LAS PASIONES Y EL SUFRIMIENTO

Según Dhiravamsa, el sufrimiento es la piedra de toque de la realidad que nos hace progresar.

Cuando nos hemos planteado el tema de las fallas en el ambiente facilitador o ambiente de apoyo, que el cachorro humano necesita para poder desarrollarse, lo hemos hecho desde el punto de vista de la influencia negativa de estas fallas en la constitución de la confianza básica. Ahora lo vamos a mirar desde otra perspectiva, consideraremos la reacción a estos fallos y la creación del falso self desde la óptica de la manera peculiar que cada uno vamos a tener para afrontar la angustia, el sufrimiento y los límites de la realidad, que nos hacen salir del egocentrismo narcisista y omnipotente de la primera infancia.

Hablar de cómo habríamos llegado a ser si nos hubiéramos desarrollado en un ambiente de apoyo óptimo es una utopía. Gurdjieff habla de cómo en el hombre es necesaria una «primera educación» que genera la personalidad y una «segunda educación» capaz de trascenderla. En el mismo sentido, Rof Carballo cita a Ashley Montagu, que habla de una primera naturaleza con la que el hombre no podría subsistir y de una segunda naturaleza adquirida por la influencia ambiental y cultural. Sin esta segunda naturaleza el hombre perecería (o al menos no se desarrollaría con todo el potencial de lo humano, eso ocurre en las historias como las de los niños lobos de la India). La primera naturaleza, para él, no puede existir si no es bajo el cobijo de esta segunda. El problema es que los hombres tendemos a considerar equivocadamente que esta segunda naturaleza es la única.

Rof Carballo nos habla de hasta qué punto es necesario para que el yo, la estructura íntima del hombre, se construya, un ritmo adecuado de alejamiento y retorno por parte de la madre. Es necesaria desde su punto de vista, junto a la confianza básica, la percepción de una inestabilidad básica que deriva del riesgo constante de desamparo que supone el alejamiento.

Siguiendo a Lauretta Bender sostiene que el niño, que es incapaz de manejar su cuerpo, interpreta la ausencia de apoyo como una agresión. Es como si el niño contara con que sus necesidades deben ser satisfechas. Por eso cuando algo falla en el entorno, que lo priva de la satisfacción, provoca un sentimiento de frustración y una respuesta agresiva. Esa respuesta agresiva, autoafirmativa, la considera liberadora del encadenamiento fusional de la ternura.

Desde la invalidez en la que el hombre nace, la ternura es la respuesta adecuada que lo abre a «la luz del ser». Pero la constitución de lo humano es, para él, un proceso mucho más complejo.

El hombre no es un ser aislado que luego se reúne con otros, formando grupos. El hombre se acaba de constituir como tal incorporado a un grupo, gracias a la tutela de alguien del grupo. Ya hemos visto su concepto de urdimbre primigenia, que retomamos ahora.

La urdimbre «descansa sobre una continuidad psicobiológica», y es una «realidad transaccional», al mismo tiempo que «constituyente» y «programadora» de las pautas que determinan la conducta y la percepción de la realidad y se expresa en la trama de sus relaciones interpersonales. Se transmite a través de generaciones, de forma que tanto problemas como soluciones de la historia familiar reaparecen en la constitución individual.

Dentro de esta urdimbre primigenia considera tres aspectos o funciones que influyen de manera decisiva en la constitución de la personalidad: la «urdimbre amparadora o tutelar», la «urdimbre de orden» y la «urdimbre de identidad o liberadora».

La función de la urdimbre amparadora tiene que ver con la creación del sentimiento de confianza básica; la liberadora ha de promover la independencia, tal como ocurre en el mundo de las aves cuando promueven el vuelo de las crías; y la ordenadora, que establece unas coordenadas básicas, unas bases del orden del mundo en que ha de desenvolverse el niño. En cualquiera de estas funciones puede haber dificultades que obstaculizan el desarrollo «sano», pero las dificultades, para Rof Carballo, son más que obstáculos: la dificultad es lo que constituye la motivación de toda búsqueda espiritual.

La reacción a la dificultad, a las circunstancias adversas, adquiere modalidades diferentes en función de la pasión dominante y constituye un aspecto esencial de la fijación que condiciona la visión del mundo, pero también en esta reacción está el germen de la virtud, que sería la otra cara de la pasión, una vez que ésta se libera de las emociones negativas y de su reflejo en el pensamiento que la constituyen.

