VIII

¡Las dedaleras! ¡Eres un genio, Solrun! Sin saberlo, puede que hayas solucionado un enigma antiquísimo. Pero tendré que empezar por la otra punta.

Aquí estoy de nuevo. Sentado en la misma habitación de la torre que aquella vez. Aquí recibí hace un rato tu correo, y he estado leyendo la última parte de tu resumen en un finísimo portátil colocado sobre mis rodillas en la misma cama turca de entonces. Ha sido extraño y doloroso. Tuve que salir al balcón y echar un vistazo a las montañas y al glaciar. Necesitaba ver que algo era normal. Que algo era eterno. Después de leer tu correo me di un paseo hasta el viejo embarcadero. Tenía la sensación de que podía toparme con nosotros dos en cualquier momento. ¿Qué es el tiempo? Todo es como una película doblemente expuesta. He leído tu correo dos veces antes de borrarlo. Me he sentado a la mesa a contestarte.

A mediodía me escapé del departamento. Ya te dije que me sentía inquieto, que había tomado una decisión. Te avisé desde Gol.

Llamé a Berit y le dije que había cogido el coche y que iba camino de la sierra, donde me quedaría todo el fin de semana para concentrarme en un par de artículos que tenía que escribir. Dije que tenían que ver con los glaciares y el Museo Glaciar. Lo de los artículos no era más que un pretexto, había algo que tiraba de mí; me refiero, claro está, a tus correos. Sentía una imperiosa necesidad de volver aquí. Llegué justo a tiempo para la cena, y cuando acabé subí disparado a la habitación para abrir tu último correo, media hora después de que lo hubieras enviado. Me subí el decantador de vino. Ahora está aquí, vacío, en la mesa delante de mí.

Vine solo. Sin ti, quiero decir. Aunque al pasar por la caseta del peaje se me ocurrió que tal vez aparecieras un poco más tarde. Nos imaginé sentados en la vieja rotonda del salón de música con un café y una copa. Era la primera vez que estaba aquí completamente solo. Tal vez deba empezar a acostumbrarme, a entrenarme, porque me he enamorado de este lugar, tanto del pueblo, como del viejo hotel de madera.

Además, ha sido la primera vez desde entonces que he cruzado la montaña en mi propio coche. Fue una sensación extraña, porque en cierta manera llevo toda la vida cruzando esta montaña en coche. Día y noche me he encontrado tras el volante junto al lago, antes de que aparcáramos en el viejo embarcadero y nos pusiéramos a dar vueltas por el espacio, antes de que nos parara la policía de Leikanger. En ese momento estaba seguro de que el conductor de la furgoneta blanca había visto el volkswagen rojo y había avisado a la policía.

Supongo que se podrían discutir ciertos matices de tu exposición, pero suscribo gran parte de la misma. Es auténtica, y eres capaz de señalar las diferencias en nuestras interpretaciones de lo que sucedió entonces.

Durante todo el trayecto entre Oslo y Gol, y luego por Hemsedal, al volante de mi nuevo coche híbrido, estuve pensando en ti y en tu visión cosmológica espiritualista. Me impresionó la nitidez y la consistencia de la composición de tu concepto de la vida. No tiene ningún atisbo de base científica, pero soy consciente de que la fe en el alma inmortal del ser humano no puede ser del todo refutada por las ciencias exactas. ¿Nuestra conciencia no es más que un producto de la química del cerebro y del entorno de ese órgano, o somos, como argumentas con tanta convicción, almas o espíritus más o menos soberanos que aquí y ahora sólo emplean el cerebro como una conexión entre una dimensión espiritual y el entorno material de este mundo? El planteamiento es antiguo, y creo que nunca acabaremos del todo con él. La visión espiritualista del estatus y de la ontología del ser humano tal vez sea una visión demasiado hermosa para que podamos desecharla del todo. Siempre se discutirá sobre este tema.

¡Somos espíritus, Steinn!…

No existe la muerte, y no existen los muertos…

Yo mismo no soy capaz de creer en algo tan maravilloso. Pero si las cosas no son así, tal vez es así como deberían haber sido. Nosotros somos la conciencia de este mundo. Puede que seamos las criaturas más nobles y más fascinadas de todo el universo. En ese caso a lo mejor no tenemos que pedir perdón por albergar esperanzados sueños de un destino diferente al que nos espera en carne y hueso.

