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Konráð pensó en consultar el listín telefónico en Internet, llamar a todas las mujeres registradas bajo el nombre de Geirlaug y preguntarles si guardaban algún vínculo con algún antiguo taller de costura de Reikiavik, si conocían a Thorson y si por casualidad hablaron con él poco antes de su muerte, pero no encontró a ninguna Geirlaug que figurara como modista, lo que le hizo constatar que el gremio había quedado obsoleto hacía tiempo. Si la mujer que buscaba no tenía un número registrado a su nombre, debería recurrir a otras vías más complicadas para dar con ella.

El día después de su visita a Birgitta comenzó a telefonear a todas las mujeres llamadas Geirlaug, hacia el mediodía. Se había levantado tarde, algo poco habitual en él. La noche pasada había tenido problemas para conciliar el sueño a pesar de todo el vino tinto ingerido y no pudo pegar ojo pensando en el caso que estaba investigando y en el destino de Thorson. Pensó en su amado y en que parecía haber vivido solo toda su vida desde su fallecimiento. Pensó en la amistad entre él y Birgitta y la posibilidad de que ella le hubiera practicado la eutanasia a pesar de que lo negara rotundamente.

Se despertó con resaca, sin mucho apetito, y tomó abundante café acompañándolo de agua de vez en cuando. Permaneció sentado mirando al infinito hasta que comenzó a telefonear a todas las Geirlaug del listín. Decía ser un conocido de Stefán —no utilizaba el nombre de Thorson— y explicaba que necesitaba ponerse en contacto con una mujer llamada Geirlaug que habría hablado con él recientemente. Pudo contactar con la mayoría. Una mujer que inicialmente no respondió al teléfono lo llamó más tarde. Ninguna reconocía el nombre de Stefán Þórðarson salvo dos que recordaban vagamente alguna noticia sobre un hombre llamado así. Las conversaciones eran breves y muy pocas mostraban interés. «Te has equivocado de número» era la respuesta más frecuente. Solo un par de mujeres que, por la voz, le parecieron mayores, querían conocer más detalles. Pero Konráð no les dedicó mucho tiempo. Si no conocían a Stefán, se despedía enseguida y cortaba la comunicación.

Continuó así todo el día mientras escuchaba las noticias o leía los periódicos. Navegó por Internet y perdió el tiempo con tonterías hasta que sonó el teléfono.

—¿Sí? —respondió.

—¿Me ha llamado alguien desde este número? —preguntó una mujer mayor.

—Es posible. ¿Te llamas Geirlaug?

—Sí, ¿quién eres?

—Me llamo Konráð, disculpa que te moleste, pero soy un conocido de Stefán Þórðarson, un anciano que ha fallecido recientemente, quizá lo hayas visto en las noticias. Tengo entendido que hablaste con él poco antes de que muriera.

—Así es —respondió la mujer—. Me llamó por teléfono. Igual que tú ahora.

—¿Ah, sí?

—Sí, no sé cómo dio con mi nombre y tampoco me lo explicó, tan solo dijo que se había enterado de que yo conocía a una mujer con la que él necesitaba ponerse en contacto.

—¿No os visteis?

—No, solo hablé con él por teléfono.

—¿Y qué podías hacer tú por él?

—¿Quién has dicho que eres?

—Me llamo Konráð y soy un conocido de Stefán. Colaboro con la policía, que lleva la investigación del caso.

—¿Habéis averiguado lo que ocurrió?

—Todavía no. ¿Podrías decirme cuál fue el motivo de su llamada?

—Buscaba a una vieja amiga mía —explicó Geirlaug—. Me costó bastante entender qué quería y luego resultó que alguien le comentó que yo podía ayudarle a encontrarla. Él ni siquiera sabía cómo se llamaba.

—¿Y cómo se llama?

—¿Mi amiga? Se llama Petra. La buscaba por un asunto que tenía que ver con su madre, eso me contó Petra luego. Por lo visto quería indagar sobre ella.

Geirlaug guardó silencio como si hubiera dado por concluida la conversación.

—¿Por qué ese interés por su madre? —preguntó Konráð.

—¿Por la madre de Petra?

—Sí.

—Llevaba un taller de costura durante la guerra y Stefán tenía mucho interés en él.

—¿En el taller de costura?

—Sí, sobre todo en una chica que había trabajado allí y se llamaba Rósa… no sé qué, me parece que dijo Petra. Ella me llamó después de hablar con él. Sabía que yo le había dado su número.

—¿Puede que se llamara Rósamunda?

—Sí, Rósamunda, es posible.

—¿Y qué ocurrió con aquella chica, Rósamunda?

—La encontraron muerta junto al Teatro Nacional durante la guerra. ¿Te suena la historia?

—Sí. ¿Por qué Stefán estaba tan interesado en ella?

—Quería saberlo todo de ella, pero para saber qué dijo exactamente deberías hablar con Petra. ¿Quieres que te dé su número? Lo tengo por aquí, un momento…