TIPO 6. CARÁCTER MIEDOSO

El miedo en este tipo no siempre se manifiesta, no siempre es observable, sino que puede ser sustituido por un estado de ansiedad que lo oculta y difumina. La ansiedad es como una alarma congelada ante un peligro difuso e imaginario. Dado que la vida, para este rasgo, siempre es amenazante busca algo o a alguien que lo pueda proteger o a quien proteger.

La profunda inseguridad del tipo 6 tiene su origen temprano en la necesidad de renunciar a los propios impulsos a fin de ser aceptado por el entorno familiar, unida al hecho de que esa renuncia, ese hacerse «bueno» consigue tanto la aceptación del entorno como un cierto apaciguamiento de la culpa.

El miedo a ser engañado y a cometer errores derivan de la ambivalencia de los mensajes recibidos en la infancia, que han generado una profunda inseguridad, falta de confianza y miedo a actuar espontáneamente al no poder predecir la reacción de los adultos ante la propia conducta. La exigencia de cumplir los ideales parentales y la dificultad para lograrlo también apoyan la inseguridad, que se va a mantener posteriormente por la propia incorporación de esas exigencias (culpa), la rebeldía frente a ellas (acting).

La inseguridad lleva aparejado un sentimiento de impotencia que genera una profunda rabia, rabia que es necesario inhibir para poder ser aceptado. A nivel emocional se manifiesta especialmente en la desconfianza en uno mismo, en el miedo a no ser capaz de sobrellevar las situaciones de la vida cotidiana, a no saber controlarse. Por otra parte hay una desmedida exigencia interna, que pide «ser el mejor», exigencia a menudo tan inalcanzable que se frustra y produce la característica oscilación del estado de ánimo entre la omnipotencia (cuando se identifica con la exigencia) y la impotencia (cuando la frustración está en primer plano).

El temor a hacer implica una pérdida de contacto con uno mismo, una dificultad en la autoexpresión. La percepción de la fragilidad negada lleva a buscar la fuerza en un ideal irrenunciable, o en una persona que se considere grande. Existe una confusión entre el ser y el poder, implícito en la autoridad.

A nivel cognitivo, el miedo se manifiesta como duda, una duda constante que evita tomar decisiones y paraliza la acción. Esta paralización se justifica en el miedo a equivocarse, en una excesiva precaución y una tendencia a analizar todos los datos, a tener más información para tomar una decisión razonable y acertada. Esta necesidad de obtener el máximo de datos externos viene condicionada por la incapacidad de confiar en su propio poder, en su propio querer, en su propio impulso. A su vez, esta actitud favorece la pérdida de contacto con los impulsos, con la intuición que es sustituida por la razón.

La falta de confianza en sí mismo hace necesaria la búsqueda de una autoridad o una doctrina con la que estar de acuerdo y en la que apoyarse para poder asumir el riesgo de la vida.

El mecanismo de defensa nuclear en el tipo 6 es la proyección. Por medio de este mecanismo, el individuo atribuye a los otros pensamientos o sentimientos no reconocidos en uno mismo: así la maldad interior, conectada con los impulsos, especialmente con los impulsos agresivos, se pone fuera, con lo que el mundo se convierte en un potencial enemigo, del que hay que defenderse y desconfiar. La intensidad de los sentimientos de culpa, la tortura de la autoacusación obligan a poner fuera esta culpa y esta acusación. Sin embargo, una vez proyectada fuera la agresión, el tipo 6 vuelve a recuperarla mediante la identificación con el agresor, con esa autoridad externa controladora y castigadora que lo lleva a convertirse en enemigo de sí mismo, a controlar y castrar todos sus monstruosos impulsos. La calidez, la actitud congraciante y la lealtad son una manera de protegerse de la enemistad del mundo.

Estructura del rasgo, según Naranjo: cobardía, ansiedad, suspicacia, calidez, rigidez, belicosidad, orientación teórica, culpa, duda, ambivalencia y orientación hacia la autoridad y los ideales.

Creemos que el ser se confunde con «estar seguro».

Según el instinto que predomine tenemos los siguientes tipos:

a) Conservación - «Calor»: el miedo al mundo determina que el afecto constituya la única vía de seguridad. Necesita la «armonía» del entorno para salir de la sensación de peligrosidad. La calidez es la garantía de esa armonía. El conflicto remite al temor al abandono; el cultivo de un ambiente cálido garantiza la permanencia de los vínculos. La búsqueda de afecto se apasiona, generando una actitud de dependencia exagerada en un adulto. Presenta una intolerancia al miedo, una angustia que le hace ser excesivamente complaciente con las expectativas de los otros, en un intento de evitar conflictos. Escudarse en el otro es, a veces, la manera de no responsabilizarse de sus decisiones. La complacencia potencia la rebeldía inconsciente, y la intolerancia al conflicto produce, paradójicamente, respuestas agresivas, fruto del miedo, cuando se rompe la armonía.

b) Social - «Deber»: es como un sentido exacerbado de la responsabilidad, más que un deber. La búsqueda es de «orden», de un orden que le permita una cierta seguridad, una manera regular de hacer las cosas, un intento de ordenar el mundo que está relacionado con la angustia que genera el caos interno. El desorden exterior también resulta inquietante, generador de angustia, que se intenta aplacar encontrando un orden tranquilizador. La transgresión del orden produce miedo y lo convierte en algo rígido y duro. Naranjo ha llamado «prusiano» a este subtipo. El apasionado sentido de la responsabilidad se relaciona con el temor a hacer las cosas mal, con el miedo a la feroz crítica interna y al castigo de la autoridad externa. El rígido sentido del deber desemboca, a veces, en conductas rebeldes y rompedoras del orden.

c) Sexual - «Fuerza» / «Belleza»: para ambos términos podríamos elegir el de «protección», pues tanto en la belleza como en la fuerza se deja traslucir un deseo de protección. La fuerza, en el hombre, se traduce en una actitud de poder, que esconde la necesidad de ser protegido. Va buscando protección, a nivel inconsciente, pero adoptando al mismo tiempo, en el plano consciente, una actitud protectora, como si los vínculos entrañaran un pacto de mutua protección. La belleza, en la mujer, transluce seguridad, aplomo y solidez, y también tiene esta connotación de poder y de esconder el deseo de ser protegida, de aplacar su miedo.

En la negación del miedo hay un hacerse el fuerte, un mostrarse bella, para ser deseado/a, que proviene de la proyección del propio deseo y valoración de la fortaleza. Tanto la belleza como la fuerza se ponen al servicio de la conquista sexual.

La fuerza es como un simulacro del coraje, donde el miedo interno está neutralizado por una actitud externa dura, una necesidad de ser luchador que tiene su origen en sentirse amenazado. La angustia de la amenaza se desahoga amedrentando al otro, al que me asusta. Cuando la fuerza se ve debilitada por el miedo, se contrapesa de una forma reactiva, que no viene de la instintividad básica, sino de una especie de propósito de no dejarse inhibir por nadie, del reto de quedar por encima, de no dejarse oprimir.

Comportamiento observable: inseguro, con dificultad para tomar decisiones que se combina con actitudes temerarias, en las que se libera del miedo, negándolo. Rebelde y fanático al mismo tiempo. La expresión del miedo a nivel conductual se manifiesta en indecisión, titubeo, paralización de la acción, evasión de las decisiones y del compromiso, pérdida de contacto con el impulso, exceso de precaución, propensión a la comprobación compulsiva, exceso de ensayos, dificultad en las situaciones no estructuradas, falta de autoconfianza. El temor paraliza e inhibe, y la inhibición de los impulsos alimenta la ansiedad. El temor es realmente un temor a los propios impulsos, a actuar espontáneamente, que se complica por el temor al mundo exterior y a las consecuencias futuras de las acciones presentes. Mediante la inmovilización, el temor se realimenta a través del sentimiento de impotencia del individuo que teme dar rienda suelta a sus impulsos instintivos; y este sentirse psicológicamente castrado impide confiar en las propias capacidades.

El temor va acompañado de suspicacia, de una actitud hipervigilante y suspicaz, siempre al acecho de significados ocultos, que servirían para interpretar de modo correcto la realidad, potencialmente peligrosa.

La calidez, característica del rasgo, es una especie de zalamería que se manifiesta también en obsequiosidad y conlleva una búsqueda compulsiva de afecto que tiene como finalidades superar la ansiedad y aliviar la culpa. Función a cuyo servicio se pone también la rigidez y el excesivo sentido de la responsabilidad, cuyas directrices vienen marcadas por reglas interiores o autoridades previamente reconocidas más que por las normas sociales o las opiniones comunes.

Comportamiento interpersonal: cálido y seductor que adopta actitudes protectoras, como si en la protección a otro, supuestamente más débil, pudiera olvidar su inseguridad y su propia necesidad de protección. Junto a la actitud protectora aparece otra de intimidación belicosa, mediante la que el individuo compite, y que se manifiesta en actitudes críticas y escépticas frente a la autoridad. Busca una posición de autoridad para sentirse seguro y obtener lo que desea, compitiendo con la autoridad paterna en la vida. En la medida en que esta posición de autoridad es sentida como una usurpación competitiva, hay culpa, temor a las represalias y perpetuación de la inseguridad paranoide. Tanto la belicosidad como la sumisión afectuosa tienen como referente la autoridad. Naranjo habla de que el temor surgió originalmente como temor al castigo por parte de la autoridad paterna que sustentaba el poder. En nuestra opinión, también desempeña un papel el temor al abandono por parte de la madre, que sustenta otro tipo de poder, y creemos que la sumisión afectuosa tiene más relación con el temor a la madre y es una actitud adoptada, por extensión, con las mujeres, mientras que la belicosidad y competencia tienen más que ver con el padre y se extiende a la relación con otros hombres y con las figuras de autoridad, que aman y odian. Hay una idealización, a pesar de esto, de las figuras de autoridad y una búsqueda de alguien lo suficientemente grande y fuerte como para que no pueda defraudarlo y le garantice la seguridad.

Estilo cognitivo: cuestionador de los principios establecidos y buscador de verdades absolutas.

De orientación teórica, buscando saber más, contar con la suficiente certeza como para actuar sin inseguridad. En su necesidad de respuestas para resolver sus problemas es cuestionador y filósofo, el más lógico y devoto de la Razón de los eneatipos. Pero no sólo utiliza el intelecto a la hora de resolver problemas, sino que va a la búsqueda de problemas, como un localizador de averías en relación consigo mismo y con los demás. Hay una trampa en la creación de problemas que está relacionada con la esperanza de ser capaz de resolverlos y que traduce la dificultad de dejarse ser, de aceptarse a sí mismo. El temor le lleva a buscar refugio en la actividad intelectual; y la excesiva orientación hacia lo abstracto tiene como consecuencia cierta ineficacia. Apela en su búsqueda de certezas a la ayuda de algún sistema lógico, de la propia razón o de un guía.

Autoimagen: en la imagen están muy presentes los sentimientos de culpa, que tienen que ver con las fallas en el cumplimiento de un elevado ideal de bondad. La culpa se manifiesta en la autojustificación defensiva que siempre conlleva una autoacusación. El individuo nunca está a la altura de sus ideales heroicos, se autoinvalida, se siente perseguido, se persigue a sí mismo y se convierte en su peor enemigo. La forma de apaciguar la omnipresente culpa se halla en los mecanismos de exculpación, como la proyección que permite poner al enemigo fuera, aunque el precio sea convertir el mundo en peligroso.

Representaciones objetales: hay una tendencia idealizadora del otro que tiene un componente de envidia y que al mismo tiempo dificulta las relaciones cotidianas donde la idealización no se sostiene y genera una permanente insatisfacción y una búsqueda del objeto ideal. La actitud suspicaz implica una duda de sí mismo, pero también una sospecha sobre los demás, generando un estado de incertidumbre crónica, inseguridad y ambivalencia. Ambivalencia emocional entre los aspectos de su personalidad seductores y agresivos, su tendencia a complacer y a contrariar, a obedecer y a rebelarse, que generan ansiedad y que, proyectados en el otro, llevan a admirar y a invalidar, a querer y a odiar, a no poder confiar.

Mecanismos de defensa: los mecanismos más frecuentes son la proyección, como una manera de sacar fuera lo peligroso que se genera en el mundo interno, y la identificación con el agresor que produce conductas particularmente autodestructivas inconscientes.

Organización morfológica: el aspecto físico presenta una cierta contundencia, que oculta el miedo y la inseguridad. La mirada es hipervigilante, como si tratara de descubrir peligros o intenciones encubiertas en los demás y de mantener el control. Hay una fuerte carga energética muy contenida, que no se corresponde ni se agota con la actividad. A veces, la actitud física parece agresiva y tiene un componente defensivo cuyo objetivo es tratar de intimidar. En otros casos, la defensa lleva a presentar un aspecto acogedor y entrañable.

Estado de ánimo / temperamento: serio y suspicaz, dubitativo e irónico. Cambios frecuentes en el estado de humor que dependen de su ambivalencia emocional, del aspecto que predomine en cada momento. Toda clase de temores tienen cabida en su estado de ánimo: al cambio, a cometer errores, a la hostilidad del otro, a su propia hostilidad, a la soledad, al abandono y a abandonar, a un mundo amenazante, a dejar escapar algo bueno del mundo, a la traición y a traicionar, a amar y a ser amado.

Manejo de la agresividad: el propio miedo se canaliza en actitudes muy agresivas, muy diferentes de la actitud conciliadora y protectora habitual. Las explosiones pueden ser muy fuertes y temibles, como si con el enfado tratara de ahuyentar y evitar la conciencia del miedo y traspasara el miedo a su oponente. Hay más conciencia de que la agresividad se le ha ido de las manos que del miedo y la situación de peligro que está detrás de lo explosivo.

