La Idea del punto tres es la Esperanza, constituida por la percepción de que las cosas van, de modo natural, en la dirección correcta: no tenemos que ocuparnos de las cosas para que éstas ocurran, el universo funciona según leyes «optimizadoras», como nos dice Almaas. Los cambios y transformaciones del Ser se producen siguiendo leyes naturales, que muy a menudo escapan a los límites de nuestro conocimiento y nuestra comprensión.
El Ser no es estático, la vida es movimiento, no es sólo presencia sino el flujo de la presencia. Una cierta comprensión del funcionamiento y la actividad del Ser, de sus características dinámicas, permite acceder a la Esperanza. Sin la aparición del oxigeno que «estropeó» el ambiente de este planeta no hubiera sido posible la aparición posterior de la vida. Y así ocurren muchas cosas que no entendemos o no logramos interpretar positivamente y que, sin embargo, pueden tener un sentido que va más allá de nuestra comprensión mental.
Desde la percepción espiritual básica de la unidad de la existencia vemos dicha unidad en proceso a lo largo del tiempo y comprendemos cómo se mueve y cambia. Si la separación no es real, si la ley de causa-efecto que la presupone no tiene sentido, vemos una perspectiva diferente: toda existencia cambiando y transformándose en la unidad puesto que todo forma una unicidad sin límites. Esto pone en entredicho nuestras convicciones más básicas de la realidad.
Desde la perspectiva de esta Idea, lo que vemos es la unicidad de toda la existencia. La unicidad implica que nada puede cambiar en forma individual, que todo el universo está continuamente transformándose desde una condición total y unificada a otra condición total y unificada. Cuando los velos de la separación desaparecen, todo es el Ser revelándose a sí mismo. La Idea de la Esperanza se apoya en esta comprensión del modo en que la realidad funciona y de que todas nuestras experiencias forman parte de una realidad mayor. Las leyes naturales que gobiernan el Cosmos operan como una unidad intercomunicada, totalmente adecuada, pertinente.
Percibimos el Ser mediante las formas que manifiesta. Todas las cosas son una manifestación del Ser, que se expresa a través de todos los cambios. Esta creación continua es el Ser manifestándose a través de incontables y variadas formas, el Ser desbordándose, creando el modo en que aparece de instante en instante. Y nosotros formamos parte de dicho Ser, que constituye una presencia viva, dinámica y energética.
Comprender que la totalidad del Universo del que formamos parte está constantemente cambiando transforma nuestra noción de muerte. Almaas plantea que la muerte personal es simplemente el Ser, manifestándose en un instante mediante esta persona concreta que somos y, al momento siguiente, sin esta concreción. En nuestra opinión, si entendemos que, a nivel esencial, no estamos separados, que somos uno con el Ser, aunque su manifestación en nosotros adquiera una forma individualizada y autoconsciente, entenderemos que, al morir, sólo perdemos esta forma y esta autoconciencia, pero seguimos siendo parte del Ser del que nunca estuvimos separados. Ésta es la vida eterna.
El flujo del ahora es lo que solemos percibir como paso del tiempo. Lo que llamamos tiempo constituye un modo limitado de intuir el flujo del Ser, que nos lleva a pensar que los cambios se deben a ese paso del tiempo. Cuando percibimos la realidad como un flujo constante, entonces estamos percibiendo el tiempo real.
La identidad independiente se constituyó cuando nadie nos cuidó como hubiéramos necesitado. Entonces creímos que todo estaba en nuestra mano, que teníamos que hacerlo por nosotros mismos y reaccionamos con una actividad defensiva. Se manifiesta como un empeño constante y una compulsiva necesidad de estar activo, conseguir logros, alcanzar el éxito, como una formación reactiva a la sensación de desamparo. Es actividad del ego. Cuando nos damos cuenta de que no tenemos que hacerlo todo y podemos confiar, se produce una sensación de liberación y alivio.
El esfuerzo que supone sostener la identidad independiente es puro sufrimiento. Experimentar la impotencia, la fragilidad y el desamparo significa aceptar nuestra situación existencial, dejar de mentirnos, asumir nuestro destino. Entonces podemos ser conscientes del cansancio antiguo producido por haber estado tratando de hacer algo que no podemos hacer, en un esfuerzo agotador.
