquello dispuso su visión de manera que los rojos le llegaban con mayor fuerza. Los azules se difuminaron, dejando tras de sí una accidentada tierra resplandeciente que hervía en un fuego líquido. El cielo era una descolorida vacuidad. A través de la lejana ladera, aparecían unas franjas de color carmesí correspondientes a mareas de temperatura, a medida que sus ojos iban cubriendo el espectro.
—Fanny está herida. ¿Crees que podemos ir a buscarla?
—¡Silencio!
Movió la cabeza con violencia, mirando detenidamente al frente, manteniendo los ojos fijos en un lugar. ¿Qué había dicho Fanny…? Busca el rápido parpadeo rojo, y mira por el rabillo del ojo.
Algo se había agitado. Entre las bruñidas superficies de un gris pétreo, se alzaba algo larguirucho, curvado, con arabescos de gusanos luminosos. La imagen se difuminó con la roca y desapareció; sólo volvía a ser visible si Killeen sacudía con rapidez la cabeza hacia un lado.
La ilusión se desvanecía casi enseguida, pero no por completo, y durante unas fracciones de segundo pudo distinguir aquella cosa de patas tubulares y cabeza encapuchada, con el cuerpo lleno de bultos y erizado de antenas.
—¿Tienes algo?
—Veamos, yo…
Algo le había taladrado un agujero en el ojo y se había introducido por allí.
Rodó hacia atrás, parpadeando, y trató de seguir con los sentidos los rebotes de aquel calor que le hacía aullar al recorrer su cuerpo clavándole unos agudos pinchazos.
Una agonía licuada inundó todos sus nervios. Hormigueaba, derramándose y extendiéndose.
Vio o percibió unas conocidas caras ancianas, pálidas y delgadas. Se le venían encima y luego se alejaban, como si una mano gigante barajara un mazo de cartas de modo que cada rostro se presentaba por completo sólo durante un instante. Y a cada uno de aquellos fugaces recuerdos se añadía un ramalazo de dolor brillante como el cromo.
El Mantis estaba rastreando en su pasado. Buscaba, grababa.
Killeen rugía de rabia.
Luchaba contra aquel toque que intentaba atraparle.
—Se me ha metido dentro.
Luego percibió que, con fría rapidez, algo captaba el doloroso dardo en su pierna derecha. Notaba cómo el calor ambulante de aquel objeto chisporroteaba y moría. Lo había absorbido alguna trampa que, como una tela de araña, estaba profundamente imbuida en él, creada por mentes que hacía ya mucho tiempo que se habían perdido.
Killeen no se preocupó por saber qué le había salvado. Su propio cuerpo tenía tantos dispositivos desconocidos como el de los mecs. Simplemente, se levantó y vio que se hallaba al pie de una pendiente de piedra desmenuzada, arenosa, hasta donde le habían llevado sus espasmos. En su aparato sensorial conservaba una imagen estroboscópica residual de aquella fuente de dolor. Y su localizador direccional había podido seguir las señales intermitentes hasta su origen.
—Jocelyn, puedo tener su posición —gritó.
—¡Pues date prisa, maldita sea!
—¡Se está desplazando!
Bajo la penumbra de color rubí, el Mantis se agitó y se aproximó hacia donde yacía el cuerpo inerte de Fanny. Killeen oyó un ruido de tono profundo, como de una sierra, que le erizó el vello de la nuca.
Como si se tratara de unos dientes amarillentos que royeran huesos. Si se acercaba más a Fanny…
Killeen suspiró al ver la imagen intermitente del Mantis que se desplazaba, y con el dedo índice derecho se apretó un determinado punto del pecho. En su ojo izquierdo, un círculo de color púrpura fue creciendo hasta abarcar una zona en que la imagen del Mantis entraba y salía. Se dio un golpe con el dedo en la sien derecha y Jocelyn obtuvo la localización.
—¿Quieres dejarlo frito? —transmitió ella. No era más que un pequeño punto al otro lado del valle. Podían obtener una buena triangulación de la posición del Mantis.
—Negativo. Hagamos volar a este bastardo.
—Afirmativo. ¡Vamos!
Disparó. Sonaron unos estampidos que rompieron el silencio.
Las dos cargas de modelo antiguo se estrellaron contra el mec por ambos lados. Las patas saltaron por el aire. Las antenas cayeron al suelo.
Killeen llegó a ver cómo la vida eléctrica del Mantis, azul y verde, caía y acababa de soltar destellos. Todos los componentes internos morían mientras la mente principal intentaba salvarse sacrificándolos. Pero las lesiones mecánicas no podían repararse con un rápido cambio de flujo de la electricidad, recordó sonriendo.
