EL DIAGNÓSTICO DEL CARÁCTER

El diagnóstico del carácter es muy difícil de establecer por uno mismo, puesto que las dificultades para una observación «realista» son grandes. Tampoco es fácil hacerlo por la observación exterior del aspecto físico o de las conductas observables. Hay que analizar las estructuras que sostienen el mundo emocional, mental y conductual; además, hay que llevar a cabo una observación rigurosa con la que uno pueda atravesar las defensas establecidas para mantener una imagen que es la que mejor nos permitió la convivencia con nosotros mismos. Romper las barreras, llamémoslas mecanismos de defensa o «amortiguadores», es delicado y tiene que realizarse lentamente porque la construcción de esas defensas tiene un sentido de protección y evitación de la angustia. Por parte de uno mismo y el terapeuta, en el caso de que lo haya, se deben tocar con precaución.

Desde el punto de vista terapéutico es muy importante el respeto, puesto que si el hecho de observar un fenómeno ya sabemos que interfiere en su desarrollo, mucho más habrán de interferir las intervenciones que tratan de guiar al paciente en su tarea de autodescubrimiento, pues a la influencia del observador se añade la de la transferencia y la autoridad concedida al terapeuta. Y aquí, a menudo, nos encontramos con nuevos engaños, con una pseudocomprensión limitadora que trata de calzar la información de que disponemos con la persona real que somos.

Por otra parte, el hecho de que nuestro carácter cristalice en un rasgo principal, que condiciona y determina nuestra visión del mundo, nuestra manera de reaccionar emocionalmente y nuestras actitudes y conductas, no significa que todas las demás pasiones nos sean ajenas. Todas se refieren a emociones básicas, que ya hemos dicho que no son otra cosa que maneras de oponernos a la realidad, compartidas por todos los humanos. También esto dificulta el diagnóstico, porque poseemos aspectos de todos los otros caracteres. Consideramos parte muy importante del trabajo de observación de sí, el poner atención a cómo todas esas emociones, seamos del rasgo que seamos, están en nosotros, aunque se expresen de forma peculiar, teñidas por nuestro rasgo principal. Hacerlo de esta manera, mirando en cada uno de nosotros todos los rasgos amplía nuestra consciencia. Es un trabajo global, con distintos aspectos de lo humano, muy rico para desperdiciarlo, centrando todo nuestro interés en establecer un diagnóstico.

Poder verlo así facilita no sólo la comprensión profunda de los otros caracteres, gracias al hecho de ponerse realmente en el lugar del otro, sino que además evita la caricaturización que se produce cuando nos identificamos con nuestro rasgo principal, dejando fuera todo lo que no se ajusta a la estereotipia del personaje.

Al final de la descripción de cada eneatipo hemos incluido la de algunos personajes de La comedia humana de Balzac, sin una intención de facilitar el autodiagnóstico, sino de poder ver en estos personajes literarios algo que resulta menos arduo que la descripción clínica. Aunque hemos encontrado los veintisiete subtipos, tres correspondientes a cada rasgo, según el instinto predominante, hemos elegido, en cada caso, un solo personaje, un solo subtipo.