Las fijaciones son los errores cognitivos que van asociados a las pasiones y que llevan a interpretar el mundo y las relaciones desde una óptica peculiar. Son ideas establecidas en el momento de la constitución del carácter, o sea, en la infancia, bajo la presión de la pasión y sin las herramientas intelectuales de la edad adulta y que se mantienen luego como verdades incontrovertibles en lo profundo de nuestro ser, determinando nuestro sistema de valores y nuestra conducta. Naranjo habla de ellas como «ideas locas». Para él, la pasión contamina el mundo intelectual, de forma que se produce una lectura emocional que se aleja de la razón y que se constituye en verdad.
Nosotros pensamos que la fijación está relacionada también con la reestructuración del narcisismo primario, cuando el yo ideal roto se reorganiza como ideal del yo (narcisismo secundario). El ideal del yo genera una aspiración inconsciente a recuperar el yo ideal perdido: que alguien haya renunciado a creer que es el yo ideal no significa que haya renunciado a la creencia de que puede llegar a serlo. Creemos que este ideal del yo se encuentra detrás de la fijación, entendida como la forma «correcta» de ver el mundo que nos va a devolver algo de la omnipotencia del yo ideal. Por eso resulta tan difícil romper la fijación, porque, a nivel inconsciente, es la llave que nos va a permitir que «un día lleguemos»: un día seremos el yo ideal.
El de «fijación» es un concepto cercano a lo que Bleichmar denomina «creencias matrices pasionales», que se constituyen cuando un suceso concreto de la historia personal se formula en términos genéricos, codificando situaciones diversas con el mismo sentido que tuvo la original. Al establecerse una generalización sin las herramientas del pensamiento adulto cometemos el error lógico de tomar la parte por el todo. A veces son convicciones que se establecen por inoculación de los otros significativos (padres primordialmente) que transmiten al niño sus propias creencias, que se matizan en función de las experiencias y el psiquismo individual. En la vida adulta, esas creencias matrices pasionales, mientras no sean cuestionadas, siguen dirigiendo y limitando lo que se puede pensar o sentir.
Scheller nos alerta para que no caigamos en la idea de que todo lo que percibimos de nuestro mundo interno sea correcto, también aquí hay engaños, de la misma manera que hay engaños perceptivos en la percepción externa, de los que podemos encontrar múltiples referencias. Sólo a título de curiosidad mencionaremos aquí la anécdota contada por John E. Nelson relativa a cómo hay constancia escrita de que, en uno de los viajes de Magallanes al extremo sur de Sudamérica, los indios no podían «ver» los barcos en los que llegaron los conquistadores, aunque vieran perfectamente sus propias embarcaciones, porque «era imposible» que existieran y sólo el chamán podía percibirlos y hablar de ello; de esa misma manera, hay engaños en la percepción interna. Desde el punto de vista de Scheller, lo que enferma no son los procesos psíquicos ni las vivencias, sino la manera en que estas vivencias son interpretadas y juzgadas y los errores y engaños perceptivos. La terapia para él tiene como intención última liberarnos de los autoengaños, poder mirar nuestra vida de la forma más clara posible.
Volviendo a los errores cognitivos que se constituyen como «fijación», desde la óptica de Naranjo podríamos decir que la anécdota (o la serie de ellas) sobre la que se constituyen las generalizaciones a las que se refiere Bleichmar provoca determinadas emociones que tienden a reproducirse en situaciones que presentan cierta similitud con la original, siguiendo el funcionamiento habitual del inconsciente, carente de lógica racional.
A. H. Almaas ve la fijación desde otra perspectiva que no enfoca tanto hacia la invasión del mundo intelectual por parte de las pasiones y los errores de pensamiento que las acompañan, sino hacia el hecho mismo de la pérdida de contacto con el centro intelectual superior que se produce en paralelo a la pérdida de contacto con el centro emocional superior. Para él, es la falta del entorno de apoyo adecuado, del ambiente facilitador, lo que produce una desconexión que se experimenta como una pérdida, una caída (mito del paraíso).
Lo que se pierde, en su criterio, es la percepción directa de la realidad como unidad y, entonces, desde la creencia en la dualidad (yo-mundo) surge una idea distorsionada, errónea, que denomina «ilusión». Aceptando que esto sea así, no deja de ser un planteamiento complementario del anterior, pues es la pasión la que va a determinar la forma concreta que adquiere esa ilusión, la «ilusión específica». No podemos perder de vista que la forma en que se constituyen las ilusiones viene determinada por la carencia infantil de herramientas de pensamiento.