Muchas veces los mecs eran vulnerables a este ataque. A Killeen le gustaba verlos saltar en pedazos, sin duda era más gratificante. Y por esta razón usaba cargas explosivas siempre que podía.
Se levantó de un brinco y echó a correr a toda velocidad hacia el Mantis, que todavía se estaba desarmando lentamente. Las bolas de los cojinetes salían despedidas, dejando las patas sueltas. El tronco había caído al suelo y había rodado unos metros. El cerebro principal debía de estar por allí, intentando salvarse.
Killeen se aproximó con cautela, atravesando el terreno arenoso donde se esparcían restos de mecs. Expulsó a patadas las partes pequeñas de maquinaria, sin apartar la mirada del Mantis ni por un momento. Jocelyn llegó por el otro lado dando saltos.
—Podría ser un engañabobos —aventuró Killeen.
—No lo sé. Jamás había visto algo tan grande.
—Ni yo —murmuró impresionado.
Extendido en el suelo, el Mantis era más largo que diez hombres puestos uno a continuación del otro. Para Killeen, el peso y las dimensiones de las cosas le llegaban de forma directa y con toda sencillez. Sin tener que calcularlo, sabía si algo pesaba demasiado para poderlo transportar durante la marcha de un día, o si estaba al alcance de algún arma.
Los números volaban por su ojo izquierdo, comunicando las dimensiones y la masa del Mantis. No podía leer aquellos antiguos signos de sus antepasados, y casi le pasaban desapercibidos. No los necesitaba. Los chips interiores, profundamente implantados, y los subsistemas procesaban todos los datos de forma directa a los sentidos perceptivos. Llegaban hasta él con naturalidad y sin darle importancia, como recibía la caricia del tibio viento sobre sus rizos descoloridos, que habían sido negros. Recibía los débiles quejidos electromagnéticos del Mantis moribundo, o el ligero fastidio que le avisaba que pronto debía mear.
—Mira —señaló Jocelyn. Estaba tan cerca que la oía acústicamente. Su voz sonaba algo nerviosa debido al cansancio y al constante miedo—. La mente principal está aquí —indicó, mostrando el sitio.
Una especie de capuchón cobrizo intentaba abrir un túnel en el suelo, y desde luego, trabajaba rápido. Jocelyn se quedó de pie muy cerca del objeto y apuntó con el dispersador.
—Usa un demoledor —dijo Killeen.
Ella tomó un tubo cargado con un disco, y lo accionó. El disco salió con un silbido hacia el bruñido capuchón orlado de remaches. El impacto sacudió el caparazón. Los taladros de acero azul que había en su cara inferior se fueron acallando hasta permanecer inmóviles.
—Bien —aprobó Killeen.
Cerca de allí, dos peones intentaban huir. Ambos mostraban unos dibujos entrecruzados en los paneles laterales. Era insólito que los peones viajaran junto a un mec de grado elevado.
—Dales a estos dos —dijo, levantando la pistola.
—Sólo son peones, olvídate de ellos.
—Es una orden.
Corrió hacia Fanny. Estaba siguiendo las reglas que Fanny había establecido mucho tiempo atrás: primero había que asegurar la mente principal, y luego atender a los heridos.
Pero mientras saltaba hacia la postrada forma inmóvil, el corazón le dio un vuelco y lamentó haber perdido un solo momento.
Fanny yacía hecha un ovillo, con la cabeza hacia un lado. Tenía la correosa boca abierta de través, mostrando las amarillentas encías y los dientes aguzados por las largas horas de limado. La cara cubierta de arrugas miraba hacia el cielo sin verlo y los ojos eran de un blanco vidrioso y brillante.
—¡No! —No podía moverse. A su lado, Jocelyn se había arrodillado y colocaba las palmas de las manos contra la parte superior del cuello de Fanny.
Killeen observó que no había el más mínimo movimiento. Notó un horroroso vacío que iba penetrándole y se estaba apoderando de él. Dijo con lentitud:
—Esta cosa… la ha destruido por completo.
—¡No! ¿Con tanta rapidez? —Los ojos febriles y completamente abiertos de Jocelyn le miraban fijamente. Deseaba que Killeen negara lo que ella podía comprobar con sus propios ojos.
—El Mantis… —la confirmación le atenazaba la garganta—… es condenadamente rápido.
—Pero tú pudiste herirle —dijo Jocelyn.
—Suerte. Ha sido por casualidad.
—Nosotros…, nunca…
—Este tenía algunos trucos nuevos.
La voz de Jocelyn sonaba llorosa y lastimera.
—¡Pero Fanny! ¡Ella sabía cuidar de sí misma mejor que cualquier otro!
—Sí. Eso es cierto.