Tomo nota con satisfacción de que, en tu dualismo, no desapruebas nuestra vida terrenal. Imagínate que hubieras escrito que nuestros abrazos de entonces se debían a un malentendido. La historia está llena de ejemplos de que las exaltaciones religiosas conllevan a menudo la negación de todo lo sensual y terrenal; en otras palabras, aquello que gran parte de nosotros consideramos la única realidad verdadera.

Los pensamientos daban vueltas en mi cabeza durante todo el viaje desde Oslo. Cuando llegué a la parte alta de Hemsedal, me salí de la carretera y cogí el camino forestal a la izquierda. Allí reflexioné durante unos minutos, acto seguido me metí de nuevo en el coche y seguí camino.

Subo al altiplano por el que llevo más de treinta años conduciendo en la tenue luz crepuscular. Como un holandés errante he sido condenado a dar vueltas allí arriba, si no todos los días, al menos todas las noches.

Sé que recuerdas aquella curiosa colina que vimos justo antes de atropellar a la mujer del chal, pues tú misma la mencionas como un «terrón de azúcar»; por cierto, una acertada denominación, porque la verdad es que es muy exuberante. Mirando el GPS veo que tiene un nombre y es —claro que sí— la Colina de los Mayores.

Nada más pasar esa extraña colina veo un desvío a la derecha. Han puesto carteles de información histórico cultural. En uno de ellos pone:

La Colina de los Mayores es la colina redonda que se ve al sur del cartel de información turística. En esta colina vivía un grupo de subterráneos, llamados el Séquito de Asgard o los Navideños. Cada Nochebuena, a las 12, salían disparados de la colina para viajar por Hallingdal. Se metían en las granjas, donde se les servía comida navideña y cerveza. La gente que les ofrecía abundante comida y bebida tenía fortuna en la vida. Si la comida estaba marcada con la señal de la cruz, el séquito de Asgard se ofendía y podía llevar desgracias a gentes, animales y propiedades. Las gentes de Hemsedal conocían los nombres de algunos de los componentes del séquito de Asgard: Tydne Ranakan. Helge Høføtt. Trond Høgesyningen. Masne Trøst. Spenning Helle. El séquito de Asgard se desplazaba hasta los pueblos de los alrededores de Drammen, donde permanecían durante todas las navidades y no volvían a la Colina de los Mayores hasta el seis de enero.

¡Masne Trøst! ¡Tydne Ranakam! ¡Vaya nombres!

Me acordé entonces de que habías escrito que lo que habíamos atropellado no necesariamente tenía que ser una persona de verdad, sino tal vez algún fantasma, y me puse a pensar.

¡Con las dedaleras y la mujer de los arándanos puede que dieras en el blanco!

Vimos lo mismo, escribes. Pero oímos o captamos cosas diferentes.

Fuimos atraídos hacia las exuberantes dedaleras; a ti te fascinaron de tal manera que sentiste la necesidad de tocarlas. Eso muestra que pensamos lo mismo. Aunque no habláramos constantemente de aquello, pensamos casi sin parar en la mujer a la que habíamos atropellado arriba en la montaña. Y las dedaleras eran exactamente del mismo color que el chal que ella llevaba sobre los hombros y que luego volvimos a encontrar en el brezo. No sólo tenían el mismo color, sino hasta exactamente el mismo matiz. Quizá por eso nos llamaron tanto la atención.

De repente algo hizo que nos volviéramos, tienes razón. Tal vez fuera un armiño o una urraca. Nos volvemos, y a los dos nos parece estar viendo a la mujer que atropellamos, la vemos en el claro del bosque con el mismo chal color carmesí sobre los hombros.

Ahora bien, ¿no es extraño que tengamos más o menos la misma alucinación, teniendo en cuenta el estado mental en el que nos encontramos tras habernos dejado embaucar por las exuberantes dedaleras de ese color tan seductor? Justo al lado crecían también unas bellísimas campanillas azules.

Si existen cien, mil o cien mil colores distintos es una pregunta puramente científica. En este caso concreto se trataba del mismísimo tono. Algo se movió en el bosque detrás de nosotros, nos volvimos y levantamos la vista. A los dos nos pareció ver a la mujer con el chal sobre los hombros. A mí me pareció que dijo algo, y a ti algo muy distinto. Pero no te niego que yo no podía dejar de pensar en lo deprisa que conducía por el altiplano y tampoco cabe duda de que tú, desde los once años, pensabas en el hecho radicalmente irremediable de que un día tendremos que abandonar este mundo.