Sostiene, siguiendo el planteamiento de Winnicott sobre «falso self», que la falla en el entorno de apoyo conduce a la falta de confianza que provoca que el niño «reaccione» en lugar de continuar el despliegue espontáneo de su ser, que queda interrumpido. En cada eneatipo se produce una «reacción específica» de desconfianza que sostiene la ilusión y que tiene que ver con la manera peculiar de elaborar las circunstancias de realidad que a cada uno le ha tocado vivir.
Por otra parte, la pérdida del apoyo conduce a una sensación de deficiencia que se experimenta como un estado doloroso y difícil que constituye la «dificultad específica» que ha de afrontar cada rasgo. Su hipótesis es que a partir de la reacción específica y de la dificultad específica se forma el núcleo de cada eneatipo, del que nacen patrones emocionales y de comportamiento asociados con dicho tipo.
Vamos a combinar estos dos planteamientos. Partimos siempre del término utilizado por Naranjo para la fijación, intentaremos encontrar, en algunos casos, términos alternativos que reflejen más específicamente la relación de la fijación con la manera de percibir el mundo y veremos luego los tres aspectos «ilusión», «reacción» y «dificultad», de los que habla Almaas, dándoles una lectura más psicológica que la espiritual de la que él habla.
Creemos que la fijación posee un matiz en cuanto a la creencia implícita que está en función de los rasgos emocionales, instintivos o intelectuales. En los emocionales, la creencia tiene que ver con uno mismo, con el propio ser, aunque tiña luego la visión del mundo; en los intelectuales tiene que ver con cómo tengo que actuar en el mundo, y en los instintivos, con cómo es el mundo.
Corrección (perfeccionismo)
La fijación del 1 es el «perfeccionismo». Este término se refiere a la actitud de querer cambiar para mejor. En el perfeccionismo hay una cierta oposición a la naturaleza, que es percibida como caótica e imprevisible, como una amenaza frente a la que se recurre al control, el orden y la ley.
Proponemos la palabra «corrección» como referencia más directa a lo mental que subyace a la actitud perfeccionista. La mirada sobre el mundo del eneatipo 1 destaca su imperfección, la distancia entre cómo son las cosas y cómo deberían ser, que lleva implícita la idea de que el mundo puede mejorar gracias a su intervención. El mundo es mirado bajo el prisma de lo correcto o incorrecto, de lo bueno y lo malo.
La creencia implícita, dado que es un rasgo instintivo-motor, un rasgo de acción, tiene una incidencia directa en su hacer: hay una manera correcta de hacer las cosas, «la» manera, y todo lo que no se ajuste a ella es censurable, no es válido. Si gracias a la fuerza de la voluntad, al control y a la disciplina uno consigue hacer las cosas de esa manera, está a salvo, tiene derecho a la vida. Aunque se cometan errores no se puede perder de vista «como deberían ser las cosas». El ego se alimenta de la idea de que yo al menos sé cómo deberían ser las cosas. Saberlo e intentarlo otorga legitimidad.
La ilusión específica que sostiene esta creencia es que algunas cosas son buenas, y otras no, que existe algo objetivamente bueno y algo objetivamente malo, que ha de servir de guía a nuestra conducta. Yo lo sé, a diferencia de otras personas, y por eso puedo establecer juicios comparativos sobre lo que está bien y lo que no. Son valores objetivos e intemporales y, por tanto, incuestionables por lo que resultan difíciles de modificar, pues poseen cierto carácter definitivo. Los juicios se establecen de una vez por todas y la rigidez se transforma en la herramienta que mantiene la ilusión.
La reacción específica en la que se apoya esta creencia tiene que ver con la experiencia vital de un amor muy condicionado a la conducta. Si tal como soy no sirvo, no soy aceptado, tengo que cambiarme, pero, al menos, yo sé cómo debería ser y lo voy a conseguir. Desemboca en una actitud obsesiva de cambiarnos, juzgarnos y criticarnos en un afán de intentar mejorarnos. Esta actitud también se produce con respecto a los demás. Es como si rastreáramos cualquier imperfección para corregirla. En el intento de mejorarnos hay un resentimiento implícito, pues asumir que no valgo tal como soy es doloroso y produce rabia. Nos solemos encontrar con niños muy impulsivos, espontáneos y que han sido recriminados por ello, así como también con progenitores rígidos y exigentes que han transmitido el patrón ideológico y conductual, o con lo polar, padres tan poco normativos que el niño ha tenido que hacerse sus propias reglas.
