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Petra no siguió el mismo camino que su madre y no quiso convertirse en una modista con negocio propio. A juzgar por las prendas tan dispares que llevaba puestas, no parecía manifestar ningún interés por la costura ni por vestir con elegancia. Por su aspecto daba la impresión de que ella, una mujer hecha y derecha, todavía se rebelara contra todo lo que su madre representaba. Konráð no se atrevió a preguntarle al respecto, pero no detectó el más mínimo rastro de que albergara ninguna afición por la costura. Era algo mayor que Konráð y «estaba formada», como se decía en sus tiempos cuando alguien terminaba el bachillerato. Sin embargo, no llegó a cursar estudios universitarios. En su lugar viajó en barco hasta Europa y estuvo dando vueltas por el continente. Al regresar a Islandia encontró trabajo como secretaria en el Hospital Nacional y allí pasó casi toda su vida laboral o, más exactamente, hasta poco antes del colapso bancario. Entonces la despidieron debido a los recortes. Estaba separada, tenía cuatro hijos y un montón de nietos encantadores, tal como ella lo expresó.

Konráð se dio cuenta enseguida de que a Petra no le aburría hablar de sí misma y él no quería interrumpirla, acuciarla o precipitarse. Vivía en un bloque de pisos en el este de la ciudad ya que tras su separación no le quedó más salida que vender su gran casa unifamiliar en Garðabær; su marido y ella acabaron por cansarse el uno del otro en cuanto los hijos se independizaron.

Konráð la había telefoneado la tarde anterior. Petra recordaba bien a Stefán Þórðarson —no conocía el nombre de Thorson— y le dijo a Konráð que sería bien recibido en su casa. Geirlaug ya se había puesto en contacto con ella para contarle su conversación telefónica y que él mostraba mucho interés en verse con ella.

Cuando Konráð pudo por fin comenzar a hablar sobre las razones que le hacían estar allí, resultó que Petra mostraba una considerable curiosidad por la muerte de Stefán. Le hizo toda una serie de preguntas al respecto que Konráð trató de responder lo mejor que supo sin revelar ningún dato significativo para el caso. Sin lugar a dudas, su muerte estaba rodeada de circunstancias muy extrañas y la investigación iba por buen camino. Él mismo no gozaba de acceso directo a ella, admitió, pero debía encargarse de algunas cuestiones a petición de la agente responsable del caso. Petra no se mostraba menos interesada en el propio Konráð y también lo avasalló a preguntas. Él trató de salvar la situación como buenamente pudo, pues consideraba que no podía quejarse ya que, a su vez, si estaba allí era para obtener información de la mujer.

Finalmente consiguió encauzar la conversación hacia la visita de Stefán. Petra creía recordar haber hablado con el anciano dos semanas antes de leer en la prensa la noticia de su muerte. Al ver las fotos que aparecían en los medios de comunicación lo reconoció de inmediato, pero no se le ocurrió que ella podría resultar de alguna ayuda para la policía.

Su madre dirigió un taller de costura hasta mediados de los años sesenta, cuando decidió venderlo. Por entonces se empezaba a importar ropa más barata, las tiendas proliferaban y el número de grandes talleres de costura menguaba a pasos agigantados. Su madre falleció en 1980. Su padre algo después. Petra tenía dos hermanos, ambos todavía vivos.

Geirlaug y ella eran viejas amigas desde el bachillerato y, por lo que Petra pudo entender al hablar con Stefán, este charló un buen rato con un ingeniero que conocía bien a Geirlaug y, por algún motivo, en la conversación salió a la luz que esta conocía precisamente a la modista dueña de un taller de costura —es decir, la madre de Petra— que interesaba a Stefán por algo sucedido durante la guerra. Stefán parecía conocer muchos detalles sobre el taller y aseguraba haber hablado en su momento con ella.

—¿Sabes dónde habló Stefán con ese ingeniero? —preguntó Konráð.

—Me dijo que en un entierro —contestó Petra—. El tal Stefán leyó casualmente una esquela sobre una mujer que trabajó en el taller de mi madre, se presentó en el entierro y allí se encontró con el ingeniero, a quien conocía por su trabajo.

—Esa mujer, la difunta, ¿trabajó para tu madre durante la guerra?

—Sí, y después unos años más, creo. Toda esa información aparecía en la esquela. Stefán recordaba su nombre porque era muy amiga de Rósamunda, la muchacha asesinada, y Stefán también la conocía. En su momento la interrogó en relación con el caso, o al menos eso me explicó. Cuando leyó la esquela en la que se explicaba lo del taller de costura sintió la necesidad de indagar acerca de ella, quizá porque la recordaba de los viejos tiempos. En todo caso, decidió ir al entierro y allí se encontró con aquel ingeniero que conocía y comenzaron a hablar sobre la difunta y qué relación guardaba con el taller de mi madre y entonces el ingeniero mencionó a Geirlaug, y que éramos amigas… Esa es toda la historia o, al menos, lo que el anciano me contó. No sé si habrá algo de verdad en todo esto.

—No creo que se inventara nada —aventuró Konráð—. Por lo que he averiguado hasta ahora, Stefán era un hombre extraordinariamente honesto.

—Al menos esa impresión me dio —aseguró Petra—. Me habló de mi madre, de que entonces acudió a verla acompañado de otro hombre, un agente de policía cuyo nombre no recuerdo. Estaban investigando aquel asesinato.

—¿Fue a verte por alguna razón en particular? —preguntó Konráð—. ¿Por algo directamente relacionado con el caso?

