IV

Estoy sentada junto a mi mesa de trabajo delante de la ventana en el barrio de Skansen de Bergen. Hace un tiempo espléndido, ya algo otoñal. Por primera vez este año me fijo en que ya hay algunas hojas amarillas en los árboles. También los días son más cortos.

Estoy sentada en mi antigua habitación de cuando era niña. Ha sido la habitación de Ingrid desde que tenía tres años, pero cuando hace más o menos tres meses se independizó para irse a vivir a una comuna de chicas en Mohlenpris, la recuperé. Me puse manos a la obra inmediatamente, arranqué la vieja moqueta, acuchillé el suelo y pinté las paredes de color crema. De esa manera he vuelto a hacer mía la habitación, mi propia caverna, por así decirlo. La llamo la biblioteca, pero Niels Petter la considera mía por completo. Es un tipo generoso.

Ingrid estuvo muy cariñosa conmigo. Cuando un amigo y ella llevaron sus últimas cosas al coche, me abrazó de repente muy alterada, y me dio las gracias por el préstamo. ¡Me agradeció haberle prestado esa habitación que había sido suya desde los tres años! Aunque siempre supo que era mi antigua habitación, de cuando yo era una niña.

Sólo he vivido fuera de este piso cinco años.

Cuando aquella tarde me senté en el tren expreso, me eché a llorar. ¿Qué crees que hice en Haugastøl? Antes de llegar a Finse, el revisor se sentó a mi lado para consolarme. Yo no dije ni una palabra y él tampoco preguntó, pero me consoló. Después de haber agitado una bandera verde en la estación de Myrdal volvió a entrar. Yo seguía llorando. Él me sirvió un té, no en una de esas tazas de cartón que llevan en el carrito, sino una de verdad. Entonces conseguí levantar la cabeza y sonreírle. Logré decir «Muchas gracias». Pero no fui capaz de hablarle de la Edad de Piedra.

Iba camino de casa. Volvía a casa de mis padres. Eso era lo único de lo que estaba segura. No los había avisado. No era capaz de pensar más que en llegar a mi casa cuanto antes. Ellos tendrían que aceptarme.

Volví a instalarme en mi antigua habitación. Cuando conocí a Niels Petter unos años más tarde, mis padres ya habían empezado a restaurar la vieja casa de la abuela junto al mar, en Ytre Sula. Mi padre había empezado a «bajar el ritmo», como él decía, y al final vendió la agencia, con lo que se convirtió en un hombre acaudalado. Decía riéndose: Se está muy bien en Bergen, Solrun. Pero no creo que sea muy sano morir en la ciudad.

Los dos vivieron en Kolgrov durante más de veinte años, de modo que mi padre tenía al fin y al cabo razón. Murió pacíficamente, sin previo aviso, hace tres años, dicen que estaba sentado en su sillón de orejas, con una copa de coñac en la mano. La copa, que era una herencia familiar, cayó al suelo, haciéndose añicos al cuarto de segundo después de morir él. Creo que ya te dije que mi madre falleció este invierno. Yo estaba con ella y le tenía cogida la mano. Era su única familia.

Cuando llegué a Oslo para estudiar en la universidad, tenía exactamente la misma edad que Ingrid tiene hoy. Resulta curioso pensar en ello. ¡En lo jóvenes que éramos!

No pasaron más de un par de semanas desde mi llegada a la Estación Este de Oslo hasta que te conocí. Fue después de una clase de filosofía de los cursos preparatorios en Chateau Neuf. Tú me pediste fuego para encender un cigarrillo, tal vez fuera un pretexto, pero desde entonces estuvimos juntos día y noche. Ya en octubre nos mudamos al pequeño piso de la residencia estudiantil de Kringsjá. Nuestros compañeros de la universidad mostraban a veces cierta envidia. Tú y yo éramos algo muy especial. ¡Estábamos tan felices!

Claro que lloré en el tren. Lloré hasta que llegué a Bergen. No entendía nada, sólo que de repente pensábamos de modo diferente, pero era incapaz de entender por qué no podíamos vivir con ello. No seríamos la primera pareja del mundo con posturas diferentes respecto a la fe. ¿O tú opinas que una creyente y un no creyente no pueden en ningún caso vivir bajo el mismo techo como hombre y mujer?