La dificultad específica tiene que ver con ese convencimiento de que hay algo mal en nosotros, puesto que mientras creamos que es así, nos odiaremos. Y para convencernos de que es así, no tenemos más que echar mano de nuestra cara oculta, lo agresivos, vagos o sexuales que nos podemos volver si dejamos de mantener el control. Es frecuente encontrar la idea de que si uno se descuida, si no se controla, puede terminar abandonado, como un mendigo o una puta. Buscamos argumentos que justifiquen esa sensación, pero lo que la sostiene no son esos argumentos sino una convicción muy profunda, basada en situaciones en las que hemos sido rechazados. Nos sentimos imperfectos en relación con una imagen de perfección con la que nos comparamos, y ese ideal de perfección es elaborado por el superyó que internaliza aspectos concretos de las exigencias del entorno, como si nos hubiéramos hecho a la idea de que hay una determinada manera de ser con la que inevitablemente conseguiríamos la aprobación. Si no consigo el amor es porque no lo estoy haciendo lo bastante bien.
Privilegio (pseudoabundancia)
La fijación del 2 la llama, Naranjo, «pseudoabundancia». Preferimos el término «privilegio». La idea es que somos especiales y que eso nos da derecho a una posición de privilegio. Aunque no siempre se tenga conciencia del porqué, siempre hay una búsqueda y un sentimiento de derecho a ese privilegio. En el fondo se sustenta en la convicción de que poseemos algún don que nos convierte en especiales, que consigue que todo el mundo nos quiera y podamos lograr todo lo que deseemos sin despertar envidia. Hay una imagen interna sobrevalorada, pero, y aquí está la debilidad, necesitamos que los demás nos lo confirmen, otorgándonos esa posición privilegiada y reconociéndonos como especiales. Todo esto implica una inflación de la imagen, que se sostiene en no reconocer las necesidades propias y sentirnos capaces de cubrir las ajenas. Esto nos otorga mucho poder y alimenta la fantasía de lograr todo lo que se desee. Parece conservar algo de la omnipotencia mágica de la infancia, y también de la intolerancia infantil a la frustración.
La ilusión específica es la de la ausencia de límites, la idea de que podemos tenerlo todo. Una especie de pensamiento mágico relativo a que mis deseos y mis proyectos se van a cumplir, por el hecho de que yo lo deseo. La creencia es que podemos conseguir todo lo que nos propongamos, que podemos controlar las cosas que no nos gustan y cambiarlas, que podemos hacer que las cosas vayan como nosotros queremos, y que esto no tiene necesariamente que implicar esfuerzo, basta con que de verdad lo deseemos. Para mantener la ilusión es necesaria la represión de todo lo que no encaje en este esquema, así como la negación de los esfuerzos y sacrificios reales que se llevan a cabo para conseguir las metas.
La reacción específica es una obstinación en conseguir que las cosas sean como queremos. Se produce como una negación de la verdadera necesidad (afecto, ternura, libertad…) que se sustituye por el privilegio. A menudo son niños que han satisfecho el narcisismo de los padres y que han recibido un amor muy matizado por ese narcisismo parental. El halago narcisista de los padres provoca que se sientan llenos, aunque en el fondo esté lo carencial, por ser un halago vacío que está más relacionado con el narcisismo parental que con el ser real del niño. Por eso quedan dependientes del halago, confirmador de su valía. Por otra parte, sienten que tienen tanta capacidad para satisfacer al otro como la tuvieron para satisfacer a sus padres. El niño aprende muy temprano lo que de él le gusta a sus padres y no le resulta demasiado difícil convencerse de que él es sólo eso que gusta. Renunciar a otros aspectos de sí mismo no es demasiado costoso si lo que se logra a cambio es la aprobación. La seducción está al servicio de mantener la seguridad, y la manipulación, al de conseguir lo deseado sin perder la aprobación. El afecto, que no hemos obtenido por el hecho de ser, lo conseguimos a través de conductas seductoras con las que logramos agradar a los demás, ya que existe una desconfianza muy profunda en alcanzar, sin más, la aceptación vitalmente tan necesaria.
La dificultad específica estriba en la frustración, en que el hecho de no conseguir lo que se necesita del entorno se experimenta como que no hemos conseguido imponer lo que queremos, y esto pone en duda nuestra categoría de ser especial que nos da derecho a la vida. Implica una gran dificultad de aceptar la realidad con sus limitaciones y los propios límites y una actitud de tozudez que se afana en conseguir que las cosas sean como nosotros deseamos. El estado emocional que acompaña a la vivencia de frustración es de humillación. Puesto que partimos de la creencia de que podemos imponer nuestra voluntad y hacer que las cosas vayan como nosotros queremos, la pérdida del apoyo ambiental, incluso una simple crítica, se experimenta como un gran golpe a nuestro orgullo, con la sensación de que el mundo está contra nosotros, en una especie de «delirio autorreferencial». No es posible aceptar que los demás tengan algo contra nosotros, nos envidien o no les gustemos, puesto que es tan fuerte el empeño puesto en la seducción. Pero es el mismo deseo de agradar, con su mezcla de reclamo y generosidad, lo que termina produciendo un olvido del otro y de uno mismo.
