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Benjamín miraba en silencio el hueco del portal donde Rósamunda fue hallada.

—Mi padre era cómplice —reconoció—. No fue él quien asesinó a Rósamunda, pero se encontró a mi abuelo junto a su cadáver y le ayudó a trasladarlo aquí, al Teatro Nacional. Mi padre es, en ese sentido, tan culpable como mi abuelo. Cuando la policía llegó a su casa él se encontró en un terrible dilema. Decir la verdad y acusar a mi abuelo o mentir y culpar a su amigo, que ya estaba muerto.

—Eligió mentir.

—¿Qué habrías hecho tú? ¿Qué habrías hecho en su lugar?

Benjamín rehuía la mirada de Konráð pero no apartaba sus ojos del hueco del portal, como si pudiera ver a Rósamunda en el suelo, fría y sin vida.

—Había descubierto a su padre y tuvo que vivir con ello toda su vida. Tuvo que procurar que nunca se revelara la verdad y, en realidad, nunca pudo ser libre.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Por la enfermedad —admitió—. Mi padre mantuvo el secreto hasta que se le diagnosticó el alzhéimer. La enfermedad hizo que perdiera el control de aquellos recuerdos que se había visto obligado a guardar. Se le escapaban uno detrás de otro, incluidos los más dolorosos. Comenzó a contar cosas del pasado de las que nunca antes habló y, en ocasiones, apenas sabía ni que las estaba contando. Por supuesto yo conocía, igual que toda nuestra familia, la historia de Jónatan, pero nunca se hablaba de él o de lo ocurrido. Nunca. Mi padre empezó a hablar una y otra vez sobre Jónatan y se sentía muy apenado cada vez que lo mencionaba, decía que mi abuelo sacó de él unas ideas sobre elfos y supersticiones que había aprovechado para hacer algo que no se podía contar. Lloró mucho, un hombre que jamás exteriorizó sentimiento alguno. Ni que decir tiene que aquello despertó mi curiosidad y finalmente obtuve de él la verdad. Tenía ante mis ojos una tragedia familiar. La verdad sobre mi abuelo y mi padre. Y, por supuesto, otra tragedia todavía peor, las muertes de Rósamunda y de Hrund, y después la de Jónatan. Yo no sabía qué debía hacer con aquella información. De alguna manera, la situación me superaba. Me parecía que mi deber era procurar que nadie se enterase. Me daba la impresión de tener esa responsabilidad. De repente, me veía en la misma situación que mi padre. Él estuvo luchando con su conciencia todos aquellos años. Un día fui a visitarlo y me topé con un hombre de su misma edad sentado en su habitación de la residencia. Lo había averiguado todo, pero pensaba que mi padre era el culpable de los actos que en realidad cometió mi abuelo y quería abrir una nueva investigación. Más tarde fui a visitarlo a su casa. No para hacerle daño, solo para hablar con él.

—¿Era demasiado grande la tentación? ¿Si te librabas de él, dabas por cerrado el caso?

—No sé lo que me pasó —contestó Benjamín, y de pronto se le quebró la voz al pensar en sus actos. Konráð vio que contenía el llanto y miraba fijamente al hueco del portal como si por nada del mundo se atreviera a mirar a los ojos de nadie—. Me pareció… Era mayor y me pareció que debía silenciarlo para que desaparecieran todos los problemas… Pero no funciona así. Tengo pesadillas espeluznantes… Él luchó, todo lo débil que era, y yo quise parar pero… ya estaba hecho. Fue tan rápido… tan rápido…

Benjamín suspiró pesadamente.

—Yo… quiero que esto llegue a su fin —dijo—. No quiero guardar este secreto. No quiero que mi hijo tenga que encubrirme. Quiero que esto termine.

—¿Has dicho que Hólmbert descubrió a tu padre cuando estaba con Rósamunda?

—Por lo que yo sé, mi padre se lo encontró con ella en su propia casa. Mi abuela estaba visitando a unos parientes en Stykkishólmur y, aparte de Hólmbert y mi abuelo, allí no había nadie más. Rósamunda acababa de llegar de improviso, muy alterada, para decirle a mi abuelo que se quedó embarazada de él y tuvo que abortar. Contó que había oído hablar también de otra chica y estaba segura de que también ella cayó en sus manos en el norte del país. Quería delatarlo para que todo el mundo supiera qué tipo de hombre era. No fue hasta entonces que mi padre descubrió que mi abuelo la violó.