Manejo de la sexualidad: el deseo sexual se combina con un ansia de fusión que aporta intensidad a la entrega en la experiencia sexual, único lugar donde los humanos podemos revivir la experiencia fusional. En el eneatipo 6, la ruptura de la situación fusional infantil, vivida con gran intensidad, resultó especialmente difícil, dejando como secuela el temor al abandono.

El efecto vinculante, que esta intensidad de la entrega desencadena en la otra persona, vuelve a disparar el miedo a quedar atrapado ante la posibilidad de volver a ser abandonado. La solución más fácilmente encontrada es abandonar, perdiendo el interés por el otro. Cualquier mínimo detalle que no encaje en el «ideal» sirve de justificación para alejarse emocional y físicamente. Todo este proceso, una y otra vez repetido, se mantiene inconsciente. Lo único que aflora a la consciencia es la búsqueda de alguien que cumpla el ideal, que lo tenga todo y pueda darlo sin exigencia alguna a cambio, permitiendo una total libertad.

Hemos elegido como personaje 6 a David Sechard, aunque en él destaca Balzac los aspectos tiernos del carácter y queda oculta la temeridad. Su historia la cuenta a lo largo de las novelas que componen el ciclo de Ilusiones Perdidas. Nos vende la cobardía con tintes de prudencia, modestia y generosidad. No aparece tampoco la conversión del miedo en agresividad explosiva y directa.

David es hijo del impresor cuya historia hemos visto en el eneatipo 5. Nos cuenta la vida de un chico de gran talento y grandes ilusiones, al que le resulta difícil materializar sus ideas. Aparece en relación con su padre, con su esposa y con el hermano de ésta y gran amigo de él, Luciano (2).

La descripción que nos hace es como sigue:

Tenía David esas formas que da la Naturaleza a los seres destinados a grandes luchas, ostensibles o secretas. Flanqueaban su amplio busto unos hombros recios […].

(pág. 1220, tomo II)

Bajo una apariencia de tranquilidad, en una inspección más profunda podían verse en su cara señales de tormento:

[…] en los ojos sobre todo […] la ardiente melancolía de un espíritu capaz de abarcar los dos extremos del horizonte, calando en todos sus recovecos.

(pág. 1221)

Destaca el contraste entre su «carácter» y su «temperamento»: «Carácter tímido en desacuerdo con su fuerte temperamento» (pág. 1222).

Había cursado «brillantes estudios en el Liceo», que amplió luego en París, donde también consiguió trabajo en una prestigiosa imprenta, con lo que aprendía en la práctica y conseguía mantenerse, puesto que su padre le advirtió, al mandarlo allí «[…] que no contase con la bolsa paterna» (pág. 1206). Vuelve a casa cuando su padre lo reclama para que se haga cargo de la empresa familiar, en realidad con el objetivo no de dejársela sino de vendérsela. Sabe que la venta que le plantea es una estafa, pero decide no pelear pues «[…] notó David que no había forma de discutir con su padre…», que «todo lo tasara con la escrupulosidad del avaro» (pág. 1212). Explica y justifica Balzac la actitud del joven:

Los sujetos generosos son malos comerciantes. Era David una de esas naturalezas pudorosas y tiernas, que se aterran ante una discusión y ceden en cuanto su adversario les toca un poco demasiado el corazón. Sus elevados sentimientos, el imperio que sobre él conservara el viejo borrachín incapacitábanle todavía más para sostener un litigio de dinero con su padre […] sobre todo cuando creíale animado de las mejores intenciones pues atribuía al principio, la voracidad del interés, al cariño que a sus herramientas teníale el impresor.

(pág. 1213)

Aceptó sus condiciones, creyendo que, aunque fueran difíciles, podría manejarse. Pero el padre no puede entender que haya aceptado tan rápidamente unas condiciones tan duras como las que le había impuesto y empezó a hacerle preguntas para tratar de averiguar si es que se había hecho rico en París. Esto despertó, a su vez, la desconfianza del hijo que, cuando se dio cuenta de que su padre lo había engañado con la intención de aprovecharse económicamente de él, sufre y se siente dolido, pero prefiere justificar esa realidad que enfrentarse a la desilusión. En contraposición a la conducta de su padre, él adopta una postura de generosidad, incompatible con la buena marcha del negocio y que podemos interpretar como rebeldía y rechazo, un ponerse por encima del padre, demostrándose a sí mismo que es mejor que su progenitor.

Le había pedido una ayuda para poner en marcha el negocio, para afrontar los primeros pagos y:

[…] tuvo que aguantar el flujo de razones ruines, plañideras, cobardes, comerciales con que el viejo acompañó su negativa. Arrumba sus dolores en el fondo de su alma, al verse solo, sin apoyos y encontrándose con un especulador en su padre […].

Pero «[…] aquel noble corazón aceptó la carga […]» (pág. 1214).

Es verdad que él no resulta tan inocente si vemos que por muy bien justificadas, en la actitud real que su padre toma, que estuvieran las sospechas que le hacen ocultar sus ahorros, también es verdad que David los había ocultado de antemano.

Es su «buen natural» el que hace que, apenas instalado en la imprenta, le dé trabajo en ella a un antiguo amigo, Luciano, que se encuentra en la miseria, aunque no necesitara para nada un empleado; «[…] seducido por la brillantez del talento de Luciano […]» (pág. 1222), se entusiasma con él, se propone protegerlo, trabajar duro para darle todas las oportunidades de desarrollar su talento, para que haga, en fin, lo que él no se atreve a hacer. Esta actitud tan noble esconde tanto la envidia como la cobardía.

Al conocer a Eva, la hermana de Luciano, se enamora de ella y también trata de protegerla, compartiendo sus sacrificios por Luciano, ayudándola económicamente aunque él mismo necesitaría ser ayudado. «No tardó David en ver a la hermosa Eva y de ella se enamoró, como se enamoran los espíritus melancólicos y meditativos […]» (pág. 1219).

Así que este amor, unido a sus preocupaciones científicas y a lo generoso de su carácter, le va a poner difícil ser un gran comerciante.

Por otra parte, la timidez le impide declarar su amor a Eva.

Desgarbado e inquieto al lado de su ídolo, con tanta prisa por irse como por llegar, reprimía el impresor su pasión, en lugar de expresarla.

(pág. 1245)

Pero

[…] aunque aquel gran amor sólo se revelase en detalles menudos Eva lo había comprendido de sobra; sentíase halagada en su orgullo al verse objeto del profundo respeto en el mirar, el hablar y el modo de conducirse de David.

(pág. 1245)

Al fin, le propone a Eva que se case con él, de la siguiente manera:

Querida Eva, cásate conmigo, por amor a Luciano. Quizás con el tiempo llegues a quererme al ver mis afanes por quererle a él y hacerte a ti dichosa.

(pág. 1270)

«Tenía miedo David de no gustarle a Eva…» (pág. 1245). Pero plantear la relación en estos términos, ofreciendo su ayuda y su amor incondicional a Eva, oculta su necesidad de ser protegido y amado por ella. Y no hay que olvidar que: «Encontró cierta dulzura en acercarse a su amada compartiendo sus inmolaciones y sus esperanzas» (pág. 1219).

En su declaración también pone por delante sus muchos defectos:

Debo darle a conocer mis defectos, que son enormes en un hombre obligado a hacerse un capital. Mi carácter, mis costumbres y las ocupaciones que me agradan, me hacen incapaz para cuanto sea comercio y negocio […]. Si soy capaz de descubrir una mina soy singularmente inepto para beneficiarla.

(pág. 1271)

Hay un componente seductor en esta sinceridad, como dice el autor: «[…] que también el pudor tiene su coquetería…» (pág. 1251), y también una búsqueda de complicidad en esta declaración de principios, que trata de evitar exigencias posteriores.

Cuando no consigue ninguna ayuda por parte de su padre al plantearle su casamiento, habiendo aceptado construir sin su apoyo económico el piso que necesitaba: «[…] volvió a casa triste; comprendió que en sus apuros no podía contar con la ayuda de su padre […]», pero toda su queja fue: «[…] construiré yo ese piso a mi costa y será el hijo el que enriquezca al padre. Aunque eso sea el mundo al revés […]» (pág. 1278).

El componente de reto y rebeldía de esta actitud se hace evidente y sirve para negar el dolor del abandono. «Si vislumbraba todas las dificultades, prometíase vencerlas sin desalentarse» (pág. 1227).

Su amigo Luciano se enamora de una mujer de la aristocracia que va a recibirlo en su casa. Pero él quiere poner como condición que ha de recibir también a David. Si no es así, por lealtad, renunciaría a su amor. Cuando Luciano consigue que sea recibido en casa de madame de Bargeton, se niega a acudir por un orgullo distinto del de su amigo: no quiere dar lugar a que se burlen de él. Pero le aconseja que aproveche la oportunidad:

Saborea alegremente todos los placeres, incluso aquellos que la vanidad proporciona. Sé feliz y yo gozaré con tus triunfos y serás como otro yo […]. Para ti las fiestas, el relumbrón del gran mundo y los rápidos resortes de sus trapisondas, para mí, la vida sobria, laboriosa del industrial y las lentas ocupaciones de la ciencia […]. Lejos de envidiarte, me consagraré a ti.

(pág. 1247)

Valora grandemente la lealtad que supone que se arriesgue a perder a su amada por él y le dice:

[…] lo que por mí acabas de hacer arriesgándote a perder […] a tu amada […] me ataría a ti para siempre si ya no fuéramos como dos hermanos.

Y le insiste, con una sobrevaloración de la amistad que nada quiere para sí, absolutamente desinteresada: «No tengas remordimientos ni te preocupes porque parezca que te llevas la mejor parte» (pág. 1248).

A pesar de todo lo que le dice a Luciano, también desconfía de él y le plantea a Eva:

Tú y tu madre habéis hecho todo lo posible por elevarle por encima de su posición; pero al fomentar sus ambiciones ¿no le habréis entregado imprudentemente a grandes sufrimientos?

(pág. 1268)

Y hace una cariñosa y exculpatoria crítica de su amigo, mostrando asimismo su temor a las malas influencias que sobre él pueden tener su amante y el gran mundo en el que considera que está su perdición.

Luciano decide marcharse a París, justo en el momento en que se tenía que celebrar la boda de su hermana y su amigo. A pesar de lo inoportuno del momento, y del gran sacrificio económico que supone ayudarle, lo hacen. Después de su marcha,

David Sechard, aquel toro forzudo e inteligente […] quiso hacer la grande y rápida fortuna que soñara, no tanto por él como por Eva y Luciano […]. Situar a su mujer en el ambiente de elegancia y riqueza en que vivir debía, sostener con su potente brazo la ambición de su hermano, tal fue el programa, escrito con letras de fuego ante sus ojos.

(pág. 1517)

Tiempo atrás, Luciano le había contado que su padre, farmacéutico, entre las muchas cosas que quiso investigar, estaba la fabricación de papel a partir de plantas y no de telas (como se hacía por aquel entonces), con lo que se conseguiría abaratar grandemente los precios. A su vez, después de su proposición de matrimonio, él se lo había contado a Eva, diciéndole que si él consiguiera llevar a buen término esa idea, supondría que se haría rico y que una parte de los beneficios que obtuviera correspondería a los dos hermanos. Una vez casado, se centró en ello.

Veía, por lo demás, tan claro al buscar una fortuna en la fabricación de papel a bajo precio que los hechos justificaron después su previsión […]. Más seguro que nunca en la utilidad de aquel descubrimiento, sin relumbrón, pero de una ventaja inmensa, cayó David, desde la marcha de su hermano político a París en la constante preocupación que debía inspirarle aquel problema cuya solución perseguía.

(pág. 1517)

Consigue, tras ímprobos esfuerzos, el descubrimiento tan ansiado, pero presionado por la carencia económica agravada por un pagaré que Luciano había firmado con su nombre y no había podido cubrir, pide ayuda a su padre. El viejo impresor se la niega, no tenía fe en su hijo y… «David comprendía a su padre y tenía la sublime caridad de disculparle» (pág. 1561).

Era David uno de esos hombres de corazón profundo, que pueden arrumbar en él sus sufrimientos, haciendo de ellos un secreto para sus seres queridos.

(pág. 1563)

Se deja engañar vendiendo la patente de su invento a sus competidores, sabiendo la fortuna que, a largo plazo, podía significar. Explica a su mujer su actitud:

Cierto que los Cointet se aprovecharán de mi descubrimiento, pero después de todo… si mi secreto les aprovecha a todos…, ¡pues lo celebraré! Mira, querida Eva, ni tú ni yo hemos nacido para ser comerciantes. No tenemos ni el amor ni el lucro ni esa resistencia a soltar el dinero, aún el más legítimamente debido, que son quizás las virtudes del comerciante […].

Y después, David Sechard, amado de su mujer, padre de dos hijos y una hija, ha tenido el buen gusto de no hablar nunca de sus tentativas.

Cultiva las letras por recreo, pero lleva la vida dichosa y perezosa de un hacendado, que hace valer sus tierras. Luego de darle un adiós irrevocable a la gloria, se ha alistado en las filas de los soñadores y los coleccionistas; se dedica a la entomología e investiga las transformaciones, hasta ahora tan secretas, de los insectos que la ciencia sólo conoce en su último estado.

(pág. 1630)

Los atributos que destaca en él son: intelectual, meditabundo, grave, prudente, melancólico, observador, perspicaz, tímido y discreto. Por otra parte, bueno, generoso, de noble corazón, justo, tierno, modesto, pudoroso y tímido.