Prestigio (apariencia)
La fijación del 3 es la «apariencia». Preferimos utilizar el término «prestigio», pues es a través de la imagen de prestigio o de éxito como se valora uno mismo y valora a los demás. El vacío interior de la vanidad lleva a identificarse con la apariencia, otorgándole a ésta toda la entidad. Pero es la apariencia que los demás aprueban, de ahí el término «prestigio» que tiene la connotación de reconocimiento social de la apariencia o imagen elegida. Implica todo un esfuerzo puesto en aparentar, en adaptarse a los patrones o cánones de actuación, bondad, belleza… imperantes porque no se ha llegado a constituir una verdadera identidad, que se construye en los ojos del otro.
En el momento evolutivo de la omnipotencia fusional, madre y bebé son uno, un solo ser con dos polos. La ruptura de la continuidad en el desarrollo del ser, aquí, más claramente que en ningún otro rasgo, se produce al romperse la fusión con la madre, y constituirse la identidad desde el polo materno de esa unidad fusional previa y no desde el polo del infante.
No hay conciencia de falsedad, incluso uno puede considerarse muy auténtico porque llega a creerse que realmente es tal como se muestra, porque hay un automatismo en la imitación del «modelo» que puede llevar a perder de vista incluso que todo se hace para otro. Desde el alejamiento de quién soy yo, de los verdaderos sentimientos, se elige un modelo y se pone todo el esfuerzo en cumplir ese modelo, sin que los auténticos deseos tengan importancia. A menudo, ese modelo cuenta con otro aspecto polar muy temido y rechazado que puede recoger los verdaderos impulsos, que no tienen cabida en el elegido.
La creencia es que yo soy lo que otros ven. Mi belleza, mi adecuación o mi aspecto impecable necesitan de la aprobación, del refrendo constante del espejo que confirme que valgo. Si el otro me ve, me aprueba, le gusto y me reconoce, entonces tengo un lugar en el mundo, no voy a ser excluido. El deseo del otro me constituye. Hay más conciencia del esfuerzo por aparentar, que a su vez es menos natural que la seducción del 2. El tener, el alcanzar logros o éxito, es una manera de confirmar que lo estoy haciendo bien, de conseguir la valoración externa.
En el 3, la ilusión específica parte de la creencia de que voy a ser aceptado, no voy a ser excluido si consigo agradar a todo el mundo, y de que puedo hacerlo si estoy suficientemente pendiente de lo que el otro quiere o de cumplir un modelo socialmente valorado. El acento no recae en conseguir lo que uno quiere, sino en complacer al mundo para que me devuelva la imagen de mí que deseo.
La reacción específica deviene de habernos sentido abandonados, sin que nadie nos cuide y nos preste atención, y haber reaccionado a fin de conseguirla con una especie de finura para captar el deseo del otro. El esfuerzo en el mantenimiento de esta imagen, gracias a la cual vamos a ser vistos, consigue mantener en la oscuridad los propios sentimientos que han sido rechazados y ocultados en el ámbito familiar. A menudo hay en la historia personal un componente de ocultación de los problemas, una insistencia en aparecer bien a nivel familiar por encima de las dificultades y el sufrimiento, como si los sentimientos fueran algo que a nadie le va a interesar y por lo que vamos a ser rechazados. Genera una necesidad constante de actividad, de esfuerzo, un empeño en conseguir logros, en tener éxito, empeño que nunca se satisface, porque es sólo una tapadera ante la sensación de vacío que implica despojarse de los sentimientos.
La dificultad específica es una sensación de soledad y vacío, de no existencia, resultado de la experiencia de un ambiente poco cálido que hace que nos sintamos abandonados, separados porque nadie se ocupa de nosotros de un modo adecuado. Desde ahí dejamos de ocuparnos de nosotros mismos, lo hacemos, igual que el entorno, de nuestra conducta o de nuestros éxitos, de nuestro mundo externo, no de nuestros sentimientos. Nos defendemos de ese sufrimiento del abandono, creyendo que lo importante es «actuar» adecuadamente. Llegamos a creer que la falta de adecuación está en nosotros, no en el entorno, y cuando no somos capaces de hacerlo todo, nos sentimos inadecuados e incompletos y tomamos esto como un fracaso. Nos quedamos con la sensación de que lo que somos no interesa a nadie, ni a nosotros mismos, en cambio lo que hacemos es importante, pero este hacer no viene dictado por el deseo propio como en el 2, ni tampoco por el deber como en el 1, sino por la búsqueda de reconocimiento en la que lo propio, lo que siento, quiero o me gusta puede llegar a anularse, convertido en un obstáculo.
