III

¡Buenos días! ¿Hay alguien ahí?

Me enviaste el correo hace media hora. Ya estoy online delante de la pantalla.

Aquí hace un tiempo maravilloso. Nada de viento y un calor agradable. Me he sacado el portátil fuera y estoy sentada en el pequeño jardín donde mi abuela canturreaba mientras cuidaba de sus flores.

Esto es lo que tiene ser del oeste, ¿sabes? Nunca renunciamos a un caluroso día de verano. En honor al sol y al mundo que me rodea me he puesto un ligero vestido amarillo con unas enormes aplicaciones de cerezas, y delante de mí en la mesa tengo, aparte del portátil, un plato con cerezas que he bajado a comprar a la tienda del muelle.

¿Y tú?

Creo que ya te conté que vivimos en el barrio de Nordberg, no muy lejos de donde vivíamos tú y yo. De hecho, recuerdo que una vez, dando un paseo, pasamos por la casa en la que vivo ahora, en la parte alta de la calle Kongleveien. Pero supongo que habrás olvidado los nombres de las calles de un barrio por el que no has pasado en más de treinta años.

Estoy sentado en una terraza acristalada mirando nuestro jardín, que da al sur. Es casi como estar fuera, porque he abierto dos grandes ventanas y hay por aquí un abejorro que no hace más que entrar y salir. Berit quería llenar todo esto de flores, pero conseguí hacerle ver que tenemos flores de sobra en el jardín. A cambio, he tenido que aceptar una enorme cantidad de plantas en la terraza durante todo el invierno, cuando por las ventanas abiertas no entran ni salen abejorros ni avispas. Se trata de un acuerdo típicamente matrimonial. Hay que ser capaces de llegar a esta clase de arreglos.

Berit acaba de reincorporarse a su trabajo después de las vacaciones. Tal vez te haya dicho ya que es oftalmóloga y que trabaja en el Hospital de Ulleval. Mis hijas, Ine y Norun, están por ahí, como de costumbre, tan alocadas como el propio verano, de modo que estoy solo en la casa.

Recuerdo muy bien esa calle y que paseábamos por ella. Íbamos andando hasta la estación de Berg, y a veces incluso hasta la universidad. No fueron un par de veces, Steinn. Además, casi siempre que voy a Oslo me doy una vuelta por Kringsjá, donde está la residencia universitaria. No te olvides que viví allí cinco años, y que fueron unos años muy importantes, yo formaba parte de ese lugar. Incluso hoy en día suelo darme una vuelta o dos alrededor del lago Sognsvann. No es un «área restringida», ¿verdad?

En absoluto. Me agrada saber que has estado por aquí.

Pero nunca me he encontrado contigo. Alrededor del lago de Sognsvann, quiero decir.

Ya ves.

¿El qué?

La casualidad. Que no siempre ocurre.

Tal vez El Gran Reencuentro estaba previsto para aquella terraza del viejo hotel…

Eres muy graciosa. Por cierto, cuando das la vuelta al lago, ¿lo haces en el sentido de las agujas del reloj o al contrario?

Siempre al contrario, Steinn. Así lo hacíamos siempre.

Yo soy tan conservador como tú. Eso significa que puedo haber ido cincuenta o cien metros detrás de ti. Ahora he empezado a hacer footing, así que la próxima vez puede que te alcance.

Por el momento me interesa más formarme una imagen de ti sentado delante del ordenador en una terraza acristalada de Nordberg. He tomado nota del abejorro que acaba de pasar por tu terraza, pero necesito saber más cosas para olvidarme por completo de que en realidad nos encontramos a una distancia de dos trasbordadores y 600 kilómetros. ¿No podrías darme algún otro dato?

Bueno. Llevo una camiseta blanca y un pantalón corto, y estoy descalzo. Delante de mí, en una minúscula mesa, en realidad no es más que un simple soporte, tengo un portátil tamaño A4. En el alféizar he colocado un café expreso doble y un vaso de agua mineral. Estoy sentado en una banqueta alta que no sé de dónde ha salido. Fuera hay una temperatura de casi 25 grados, y en el jardín, que está rodeado por un seto, veo un peral con las peras verdes, además de dos ciruelos con las ciruelas azuladas, casi maduras, creo que son de una clase que se llama Herman. Alrededor de un viejo reloj de sol crecen en abundancia unas plantas de la moneda amarillas que florecen casi todo el verano, y a lo largo del camino de gravilla se yerguen unos astilbes blancos y rojos; salen tarde, pero se mantienen como pequeñas columnas hasta muy entrado el otoño.

¿Sirve esto de compensación por las dos travesías en trasbordador y los 600 kilómetros?

Me sirve de sobra, porque ahora te puedo alcanzar. Pero ¡pantalón corto! Nunca lo llevabas entonces. Solías llevar pantalones de pana, unas veces marrones, otras beiges, y otras de un rojo intenso. Así que algo sí ha cambiado.

Ya puedes empezar a hablarme, Steinn. Aquí estoy.

¿Empezar a hablarte?

Quiero darte otra oportunidad de contarme lo que opinas de las cosas que no puedes explicar.

Ya. Creo que me hiciste esa misma pregunta aquel día, y no recuerdo muy bien lo que te contesté. Pero después de que os marcharais de la Ciudad del Libro aquel miércoles, estuve paseando por el jardín, reflexionando una vez más sobre por qué nos separamos. Es verdad que se trataba de algunas cuestiones de fe. Ya que me había vuelto a acordar de la «Mujer de los Arándanos» intenté rememorar todas las conversaciones que mantuvimos sobre esos temas, hasta que de repente se hizo un insidioso silencio entre los dos y nos quedamos bloqueados.