»Un día vino con un vestido del taller y mi abuelo la invitó a pasar. De alguna manera, consiguió engañarla para que bajara al cuarto de la lavandería, donde le dio una paliza y la forzó.

»Mi padre no se enteró de la violación hasta más tarde. Mi abuelo se lo confesó todo cuando este se lo encontró unos meses después junto al cadáver de Rósamunda. Cuando mi padre se los encontró, todo había terminado. Aseguró que era espeluznante. La muchacha estaba tirada en el suelo, junto a mi abuelo. Intentó hacerla callar y, antes de darse cuenta, la había estrangulado. Le pidió a mi padre que le ayudara. Se lo ordenó, más bien. Le dijo que tenían que mantenerse unidos. El honor de la familia estaba en juego. La chica había perdido el control y él tuvo que defenderse. De inmediato, mi padre sospechó que eso mismo podía haber ocurrido tres años antes, cuando se encontraban de viaje por el norte. Una tarde a mi abuelo le sucedió algo extraño, llegó con unas marcas, o unas heridas en el cuello que él intentaba tapar. Mi padre le preguntó por ellas y él ignoró la cuestión, pero a mi padre se le quedó grabada la historia de Hrund y su desaparición. Cuando se encontró con mi abuelo y Rósamunda, comprendió la verdad. Le preguntó acerca de Hrund y mi abuelo terminó confesándole que también la agredió. Juró no haberla matado, como a Rósamunda, pero admitió su violación.

—Y la mantuvo callada con amenazas.

—Sí. Y le ordenó a su hijo, mi padre, que no lo delatara alternando ruegos lacrimosos y maldiciones. Mi padre tomó la decisión de protegerlo. Así lo hizo cada día desde entonces. Por su madre. Por su familia.

—¿Y las historias de los elfos?

—Mi abuelo era un buen conocedor de los relatos sobre los elfos y de todas esas historias tan comunes en las creencias populares. Las conocía sobre todo a través de Jónatan. Vio que Hrund era muy receptiva a ese tipo de historias. Con Rósamunda fue diferente.

—A tu padre y a tu abuelo no les costó mucho cargarle las culpas a Jónatan.

—Fue una idea que se le ocurrió a mi padre cuando la policía les anunció su muerte. Era el principal sospechoso de aquella atrocidad pero a mi padre le pareció que, aun así, la policía seguía con dudas. Se aseguró de que se convencieran de su acusación. Solo tenía que alimentar sus sospechas sobre la culpabilidad de Jónatan. Total, ya estaba muerto. No saldría perjudicado, por así decirlo.

—¿Por qué la trajeron hasta aquí, al Teatro Nacional?

—Mi padre no fue muy claro al respecto. Quizá se les ocurrió porque se hablaba del Teatro Nacional como una especie de palacio de elfos y eso encajaba con la mentira. Mi abuelo sabía, además, que era un sitio al que las chicas iban a veces con los militares. Pensaría que tal vez fueran a echarles a ellos las culpas. Mi padre lo observó todo a distancia. Estaba ahí, en el Pasaje de las Sombras, fumando, y esperó hasta que el militar y la chica encontraron el cadáver. Entonces, desapareció.

—Y recibió una suculenta recompensa como pago por guardar silencio sobre lo ocurrido.

—Se hizo con la empresa familiar —reconoció Benjamín.

—¿Y tú? ¿No te viste en su pellejo cuando decidiste agredir a Thorson? —Benjamín no le respondió—. ¿No pensabas en ese momento en el honor de tu familia, dada la importancia que tiene?

—No podía soportar la idea de que aquel pasado se hiciera público —dijo—. Que alguien tuviera conocimiento de algo semejante acerca de nosotros. De mi padre. De mi abuelo. Aquel hombre quería acudir a la policía. Vi la oportunidad y la aproveché. No tengo excusa por lo que hice. Ninguna.

—¿Pensaste que podrías guardar ese secreto toda tu vida?

—Me veía envuelto en una situación lamentable. Tal y como se había visto mi padre antes que yo. Una situación verdaderamente lamentable.

—Supongo que ambos pudisteis haber lidiado de otro modo con ella —sugirió Konráð, y notó que sus palabras tocaban la fibra sensible de Benjamín.

Lo agarró del brazo, lo condujo hasta el coche y lo sentó en el asiento delantero. Se puso al volante y salió de Lindargata. Al pasar miró hacia su antigua casa, como hacía siempre, y continuó su camino al encuentro de Marta, que esperaba noticias suyas en la comisaría.