Volviendo a Dhiravamsa, en relación con este tema del sufrimiento como motor en el desarrollo espiritual, él distingue tres categorías de sufrimiento que podemos resumir como: Sufrimiento Ordinario, que es el sufrimiento de la vida; Sufrimiento producido por los cambios y las pérdidas, y Sufrimiento que proviene de Estados Condicionados, que perturban nuestra visión de la realidad. Los dos primeros formarían parte de las dificultades vitales que nos ayudan a crecer y nos impulsan a una búsqueda de sentido. El tercer tipo de sufrimiento, en cambio, nos paraliza y nos mantiene atrapados; a éste podemos ponerle fin, para ello necesitamos una visión profunda de la naturaleza real y sus distintas manifestaciones.

El factor más básico que subyace a este tipo de sufrimiento es la ignorancia, en el sentido de ausencia de conciencia. Para superar la ausencia de conciencia necesitamos el trabajo de autoobservación, ver la estructura y sus interrelaciones, descubrir las causas y condiciones que dan nacimiento al problema, alcanzar la comprensión de la naturaleza intrínseca de las cosas y encontrar el enfoque correcto. Aun sabiendo que este enfoque siempre estará reducido a los límites de la comprensión humana. El conocimiento interior o «la visión profunda», utilizando su terminología, es el medio más simple pero más eficaz de lograrlo. Con esta herramienta nos liberamos de las visiones ilusorias de la conciencia y la ignorancia; somos libres para ser nosotros mismos tal como somos. La «visión profunda» nos abre al mundo externo y al interno.

A la vía de la «visión profunda» la llama «camino del corazón». Habitualmente sólo vemos lo que queremos ver, lo que encaja con nuestro condicionamiento; vemos las cosas a través del prisma de nuestra experiencia personal, el conocimiento, la educación, el trasfondo cultural o religioso en que nos movemos y tratamos de convencernos de que es la única verdad. El «camino del corazón» nos permite una visión diferente y nos libera de los patrones fijos de actuación que se relacionan con la conciencia condicionada. En términos de Carlos Castaneda nos cambia el «punto de anclaje» desde el que miramos el mundo.

La seguridad, que supuestamente nos garantiza el mantenimiento de esos patrones, hace que los sistemas de defensa sean cada vez mayores, manifestándose en el lenguaje corporal y en la estructura física. Los patrones de energía son trabados y se crea un bloqueo: la ira se entierra en las mandíbulas, el miedo en el estómago, la tristeza en el pecho… En la misma línea hablan Reich y Lowen de las resistencias establecidas en el cuerpo como una coraza defensiva que nos impide tomar conciencia de lo que sentimos. Los patrones de energía trabados condicionan la percepción, los sentimientos, el contacto…

Los sentidos son capaces de procesar mejor la información, se vuelven más agudos y brillantes cuanto más libres están el cuerpo y la mente de la conciencia condicionada. El entrenamiento y la mejora de cualquier sentido físico conllevan un desarrollo de la conciencia.

En el proceso de liberación de la conciencia interfieren el anhelo y el apego, según Dhiravamsa. El anhelo es el impulso a conseguir aquello que nos hace sentir bien y el apego es el impulso a seguir manteniéndolo. El anhelo potencia el apego. Sólo al liberarnos del apego podemos alcanzar claridad de conciencia, libre de la dependencia emocional y psicológica. Cualquiera que haya pasado por una experiencia de ruptura o crisis en una relación habrá podido observar cómo la dependencia, psicológica y emocional, llega a perturbar profundamente la conciencia.

Sostiene asimismo que tras el apego encontramos el miedo. El miedo forma parte de nuestra constitución como humanos y de nuestra historia ancestral (no olvidemos cómo se sentirán nuestros antepasados en un mundo de animales mucho más grandes y fuertes). La angustia del nacimiento, la angustia de la separación primera, en un momento en que no podemos subsistir y en que no estamos integrados, vuelve a potenciar el apego que nos impide distanciarnos de las personas y las cosas que nos garantizan cierta integridad y seguridad, en un círculo inagotable, pues mientras mantengamos el apego, existirá miedo.

