Un frío día de invierno, poco después de haber identificado a Frank en la Jefatura de la Policía Militar, Ingiborg se puso su mejor abrigo y un sombrero elegante y caminó hacia Fríkirkjuvegur, 11, donde solicitó hablar con Flóvent. Era la primera vez que acudía a aquella enorme mansión que albergaba la incipiente Policía Judicial de Reikiavik. Una oficinista la recibió en la entrada y le pidió que esperara un momento.
Poco después salió Flóvent y llevó a Ingiborg a su despacho.
—No sabía a quién más acudir —admitió la muchacha mientras se sentaba frente al escritorio de Flóvent y dejaba vagar su mirada por la estancia.
El despacho no era muy grande. Por una ventana que daba al jardín, donde antes se levantaba un establo, se distinguía la penumbra de los cortos días de invierno. La única iluminación procedía de la lámpara del escritorio, que proyectaba una luz tenue sobre los documentos que Flóvent estaba revisando antes de su llegada, una ficha con huellas dactilares y unas fotografías de Rósamunda tomadas detrás del Teatro Nacional.
Frank estaba en manos de la Policía Militar norteamericana. Ingiborg no lo había vuelto a ver desde su encarcelamiento. Flóvent le explicó que permanecería en prisión mientras continuara la búsqueda de pruebas que confirmaran su versión de los hechos.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Flóvent.
—¿Qué va a ser de Frank? —preguntó ella.
—No lo puedo saber con certeza. Si se demuestra que no estaba involucrado en la muerte de Rósamunda y no hay ninguna otra razón para mantenerlo encerrado, saldrá libre.
—¿Y continuará en el ejército?
—Es de esperar.
—¿Aquí, en Reikiavik?
—Lo ignoro. Tal vez sea un hombre sin palabra y un embustero pero, lamentablemente, eso no es ningún crimen. Se habla de una invasión inminente en la Europa continental, del traslado del ejército a Gran Bretaña. Posiblemente lo destinen allí con su unidad.
—Tengo que hablar con él —anunció Ingiborg—. Es urgente.
—Creía que no querrías saber nada más de él —se sorprendió Flóvent.
—Y no quiero, no quiero verlo ni en pintura, pero necesito hablar con él. Pensé que tal vez podrías hacer que fuera posible. Si es que va a seguir encerrado en la prisión del ejército.
—Podría hablar con Thorson —sopesó Flóvent—. ¿Puedo preguntarte por qué tienes que hablar con Frank?
—Es… personal.
—Me refiero a que no se trata de nada relacionado con el caso.
—Por supuesto que no. En absoluto. Son… Cosas nuestras.
Ingiborg no se atrevía a mirar a Flóvent a los ojos. Observaba las fotografías de la joven que el agente tenía delante, sobre la mesa. No quería contarle por qué sentía la necesidad imperiosa de hablar con Frank Ruddy, aunque sentía tal aversión ante ello que la mera idea le hacía sentirse mal. Desde varias mañanas atrás la asaltaban náuseas, malestar y debilidad y pronto comenzó a sospechar a qué se debía su malestar. No se debía solo a haber sido defraudada por un norteamericano tan vil como para apropiarse del nombre de una estrella de cine con el fin de embaucarla. Sin duda alguna eso hacía flaquear sus fuerzas y que se sintiera desgraciada, pero no explicaba su malestar físico. De hecho, sus síntomas se remontaban a antes de todo aquello y en las últimas semanas cada vez se angustiaba más a causa de su estado. Lo que más deseaba era hablar de ello con su madre, pero era imposible tal y como estaban las cosas. Bastante tenían encima sus padres. Aquella espantosa tarde en que salieron corriendo de la parte trasera del Teatro Nacional, ella pensaba contarle a Frank sus preocupaciones, pero no le dio tiempo a hacerlo. Ahora le parecía que debía saberlo. A pesar de todo.
Si tomó la decisión de acudir a Flóvent fue porque este, unos días atrás, la había citado para exponerle lo que la policía sabía con certeza acerca de Frank. No formaba parte de su cometido, pero a Ingiborg le pareció que el agente se preocupaba por ella y le tentaba la idea de contarle su problema. La trató con delicadeza, se mostró comprensivo, con empatía, tratando de que no le afectaran demasiado las mentiras del norteamericano. Cuando se despidieron, Flóvent le aseguró que podía acudir a él para cuanto necesitara, que la apoyaría tanto como le fuera posible. Y ahora allí estaba ella. Ante su escritorio.
—Está bien —concedió Flóvent—. Hablaré con Thorson para ver qué opina.
Dos horas después, Thorson la recibió en el campamento de barracas de Laugarnes, uno de los barrios de barracas militares más grandes del país, y la acompañó hasta la prisión del ejército. Igual que Flóvent, ignoraba con qué propósito quería la muchacha hablar con Frank. Flóvent solo le comentó por teléfono que se trataba de un asunto personal entre ambos que no guardaba relación con la investigación. Thorson no lo puso en duda. Le preguntó a Ingiborg si quería que hiciera de intérprete, pero ella le respondió que no hacía falta.