Casi me da miedo volver sobre el tema. Es cierto, como bien dices, que estuve en el dormitorio fumando durante casi toda aquella noche; me sentía abatido, pues veía que ya no éramos capaces de mantener un diálogo. Apenas podíamos estar en la misma habitación. Cuando por fin me tumbé en la cama, ya de madrugada, sólo quedaba un cigarrillo en el paquete. Lo recuerdo muy bien, porque el último lo encendí sentado en el borde de la cama, cuando volví a levantarme sólo media hora después. Antes de fumarme la mitad, lo apagué y fui al salón. Allí estabas tú, sentada en el borde del sofá, también con un cigarrillo en la mano.

Steinn, dijiste sin más, pero había algo en tu mirada, y yo hice un gesto afirmativo.

En el transcurso de ese día comprendí que te irías. Y tú sabías que yo me había dado cuenta. No intenté retenerte.

¿Y me vienes ahora, treinta años después, preguntando que en qué creo? Puede que te decepcione, pero no sé si tengo «fe» en algo. Me resulta más fácil precisar en lo que no creo.

Me parece que te estás poniendo un poco difícil. ¿En qué no crees?

Tal vez pueda decirlo con una sola palabra. No creo en ninguna clase de revelación. Por lo demás, hay mucho de qué sorprenderse y maravillarse, y muchísimo que no sabemos. Existe un campo casi ilimitado de lo que uno puede creer y dudar.

¿Sí?

Usamos la palabra creer en muchos contextos diferentes. Podemos creer que el Manchester United ganará al Liverpool, o podemos creer que mañana hará buen tiempo. Con eso queremos decir que una cosa nos parece más probable que la otra. Tal vez sea más probable que el Manchester United gane el partido del domingo, y tal vez existan muchos indicios de que mañana vaya a hacer buen tiempo. Pero, claro, no es ese tipo de asuntos lo que aquí se discute.

Hay otra categoría de cuestiones de fe que por ahora podemos dejar; me refiero a una que ya has mencionado, es decir, si lo que llamamos Big Bang ocurrió así como así, por su cuenta, o si fue el resultado de un acto de creación divina. Éstas son cuestiones a las que ninguno de los dos podemos dar una respuesta definitiva, en otras palabras: se trata de una típica cuestión de fe. Yo siento un gran respeto por la idea de que el Big Bang pueda deberse a un milagro de Dios, pero la propia palabra o concepto «Dios» está demasiado cargada de interpretaciones humanas para que pueda emplearla. En mi opinión, otra cuestión que a ti te preocupa pertenece también a esa misma categoría, es decir, si hay algo dentro de nosotros, un «alma» o un «espíritu» que sobreviva a la muerte. Por mi parte, no considero probable que algo dentro de mí sobreviva al que soy yo, pero no es porque piense que una idea de esa clase sea incompatible con la ciencia, aunque sí podría decirse que se encuentra en el límite. Ahora bien, no es mi intención menospreciar la fe en una vida después de ésta, y mucho menos quitártela a ti, sobre una base científica.

Vale. ¿Y qué?

Que no creo que existan unas fuerzas «sobrenaturales» que constantemente intervengan en la vida humana, «revelándose» ante nosotros. Debería haber sido más claro sobre este punto entonces, porque no fue tu repentina convicción de la existencia de una vida después de ésta lo que me hizo reaccionar, sino el que asociaras esa idea con que la «Mujer de los Arándanos» fuera una revelación del más allá. Y, como tú misma has señalado, ella fue algo que vimos los dos. Aunque inmediatamente yo también la asocié con lo que habíamos vivido junto al lago de la montaña, era incapaz de creer que ella murió allí, y que ahora hace poco haya venido a encontrarse con nosotros desde «el otro lado».

Entiendo. Sigue, Steinn. Estoy más que dispuesta a intentar comprenderte del todo, y luego, cuando me toque a mí, procuraré hacerme entender. Háblame, lo soportaré.

Entonces escucha esto: yo no creo que haya ocurrido nunca, en la historia de la humanidad, que dioses o ángeles, espíritus o antepasados, duendes o monstruos, se hayan aparecido alguna vez o se hayan manifestado de algún modo ante individuos o pueblos, y la razón es la más sencilla posible: ese tipo de seres no existen.

Ya me he comido cinco cerezas. Voy dejando los huesos en la mesa delante de mí, así resulta más fácil llevar la cuenta.

Por aquí corren rumores de que van a cerrar la Tienda de Eide, que ha sido regentada por la misma familia desde 1883. Hay tiendas tanto en Nára como en Ytterøygrend, aunque en toda la isla no hay más que un par de cientos de habitantes, me refiero a gente que viva aquí todo el año. De todos modos, me resulta muy triste que nos quedemos sin tienda en el cabo. Por supuesto se puede coger el coche o la bicicleta e ir a hacer la compra a Nara, pero cuando una población tan pequeña como Kolgrov se queda sin tienda, toda la sociedad empieza a disgregarse, al menos en invierno, cuando no hay turistas.

¿Recuerdas los paseos en bici que dimos aquel verano? Sé que sí. Todas las tardes íbamos a Søndre Gjønnevág a contemplar el mar y la puesta del sol, y en el camino de vuelta queríamos bañarnos en todas las charcas.

Sigue, Steinn. No soy tan delicada como te imaginas. Escribes que no crees en ninguna fuerza sobrenatural.