En concreto, el apego a la autoimagen es una forma de conseguir identificarnos con una identidad que nos sostiene. Cuando el apego domina las manifestaciones de nuestra vida creamos un sentido del yo y la noción de muchos yoes: «soy un creyente», «soy un padre», «soy un maestro». Ya hemos visto como Gurdjieff nos alerta del error de creernos uno e identificarnos con ese yo parcial. Cuando estos «yoes» desaparecen, sólo nos queda experimentar lo que la vida nos trae. A menudo, esta disolución del yo supone atravesar un estadio de desestructuración cuasi psicótico temible que, a veces, nos lleva a renunciar a la búsqueda. Pero también los estados de disolución del yo conducen a las «experiencias cumbres» (Abraham Maslow), estados de gozo, éxtasis, paz interior, armonía, unidad con el universo que se dan en las experiencias místicas.

Al estar condicionado y depender del apego, el ego (sentido del yo que opera como identidad) se desarrolla hasta nacer en una personalidad que lleva consigo todo el condicionamiento compulsivo. Este nacimiento se ve acompañado de todas las pasiones, virtudes, defectos psicológicos, rasgos, ideas nobles, etcétera, que entran en acción y están preparadas para hacerse cargo de la vida de un individuo.

Mediante la presencia de la conciencia, el proceso condicionado se corta. La meta de conseguir la liberación del condicionamiento que supone el carácter no puede alcanzarse hasta que todo el lado oscuro del inconsciente sea llevado a la luz.

Dhiravamsa propone la meditación vipassana como una vía para salir de la visión limitada de la realidad a la que nos condiciona nuestro carácter. El significado literal de «vipassana» es un ver claro y total, ver con el ojo de la totalidad, lo cual significa reconocer que nada se produce aislada o independientemente, que los problemas han de contemplarse en el contexto de sistemas globales. Esto nos permite una visión profunda y panorámica que nos capacita para percibir la red de interconexión que subyace a nuestra experiencia y se mezcla con ella. Naranjo siempre incorpora en sus talleres la práctica de la meditación vipassana, entre otras.

La esencia de la práctica es permanecer totalmente consciente, desidentificado y no-apegado frente a cualquier cosa que se presente y observar lo que sucede sin interferir, juzgar o comentar, sin alejarse ni enfrentarse. No se trata de cambiar nada de lo que se ve, sino de transmitir la información acerca de lo que sucede. Cuanto mayor es la conciencia, mayor la libertad respecto a los patrones de energía que tratan de dirigir nuestra vida.

La sabiduría (capacidad de ver las cosas tal como son) refuerza el no-apego, que se manifiesta en una actitud positiva hacia todas las cosas y todo tipo de experiencias vitales, acogiéndolas y siendo emocionalmente independiente de ellas. El no-apego implica una libertad de ser que refuerza el amor. El amor (conciencia unitiva de sentirse conectado y unido con todo) refuerza, a su vez, la sabiduría.

La práctica del vipassana que propone es: postura de meditación sentada, con el cuerpo erguido y equilibrado y atención alerta. Centrar la atención en la respiración, dos dedos por debajo del ombligo. Observar la respiración, inspirando y expirando de un modo natural, sin ninguna manipulación. En esta observación atenta y relajada, sin juzgar y cuidadosa, cualquier acontecimiento físico o mental que aparezca (dolores, insensibilidad, picor, pensamientos, recuerdos, fantasías, voces interiores…) lo reconocemos y lo dejamos estar, sin producir interferencias, sin cambiar la posición del cuerpo, sin tratar de cambiar ni de deshacernos de nada. Dejamos que las cosas vayan y vengan, manteniendo centrada la atención, no dejándola ir con lo que se presente. Ser consciente y experimentar lo que está pasando nos permite conseguir toda la información necesaria. El acento está puesto en la apertura y el libre fluir de todas las cosas. Todo lo que se presenta al campo de la conciencia se vuelve objeto de la atención meditativa en ese momento, dejándolo que se exprese sin restricción. Lo experimentamos tan a fondo como podemos, sin juzgar, sin identificarnos y con una conciencia desapegada, mientras, al mismo tiempo, somos testigos y observamos objetivamente el proceso de lo que está pasando. Así el ego consciente no se ve implicado, ni interfiere en estos patrones de energía. Por otra parte, la creencia del ego de que puede dirigir la vida se derrumba, en cierta medida, al observar cómo no dirigimos ni tan siquiera el flujo de nuestros pensamientos.

LAS VIRTUDES

Es difícil describir exactamente las virtudes, y Naranjo propone utilizarlas como material inspirador a partir de sus definiciones, estando abiertos a la propia experiencia, en la observación de la conducta virtuosa y del estado anímico que la acompaña.