La acompañó hasta una pequeña sala y le pidió que esperara. La prisión estaba situada en el interior de una barraca del campamento. Era tan grande que en él podían encontrarse dormitorios de militares, oficinas, cantinas, una tienda, un centro médico, una comisaría y una prisión. Esa clase de campamentos militares, con sus barracas de estructura arqueada, habían proliferado en el área urbana y cada barrio era como una pequeña aldea en campo abierto, en los confines del mundo.
Llevaron a Frank hasta la sala. Puso cara de asombro al ver quién quería visitarle.
—You? —preguntó como si no contara con volver a ver a Ingiborg en su vida. La puerta se cerró tras él y se sentó—. Let me tell you, I was never going to lie to you —dijo—. It was just… I just…
—No importa —respondió Ingiborg en un inglés rudimentario.
No quería escuchar más mentiras suyas. Debía comunicarle por qué estaba allí, consideraba que tenía derecho a saber cuál era la situación. Lo que ella hiciera a continuación dependería de la reacción de Frank. Naturalmente, durante largas noches de insomnio sopesó no contarle nada, pero le parecía que no sería justo para él.
—I have… baby —explicó ella posando la mano sobre su vientre para dejar claro lo que quería decir.
Frank no mostró ninguna reacción.
—Tu… your —aclaró ella.
—My what? —preguntó Frank.
—Baby —respondió Ingiborg.
Frank la miró fijamente.
—No way —zanjó—. Hell, no way!
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ingiborg con cara de desconcierto.
—You come to me with that shit… Yo no tengo nada que ver —rechazó—. Es mentira. ¡Una maldita mentira! That’s a lie!
—Es tuyo —aseguró Ingiborg acariciándose el vientre.
—No. I am not doing this! This is not my problem!
Frank se levantó de un salto y aporreó la puerta. El vigilante abrió y lo dejó salir. Thorson apareció detrás de él y entró en la sala después de que se llevaran a Frank.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Sí, será mejor que me vaya —decidió Ingiborg levantándose.
—¿Qué te ha dicho?
—Nada. Todo va bien.
Ingiborg había estado preocupada por la posible reacción de Frank, pero ahora sabía lo que ya sospechaba, que no la apoyaría en absoluto. La conclusión no le disgustaba del todo. En dos ocasiones se citaron en Öskjuhlíð para disfrutar del amor sobre una manta de lana. Él juró ir con cuidado. A ella le dolió en ambas ocasiones.
—Permíteme que te lleve a casa en coche —se ofreció Thorson.
—Muchas gracias, no hace falta, puedo ir caminando. Gracias por dejarme verlo. Ya no tengo que volver a hacerlo.
Luchaba por contener el llanto y Thorson la cogió de una mano e intentó confortarla.
—No eres la primera a la que engaña un militar. Has tenido mala suerte. Frank es un mentiroso de pacotilla. Gracias a Dios, no todos son así.
—No sé qué debo hacer. Él…
—¿Para qué querías ver a ese idiota? Creía que sería lo último que querrías hacer en la vida.
—Necesitaba hablar con él.
—¿Con qué motivo? ¿Por la investigación?
Ingiborg negó con la cabeza.
—Por otra cosa —dijo ella.
—¿Por qué estás tan apenada?
—No lo puedo contar. Tengo que irme a casa.
—¿No puedes…? ¿Estás…?
Ingiborg se echó a llorar.
—¿Estás embarazada de él?
Ella asintió con la cabeza.
No albergaba la intención de revelarlo, quería llevarse el secreto de nuevo a casa, subir a su habitación y encerrarse. No tenía ni idea de cómo debía actuar. No contaba con nadie a quien pedir consejo. Con el tiempo no le quedaría más remedio que confesarle a su madre su situación y eso la atemorizaba terriblemente. Por no hablar del revuelo que se produciría cuando su padre se enterara de que su hija esperaba un niño cuyo padre era un militar norteamericano. Miró a Thorson. Sus palabras brotaron de golpe, casi involuntariamente, pero se sintió más aliviada después de haberlas pronunciado. Flóvent y Thorson la habían apoyado enormemente y confiaba en ellos.
—¿Te ha examinado algún médico? —preguntó Thorson.
—No hace falta; estoy segura.
—¿Lo saben tus padres?
—¡Dios santo, no!
—Deberías contar con su opinión.
—No me atrevo. No sé qué tengo que hacer.
—Por lo menos deberías hacerte una revisión médica —sugirió Thorson—. Para confirmar que estás embarazada. Luego deberías hablar con alguien de confianza. A Frank no le ha gustado nada la situación, ¿me equivoco?
—Creía que le estaba mintiendo. No lo hago. Él es el único que… puede ser.
—Supongo que habrás contemplado todas las opciones.
—No intentaré deshacerme del bebé —afirmó Ingiborg—. No pienso hacerlo.