TIPO 7. CARÁCTER GOLOSO

La gula se manifiesta en una debilidad por el placer, en una tendencia hedonista que supone una atadura; en una insaciabilidad que se traduce en querer más de todo. La insaciabilidad no comporta insatisfacción, porque en su actitud está implícito que puede conseguir eso que tanto desea y busca. La parte carencial es ocultada por el entusiasmo del deseo.

Podemos decir que el tipo 7 ha logrado a algún nivel sustituir su necesidad de amor por la necesidad de placer. En su experiencia temprana, el amor ha sido sustituido por los mimos y el goloso se agarra a ellos para no conectar con el dolor de la frustración de una necesidad más básica. La autocomplacencia, la autoindulgencia son maneras de conformarse, mientras que la rebeldía o la falta de disciplina apuntan a un resentimiento mantenido muy oculto. Tener todo lo que se pueda desear, darse todos los caprichos, ver la vida con un cristal rosado garantiza que no sea necesario sacar ese resentimiento.

A nivel emocional, la gula se manifiesta en una actitud optimista, que tiende a ver el lado bueno de la vida y a evitar el sufrimiento. La evitación del sufrimiento implica un empobrecimiento de la experiencia, un intento de rellenar el vacío con placer.

La gula, como intento de llenar el vacío, busca en el exterior lo que percibe vagamente como una carencia interior, que oculta con una falsa abundancia. La necesidad hedonista de experimentar sólo lo placentero reduce la experiencia vital del individuo. El temor a sufrir es universal, pero la negación del sufrimiento resulta incompatible con la vivencia de la vida. También la confusión entre el amor y el placer presuponen una pérdida de la verdadera relación.

A nivel cognitivo se traduce en charlatanería, que no siempre es un exceso de palabrería de cara afuera, pero sí lo es internamente, como si el goloso siempre tuviera un discurso interno con el que se autojustifica y se escapa de las realidades de la vida. La fantasía planificadora es parte de este discurso, que mantiene al individuo en un mundo ideal donde todo puede conseguirse sin demasiado esfuerzo, sin necesidad de disciplina, un mundo en el que fantasía y realidad se confunden. En su forma de manejarse con el mundo proyecta esta fantasía y confía en su cumplimiento. Es el entusiasmo que se pone en los proyectos lo que permite actuar para conseguirlos; si el entusiasmo se acaba, la acción se paraliza, el aburrimiento se impone.

El mecanismo de defensa con el que el tipo 7 sostiene su actitud ante la vida es el de racionalización, con la cual se justifican actitudes o acciones cuyo motivo real se mantiene inconsciente. Es gracias a la racionalización que el goloso puede mantener una autoimagen bastante satisfactoria y una posición narcisista. La tendencia a la idealización forma parte asimismo de su estrategia defensiva, de tal manera que casi podríamos hablar de una racionalización idealizadora.

Es muy difícil para el goloso reconocer sus errores, sus dificultades, sus deficiencias porque esto lo pondría en contacto con sentimientos de carencia y dolor vividos como muy peligrosos, como algo que hay que evitar a toda costa. El sentimiento de vacío es tan profundo y temible que hay que mantenerse continuamente lleno, emplear todos los recursos intelectuales en convencerse a sí mismo y a los demás de esta plenitud; el sentimiento de dolor es tan insoportable que hay que evitar el contacto con cualquier tipo de dolor que pueda conectarse con la propia experiencia de dolor que se fantasea «mortal».

Tras la máscara de la autosatisfacción y la indulgencia, tras la imagen bondadosa con la que se identifica hay un temor al auténtico ser, un miedo a algo intrínsecamente malo que anida en lo profundo y que no debe salir a la superficie bajo ningún concepto. Los mecanismos de defensa sirven básicamente para no conectar con eso.

La estructura del rasgo, según Naranjo, se apoya en: gula, permisividad hedonista, rebeldía, falta de disciplina, realización imaginaria del deseo, complacencia, narcisismo, persuasión, fraudulencia.

Creemos que el ser se confunde con «ser feliz».

Según el instinto que prevalece la gula se manifiesta como:

a) Conservación - «Familia»: es una necesidad de unirse con su gente, con personas con las que compartir su mundo, sus ideales. Esta «familia», no necesariamente consanguínea, es el equivalente extravertido del «refugio» buscado por el eneatipo 5, al mismo tiempo que el lugar donde puede encontrar la «armonía», añorada por el 6. La familia puede variar a lo largo del tiempo, ser sustituible, y tiene como misión fundamental mantener la ilusión, necesaria para negar la peligrosidad del mundo y la indefensión ante él. Cuidan a su gente y los defienden como una manera de defender su propio mundo. Hay un sentimiento de protección, de proteger y ser protegido, un entorno de protección «humana» en contacto con esta «familia», que deja de serlo en cuanto se rompen los ideales compartidos. Hay un notable contraste entre el amor por los suyos y el desinterés por el resto del mundo, que no encaja en el ideal de la familia. A nivel profundo existe una fuerte escisión entre lo amoroso, reconocido, y lo agresivo, rechazado, que puede tener su proyección externa en esta manera de vivir lo familiar y lo ajeno.

b) Social - «Sacrificio»: siguiendo la idea de que los instintos encajan con los sistemas motivacionales, encontramos que el sacrificio no responde a una motivación, a una búsqueda. Entendemos que la búsqueda está relacionada con el «entusiasmo», si bien hemos podido verificar el sentimiento subjetivo de sacrificio y esfuerzo, en el eneatipo 7, cuando no logra estar entusiasmado, cuando se rompen sus ilusiones y tiene que continuar una tarea desde la voluntad y la disciplina. En la realidad, hay una evitación del esfuerzo no connotado de entusiasmo que, al perderse la ilusión, malogra y descalifica el trabajo previamente realizado. El entusiasmo permite grandes esfuerzos que se producen de una manera natural, casi maníaca, pero no se pueden mantener cuando el interés decae. El sacrificio, el sufrimiento, es la consecuencia paradójica de mantener la ilusión de un mundo feliz, donde los logros se consiguen sin esfuerzo. No permite apreciar los dones de la realidad en la añoranza voraz de un futuro plenamente placentero. Naranjo tampoco considera muy apropiado el término «sacrificio» y se inclina más bien por el de «narcisismo». Pero el narcisismo puede resultar equívoco, puesto que tiene una acepción más amplia y tendríamos que usarlo en un sentido restrictivo, en el sentido de que es un sacrificio puesto al servicio de la propia estimación, una gran energía al servicio de su pasión.

c) Sexual - «Sugestibilidad»: el entusiasmo por las posibilidades lo convierte en manipulador y manipulable. Es tan capaz de sugestionar a los otros, para hacerles entusiasmarse con algo propio, como de dejarse sugestionar y deslumbrar por otra persona, proyecto o idea. Busca a alguien que le permita vivir en un continuo éxtasis, que le confirme que el mundo es un lugar idóneo para ser feliz. La base de la sugestión es una especie de enamoramiento de la vida, que ve solamente las cosas buenas. Son grandes entusiasmos que se derrumban y llevan de una cosa a otra, no es una energía que lleve a una labor cumplida, sino a sueños que se viven más intensamente que la realidad, que la sustituyen en cierta medida. Al deseo perseguido lo llamamos «encantamiento», en el sentido de que es una conquista, mostrándose encantador, capaz de satisfacer toda la necesidad de placer de la otra persona, y al mismo tiempo encantado por su propio encantamiento y el entusiasmo que el otro le produce.

Comportamiento observable: despreocupado, infantil, alegre, optimista. Falto de disciplina por la dificultad de posponer el placer. De tendencias anticonvencionales y enfoques utópicos, van más allá de los modelos culturales existentes. La gula está, a menudo, dirigida hacia lo extraordinario, lo remoto, lo no cotidiano.

Hay una tendencia a la evitación del sufrimiento y una orientación hedonista que se relaciona con la permisividad y la autoindulgencia. El hedonismo se convierte en una protección contra el dolor y la frustración y se mantiene a expensas de la evitación y represión del dolor. La autoindulgencia se apoya y justifica en una rebeldía crítica, humorística, de los prejuicios convencionales.

Vive más en la imaginación que en la realidad, en un mundo no frustrante de fantasía y planes; y su bienestar depende, en gran medida, de su facilidad para la satisfacción imaginaria.

Comportamiento interpersonal: abierto, simpático, extravertido y charlatán. Muestra una complacencia seductora, se siente inclinado a complacer a aquellos a los que quiere seducir porque ha llegado a sentirse amado mediante la experiencia de placer. El sentirse bien, alegre, de buen humor y entretenido está al servicio de los fines de seducción. Gracias a su encanto fascina y hechiza a los demás. También la brillantez intelectual es una herramienta de seducción. Presenta un componente exhibicionista que se manifiesta en la charlatanería, en la compulsión por explicar las cosas, por traducir en palabras todo lo que ocurra. Le gusta influir en los demás, aconsejar, mostrarse solícito y alegre; todo ello es una forma de comprar amor, más que verdadera entrega, y le lleva a sentirse con derecho al afecto y los cuidados de aquellos a los que complace.

Estilo cognitivo: curioso, con intereses diversos y cierta tendencia a hacer gala de su inteligencia y conocimientos. Mucha capacidad de persuasión; la sabiduría es una herramienta para persuadir a los demás y justificarse ante sí mismo. El mundo imaginativo es tan poderoso que tiende a confundir imaginación y realidad, proyectos y realizaciones. Esta confusión implica un falso conocimiento, un perderse en el mapa verbal, una cierta superficialidad.

Autoimagen: son personas que parecen encantadas de haberse conocido, con una imagen muy satisfactoria e indulgente. Detrás de ello hay unas exigencias narcisistas muy fuertes y una imagen muy oscura inconsciente. La identificación con la imagen ideal (narcisismo) esconde la ansiedad que se trata de tapar con la autocomplacencia, la agresividad que se esconde tras la complacencia al otro, la explotación tras la generosidad. La insaciabilidad aparece velada por la aparente satisfacción.

Representaciones objetales: hay una búsqueda de relaciones que generen seguridad, de un entorno «familiar» y protector. La angustia de la desconfianza y la dificultad de verdadera intimidad se suplantan por el placer compartido. El placer es el sustituto del amor que no parece posible alcanzar.

Mecanismos de defensa: los mecanismos fundamentales son la «racionalización» justificatoria y exculpatoria y la «planificación» que confunde los proyectos con la realidad y evita afrontarla.

Organización morfológica: son cuerpos con una energía suave, que no resultan agresivos. Sus movimientos son igualmente suaves, sin brusquedad, un poco felinos. Esto se debe a que la tensión muscular se da en la musculatura profunda, pero la musculatura superficial está relajada. De alguna manera, el hedonismo se refleja en el cuerpo y en su movimiento. Mantienen la imagen de niños eternos, capaces de disfrutar con cualquier cosa.

Su aspecto suele ser desenfadado, anticonvencional, con un punto de esnobismo.

Estado de ánimo / temperamento: juguetón, hedonista, evitador de situaciones dolorosas, que puede entrar fácilmente en estados de ansiedad y depresión cuando la evitación del sufrimiento no resulta posible, o cuando tiene que enfrentarse con los aspectos más oscuros de su personalidad.

Manejo de la agresividad: el aspecto evitativo de todo lo doloroso da un aire lúdico a las relaciones, tratando de conseguir lo que quiere por la vía de la seducción antes que de la imposición. Cuando el dolor o la frustración se hacen inevitables, los estallidos de violencia son fuertes, descontrolados, no proporcionados a la causa desencadenante, incluso pudiendo llegar a la crueldad en ocasiones. De forma menos impulsiva se expresa en el humor sarcástico y la burla. También en este caso puede llegar a ser cruel sin tener conciencia del daño que origina.

Manejo de la sexualidad: es en el manejo de la sexualidad donde más claramente juega el eneatipo 7 la búsqueda compulsiva del placer.

Paradójicamente, esta búsqueda compulsiva es, al mismo tiempo, la que dificulta obtenerlo ya que más que una consumación del placer lo que se produce es un entusiasmarse con la fantasía de lo que se va a vivir, con la planificación del placer. Esta fantasía conlleva mantener abiertas todas las posibilidades, no renunciar a nada.

Hay una dificultad especial en ver al otro como un otro, en la medida en que sólo se ve como «vehículo de mi satisfacción». Podríamos decir que esta dificultad deriva en una cierta perversión sexual, que se puede manifestar en prácticas que van desde la adicción a la pornografía hasta todo tipo de experiencias sexuales que, a veces, se materializan y, otras, se quedan en el terreno de la fantasía.

Hay un gran temor a lo oscuro interno y una dificultad para mirarlo. Lo oscuro tiene que ver con la agresividad no reconocida que abrió un gran vacío y produjo un gran dolor interno. El vacío que trata de llenar con satisfacciones y placeres. La agresividad se expresa, en el plano sexual, en esta utilización del otro.

Es frecuente encontrar parejas donde la sexualidad del eneatipo 7 es vivida como muestra de libertad y desinhibición, sintiéndose la otra parte de la pareja culpable por su represión.

Por otra parte, la dificultad de mirar lo oscuro no hace más que perpetuarlo, y también perpetuar la defensa que supone tratar de taparlo a base de placer.

Para el eneatipo 7 hemos optado por la figura de madame Descoing pues aunque no tiene la vistosidad del príncipe de la Bohemia, consideramos que su descripción es menos tópica.

Madame Descoings, descrita en La Rabouilleuse es una tendera que, ya viuda, se casó con Descoings, doce años menor que ella, de quien era patrona. No tenían hijos y aceptó que su cuñado enviara a su sobrina a vivir con ellos. Descoings fue acusado de acaparador y ella no consiguió hacer las gestiones adecuadas para salvarlo. Sin embargo, a través de esas gestiones su sobrina conoce a un jefe de negociado con el que acaba casándose.

