La mujer era algo más joven que Konráð, durante la mayor parte de su vida trabajó como administrativa, la última ocasión para la Seguridad Social, y había sugerido que se encontraran en alguna cafetería del centro. Se llamaba Eygló. Konráð sabía que era hija única. Sus respectivos padres se conocían en el pasado, juntos se dedicaban a engañar a la gente. Era la primera vez que Konráð hablaba con ella y no la conocía en absoluto. Eygló era la hija del médium que celebró la sesión sobre Rósamunda en la casa donde Konráð vivía de pequeño.
Le explicó que pudo conseguir su nombre tras verlo en un obituario en memoria de su padre con el que dio en Internet. Ella le reveló que su padre siempre se mostró reacio a hablar de los tiempos en que trabajó como médium en Reikiavik transmitiendo mensajes llegados del más allá. Aun así, Eygló conocía la historia de Rósamunda y admitió que en ocasiones se preguntaba qué habría sido de la investigación de su caso. Konráð le contó que, por lo visto, este se dejó de investigar y nunca se llegó a resolver.
—Así que tú eres su hijo —fue lo primero que le dijo tras saludarle en la cafetería. Cuando Konráð quiso soltarle la mano, ella la mantuvo apretada y lo observó detenidamente antes de soltarla de repente—. Debo reconocer que después de nuestra conversación telefónica sentía curiosidad.
—¿Curiosidad? —repitió Konráð mientras se sentaban.
—Tu padre arruinó en buena medida al mío. Quería ver qué pinta tenías.
—Espero que no te hayas llevado una decepción —contestó Konráð.
—Eso ya lo veremos. La deshonestidad suele heredarse.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Mi padre no hablaba mal de nadie pero decía eso del tuyo, que era deshonesto. ¿Te criaste con él?
—No veo qué… No sé a qué viene eso.
—Tú quieres interrogarme, ¿por qué no puedo hacer yo lo mismo contigo?
—Porque no estamos hablando de mí.
—¿Estás seguro? Entonces ¿por qué estamos aquí sentados? ¿No es por tu padre? ¿Por aquella sesión de espiritismo? ¿No me has llamado por eso?
Eygló le miró esperando una respuesta. Era de pequeña estatura, delgada, morena, vestía casi toda de negro. Se conservaba muy bien para su edad, sus ojos claros escudriñaban bajo una frente ancha, era ágil en sus movimientos, rápida de pensamiento e iba directa al grano. Sin que Konráð se lo hubiera preguntado, le contó por teléfono que, durante una temporada, también ella trabajó como médium, igual que su padre. A Konráð le picaba la curiosidad por saber si Eygló consideraba que su padre le hubiera transmitido aquel interés, pero dudó sobre si debía abordar esa cuestión. Ella le explicó que no era una vidente conocida y que mantenía en secreto su don, como ella lo llamaba.
—Te he llamado por el caso de Rósamunda —explicó Konráð—. Quería saber si tu padre te habló alguna vez sobre ella. Si antes de celebrar la sesión se había informado sobre lo que le sucedió. Si contaba con alguna información al respecto.
—¿No era esa la función de tu padre? ¿Recabar información?
—Así es. Me habló de su colaboración y de la sesión en torno a Rósamunda pero no me contó nada sobre la muchacha. Me preguntaba si tu padre habría…
—Tú no crees en nada de esto, ¿no? Médiums. Clarividencia…
—No.
—¿No crees en el más allá?
—No.
—¿Estás seguro?
—Sí —sonrió Konráð.
—Si me has traído hasta aquí es que tienes que creer en algo de eso. ¿Estás seguro de que no ves más allá de lo que tú crees?
—¿Habló tu padre alguna vez sobre Rósamunda? —preguntó Konráð con la intención de cambiar el rumbo de la conversación.
—No, que yo recuerde. Me contó aquella sesión de la que hablas. Me dijo que tu padre lo manipuló para que trabajaran juntos. ¿Lo sabías?
—No —contestó Konráð.
—Tu padre influía sobre el mío de alguna manera que desconozco y consiguió que participara con él en el timo. Mi padre era médium, pero eso al tuyo no le bastaba. Él quería más éxito. Decía que así la gente pagaba más. Se conocieron en la Sociedad de Estudios Espiritualistas y sé que mi padre no tenía carácter y buscaba reconocimiento. Además, estaba envuelto en problemas con la bebida. A veces cogía unas borracheras descomunales. Entonces desaparecía de casa unas semanas y ni él mismo sabía dónde se metía durante días enteros. Pero era un buen hombre. En el fondo de su corazón. No quería hacerle nada malo a nadie. Y poseía muchas cualidades como médium. Una sensibilidad que no todos demostraban. Comprendía el hecho de que la gente buscara respuestas.