¡Cómo odiabas esos libros, Steinn! Sobre todo uno de ellos. ¡Cómo lo despreciabas, y cómo me despreciabas a mí por leerlo! ¿O eran simplemente celos? Habías sido el centro de mi atención durante cinco años. Yo no había tenido otros pensamientos en la cabeza que los que trataban de ti y de nosotros. Tras el encuentro con la Mujer de los Arándanos, y después de empezar a leer el libro que cogí prestado en el hotel, fui desarrollando una fe cada vez más intensa en una existencia después de ésta. ¿No podías simplemente haberme dejado tener esta fe?

¿Quién eres realmente? Quiero decir, ¿quién eres hoy? Ya te he preguntado en qué crees, y me has respondido con una larguísima disertación científica, completamente acorde con esa facultad en la que trabajas. Desde luego no eres un disidente. Vaya con los terápsidos y los australopitecos, etcétera, etcétera. Vuelvo a preguntarte en qué crees, y la única respuesta que recibo es una lista de las cosas en las que no crees. Pero no me doy por vencida, Steinn, soy muy testaruda ¿sabes? Quiero que demos juntos marcha atrás, hasta nuestro común punto de partida. Antes de empezar a hablar de lo que creo, quiero que volvamos juntos a aquella mágica sensación de vivir de entonces, pero a la que ninguno de los dos fuimos capaces de añadir un atisbo de esperanza. Pregunto: ¿Qué es el mundo, Steinn? ¿Qué es un ser humano? ¿Y qué es ese cuento de perlas en el que flotamos como pequeñas joyas mágicas de consciencia? De psique y de espíritu. ¿Puedes vislumbrar un atisbo de esperanza para dos almas como nosotros?

Hola otra vez.

Claro que me ha dolido saber sobre tu viaje a Bergen de entonces.

Además, me doy por aludido con lo último que mencionas. Es probable que te haya dado respuestas sabiondas a esas grandes preguntas que me haces. A lo mejor me he vuelto algo «limitado a lo mío» con los años, con tanta investigación y tanto estudio, quiero decir. Uno tiene que limitarse a los hechos. Se pueden lanzar hipótesis y teorías, pero éstas tienen que estar basadas en algo sobre lo que tenemos conocimiento.

Acaso sea la palabra «fe» la que desvía mi atención. Es una palabra que no existe en mi vocabulario adulto. Me parece más fácil hablar de intuición. Creo que tengo más intuición que fe. Y tal vez sobre todo cuando se trata de esta cuestión de conciencia.

Entonces escribe sobre eso, Steinn. A mí «intuición» también me parece una buena palabra. Por ejemplo, puedes contarme lo que soñaste la noche antes de volvernos a encontrar en el valle. ¿No dijiste que habías tenido un sueño cósmico?

Sí, y todavía lo tengo en el cuerpo. Es como si realmente hubiera vivido lo que ocurrió en ese sueño. Bueno, estaba sentado de verdad en aquella nave espacial…

¡Cuéntamelo!

Todo el día anterior a nuestro encuentro se me ha quedado grabado en la memoria. Aunque no hice mucho más que viajar en tren, autocar y barco a través del paisaje, no soy del todo capaz de distinguir ese día del sueño al que daría lugar. De manera que tendré que empezar por ahí.

Con tal de que no te olvides del sueño, por mí puedes empezar por donde te dé la gana. Además, tendrás todo el tiempo que quieras. Por razones varias no podré estar de vuelta hasta mañana por la noche. Una de esas razones es que no me parece bien estar tecleando sin parar mientras él está en casa. No es que Niels Petter no pueda soportarlo, soy yo la que no soporta pensar que él tiene que estar escuchándome teclear. A mí no me gusta escuchar a la gente teclear. Más o menos como tampoco me gusta estar obligada a escuchar las conversaciones telefónicas de otras personas, por ejemplo en un autobús, un taxi o en un sendero del bosque de Nordmarka. Me resulta inquietante y embarazoso. Mañana tenemos día de planificación de los profesores. Me hace ilusión. Será agradable volver a trabajar.

¡Qué bien! Me viene estupendamente, porque necesito algo de tiempo. No puedo prometer cuándo volveré a ponerme en contacto contigo.

Tómate el tiempo que necesites. Yo estaré aquí, Steinn.

Lo oigo carraspear, ya acabo. Creo que voy a proponer que nos tomemos una copa de vino tinto.

Por primera vez este otoño ha encendido la chimenea. Resulta agradable.