Compensación (victimización)
La fijación del 4 es la victimización. Proponemos el término «compensación», como una búsqueda insatisfecha de igualdad, sostenida por la idea de que el mundo ha sido injusto. Esto nos provoca rabia y nos da derecho a esperar la compensación. Se apoya en una actitud de constante comparación que lleva a ver que los otros siempre tienen más y a valorar mejor lo ajeno que lo propio. Parece como si el sufrimiento fuera lo que nos diera derecho a la vida, al amor… y a la compensación.
La creencia, polar con la del 2, también tiene que ver con ser especial, pero justamente lo que nos hace especiales es que sufrimos más, somos más sensibles, tenemos menos cosas favorables que los demás, más dificultades en conseguir los deseos. «A mí me ha resultado más difícil que a los otros, pero algún día me llegará la recompensa».
La ilusión específica del 4 es que la capacidad de sufrimiento nos da mayor valor como persona. El sufrimiento, vinculado a la comparación, es de otra clase, es más profundo, y mis sentimientos son más intensos y especiales, aunque los demás no logren verlo y eso también me haga sufrir. La idea es que el sufrimiento me da derecho a que los demás me hagan caso, se ocupen de mí, como si el dolor generara una obligación de los demás a darme lo que no tengo y ellos sí. Implica una actitud reivindicativa, unas veces quejumbrosa, y otras, vindicativa, apoyada en el convencimiento de que el mundo me debe algo.
La reacción específica proviene de una experiencia de insatisfacción, de un sentimiento de carencia ante el que se aprende a mirar el mundo de forma comparativa y en el que enseñar el propio sufrimiento es una actitud que mezcla venganza y deseo. Es un reclamo doloroso y cargado de rabia. La demanda implícita provoca culpa en el otro, como si el mensaje no dicho, a veces incluso inconsciente, fuera: «tú eres el culpable de mi sufrimiento y de ti depende que yo deje de sufrir».
Si lo que el otro tiene es mejor que lo mío o lo hace feliz, entonces yo quiero eso, el deseo queda puesto fuera de uno mismo, ya que lo bueno siempre está fuera; en realidad lo que quiero es la satisfacción que el otro tiene. Como eso no lo puedo conseguir, nunca voy a ser el otro anhelado, nunca voy a tener el sitio del otro, esta reacción se convierte en una lucha estéril y desesperanzada. Se hipertrofia la necesidad del otro, a través del cual voy a obtener lo deseado, y se acentúa el control sobre sus acciones para evitar que me abandone. Lo excesivo de la demanda suele conseguir que se produzca el abandono y vuelve a generar la sensación de melancolía, desesperación y tristeza.
La dificultad específica es la sensación de vacío, de insatisfacción, de sentirse excluido, de que los demás tienen algo de lo que no participo. De aquí surge la obsesión por la originalidad, por la singularidad, una dificultad de sentirse uno más. A esto se une la necesidad y la búsqueda de ser amado de esa forma especial que confirmaría que realmente soy único. Superar esta dificultad implicaría renunciar a lo especial que tiene mi dolor, a la inversión hecha en el sufrimiento y aceptarlo como normal (palabra temible, sinónimo de vulgar), como algo que está en mi mano aliviar, sin necesidad de que nadie me salve.
La historia personal, en el recuerdo, se carga de dramatismo que sirve para confirmar que el sufrimiento fue mayor, que las circunstancias fueron más difíciles.
Autonomía (aislamiento)
La fijación del 5 es el «aislamiento». Podríamos llamarlo «autonomía». Hay una idea que tiene que ver con la creencia de que podemos hacerlo todo solos, que no dependemos ni necesitamos a los demás. Además, no se puede confiar en la gente. Quizás sea el tipo en que más dañada está la confianza básica. Esto entraña una actitud desconfiada, que les lleva a la idea de que más vale distanciarse, estar solos, como forma de protegerse. Hay una hipersensibilidad a la invasión, tanto física (su tiempo, su espacio) como emocional. Su aislamiento no es necesariamente físico, a menudo es una actitud de estar en otro mundo.
La creencia acerca de lo peligroso y dañino que puede ser el mundo le lleva a la protección en el único lugar seguro: su mundo interno que no comparte. Implica una búsqueda de libertad que se traduce en una evitación de los compromisos y cuyo precio es el empobrecimiento afectivo.
En el rasgo 5, la ilusión específica es la de que somos un individuo aislado, con límites que nos separan de todo lo demás. Creerse que somos independientes conlleva la idea de que no dependemos de los demás, ni necesitamos nada. La relación con el resto del Universo se establece desde el convencimiento de que estamos separados, creando dos universos, el nuestro y el del resto del Cosmos. Por otra parte, como todo lo que viene del mundo es malo, más vale no necesitarlo, más vale protegerse. El mundo no me va a dar nada y, si lo hace, me lo puede quitar y dejarme peor. La idea es que si no me ven, no pueden atacarme, algo polar con el 3, cuya existencia depende de ser visto.