Cuando, años después, su sobrina Ágata queda viuda, con una pensión decorosa pero demasiado asustada, madame Descoings, «su íntima amiga, que persistía en llamarse tía suya» (pág. 666, tomo II), le propone vivir juntas. Así lo hizo; vendió sus muebles, dejó su piso y juntaron sus rentas.

Por aquel entonces…

Madame Descoings, que no decía su edad a nadie, tenía sesenta y cinco años. Apodada en su tiempo la bella tendera, era una de esas rarísimas mujeres que los años respetan […]. De mediana estatura, gordita, frescachona, tenía hermosos hombros y una tez levemente rosada. Sus cabellos rubios, tirando a castaños, no ofrecían, pese a la catástrofe de Descoings, cambio alguno de color. Excesivamente golosa, gustaba de hacer platitos sabrosos; pero por más que pareciese pensar mucho en la cocina, adoraba también el teatro y cultivaba un vicio tenido por ella en el mayor secreto: ¡jugaba a la lotería! […] gastaba quizá algo demasiado en el vestir […]; pero, aparte esos ligeros defectos, era la mujer de trato más simpático. ¡Siempre del parecer de todo el mundo, a nadie le llevaba la contraria y agradaba por su alegría dulce y contagiosa! […]. [Y además] ¡entendía de bromas!

(págs. 666-667)

Es habitual, en esta estructura de carácter, minimizar los defectos y valorar lo alegre y simpático, como si justificara todo lo demás.

Cuando se va a vivir con su sobrina, se dedica a distraerla, a sacarla al teatro, a prepararle estupendas cenas y hasta quiso casarla con un hijo de su primer matrimonio, hijo que mantenía en secreto porque su edad real se aproximaba demasiado a la edad ficticia en que ella se había situado. Como contaba con la absoluta confianza de su sobrina:

Gobernando la casa, pudo emplear en sus puestas el dinero destinado al hogar, al que fue entrampando progresivamente con la ilusión de enriquecer a su nieto Bixiou, a su querida Ágata y a los pequeños Bridau. Luego que las deudas ascendieron a mil francos, jugó más fuerte […] las deudas ascendieron como la espuma […] perdió el tino y no ganó […] Quiso entonces empeñar su fortuna para reembolsar a su sobrina.

(pág. 667)

Pero esto no era posible. Así que no quedó otro remedio que confesarle a su sobrina cómo estaban las cosas.

Vendieron los muebles y se trasladaron ambas a una casa más acorde a su situación, en la que Ágata ocupó el tercer piso y la Descoings, el segundo. Se propuso un lento reembolso, acordado ante el notario, para reparar el daño causado a su sobrina. Y así:

La Descoings vivía mezquinamente […] se encargaba de hacer la comida […] seguía abonada a su terna […]. Se hacía la ilusión de poder devolver de un golpe a su sobrina lo que por fuerza le tomara prestado.

(págs. 669-670)

Se sentía muy culpable respecto a los pequeños Bridau, a los que quería más que a su propio nieto. Para hacerse perdonar, les hacía ricas comiditas y les daba algún dinerillo. Por otra parte, cuando se enteró de la pasión de José por la pintura, confiando en que llegaría a ser un genio, lo apoyó y trató de convencer a su madre para que admitiera la vocación del chico. Y cuando Felipe se encontró sin trabajo y gastando demasiado:

Aquella vieja de setenta y seis años por aquel entonces propuso vender sus muebles; devolverle su piso en el segundo al casero, que estaba deseando recuperarlo; poner su alcoba en el salón de Ágata y convertir la primera habitación en un salón, donde podrían comer. De ese modo ahorrarían setecientos francos al año. Aquel corte en los gastos permitiría pasarle cincuenta francos al mes a Felipe, mientras se colocaba o no.

(pág. 686)

Además de eso dedicaba seiscientos francos a su nieto y otros tantos a José. El resto de sus rentas, a mantener el hogar.

En todas las trapisondas en que se mete Felipe ella consuela, ayuda, y aconseja a Ágata e intenta quitar importancia a sus desmanes. Cuando Felipe lanza una amenaza de suicidio le prepara una excelente comida, con buen vino y tabaco, y encuentra la manera de salvar el honor de la familia y encubrir el robo cometido por Felipe.

En cuanto a José:

Fiada en la palabra de su nieto, que creía en José, prodigaba al pintor mimos maternales; le llevaba el desayuno por la mañana, hacía sus recados, le limpiaba las botas.

(pág. 697)

Y por las noches, cuando ya no recibían a nadie:

La Descoings se echaba las cartas, se explicaba sus sueños y aplicaba las reglas de la cábala a sus apuestas […]. La vieja jugadora hacíase muchas ilusiones.

(pág. 698)

Y no renunciaba al juego y a la ilusión de lo que, a través de él, llegaría a conseguir, aunque la realidad fuera que el juego sólo le habría traído problemas y privaciones.

El último colchón de su cama servía de hucha a las economías de la pobre vieja; lo descosía, metía en él la moneda de oro conquistada a costa de sus privaciones, bien envuelta en la lana y lo volvía a coser. Quería, en el último sorteo de París, arriesgar todas sus economías en las combinaciones de su terna favorita […] sometiérase la Descoings a grandes privaciones para poder hacer con toda libertad su jugada del último sorteo del año.

(pág. 698)

La fantasía sustituyendo a la realidad, haciéndola vivir una realidad dura pero soportable gracias al sueño de un proyecto que se cumplirá.

Le dice a José, su único confidente en este asunto,

Como salga tendré de sobra para todo el mundo. Tú, en primer lugar, tendrás un magnífico estudio, no tendrás que privarte de ir a los Italianos para poder costearte modelos y colores.

(pág. 701)

Parece que se hubiera olvidado del perjuicio que previamente ocasionó a su familia, como si su buena intención lo justificara. Todo se justifica con el sueño de lo que va a conseguir en el futuro y con los planes que tiene para todos.

Por ese tiempo,

[...] su cara regordeta ofrecía los indicios de un disimulo profundo y de una segunda intención encerrada en el fondo de su corazón. Su pasión exigía el secreto. El movimiento de sus labios delataba ciertos ribetes de glotonería. Así que, con todo y ser la mujer honrada y excelente que ya conocéis, podía engañarse la mirada al verla.

(pág. 701)

Cada vez se encuentra más excitada, conforme se aproxima la fecha soñada y le habla a José cada vez más de sus sueños de fortuna:

Luego de haber saboreado a modo la poesía de aquel golpe, volcado los dos cuernos de la abundancia a los pies de su hijo de adopción y contádole sus sueños, demostrándole la certeza que de ganar tenía, ya no le preocupaba más que la dificultad de sostener tamaña dicha, estarla aguardando desde medianoche hasta las diez de la mañana siguiente.

(pág. 707)

José comenta que no ve por ninguna parte los cuatrocientos francos de la jugada y entonces le lleva a enseñarle su escondrijo. Se desmaya cuando descubre que no está el dinero en su sitio y se revuelve contra Felipe. Se da cuenta de que había cometido un error fatal al comentar delante de él sus esperanzas de fortuna.

Es demasiado obvio como para seguir protegiéndolo y advierte a su sobrina:

Es un monstruo y no te quiere, a pesar de cuanto has hecho por él. Si no tomas tus precauciones, ese miserable te va a dejar sin nada. Prométeme que venderás tus valores, realizarás el capital y lo invertirás en una renta vitalicia.

(pág. 708)

José le ofrece sus ahorros para que no tenga que renunciar a su deseo y ella se muestra indecisa porque conserva su fe brutal en su terna, pero le parece un sacrilegio usar el dinero de José.

Sin embargo, la actitud del chico parece despertarla:

La Descoings cogióle a José la cabeza y besóle en la frente: «¡No me tientes, hijo mío! Guárdatelo, que también lo perdería. ¡Eso de la lotería es una necedad!» […] ¿no es eso el cariño triunfando de un vicio inveterado?

(pág. 709)

Pero salió su terna, que no había jugado, y cayó fulminada por una apoplejía, de la que murió a los cinco días, no sin antes haber hecho prometer a su sobrina que invertiría en una renta vitalicia para defenderse de Felipe.

Los atributos con los que la describe son: campechana, guapa, de tez rosada, gorda y rozagante. Frescachona, golosa, lista, alegre, simpática, honrada. Excelente mujer.

TIPO 8. CARÁCTER LUJURIOSO

La lujuria se manifiesta como una tendencia al exceso y una búsqueda vengativa de verdad y justicia. La pasión de intensidad compensa una oculta falta de viveza interior. Hay una exageración de la necesidad y un impulso a seguir la acción que lleva a satisfacerla. En esta acción no hay límites ni culpas, es como si el lujurioso se sintiera con derecho a hacer lo que desea por cualquier medio.

La lujuria resulta muy visible porque el tipo 8 no oculta su pasión, sino que parece hacer gala de ella. Su actitud ante la vida es fuerte y dura y muestra un marcado desprecio por la debilidad y la dependencia.

En su origen hay un sentimiento de insatisfacción, a menudo inconsciente, que ha producido mucha indignación, que ha sido experimentado como injusto. Ante esa injusticia no le cabe más que convencerse de que nadie va a darle nada en esta vida, que todo lo tendrá que conseguir por sí mismo y adoptar una actitud vengativa en la que no se tiene en cuenta al otro, como el otro no lo tuvo en cuenta a uno cuando lo necesitaba. El haberse sentido rechazado lleva a una renuncia a la necesidad de ser querido, a la necesidad de amor y a adoptar una postura de independencia y autosuficiencia. Esta postura es consciente, el rechazo y el abandono de la infancia no siempre lo son. El poder y el placer son los objetivos de la vida.

El dominio es una posición de lucha en un mundo en el que no se puede confiar. El temor a la debilidad, a la pérdida de poder implica un empobrecimiento de los aspectos tiernos y amorosos, una evitación de la propia necesidad y sostiene un sentimiento de carencia que se oculta en la búsqueda de satisfacción inmediata. La necesidad de amor es, a menudo, sexualizada y despojada de los aspectos tiernos de la relación. Al mismo tiempo, el amor real genera un vínculo muy poderoso, difícil de romper y, a menudo, muy sanador.

En las situaciones extremas, ganar a toda costa implica olvidar a los demás, pero un mundo sin otros está tan vacío como el del tipo 5, se pierde la experiencia de la relación, como puede ocurrir en las situaciones de violación.

A nivel emocional, la lujuria se traduce en una lucha en solitario por conseguir el propio placer, sin tener en cuenta a nadie y sin esperar nada de nadie. La renuncia al amor lleva implícita una dificultad de recibirlo, de creer en las buenas intenciones de nadie, una desconfianza en la bondad que deriva de la proyección en el otro de la propia actitud. En combinación con esto, la persona elegida como objeto de amor, sea la pareja o los amigos «compinches» escapa a ese prejuicio emocional y con ella se establecen relaciones de mucho apasionamiento y entrega, muy posesivas al mismo tiempo.

Esta actitud que en el plano cognitivo se manifiesta como venganza, destructividad o sadismo, se apoya en la experiencia de frustración y dolor infantil (a veces negada) que genera la decisión de no volver a pasar por la humillación y la impotencia. Si él ha sufrido y lo ha superado, los demás también deben saber superar el dolor. Esto le hace aparecer como duro y poco compasivo, aunque detrás de esa apariencia hay una gran capacidad y necesidad de ternura y comprensión.

El sentido de la justicia es muy peculiar y tiene como referencia su propio sentir, de manera que hay una descalificación de los valores tradicionales y una desconfianza en la virtud que se considera hipócrita. Es como si el carácter 8 hubiera podido reconocer su ira, su agresividad, su deseo de venganza y hubiera hecho una proyección generalizadora de estos sentimientos en todos los demás seres humanos que simplemente los ocultan o no se atreven a mostrarlos.

El mecanismo de defensa con el que se sostiene el carácter es el de «negación», entendido no como negación de la realidad, sino de una parte del ser, de los sentimientos que tienen que ver con la culpa y la necesidad de amor. Este mecanismo produce un endurecimiento, una insensibilidad y un olvido del mundo emocional, una sustitución de las necesidades afectivas por las satisfacciones instintivas.

El tipo 8 presenta una gran dificultad para ver su debilidad, su necesidad de ternura porque esto lo llevaría a sentirse vulnerable, a conectar con el dolor de la carencia, y esto es lo más evitado, puesto que rompería su imagen dominante y daría al otro el poder de hacerle daño; el miedo al dolor se mantiene fuera de la conciencia a través de una actitud de exponerse al riesgo.

La estructura del rasgo se compone de: lujuria, punitividad, rebeldía, dominación, dureza, cinismo, exhibicionismo, narcisismo, orientación sensomotora.

Para nosotros, el ser se confunde con «ser poderoso».

