Aquella noche Jónatan no pegó ojo en la prisión de Skólavörðustígur. Los carceleros lo habían estado vigilando y le oyeron hablar solo y llorar en voz baja. Le llevaron el desayuno a la celda y preguntó por los dos agentes que lo encarcelaron. Quería que alguien les hiciera saber que no podía faltar a clase, que de hecho tenía que asistir, y que esperaba que lo soltaran cuanto antes. No parecía darse cuenta realmente de la situación en que estaba metido. No demostraba mucho apetito y apenas tocó el desayuno, que consistía en unas gachas de avena con dos lonchas de morcilla de hígado y un vaso de leche.
Cuando Flóvent y Thorson llegaron a la cárcel hacia el mediodía, lo encontraron dormido. Se sobresaltó al oír unas llaves girando en la cerradura y que se abría la puerta de la celda. Se incorporó en la cama y miró hacia el pasillo, a los dos policías que estaban de pie en el umbral de la puerta.
—Me debo de haber quedado dormido —dijo.
—¿Te importa salir y acompañarnos? —le pidió Flóvent—. Nos gustaría charlar contigo en una de estas salas.
—¿Me vais a dejar libre? —preguntó Jónatan levantándose.
—Ya hablaremos luego de eso —respondió Flóvent—. Ahora tenemos que hacerte algunas preguntas en relación con las dos jóvenes. Luego ya veremos.
—Les dije a los carceleros que no tengo tiempo para esto, ya he perdido muchas clases.
Los siguió por el pasillo hasta llegar a una pequeña sala con una mesa y tres sillas junto a la cafetería de los carceleros. Se sentaron y Flóvent preguntó si querían café. Jónatan declinó su oferta. Se mostraba tranquilo y sosegado. Le había sentado bien dormir, aunque solo fue una cabezada. Flóvent sacó de su bolsillo el texto sobre los cormoranes escrito por Jónatan y se lo acercó.
—Una lectura muy instructiva —comentó—. ¿Siempre has tenido ese interés por la ornitología?
—Sí, y tanto. Es mi afición. Siempre me ha interesado la naturaleza, sobre todo los pájaros.
—¿Y en especial los cormoranes?
—No, simplemente las aves marinas, en general. El cormorán… es fascinante observar su vuelo, su cuello alargado y la velocidad que alcanza. Es un ave muy interesante.
—¿Compartía Hrund ese interés?
—¿Hrund? —vaciló Jónatan—. No lo sé. Lo dudo.
—Cuéntanos de nuevo cómo la conociste —le pidió Flóvent.
—No le hice nada —respondió Jónatan—. Espero que no penséis que le hice algún daño. No lo hice.
—¿Hablasteis alguna vez de aves?
—No, creo que no. A lo mejor. No, no hablamos de aves, creo. O al menos no lo recuerdo.
Flóvent asintió con la cabeza en señal de comprensión. Thorson permanecía en silencio, sentado junto a él. Frente a ellos, al otro lado de la mesa, Jónatan comenzó a explicarles de nuevo su relación con la joven. Su versión coincidía con la del día anterior: se conocían muy poco y ella preguntaba mucho sobre Akureyri, tenía ganas de mudarse al sur, a Reikiavik, y no descartaba la existencia de elfos y seres ocultos.
—¿Y en vuestras conversaciones salían esos temas porque ella sabía que a ti te interesaban esas cuestiones? —preguntó Flóvent cuando Jónatan hubo terminado de hablar.
—Sí. Sabía que yo quería ir a la universidad. Le dije que me interesaba la carrera de estudios nórdicos.
—¿La veías a ella como algún tipo de objeto de estudio? —preguntó Thorson.
—¿Objeto de estudio? No.
—Pero sí te contó sus ideas sobre los elfos, ¿no?
—Sí.
—¿Y cuáles eran?
—La típica creencia en lugares y rocas encantadas. Conocía algunos cuentos populares. Así, sin entrar en más detalles.
—¿Conocía a algún ser de ese tipo?
—No me dijo nada de eso.
—¿No te habló de ello?
—No lo mencionó, no.
—¿No sufrió nunca la agresión de alguno de esos seres fantásticos? —preguntó Flóvent.
—Yo no sé nada al respecto.
—¿No te contó nada?
—No.
—¿Seguro?
—Sí. Yo no creo en esas cosas. Sería todo fruto de su imaginación.
—Es verdad, tú no crees en ninguna criatura de ese tipo. Pertenecen únicamente a los cuentos populares islandeses.
—Sí, sin lugar a dudas. De todos modos, no conozco mucho esa parte de crueldad que vosotros describís en las historias de elfos. En su mayoría, son mujeres las que las cuentan y se transmiten entre ellas mismas, y esa es de hecho la principal razón por la que se preservan. Las mujeres han cuidado bien esas historias ya que describen el mundo femenino y sus problemas sentimentales. Se trata de historias sobre traiciones. Nacimientos de niños. Abandono de recién nacidos.
—¿Abandono de recién nacidos? ¿Qué quieres decir? —preguntó Thorson.
Jónatan alternó la mirada entre ambos.