Dhiravamsa sostiene que, para cultivar la virtud, cada rasgo debe tomar conciencia de que esa virtud no es algo extraño y ajeno a él, sino que por el contrario forma parte de su realidad y se manifiesta espontáneamente en los momentos mejores de su vida. Sólo hay que permitir que ese estado emerja y alcance la mente consciente. Como cada una de las virtudes es la herramienta adecuada para un tipo de personalidad, es muy importante la identificación correcta del rasgo, puesto que son antídotos específicos, y aunque a todos nos venga bien el ejercicio de cualquier virtud, es mucho más transformadora la propia.

Serenidad

La virtud del 1 es la serenidad. Como en el poema a Salinas «El alma se serena», se queda en paz. Frente a la actitud exigente consigo mismo y con los demás, la tolerancia, que abre la puerta a la serenidad, conlleva un dejarse en paz y dejar también a los otros. Sin la agitación de la ira, sin la presión de las exigencias del perfeccionismo, sin la compulsión a la acción, uno puede estar tranquilo. Implica recuperar la confianza en la vida y sus caminos y renunciar a la idea de cargar sobre las propias espaldas la tarea de enderezar el mundo. Sentir que la vida funciona y ha funcionado desde siempre sin que yo la dirija.

La experiencia meditativa relatada por un paciente refleja este sentir. Cuenta que aparecieron en su mente los primeros momentos del desarrollo de la vida, cómo la aparición del oxigeno «estropeó» el equilibrio anterior, pero cómo permitió a su vez el desarrollo de un ambiente facilitador de la vida y cómo la vida fue evolucionando a través de los cambios climáticos, la aparición y desaparición de las especies, hasta llegar al momento actual, y cómo todo eso había ocurrido sin su intervención, sin que él estuviera allí para decirle a la vida cómo lo tenía que hacer. La aceptación de la vida tal como es nos permite dejar de lado el resentimiento y abandonar nuestros prejuicios sobre cómo deberían ser las cosas, corta el círculo infernal de crítica y rabia y nos libera profundamente.

Cuando ocurre así, la rigidez se convierte en rectitud y la conducta se tiñe de una impecabilidad espontánea, muy lejana del perfeccionismo.

Dhiravamsa propone meditaciones específicas de cara a conectar con la virtud. En el caso del 1 hace hincapié en la necesidad de parar la crítica y permitir que las cosas fluyan para alcanzar el estado meditativo.

Dado que en el juicio crítico podemos sospechar una alianza entre los aspectos instintivos y los intelectuales, una racionalización justificativa de la rabia, que además la perpetúa, es importante encontrar un espacio para lo emocional, para despertar el corazón olvidado.

Humildad

La virtud del 2 es la humildad. La humildad tiene que ver con el reconocimiento y la aceptación de los límites de la propia realidad. En el orgullo hay un egocentrismo narcisista que lleva a creerse especial y a sentirse con derecho. En la humildad puede sentirse uno más, puede renunciar a la necesidad de privilegios.

La humildad trae aparejada la renuncia a lo que el don Juan de Castaneda llama importancia personal. La importancia personal lleva a ofenderse muy fácilmente por cualquier falta de atención, por cualquier crítica, por cualquier actitud que ponga en duda los superpoderes del orgulloso, o que le haga notar la existencia de límites que también lo incluyen. Desde la posición de superioridad que dicta el orgullo es muy difícil ver al otro, entender sus valores diferentes, pero la humildad permite acercarse al otro, aceptarlo y reconocerlo como a un igual. De alguna manera implica deshacerse de la autoimagen de sobreabundancia, aparcar la falsa generosidad y poder escuchar lo que el otro necesita, sin invadirlo.

La humildad, al poder integrar los aspectos rechazados para mantener la autoimagen grandiosa, permite integrar la disociación entre sentimiento y pensamiento, resolviendo la represión, pudiendo ligar los afectos y los instintos con sus representaciones mentales.

Para la meditación, Dhiravamsa destaca lo importante que es permitirse cualquier sensación y abrir el pecho, escuchar la voz del corazón.

En muchos casos, al permitirse conectar con los aspectos reprimidos y deshacer la autoimagen, aparece el lado oscuro, todo lo temido y oculto, vivido como muy peligroso y dañino y con mucha carga de sentimiento de culpa, que habitualmente se mantiene inconsciente.

No es fácil atravesar esta parte del proceso, pero la humildad permite poder reconocer, aceptar e integrar estas fuerzas oscuras.