Las tres formas en que se manifiesta son:

a) Conservación - «Satisfacción»: la lujuria se manifiesta en la búsqueda directa de las satisfacciones y el tipo de vida que uno merece, con una total intolerancia a la frustración. Cultiva la reivindicación y la venganza en nombre de las necesidades y la impotencia infantil, sintiéndose con derecho a que sus impulsos sean gratificados. Hay una necesidad de «intensidad», que si bien es común en los tres subtipos, aquí adquiere mayor relevancia. La tendencia hedonista de lograr la satisfacción cuenta con este componente de intensidad, como si se pretendiera una satisfacción total y real, que la fantasía no cubre. La perentoriedad de los impulsos produce una actuación poco controlada que busca la satisfacción inmediata, siempre justificable en la intensidad de la propia necesidad que confiere una especial dureza a este subtipo.

b) Social - «Complicidad»: la búsqueda es de amistades cómplices que se apoyan y se sostienen en los mismos principios, a menudo poco convencionales, incluso marginales. Amistades de las que se necesita una total lealtad, a través de la cual legitiman el vínculo. Serían prototípicos los vínculos que se establecen en las mafias, donde la pertenencia legitima y exige cualquier tipo de sacrificio y donde la traición se castiga con la muerte. Se establece como un pacto de sangre, una amistad de una calidad cómplice e incondicional, al margen de cualesquiera otros principios sociales o morales. La orientación a la amistad da un tinte más humano, más social, más seductor que en los otros subtipos; personas divertidas, con un gran poder de cautivar.

c) Sexual - «Posesión» / «Entrega»: la lujuria se manifiesta en una total posesión de la pareja a la que se le exige una entrega incuestionable y absoluta. En la mujer es vivida más la entrega que la posesión, aunque es una entrega devoradora, no fácilmente diferenciable de la posesión, pues exige del otro lo mismo que da. No hay vergüenza por el deseo, que va por lo que quiere, guiado por la fuerza animal del instinto, con un matiz avasallador. La posesión comporta el placer del propio poder, implica dominio, sometimiento del otro. El temor a ser dominado lleva a una postura dominante, desde la que el amor se confunde con la posesión. El deseo es el de encontrar a alguien tan valioso como para que merezca formar parte de mí y confirme mi valía, alguien a quien incorporar, alguien con quien fusionarme sin perder mi identidad. La posesión confirmaría esta fusión y permitiría satisfacer mi necesidad de entrega.

Comportamiento observable: desinhibido, explosivo, con tendencia a ponerse en situaciones de riesgo. Es el menos intimidado por la ira y el que más se permite su expresión directa. No se empeña en venganzas personales a largo plazo, sino que se desquita airadamente en el momento y supera con rapidez su irritación. La venganza a largo plazo que utiliza no es personalizada, se trata más bien de una actitud de tomarse la justicia por su mano, de desquitarse de la humillación y la impotencia sentida en la infancia. Puede que esta actitud conlleve dolor y humillación de los demás, puede ser sádica y hostil o manifestarse a través de la ironía, del sarcasmo o en actitudes intimidatorias.

Su rebeldía es activa, con fuerte oposición a la autoridad y desdén por los valores establecidos. Es una rebelión generalizada, fruto de la rebelión contra el padre, o contra la madre, cuyo poder se llegó a considerar como ilegítimo, por el hecho de no poder confiar en obtener nada bueno de él, de asociar poder y violencia.

La lujuria implica ansia de excitación, impaciencia, impulsividad, aburrimiento cuando no hay estímulo suficiente, y también hedonismo. Pero en la lujuria hay más que hedonismo, hay placer por afirmar la satisfacción de los impulsos, placer en luchar por el placer. Hay una cierta dosis de dolor implícita en el esfuerzo por superar los obstáculos en el camino hacia la satisfacción, y un componente de lucha y triunfo vindicativo. La excitación y las experiencias fuertes representan una transformación del dolor en el proceso de endurecimiento de sí mismo ante la vida.

Comportamiento interpersonal: dominante, seductor y con facilidad para establecer relaciones de complicidad. Provocador y, en ocasiones, sádico. Necesita demostrar ante sí mismo y ante el resto del mundo su valor. Su dominación se manifiesta en competitividad, arrogancia, necesidad de triunfo, de quedar por encima, con cierto desdén hacia los demás, sobre todo hacia los que considera débiles. Ser entretenidos, ingeniosos y encantadores es una forma de comprar a los demás y volverse aceptable ante ellos, y también una forma de compensar los aspectos violentos. La sinceridad en mostrar lo que piensan o sienten afrontando las convenciones sociales es también una forma de seducción.

Estilo cognitivo: poco reflexivo, intuitivo, con dificultad para cuestionarse y orientación sensomotora que se expresa en su enfoque hacia el presente, hacia lo tangible, hacia la esfera de los sentidos y los estímulos inmediatos y en un predominio de la acción sobre el pensamiento.

Autoimagen: poderosa, de alguien que ha sido capaz de afrontar la vida, apasionada y fuerte. Hay un rechazo de la debilidad y la dependencia y una valoración de la propia capacidad de luchar por conseguir los deseos y expresar los impulsos. La imagen poderosa y dominante oculta los sentimientos de temor, vulnerabilidad y dependencia. Correr riesgos exagerados es una manera de negar el propio temor y generar un sentimiento interno de poder. No se sienten «malos», sólo son menos hipócritas que los demás y su bondad es auténtica, aunque los demás no la vean y se sientan, con demasiada frecuencia, ofendidos por su forma directa de decir las cosas.

Representaciones objetales: se valora la fortaleza de los demás y la honestidad. La bondad, en cuanto adaptación a las normas, se considera hipocresía o cobardía y se descalifica, pero se reconoce cuando es auténtica y fundada en el amor. Ante las personas que consideran verdaderamente buenas y amorosas, se rompe su dureza.

Mecanismos de defensa: la «negación» es el principal mecanismo. Lo más negado es la debilidad y la necesidad del otro, así como la culpa. Las acciones impulsivas sirven para mantener la negación.

Organización morfológica: cuerpos vigorosos, con un fuerte nivel de energía. Suelen ser proporcionados y bien desarrollados, aunque en ocasiones la falta de límites de su hedonismo derive en obesidad descuidada. Transmiten una confianza en sí mismos y una posición de dominio que se arraiga en el cuerpo: el movimiento corporal es asertivo, directo, en ocasiones brusco y agresivo. Hay un endurecimiento también corporal, una fortaleza que suele impresionar. La alta instintividad y el permiso que se otorga para expresarla se manifiesta en una energía sexual y agresiva evidente.

Estado de ánimo / temperamento: impulsivo, con dificultad para aceptar los límites, autoafirmativo y seguro. La búsqueda de riesgos transforma la ansiedad en excitación, pero mantiene viva la necesidad de sumirse en la intensidad como una adicción sin la que la vida parece aburrida. El estilo de vida no es compatible con el temor o la debilidad, el sentimentalismo o la pena, lo que implica una cierta dureza e implacabilidad.

Manejo de la agresividad: la agresividad se expresa en forma directa, espontánea y sin contemplaciones. Desde la descalificación de la debilidad, no hay preocupación por el daño ocasionado al otro, incluso la evidencia del daño, la queja, puede dar pie a una mayor crueldad. Sea en las manifestaciones más violentas y explosivas, sea en la forma de sarcasmo y burla, tiene como objetivo dominar al otro, pudiendo llegar a humillarlo profundamente.

Manejo de la sexualidad: la fuerte instintividad del eneatipo 8 marca su sexualidad, que tiene un punto de dureza y tiende a relegar a un segundo plano los aspectos tiernos del encuentro amoroso.

La posición de dominio provoca, a nivel inconsciente, una descarga energética que no se llega a producir del todo porque frena la sensación de entrega y disolución que acompañan a la descarga, dado que esta sensación es asociada a vulnerabilidad y, por tanto, temida y evitada.

La dificultad de descarga completa produce un bajo nivel de satisfacción y una necesidad de nuevas descargas, que contribuye al mantenimiento de una autoimagen de poderío sexual.

La tensión interna producida por la fuerte instintividad y la necesidad inconsciente de ternura, de un lado, y la fortísima desconfianza basada en el temor a ser dominado, de otra, son resueltas, en el plano del vínculo de pareja, mediante la posesión-entrega. Poseer al otro es darle todo lo que necesita, ser su amo. Si le doy todo, no me abandonará, no me traicionará. La traición es tan temida que para resolverla se crea un mito de pareja, absolutamente idealizado. Se sacraliza el vínculo: «tú y yo somos uno».

Al mismo tiempo que vive el vínculo con este nivel de intensidad, es capaz de tener otros encuentros sin darles más importancia que la de la estricta satisfacción sexual, sin culpa ninguna y sin conciencia del posible daño al otro.

El personaje que hemos elegido para ilustrar el eneatipo 8 es Felipe Bridau, hermano de José que describimos en el eneatipo 4. Como él, está descrito en la obra La Rabouilleuse.

Balzac describe cómo el entorno va a influir en el carácter de Felipe, ya de por sí algo pendenciero:

Estimulado, el niño adoptó por fanfarronada, un aire decidido. Y, luego que hubo dado ese rumbo a su carácter, adiestróse en toda clase de ejercicio físico. A fuerza de pelearse en el liceo adquirió esa audacia y ese desprecio del dolor que engendra el valor militar.

(pág. 671, tomo II)

Habiendo desarrollado estas características, sintió atracción por la carrera militar. Entró en el cuartel.

En aquel tiempo el esplendor militar, el aspecto de los uniformes, la autoridad de las charreteras ejercían sobre ciertos jóvenes una seducción irresistible.

(pág. 676)

En cuanto pudo se incorporó al frente y pronto tuvo ocasión de obtener el reconocimiento que le valió su impetuosidad: «[…] ascendiéronle a teniente por una hazaña en la vanguardia donde su impetuosidad salvó al coronel» (pág. 679).

Estos éxitos aumentaban la fuerza del vínculo con su madre:

[…] halagaba enormemente el amor propio de su madre y también, aunque fuese ordinario, bullicioso y no tuviese en realidad más mérito que la vulgar bravura del militarote, era para ella un hombre genial.

(pág. 679)

De manera que no sólo en el entorno militar, sino también en el familiar, la impetuosidad es muy bien valorada, cegando la mirada de su madre en una incondicionalidad inconsciente de sus riesgos.

Al instaurarse de nuevo la monarquía, él seguía fanatizado por la figura de Napoleón, así que se implicó en varias conspiraciones hasta el momento en que perdió su paga. Entonces se embarcó rumbo a Estados Unidos con la intención de rehacer su suerte. No fue así y, además, la dureza y crueldad de la vida americana fomentaron…

[…] las malas inclinaciones del soldadote: habíase vuelto brutal, bebedor, fumador, matón, grosero; la miseria y los sufrimientos físicos habíanle depravado.

(pág. 683)

En todos los eneatipos 8 que describe le da Balzac gran importancia a la dureza del medio en que se desenvuelven, que acentúa la dureza de su temperamento. Destaca la reacción agresiva y negativa frente al dolor y también el componente controlador y paranoico:

El coronel, además, sentíase perseguido. Y el efecto de tal opinión es hacer que los individuos sin talento se vuelvan perseguidores e intolerantes.

(pág. 683)

Como no logra remontar su situación económica, decide volver, aunque para ello necesite, de nuevo, el apoyo económico de su madre con el fin de pagar el pasaje. Al encontrarse otra vez en casa, después de un viaje lleno de penalidades, se muestra muy efusivo con su madre. Ella piensa en lo mucho que su hijo la quiere y se desvive por darle todo lo que necesita, pues lo consideró un héroe al ver los cambios que la vida le imprimió:

Su imponente estatura había adquirido rotundidad; su cara curtiérasele durante su estancia en Texas; conservaba su hablar breve y el tono tajante del hombre obligado a hacerse respetar en medio de la población neoyorquina. Con esa contextura, sencillamente vestido, endurecido visiblemente el cuerpo por sus recientes penalidades, apareciósele Felipe a su madre como un héroe […] escuchando la relación de sus desdichas […],

no pudo darse cuenta del profundo egocentrismo y la dureza que las penalidades le habían proporcionado.

Pero ¡ay!, que el oficial sólo a una criatura amaba en este mundo y esta criatura era el coronel Felipe […] Para Felipe, el universo empezaba en su cabeza y concluía en sus pies y sólo para él brillaba el sol.

(pág. 683)

Vuelve a insistir el autor en la fuerza del condicionamiento poco favorable y en la posibilidad de que hubiera podido ser de otra manera si no se hubiera enfrentado a tan difíciles situaciones:

Para los individuos de esa clase sólo hay dos maneras de ser: o creen o no creen; o poseen todas las virtudes del hombre honrado, o se abandonan a todas las exigencias de la necesidad; luego, se habitúan a erigir sus menores intereses y cualquier momentáneo capricho de sus pasiones en otras tantas necesidades.

(pág. 683)

El aspecto de vividor y la actitud egocéntrica encubren un profundo desprecio por la vida, un fuerte componente autodestructivo:

[…] resultaba excesivamente peligroso; parecía ingenuo como un niño; […] no le costaban nada las palabras y daba tantas cuantas querían creerle. Si, por desgracia, alguien aceptaba las explicaciones con que justificaba las contradicciones entre su conducta y su lenguaje, el coronel, que tiraba magistralmente con la pistola y podía desafiar al más diestro profesor de esgrima y poseía, además, la sangre fría de aquellos a quienes la vida les es indiferente, siempre estaba dispuesto a pediros cuenta de la menor palabra destemplada.

(págs. 683-684)

A través de un viejo compañero de armas consigue un puesto en un periódico de la oposición, pidiendo para ello la fianza que necesita a su madre y a su tía, prometiéndoles pasarles cien francos al mes:

Tres meses después, el coronel que comía y bebía por cuatro, que se mostraba descontentadizo y arrastraba con el pretexto de su pensión a ambas viudas a dispendios para la mesa, aún no les diera dos ochavos.