Y habías encontrado el libro. Habías leído algunos párrafos, y yo también. Lo único que nos quedaba eran aquellas dedaleras.

Estábamos tan conmocionados que tuvimos visiones. Éramos frágiles e indefensos; perdimos el equilibrio, quedando totalmente aturdidos por unos instantes.

Mañana seguiré camino. Pero no quiero cruzar la montaña otra vez de vuelta a Oslo. Prefiero ir por el valle de Aurlandsdalen hasta Gol. Además, he pensado en la posibilidad de pasar por Bergen para verte.

¿Puedo?

Podría coger un trasbordador y cruzar el fiordo desde Lavik a Oppedal. Si cuadra con los horarios del barco, a lo mejor sigo el fiordo hasta Rutledal, para luego pasar a Solund. Tengo que volver allí. Pero claro, tú no podrás acompañarme. Reunirte conmigo en Rutledal, quiero decir. Si pudieses, lo mejor sería que cogieras un autobús hasta Oppedal, porque sería poco práctico ir en dos coches. Como una última aventura, o «escapada», como tú lo llamas. Tenemos mucho de lo que hablar. Me hubiera encantado dar una vuelta contigo por esas islas del este. Me refiero a la carretera hasta Kolrov. Podríamos entrar en la tienda de Eide en el muelle y comprar un helado, exactamente como en los viejos tiempos. Pero entiendo que te resulte difícil escaparte. ¡Dale recuerdos míos, por cierto!

Por si acaso, he reservado una habitación en el Hotel Norge a partir de mañana. Soy el último huésped de la temporada antes de que el hotel cierre para el invierno. Ya han empezado a hacer las maletas y a tapar los muebles con mantas y sábanas.

Yo podría llegar a Bergen mañana por la tarde. Entonces tal vez pudiéramos dar un paseo en coche el domingo, si te lo permiten en casa, claro.

Sería bonito volver a ver las mismas bahías y rocas. Además, en esta época la isla estará rebosante de brezo en flor. Fue justo en esta época del año cuando estuvimos allí. Tienes razón. Casi todas las noches nos íbamos hasta la punta del cabo para ver el sol ponerse en el mar al oeste.

Me parece que ése es el tipo de paisaje en el que encajamos ahora.

Tal vez. Pero un día nuestras almas se levantarán sobre un horizonte muy distinto y más sublime. Creo en eso.

¿Puedo entonces ir a Bergen?

¡Vente!

¿Lo dices en serio?

Sí, Steinn. Ojalá estuvieras ya aquí. ¡Vente!

No tengo por qué ocultar que te he querido durante todos estos años. Cada día he pensado en ti y en cierta manera he estado en permanente diálogo contigo. En ese sentido se puede decir que he convivido contigo a pesar de todo. Es extraño. Ha sido una convivencia extraña. Pero te agradezco también estos últimos treinta años.

Ya te dije que tengo la sensación de haber vivido como una bígama. Yo también te he sentido siempre cerca. Además, esa hipersensibilidad mía me hacía darme cuenta de que pensabas en mí.

Pero tú.

Seguimos borrando. Ahora ya sólo estamos tú y yo.

¿No hemos sido ante todo dos almas que se han pertenecido la una a la otra? Entrelazadas, quiero decir, como dos fotones inseparables que se pertenecen y se perciben recíprocamente a muchos años luz.

Me pregunto si no resulta más fácil notar la diferencia entre el cuerpo y el alma a nuestra edad que cuando se es muy joven.

Tendremos que hablar largo y tendido sobre eso. Un día de estos iremos a Solund, ¿verdad?

He bebido vino y me voy a acostar. He conducido cuatrocientos kilómetros y tal vez me duerma inmediatamente. ¡Pero el sueño es un estado imprevisible! No puedo asegurarte que no te implique durante la noche. El género de sueños cósmicos ya está cubierto, de manera que puede que esta noche tenga unos sueños completamente cotidianos. Podría llevarte conmigo a un tranquilo paseo alrededor del lago Sognsvann. ¡En sentido contrario a las agujas del reloj!

¡Buenas noches!