Autenticidad

La virtud del 3 es la autenticidad. Tras la ruptura de la fusión con la madre, el niño ha de encontrar su identidad. Cuando encuentra poco permiso para ser, para expresarse espontáneamente, porque el espejo de la madre reprueba determinadas actitudes, ante el temor a la pérdida del amor materno, va renunciando a la espontaneidad. La falsedad tiene más de renuncia que de engaño. Sólo se permite ser lo aprobado, lo adecuado, pero se llega, en ese proceso, a olvidar lo propio. Recuperar la autenticidad supone reconocer el mundo emocional, los deseos, sentimientos y sensaciones perdidos en aras de la aceptación, y poder ser consecuente con lo que uno siente, no tener que ocultarse. El primer paso es ese reconocimiento interno, permitirse mirar y nombrar lo que uno siente, saber que ésa es la identidad, no la que brinda el espejo. En segundo lugar estaría dejarse ver, dejar que se transparenten las emociones, renunciando a la máscara de adecuación, a la aprobación del otro. Aprobación, por otra parte, que nunca es suficiente porque en el fondo se sabe que sólo estamos presentando una máscara vacía. La autenticidad permite estar en el mundo siendo, estar presente en cada una de nuestras acciones y relacionarnos con otros seres, saliendo del sentimiento profundo de soledad en que nos dejamos a nosotros mismos cuando nos olvidamos de ser para complacer.

La práctica que Dhiravamsa considera más apropiada de cara a eliminar el autoengaño es la meditación que pone el acento en el ser. Una manera puede ser la de tratar de responder a la pregunta de quién soy yo y mirar cuánto de la imagen de mí mismo que alimento se sostiene en el éxito que obtenga.

La atención que ha logrado tan alto desarrollo como para intuir lo que el otro acepta ha de ser dirigida hacia el mundo interno a fin de poder llevar a la consciencia el engaño y la negación del sí mismo. No buscar soluciones, no tratar de encontrar la fórmula nueva desde la que vamos a funcionar, sólo aumentar el nivel de consciencia de lo que somos.

Ecuanimidad

La virtud del 4 es la ecuanimidad. En la ecuanimidad, la mente se encuentra tranquila, mantiene un «ánimo igual» ante las cosas de la vida. El dolor de la carencia da un especial apasionamiento a esta estructura de carácter que vive las cosas en forma muy intensa, muy dramática. El anhelo de amor, la idea de que la intensidad del sufrimiento nos convierte en mejores, acompañada de la esperanza de que la vida algún día nos otorgará lo que nos debe, provoca que cualquier frustración, ante la que hay bastante capacidad de aguante, condicionada por la valoración del sufrimiento, sea vivida con una carga de dramatismo autorreferencial muy fuerte, como si sólo nosotros tuviéramos esas situaciones tan aciagas. De la misma manera, ante acontecimientos favorables se produce una exaltación del yo y un entusiasmo poco común.

La ecuanimidad supone aceptar las cosas como son, dejar de estar en guerra con la vida y sus «errores». Supone también poder equilibrar la autoimagen de lo que nos faltó, reconociendo lo que sí hemos tenido y tenemos. Abre la puerta al agradecimiento, al reconocimiento de lo que la vida nos ha dado, primer paso para poder amar y renunciar al reproche implícito o explícito, a la insatisfacción constante y al agujero negro de demandas nunca suficientemente cubiertas.

Para Dhiravamsa es importante que la meditación del 4 se centre en el presente, en estar presentes en el momento, centrando la atención vital en el aquí y ahora, renunciando a la identidad proporcionada por un pasado doloroso, manteniendo el cuerpo y la mente serenos y vigilantes. Abrirse a una consciencia impecable, desapegada y sin juicio, en la que todas las cosas están incluidas, soltar el apego a las experiencias vividas y el anhelo compulsivo de haber sido amado, y de ser amado en el presente de forma tal que logre compensar lo que faltó, como única forma de sentir el propio valor. El apego constituye un poderoso sistema de apoyo y dependencia que se aferra a las cosas, creando tensiones, miedo, sufrimiento: abandonar el apego es una cura permanente y tiene como resultado la verdadera independencia.