—Ella lo sabía todo.
—Nadie lo sabe todo.
En los ojos semicerrados de Fanny, atormentados por el miedo, Killeen observó unas señales que la Familia no había tenido que soportar desde hacía meses. Alrededor de los ojos de Fanny rezumaba un pus gris pálido. Una burbuja llena de sangre se formó en el pus mientras él observaba. La burbuja explotó y dejó escapar un gas corrupto.
El Mantis había, en cierta manera, interrogado a los nervios de Fanny, a su cuerpo, a su verdadera esencia; todo en unos pocos segundos. Los mecs jamás habían podido hacerlo con tanta rapidez, a distancia. Hasta entonces, un mec Merodeador tenía que capturar a un humano al menos durante algunos minutos sin interrupción.
Aquella había sido una pequeña ventaja que la humanidad tenía sobre los mecs errantes y predadores, pero si aquel Mantis era una señal, la ventaja se había perdido.
Killeen se agachó para observar el cuerpo. Jocelyn la había despojado de su resistente traje elástico de piel. La carne de Fanny aparecía como si millares de pequeñas agujas la hubieran atravesado de dentro hacia fuera. Pequeñas manchas de sangre azul negruzca ya se habían secado por debajo de la piel.
El Mantis la había invadido, captando todo su ser. En un instante había dejado al descubierto las redes de neuronas interconectadas que eran Fanny y se había enterado de toda la historia de ella, las cosas que cada humano conserva grabadas en el interior. Cómo había alcanzado el placer, cómo había percibido las agudas punzadas del dolor. Cuándo y por qué había capeado las miríadas de derrotas que había dejado atrás; una larga e insoslayable sucesión de oscuridad y de luz, y de nuevo la envolvente oscuridad por la que ella había avanzado con paso terco e inflexible, un camino ininterrumpido trazado a través de un mosaico de mundos, de esperanzas y de guerras incesantes.
Algunas veces, los Merodeadores sólo buscaban esto, no querían metales explosivos o suministros de cualquier clase. Ni siquiera los pequeños chips eléctricos que los simples mortales buscaban y robaban con frecuencia a los mecs de categoría inferior como peones, porteadores o recolectores.
La muerte definitiva. Los Merodeadores querían información, datos, la verdadera personalidad. Y al interrogar cada pequeño recoveco de Fanny, el Mantis había absorbido, roído y borrado toda la información que había formado a Fanny.
Killeen lloró con rabia desconcertada. Volvió corriendo hacia donde estaba el destrozado Mantis y de un tirón le arrancó el puntal de una pata.
Hinchando el pecho, golpeó con el puntal, que tenía la longitud de su brazo, los restos del Mantis, haciendo saltar parte de ellos. Ledroff intentó llamarle, pero le vociferó algo y cerró por completo sus líneas de comunicación.
No supo cuánto duró aquel destrozo y griterío. La emoción le llenaba por completo y al fin se fue vaciando con la misma rapidez con que había aparecido, consumiendo su rabia en el aire sin límites.
Cuando hubo terminado, volvió al lado de Fanny y alzó el puntal en un saludo mudo y rendido.
Aquella era la peor clase de muerte. Te robaba más que la vida, mucho más. Te robaba también las pasadas glorias que hubieras sentido alguna vez y los efímeros entusiasmos. Ahogaba la vida en el sofocante jarabe negro de la mente del mec. Dejaba sólo los desperdicios al absorber y al borrar, sin dejar ni rastro de quién había sido en realidad el muerto.
Después de haber sido tan masticada y devorada, los hombres jamás podrían rescatar aquella mente. Si el Mantis se hubiera limitado a matarla, la Familia probablemente hubiera recuperado alguna parte de la verdadera Fanny.
A partir del cerebro que se estaba enfriando, podrían haber extraído sus conocimientos, teñidos con su personalidad.
Fanny podría haber quedado almacenada en la mente de un miembro de la Familia, convirtiéndose en un Aspecto.
El Mantis ni siquiera les había dejado esta opción.
La muerte definitiva. Aquella noche, en el homenaje final a Fanny, no habría ninguna verdad que se pudiera sacar de aquel cuerpo vacío e inerte que Killeen veía delante de él, tan desamparado y arrugado.
La Familia no podría llevarse ninguna parte de ella hacia el futuro; era casi como si ella jamás hubiera participado en la inacabable marcha que era el destino de la humanidad.
Sin darse cuenta, Killeen rompió a llorar. Cuando advirtió el dolor que le quemaba lentamente, abandonó aquel valle con la Familia. Sólo entonces vio que, de aquella manera, Fanny vivía todavía, pero en realidad, aquello no le servía de consuelo.