Tú eres la que preguntas. Aquí tienes mi telescopio Galileo. Intenta imaginarte que todas las ideas sin excepción sobre los fenómenos «sobrenaturales» son concepciones puramente humanas que en cualquier aspecto carecen de una base que no sea el propio ser humano. En ese ámbito sí tienen, en cambio, una tierra muy fértil en la que crecer. Creo que existen tres factores decisivos: la fecunda imaginación del ser humano, nuestra necesidad inherente de buscar causas ocultas incluso donde no las hay y, por fin, nuestro anhelo innato de una existencia después de ésta, es decir, una vida después de la muerte.

Este cóctel de naturaleza humana ha demostrado ser excepcionalmente productivo. En todos los tiempos —y en todas las sociedades y culturas— los seres humanos han producido conjuntos de ideas referentes a seres sobrenaturales, tales como espíritus, antepasados, dioses, monstruos del caos, ángeles o demonios.

Vaya, vaya. Veo que estás muy seguro.

Empecemos por nuestra burbujeante imaginación. Todo el mundo sueña, lo que significa que es imposible protegerse al cien por cien contra las alucinaciones, y en algunos casos esto también puede ocurrir estando despierto. Nos parece ver y sentir fenómenos sin que lo que percibamos tenga una base real. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez si ese recuerdo es algo que uno realmente ha vivido o si sólo es algo que ha oído contar o ha pensado, soñado o imaginado?

Yo mismo he conocido a personas que dicen haber visto representantes de «los subterráneos». Ahora bien, nuestras cabezas están tan llenas de sensaciones e impresiones que no es de extrañar que a veces rebosen, me refiero a que puedan surgir esas pequeñas perturbaciones que denominamos alucinaciones o quimeras.

El convertir nuestras fantasías en lo que llamamos «verdades de fe» ocurre cuando otorgamos a esas fantasías o a las de otros la categoría de seres reales, independientemente de nuestra conciencia o de la de otros. Me refiero a todo, desde los espíritus de la naturaleza a una multitud de figuras míticas como las encontramos en las antiguas religiones nacionales, hasta las concepciones más elevadas o intelectualizadas que nos presentan las grandes religiones universales; por ejemplo, la idea de un Dios omnipotente que se ha revelado ante los seres humanos de la Tierra, es decir, en nuestro planeta dentro de la Vía Láctea.

Déjame añadir de todos modos un matiz importante. En todas las religiones existe además un puñado de ideales éticos y un baúl de experiencias humanas que pueden tener un gran valor en sí mismos. Como ya he señalado, no es que quiera menospreciar la vida religiosa de la gente. Pero todo tiene un límite, y para mí está en cuando por escrito u oralmente me encuentro con personas que alegan que un Dios todopoderoso se les ha revelado con un mensaje específico ante el que todos los demás tenemos que arrodillarnos. Millones de personas andan por este planeta pensando que Dios les habla —y las instruye— de un modo muy personal. Además hay millones y millones de personas que se sienten convencidas de que existe un Dios todopoderoso que dirige cada cosa que ocurre en la Tierra, ya sea un tsunami, una guerra atómica o la picadura de un mosquito.

O que se me acabe la batería del portátil aquí, en la boca del mar. Intentaré buscar una solución al problema. Pero tú sigue escribiendo. Por el momento no me queda batería para entrar en una larga discusión contigo, y con este tiempo tan maravilloso no quiero meterme en casa.

¿Entonces quieres que siga?

Sí, Steinn. Luego me tocará a mí, espero que estés psíquicamente preparado para ello. Tal vea sea yo la que tenga que volver sobre el asunto de lo que nos pasó entonces. No sé de cuántas cosas te acuerdas tú. Pero ahora sigue.

Para decir la verdad, no me hace mucha ilusión pensar que vas a volver sobre aquello, pero mientras sigamos borrando, aceptaré tus condiciones. Sigo pues.

Hemos mencionado lo que llamamos la «solución religiosa». Pero la naturaleza humana no cambia, y sabes bien que nunca he tenido fe en ese largo menú de fenómenos «paranormales» o «sobrenaturales» de la parapsicología. Y no estoy pensando únicamente en los salones de la época victoriana con sus sesiones de espiritismo y todas las variantes de nigromancia, ya que esa forma de desdoblamiento de la realidad parece estar pasada de moda, me refiero sobre todo a las ideas muy vivas hoy en día sobre la telepatía y la clarividencia, la psicokinesia y los espectros. Además, muchas ideas antiquísimas sobre ángeles y «ayudantes» han tenido en los últimos años un intenso florecimiento. Pero también esas ideas se basan en una forma de fe en las apariciones, relacionadas con la convicción de que es posible entrar en contacto con ciertas fuerzas trascendentales o sobrenaturales. No hace mucho causó cierto revuelo el que un treinta y ocho por ciento de la población noruega manifestara su fe en la posibilidad de los seres humanos de comunicarse con los ángeles.

En la lista de esos pseudofenómenos incluyo también todas las formas de adivinación, porque éstas también están condicionadas por la existencia de un destino predestinado que puede ser revelado mediante ciertas técnicas. Sobre todo con la ayuda de adivinas bien pagadas —una verdadera industria, que en su volumen de ventas tal vez pueda ser comparable a la del sexo. Supongo que la pornografía y el ocultismo se venden más o menos por igual, aunque uno de los dos fenómenos trate de algo radicalmente natural y el otro de algo «sobrenatural».

De lo único que es capaz la llamada parapsicología es, en mi opinión, de proporcionarnos el mapa de un terreno que no existe, es decir, un paisaje inexistente o imaginado. Esto no significa que toda literatura parapsicológica carezca de valor. Como descripciones de todo lo que se mueve de ideas e imaginaciones en el pueblo llano, esta literatura puede ser tan interesante como la historia de las religiones, el folklore y otras materias culturales. Nuestro cuentos populares no nos parecen en absoluto carentes de valor, y estamos contentos de que Snorre recogiera por escrito gran parte de la mitología nórdica y germánica antes de que se olvidara.