Desapego

La virtud del 5 es el desapego. Quizás sea la del 5 la estructura de carácter en la que más dañada está la confianza en la vida. No haber podido confiar, por las razones que sean, en la madre sostenedora y nutricia no permite confiar en la vida y lleva a una actitud de tener que poder solo, de sentir que se está mejor solo y de apegarse a las cosas a las que uno les da valor de supervivencia. Al mismo tiempo se produce un fuerte distanciamiento emocional, una dificultad para implicarse en las relaciones que nunca son bastante confiables. La virtud del desapego viene a contrarrestar la actitud temerosa que sostiene la dificultad para compartir, a permitir soltar la defensa construida para protegerse de un mundo tan peligroso, un mundo que no me va a dar nada, que sólo intentará quitarme lo que trato de conservar con tanto apego. Y lo que trato de conservar son cosas materiales que me aportan cierta seguridad, dinero, libros, colecciones, conocimientos, pero sobre todo mi mundo interno. Ese mundo interno al que le doy un enorme valor, en el que me resulta muy difícil distinguir lo importante de lo secundario, porque todo es importante al ser mío, y que defiendo con tesón de cualquier incursión, de cualquier invasión por parte de los otros.

Aparentemente el 5 podría parecer el más desapegado de los caracteres, pero ese desapego hace referencia a los otros, a la indiferencia o apatía, a la falta de conexión con el mundo emocional, propio y ajeno, que se produce por reacción a una supuesta hipersensibilidad. Como hay una autoimagen hipersensible, con poca resistencia al dolor emocional, el distanciamiento y la apatía se convierten en las defensas para ese dolor que se supone insoportable. La virtud del desapego ha de moverse en dos planos: por un lado implica el desapego de esa autoimagen tan desvalida y necesitada de protegerse, frente al mundo, del equívoco de libertad como desconexión, y por otro, desapego de todas las cosas materiales que han adquirido un valor simbólico tan importante y han sustituido al mundo de los afectos.

Este desapego nos otorga la tan buscada libertad en el vivir, no en la renuncia a la vida. Recuperamos el gozo de estar vivos, de sentirnos partícipes de la vida, de permitirnos la espontaneidad y la afectividad en nuestras relaciones. Nos permite permanecer abiertos a la vida, dejar de ser observadores de ella para experimentarla, sin tratar de huir y refugiarnos en lo interno con el fin de evitar el supuesto peligro de vivir. Según Dhiravamsa, gracias al no-apego el yo se convierte en un instrumento para comunicarnos con el mundo y no en una realidad sólida y separada, dejamos de aferrarnos a la ilusión del ego. El no-apego es amor, en el amor no hay apego, no hay propiedad, como ocurre cuando el 5 incluye a alguien en su mundo interno, haciéndolo parte de sí para poder confiar. El desapego permite recuperar la capacidad de dar y recibir libremente amor y cualquier cosa que necesitemos, y permite también una libertad distinta que no es la de la renuncia a las necesidades y el encerrarse tras los muros de una intimidad celosamente defendida.

En la meditación, Dhiravamsa aconseja poner atención en distinguir la percepción y la ideación, las sensaciones y los pensamientos, las emociones y los juicios, como una manera de salir de la confusión de lo mental con la consciencia.

Coraje

La virtud del 6 es el coraje. El coraje permite dominar el miedo a equivocarse que tanto paraliza la acción. Los errores, desde el miedo, son vividos como irreparables, algo que uno no se puede permitir. Si uno se equivoca, la precaria seguridad en sí mismo corre el riesgo de derrumbarse y ya no quedaría nada en lo que confiar. Hay una exigencia muy exacerbada de hacer las cosas bien, pero tiene más que ver con no decepcionarse a sí mismo que con el perfeccionismo. El coraje permite arriesgarse, permite confiar en uno mismo por encima de lo acertado o no de las decisiones, y también permite confiar en un mundo del que puede formar parte aunque se equivoque, saber que los errores no van a acarrear el abandono o el rechazo. El temor a ser abandonado está muy presente detrás de la inseguridad y la duda, de la necesidad compulsiva de estar totalmente seguro antes de cualquier elección, cualquier decisión. El coraje permite arriesgarse a seguir el propio camino, el que marca el corazón, aunque perdamos el afecto o la protección de alguien a quien amamos. Asimismo nos permite amar, porque el miedo es el más acerbo enemigo del amor, el miedo a perder el amor del otro o ser abandonado no permite la entrega y potencia el que, desde la desconfianza, sea yo quien abandone para evitar ser abandonado. El coraje permite la entrega al amor.