(pág. 691)

Llevaba «[…] una vida de placeres», su pasión por el juego le hizo «[…] meter la mano en la caja del periódico» (pág. 692). Se había enamorado de una bailarina, que no le hacía caso…

Recurre a su hermano, diciéndole que va a suicidarse por haber utilizado los fondos de la caja del periódico y no encontrarse en situación de poderlos reponer. De manera que el hermano lo comunica a la familia. Cuando Felipe vuelve de una de sus juergas, olvidada ya su idea de suicidio, todos lo reciben llorosos y se da cuenta de que su amenaza ha surtido efecto. Venden las viudas su crédito y cubren así el honor de Felipe. Pero:

Cuando los hombres dotados de valor físico, pero cobardes e innobles en la parte moral, como lo era Felipe, han visto las cosas reanudar su curso en torno a ellos después de una catástrofe en que su moralidad naufragó casi por completo, esa complacencia de la familia o de los amigos es para ellos una prima de estímulo. Cuentan con la impunidad; su espíritu falseado, sus pasiones satisfechas, indúcelos a estudiar cómo han logrado subvertir las leyes sociales y se vuelven entonces horriblemente listos.

(pág. 697)

Algo que hubiera podido salvarlo hubiera sido que la bailarina, único amor de su vida, le hubiera correspondido. No fue así y, cuando ella se marcha a Londres, se siente traicionado y herido y, de nuevo, la solución es endurecer el corazón y acudir a «la Venus de las encrucijadas a impulsos de una especie de desdén brutal por todo el sexo» (pág. 697).

La pasión por el juego le impulsa a coger dinero a su hermano, a su tía, a su madre. Cuando la madre se da cuenta de ello, le dice que no lo haga así, que le pida lo que necesite, y lo hizo, acabando con todos los ahorros de la mujer. Sus cambios de humor son muy marcados y están en función de que haya conseguido o no sus deseos.

[…] cuando había ganado [en el juego] mostrábase de un talante alegre y casi afectuoso; profería chistes groseros, pero bromeaba con la Descoing, con José y con su madre. Por el contrario, cuando había perdido, mostrábase ceñudo, con voz breve y tajante y su mirar duro y su tristeza infundían espanto.

(pág. 703)

Le roba continuamente a José el dinero, y un día idea robar a la Descoings el dinero que ella celosamente guardaba para su lotería. Estudió todas las circunstancias (fechas de los sorteos, salidas de la familia…) que tenía que manejar para conseguir su objetivo y se quedó a la espera de una ocasión en que no hubiera nadie en la casa. Revolvió hasta encontrar el dinero, cuidándose de dejarlo luego todo de forma que no despertara ninguna sospecha. Con ese dinero ganó y volvió a perder. Cuando llega a su casa, habiendo perdido todo, se encuentra con que han descubierto su robo y su tía, la Descoing, que ha sufrido un impacto tan fuerte al no poder hacer su apuesta y saber que había sido él quien le había robado, está moribunda. Su madre lo expulsa de casa y él reacciona diciendo:

¡Ah! ¿Estáis representando el melodrama del hijo expulsado? ¡Vaya, vaya, así es como os tomáis las cosas! Pues bien, ¡sois todos unos pájaros de cuenta! ¿Qué es lo que yo he hecho de malo? […] ¡Bah!, ¡una simple limpieza en los colchones de la vieja! ¡El dinero no se mete entre la lana!, ¡qué diablos! ¿Y dónde está el crimen? ¿No os había cogido ella veinte mil francos? ¿No somos acreedores suyos? Yo no he hecho más que reembolsarme. ¡Eso es todo!

(pág. 710)

No le falta del todo razón, pues la afición de su tía a la lotería la había llevado a gastar esos veinte mil francos que eran de la madre. Destapa aquí eso que tanto irrita a este eneatipo, la hipocresía social y la falsa bondad.

Y también pone de manifiesto la crueldad, cuando increpa a su madre:

Usted me echa a la calle en un día de Navidad, día del nacimiento de […] ¿cómo se llama? […] Jesús. ¿Qué le había hecho usted al abuelo Rouget, su padre, para que la echase de su casa y la desheredase? Si no le hubiera usted dado un disgusto ahora seríamos ricos y no habría tenido yo que verme en la mayor miseria […] ¿qué le hizo usted a su padre, usted, que es una buena mujer? Ya está viendo cómo yo puedo ser un buen chico y, sin embargo, verme echado a la calle ¡Yo, la gloria de la familia!

(pág. 711)

Está enfermo, con mucha fiebre y después de sus palabras, su madre decide que se quede en casa hasta que se reponga. Cuando ya está repuesto le pide que se vaya y que se incorpore al servicio activo como militar. Se marcha no sin antes reprocharle: «De sobra veo que ni usted ni mi hermano me quieren. Estoy ya solo en el mundo y lo prefiero» (pág. 712).

Se marcha silbando, no sin antes coger los cien francos que su madre le ofrece.

Pasado algún tiempo, cuando su hermano, accediendo a la presión de su madre, le pide que vaya de nuevo por la casa a fin de hacerle un retrato, accede a ir y se lleva una noche un Rubens que José estaba copiando por encargo para venderlo.

Enfermo y sin dinero es ingresado en un hospital público. Al salir de allí es detenido por tomar parte en una conspiración de oficiales. Su madre piensa que lo ha empujado hasta ahí con su rigor; se siente culpable y encarga, a través de su otro hijo, al más listo y ducho de los abogados de París la defensa de sus intereses. Hacen falta doce mil francos para salvarlo y escribe a su madrina suplicándole que le pida ese dinero a su hermano, tío de Felipe, que se había quedado con toda la herencia paterna.

Condenado a cinco años a una especie de libertad provisional bajo palabra, sin poder salir de la ciudad que le asignaran como cárcel, su abogado consigue que le asignen Issoudun, ciudad de origen de su madre, donde sigue viviendo su tío y le ruega que trabaje para conseguir la herencia de su madre, planteándoselo como una manera de compensar los daños que ha causado. Con esta intención, nada más llegar va a visitar a su tío, que vive con una criada joven a la que ha convertido en su amante. Su segunda visita fue para los Hochon (la madrina de su madre), presentándose con mucha cortesía para solicitar ayuda.

Habló luego Felipe de cosas indiferentes, conduciéndose perfectamente bien. Pintó como a un águila al periodista Lousteau, sobrino de la anciana señora, la cual le dispensó sus simpatías no bien le oyó predecir que el nombre de Lousteau sería famoso. Luego, no se anduvo con ambages para reconocer sus culpas. Y a un amistoso reproche que madame Hochon le hiciera en voz baja respondió diciendo que había reflexionado bastante en la cárcel y le prometió ser en lo sucesivo muy otro que hasta allí.

(pág. 805)

Sabe que toda la herencia irá a parar a Flora, la criada de su tío, y al amante de ésta, Max. Monta toda una estrategia para que esto no ocurra y conseguir su objetivo de que el dinero llegue a sus manos. Traba amistad con dos oficiales napoleónicos que no simpatizan con Max. Consigue su admiración revelándoles detalles de la conspiración en la que había estado envuelto. No tardó en obtener un trabajo en la oficina de recaudación del seguro que en tres horas diarias terminaba, disponiendo del resto del día para sus maquinaciones.

Felipe, cuya conducta era fruto de un profundo cálculo, había reflexionado mucho en la cárcel sobre los inconvenientes de una vida desordenada. Así que no había sido necesaria la reprimenda de Desroches (el abogado) para comprender la necesidad de granjearse la estimación de la burguesía mediante una vida honrada, decente y morigerada […] quería adormecer a Majencio engañándolo sobre su carácter. Tenía empeño en que le tomasen por un memo, mostrándose generoso y desinteresado, a tiempo que envolvía a su adversario y codiciaba la herencia de su tío […]. La codicia de Felipe encendiérase en razón a los bienes de su tío que monsieur Hochon le detallara.

(pág. 808)

Le propone a su tío, para solucionar las cosas con Flora, quitar de en medio a Max. Trata de hacer un pacto, al que su tío se resiste, consiguiendo al final convencerlo:

Si yo lo mato a él, usted me asignará su vacante en su casa y yo haré andar a esa chica guapa más derecha que un huso. Sí; Flora le querrá a usted. ¡Mil rayos! Y si usted no está contento de ella le daré con el vergajo.

(pág. 816)

Todavía está presente su rencor de amante traicionado:

Yo conozco a las mujeres. ¡Una tuve que me salió más cara que a usted Flora! […]. Así que me enseñó a conducirme como es debido para el resto de mi vida con el bello sexo. Las mujeres son como niños malos, animalitos inferiores al hombre, y hay que hacerse temer de ellas, pues lo peor que a nosotros nos puede pasar es que nos gobiernen esas bestezuelas.

(pág. 816)

Va manejando todos los hilos hasta que a Max no le queda más opción que marcharse o aceptar un duelo. Felipe adoptó la posición de un hombre superior e hizo perder su sangre fría a Max. Como Felipe se había encargado de desprestigiarlo y poner al descubierto todas sus hazañas al frente de los Caballeros de la Vagancia, que habían estado produciendo grandes perjuicios al pueblo, «Nadie molestó a Felipe por aquel desafío que, de otra parte, pareció un efecto de la venganza divina» (pág. 829).

Todo cabe en sus planes para hacerse con la herencia. Cuando acude su madre a Issoudun, como la necesitaba para lograr sus planes, se portó bien con ella y consiguió que fuera a visitar a Flora y la tratase como a una cuñada, pues su intención, para aclarar la situación y hacerse con la herencia, era que se casara con su tío. Tenía un plan bastante retorcido.

Se lleva a cabo la boda y cuando vuelve su madre a París, el abogado le avisa de que ni ella ni José verán nada de la herencia, que Felipe es demasiado listo. «Como quiera aplicar su inteligencia, profundamente perversa, a hacer fortuna, llegará, porque es capaz de todo» (págs. 833-834).

Y así es: Felipe trata de establecer una alianza con Flora prometiéndole casarse con ella a la muerte de su tío y llevarla a París, donde él llegará a general, si pasa los poderes a su nombre con el pretexto de quitarse los quebraderos de cabeza de la economía. A Flora le inspira profundo temor.

Temía, en una palabra, morir sin saber cómo hubiera de matarla Felipe; […] el timbre de aquella voz, el velado brillo de aquel mirar de tahúr, los menores movimientos de aquel soldadote que la trataba con la brutalidad más fina, la hacían temblar. En cuanto al poder requerido por aquel feroz coronel, que para todo Issoudun era un héroe, no hay que decir que lo mismo fue pedirlo que tenerlo en su mano, porque Flora había caído bajo el dominio de aquel hombre igual que cayera Francia bajo el de Napoleón.

(pág. 835)

El tío perdía sus pocas fuerzas y… «En presencia de aquella agonía, el sobrino permanecía impasible y frío» (pág. 836).

A través de su antigua querida, la bailarina, logra que el protector de ésta, un duque, se interese por él y consiga que el Rey lo reintegre como teniente coronel del ejército y le otorgue permiso para residir en París. Se llevó a París a Flora y a su tío y…

Engolfó a aquel moribundo, lo mismo que a la Rabouilleuse (Flora) en los goces excesivos del trato, tan peligroso con las actrices, periodistas, artistas y mujeres equívocas con que Felipe derrochara su juventud.

(pág. 836)

Al poco murió el tío. Liquidó la herencia. Se casó con la viuda.

En virtud del contrato, la señora viuda de Rouget, cuya aportación consistía en un millón de francos, hacía donación a su futuro esposo de todos sus bienes, caso de fallecer ella sin hijos.

(pág. 837)

Aprovechó bien su situación; obtuvo un título nobiliario, empezó a cortejar a la hija de un conde, solicitó ser uno de los ayudas de cámara del Delfín.

Llevaba, además, un tren magnífico; daba fiestas y comidas espléndidas, no admitiendo en su hotel a ninguno de sus antiguos camaradas, cuya posición pudiera comprometer su porvenir.

(pág. 838)

Moribunda ya su madre, se niega a visitarla; no le interesa que lo relacionen con ella y no quiere que su hermano le pida nada. Muerta Flora, pide la mano de la hija del conde, pero este plan se frustra porque su antiguo amigo, Bixiou, se encarga de relatar al conde las hazañas de Felipe. Éste planea enriquecerse aún más y optar a otra mano más alta. Encarga la gestión de sus finanzas a Nucingen que, en poco tiempo, lo deja sin su hotel, sus tierras, sus cuadros y sus muebles. Reingresa en el ejército y es enviado a Argelia por influencia de otro de sus camaradas, a quien había dado la espalda en sus momentos de esplendor. Y allí murió.

«Tuvo Felipe una muerte horrible, pues le cortaron la cabeza al caer casi hecho pedazos por los yataganes» (pág. 853).

Los atributos que, para él, tiene Balzac son: impetuoso, bravo, brutal, matón, grosero, malvado, libertino, bebedor, jugador, depravado, sin escrúpulos morales, bribón, audaz y ladino. Hombre de acción, que desprecia el estudio, con sangre fría, desprecio por el dolor y aire decidido.

TIPO 9. CARÁCTER PEREZOSO

La pereza no siempre se manifiesta como pereza en la acción, sino como pereza espiritual y psicológica, como una dificultad para mirar dentro de sí y una pérdida del sentido de ser, que se sustituye por una acomodación a lo terrenal.

La solución que adopta el tipo 9 ante la carencia infantil de amor es el olvido, un olvido de las necesidades y una anestesia del dolor y la frustración. Este olvido de sí ocupa el primer plano junto con un toque de resignación, que lleva al individuo a adaptarse. En algún momento de su historia personal, el carácter 9 se da cuenta de que sus sentimientos, intuiciones o sensaciones no se ajustan a las de las personas significativas emocionalmente; decide olvidarse de sí, no hacer caso de su mundo interior y vivir acorde con lo externo, para no ser rechazado. Olvidar lo interno no supone renunciar a ello y genera dualidad, una separación entre sentir y hacer, que desemboca en falta de presencia y en un profundo escepticismo.

