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Birgitta recibió a Konráð con cordialidad, no parecía en absoluto sorprendida de volverlo a ver. Él tomó asiento en el salón y ella le preguntó por la investigación y si había novedades acerca de la muerte de Thorson. Él confesó no poder responder mucho al respecto; más que nada, andaba haciendo pesquisas por su cuenta ya que el caso también afectaba a su propio pasado, aunque de forma casi insignificante. Ella sintió curiosidad de inmediato y Konráð le contó por encima el caso de Rósamunda. Se ahorró los detalles sobre su padre, tan solo dijo que había conocido a los padres de Rósamunda. El caso no parecía haberse resuelto en su momento, no figuraba nada sobre él en los archivos de la policía, aunque teóricamente deberían poder encontrarse documentos relacionados con la investigación en las bases de datos del ejército norteamericano, en caso de que se hubiera adjudicado a este su resolución. Konráð sabía que Marta pretendía solicitar tales documentos al otro lado del Atlántico.

—¿Alguna vez oyó hablar a Stefán sobre el caso de Rósamunda? —preguntó Konráð.

—No, nunca. ¿Es que se conocían?

—¿Sabes a qué se dedicaba Stefán mientras estuvo aquí durante la guerra?

—No muy bien. Sé que estaba en las tropas de ocupación, aquí en Reikiavik.

—Parece ser que trabajaba en la Policía Militar estadounidense —detalló Konráð—. Uno de los casos que investigaba era la muerte de Rósamunda. ¿Nunca te lo contó?

Birgitta respondió que no, nunca le mencionó haber trabajado en la Policía Militar. A decir verdad, no hablaba mucho sobre su vida en aquellos tiempos.

—¿Y creéis que…? ¿Creéis que quizás ese caso guarde alguna relación con lo que le ha ocurrido? —preguntó.

—No puedo hablar sobre la investigación del caso, pero se están estudiando todas las posibilidades a partir de una serie de elementos como, por ejemplo, el modo en que lo encontramos: en la cama, acostado plácidamente —dijo Konráð con intención.

—Sí; lo habían asfixiado, ¿no?

—Todo indica que así fue. Una posibilidad que estamos estudiando, uno de esos elementos que mencionaba, es su estado anímico. Otro es su avanzada edad. También los asuntos de los que se ocupaba los últimos días antes de su fallecimiento. Incluso su visión de la muerte. ¿Sabes cuál era? ¿Habló contigo alguna vez sobre cómo dejaría este mundo?

—No sé a qué te refieres —dijo Birgitta.

—¿Sabes, por ejemplo, si quería que lo incineraran o lo enterraran?

—Nunca tocó el tema —contestó Birgitta—. No conmigo.

—No hemos hallado ningún testamento en su casa, ¿sabes si tenía alguno?

—No, no lo sé.

—¿Y alguna vez habló contigo sobre cuestiones como la eutanasia?

—¿Por qué me lo preguntas? —dijo finalmente Birgitta tras un breve silencio.

—Porque sabemos que no te posicionas en contra —contestó Konráð—. Nos han llegado noticias de que apoyas o apoyaste en su momento la eutanasia. Eres enfermera, debiste conocer a pacientes agonizantes que no soportaban sus padecimientos. ¿Te gustaría que esos enfermos pudieran optar por la eutanasia?

—Estoy a favor de la eutanasia practicada legalmente, como en Holanda y otros países —afirmó la mujer.

—Y tú…

—Yo no he asistido a nadie para acortarle su vida, si eso es lo que insinúas. Hay un largo camino entre apoyar una opción y practicarla.

—No sostengo que lo hayas hecho.

—Entonces, ¿por qué me preguntas por la eutanasia?

—¿Qué grado de intimidad teníais Stefán y tú?

—¿Intimidad?

—Sí, cuando murió. ¿Cómo evolucionó vuestra relación con el tiempo mientras tu marido, Eyjólfur, estaba vivo?

Birgitta se levantó.

—Creo que deberías marcharte ahora mismo —dijo.

—¿Por qué?

—No tengo nada más de que hablar contigo.

Konráð no se movió. Ya contaba con aquella reacción.

—Disculpa, no pretendía alterarte. Forma parte de la investigación policial.

—No puedes presentarte aquí por las buenas y culparme de esas cosas —espetó Birgitta—. ¡Eutanasia! Yo no le hice nada a Stefán, nada de nada. No la necesitaba.

—¿Se declaraba él a favor de la eutanasia?

—Creo que no estaba en contra. Nunca hablamos del tema.

—Habías perdido a tu marido…

—¿Por qué lo metes en medio? ¿Es que piensas que también lo maté?

—No —reculó Konráð—. No era mi intención alterarte.

Durante su primera visita a Birgitta, ella le habló de Eyjólfur, su marido, y de que él y Stefán, o Thorson, como se llamaba antes, eran buenos conocidos. Luego, tras la muerte de su marido, ellos mantuvieron el contacto. Durante años vivieron uno frente al otro en el mismo edificio y se trataban con frecuencia, pero no dio más detalles acerca de hasta qué punto era profunda su relación. Uno de los agentes que hallaron el cuerpo comentó haberle oído decir que seguramente Stefán estaba al fin en paz.

—¿Erais Stefán y tú algo más que simples vecinos?

Birgitta asintió con la cabeza.