Acceder a la virtud del coraje no supone una negación del miedo, que sería lo que ocurre cuando uno se engancha en los retos, sino que pasa por asumir el miedo, como algo individual y como algo ancestral de nuestra especie, que sin embargo no tiene por qué condicionar tanto nuestras acciones. El coraje nos permite actuar de acuerdo con nuestras convicciones profundas y afrontar el miedo. Dejamos de buscar la protección de personas poderosas o de la verdad universal para defendernos de un mundo peligroso y confuso. Cuando estamos atrapados en el miedo perdemos contacto con el corazón, nos vamos a la cabeza, que nos aterra y paraliza con sus fantasías destructivas y proyecciones negativas. Cuando actuamos desde el coraje, en contacto con el corazón, podemos seguir nuestras intuiciones profundas y asumir la responsabilidad por nuestras acciones, respaldar lo que hagamos aunque no sea lo que los demás esperan.

Dhiravamsa sugiere que la meditación se haga poniendo la atención en el cuerpo y las sensaciones corporales, a fin de evitar la tendencia a razonar e intelectualizar. La atención en la respiración es buena para alejarse de la cabeza y calmar la mente, pero debe ir acompañada de un abrirse y exponerse a las sensaciones corporales, experimentándolas y observándolas de la forma más completa posible. También habla de observar el entorno inmediato, abrir los ojos mirando lo que sucede alrededor en lugar de permanecer en la cabeza.

Sobriedad

La virtud del 7 es la sobriedad. En la gula hay una especial permisividad con los apetitos de cualquier tipo. Los deseos tienen un carácter muy compulsivo y la autocomplacencia, el romper una y otra vez los límites autoimpuestos, se justifica con razones varias que no impiden el sentimiento posterior de culpa y humillación por no haber sido capaz de resistirse a los caprichos. La sobriedad implica darse cuenta de que uno no está mejor porque se lo permita todo, que los caprichos no logran satisfacer la carencia de amor, dárselos no significa que uno se quiera más, es sólo una forma de aplacarse, un autoengaño.

En el fondo de la gula hay una imagen muy negativa de sí mismo, un sentimiento profundo de maldad o falta de derechos, que se niega a base de darse permiso para todo y venderse como un ser muy satisfecho, tolerante y permisivo. La sobriedad permite ser consciente de las verdaderas necesidades, dejar de intentar llenarlas con cosas de fuera, dejar de ahogar con el exceso de placeres o conocimientos el miedo y la inseguridad.

Pero la sobriedad no se refiere sólo a lo material, a los placeres concretos, también supone un recorte de las fantasías planificadoras, en cuanto sirven para escaparse de la realidad, y una conciencia más clara de todas las racionalizaciones autoexculpatorias. La sobriedad permite vivir en el presente, disfrutar de lo real, parar la insaciabilidad, sentir el ser interior pleno, la sabiduría real del organismo que no necesita tanto buscar fuera, sino reconocerse dentro. Permite renunciar a un ideal de sí, sin límites, sin frustraciones ni dolores, que puede conseguirlo todo.

Frente al deseo de experiencias sin límites que les hace parecer como si pudieran tragarse el mundo, la sobriedad evita caer en los excesos. Se ve acompañada por calma, serenidad y sensatez.

En la meditación, Dhiravamsa propone centrar la atención en el presente y evitar la trampa de los proyectos inacabables. Aceptar plenamente el presente y vivirlo en plenitud acaban con la necesidad de intentar cubrir la insuficiencia buscando en el futuro, en lo imaginado. Simplemente estar atentos aquí y ahora sin buscar alcanzar nada especial, sin tener que llegar a ninguna parte. Si en el 4 el peligro es irse al pasado, en el 7 lo es irse al futuro. Por ello, en ambos casos es importante la presencia en el ahora.

Inocencia

La virtud del 8 es la inocencia. La inocencia perdida es sustituida en el 8 con una negación de la culpa y una trivialización del dolor. El impulso a actuar es la forma de negar la impotencia infantil, pero no vale cualquier acción para que esta negación sea eficaz: en su conducta ha de manifestarse el poder, ha de reflejarse la posición de dominio elegida como la fórmula segura para no volver a ser dañados.

La inocencia no es posible desde el momento en que se establece la venganza. El sentimiento de una justicia no respetada, de una injusticia cometida contra el niño que fuimos, el deseo de reparar esa injusticia llevan a una posición vengadora y preventiva: hay una idea prejuiciada de lo malo y lo bueno, una mirada suspicaz sobre un mundo que me puede dañar y frente al que tengo que ser lo bastante fuerte como para conseguir parar y devolver ese daño.