Desde la convicción de que estamos solos, separados del resto del Universo necesitamos buscar una identidad que nos identifique y que nos dé un lugar en el mundo. Nuestra hipótesis, en el caso del eneatipo 3, es que esta búsqueda se relaciona con un «proyecto vital» que tenemos que cumplir. Que ese proyecto se cumpla y se cumpla tal y como lo hemos proyectado, nos daría la medida de nuestro éxito, de que hemos conseguido hacer las cosas bien. Lo proyectado no sólo está relacionado con cosas materiales o con el éxito social, a veces también se refiere al ámbito afectivo, una pareja, una familia, unos hijos, una casa familiar, incluso uno mismo como proyecto de convertirse en un personaje de determinadas características físicas y psicológicas. Siguiendo la creencia en la ley de causa-efecto, aplicada al ámbito de lo humano, pensamos que si actuamos adecuadamente, conseguiremos aquello que nos proponemos. Si no lo hemos logrado, debemos revisar nuestra forma de actuar, esforzarnos para hacerlo mejor y entonces lo conseguiremos. Todo depende de nuestro esfuerzo. Ésta es una esperanza falsa, que no tiene final y nos encadena a la insatisfacción.
Ésta es nuestra verdadera Esperanza: la percepción de que la realidad es en sí misma, independientemente de nuestra autonomía imaginaria y que su hacer es un fluir armonioso. Sólo necesitamos mirar las constelaciones para percibir que la armonía rige su funcionamiento. Según Almaas, esta percepción implica una sensación de optimismo, una actitud de gozosa apertura y confiada receptividad a lo que el despliegue del Ser nos presenta. No tiene nada que ver con lo que suceda en particular, se trata de un optimismo abierto acerca de la vida, una confianza en la presencia del Ser y en su fluir armonioso y creativo. En lugar de intentar tomar las cosas en nuestras manos podemos confiar en el dinamismo del Ser. Así cuando estamos conectados, cuando nuestros pensamientos, sentimientos y acciones están alineados, esta armonía se produce. Apreciamos la armonía incluso cuando hay dolor en nuestro sentir. Y eso nos proporciona un optimismo, una confianza en que nuestro hacer es el adecuado.
La Idea del Origen se refiere a que el Ser es el verdadero Origen y todas las cosas son completamente inseparables de dicho Origen. Toda apariencia no es más que la manifestación del Ser, y las apariencias que se manifiestan nunca abandonan el Ser, todo está siempre íntimamente conectado. Del mismo modo que el cuerpo es inseparable de sus células, las apariencias son inseparables del Ser.
El Universo surge cuando el potencial infinito de la vida se manifiesta. Nuestro sistema solar es parte de esta manifestación. Si nos centramos en lo «humano» y más concretamente en un solo ser humano, entendemos que este ser no puede estar separado de la fuerza vital que es expresión del Ser, que lo creó, y de la cual es una expresión única.
Todas las cosas no son más que el mismo Ser, la misma energía vital, diferenciándose y articulándose en el fenómeno particular de la experiencia. Todo es siempre lo mismo, apareciendo de distintas formas. Utilizando un ejemplo de Bert Hellinger, un árbol en otoño reparte sus semillas por terrenos diferentes y los árboles que nacen de esas semillas pueden ser muy distintos, dependiendo del lugar en que les tocó crecer, pero no dejan de ser el mismo árbol, de compartir el mismo origen.
Lo que somos capaces de percibir y experimentar, desde los límites de nuestra realidad física y de la apertura de nuestra conciencia, no siempre es la realidad, la naturaleza del Ser. Pero, sea cual sea el nivel de nuestra percepción y experiencia, esto no desmiente nuestro Origen, nuestra pertenencia al Ser. La experiencia vivencial de esta Idea elimina la sensación de separación entre las cosas y su fuente que es el Ser. Esta experiencia nos abre a la comprensión de nuestro lugar como seres humanos dentro de la unidad de la existencia. No poseemos una existencia separada del resto del universo, aunque seamos una particularización y concreción de esa realidad unitaria. El Ser se manifiesta mediante la vida de un individuo. El hecho de que la realidad aparezca en este momento como nuestro cuerpo, nuestros pensamientos o nuestro entorno, no significa que dichas cosas sean independientes del Ser. En un primer nivel de percepción de esta Idea vemos la realidad en un proceso constante de creación y disolución, surgiendo del Origen y regresando a él. Pero en un nivel más profundo vemos que no hay separación entre las manifestaciones de la realidad y el Origen, percibimos la coemergencia: el Ser es el Origen del que todas las cosas son inseparables. Somos el Origen. Es más fácil ver que somos una extensión de la fuente, donde pueden seguir quedando restos de nuestra autovaloración comparativa, que darnos cuenta de que nunca la abandonamos.
