Bien avanzada la noche, Flóvent y Thorson se sentaron en el despacho de Fríkirkjuvegur. El cuerpo de Jónatan se trasladó al depósito de cadáveres del Hospital Nacional. Los militares del jeep heridos en el accidente fueron trasladados a la clínica. Su vehículo fue sido remolcado hasta el taller de las tropas de ocupación, en Skerjafjörður. Flóvent y Thorson entregaron un informe a la policía. Entregarían otro más detallado el día siguiente.
Todavía no sabían a quién debían comunicar el fallecimiento de Jónatan. Su investigación sobre él estaba en un estadio tan incipiente que desconocían los nombres de sus parientes más cercanos.
Permanecieron sentados en silencio. La única luz que iluminaba el despacho procedía de la lámpara de mesa de Flóvent. La delicada nevada inicial era ahora una copiosa nevada que se esparcía por toda la ciudad. La penumbra se cernía sobre ellos, tenebrosa como el sentimiento de culpa. Ambos pensaban lo mismo: un joven bajo su custodia había muerto. Estaba retenido, bajo su responsabilidad, y le fallaron. Eran culpables de su muerte a pesar de que solo pretendían mostrarle consideración y respeto. Su descuido le costó la vida.
—¿Crees que iba a llevarnos al lugar de los hechos? —preguntó Thorson finalmente—. ¿O era solo una excusa?
Flóvent no respondió enseguida. Pensaba en lo mal que lo pasaba Jónatan detenido y en que tal vez deberían haber previsto lo que se proponía hacer. En cambio, hicieron la vista gorda en una situación de riesgo. Debería haber estado esposado a uno de los dos cuando abandonaron la penitenciaría. Deberían haber sido más conscientes de las circunstancias. Deberían haberlo vigilado mejor.
—¿Flóvent?
—¿Qué decías?
—¿Utilizó el barrio de las Sombras como excusa? ¿Crees que en ningún momento tuvo la intención de llevarnos hasta allí?
—¿Una excusa para huir?
—Sí.
—No lo sé —contestó Flóvent— y ahora ya es imposible saberlo. Probablemente él es el único que tiene la respuesta. ¿Por qué no le pusimos las esposas? ¿Cómo fuimos tan descuidados?
—No lo vi venir —respondió Thorson—. Y tú tampoco. Yo no creo que haya sido ningún despiste, pienso que queríamos demostrarle que confiábamos en él. Importa mucho. Y lo atropelló un coche. Al final lo hubiéramos acabado alcanzando. Lo tenía a escasos metros cuando se cruzó el jeep en su camino. Era un intento absurdo de darse a la fuga. Y terminó así de mal.
Flóvent asintió con la cabeza, distraído.
—Quién iba a pensar que se iba a echar a correr —continuó Thorson—. Él cooperaba… lo pasaba mal encerrado en la cárcel. Nosotros lo sabíamos. Pero ¿no sería porque no quería reconocer su culpa? ¿No sería porque lo habían pillado?
—Puede ser —contestó Flóvent—. Pero quizá lo acusamos en falso. ¿No llegó a decirte nada?
—No. Creo que murió en el acto. Me parece que ni siquiera alcanzó a saber lo que le estaba sucediendo.
Thorson conservaba la impresión de que los militares conducían muy por encima del límite de velocidad y supuso que el hecho suscitaría revuelo. Pudieron hablar con uno de ellos, estaba sentado en la acera, ensangrentado, junto a los escombros del jeep. Aseguró que no fueron conscientes de lo que ocurría hasta que algo se estampó contra el coche. Sucedió tan rápido que ni siquiera vieron lo que era. «No pudimos hacer nada, no lo vimos hasta que nos cayó encima», explicó el militar, consternado. Acababan de comunicarle que Jónatan estaba muerto.
A Flóvent le costaba ocultar su desesperación.
—Pobre muchacho —susurró.
—Obró de motu proprio —le recordó Thorson—. No debió hacerlo.
Flóvent no le respondió. Sabía que Thorson intentaba reconfortarlo y que podía interpretarse que el joven había trazado su propio destino, pero Flóvent también sabía que ellos no se mantuvieron a la altura de las circunstancias.