El dolor existencial consciente es mínimo. Difícil de vislumbrar desde fuera. A veces, el dolor se presenta en el cuerpo y así desaparece del ámbito de lo psíquico, donde no se cree que se pudiera asumir sin romperse, sin caer en una extrema fragilidad. La renuncia a los deseos, la capacidad de adaptación, la negación del dolor, le dan un aire de tranquilidad que es sólo aparente. Pues, por mucho que los propios deseos se dejen en segundo plano, que consigan suprimirse de la conciencia dolores y sueños, éstos no desaparecen y no olvidan dejar su huella en un escepticismo y desinterés que desvitalizan y, a veces, se tornan en un estado ligeramente depresivo que, para evitar sufrir, renuncia a disfrutar.

A nivel emocional, la pereza se traduce en un no hacerse caso y dejarse llevar por lo que marca el entorno, así como en una renuncia a los anhelos más profundos y un desarrollo compensatorio del «sentido común».

En el plano cognitivo, la fijación se manifiesta como abnegación, en un vivir para el otro, ponerse al servicio de las necesidades del otro que se confunden con las propias. Para poder hacer esto es necesaria una gran adaptabilidad, que se construye sobre el olvido de sí y la resignación. La propia fijación impide vivir interiormente.

Aunque la pereza pudiera parecer la más desapasionada de las pasiones, no es nada fácil de romper, dado que, a cierto nivel, la fijación consigue mantener el objetivo de anestesiar el dolor, y la renuncia y negación de sí producen una situación psicológicamente cómoda.

El mecanismo de defensa del tipo 9 es la «supresión». La supresión es un mecanismo similar al de la represión, diferenciándose de ésta en que los contenidos suprimidos no pasan al inconsciente, sino que quedan en el preconsciente, de forma que hay una intencionalidad consciente en lo que se suprime. Por otra parte, lo que se suprime son los afectos, lo emocional, mientras que la represión se ejerce sobre los contenidos ideacionales. Complementario de este mecanismo sería el de la renuncia altruista, porque la renuncia sostiene la supresión. En la renuncia altruista, uno hace por el otro aquello que necesita él, identificándose con el otro y consiguiendo una satisfacción sustitutoria de sus necesidades, una satisfacción que se produce a través del otro. Como en el caso de la supresión no es un mecanismo del todo inconsciente.

Para Naranjo, la estructura del rasgo se caracteriza por: inercia psicológica, sobreadaptación, resignación, generosidad, mediocridad, tendencia a la distracción, inclinación a hábitos robóticos.

Según nuestro criterio el ser se confunde con «ser útil».

De acuerdo con el instinto que se halla apasionado nos encontramos con estos subtipos:

a) Conservación - «Apetito»: la satisfacción de las necesidades se sustituye por la satisfacción de los apetitos, «conformándose» con ello. Se produce un desplazamiento de una cosa a la otra y una satisfacción sustitutoria. La «distracción» es la herramienta que permite escaparse del compromiso de cumplir con las verdaderas necesidades y se convierte ella misma en la necesidad que motiva la acción. El apetito tiene que ver con un deseo de algo sustitutorio, de ciertas satisfacciones que no compliquen demasiado la vida, y que, de alguna manera, se conectan con satisfacciones físicas. Hay como un conformarse con tener aquello que permita una cierta seguridad cómoda, un no tener que preocuparse. A veces, el hambre de afectos se transforma literalmente en hambre de alimentos, de caprichos materiales, de actividades concretas, como los juegos o la lectura, distracciones que sirven todas ellas para tapar las necesidades más profundas.

b) Social - «Pertenencia»: la pertenencia a un grupo se convierte en la búsqueda fundamental. Para ser aceptado por el grupo se puede hacer cualquier cosa. Hay una fuerte necesidad de participación, de ser acogidos, no excluidos, de sentirse parte de algo, y un nivel de sufrimiento elevado al no sentirse aceptados junto con una dificultad real de integración. Dificultad de integración que se relaciona con el temor a ser absorbidos por el grupo, a una entrega demasiado absoluta, en la que puedan producirse desengaños. Al mismo tiempo, esta dificultad de integración se manifiesta en un mantenerse al margen, en una autoexclusión, que se sostiene en no poder creer en la pertenencia, en gran medida debido a la sensación de inadecuación que produce el percibirse como ajeno al grupo. Hay una mentira, un ocultamiento de lo que uno es, que se origina en el intento de adaptación y hace temer el ser descubierto y rechazado.

c) Sexual - «Fusión»: el deseo de «fusión» es un antídoto a la pérdida de identidad provocada por el olvido de sí. La necesidad es vivida a través del otro, perdiéndose los propios intereses para ponerse al servicio de la persona elegida. Hay una tendencia a la unión, que se polariza en la pareja, con cuyas necesidades, deseos, pensamientos, sentimientos se mimetiza. Las necesidades de la persona amada pasan a ser las necesidades propias, las cuales se olvidan y satisfacen vicariamente, en un esfuerzo activo de estar para el otro. En primer término vemos la disolución del yo que implica esta fusión, pero a un nivel más profundo tiene matices de la entrega del eneatipo 8, con su connotación posesiva, con la expectativa de que la supuesta incondicionalidad transforme al otro y lo lleve a cumplir lo que yo ocultamente deseo. Vemos que también esta actitud fusional presenta un carácter posesivo por debajo del aparente sometimiento. No hay renuncia al propio deseo, hay una expectativa de que, desde lo fusional, el otro lo perciba, lo legitime y lo cumpla.

Comportamiento observable: servicial, adaptado y evitador de conflictos. En su actitud aparece una cierta narcotización, una falta de pasión, de fuego y una insensibilización que se produce para evitar el sufrimiento. La actitud se vuelve excesivamente terrenal y concreta, preocupada por los aspectos prácticos de la vida, como una forma de no querer ver ni estar en contacto con la propia experiencia interna, con el mundo emocional. Llevada a lo externo implica una simplificación del mundo, un excesivo concretismo y literalidad, una pérdida de sutileza. También a veces genera distracción y confusión. En ocasiones se manifiesta como torpeza física, tendencia a sufrir pequeños percances, a romper cosas, fruto de la falta de atención.

La estrategia vital e interpersonal tiende a la sobreadaptación y a la desatención de las necesidades personales. Implica una actitud sobrecontrolada puesto que no sería posible este nivel de adaptación sin la capacidad de contenerse e inhibir los propios impulsos. El alcohol y la comida pueden ser herramientas donde se libera ese rígido autocontrol.

La resignación forma parte de la estrategia vital y es como si jugara a estar muerto para permanecer vivo, una apuesta por la supervivencia en lugar de por la vida. Implica abandono y falta de lucha por los propios derechos.

Los hábitos robóticos, las costumbres regulares sirven para apoyar esta estrategia. Es como si en la búsqueda de confort psicológico (que no se consigue) se pagara el alto precio de la alienación.

Comportamiento interpersonal: facilidad para anteponer los intereses de los demás a los propios y mediar en las situaciones conflictivas. Cuando las situaciones interpersonales lo desbordan se comporta como un autómata, haciendo lo que haya que hacer pero ausente y desconectado. Su generosidad se manifiesta en amabilidad, solicitud, indulgencia y abnegación. Junto a ello aparece una cierta cordialidad amistosa y extravertida y una jovialidad que no son otra cosa que una manera de no tomarse demasiado en serio, de tomarse a sí mismo a la ligera, fruto del temor a resultar un peso para los demás. Confortador y compasivo, tiene una condescendencia excesiva hacia las demandas y necesidades de los otros, y parece dispuesto a llevar más carga de la que le corresponde. Es su manera de conseguir un lugar en el afecto de los demás que, por otra parte, nunca resulta satisfactorio puesto que, para lograrlo, ha olvidado sus propios deseos.

Estilo cognitivo: intuitivo, con una especie de certeza visceral de sus intuiciones que le hace muy difícil cambiar de opinión, aunque, al mismo tiempo, su escepticismo es muy profundo. Pragmático, comprensivo, orientado a la adaptación, con razonamientos que justifican la resignación.

Autoimagen: deficitaria, sin grandes ambiciones, modesta y bondadosa. Su autoconcepto es bajo, pero conlleva una adecuación en términos de necesidades narcisistas, puesto que la exigencia no es demasiado alta. No hay mucha preocupación por el brillo y el poder y, a veces, tampoco por el aspecto físico. No parece que necesiten brillar ni ser los mejores y, aparentemente, han abandonado el deseo de reconocimiento, pero hay una profunda e inconsciente ansia de reconocimiento y amor en su resignación abnegada y una esperanza implícita de compensación, como si el mundo fuera alguna vez a valorar y reconocer lo que ellos más valoran, la capacidad de amar.

Representaciones objetales: mucha dificultad para idealizar a los otros, como si el escepticismo lo impidiera, y, al mismo tiempo son los otros los que le conceden el derecho a la existencia, viviendo a través de ellos y tratando de resultarles útil. La idea de no ser capaz de despertar el amor del otro hace muy importante la presión de no resultar una carga. Detrás de ello hay una profunda desconfianza en la capacidad de amar y generosidad de los demás.

Mecanismos de defensa: la «renuncia altruista» que tiene que ver con satisfacer la necesidad a través del otro, y la «supresión» que permite mantener los afectos lejos de la conciencia y olvidarse de sí mismo, apoyando la sobreadaptación.

Organización morfológica: a veces aparecen rasgos masoquistas y otras veces rasgos orales. Son más frecuentes los masoquistas. Cuando aparecen éstos, la carga energética está contenida y suelen ser cuerpos recios, con un buen desarrollo muscular. La pelvis suele estar echada hacia adelante. Cuando aparecen rasgos orales son cuerpos delgados, flexibles y con aspecto de vulnerabilidad y fragilidad. En otros casos, parece que no hay coraza caracterológica, creando una sensación de desprotección. Hay una especial facilidad para camuflarse con el ambiente, para evitar ser visto a causa de la vergüenza y su actitud física. En todos los casos traduce algo de confiado y poco peligroso, con imagen de buena persona.

El yo corporal y sus funciones alcanzan mucha importancia, la comida, la sexualidad, a veces el deporte. Parece como si, desde el realismo escéptico, el cuerpo fuera la única indudable realidad.

Estado de ánimo / temperamento: jovial, poco asertivo, desconectado, con tendencia a trivializar los sentimientos. De apariencia flemática, que no coincide con la vivencia interna, como si la procesión fuera por dentro. Cuando la frustración lo desborda, se vuelve depresivo y aparece la tristeza y la desvitalización.

Manejo de la agresividad: La actitud conciliadora y el olvido de sí dificultan la expresión directa de la agresividad, que está muy prohibida y resulta generadora de culpa. La forma más común de canalizarla es a través de un distanciamiento emocional, que permite seguir actuando como si no ocurriera nada, como si se hubiera ido el alma, o, al menos, como si hubiera cerrado las puertas a cualquier contacto. Para la persona que recibe esta agresión la situación resulta muy dolorosa y es generadora de mucha impotencia.

Manejo de la sexualidad: la sexualidad, en cambio, no es vivida con culpa. El eneatipo 9 tiene una vivencia muy libre de la sexualidad.

Por una parte, su búsqueda de unión, de fusión, y su tendencia a la satisfacción de las necesidades propias, a través de la identificación con el otro, hacen que se entregue al placer y al disfrute sexual sin grandes reservas. Pareciera como si la satisfacción de las necesidades del otro le permitiera satisfacer vicariamente las propias, en un proceso donde ya no sabe muy bien distinguir lo suyo y lo del otro, en un proceso de fusión.

Podríamos decir que, a veces, el deseo propio es proyectado en el otro y vivido como si el motor fuera el deseo de complacer al otro y no el propio deseo.

En el acto sexual, el eneatipo 9 se siente momentáneamente amado y amante. La sexualidad permite el contacto de piel que tanto necesita, pero después su escepticismo acaba ganando la batalla e imponiendo su ley: no es amor, sólo deseo.

Hay una especial dificultad para recibir el amor. La muralla que el escepticismo supone lo impide. Por eso, si bien el disfrute sexual no tiene reservas, la experiencia carece de la profundidad y la trascendencia que el amor le proporcionaría.

El personaje elegido en esta ocasión es Eugenia Grandet. Proviene de la novela del mismo nombre. Nos cuenta la vida, sencilla y apacible de esta mujer, hasta que conoce a su primo y despierta al amor. Toda su vida va a girar, a partir de entonces, en torno a él.

Aunque ella no lo supiera, su padre era un hombre muy rico. La cortejaban dos hombres que sólo ansiaban su dinero.

Aquella joven, semejante a las aves víctimas del alto precio que les atribuyen y que ellas ignoran y que se encontraba acosada, apretada por pruebas de amistad de las que era juguete.

Pero esto no le hacía sentirse valiosa y ni siquiera sabía nada del interés que despertaba la fortuna de su padre, de la que no tenía conocimiento.

[…] ¡cuánta ignorancia en su candor! Eugenia y su madre no sabían nada de los bienes de Grandet, no estimaban las cosas de la vida, sino a la luz de sus pálidas ideas y no apreciaban ni despreciaban el dinero, acostumbradas como estaban, a pasarse sin él… ¡Tremenda condición del hombre! No hay una sola de sus venturas que no se deba a alguna ignorancia.

(pág. 403, tomo II)

Comentario generalizador este último con el que pensamos que quiere aludir a la inconsciencia del eneatipo 9.

En estas circunstancias llegó de París su primo Carlos, que acudía en busca de ayuda a causa de la ruina económica que había llevado al suicidio a su padre y que a él lo empujaba a tratar de rehacer su fortuna y saldar las deudas que su padre había contraído. Eugenia se queda prendada de este primo, tan elegante como desgraciado y que despierta sentimientos que ninguno de sus pretendientes había logrado hacerla sentir.