La pérdida de contacto con el Origen está en el corazón de nuestro sufrimiento: perdemos la intimidad de sentirnos a gusto con nosotros mismos, y sin ella siempre nos sentiremos solos y estableceremos valoraciones comparativas con los demás. Tenemos la sensación de que si nuestras circunstancias hubieran sido otras, nosotros seríamos mejores. Pero para que podamos evolucionar, seguir nuestro desarrollo, es necesario que aceptemos los condicionamientos y límites de las circunstancias genéticas y ambientales que nos han tocado. El hecho de que cada circunstancia presente ventajas y desventajas condiciona un desarrollo especial, que conlleva oportunidades y límites también especiales. Pero la vida está tanto en un lugar como en otro, absolutamente pura, sin ninguna falsificación, sin ser mejor o peor. No hay un sí mismo original, único, independiente porque nuestra verdadera identidad es el Ser. Pero somos una expresión «única» de este Ser. La manifestación es un nacimiento del Ser que aparece en forma de todas las cosas sin dejar de Ser nunca. La desconexión no es real, no es una experiencia objetiva, sino subjetiva, que proviene de imágenes y creencias concretas con las que nuestra mente queda fascinada. Nunca estamos desconectados del Origen.
Como dice Hellinger: «la vida viene de lejos» y «fluye a través de nosotros». Los padres nos transmiten la vida, tal como ellos la recibieron, con sus límites y sus ventajas especiales. De alguna manera somos determinados por nuestros padres, pero la vida es independiente de cómo sean ellos. Hemos de acoger la vida, tal como nos la dieron, entera.
El rechazo de nuestras circunstancias, la lucha para enderezarnos, mejorarnos, para lograr ser quien nos gustaría ser y no somos, determina la búsqueda inacabable de una identidad ajena idealizada que nos separa de nuestro ser.
Cuando nos desconectamos de nuestro Origen nos invade la melancolía. Perdemos la libertad y el fluir que se produce cuando estamos conectados. Cuando lo estamos, el Ser se manifiesta de manera diferente y creativa en función de nuestra personalidad.
En este sentido, la personalidad es la forma especial que tiene el Ser de expresarse a través de los humanos, mientras que el carácter, el rasgo principal, dificulta la expresión de la verdadera personalidad por las limitaciones de los autoengaños con los que funciona.
Todos los esfuerzos y sacrificios impuestos por el carácter 4 son intentos de recuperar la conexión, pero no es ésa la vía, recuperar el Origen es, en cierto modo, el proceso de renunciar a nosotros mismos, puesto que lo que nos desconecta es la manera en que nos pensamos, la imagen interna de lo que creemos ser. Por muy denigrada que sea esa imagen nos apegamos y nos parece que renunciar a ella es equivalente a perder nuestra identidad. Sin embargo, no es posible percibir nuestra conexión con el Origen, con el Ser, si no renunciamos a esa autoimagen. La muerte del ego no significa la muerte de nuestra personalidad, sino que nos estamos experimentando a nosotros mismos a un nivel más profundo: lo que ha cesado es la idea de que nuestra identidad egoica es todo lo que somos.
En resumen, el Origen, del punto cuatro, hace referencia a que nosotros como seres individuales, así como todo lo que existe, provenimos de la presencia amorosa del Ser, que es nuestro origen y nuestra naturaleza y nos da un sentimiento de conexión, de pertenencia al Ser.
En el punto cinco, la Omnisciencia, significa conocerlo todo como una unidad, la comprensión de que todo lo que existe está intercomunicado, de que las fronteras experimentadas por el ego no son reales y que la separación y el aislamiento son ilusiones. No podemos separarnos puesto que todos somos una misma cosa.