Tengo más cosas que decir, pero recibo gustosamente comentarios por el camino, así que envío estas reflexiones tentativas antes de que se te haya descargado del todo la batería.

* * *

No recibo respuesta tuya, supongo que ya estás teniendo problemas con la batería. Entonces hasta nuevo aviso, quiero decir hasta que me contestes, continuaré mi pequeña disertación.

Al rechazar toda clase de fenómenos sobrenaturales, soy a la vez escéptico ante todas las ideas y concepciones correspondientes dentro de las religiones establecidas. En mi opinión, se trata de dos caras de la misma moneda, y me pregunto si sirve de algo trazar una línea divisoria fundamental entre las religiones de revelación, por un lado, y un trato más frívolo o no dogmático con ideas de «fenómenos sobrenaturales» por otro. A diferencia de la enorme flora de anécdotas sobre sucesos «sobrenaturales», relatos parecidos han cuajado como dogmas en las grandes religiones del mundo y han seguido viviendo en el marco de una fe bien organizada en la intervención de las fuerzas divinas.

¿Cómo se puede distinguir entre «fe» y «superstición»? La fe de uno es la superstición del otro, o viceversa. La balanza de la Justicia tiene dos platillos.

No veo muy bien la diferencia entre la glosolalia y la fraternización de los espiritistas con los espíritus. ¿El que practica la glosolalia no es también un «médium»? No veo ninguna diferencia entre las profecías religiosas y una extensísima flora de adivinaciones. El llamar a esos fenómenos «milagros» o psicokinesia, «ascensión» o levitación, es para mí lo mismo, ya que se trata en cualquier caso de una suspensión de todas las leyes naturales.

La propia idea de que «lo sobrenatural» se nos pueda aparecer en algunos casos excepcionales, es algo que tienen en común tanto la creencia popular como la parapsicología y las religiones mundiales, al contrario de lo que llamaríamos un concepto naturalista o científico del mundo. Empleas la palabra «aparición», que significa más o menos lo mismo que «revelación».

Un motivo fundamental de la investigación parapsicológica a la que haces referencia era precisamente el intento de asegurar un fundamento científico de la fe en una vida después de la muerte, algo que se intensificó cuando el darwinismo y los librepensadores habían empezado a amenazar las religiones tradicionales. Mencionas al matrimonio Rhine, y yo he hecho un par de averiguaciones. Tanto para ellos como para otros pioneros dentro de la parapsicología experimental, el propio incitamiento se encuentra en querer afirmar la inmortalidad del alma. Si consiguieran presentar pruebas irrefutables de que la telepatía es un fenómeno auténtico, les sería mucho más fácil defender la fe en que el ser humano tiene un alma «libre» que sólo visita al cerebro provisionalmente, sin estar indisolublemente atada a él. Pero hasta la fecha no se ha conseguido una prueba irrefutable de esa clase.

Vuelvo a enviar. ¿Me recibes?

¡Sí señor! He encontrado un viejo alargador en el cuarto de las herramientas y he podido conectarme. Con un largo cable rojo colgando, mi portátil parece un satélite de la red eléctrica de la isla. En este momento está físicamente atado a la casa y al entorno, pero no irrefutablemente.

Por cierto, acabamos de instalar una red inalámbrica que cubre todo el pequeño jardín. Sin enchufes ni cables de ninguna clase, desde aquí puedo comunicarme con el mundo entero.

Intenta imaginarte que no sea sólo un ser humano el que ha conseguido crear algo como las redes inalámbricas…

¿Te refieres a la telepatía y tal vez al contacto con los espíritus de la muerte?

Tengo muchos pensamientos en la cabeza. Pero prefiero que primero tú digas lo que quieres decir para que yo luego tenga una posibilidad razonable de entenderte. Primero presentarás tus opiniones, y yo puedo preguntar y hurgar un poco entremedias. Luego me tocará a mí entrar en escena conmigo misma y todo lo mío.

Me parece muy bien, con tal de que no nos olvidemos del último punto, porque yo también quiero intentar entenderte a ti.

Además tengo que relatar en detalle lo que realmente nos sucedió, porque no soy capaz de distinguir entre la vivencia de entonces y mi vida de creyente hoy en día. Creo que tú puedes haber olvidado algunas cosas, algunos detalles muy significativos, quiero decir. Como ya te he dicho: tengo muy buena memoria.

Eso es algo sobre lo que podemos volver más adelante, ¿no? Si realmente debes hacerlo, quiero decir. Si debemos hacerlo. Aquella vez nos prometimos, ¿te acuerdas?, que jamás volveríamos a hablar de eso.

Vamos a ver. Esto es un proceso.

Cuando encontré el largo alargador, valga la redundancia, y me lo traje al jardín, mi hija Ingrid alzó la vista al cielo. Creí que estabas de vacaciones, exclamó. Así que piensa que estoy haciendo algo que tiene que ver con el consejo escolar o preparando las clases de francés del curso que viene. Por cierto, este año también voy a dar algunas horas de italiano. Nada de esto habría sido digno de atención, porque sólo queda una semana para la vuelta al instituto. Pero hace un momento que Niels Petter y Jonas volvieron de su excursión de pesca. Niels Petter nos echó un vistazo casi preocupado a mí y al alargador, antes de acercarse y acariciarme la nuca, mientras se servía cerezas. De un modo ostentoso evitó echar una mirada a la pantalla de mi ordenador, la cual, por cierto, no resulta fácil de leer con esa intensa luz solar. Creo que sabe que estoy escribiéndome con alguien, y sospecho que pueda pensar que es contigo. Yo por mi parte no me atrevo a decir lo que estoy escribiendo ni a quién estoy escribiendo, y es como si él tampoco se atreviera a preguntar.