Es posible que esta actitud de adelantarse a dar el primer golpe, de no dejar que me pillen por sorpresa, de sospechar de las buenas intenciones de los demás, alimente el sentimiento profundo de culpa, no por haber hecho algo malo sino por ser malo. La negación de la culpa, justificada por el daño recibido, no consigue restaurar la inocencia. Más allá de la culpa por las acciones está la culpa por ser, como si en el fondo pensáramos que el daño recibido, aquel que justifica nuestra desconfianza y nuestra venganza, en realidad estuviera motivado por algo malo en nosotros que lo provocó. La virtud de la inocencia logra restaurar el sentimiento de estar libre de pecado, de esa oscura culpa por ser, y nos permite liberarnos de los prejuicios de bueno y malo.

Puede parecer que desde el 8 se niega cualquier juicio moral, pero por el contrario lo que ocurre es que hay una idealización tan fuerte del bien, que no permite ninguna tregua, que no lo acepta con ninguna falla. Si no es posible ese bien, todo es malo, todo da lo mismo. La inocencia derrumba el prejuicio sobre la maldad de los otros y permite la espontaneidad propia. La inocencia no nos hace más frágiles, ni más tontos ni menos poderosos.

Para Dhiravamsa, en la meditación es importante escucharse a sí mismos desde dentro, dejando a un lado el impulso a influir sobre el mundo. La práctica les ayudará a regresar a sí mismos y escuchar la voz interior. Facilitar una actitud receptiva, dejando pasar los pensamientos acerca de lo que tenemos que hacer, lo que tenemos que conseguir. Desde esa actitud receptiva podemos establecer contacto con la esencia, y renunciar a los juicios de valor.

Acción

La virtud del 9 es la acción. La pereza no significa inactividad, sino que se refiere a una actividad, a veces incluso excesiva, en la que no está presente el alma. La virtud de la acción, frente a esa actividad, nos habla de un hacer que surge de lo profundo, de un hacer en que estamos interesados, implicados, vivos. Un hacer conectado con la intuición, con el mundo interior, con los deseos de nuestro corazón. Cuando uno está conectado con esta acción esencial no programa lo que va a hacer, lo que debe hacer, ni actúa de manera automática como respuesta aprendida de funcionar en determinadas situaciones, sino que deja surgir desde dentro la acción, espontánea, libre, natural.

La acción se convierte entonces en una manifestación de la vida, que adquiere características de frescura, entusiasmo y libertad. Pero con el fin de permitirse esa acción, es necesario despertar a la vida, asumir que uno no está aquí por casualidad y sin derecho, sino que la vida lo ha puesto aquí, que hay un lugar legítimo para él. La conducta deja de venir regida por la acomodaticia supervivencia y adquiere la libertad del deseo.

Sin la presencia de la virtud, cualquiera de las actividades o de los logros que uno pueda realizar son trivializados, vividos como accidentales, sin merecer ningún reconocimiento interno, por el hecho mismo de que no se hacen poniendo el alma en ellos. La acción esencial permite que nuestro ser se manifieste a través de nuestros actos, que podamos asumirlos dándoles el rango de propios, personales, más allá de su acierto, su adecuación o su éxito. Y a través de esta acción esencial, sentirnos despiertos, vivos, integrados en el juego de la vida.

Dhiravamsa propone, para superar la pereza, en primer lugar, reconocerla como una energía apasionada que domina la personalidad hasta el punto de impedir un contacto íntimo con el sí mismo. La meditación estaría enfocada precisamente a volvernos más íntimos con el verdadero ser, a no escondernos ante nosotros mismos y permitirnos recordar quiénes somos verdaderamente.

Parte de esa pérdida de contacto íntimo con el sí mismo deriva de la negación de las emociones y sentimientos, de una actitud de quitarle importancia a lo que siento, deseo… Recuperar el contacto pasa por dar carta de naturaleza a nuestro mundo emocional.

Supone salir de la narcotización y recuperar el entusiasmo, el apasionado arrebato. Es importante estar atentos a cómo se siente uno realmente, a modo de un indicador de lo que quiere para sí mismo, preguntándose antes de actuar lo que realmente quiere y cómo se siente al respecto. Puesto que a la hora de actuar no hay un problema de energía, que es abundante, sólo es necesario despertar y mantenerse despierto para utilizar esta energía en acciones esenciales.

En la práctica de la meditación budista, los dos factores mentales de la pereza y el letargo se consideran las fuerzas más obstructivas en el progreso de la autotransformación.

La práctica de la visión profunda, que no es más que mantenerse plenamente consciente y despierto, es la indicada, para Dhiravamsa.