La reacción específica es la retirada, que se produce frente a una situación vivida como rechazo. Retirarse es un intento de ocultarse de la realidad, escapar de ella, cortar el contacto puesto que nos sentimos inadecuados para manejarla. Esta reacción vuelve a confirmar la ilusión de separación: tenemos que creer que somos un individuo aislado para pensar que podemos alejarnos de la realidad. De lo que realmente queremos alejarnos es del estado de deficiencia que no nos permitimos experimentar. Este comportamiento evitativo se generaliza y tratamos de eludir todas las cosas en un intento por escapar de la experiencia de cualquier dolor o daño.
La dificultad específica es experimentarse a sí mismo como pequeño, aislado, separado, vacío y empobrecido, solo y abandonado y tratar de evitar esta experiencia precisamente aislándose. Sentirse seguro en soledad y seguir viviendo como demasiado arriesgado el hecho de salir al mundo. Detrás del afán por pasar desapercibido hay un deseo muy grande de ser visto y querido y una esperanza de que esto ocurrirá, sin que yo tenga que hacer nada para lograrlo.
Certidumbre (duda)
La fijación del 6 es la «duda», que implica ambigüedad, ambivalencia. Preferimos el término «certidumbre», que es la búsqueda constante del 6, la seguridad que da la certidumbre, que se apoyaría en una perfecta claridad, nunca alcanzada. Hay mucho miedo al error, a equivocarse y a lo irreparable de la equivocación, que paraliza. Esta angustiosa incertidumbre, esta falta de claridad, se produce debido a que el propio miedo dificulta la conexión con las sensaciones y emociones. Sin esta referencia se pierde la conciencia de lo que la persona quiere o necesita. El miedo tiñe las emociones, y sin el anclaje de la conexión interna, la actividad mental toma el mando en un intento de descubrir la verdad, de tomar la decisión adecuada. Pero lo mental, sin el arraigo de las sensaciones, se convierte en un mundo de posibilidades sin fin, donde no es fácil decidir. La búsqueda de la verdad y su compañera inseparable, la duda, quedan establecidas. El miedo calla el corazón, y la cabeza se queda sola buscando la buena decisión, la verdad, en un mundo peligroso donde equivocarse se paga caro.
En la búsqueda de la verdad incontrovertible se puede caer en el fanatismo.
En el 6, la ilusión específica tiene que ver con esa búsqueda de la verdad y con la desconfianza en la naturaleza humana, que se manifiesta en forma de cuestionamiento de nuestra propia naturaleza, en un dudar de las motivaciones propias y ajenas. Si lo pienso mucho, si le doy vueltas una y otra vez, encontraré la verdad. Presenta un componente cínico porque la duda se basa en una conclusión ya establecida de antemano y no constituye una exploración de la experiencia para descubrir la verdad.
La reacción específica que deriva de esta suspicacia defensiva hacia el mundo es la duda. Es la expresión de la desconfianza y contiene miedo y paranoia, agresividad y hostilidad. Sospechamos y dudamos de los demás, ponemos en entredicho sus intenciones, estamos alerta, inquietos, a la defensiva, siempre oteando el peligro. Si los demás pueden hacernos daño, la manera de protegernos es no confiar, poner al otro en entredicho, como forma de mantener el control y evitar el daño. La suspicacia se dirige también hacia el interior, haciéndonos sospechar de nuestras motivaciones y desconfiando de nuestros impulsos.
La dificultad específica estriba en un sentirse inseguros y asustados, vulnerables, frágiles y faltos de apoyo al mismo tiempo. No hay donde sujetarse ni dentro ni fuera, sino una sensación de angustia permanente. Ante esta situación interna se impone la necesidad de tener las cosas «totalmente claras», lo cual lleva a dar vueltas una y otra vez sobre lo mismo parando la decisión, en una especie de inseguridad temerosa. No sólo sentimos que el apoyo nos falta, sino que llegamos a pensar que nunca podremos obtenerlo. El miedo y la inseguridad juntos forman un estado tan vulnerable que, a veces, se afronta de manera reactiva en conductas autoafirmativas y temerarias.
Felicidad (planificación)
La fijación del 7 es la «planificación». A veces, Naranjo habla de «charlatanería» o de «fraudulencia». Los dos elementos están de alguna manera presentes en la planificación, que es fraudulenta en cuanto confunde fantasía con realidad, y es charlatanería en cuanto sabe venderse a sí mismo y a los demás los planes. Los planes son tan importantes que sustituyen a la realidad; las fantasías, las posibilidades entusiasman más que su cumplimiento. En el mundo del hacer hay dificultades; en la fantasía todo es más rápido. Sin embargo, proponemos el término «felicidad» como el asunto principal en torno al que giran sus pensamientos y su vida, negando el dolor, pintando la vida con tonos alegres y superficiales, llenando el vacío con caprichos gratificantes e igualmente superfluos.