La Omnisciencia o Sabiduría es algo muy distinto de la erudición, de la capacidad de reunir grandes cantidades de información que caracteriza el estilo intelectual del eneatipo 5. Con el acceso a esta Idea es posible ver y establecer conexiones entre toda esa información, de manera que los árboles ya no impiden ver el bosque.
Cuando podemos experimentar que todo lo que existe está interconectado, que todo lo que ocurre influye en todo lo demás, que, por más que queramos, el aislamiento no es posible, empiezan a perder sentido las barreras defensivas que hemos interpuesto para que el mundo no nos toque, no nos dañe.
El sentido de la posesión, de lo mío, tanto en el terreno material como en lo que se refiere al mundo interno, la dificultad de compartir por el miedo a quedarse sin nada o a sentirse invadido, también pierden sentido. Mi territorio deja de serlo, a algún nivel. No es que deje de ser quien soy, un individuo diferente de los demás, con las peculiaridades que implica mi dotación genética específica y los condicionamientos de las circunstancias personales y sociales que me ha tocado vivir, pero no soy nada por mí mismo, de forma independiente del complejo entramado que me sostiene, tanto a mí como a los restantes seres vivos. De nuevo podemos recurrir al ejemplo del océano y las olas. Soy esta ola, pero si el océano no existiera, ¿qué sería yo? Soy esta ola que es, a su vez, movimiento y manifestación del océano, salgo y vuelvo a él, como todas las demás olas.
No es posible preservar mi identidad, aislarme, salirme del flujo de la vida. Es una fantasía, una ilusión creer que somos autónomos y que lo que pasa a nuestro alrededor no nos tiene por qué afectar ni influir. Queramos o no, nos afecta, como nosotros también afectamos al resto de esa vida de la que formamos parte.
La fuerza vital que nos anima, el latido de la vida en nosotros, es la misma fuerza vital que está en todas partes, que da la vida a todas las cosas.
En la realidad no existen límites definitivos, de modo que no es posible existir como una unidad separada. Sin embargo, la experiencia humana es una experiencia de separación, que tiene que ver con los límites del cuerpo físico y empieza a aparecer muy tempranamente con la identificación de nuestra imagen en el espejo, hasta consolidarse en una identidad yoica antes de los tres años. Esta experiencia de identidad separada forma parte de un proceso evolutivo, necesario para nuestra salud mental. Luego consolidamos esta sensación de separación, en nuestra vida cotidiana, cada vez que nuestros deseos o intereses no coinciden con los de las personas de alrededor, cuando los demás tratan de imponernos los suyos y sentimos que tenemos que defendernos de un mundo que nos daña y en el que estamos solos. Desde esta sensación mantener los límites propios es muy importante y se convierten en fronteras.
Cuando la vida nos regala una experiencia de Unidad, nos damos cuenta de que formamos parte de algo mucho más grande que nosotros, que no estamos separados del resto de la vida aunque seamos una manifestación particular de ella. Esta sensación de ser una expresión más de la manifestación de la fuerza vital suspende momentáneamente la vivencia antropocéntrica que nos lleva a creernos el centro del universo que funciona por y para nosotros. Sólo en la experiencia mística podemos romper el «encantamiento» de la dualidad, desde la disolución de la identidad. Para poder funcionar en lo cotidiano es necesario recuperar la identidad y manejarnos en la dualidad, aunque podemos mantener el eco profundo de la Realidad no-dual.
La Omnisciencia, para Almaas, está relacionada con la experiencia de la unicidad, de que todo lo múltiple está interconectado. Desde nuestro punto de vista, esta interconexión es lo que nos ayuda a intuir el Ser que se expresa a través de esta multiplicidad, que se mantiene unida por encima de la apariencia.
Al igual que lo plantea Almaas, entendemos que desde la perspectiva del Ser sólo existe el Ser; desde la perspectiva de la Omnisciencia, este Ser se manifiesta en una multiplicidad de objetos. Si el Origen acentúa el hecho de que no estamos separados del Ser, nuestra fuente y esencia, la Omnisciencia enfoca el hecho de que no estamos separados de los demás o del entorno. La Omnisciencia nos dice que todas las olas de la superficie del océano están conectadas; el Origen, que las olas forman parte del océano, y el océano, olas incluidas, es el Ser.