—Podríamos haberlo hecho mejor —aseguró—. Aun así podríamos haberlo hecho mejor. Deberíamos haber localizado a su familia, procurarle un abogado inmediatamente…
—Estábamos en ello —puntualizó Thorson—. Le dijiste que nos íbamos a encargar del asunto esta tarde. Quizás esa idea le agobiara. Igual por eso recurrió a esa medida desesperada. Tal vez quería verse con los suyos antes de que nosotros habláramos con ellos. ¿Quién sabe lo que pasaba por su cabeza?
—Sí, era duro de pelar —aseguró Flóvent haciendo una mueca mientras rodeaba su estómago con las manos—. Era duro de pelar, maldita sea.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, no es nada. Llevo una temporada con un dolor de estómago que viene y va. Seguramente es por todo este asunto. Me… me ha resultado muy duro.
A primera hora de la mañana siguiente, Flóvent habló con un profesor de Jónatan en la universidad. Thorson no le acompañaba, habían llegado a la conclusión de que la Policía Militar ya no necesitaba seguir interviniendo en el caso. En realidad, era algo que ya sabían desde hacía tiempo, pero Thorson insistió en continuar echando una mano hasta que le comunicaron que en pocos días lo trasladarían en barco a Gran Bretaña y debía prepararse para el viaje.
El profesor quedó conmocionado por el fallecimiento de Jónatan y le explicó a Flóvent que el joven era introvertido, pero un estudiante excelente. El profesor lo había invitado a su casa en dos ocasiones por cuestiones relacionadas con trabajos de clase y juntos descubrieron que tenían una afición en común, el avistamiento de aves. De ese modo se generó una buena relación entre ellos y el profesor averiguó más tarde que Jónatan era hijo adoptivo y que nunca llegó a conocer a sus padres. Fue criado en una granja cerca de Húsavík como uno más de la familia. Al ser un estudiante prometedor, lo enviaron a hacer el bachillerato en Akureyri y, posteriormente, fue a la universidad en Reikiavik, donde vivía bajo la tutela de los parientes de su familia adoptiva. Su madre adoptiva era hermana de la dueña de la casa de Reikiavik, una mujer llamada Sigfríður.
—¿Sabe usted si mantenía algún contacto con mujeres? —preguntó Flóvent.
—No —respondió el profesor—. Nunca hablaba de ello. Al menos no conmigo. Creo que no tenía muchos amigos, era un individuo solitario.
Tras su visita al profesor, Flóvent se dirigió al domicilio de los parientes para comunicarles el fallecimiento de Jónatan. Vivían en una gran casa unifamiliar en Laufásvegur rodeada de un amplio jardín con un pequeño estanque. Flóvent bordeó el estanque y vio que estaba totalmente congelado. La criada lo recibió en la puerta y lo condujo al salón. Le preguntó cuál era su recado y este respondió que prefería comunicárselo directamente a la familia. La criada fue a avisar a los dueños de la casa y poco después apareció en la puerta del salón una mujer de unos cincuenta años.
—¿Desea usted encontrarse con mi marido? —le preguntó en un tono muy formal.
—Sí, probablemente sea conveniente que hable también con él. ¿Es usted Sigfríður?
—Sí, soy yo —dijo la mujer—. ¿Y usted se llama…?
—Flóvent. Soy de la policía y necesito hablar con ustedes acerca del estudiante Jónatan.
—Vaya, ¿qué problema hay con él?
—Lamento tener que comunicarles que ha fallecido. Ayer por la tarde lo atropelló un jeep militar en Laugavegur y murió en el acto.
La mujer miró fijamente a Flóvent.
—¿Jónatan?
—Sí, fue un accidente. Él estaba…
—¿Qué está usted diciendo? ¿Está muerto?
En ese momento llegó al salón un hombre algo más mayor. Flóvent reconoció enseguida a uno de los diputados del país. El profesor se lo había mencionado.
—Él… dice que Jónatan ha fallecido —explicó la mujer volviéndose hacia el hombre.
—¿Jónatan? —repitió el hombre—. ¿Qué… cómo puede ser?
—Dice que lo ha atropellado un coche.
El hombre se giró hacia Flóvent.
—¿Es eso cierto?