La creencia es que la vida puede ser vivida sin dolor, que el dolor es un error que podemos esquivar si nos tomamos la vida de otra manera, si evitamos las situaciones difíciles, si no indagamos en lo que nos duele, incluso si nos construimos alguna teoría explicativa al respecto. El resultado es la tendencia a vivir en un mundo imaginario, donde no hay límites, todo se puede conseguir y los actos no tienen consecuencias. Estas ilusiones se rompen ante la persistencia de la realidad, y entonces se busca una y otra vez una ilusión mejor, que consiga dulcificarla.
La ilusión específica del 7 es la creencia de que podemos planificar nuestra vida, y que si la planificamos bien, todo se va a hacer por sí sólo, sin necesidad de grandes esfuerzos por nuestra parte. Es una especie de pensamiento mágico en el que si yo encuentro la fórmula correcta, todas las piezas van a encajar, superando las dificultades y los límites de la realidad. El esfuerzo se pone en imaginar, tarea gratificante por sí misma, y no en la realización, que conlleva inevitables frustraciones.
La reacción específica deriva de dos tipos de situaciones infantiles, una con muy pocos límites, donde todo es posible, y otra con demasiada rigidez, que hace necesaria la escapada a la fantasía. La reacción de «planificación» trata de crear una orientación, puesto que la desconfianza se solucionará a través de la ilusión de que uno puede saber qué dirección tomar. Planificar supone que tenemos una idea en nuestra mente de cómo debemos ser y de cómo debemos vivir, así como de lo que sucederá con nosotros y con nuestras vidas. Nuestra orientación procede de nuestra mente y está determinada por una meta que intentamos alcanzar en el futuro, de modo que no tiene la frescura de lo orgánico.
La dificultad específica es la pérdida de la capacidad real de saber qué hacer. Creemos que somos capaces de saber qué hacer basándonos en la ilusión de que podemos dirigir nuestro propio proceso, pero que no sabemos hacerlo porque algo nos falta, o no tenemos suficiente fuerza de voluntad ni disciplina.
La sensación de estar perdidos o desorientados, arraigada en la desconfianza interna y el miedo negado, se perpetúa cuando se combate desde las fantasías. Entonces perdemos contacto con quienes somos, con nuestra interioridad, moviéndonos en un plano superficial en el que necesitamos planificar y dirigir nuestro proceso, desconectados de lo de dentro y desconfiados de lo de fuera. El impulso interno queda mermado y no nos sirve de guía.
Dominio (venganza)
En el 8, la fijación es la «punitividad» o «venganza». Preferimos el término «dominio», más cercano a la conciencia que el de venganza. Es una posición de poder, reivindicativa, desde la que me siento justiciero y puedo vengarme de la impotencia de la infancia. Hay una sensación de tener derecho a hacer lo que uno quiere y a regirse por valores propios, que no coinciden con los establecidos. La actitud vengativa no es consciente, se manifiesta en el impulso, la compulsión de arreglar algo que estuvo mal, de compensarlo o darle la vuelta; algo que tiene que ver con la impotencia de la infancia que se intenta compensar con el poder del presente.
No suele existir conciencia del aspecto vengativo, difícilmente se nombra como tal la actitud de dominio. Hay que explorar bastante para darse cuenta de que ésta es la reacción a un daño recibido que, a menudo, no es registrado como tal. Es, en ese sentido, una auténtica venganza inconsciente.
La creencia es que hemos de defendernos de un mundo que trata de imponernos unas reglas del juego que resultan dañinas. Por otra parte, no se puede creer que nadie las cumpla, hay un fuerte prejuicio acerca de la hipocresía social donde todo el mundo muestra una cara y oculta la real. Los demás no son mejores, sólo son más falsos; yo me atrevo a decir las cosas como son porque soy más honesto y más fuerte. Uno cree que realmente hay que ser bastante fuerte para poder saltarse las hipócritas normas sociales y establecer las propias.
En el rasgo 8, la ilusión específica es la de que «yo puedo», como una negación directa de la impotencia de la infancia. Ser poderoso es lo que te va a dar un lugar en el mundo puesto que las cosas hay que conseguirlas solo, sin esperar que los demás te resuelvan nada. La debilidad no sólo es dañina para uno mismo, sino que facilita a los demás dañarte. Además es despreciable, no merecen compasión los débiles.