Es muy impresionante percibir la interconexión desde el plano de la física cuántica. Hay multitud de experimentos en la actualidad que verifican que objetos que han estado «físicamente» conectados siguen manteniendo su conexión cuando se interponen kilómetros de distancia entre ellos.
Cuando se pierde la conexión con la Idea, la consecuencia para el hombre es que nace la ilusión específica de que somos una entidad separada, que existe por cuenta propia. Esa creencia determina nuestra experiencia. Creemos que podemos construir muros impenetrables que nos separen de los demás. Negamos la dependencia, el hecho de que nuestras vidas estén entrelazadas. La ilusión consiste en utilizar los límites del cuerpo para definir y limitar nuestro sentido de quién somos. Cuando tenemos la convicción de que las fronteras del cuerpo nos definen, la sensación de separación se solidifica. La dificultad que deriva de ahí es la sensación de aislamiento, soledad y abandono. La reacción a esta dificultad es intentar eludir el enfrentamiento con la realidad, porque si nos sentimos aislados y deficientes, no confiamos en poder manejar adecuadamente la realidad y evitamos el contacto, intentando escapar de ella.
En una visión no egoica, los límites definen una diferencia, pero no una separación; las personas son distintas unas de otras, pero no están separadas. Los límites serían los de la individuación. La diferenciación es necesaria. Sin ella no existiría experiencia ni conocimiento ni acción ni vida, pero podemos sentir esa diferencia, funcionar y vivir como un ser humano sin perder la sensación de la unicidad, de la pertenencia a la unidad.
La Omnisciencia nos capacita para discriminar, conocer, funcionar y vivir la vida de un ser humano. El organismo humano experimenta la separación, pero sabe que es el Todo.
Cuanta más fuerza adquiere esta Idea, cada persona, cada objeto se vuelve más real y sustancial dentro del todo mayor y nuestra propia necesidad de límites separados se relaja porque también a nosotros nos experimentamos como persona única que, al mismo tiempo, forma parte inseparable de la estructura del universo vivo.
La Idea de la Fe es la más próxima a la confianza básica en sí misma. Se trata de la certeza de que cada uno proviene del Ser y pertenece al Ser.
La Fe implica poder mantener la conexión con lo profundo de sí mismo, con lo que Es, con la verdad del Ser que nos constituye. La conexión interna con el Ser que nos habita permite confiar, implica la aceptación de lo que soy, de mis impulsos, mis deseos, mis actos. Cuando la ilusión rompe esta conexión, no puedo confiar en mí, la mente coge las riendas e intenta dirigir cómo tengo que sentir, actuar, vivir. Todos los impulsos que la mente no reconoce o no acepta son vividos como sospechosos, peligrosos, dañinos, incluso como ajenos a mí, instaurándose la desconfianza en uno mismo que luego se proyecta al resto del mundo.
La Fe no es una creencia, es una experiencia, una certeza vivencial de que el Ser es la realidad interna y la verdad interior de cada ser humano y que es realmente nuestra verdadera naturaleza. Experimentarlo. Cuando la Fe está presente sentimos confianza, seguridad, una certeza implícita que genera una sensación de apoyo y valor. Constituye una transformación en nuestra alma, una transformación de la experiencia de quien somos, un saber en el corazón, que aparca el constante cuestionamiento a que nos somete la mente.
Esta transformación que supone la Fe no ocurre sólo a nivel interno. Cesa la proyección.
El mundo vuelve a ser un lugar seguro, se instaura una confianza profunda en que la vida nos sostiene, no tenemos que sujetarlo y controlarlo todo para estar seguros. La vida que nos constituye, y de la que formamos parte, no va contra mí. No necesito estar prevenido, en un sinvivir, preocupado por un daño que puede ocurrir en cualquier momento, desconfiando de todo y de todos.
La sensación de conexión interna tiene un carácter amoroso que me permite vivir, dejarme en paz, aceptar lo que soy, la forma en que la vida se manifiesta a través de mí. Dejo de estar en guerra y puedo asumir lo que siento aunque esté en contradicción con mis criterios morales, con la forma en que me gustaría sentir, desde una idealización autoinculpadora. Automáticamente, esta conexión deriva en una confianza en la vida y en un dejar de estar en guerra también con ella. Lo amoroso tiñe la relación con la vida, como un enamoramiento que nos conecta con una vitalidad poderosa y fuerte, un deseo de vivir lo que nos traiga.
