Casi imperceptiblemente, Thorson fue colocándose junto a la puerta que daba al pasillo. Flóvent observaba al joven. Este se había puesto realmente nervioso al comprender las razones de la visita de la policía. Su mirada vacilaba entre los dos agentes mientras inclinaba su cuerpo larguirucho hacia delante, como si hubiera adoptado una postura de defensa. Lo determinado y rotundo de su inesperada negación les sorprendió y despertaba sus sospechas. Todo parecía indicar que hubiera estado esperando que tarde o temprano se le preguntara acerca de Hrund, sobre la relación entre ellos dos y si él le causó algún daño.
Flóvent le preguntó si le importaba acompañarles al este de la ciudad, a Fríkirkjuvegur, ya que les gustaría hablar con él con más detenimiento acerca de su interés por los cuentos populares y su relación con Hrund. Él se negó educadamente, explicó que debía hacer otras cosas y que el caso de la joven no le incumbía en absoluto. Flóvent y Thorson insistieron y le advirtieron que si no los acompañaba por las buenas, tendría que hacerlo por las malas.
Al fin lograron que cooperara y el joven volvió a ponerse el abrigo y fue con ellos al coche. No cruzaron ni una palabra durante todo el trayecto hasta Fríkirkjuvegur. Al llegar se sentaron en el despacho de Flóvent, que cerró la puerta con cuidado.
—¿Vais a meterme en la cárcel? —dijo Jónatan cuando Thorson le preguntó si necesitaba algo o quería tomar café o agua.
—¿Tenemos motivos para hacerlo? —preguntó Thorson.
—No, esto es… Esto es un malentendido por vuestra parte.
—¿Tienes familiares aquí en el sur? —quiso saber Thorson.
—No.
—¿Amigos? ¿Alguien a quien quieras pedir consejo ahora que estás sentado aquí con nosotros?
—No, quiero volver a casa cuanto antes, si no os importa. No necesito nada. Solo quiero que esto termine. No hace falta que esto salga de aquí, ¿verdad?
—¿Qué es lo que no hace falta que salga de aquí?
—Que me habéis traído hasta aquí para interrogarme.
—¿Es que te da miedo que así sea? —inquirió Flóvent.
—Lo último que quiero es que se sepa en la universidad que tengo algo que hablar con la policía. No entiendo por qué queréis que esté aquí. No he hecho nada malo.
—Está bien, perfecto. ¿Puedes decirnos de qué conocías a Hrund? —preguntó Flóvent.
—La vi algunas veces. No muy lejos de donde se encontraban nuestras bases durante la construcción de la carretera había una gasolinera a la que yo iba en ocasiones por las tardes, y ella estaba allí. Tenía una amiga que era dependienta en la tienda y, bueno, así empezamos a hablar. Decía que allí en el campo no tenía muchas cosas que hacer y me preguntó cómo era la vida en Akureyri. También sobre el ejército y todo eso. Creo que le apetecía salir de allí. Mudarse incluso a Reikiavik.
—¿Le hablaste de los elfos?
—Se mostró muy interesada cuando le dije que pensaba ir a la universidad. Le dije que quería cursar estudios nórdicos, islandés e historia, y quizás hacerme historiador e investigar creencias populares y cosas de esas.
—¿Conoces historias en las que los elfos agreden a seres humanos? —preguntó Thorson.
—Las hay.
—¿Le contaste algunas?
—No recuerdo si… Puede ser que habláramos alguna vez del tema. No me acuerdo.
—¿Creía ella en esa clase de criaturas? ¿En elfos y seres ocultos?
—Creo que no descartaba que pudieran existir —supuso Jónatan—. Me daba la impresión de que era una hija de la naturaleza, que no estaba echada a perder por la civilización.
—¿En qué sentido?
—Sentía un fuerte vínculo con la naturaleza, se crio en íntima conexión con ella y la conocía bien, las plantas, las aves, y mostraba como… qué puedo decir, ella… sí, no lo puedo describir mejor, era una hija de la naturaleza. A lo mejor la gente así cree con mayor facilidad en toda clase de seres sobrenaturales y piensa más que el resto de los mortales en elfos, demonios y troles.
—¿Crees tú en esas cosas?
—No —afirmó Jónatan con determinación—. En todo caso, contemplo esas leyendas como una representación de la estructura social. Creo que los cuentos populares nos permiten ampliar nuestra comprensión del modo de pensar del pueblo. Pueden revelarnos muchos aspectos de la mentalidad del pueblo a lo largo del tiempo, por ejemplo, si existe el miedo a lo desconocido, el anhelo por una vida más halagüeña o el sueño por un mundo mejor. Suponen una fuente de información directa o indirecta sobre la vida de nuestros antepasados. Yo los veo desde ese punto de vista. No como si fueran la realidad o historias verídicas.
