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Escucharon la puerta de la cárcel abrirse a sus espaldas.

—Ajá, supuse que todavía estaríais aquí —dijo el carcelero que había acompañado a Jónatan a su celda—. Quiere hablar con vosotros. ¿Lo llevo de nuevo al despacho?

Flóvent y Thorson se miraron entre sí.

—¿Qué quiere? —preguntó Flóvent.

—No lo sé —contestó el carcelero—. Quiere hablar con vosotros y me ha preguntado si aún estabais cerca.

—Ve a buscarlo —pidió Flóvent.

Esperaron al prisionero en el despacho, sin sentarse y sin quitarse el abrigo. Enseguida trajeron a Jónatan y este se sentó junto a la mesa.

—No puedo continuar en este lugar —informó Jónatan.

Los agentes percibieron su grado de desesperación. Los miraba con ojos suplicantes.

—No hay mucho que podamos hacer, lo siento —explicó Flóvent—. Puedes hablar con un sacerdote, supongo que ya se te ha ofrecido esa posibilidad.

—No tengo nada que decirle. Vosotros tomáis las decisiones. Sois quienes estáis al mando de todo esto.

—No es que hayas colaborado mucho hasta ahora —le recordó Flóvent.

—¿Qué puedo hacer si no creéis nada de lo que digo?

—¿Querías decirnos algo más?

—Yo…

Jónatan guardó silencio.

—¿Por qué nos has llamado? —preguntó Flóvent.

Jónatan no le respondió.

—Hablaremos mañana, Jónatan —resolvió Thorson—. No puedo perder más tiempo con todo esto.

Abrieron la puerta y llamaron al carcelero.

—¡No os vayáis! —exclamó Jónatan.

No le respondieron. El carcelero lo agarró del brazo, lo levantó de la silla y lo sacó al pasillo en dirección a su celda. Sus llaves tintinearon mientras el carcelero abría la puerta. Cuando quiso hacer entrar a Jónatan, este se resistió haciendo fuerza con los pies.

—No puedo pasar otra noche aquí —susurró con un tono tan bajo y confuso que el carcelero no pudo entender lo que decía.

—¿Cómo dices?

—Se lo mostraré —susurró Jónatan.

—¿Qué dices? —titubeó el vigilante—. No te oigo.

—Les llevaré —murmuró Jónatan.

El carcelero se giró y llamó de nuevo a Flóvent y Thorson, que en ese instante estaban a punto de salir. Se detuvieron al ver que el carcelero agitaba la mano hacia ellos.

—¿Qué ocurre ahora? —voceó Thorson.

—Quiere deciros algo —gritó el carcelero.

Jónatan respiró hondo.

—Os mostraré dónde me encontré con ella en… en el barrio de las Sombras.

—¿Cómo dices? —preguntó Flóvent entrando seguido de Thorson.

—Os indicaré el lugar —contestó Jónatan alzando la voz.

—¿En el barrio de las Sombras? —preguntó Thorson—. ¿Te encontraste allí con Rósamunda?

Jónatan asintió con la cabeza.

—Os enseñaré dónde fue. Ahora mismo. Os llevaré hasta allí y os mostraré dónde nos vimos.

—De acuerdo —contestó Flóvent—. Si así lo deseas podemos ir ahora. ¿Estás dispuesto a contarnos lo que ocurrió?

—Primero os acompañaré hasta el barrio de las Sombras. Después hablaré con vosotros. Necesito mi abrigo. ¿Hace frío fuera?

—¿Por qué has cambiado de opinión? —quiso saber Thorson.

—¿Queréis que lo haga o no? —preguntó Jónatan enojado, sin dar muestras de vacilar.

—Por supuesto —contestó Flóvent.

—Después podéis preguntarme sobre lo ocurrido.

—Muy bien. Entonces ¿vas a confesarte autor del asesinato de Rósamunda?

—¿Queréis que os lleve o no?

Jónatan miró a Flóvent con obstinación.

—Ve a buscar su abrigo —pidió Flóvent al carcelero—. Os esperaremos aquí.

El carcelero se apresuró por el pasillo. La puerta de la celda continuaba abierta de par en par y Jónatan dirigió hacia allí la mirada.

—No soporto estar encerrado —dijo en voz baja, musitando.

Esperaron en silencio a que llegara el carcelero con el abrigo. Flóvent sentía compasión por el joven y se preguntó si debía esposarlo. Las esposas estaban en el coche y pensaba ponérselas al salir. No contaba con que fuera a haber algún problema. Supuso que Jónatan estaba dispuesto a ceder y colaborar con ellos. Flóvent deseaba mostrarse conciliador. Si quería ir con ellos en ese momento del día para mostrarles el lugar de los hechos y retrasar de esa manera el momento en que lo volvieran a encerrar, podía hacerlo así. Lo fundamental era que Jónatan había cambiado de opinión y estaba dispuesto a cooperar.

El carcelero llegó finalmente con el abrigo de Jónatan, recorrieron el pasillo y salieron de la cárcel. El prisionero caminaba entre Flóvent y Thorson, que lo agarraba del brazo. El coche estaba aparcado a poca distancia de la penitenciaría y, en el momento en que Thorson abrió la puerta del coche para meter dentro a Jónatan, este se zafó y echó a correr.

—¡Mierda! —gritó Thorson y comenzó a perseguirlo.

Flóvent, que estaba a punto de sentarse al volante, se sobresaltó y salió del vehículo para correr tras ellos.

Jónatan dobló corriendo la esquina de la prisión y bajó Vegamótastígur siguiendo el muro del recinto penitenciario, en dirección a Laugavegur. Thorson corría a unos metros detrás de él y a la zaga les seguía Flóvent, que no llevaba el calzado más adecuado. La calzada y la acera estaban cubiertas de hielo y sus zapatos le hacían resbalar, por lo que tenía verdaderas dificultades para no caer de bruces. Thorson no consiguió acortar la distancia con Jónatan, que bajó corriendo sin mirar ni a derecha ni a izquierda hasta alcanzar Laugavegur. Llegó como un relámpago y, al cruzar la calle, un jeep militar que pasaba a toda velocidad lo atropelló.

Thorson vio a Jónatan salir disparado por los aires, aterrizar violentamente sobre el capó del jeep y, acto seguido, estrellarse de cabeza contra la acera congelada. El conductor perdió el control del vehículo, se subió a la acera y se empotró contra un muro de piedra. Un peatón se salvó por poco de ser arrollado. En el interior del jeep, dos militares sufrieron cortes en el rostro al golpearse contra el parabrisas, que se hizo añicos. Uno de ellos, medio inconsciente, salió del coche con dificultad y se desplomó en la calle. El otro aullaba de dolor. Estaba atrapado en su asiento y, al golpearse contra el volante, decía haberse roto una costilla. Además, la tibia se le había partido en dos y el hueso le sobresalía a través de los pantalones.

Thorson se precipitó hacia Jónatan y se arrodilló junto a él. Le manaba sangre de la cabeza que formaba un gran charco bajo su cuerpo. Tenía la vista clavada en el cielo. Thorson supuso que murió en el acto al golpearse contra la acera.

Flóvent se arrodilló junto a ellos. Todavía caía un poco de nieve. Un copo se posó sobre un ojo de Jónatan y se desvaneció, como una lágrima diminuta.