Es la consciencia vivida de que el Cosmos es un mecanismo que se autorregula y que el individuo puede estar integrado con la realidad, yendo, de manera natural y espontánea, hacia su propia realización.
Esa consciencia tiene un efecto: reconocer que la fuerza interna, la certeza capaz de atravesar el miedo, está en su propia naturaleza, como expresión del Ser.
La Fe facilita mantener la confianza en los momentos de dificultad y no perder el corazón cuando se produce un desengaño, evitando que la desesperación pueda dominarnos totalmente.
La ausencia de Fe está presente en la falta de confianza en la naturaleza humana o en la naturaleza del Universo. Las convicciones de fondo sobre quiénes somos van a contracorriente de la experiencia de la Fe. La sustituimos por el convencimiento de que los seres humanos somos intrínsecamente egoístas, interesados y egocéntricos y, en consecuencia, adoptamos una actitud suspicaz. La sospecha refleja una posición cínica de fondo, entendiendo cinismo como descreimiento en la sinceridad humana.
La falta de sensación de apoyo, que se produce al estar desconectados, sumada a la falta de Fe en la existencia, conduce a la falla de la confianza acerca de que la realidad proporcione apoyo. Nadie va a estar ahí para nosotros de forma desinteresada y no son posibles ni el verdadero amor ni el verdadero sostén, que nos faltaron en la primera infancia. Nos siguen faltando y nunca vamos a obtenerlos. Pero no es el sostén externo el que necesitamos ya, sino el apoyo interno, nuestra conexión interior sin la cual nos sentimos siempre inquietos y asustados.
La Fe nos lleva a recuperar la certeza de que nuestra naturaleza innata es Ser, que podemos confiar, aunque no estemos todo el tiempo en contacto con ella.
Dice Almaas que las Ideas de los tres puntos del triángulo central son específicamente necesarias para recorrer el camino. El Amor motiva el anhelo de ponerse en camino; la Fe nos sostiene y apoya a lo largo de él, y la Esperanza proporciona el convencimiento de que todo se desarrollará de la manera adecuada.
La Idea del Trabajo parte del hecho del despliegue de la vida. La vida se desarrolla como una sucesión de momentos, de instantes encadenados, como los fotogramas de una película. Cada momento lleva al siguiente. Todos esos momentos son experimentados como el «ahora», el eterno presente.
Si estamos realmente en el presente, las cosas son espontáneas y funcionan en una continuidad de Ser, un despliegue de nuestros recursos esenciales. En realidad, lo único tangible es el ahora. La huida al pasado o al futuro a través de la imaginación hedonista de este eneatipo trata de evitar el dolor o las dificultades del presente. En la fantasía podemos lograr que todo sea como deseamos, tanto cuando recreamos lo placentero del pasado como cuando construimos el grato futuro anhelado. Entregarnos al presente conlleva aceptar el dolor tanto como el placer. La vida nos lleva inevitablemente a las dos experiencias. No podemos transformar la vida en ese cielo que nos prometía el catecismo cristiano, ese lugar lleno de venturas donde lo malo, lo doloroso, no tiene cabida. El intento de evitación del dolor, la búsqueda insaciable de placeres implican una desconexión de sí mismo y de las propias circunstancias vitales que acaba siendo más angustiante que el dolor en sí.
El despliegue de la vida tiene un impulso y una dirección, que sigue un orden tan poderoso como para poder regir el funcionamiento de los planetas, las estaciones del año o la gestación de una nueva vida. La vida tiene su Plan Universal, tan inteligente que no necesita guión, es creativa, en cada instante y en cada circunstancia que deviene. La vida se abre camino.
Este despliegue también ocurre en nosotros. No olvidemos que somos manifestaciones del Ser. Si nos escuchamos en profundidad, si conectamos con nuestro corazón, con nuestra realidad profunda, vemos, vivimos este despliegue de la vida manifestándose en nosotros.