—No, creo que no. Al menos, no al principio. Me dijo que se acordaba de Rósamunda de tanto en tanto, y que le gustaría poder hacerme una visita. Tenía unos modales impecables y no aparentaba que fuera tan mayor, no noté que se moviera con rigidez ni nada parecido. Dijo que siempre había llevado una vida sana.

—Parecía estar en forma para su edad.

—Eso es, por eso me arrepentí un poco de haberle causado semejante disgusto —admitió Petra.

—¿Disgusto?

—A mí me parecía muy inocente pero él le dio otra interpretación y se puso muy nervioso. Aseguró que no podía entender a mi madre. Que cómo podía haber hecho una cosa semejante. Se refería a que no les había avisado.

—¿Qué es lo que hizo? ¿Avisado de qué?

—Hay algo que mi madre me contó mucho tiempo atrás, hace décadas. Cuando me lo explicó, yo era ya adulta y no le di ninguna importancia.

—¿Y eso le provocó un disgusto a Stefán?

—Tienes que entender cómo era mi madre, traté de explicárselo a él —se justificó Petra—. Tenía un carácter muy especial. Deberías haberla conocido bien para comprender de verdad qué pensaba de sus clientes, y más todavía en los viejos tiempos. Era una esnob, lo reconozco. Una esnob de arriba abajo. Como la gente de aquella época, que lo era más que ahora. Quizá trataba con mayor desprecio a los demás, los llamaba sirvientes y cosas así. Poco antes de morir todavía seguía tratando de usted a los dependientes de las tiendas cuando hacía mucho tiempo que ya nadie lo hacía. Ella no abandonó nunca esa costumbre. Adulaba a la gente de clase alta, siempre hablaba sobre cuánto conocía a fulano o a mengano y que si estos o aquellos fueron clientes suyos y que la trataban como a una más de ellos y todo eso, ya me entiendes. «Ella siempre hacía negocios conmigo», decía si salía en la conversación alguna de aquellas estiradas.

Konráð no estaba seguro de entender muy bien los argumentos de Petra, pero sí percibió que hablaba de su madre con frialdad. Ella, entretanto, seguía hablando:

—Por ejemplo, prefería unos clientes antes que a otros. Con muchos de ellos conservaba una relación de confianza que respetó hasta su muerte. Ella era así. No se iba de la lengua en nada relacionado con ellos, los consideraba casi como parte de su vida privada y por eso ellos confiaban en ella, iban a su taller y querían que se ocupara de sus cosas, por así decirlo.

—¿Y eso qué tiene que ver con Stefán? ¿Por qué le causó un disgusto?

—No, no fue por eso, no por su manera de ser, sino por lo que no les contó a él y a su compañero cuando la entrevistaron, algo sobre la tal Rósamunda. Realmente, no sé ni por qué saqué el tema cuando hablé con él. Con Stefán. No sé qué importancia tenía.

—¿Puedes decirme de qué se trataba?

—Mi madre me contó que una vez se encontró a Rósamunda en el patio trasero del taller de costura, llorando y con la ropa hecha un cisco, tal como ella lo expresó. Pensó que la habían agredido y, cuando se dispuso a ayudarla, Rósamunda le pidió que la dejara en paz y mi madre obedeció. Creo que se arrepintió de no haber hecho algo más por la chica. Por mucho que insistió, ella no quiso decirle qué le había pasado y, visto el estado en que se encontraba la pobre, la mandó a casa. Lo único que sabía mi madre era que ese mismo día Rósamunda tuvo que llevar un vestido a un domicilio determinado, aquí en el centro, y venía de allí cuando la vio en el patio. La chica no volvió a hablar de ello jamás, pero se negó a llevar más encargos a esa casa. Mi madre no se lo comentó nunca a nadie porque tampoco sabía qué ocurrió exactamente allí. Le dije a Stefán que mi madre era así. Ella jamás habría contribuido a que aquella gente pudiera parecer sospechosa. Nunca.

—¿Por qué podría haber parecido sospechosa?

—Por lo que sucedió más tarde. Por lo que le ocurrió a la chica.

Konráð miraba fijamente a Petra conforme iba asimilando su relato poco a poco y con él su sentido y su significado para Thorson. ¿Cómo debió de reaccionar al oír aquello? Petra dijo que le había causado un disgusto. Quizás era una manera comedida de expresarlo.

—¿Tu madre pensaba que aquel suceso y su muerte estaban relacionados?

—Creía que tal vez le hicieron algo en aquella casa, ¿sabes lo que quiero decir? Todo aquello no dejó de incordiarla con el paso del tiempo.

—Cuando tu madre encontró a Rósamunda llorando en el patio ¿fue poco antes de que hallaran su cadáver?

—Dos o tres meses antes —recordó Petra—. No pretendía contarme nada. Se le escapó. Aun así, tuve la impresión de que llevaba mucho tiempo dándole vueltas y de que le incomodaba hablar de ello, así que tampoco iba a ponerme a torturarla.

—¿Nunca averiguó qué le pudo pasar exactamente a Rósamunda en ese domicilio?

—No. La chica nunca habló de ello. Los dueños de esa casa eran viejos conocidos de mi madre, buenos clientes, y ella se negaba a creer que le pudieran haber hecho algo a la muchacha. No quería que el asunto llamara la atención de nadie, ya me entiendes. Lo comprenderías mejor si la hubieras conocido. A sus ojos, los clientes eran sagrados.

—¿Y tu madre era la única que lo sabía?

—Sí, seguramente. Y la propia Rósamunda, claro.

—¿Y dices que tantos años después, cuando te lo contó, aún no estaba del todo tranquila?

—No, era evidente. Seguía pensando en aquello incluso poco antes de morir.