Antes de dormirse, la noche de su llegada: «Se estuvo largo rato soñando con aquel fénix de los primos» (pág. 408).

Y antes de acostarse había ido a ayudar a su madre a prepararle la habitación. En ese impulso motor de ocuparse de las comodidades materiales y adelantarse a las necesidades, se refleja la característica actitud abnegada, que da al otro los cuidados que no busca para sí.

Le acuciaba un punzante deseo de inspeccionar la alcoba de su primo para mirar allí por él, colocar cualquier cosa, subsanar un olvido y preverlo todo, a fin de hacerla, hasta donde fuera posible, elegante y pulcra. Creíase Eugenia ya la única capaz de comprender los gustos y las ideas de su primo.

(pág. 408)

Por primera vez se arriesga a contrariar a su padre, pidiendo que calienten las sábanas, que pongan una bujía, que traigan un poco de azúcar para el primo. Es el amor, justificando una rebeldía antes desconocida. Habla luego Balzac de la importancia y la idealización del amor en este eneatipo:

Si la luz es el primer amor de la vida, ¿no es el amor la primera luz del corazón? El momento de ver claro en las cosas de este mundo era llegado para Eugenia […] levantóse muy de mañana, hizo sus oraciones y dio comienzo a su tocado, ocupación que en adelante había de tener un sentido para ella […] deseando parecer bien por primera vez en su vida, conoció la dicha de tener un traje nuevo, bien hecho y que le prestaba atractivo […]. Con el afán de disponer de todo el tiempo necesario para vestirse bien había madrugado con exceso. Ignorando el arte de darle diez vueltas a un ricito y estudiar su efecto, cruzóse buenamente de brazos.

(pág. 419)

El deseo de gustarle a su primo es tan fuerte que la lleva a preocuparse por su imagen, cosa que antes no le había importado. A pesar de todo, la falta de costumbre hace que esta tarea no le resulte fácil. El sentimiento profundo y oculto de inferioridad surge en este tiempo de espera, reflejándose en lo corporal, como es bastante habitual en este carácter.

Sobrevinieron después tumultuosos movimientos del alma. Levantóse varias veces, colocóse ante el espejo y se miró en él de igual modo que un autor de buena fe contempla su obra para criticarse y vituperarse a sí mismo. «No soy bastante hermosa para él». Tal era el pensamiento de Eugenia, pensamiento humilde y fértil en dolores. No se hacía justicia la pobre muchacha.

(pág. 420)

Vemos aquí la dificultad para valorarse objetivamente, una especie de modestia que puede servir para justificar el conformarse y tratar de ganar el amor a base de otros méritos. Precisamente por eso:

Al percatarse, por fin, de la fría desnudez de la casa paterna, entrábale a la pobre chica una suerte de rabia por no poder ponerla en consonancia con la elegancia de su primo. Sentía una necesidad apasionada de hacer algo por él; pero ¿qué?

(pág. 422)

La intensidad del deseo de hacer algo por él traduce la intensidad de los sentimientos y el deseo sexual. Eugenia procuró agasajar a su primo, aun temiendo las represalias del viejo avaro de su padre, lamentando que Grandet, en lugar de ayudarle directamente, hubiera planeado mandarlo a las Indias a rehacer su fortuna.

Acaso deberíamos analizar la pasión de Eugenia en sus más delicadas y tenues fibras, pues llegó a convertirse, como diría algún burlón, en una enfermedad e influyó en todo el resto de su vida.

(pág. 439)

Alude aquí a la ceguera e intensidad de la búsqueda de amor-fusión como algo patológico.

No puede dormir, pendiente de su primo y, cuando lo oyó suspirar, saltándose las convenciones sociales y morales, acude a su habitación. «Sólo la inocencia se permite audacias semejantes» (pág. 439).

Luego, como su primo abrió los ojos, se marchó corriendo a su habitación, preocupada por lo que él pudiera pensar: «¿Qué idea va a formarse de mí? Creerá que lo amo. Y a fe que eso era lo que más deseaba que él creyese» (pág. 439).

Las atenciones que le dedicaba a Carlos terminaron enterneciendo a éste:

Así que Carlos Grandet vióse objeto de los más afectuosos y tiernos cuidados. Su corazón dolorido sintió vivamente la suavidad de aquella amistad aterciopelada, de aquella exquisita simpatía […]. Apareciósele Eugenia en todo el esplendor de su particular belleza.

(pág. 441)

De manera que llegó a creer que él también la quería.

Hay otra ocasión en que Eugenia vuelve a entrar en la habitación, al oír los suspiros de su primo, y encuentra una carta sin terminar de despedida a su amante y toma conciencia de hasta qué punto es precaria su situación económica. Entonces recurre a un pequeño tesoro que ella tenía, herencia de su abuela, del que nunca había hecho uso. Se lo ofrece a su primo para paliar sus dificultades y, ahora, se siente muy contenta de poseer algo a lo que antes nunca había dado importancia. Así que:

Volvió a meter las monedas en la vieja bolsa, cargó con ella y subió otra vez las escaleras sin vacilar. La secreta miseria de su primo hacía que se olvidase de la noche y de los miramientos sociales, sin contar con que su conciencia, su abnegación y su dicha la hacían fuerte.

(pág. 456)

Entregó este dinero a su primo que, antes de irse a América, le declara su amor, sellándolo con un beso.

Desde aquel beso hurtado en el pasillo, huían para Eugenia las horas con espantosa rapidez. A veces sentía impulsos de irse con su primo. Quien haya conocido la más adhesiva de todas las pasiones, aquella cuya duración se ve abreviada cada día por la edad, por el tiempo, por una enfermedad mortal o alguna de las humanas fatalidades, comprenderá las torturas de Eugenia. Solía llorar paseando por aquel jardín, ahora demasiado estrecho para ella, así como el patio, la casa y la ciudad y lanzábase por anticipado a la vasta extensión de los mares.

(pág. 463)

Antes de marcharse Carlos se comprometen. «Ninguna promesa hecha en este mundo fue más pura; el candor de Eugenia había santificado momentáneamente el amor de Carlos» (pág. 464).

Luego de marcharse Carlos,

Tomó desde aquel día un nuevo carácter la belleza de mademoiselle Grandet. Los graves pensamientos de amor que lentamente íbanle invadiendo el alma, la dignidad de la mujer amada, prestaron a sus facciones esa especie de resplandor que los pintores figuran por medio del nimbo […].

Fue aquel el amor solitario, el amor sincero que persiste, se desliza en todos los pensamientos y llega a convertirse en la substancia o, como habrían dicho nuestros padres, en la trama de la vida.

(págs. 467-468)

Cuando su padre se entera de que Eugenia no conserva su pequeño tesoro monta en cólera, sin conseguir sacar a Eugenia la información de lo que ha hecho con él. Decide no verla ni hablarle y encerrarla en su cuarto a pan y agua.

Su reclusión y el disfavor de su padre no significan nada para ella […]. Religiosa y pura ante Dios, su conciencia y el amor ayudábanla a soportar pacientemente la ira y la venganza paternas.

(pág. 477)

Enfermó su madre gravemente y su padre hubo de ceder, ante la presión de la opinión de sus conciudadanos, a que Eugenia saliera de su habitación para ver y cuidar a su madre. Un profundo dolor le causaba a Eugenia la enfermedad de su madre.

Con frecuencia reprochábase Eugenia el haber sido causa inocente de la cruel, de la lenta dolencia que la devoraba. Esos remordimientos, por más que su madre se los calmara, uníanla más estrechamente todavía a su amor.

(pág. 477)

Ante la posibilidad de la muerte de su mujer y la complicación que supondría para los temas de herencia estar enemistado con su hija, Grandet la perdona y, al morir aquélla, se vuelve muy cariñoso con su hija.

Eugenia «[…] creyó no haber apreciado debidamente el alma de su anciano padre al verse objeto de sus más tiernas atenciones» (pág. 483).

[…] el anciano, aunque robusto todavía, sintió la necesidad de iniciar a su hija en los secretos del hogar […] A los tres años habíala acostumbrado tan bien a todas las modalidades de su avaricia y hecho que se le convirtieran tan verdaderamente en hábitos, que no tuvo reparo alguno en confiarle las llaves de la despensa y proclamarla dueña y señora de la casa […].

Pensando que no tardaría en verse sola en el mundo apegóse todavía más Eugenia a su padre y apretó con más fuerza ese postrer lazo de afecto. Para ella, como para todas las mujeres que aman, el amor era todo el mundo y Carlos no estaba allí. Mostróse sublime en punto a cuidar y atender a su viejo padre, cuyas facultades empezaban a decaer, pero cuya avaricia se sostenía por instinto.

(pág. 485)

Cuando su padre murió, se encontró con una enorme fortuna, pero sin saber nada de su primo.

A los treinta años no conocía Eugenia ninguno de los goces de la vida. Su pálida y triste infancia había transcurrido junto a una madre cuyo corazón mal comprendido, vejado, no había hecho más que sufrir de continuo. Al dejar con alegría la existencia, aquella madre compadecía a su hija por seguir viviendo y dejóle en el alma leves remordimientos y eternas nostalgias. El primero, el único amor de Eugenia, era para ella un motivo de melancolía. Habiendo entrevisto a su amado unos días solamente, dióle su corazón entre dos besos furtivamente aceptados y recibidos y luego de eso, fuese él, poniendo todo un mundo entre los dos. Aquel amor, maldecido por su padre, había costado, en cierto modo, la vida a su madre y sólo le causaba dolores entreverados de frágiles esperanzas.

(pág. 488)

El sufrimiento que le causa amar es, de alguna manera, testimonio de la calidad de su amor.

Sola y sin noticias del amado… «Empezaba Eugenia a sufrir. Para ella no era la fortuna un poder ni un consuelo; sólo podía ella existir por el amor» (pág. 488).

Pero el corazón de su primo Carlos se había ido enfriando mientras hacía fortuna. Al volver de las Indias encontró la posibilidad de alcanzar la nobleza casándose con una señorita poco atractiva con cuya madre había intimado en el viaje de retorno. Así que le llegó a Eugenia una carta de su primo mientras estaba «[…] sentada en el banquito en que su primo le jurara amor eterno» (pág. 493).

Una carta en la que le devolvía sus promesas y le explicaba cómo las conveniencias le obligaban a renunciar a sus pueriles amores.

Desastre espantoso y completo. Íbase el buque a pique, sin dejar ni un cable ni una tabla sobre el vasto océano de las ilusiones. Hay mujeres que, al verse abandonadas, van a arrancar a su amante de brazos de su rival […]. Pero otras mujeres bajan la cabeza y sufren en silencio; viven muriendo y resignadas, llorando y perdonando y recordando siempre hasta exhalar el último suspiro. Eso es amor, amor verdadero, el amor de los ángeles, el amor altivo que de su dolor vive y muere. Tal fue el sentimiento de Eugenia después de leer aquella horrible carta […]. No le quedaba otro recurso que desplegar sus alas, tender el vuelo al cielo y vivir en continua plegaria hasta el día de su liberación.

(pág. 495)

Cuando la noticia se conoce en todo el pueblo, Eugenia…

No dejó de traslucir en su sereno semblante ninguna de las crueles emociones que la agitaban. Logró adoptar una cara risueña como respuesta a los que quisieron mostrarle su interés con miradas y palabras melancólicas.

(pág. 498)

Enterada de que su primo se niega a hacer frente a los acreedores de su padre, toma una decisión: entregar su mano a un tenaz pretendiente, aclarándole que sólo amistad puede ofrecerle a cambio de un inmenso favor: que pague a todos los acreedores el millón doscientos francos que ella le entrega junto con una carta a su primo. En ella le explica que ha pagado a los acreedores para que pueda casarse con su prometida. Reconoce que, tal como él le había sugerido, ella tiene poco mundo y no estará a la altura de sus necesidades.

Que sea usted feliz, según los convenios sociales, por los que sacrifica nuestros primeros amores. Para hacer completa su felicidad no puedo ofrecerle ya más que el honor de su padre.

(pág. 499)

Sutil venganza: su primo siempre estará en deuda con ella.

Se casa con el presidente, que muere al poco, dejándola aún más rica de lo que antes era.

Muestra actualmente un semblante blanco, reposado y tranquilo. Su voz es suave y recogida; sus modales sencillos. Posee todas las noblezas del dolor, la santidad de una persona que no ha mancillado su alma en roce con el mundo, pero también esa rigidez de la solterona y esas costumbres maquinales que confiere la estrecha vida provinciana. Pese a sus ochocientas mil libras de renta vive igual que viviera la pobre Eugenia Grandet; no enciende fuego en su cuarto más que los días en que su padre le permitía encenderlo en la sala y lo apaga según el programa vigente en sus años mozos. Viste siempre como vestía su madre. La casa Saumur, siempre sin sol, eternamente lóbrega y melancólica, es la imagen de su vida. Acumula cuidadosamente sus rentas y acaso pareciera parsimoniosa si no diera un mentís a la maledicencia con el noble empleo de su fortuna.

(pág. 502)

La aparente avaricia no es más que desinterés por todo lo que le puede proporcionar el mundo, que no le sirve para nada si no tiene amor. Por eso también puede ser desinteresada y generosa con las necesidades de otros.

Los atributos con los que la describe son mayoritariamente referidos a lo físico: grande y fuerte, de recia contextura, belleza vulgar, ennoblecida por la suavidad, frente serena y viril, pero delicada, nariz un tanto demasiado enérgica, boca cuyos labios respiraban amor y bondad, ojos garzos, con una luz torrencial, falta de flexibilidad, carecía de esa gracia debida al tocado, el pecho abombado y cuidadosamente velado. Nos habla también de innata nobleza y pureza de corazón.