Para poder experimentarlo es necesario que la consciencia esté centrada en el presente. Si estamos en el presente conectados con nuestro sentir verdadero, sabemos cuál es el siguiente paso. No necesitamos, cada vez que nos encontramos con una dificultad, recrear un plan atrayente que vuelva a ilusionarnos. Desde la dificultad de aceptar lo doloroso de la vida se genera una constante búsqueda de reilusionarnos con planes sugestivos, que se convierte en una adicción sin la que no sabemos funcionar. Sólo la ilusión nos motiva para seguir viviendo.
La planificación como defensa para evitar la angustia se suele convertir en generadora de más angustia, en cuanto nos desorienta. La sensación de estar perdidos genera una planificación sin fin. La verdadera orientación deriva de la conexión interna, que permite a nuestros actos ser acordes con nuestra realidad presente.
Nuestra naturaleza, que se despliega en el tiempo, nos lleva, inevitablemente, a tener planes de futuro, y cuando éstos se cumplen, creemos que ha sido exclusivamente fruto de nuestra planificación y de nuestras acciones. Nos olvidamos de todos los restantes elementos que se han de poner en juego. Y nos olvidamos también de todas las veces en que nuestros planes no se han cumplido, porque la vida nos lleva por otros derroteros. Posiblemente, todos podemos comprobar, si miramos hacia atrás, cómo nuestra vida presente no se corresponde con lo que planeamos o imaginamos en el pasado.
El universo se despliega según leyes naturales e inherentes pero sin premeditación, porque el universo es inteligente y sensible, lo que le impide ser predecible y mecánico. Igual ocurre con nosotros: tampoco somos predecibles. Si sabemos que las cosas se despliegan por sí mismas, podemos rendirnos al despliegue y vivir, sabiendo que no es una nueva planificación lo que puede cambiar nuestra vida, sino la entrega y la acción, conectadas con nuestro ser, en armonía con el despliegue.
Desde la presencia sabemos lo que estamos haciendo y a dónde vamos, lo que sucede se produce de un modo espontáneo, natural y sin esfuerzo pues no estamos separados de quienes somos.
Cuando uno no está presente, cuando la fantasía nos aleja de nuestra realidad en el ahora, el tiempo se pierde. Como dice Almaas, el tiempo vivido en tiempo real, en presencia, es nuestra verdadera edad, la que indica nuestra madurez.
La ilusión es la creencia de que podemos dirigir el propio despliegue. El Trabajo no es más que renunciar a nuestros planes y nuestra manipulación.
El Trabajo del hombre es sencillamente seguir este despliegue ordenado, convirtiéndose en lo que puede ser, madurando su pleno potencial. El Trabajo para la realización de este despliegue sólo puede llevarse a cabo en el presente, no tiene nada que ver con realizar algo que tengamos en mente. La sabiduría es vivir de acuerdo con esta comprensión de que la realidad es una presencia que se despliega constantemente y sigue un patrón armonioso. Lo único que podemos hacer es estar presentes, estar completamente donde estamos, sin tratar de dirigir nuestro despliegue, en la confianza de que si estamos presentes se desplegará el siguiente movimiento y sabremos cuál es.
Considera Almaas que las Ideas correspondientes a la parte superior del eneagrama, a los puntos 8-9-1, o sea, a los instintivos-motores, nos ofrecen una visión de la realidad del Ser; las de los puntos emocionales, 2-3-4, nos acercan al funcionamiento del Ser, y las de los puntos intelectuales, 5-6-7, inciden sobre cómo nos afecta la verdad sobre la realidad a nosotros como seres humanos. Por otra parte, algunos sufíes, concretamente Abdul Karim, del grupo Naqshbandi, hablan de las Ideas simplemente como atributos del Ser, velados por nuestras identificaciones y condicionamientos.
Para terminar, podemos decir, siguiendo el planteamiento de Almaas, que el Ser es No-Dual (8), Perfecto (1) y Amoroso (9), que funciona de manera totalmente espontánea y creativa (3), siguiendo una voluntad unificada (2) cuyo origen o fuente es el propio Ser (4), y que esta visión genera en el hombre la renuncia a la creencia en la autonomía personal, sustituida por la conciencia de la pertenencia a la Unidad (5), la certeza y la confianza en la propia esencia (6) que es la manifestación del Ser en su despliegue (7).