En un corto intervalo de tiempo, dos totales desconocidos visitaron a Petra para preguntarle acerca de su madre, la modista para la que Rósamunda había trabajado durante la guerra. Ambos escucharon la historia que tenía que contar y ambos se quedaron mirando a Petra estupefactos. Era como si ninguno de ellos diera crédito a sus palabras mientras ella les explicaba que Rósamunda había tenido problemas en una vivienda del centro y que a partir de entonces se negó a llevar allí ningún pedido. El primer sorprendido fue el anciano educado que llamó a la puerta de su casa y charló con ella de todo un poco antes de entrar en cuestión y preguntarle sobre su madre y Rósamunda. Fue como si al hablarle de la muchacha le asestara un golpe mortal. Ahora, en la misma silla, se sentaba con ella el otro hombre, que decía llamarse Konráð, y también parecía haberlo dejado boquiabierto al darle la misma información.
La propia Petra no llegaba a entender el alcance de su relato puesto que no conocía bien el caso. Les explicó a ambos que su madre casi nunca hablaba de Rósamunda, ni con ella ni con ningún otro, al menos que ella supiera. Por eso les decía que no sabía mucho sobre aquello por lo que le preguntaban con tanta insistencia. Nunca se preocupó mucho de conocer los detalles del caso de Rósamunda. En verdad, lo único que sabía era que su madre fue interrogada por la policía en relación con un crimen espeluznante cometido durante la guerra. No sabía si el caso llegó alguna vez a resolverse pero sí sabía, o al menos conservaba esa impresión, que su madre no estaba del todo satisfecha con el modo en que procedió. Albergaba esa sospecha porque su madre siempre intentaba evitar hablar de ello. Petra le preguntó en varias ocasiones sobre el caso de Rósamunda, por ejemplo, al leer noticias sobre otros grandes crímenes, dándose cuenta de lo reticente que se mostraba a hablar de ese tema. Lo que Petra no sospechaba era que, tantos años después, contaba con una información que arrojaba una nueva luz sobre la investigación.
Petra miró a Konráð. Se lo había contado todo con tanto detalle como hizo con el anciano, Stefán. Estaba más que dispuesta a echarles una mano dado su interés por su madre y Rósamunda.
—¿Es que tiene alguna importancia que la chica se hubiera negado a ir a un determinado domicilio? —preguntó.
—¿Era normal que las chicas del taller lo hicieran? —preguntó Konráð sin responder a la pregunta de Petra—. ¿Que se negaran a llevar los encargos?
—No lo sé —respondió Petra—. Pero el caso es que Rósamunda nunca más volvió a llevar ningún encargo allí, ni vestidos que hubiera hecho para la señora ni nada más porque, de hecho, también debía llevarle ropa de cama. Preciosa, decía mi madre, con el nombre del matrimonio bordado tanto en la funda del edredón como en la de las almohadas, lo recordaba muy bien. Mi madre estaba siempre muy orgullosa de cualquier labor de costura que saliera de su taller.
—A tu madre tuvo que parecerle muy raro, ¿no?
—Sí, eso decía. Sobre todo me parecía que le resultaba inaudito que sus empleados la desobedecieran, aunque lo cierto es que, por otra parte, mi madre tenía la convicción de que le había ocurrido algo malo en aquella casa el día en que se la encontró llorando.
—¿Qué casa era esa a la que Rósamunda se negaba a ir? —preguntó Konráð—. ¿A quién pertenecía?
—Mi madre me dijo que conocía muy bien a aquella clienta y no le constaba que hubiera tratado mal a Rósamunda. Ella no le contó a la señora nada de lo ocurrido con la chica del mismo modo que no se lo contó a nadie más, así que aquella gente no supo nada. Su marido estaba metido en política, mi madre me comentó que en aquellos tiempos era diputado. Por eso prefirió no darle más relevancia de la necesaria a todo aquello.
—¿Diputado?
—Sí, murió hace mucho. Mi madre decía que en su tiempo fue un hombre bastante influyente, su esposa era miembro de toda clase de asociaciones de mujeres y clubes y ambos eran, ya sabes, Oddfellows o como se diga. Mi madre pensaba que él era masón. Más tarde nombraron ministro a su hijo.
—¿Sabes si Thorson, o Stefán, pretendía hacer algo con esa información?
—No, pero se quedó de piedra el pobre cuando se lo conté. Me hacía preguntas sin cesar, justo como haces tú ahora, las mismas preguntas una y otra vez como para estar seguro de que entendía bien lo que le estaba contando. Después se despidió y no volví a saber más de él.
—¿Y no te avanzó nada sobre cuál iba a ser su siguiente paso?
—No —contestó Petra—. No tengo ni idea. No volví a saber nada más de él.
—¿Llegaste a darle el nombre de esa familia?
—Sí, le mencioné el nombre de la mujer que mi madre recordaba, pero no sé si tenía la intención de localizar a aquella gente. —Petra guardó silencio, como recordando—. Me dio la impresión de que…
—¿Sí?
—Me pareció como si no estuviera satisfecho con cómo se había resuelto el caso en su momento. De lo contrario, nunca hubiera venido aquí. Creo que por eso vino a verme. Me dio la sensación de que, según él, el caso nunca quedó cerrado. Que no estaba contento con la manera en que se resolvió. Antes de contarle lo de Rósamunda, noté que algo todavía lo corroía por dentro, después de todos estos años. Era como si buscara una confirmación de que hizo todo lo que pudo o algo parecido.
—¿Todo eso te lo dijo él? —preguntó Konráð.
—No, y tampoco se lo pregunté —contestó Petra—. Esa fue la impresión que me dio. Puedo estar equivocada.
—¿Era como si tuviera remordimientos por algo relacionado con el caso?
—Eso me pareció. Todo aquello le hacía sentir mal y se sintió aún peor cuando le conté lo de Rósamunda. Cuando se marchó, murmuró algo sobre un estudiante universitario. No lo entendí muy bien, pero sí, oí algo de un universitario.
—¿Qué universitario?
—No lo sé. No sé lo que dijo, pero el pobre parecía muy afligido.