A poca distancia de la tarima del Parlamento, Flóvent miraba al recién elegido presidente de la República de Islandia mientras este pronunciaba un discurso al pueblo, que aguantaba estoicamente bajo la lluvia. La muchedumbre se distribuía alrededor de la plataforma de Þingvellir y llegaba, por un lado, hasta la falla Almannagjá y, por otro, hasta el río Öxará y se extendía hacia el lago. Miles de personas procedentes de todas las regiones se congregaban para celebrar la recién obtenida libertad, la independencia del país, la república más joven de Europa. El rey de Dinamarca había enviado un mensaje de salutación, pero no estaba conforme con tener que renunciar a una parte del país en plena guerra. La invasión en Normandía había comenzado. Llegaban noticias sobre una caída masiva de hombres aliados en las costas de Francia. Flóvent pensaba a menudo en Thorson y esperaba de todo corazón que sobreviviera a la batalla.
El discurso del nuevo presidente era arrastrado por la lluvia que caía sobre el lugar donde antiguamente se reunía el Parlamento y, aquel día, Flóvent se sentía orgulloso de ser islandés en su propio país, aunque le inquietaba el futuro. Vivían tiempos peligrosos, se desataba una guerra mundial y todavía quedaban fuerzas extranjeras en el país.
Desde su sitio, junto a la tarima, Flóvent observó al grupo de diputados sentados en los bancos situados detrás del presidente y entre ellos vio al padre de Hólmbert, con el rostro indolente, ataviado con abrigo y sombrero. Sus miradas se cruzaron por un momento y el diputado hizo hacia él un gesto de asentimiento con la cabeza.
Flóvent intentaba no pensar mucho en el caso de Jónatan, lo alejaba de su mente porque le resultaba duro y difícil. No se le daba especialmente bien. Pateó el suelo con los pies, contempló el lago en la distancia y rememoró a dos muchachas, una en un portal del Teatro Nacional y la otra en el acantilado de Dettifoss. Parecía como si quisieran pedirle que no las olvidara; todo lo contrario, que velara por ellas y las cuidara como si fueran las joyas más preciadas de aquella nación recién nacida.