—Era muy reservado —explicó—. No fue hasta después de morir mi querido Eyjólfur cuando… quiero decir que rara vez hablaba de sí mismo con Eyjólfur y conmigo…, Cuando me quedé sola y lo fui conociendo mejor, empecé a acercarme más a él. Comenzó a visitarme asiduamente y, de alguna manera, el resultado fue que nosotros… —De pronto Birgitta miró a Flóvent con una expresión sorprendida—. ¿No pensarás que…?

—Solo trato de entender bien cómo era vuestra relación.

—No es lo que estás pensando. Éramos amigos.

—¿Nada más?

—Nada más.

—¿Estás segura?

—¡Pero bueno! ¡Pues claro que estoy segura! Stefán no era así.

—¿Así cómo?

Miró enojada a Konráð.

—Me preguntaste sobre sus amigos —dijo tras guardar un largo silencio—. Pues bien, supongo que habrás visto la fotografía que guardaba en la mesilla de noche.

—Sí. —Konráð visualizó al hombre elegante de la fotografía.

—Ese era su amigo. Un amigo muy querido.

—¿Quieres decir que Stefán era…? ¿Estás diciendo que ese hombre era su amante?

—Sí. Por eso nunca podría haber habido nada entre nosotros más que amistad.

—¿Qué fue de ese hombre?

—Falleció por insuficiencia cardíaca después de varios años de relación. Lo llevaban con la máxima discreción, como era normal en aquellos tiempos. Al poco de su muerte, Stefán se mudó al este, a Hveragerði. A partir de entonces vivió siempre solo, nunca llamaba la atención, vivía aislado del resto del mundo, con pocas amistades.

—Pero la fotografía no estaba en un lugar visible. La guardaba en la mesita de noche.

—Ya. Seguramente sería una vieja costumbre, de cuando era necesario esconder esas cosas.

—Si te lo contó, es que tu relación con él era realmente buena.

—A lo largo de los últimos años llegamos a tenernos mucho cariño y lo echo de menos. Pero no le fui infiel a Eyjólfur mientras vivió, si es lo que piensas. Y eso de que yo haya podido intervenir en su muerte no tiene ningún sentido. ¡Ninguno!

—¿El hombre de la fotografía tiene parientes? ¿Alguien con el que yo pudiera hablar? ¿Alguien con quien Stefán estuviera en contacto?

—Tenía un hermano que falleció. No sé de nadie más.

—¿Por qué crees que Stefán nunca te contó que fue policía en Reikiavik durante la guerra para el ejército norteamericano?

—No mostraba especial interés por aquellos tiempos. Me daba la sensación de que se mostraba reticente a recordar aquellos años. Y nunca le oí mencionar a la tal Rósamunda.

—¿Te dijo con qué andaba ocupado las semanas y meses antes de su muerte? —preguntó Konráð.

—¿No hemos hablado ya de eso? —respondió Birgitta, cansada.

La visita de Konráð la estaba poniendo a prueba y él notó que quería quitárselo de encima, librarse de sus preguntas y de su fisgoneo sobre su vida privada. Decidió que ya era suficiente y se puso en pie para despedirse.

—La otra vez me preguntaste sobre las visitas que Stefán recibió antes de morir —añadió Birgitta— pero yo no recordaba ninguna en especial. Luego le di más vueltas y caí en que, poco antes de morir, me comentó que se encontró con una mujer que le contó algo y él no sabía bien qué hacer con aquella información. Decía que había pasado tanto tiempo… No sé si esto guarda alguna relación con el caso.

—¿Qué mujer era esa?

—Una que le dijo algo sobre un antiguo taller de costura.

—¿Un antiguo taller de costura?

—Sí, Stefán dijo que ya no existía. Me refiero al taller. Tuvo su mejor época durante la guerra.

—¿Sabes qué le contó esa mujer?

—No entró en muchos detalles, solo comentó que era algo que probablemente ya daba igual. Lo siento, pero no tengo ni idea de quién era esa mujer. De hecho, ahora creo recordar que eran dos, me parece, y que una de ellas se llamaba Geirlaug o algo parecido.

—¿Cuándo pudo haber sucedido ese encuentro?

—Pues hará unas dos semanas, me parece.

—¿No sabes por qué las fue a visitar?

—Me temo que no.

Konráð se entretuvo hasta bien entrada la tarde buscando información en Internet sobre antiguos talleres de costura y boutiques. Según sus indagaciones, en Reikiavik funcionaban unos cuantos talleres de costura en torno a la Segunda Guerra Mundial. En aquella época desempeñaban una función indispensable en la vida urbana ya que en las tiendas existía una menor oferta de prendas ya confeccionadas. La gente compraba la tela y la llevaba a los talleres para hacerse vestidos y abrigos, edredones, cortinas o todo aquello que se deseara o hiciera falta en el hogar. Las grandes tiendas contaban con su propio taller y cosían las prendas con la misma tela que podía adquirirse en ellas. Aquella práctica había quedado relegada al olvido con el paso del tiempo.

Dio un trago largo de The Dead Arm, le embargó la sensación de que le subía el ánimo y dejó vagar el pensamiento entre recuerdos de su padre y el más allá, unos restos mortales trasladados gracias a investigaciones espiritualistas y unos huesos que jamás fueron hallados.

Luego se terminó la botella y pensó en Birgitta y en lo que reveló sobre Thorson y su amante y en las pequeñas manchas que mostraba aquella fotografía oculta en su mesilla de noche. A primera vista creyó que estaba sucia, pero ahora tenía la impresión de que eran lágrimas de los ojos empañados de Thorson vertidas sobre aquel rostro de la imagen en algún instante de emoción.