—Desgraciadamente sí —confirmó Flóvent—. Pertenezco a la Policía Judicial. Ayer a última hora de la tarde fue atropellado por un coche en Laugavegur. Pero hay algo más…
El matrimonio miró fijamente a Flóvent.
—¿Algo más? —preguntó el diputado.
—Cuando se produjo el accidente Jónatan se encontraba detenido por la policía. No quiso comunicárselo a nadie, se negó a proporcionar nombres de familiares o amigos y rehusó recibir ayuda de un abogado. Se encontraba detenido en relación con la investigación de la muerte de una joven llamada Rósamunda que fue hallada asesinada detrás del Teatro Nacional. Se escapó mientras estábamos fuera, junto a la prisión. Bajó corriendo hasta Laugavegur y allí lo atropelló un jeep militar que pasó de improviso.
El matrimonio quedó sobrecogido por el relato de Flóvent. Este dejó que se tomaran un tiempo para asimilar la trágica noticia. Se miraron entre sí y después se volvieron al agente sin poder ocultar su incredulidad.
Flóvent había mantenido una reunión con sus superiores en la que dio cuenta de todo lo sucedido desde el momento en que fue hallado el cadáver de Rósamunda hasta el atropello de Jónatan por un jeep militar. Recibió duras críticas por haber dejado escapar a Jónatan pero, por otra parte, también le mostraron comprensión y decidieron que seguiría adelante con la investigación por un tiempo.
—No me lo puedo creer —gimió la mujer mientras buscaba a tientas una silla.
Flóvent la ayudó de inmediato a sentarse.
—¿Un asesinato? —dijo el diputado.
Flóvent asintió con la cabeza.
—Eso me temo.
—¿No se tratará de una equivocación? ¿Cómo puede ser?
—Todo apunta a que él fue el autor del crimen —contestó Flóvent—. Pretendía mostrarnos el lugar en el barrio de las Sombras donde se encontró con ella… En realidad, la agredió y la forzó. Nos disponíamos a ir con él hasta allí cuando, de pronto, se nos escapó. La verdad es que no pudimos hacer mucho. Se soltó y echó a correr.
—¿No deberían haberlo vigilado mejor? —preguntó el diputado.
—Sí, desde luego —reconoció Flóvent—. Él parecía dispuesto a cooperar y nosotros le mostramos cierta confianza. Por eso no empleamos las esposas. No pudimos imaginar ni por un momento que se le ocurriría hacer algo así. Fue un accidente. Una verdadera tragedia, pero un accidente al fin y al cabo.
—¿Y lo llevaron al hospital o…?
—Murió en el acto y fue trasladado al depósito de cadáveres del Hospital Nacional —respondió Flóvent—. Ustedes pueden…
En ese momento se abrió la puerta y entró un hombre joven en el salón.
—Aquí estáis —pronto se dio cuenta de que algo grave sucedía—. ¿Qué…?
—Hólmbert, querido —la mujer se puso en pie y caminó hacia él—. Jónatan ha fallecido.
—¿Jónatan? —repitió el joven.
—Lo ha atropellado un coche. Pobre muchacho. Pero eso no es todo, estaba detenido por la policía y el agente dice que Jónatan asesinó a aquella muchacha, la que encontraron junto al Teatro Nacional. ¿No será un disparate? ¿Una absoluta majadería?
—Sospechoso de asesinato —puntualizó Flóvent.
—¿Jónatan? —suspiró el joven.
—¿No será más que un disparate? —repitió la mujer—. Es la primera vez que oigo algo semejante. Y estuvo con ella en el barrio de las Sombras y… le hizo daño…
El joven miró a Flóvent.
—¿Es verdad eso?
Flóvent asintió con la cabeza.
—Yo… no me lo puedo creer.
—¿Lo conocía usted bien? —preguntó Flóvent.
El joven parecía tener la cabeza en otro sitio y Flóvent repitió la pregunta.
—Yo… nos llevábamos muy bien —dijo—. ¿Está muerto? ¡Jónatan está muerto! ¿Y usted piensa que él…?
—¿… agredió a la chica? Sí —contestó Flóvent—. Desgraciadamente, existen evidencias de ello. Quería mostrarnos el lugar de los hechos cuando se nos escapó y tuvo lugar el trágico accidente.