¿Alguna noticia de Nordberg? Si no sucede algo pronto en esa terraza acristalada, me temo que voy a perderte de vista.

Esta tarde apenas he hecho otra cosa que escribirte, esperar tus respuestas y leerlas. Tú sueles acusar recibo enseguida. Aunque para decir la verdad, acabo de ir a por una co–pita de calvados. Ese café expreso era demasiado ligero.

No te levantes a por más copitas, Steinn. Sigue escribiendo. Estabas con la parapsicología y lo sobrenatural.

Así es.

El conocido prestidigitador norteamericano James Randi ha instituido un premio para el primero que sea «capaz de demostrar cualquier tipo de poderes paranormales, sobrenaturales u ocultos mediante pruebas acordadas por ambas partes». Esta iniciativa se llama el Desafío Paranormal del Millón de Dólares, y fue lanzada en 1964, cuando Randi ofreció mil dólares de su bolsillo al que fuera capaz de demostrar algo sobrenatural. Esta iniciativa recibió un gran apoyo y con el tiempo la suma se elevó a un millón de dólares, pero hasta la fecha nadie ha superado la prueba.

Seguro que objetas que las personas que tienen poderes ocultos y sobrenaturales no necesariamente tienen que ser tan avariciosas. Pero incluso entre los miles de charlatanes que llegan a las columnas de los periódicos y los programas baratos de los canales de telebasura, casi nadie se ha declarado dispuesto a probar suerte en el Desafío Paranormal del Millón de Dólares para llevarse el premio de Randi. ¿Y por qué no? La respuesta es muy sencilla: porque no existe ningún ser humano que tenga poderes «ocultos» o «sobrenaturales».

La mayor parte de los aspirantes al desafío, y son muchos, no procede de las filas de los actores profesionales del mercado de lo sobrenatural. Este grupo huye de él como de la peste, y es natural, porque Randi está amenazando con aniquilar toda una industria. (No logrará hacerlo nunca, claro está, porque el mundo desea ser engañado.)

Una de las estrellas de los «clarividentes» estadounidenses, Sylvia Browne, participó con Randi hace unos años en un duelo televisivo del programa Larry King Live, y cuando Randi la retó a mostrar sus poderes bajo condiciones controladas, ella prometió en el transcurso del programa que se dejaría someter a una prueba. De eso hace ya muchos años, y sigue sin presentarse a las pruebas de Randi. No sé dónde encontrarlo, se disculpó en una ocasión. Me parece increíble que alguien que afirma estar en posesión de poderes ocultos no sea ni siquiera capaz de encontrar un número de teléfono en la guía.

La mayor parte de los aspirantes al Desafío Paranormal del Millón de Dólares han sido individuos ingenuos, inocentes o perturbados. Por esa razón Randi se ha visto obligado a adoptar medidas cada vez más severas para que la prueba pueda llevarse a cabo sin peligro para los que se presenten a ella. Si por ejemplo un hombre pretende demostrar su capacidad de tirarse de un edificio de diez plantas y salir ileso, Randi no está dispuesto a correr ese riesgo.

Pero en el fondo ese Desafío Paranormal del Millón de Dólares no haría ninguna falta, porque si alguien realmente es clarividente o tiene poderes sobrenaturales, hay muchas otras maneras de hacerse rico. Ya he mencionado la ruleta, pero también otros típicos juegos de salón deberían proporcionar abundantes posibilidades de ganancias para los que poseen poderes sobrenaturales. Pero nunca he oído hablar de un equipo de póquer que haya expulsado a uno de los jugadores por ser vidente. Lo que se desea es protegerse contra el fraude.

Poderes sobrenaturales y fraude. Estamos hablando de dos amigos inseparables, tan viejos como la propia humanidad.

Y el millón de James Randi sigue intacto.

Un último reducto por ahora de lo «sobrenatural» ha sido para muchos la experiencia de «coincidencias significativas» o «coincidencias no casuales», lo que Carl Gustav Jung llama sincronicidad. Éste es un tema que ya hemos tocado en relación con nuestro reencuentro en el fiordo, y no somos los únicos que han tenido experiencias de este tipo. Piensas en una persona a la que no has visto en varias décadas y al doblar una esquina aparece precisamente esa persona. Muchos interpretan ese tipo de incidencias como la última prueba de una dimensión sobrenatural. No es extraño que los segundos siguientes a una casualidad como ésa, uno se sienta algo aturdido o desamparado.

Pero, como ya he insinuado en algunos de mis primeros correos, lo que Jung llama «sincronicidad» no son más que puras coincidencias.

Siempre tan excesivamente seguro de ti mismo. Sin embargo, no todo lo que «es» ni todo lo que «sucede» puede medirse mediante métodos científicos. No me resultaría muy extraño que la ciencia de este mundo sólo fuera capaz de demostrar lo que es de este mundo.

¿Por qué no dejas a cada uno creer lo que quiera? ¿No se dice vive y deja vivir?

Sí, la gente puede creer en lo que le dé la gana. Pero cuando alguien afirma haber visto apariciones de altos poderes, tenemos derecho a desviar un poco la vista. Sabes bien que hay individuos o grupos de personas que alegan una misión o una vocación de Dios, trátese de una misión dulce o dura. Otros se limitan a decir que oyen «voces» y se hacen tratar por un psiquiatra.