—A menudo, los cuentos describen el trágico destino de algunas mujeres. Como, por ejemplo, cuando engendraban un hijo ilegítimo y se veían en la necesidad de deshacerse de él. El abandono era una especie de aborto en aquellos tiempos. No cabe duda de que suponía una dura experiencia y las historias de elfos le restaban crudeza y atenuaban el dolor. En los cuentos, las mujeres tenían hijos con elfos atractivos y afectuosos que simbolizaban la antítesis de la zafiedad humana, y abandonaban a sus hijos en la naturaleza para ofrecérselos a ellos. Los niños crecían con sus padres y recibían un buen trato, e incluso regresaban más tarde al mundo de los humanos. De ese modo, los cuentos servían, hasta cierto punto, para mitigar el dolor de una experiencia traumática.
—¿Hombres atractivos y afectuosos? —preguntó Thorson.
—Como los norteamericanos.
—Entonces, ¿son ellos los nuevos elfos?
—Solo es un comentario.
—¿Y cuál es tu opinión al respecto? —preguntó Thorson.
—¿Mi opinión? Ninguna.
—¿Tienes alguna relación con mujeres?
—¿Eso qué tiene que ver? ¿Por qué me lo preguntas?
—Puede que todo lo que te preguntemos sea relevante o puede que nada lo sea —respondió Flóvent—. Simplemente agradeceríamos que nos hicieras el favor de responder a nuestras preguntas.
—Nunca he tenido novia —afirmó Jónatan.
—¿Y Hrund? ¿Estabas enamorado de ella?
—No —negó Jónatan—. No la conocía en absoluto.
—¿Flirteaba con los militares del norte?
—Yo, al menos, no vi nada.
—¿Agrediste a Hrund?
—No. No lo hice.
—Puede ser que no accediera a tus deseos.
—¿Acceder a mis deseos?
—¿Te pareció que debías castigarla?
—¡No! ¿Por qué razón?
—Ayer hablamos un poco sobre Rósamunda —intervino Thorson—. Dices que no la conocías.
—No la conocía —aseguró Jónatan.
—¿Y no sabías quién era?
—No.
—¿Qué haces cuando necesitas arreglar alguna prenda de vestir?
—Yo… ¿que qué hago? —La pregunta dejó a Jónatan desconcertado.
—Si se te agujerean los pantalones, por ejemplo. O si quieres ponerle coderas a tus jerséis. ¿Eres bueno con aguja e hilo?
Jónatan dirigió una mirada de estupefacción a Flóvent y Thorson.
—¿A qué… a qué viene esa pregunta?
—No se te da particularmente bien la costura, ¿no? —inquirió Flóvent.
—No.
—Rósamunda trabajaba en un taller de costura de Reikiavik. En él se arreglan prendas de vestir. Se llama Sporið. ¿Te suena?
—Una vez llevé unos pantalones allí para que me los arreglaran —titubeó Jónatan.
—¿Los llevaste a ese taller, a Sporið?
—Puede ser.
—¿Puede ser?
—Sí.
—Quizás esto te refresque la memoria.
Flóvent sacó la factura descubierta en el domicilio de Jónatan y la dejó sobre la mesa. En ella constaba el nombre del taller de costura, Sporið, y se hacía referencia al arreglo de unos pantalones. Jónatan se dispuso a coger la factura, pero Thorson se adelantó, agarró el papel y lo sostuvo delante de sus ojos.
—Sí, puede ser —admitió Jónatan.
—¿Sabías que Rósamunda trabajaba en ese taller de costura?
—No conozco a ninguna Rósamunda. No sé por qué me retenéis aquí. No he hecho nada malo y me gustaría quedar libre de este asunto.
—Probablemente, lo mejor será que consigas un abogado —recomendó Flóvent.
—No quiero ningún abogado. No conozco a ningún abogado. Me quiero ir a casa. No puedo permitirme andar metido en esto. Tenéis que entenderlo. No he hecho nada malo. Nada. Tenéis que creerme.
Jónatan se puso de pie.
—No podéis tenerme aquí retenido —afirmó—. No tenéis derecho a hacerlo. Me marcho.
Flóvent y Thorson también se pusieron de pie. Jónatan se dirigió hacia la puerta. No estaba cerrada con llave y la abrió con la intención de salir al pasillo, pero Thorson lo agarró.
—Suéltame —ordenó Jónatan.
—No puedes irte —ordenó Flóvent—. Lo siento.
Por un momento pareció que Jónatan iba a sacudirse a Thorson de encima y salir corriendo por el pasillo. Pero sabía que se hallaba en inferioridad de condiciones y se calmó un poco.
—No me hagáis esto —suplicó—. Dejadme marchar.
—Lo siento, amigo —dijo Flóvent—. Estás detenido como sospechoso por el asesinato de Rósamunda. No nos queda más remedio. Te recomiendo que colabores y te aconsejo encarecidamente que te procures un abogado.
Poco después, Flóvent escrutaba sentado en su despacho de Fríkirkjuvegur las hojas ilegibles que halló en el sótano donde vivía Jónatan. Se trataba de unas notas tomadas con rapidez por el universitario en cinco páginas sin poner especial cuidado. Estaban escritas a tal velocidad que apenas podría él mismo entenderlas, aunque Flóvent pensó que podía llegar a descifrarlos. Acercó una lámpara de mesa e iluminó los papeles. No estaban numerados y tardó en entender en qué orden debía leerlos. Conocía el estilo de algunos antiguos archivos de sentencias judiciales y no tardó mucho en entrever que en aquellas hojas se hacía referencia a un caso de violación del siglo pasado. A medida que Flóvent avanzaba en su lectura y desentrañaba aquellos garabatos, más se convencía de que habían echado el guante al verdadero culpable.