La reacción específica ante el dolor de la impotencia infantil, ante situaciones opresoras, ante la violencia física o psíquica, es hacerse el fuerte, sobreponerse al dolor, negar la impotencia. A veces se llegan incluso a descargar de significado emocional situaciones de dolor, daño, abandono o sometimiento. La forma de sobreponerse es no sentir el dolor, pero si no sentimos el propio dolor, tampoco podemos sentir el que causamos al otro. Si no es la reacción ante el dolor (que ha sido negado) lo que justifica nuestra agresividad, entonces ésta resulta arbitraria y generadora de culpa. La frialdad y la insensibilidad de la actitud vengativa perpetúan la culpa inconsciente.
La dificultad específica es una sensación profunda, dolorosa e indeterminada de maldad inconsciente que se oculta tras la vengatividad justiciera. La fuerte carga energética del impulso agresivo genera ese sentimiento de maldad y culpa inconsciente. Cada vez que la rabia nos domina de forma incontenible y la descargamos contra alguien que se siente muy dañado, del que no nos responsabilizamos y del que no sabemos compadecernos, conectamos con el sentimiento de maldad. La culpa inconsciente actúa; de forma que los actos reparatorios no se ponen en relación con el daño causado, con lo cual no es posible liberarse de la culpa.
Escepticismo (olvido de sí)
La fijación del 9 es el «olvido de sí». Naranjo habla también de «sobreadaptación». Consideramos que la adaptación es una consecuencia del olvido, que se produce en las capas más superficiales de la personalidad. El olvido de sí mismo implica una desconexión con el núcleo íntimo del ser, postergar las propias necesidades y deseos, quitándoles importancia, llegando a olvidarlos. El olvido se sostiene con la actividad, bien sea con actividades «distractivas», o con actitudes de abnegación que implican estar pendientes de las necesidades de los demás, no de una manera conscientemente sacrificada, sino de forma casi compulsiva. El olvido de sí mismo hace referencia a una actitud, y la adaptación, a una pauta conductual. Para referirnos al plano del pensamiento erróneo proponemos el término «escepticismo» a fin de definir la actitud mental que subyace bajo el olvido y la adaptación, porque la creencia que sostiene el olvido es la de que nada es tan importante, y sobre todo que nosotros mismos no somos tan importantes. Desde esta perspectiva, no tiene sentido luchar por nada, sino que hay que conformarse con las cosas como son, porque, de todas maneras, no vamos a conseguir cambiarlas. El escepticismo se enraíza en la impotencia vivida y generalizada. Renunciamos a nuestra asertividad, evitamos cualquier conflicto y olvidamos nuestros deseos.
En el rasgo 9, la ilusión específica es la de no creernos con derecho a un lugar en el mundo, no creernos dignos de amor. Como una sensación de déficit en la que el alma se siente disminuida. No importa lo que uno posea, lo que haga o pueda hacer: siempre se sentirá inferior. Lo bueno (lo amable) está localizado en un lugar que no es nuestro interior. Eso no nos permite ver nuestras capacidades y atributos y nos desconecta de nuestros logros. Hay una sensación de que Dios nos creó con un fallo. A menudo, la sensación de inferioridad se centra en la imagen física (la belleza y la sensación de ser amados van siempre de la mano) y, en general, buscamos razones para explicar esa sensación de inferioridad que es global y nos desconecta de la posibilidad de ver nuestro propio valor. No sentirse «amable», querible, perpetúa el sentimiento de que algo falla en nosotros, al mismo tiempo que justifica cerrar el corazón, no dejar recibir el amor del otro. Hay un anhelo consciente de ser querido y una dificultad inconsciente para dejarse querer. En un plano más profundo del inconsciente, hay un sentimiento de no ser capaces de amar, de no sentir el amor, que es una secuela del olvido de sí. La abnegación trata de compensar en la acción la ausencia de sentimientos amorosos.
La reacción específica al no sentirnos amados es la de olvidar y restar importancia a nuestras necesidades y sentimientos. El hecho de olvidar tiene que ver con el de resignarse. Pero este resignarse contiene un matiz vengativo.
Hay una gran dificultad para enfrentarnos a la verdad íntima, un temor de que si descubrimos o descubren lo que realmente somos, podremos o podrán descubrir que somos más «feos» de lo que imaginábamos, podremos ver que no podemos sentirnos dignos de amor porque somos incapaces de amar. Algo que hemos necesitado mantener muy alejado de nuestra conciencia, proyectando en los demás la incapacidad de amar, son los otros los que no me aman, ni me amarán haga lo que haga, por mucho que me esfuerce.
La dificultad específica que refleja la sensación de inseguridad tiene que ver con la inercia: si intuimos que nuestra alma es deficiente y no queremos verlo y tenemos la convicción profunda de que no somos amados, no tiene sentido trabajar con nosotros mismos y nos perdemos en detalles y actividades de la vida cotidiana, nos distraemos con lo exterior, nos adaptamos a la realidad consensuada y nuestra actuación en el mundo se mantiene en los límites de lo convencional.