Las afirmaciones de «milagros» o «prodigios» han sido aprovechadas en el transcurso de la historia por individuos y pueblos enteros con el fin de conservar posiciones y privilegios, pero también para motivar actos represivos e inhumanos. Sabemos que la religión puede inspirar a los seres humanos acometer actos piadosos, altruistas y filantrópicos, pero tanto la historia como los medios de comunicación de nuestros días nos muestran cómo se puede abusar de las concepciones religiosas. Las atrocidades cometidas en nombre de dioses, patriarcas y antepasados han estado presentes en la historia de la humanidad en todos los tiempos.

Jesús fue capaz de detener a una pandilla de hombres a punto de linchar a una mujer a la que habían pillado cometiendo adulterio. Se sigue linchando, y existen países en los que el violador queda inmune, mientras que la mujer violada puede ser condenada a muerte por linchamiento.

Hace poco, en un país árabe, un hombre fue ahorcado entre otras cosas por haber intentado que un matrimonio se separara mediante artes mágicas. Y en el mismo país una mujer fue condenada a la decapitación por haber inducido, mediante artes mágicas, que un hombre quedara impotente. Es muy injusto hacer que un hombre se vuelva impotente, claro que sí. Pero en este caso podría justificarse el ir contra la idea de que la «magia» o «artes mágicas» sean fenómenos reales. La maldad existe, pero en mi opinión es importante señalar que toda maldad cometida por los humanos es obra de los humanos, y no de demonios y malvados espíritus.

Si hacemos una panorámica, vemos que la humanidad sigue impregnada de la fe en la magia, en el contacto con los antepasados o los muertos, y en todo el registro de los llamados fenómenos paranormales. En África, Asia y América Latina, las ideas de brujería, magia negra y las exigencias de los antepasados a la conducta de cada uno, son tan exhaustivas que dominan las vidas de millones de personas. Pero la superstición florece también en los países industrializados. Grandes partes de la población de Europa y Estados Unidos confiesan creer en fantasmas, en la posesión por malos espíritus, en que sea posible comunicarse con los muertos, y también en fenómenos más «civilizados», como la clarividencia, la telepatía y el preconocimiento.

He escrito que se puede «abusar» de las ideas religiosas, pero también la tortura y los actos violentos pueden basarse en paradigmas religiosos. El celo empleado en combatir a enemigos, incrédulos o pueblos enteros no ha estado del todo carente de ideales divinos. Para los fundamentalistas —y fundamentalistas hay en todas partes del mundo— todo lo que se encuentra en escrituras antiguas y reveladas puede ser normativo. Por esa razón necesitamos una constante crítica religiosa. En la mayor parte del mundo eso ya no constituye una actividad que conlleve peligro de muerte, pero aún existen muchas excepciones, y tanto más importante resulta la crítica.

* * *

¿Estás ahí, Solrun?

Sí, Steinn. Pero tengo que tragar saliva antes de poder contestar. Espera un poco.

Espero.

Estoy de acuerdo contigo en lo último, y me uno gustosamente a ti en tus ataques al dogmatismo y al fundamentalismo. Aunque yo encuentro muchos pasajes que me alegran y me maravillan en el Nuevo Testamento, no creo que la Biblia haya sido dictada letra a letra por Dios. Para mí un núcleo es la fe en Jesucristo resucitado.

¡Hace un rato Niels Petter ha vuelto a subirse a la escalera de aluminio para dar una tercera mano a los marcos de las ventanas! Ahora está cogiendo frambuesas. Me parece que está deambulando por el jardín porque yo estoy aquí escribiendo. Me ha preguntado qué estaba haciendo y le he contestado la verdad. En este momento estoy enviando un correo a Steinn, le he dicho.

¿Tienes algo más que decir? ¿O se ha acabado la crítica a las religiones por esta vez? Me parece que has dicho bastante. ¿Tal vez has dicho suficiente?

Me queda un último punto.

¡Adelante Steinn! Al menos aquí no va a haber censura.

Gran parte de la fe en las relevaciones se basa en la idea de que la vida en este mundo es sólo un puerto de tránsito en el camino hasta la parada final del cielo. De esa manera las condiciones aquí y ahora se vuelven menos importantes de lo que habrían sido si no hubiera habido una existencia más amplia y más auténtica en el más allá.

Como investigador climático nunca me canso de repetir que tal vez tengamos sólo este planeta al que aferrarnos. Pero mucha gente alberga la idea de que a la larga tal vez no sea tan importante cuidar de este planeta y de nuestra base existencial física, ya que el juicio de Dios y la salvación de los creyentes están a punto de ocurrir de todos modos. De esa forma nuestra existencia terrenal puede llegar a considerarse como una parada intermedia, y existen grupos de creyentes que prevén un colapso de la biosfera simplemente porque se concibe como un augurio del final y del regreso de Jesucristo. ¡De eso hablan las sagradas escrituras!

Según un sondeo de la CNN, hasta un 59% de los norteamericanos cree en las profecías del Apocalipsis y en que el Día del Juicio tendrá lugar conforme a lo que cuenta Juan de una manera muy imaginativa. Pero no basta con eso. Abundan los predicadores y pastores que se prestan gustosamente a abonar los conflictos internacionales para poder así contribuir a la aceleración del regreso de Jesucristo. Estos cristianos del Día del Juicio pueden tener influencia hasta dentro de la Casa Blanca, porque se esconden bajo la superficie como topos, sobre todo en relación con las elecciones presidenciales norteamericanas.

Sabes que me encuentro bastante alejado de los miedos a las profecías apocalípticas, y seguramente tú también. Pero me aterra lo que llamamos las profecías autocumplidoras. Porque tal vez no haya ningún nuevo cielo, ninguna nueva tierra. Tal vez no llegue ningún «Día del Juicio Final» con la salvación de los creyentes. Tal vez este planeta sea lo único que tenemos, nuestro único hogar y nuestra única pertenencia. Si es así, no hay nada más importante que la responsabilidad que tenemos de administrar este planeta y la pluralidad de especies.