—¿Tienes idea de por qué mencionó a otra chica en aquella sesión sobre Rósamunda? —preguntó Konráð—. ¿De dónde era? ¿Quién era? Mi padre nunca le dijo nada al tuyo sobre otra chica. Según decía estaba con Rósamunda y su aparición venía acompañada de un frío intenso. ¿Habló tu padre alguna vez sobre ello? ¿Sabía algo más?
—Él sabía lo que había percibido —afirmó Eygló—, pero tú no crees nada de eso, piensas que cualquier cosa que él pudiera ofrecer era mentira, así que no entiendo por qué me preguntas sobre ese asunto.
—Yo no puedo evaluar lo que pasó ni los poderes de tu padre, pero resulta sorprendente que puede ser que haya otra chica relacionada con el caso de Rósamunda. Una chica que nunca encontraron. Quería saber si tu padre sabía quién era.
Eygló lo miró.
—No sabía que tuviera algo que ver con Rósamunda —dijo—. ¿Qué relación guardaba con ella?
—Estoy tratando de averiguarlo —contestó Konráð—. Pensé que quizás ambos tenían algo preparado, como cuando fingieron saber lo de las manoplas y el accidente en el mar.
—¿Fingieron? Mi padre era un buen médium y si él sintió la presencia de otra chica en la sesión sobre Rósamunda entonces es que así fue. No era un mentiroso como…
—¿Mi padre?
—Sí.
—¿Así que percibió aquella presencia, como tú dices? ¿Quién era? ¿Te habló alguna vez de ello? Podría haberse llamado Hrund.
—Mi padre no sabía cómo se llamaba —respondió Eygló—, pero en aquella sesión sintió su presencia con mucha intensidad. No sabía ni quién era ni lo que le había ocurrido, solo sabía que se encontraba mal y que tenía frío. Él hablaba del frío que has mencionado. Lo sentía.
—¿No sabía nada más aparte de eso? ¿Tampoco cómo murió?
—No.
—¿Conoces a un hombre llamado Stefán, o tal vez Thorson? ¿No te buscó para hablar contigo?
—No.
—Y tu padre hace tiempo que murió.
—Sí —confirmó Eygló—. Él… Se suicidó. Llevaba mucho tiempo encontrándose mal. Su alma no estaba en paz, como decía mi madre. Fue poco después de saber lo de tu padre. Lo de su muerte apuñalado junto al matadero. Mi madre decía que la noticia le afectó sobremanera. No pasaron más que unos meses desde que fue asesinado hasta que él… murió.
—Pero no mantenían ningún contacto, ¿no es cierto?
—No, que yo supiera, pero tampoco lo sé todo. De hecho, no conocía tan bien a mi padre. Yo era muy joven. Mi madre me dijo que reaccionó muy mal al enterarse de lo de tu padre. Creía que era porque se conocían y trabajaron un tiempo juntos pero…
—Pero ¿qué?
—Quizás había algo más.
—¿Como qué?
—No lo sé. No sé nada de todo aquello, lo siento. Solo sé que mi padre no se encontraba bien, como te puedes imaginar. Nadie en su sano juicio es capaz de hacer una cosa así.
Se quedó unos segundos pensando en los tristes recuerdos que Konráð había removido y se levantó de repente para despedirse. Las tazas de café de ambos estaban vacías, de modo que le aseguró que debía marcharse.
—Siento no haber podido ser de ayuda —se disculpó.
—Gracias por aceptar verme —contestó Konráð levantándose y dándole de nuevo la mano.
Esta vez el apretón fue breve y ella no quiso mirarle a los ojos.
—Espero no haberte incomodado —se excusó él—. No era mi intención.
—No… no, en absoluto —aseguró Eygló.
Él se percató de que ella se fijaba en su brazo atrofiado durante su conversación y evitaba mirarlo. «Tengo que atender otro compromiso», añadió antes de salir a toda prisa de la cafetería.
Konráð volvió a sentarse, se acarició el brazo y pensó en las palabras de Eygló y en la opinión que tenía de su padre. Para él no era ninguna sorpresa. No era la primera vez que oía cosas parecidas y él llegó a comprobar lo intransigente y lo propenso a la violencia que podía llegar a ser. Los recuerdos que guardaba de su infancia con su padre daban cuenta de ello. La madre de Konráð intentó hasta la extenuación hacerlo entrar en razón y que permitiera que el niño se fuera con ella, pero nunca obtuvo resultado. En una ocasión no la dejó entrar para hablar con Konráð y tuvo que quedarse en la puerta de acceso al sótano. Cada vez que viajaba a la ciudad desde su casa en el este del país, le hacía una visita a Konráð y se sentaba con él para charlar. En ocasiones se echaba a llorar y le rogaba a su padre que no los tuviera separados por más tiempo. Aquel día a su padre le pareció que ya había aguantado bastante aquella historia.
—Déjame al menos despedirme de él —suplicó ella con la mirada fija en su hijo.
—Cállate —le espetó su padre cerrándole la puerta en las narices.