17

Konráð abría sin cesar las páginas de los periódicos en la pantalla de su ordenador y leía noticias sobre accidentes aéreos en Berlín y treguas en Italia. Por lo general, los artículos sobre la guerra ocupaban la mayor parte del espacio. No eran pocos, precisamente. El resto de noticias archivadas en las hemerotecas digitales hacían referencia a discusiones políticas y accidentes de barco. El buque Óðinn, desaparecido con cinco hombres a bordo. La celebración de la República en Þingvellir se hallaba en plenos preparativos. Todo estaba disponible en Internet y él, minucioso, no se cansaba de leer. Su búsqueda abarcaba hasta mucho después del hallazgo de Rósamunda, pero no encontró muchas noticias relativas al caso salvo las que Thorson atesoraba y que no aportaban nada nuevo a la información que ya poseía. Recordó que en la época de la guerra se decidió establecer medidas de censura cuyo objetivo era, entre otras cosas, que no apareciera publicado nada que pudiera favorecer a los alemanes, aunque consideró que dichas medidas no afectarían al caso de la joven.

También había buscado información en antiguos informes de la Policía Judicial, pero apenas encontró nada. Parecía como si se hubieran extraviado y no pudo constatar que el caso se hubiera remitido alguna vez a los tribunales. Lo único que descubrió en los archivos fue el fragmento de un informe sobre el interrogatorio a una testigo, la mujer que halló el cadáver, una maestra que identificó a una muchacha que salió corriendo de la parte trasera del Teatro Nacional. En un margen del informe figuraba un nombre que él se apresuró a apuntar.

Konráð no descartaba que el caso hubiera terminado en manos de las autoridades militares. Por aquel entonces ocupaban el país hombres de Noruega, Canadá, Brasil y Estados Unidos, aunque los estadounidenses integraban con diferencia la mayor parte de las tropas. De haberse revelado que el asesino de la joven respondía a autoridades militares extranjeras, eso explicaría la escasa información aparecida en los periódicos islandeses o en los documentos de la policía.

Pese a todo, siguió buscando otros artículos además de los referentes al homicidio de Rósamunda, como accidentes de barco y noticias sobre la guerra durante los primeros meses de la República acaecidos en 1944, su año de nacimiento. Intentaba dar con algo relativo a esa sesión de espiritismo de la que su padre formara parte. Tenía entendido que hubo noticias sobre ella en los diarios y, como nunca llegó a comprobarlo, quería ahora aprovechar la situación para buscar en los principales periódicos noticias sobre un médium fraudulento, su secuaz y unos padres crédulos afligidos.

La primera vez que Konráð oyó hablar del asunto fue cuando Kristjana, su tía, llegó como un huracán desde el norte del país y comenzó a dar a su hermano una extraña reprimenda acerca de «aquella sesión» y a echarle en cara que más le hubiera valido no meterse donde no lo llamaban. Habían transcurrido unos años desde lo ocurrido y la conversación giraba en torno a la aparición de una esquela en uno de los periódicos matinales sobre el fallecimiento del padre adoptivo de Rósamunda tras una breve enfermedad. Kristjana se mostraba implacable, su actitud era ruda y refunfuñaba sin cesar acerca del honor y la deshonra y sobre lo sinvergüenza e inútil que era su hermano por tratar así a la gente. Al final, el padre de Konráð no aguantó más y le pidió que hiciera el favor de cerrar el pico y, si no se sentía capaz, se largara de nuevo al norte.

Tras aquel suceso su padre nunca más volvió a participar en ninguna sesión de espiritismo. Abandonó cualquier colaboración con videntes y médiums y dejó de ser miembro de la Sociedad de Estudios Espiritualistas, donde solía seleccionar a sus víctimas para las sesiones. Cuando recibió la visita de Kristjana, la marcha de la madre de Konráð, asqueada por la convivencia con él, sus maquinaciones, sus embustes y su amistad con delincuentes de pacotilla, ya era un hecho. A su marido le costaba conservar un trabajo remunerado, además era impredecible, se juntaba con gentuza para empinar el codo y hasta llegó a maltratarla en alguna ocasión. La ridiculizaba constantemente delante de sus amigos. Un día ella le anunció que estaba harta, quería separarse y llevarse a los niños. «Haz lo que te dé la gana —le gritó el padre de Konráð—. Puedes largarte de aquí y llevarte a la niña ¡pero no me quitarás al chaval!». Ella no permitió que aquello la detuviera y esperó dolorida a que con el tiempo cambiara de opinión y le devolviera a Konráð. Pero eso nunca sucedió y mantuvieron eternas disputas por la custodia del niño.

Cuando la tía Kristjana se marchó, Konráð le preguntó a su padre a qué se refería ella al hablar de la sesión del médium.

—Déjate de preguntas —le respondió acariciándole la cabeza—. No te preocupes. Mi hermana Kristjana siempre ha estado como una cabra.

Konráð continuó abriendo páginas a partir de 1944 hasta que sus ojos dieron por fin con una noticia que llamó su atención. El titular decía: «Desconcierto en sesión de espiritismo». Se trataba de un artículo bastante extenso que relataba que en una sesión de espiritismo, celebrada recientemente en el barrio de las Sombras, se había destapado el engaño con que se agraviaba reiteradamente a los asistentes, especialmente a un matrimonio mayor afligido por la pérdida de un ser querido. En la noticia no se mencionaba ningún nombre, se hablaba de un médium con amplia experiencia y su ayudante, un padre de familia que prestaba su hogar para celebrar las sesiones, y se detallaba cómo ambos estaban compinchados con el fin de sonsacar información a sus víctimas y, posteriormente, aparentar que el médium recibían esos datos del más allá. Según la noticia, se trataba de un juego sucio y deleznable. El matrimonio agraviado se mostraba consternado tras conocerse las circunstancias y…

Konráð decidió que ya era suficiente y cerró la página. No quiso buscar más noticias sobre la sesión. De pronto no quería saber lo que decía la prensa. Se levantó del ordenador, se dirigió a la cocina y preparó café. Sacó del bolsillo el papel con el nombre de mujer que aparecía anotado en el informe hallado en los archivos de la policía. No lo había oído antes y supuso que sería poco frecuente en Islandia. De hecho, sospechaba que se habría tomado del danés. Se sentó de nuevo frente al ordenador, entró en la web del listín telefónico y lo buscó. En el listín aparecía una sola mujer con aquel nombre de pila.

—No se pierde nada por intentarlo —se dijo mientras cogía el móvil y marcaba el número.

Sonaron unos tonos.

—¿Sí? —alguien contestó por fin al otro lado de la línea con voz de persona mayor.

—¿Hablo con Ingiborg? —preguntó Konráð.

—Sí, soy yo.

—¿Ingiborg Ísleifsdóttir?

—Sí, la misma. Disculpe, ¿quién llama?