Sí, sí Steinn. Vamos a cuidar de este planeta. Pero creo (T) que no deberías rebajarte a echar la culpa de la destrucción ambiental a los creyentes. Yo supongo que muchos de los que creemos tenemos más respeto por la naturaleza que los que no creen en nada. ¿No entiendes que el desenfrenado consumo en grandes partes del mundo es el resultado de un crudo materialismo? Lo contrario de una orientación espiritual, diría yo. Ahora se le da la vuelta a todo para encontrar maneras de reducir las emisiones de gases climáticos. Lo único que nadie se atreve a introducir en la contabilidad son las posibilidades que tenemos de reducir el alto consumo, esa mezcla de usar y tirar más loca de la historia. Vivimos en una época histórica que tal vez sea definida por nuestros descendientes como el fascismo del consumo, y estoy convencida de que la ideología del consumo de nuestra época puede interpretarse en muchos sentidos como un sustituto de la religión.

Tal vez tengas razón, renuncio con mucho gusto. En realidad no tengo ninguna base para decir que los que creen en una existencia después de ésta se responsabilizan menos del planeta que los que no comparten sus creencias. Pero advierto contra el apoyarse en la idea de que «el cielo y la tierra van a sucumbir» y que a los creyentes les espera un nuevo mundo de salvación.

Aquí va a tener lugar un pequeño cambio de escena. Creo que todos están un poco hartos de que me haya aislado durante todo el día, y he de admitir que el aislamiento se ha llevado a cabo de una forma bastante demostrativa. Tal vez lo del alargador desde la mesa del jardín hasta dentro de la casa haya sido un poco exagerado. Hoy es nuestro último día aquí, y tú y yo llevamos más de seis horas «hablando», por mi parte interrumpidas sólo por unos pequeños paseos a lo largo de los macizos de flores con una gran regadera hasta que oía la señal en el portátil anunciando tu respuesta, entonces dejaba la regadera y me apresuraba a volver al ordenador. Niels Petter ya no me mira cuando pasa por aquí. Y pone cara de pocos amigos.

Ya he enrollado el alargador y lo he vuelto a dejar en el cuarto de las herramientas. La batería está cargada a tope, pero el plato de cerezas está vacío.

En el plano familiar tengo que mejorar. He anunciado mi intención de responsabilizarme plenamente de la cena de hoy. Vamos a comer bacalao fresco. Los chicos volvieron esta mañana con tres grandes bacalaos. Apenas les he echado un vistazo, a los peces quiero decir, pero tengo localizada una botella de vino de Borgoña. Ése será hoy mi pequeño triunfo. La escondí en el fondo de un cajón de ropa pensando precisamente en una posible cena de bacalao fresco la última noche de vacaciones.

Siempre insisten en salir a pescar el último día, y ni siquiera en esas modernas bolsas para congelados me gusta llevarme pescado a la ciudad. La gente de Bergen no nos paseamos por el Oeste con pescado fresco en una bolsa de congelados. Preferimos ir al mercado y comprar peces vivos.

Se me ha ocurrido algo. ¿Por qué no acabas con unas palabras sobre cómo fue la inauguración de la nueva exposición climática?

Pondré agua a hervir para el pescado, pelaré unas patatas de esta región, haré una ensalada y pondré la mesa. Luego volveré a leer tu correo. Pero yo ya no escribiré más.

¿De acuerdo?

Acababas de marcharte y me quedé dando vueltas en la gran pradera junto al fiordo. Luego me pasé por el hotel para darme una ducha antes de bajar al salón. Allí saludé a algunos de los demás invitados antes de iniciarse el miniseminario sobre el desmoronamiento de los glaciares, clima e investigación polar en el Café Mikkel. Tras una copa de vino blanco y una interesante exposición sobre la historia del hotel, del pueblo y del turismo glaciar, empezó la cena. Me sentía un poco honrado por haber sido colocado en la «mesa presidencial».

Después de la cena intenté pedir una copa de calvados. Había estado pensando en ti toda la tarde, o mejor dicho, en nosotros, y en aquel viaje en coche a Normandía. Pero ya no tenían calvados. Era como si lo hubiera soñado, como si nunca hubieran tenido aguardiente de manzana. ¿Recordaba yo bien? Si lo del calvados se debía a un recuerdo radicalmente equivocado, ¿cómo podría entonces fiarme de todo lo demás que creía recordar de aquellos tiempos? Protesté enérgicamente contra la oferta de una copa de coñac por cuenta de la casa. Creo que la joven que me atendió había oído rumores de que era yo el que daría el discurso en la comida al día siguiente, pero rechacé su oferta y opté por una cerveza y una gotita de vodka a cuenta mía.

Había tantas voces alegres en el salón que subí pronto a mi habitación a acostarme. Me dormí casi al instante. No sólo había bebido cerveza y vodka, también me había reencontrado contigo. Había estado de nuevo en Fjellstølen. Y había vuelto a pasar por el bosque de abedules.

A la mañana siguiente me despertaron los gritos de las gaviotas y bajé en el momento en que estaban abriendo las puertas del comedor. También esa mañana me saqué la taza de café a la terraza. Tú ya te habías marchado. Me senté al sol a escuchar las hojas del haya roja susurrar en el viento. Las gaviotas aleteaban y gritaban sobre el supermercado de la Cooperativa y el viejo muelle de barcos a vapor. En el fiordo divisé una figura vestida de verde pescando desde una barca de remos.

Había algo dentro de mí que protestaba contra ese ambiente matutino tan idílico.