—¿Y para Hrund eran reales?
—No puedo responder a esa pregunta con certeza.
—Pero ¿no era una hija de la naturaleza?
—Sí, esa era mi impresión.
—¿En algún momento sufrió Hrund el acoso por parte de, cómo podríamos decirlo, criaturas ocultas? —preguntó Flóvent.
—¿Acoso? No, no lo creo. Quiero dejar claro que no la conocía bien. Apenas sabía su nombre. Solo nos vimos en contadas ocasiones y hablamos un poco. No podría decir que la conociera realmente y tal vez esté magnificando nuestras conversaciones. No sé qué información queréis obtener de mí. No entiendo estas preguntas. ¿Qué tienen que ver los cuentos populares con todo esto?
—¿Mostraban otras personas de tu equipo tanto interés como tú por los cuentos y leyendas populares? —preguntó Flóvent.
—No. Nadie.
—¿Alguno de ellos mantenía contacto con Hrund?
—No, que yo sepa.
Jónatan había llevado consigo el paquete de Lucky Strike. Sacó un cigarrillo, lo encendió, le dio una calada y expulsó el humo. Flóvent le acercó un cenicero.
—Buen tabaco —comentó.
—Sí, muy bueno. Me lo proporciona un conocido mío de la universidad, su hermana sale con un americano.
—¿Seguro que no conocías a una chica que residía aquí, en Reikiavik, llamada Rósamunda? —intervino de pronto Thorson.
—Seguro —respondió Jónatan.
—Trabajaba en un taller de costura.
—No, no conozco a nadie con ese nombre… ¿Esa no era…? ¿No se llamaba así la mujer que encontraron junto al Teatro Nacional?
—Sí.
—¿Por qué me preguntáis a mí por ella?
—Rósamunda no mostraba interés ni en elfos ni en cuentos populares y, sin embargo, Hrund y ella vivieron la misma experiencia extraña y se nos ocurrió que tú nos la podrías aclarar.
—¿Qué? ¿Qué experiencia?
—Antes de su desaparición, Hrund dio a entender que un elfo la atacó —expuso Flóvent inclinándose sobre la mesa—. Y Rósamunda contó que el hombre que con toda probabilidad la violó le ordenó echar las culpas a los elfos. Sus historias se asemejan tanto que parece como si ambas hubieran caído en las garras del mismo agresor, sea cual sea su procedencia. Tres años separan sus ataques. Uno tuvo lugar en el norte, en Öxarfjörður, donde tú trabajabas construyendo una carretera. El otro sucedió aquí, en el sur, cuando comenzabas la universidad. Conocías a una de las chicas, a Hrund, y ahora te repito: ¿conocías también a Rósamunda?
Jónatan escuchaba el discurso de Flóvent y poco a poco iba entendiendo el verdadero propósito por el que le habían llevado hasta allí, el despacho de la Policía Judicial.
—¿Es que acabáis de detenerme? —preguntó estupefacto ante los dos agentes.
—¿Te parece que tenemos razones para hacerlo? —quiso saber Thorson.
—¿Me estáis…, creéis que les hice algo a aquellas dos chicas? ¿Que yo las… que… las asesiné?
—¿Lo hiciste? —preguntó Flóvent.
Su asombro no les pasó inadvertido, pero cierta teatralidad en él hacía que les pareciera falso.
—No —espetó Jónatan ofendido—. ¿Estáis locos?
—¿Le dijiste a Hrund que se inventara haber sido agredida por los elfos para ocultar lo que le hiciste? ¿Repetiste la misma estrategia con Rósamunda cuando te mudaste aquí?
—¡No!
—¿Las forzaste?
—¿Forzarlas? No puede ser, todo esto es un malentendido. Esto es… No me puedo creer que habléis en serio. No me lo creo. Esto… esto es un disparate. —Jónatan se puso en pie—. Necesito irme a casa. He de seguir redactando mi trabajo y tengo muchas cosas que hacer. Estoy demasiado ocupado para hacerme cargo de esto.
Quiso apresurarse en dirección a la puerta pero Thorson se interpuso en su camino, lo agarró, lo llevó de vuelta hasta la silla e hizo que se sentara. Jónatan no opuso resistencia alguna.
—Ahora no puedes irte —le informó con calma—. No te marcharás de aquí hasta que nos lo cuentes todo.