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Konráð, Birgitta y algunos compañeros de trabajo asistieron al entierro de Thorson. Se celebró un plomizo día de lluvia en el cementerio de Fossvogur. Desde hacía muchos años tenía reservada una tumba junto al hombre que tanto amó. La ceremonia fue breve, el sacerdote pronunció unas palabras de bendición, cantaron el clásico himno fúnebre de Hallgrímur Pétursson y los empleados de la funeraria trasladaron el ataúd hasta el cementerio y lo introdujeron en la tumba.

Una de las primeras cosas que hizo Konráð tras aclararse la historia de Benjamín fue explicársela a Birgitta y describirle cómo y por qué se produjo la muerte de Thorson a manos de aquel malhechor, y la relación que guardaba con una ignominiosa historia familiar que se pretendía mantener en secreto. Le contó la suerte de Rósamunda y que la chica de Öxarfjörður nunca había sido encontrada y que difícilmente lo harían.

—Son todos culpables, tres generaciones, cada uno a su modo —resumió Birgitta, allí, junto a la tumba de Thorson—. El abuelo, su hijo y su nieto.

—Creo que Benjamín no supo qué hacer al ver aparecer a Thorson de repente, dispuesto a destapar toda su vergüenza, la del padre y la del abuelo. Dice que no acudió a su casa con la intención de matarlo. Fue una decisión repentina. Un lapsus. Pensó que el problema desaparecería con él.

—¿Y el abuelo? —preguntó Birgitta.

—Por las conversaciones mantenidas con su padre, Benjamín tenía la impresión de que su abuelo nunca mostró especial respeto hacia las mujeres. Eran otros tiempos. Los hombres se permitían más cosas. Eran tiempos extraños, además. Benjamín pensó que quizá la joven del norte y Rósamunda fueron para su abuelo una especie de símbolo de la «situación». El porqué es imposible de explicar. Tampoco sabe si hubo otras chicas antes de aquellas dos pobres que cayeron en sus garras y nunca dijeron nada.

—Stefán nunca dejó de pensar en ellas —recordó Birgitta mientras salían del cementerio caminando—. Aun después de todos estos años.

—No, nunca se sintió satisfecho —corroboró Konráð—. Nunca estuvo de acuerdo con la conclusión del caso.

Por la tarde, Beta le hizo una visita a su hermano y este le informó de todos los detalles. Ella se sentó en la cocina y escuchó su relato sin decir palabra. Cuando hubo terminado, permaneció un largo rato callada y pensativa.

—Ya me imagino que el tal Benjamín habría reaccionado mal al ponerse a hablar su padre de Rósamunda y de todo aquel secreto familiar —comentó.

—No sabía qué debía hacer —explicó Konráð—. Luego apareció Thorson y todo le estalló de repente, en las narices.

—Los trapos sucios de la familia.

—Sí.

—Y aún más siendo su padre un antiguo ministro y todo eso.

—Quería salvaguardar la reputación de su padre. De su familia.

—¿Igual que tú defiendes siempre a tu padre?

—No lo hago siempre.

—Es curiosa la manera en que él guarda relación con esta tragedia —comentó Beta.

—Sí, andaba metido en todas partes.

—Nunca olvidaré cuando mamá me dio la noticia. Que lo habían apuñalado junto al matadero y nadie sabía quién era el asesino. De algún modo, me daba igual. Es más, creo que me alegré. No lo eché de menos para nada. Se portó mal con mamá y con muchas otras personas. Mamá decía que iba encaminado a convertirte en un desgraciado como él.

—Eso no es verdad —se defendió Konráð—. Tenía sus defectos, pero también buenos momentos. Sé cómo se portó con mamá y conmigo y cómo hizo que se fuera de casa.

—Se llama violencia doméstica, Konráð. Tuvo que huir hacia el este, hasta Seyðisfjörður. Él te retuvo para vengarse de ella. ¡No era ningún alma cándida! Bebía, era violento y cometía delitos.

—Ya lo sé. Lo viví todo, igual que tú, y no estuvo bien y nunca le he perdonado por lo que le hizo a mamá.

—¿E incluso así intentas defenderlo? Siempre tratas de excusarlo. De la misma manera que hizo ese Benjamín y, antes que él, su padre.

—No es lo mism…

—Sí —replicó Beta—. ¡Los hombres sois todos iguales, unos imbéciles! Sois incapaces de enfrentaros a la verdad. No podéis, no os atrevéis.

—Relájate —pidió Konráð.

—¡Relájate tú!

Beta se levantó.

—¿Crees que alguna vez llegaremos a saber lo que ocurrió? ¿Allí, en el matadero?

Ambos se habían hecho esa pregunta una y otra vez durante años pero, con el paso del tiempo, lo que allí aconteció se desvanecía y en pocas ocasiones hablaban sobre quién habría apuñalado a su padre y por qué. Beta era mucho más rigurosa en sus juicios. Le parecía que se lo habría ganado por algún motivo. Konráð no tenía la misma opinión al respecto.

—No, no lo creo —dijo Konráð.

—Hay pocas probabilidades, a estas alturas, ¿no?

—Sí, hay pocas.