Unas horas más tarde nos llevaron en autocar hasta el Museo Glaciar. Señalaron la altura que podría alcanzar el fiordo dentro de unas décadas si no controlamos el cambio climático. Me pregunté si habrían tenido en cuenta la compensación de todos los sedimentos que bajan continuamente del glaciar, ampliando la tierra del delta cada vez más adentro del fiordo. ¡Hoy en día se cultivan patatas donde hace mil años hubo un puerto vikingo!

En la exposición climática nos dividieron en pequeños grupos y entramos primero en una sala donde con mucho ruido vivimos la formación de la Tierra hace 4,6 mil millones de años. En la estancia siguiente pudimos ver cómo era nuestro planeta hace unos 40 millones de años, y a continuación cómo los últimos períodos glaciales han dejado su marca en la superficie de la Tierra. Luego nos llevaron a una pequeña sala en la que nos mostraron cómo funciona el efecto invernadero y lo insoportables que serían las condiciones de nuestro planeta si este efecto no existiera. Acto seguido nos explicaron cuánto puede perjudicar el efecto invernadero creado por los humanos al viejo equilibrio carbónico, y en la siguiente sala vimos el aspecto que tendrá la tierra en 2040 y en 2100 si no logramos hacer algo radical para reducir las emisiones de los gases del efecto invernadero. No fue una grata experiencia. Pero por suerte también nos mostraron qué aspecto podría tener este planeta en los años 2040 y 2100 si somos capaces de unir a la población del mundo, hacer algo drástico con las emisiones y detener la terrible tala de árboles y bosques tropicales. Este planeta tiene aún posibilidad de recuperación. En la última sala nos enseñaron unas imágenes magníficas de distintas regiones pobladas del planeta, y de su diversidad biológica. Los comentarios eran de David Attenborough, que acababa diciendo: …pero todavía tenemos tiempo de actuar y llevar a cabo cambios que aseguren la vida en este planeta. Éste es el único hogar que tenemos…

Tras la solemne inauguración nos llevaron en autocares hasta el glaciar Suppehellebreen, donde se nos ofreció una recepción al aire libre con vinos espumosos, fresón y canapés. La gente del hotel lo había preparado todo mientras estábamos en el Museo Glaciar. La amable dueña del hotel se fijó de nuevo en mí; era obvio que había estado muy ocupada las últimas veinticuatro horas. Creo que sabía que yo estaba allí por lo de la inauguración de la nueva exposición climática y que iba a dar un pequeño discurso durante el almuerzo en el hotel un par de horas más tarde.

Vino hacia mí con una cálida y cordial sonrisa, y naturalmente preguntó por ti.

¿Dónde está su mujer?, dijo.

No tuve valor para decepcionarla, no pude, Solrun, así que me limité a decir que te habías ido de Fjærland porque había ocurrido algo en la familia de Bergen.

¿Los hijos?, preguntó.

No, una vieja tía, mentí.

Se quedó pensando uno o dos segundos, tal vez se preguntara si podía entrar en cuestiones tan personales. Preguntó: ¿Pero tienen hijos?

¿Qué podía decir yo? Ya me había lanzado a las mentiras, y no me sentía capaz de explicar que nos habíamos vuelto a encontrar allí después de llevar treinta años sin vernos. Procuré dar una respuesta lo más vaga posible.

Dos, contesté. No estaba muy lejos de la verdad, porque pensé en las dos mías y en los dos tuyos.

Pero no se dio por vencida, quería saber más sobre nuestros hijos, y no sé por qué, pero a partir de ahí me centré en Bergen. No dije ni una palabra de mis hijas, sólo hablé lo más brevemente que pude de Ingrid, de diecinueve, y Jonas de dieciséis, aun siendo una información que yo mismo acababa de recibir unas horas antes. Pero así podía manejarme con una sola mentira, y se dice que el que miente tiene que tener buena memoria. Como ves, me hice pasar por tu marido.

Ella haría unos rápidos cálculos mentales, porque dijo: ¿Ah sí? Entonces tardasteis muchos años en tener hijos.

Pensé: ¿Esperabas poder confirmar que habíamos concebido un hijo en el Hotel Mundal cuando estuvimos aquí de jóvenes?

Pero me limité a señalar el glaciar y dije: Era mucho más grande entonces.

Ella asintió con un movimiento de la cabeza y se rió. No entendí por qué se rió. Dijo: ¡Me ha hecho mucha ilusión volver a verlos!

Los pensamientos me daban vueltas en la cabeza. Tal vez trataran de toda esa vida que habíamos vivido separados. Pero también pensaba en el embarcadero de Revsnes, en los coches de policía en Leikanger y en aquel bosque arriba, en el valle Mundalen.

Volví a hacer un gesto en dirección al glaciar.

A mí me preocupan más los glaciares del Himalaya, dije. También se están retirando. Hay varios miles de glaciares allí, y suministran agua a unos cientos de millones de personas.

Alguien me llenó de nuevo la copa, y me volví para no tener que enfrentarme a más preguntas. Di unos pasos a lo largo del río verde azulado pensando en ese libro que te subiste a la habitación aquella noche y que luego robaste para llevártelo a Oslo. Tras el encuentro con la «Mujer de los Arándanos» ese libro se convirtió en la mismísima espada entre tú y yo. Si no hubieras encontrado ese libro por casualidad, es posible que aún siguiéramos conviviendo. ¿Tú qué opinas?

Creo que podríamos haber conseguido arreglárnoslas con la «Mujer de los Arándanos». Pero al cabo de unos días la metiste en un contexto mucho mayor.

Se me vienen encima muchos pensamientos, Steinn, pero me veo obligada a terminar. Apago el ordenador. Te escribiré desde Bergen un día de éstos.