Capítulo trigésimo cuarto

El doctor Aziz abandonó el palacio al mismo tiempo que Godbole. Mientras regresaba a su casa —rodeada de un agradable jardín y situada un poco más adelante en la calle principal de la ciudad— vio a su antiguo protector, que le precedía chapoteando y dando saltos por el barro.

—¿Qué tal? —exclamó Aziz, pero no eran aquéllas las palabras adecuadas, porque el devoto hindú indicó con gestos circulares de sus brazos que no deseaba ser molestado—. Lo siento —añadió el joven médico, acertando esta vez, porque Godbole torció la cabeza hasta que dejó de pertenecer a su cuerpo, y dijo con una voz forzada que no tenía conexión alguna con su mente:

—Quizá esté ya en el Pabellón de Invitados de Oficiales…, al menos, cabe dentro de lo posible.

—¿De verdad? ¿A qué hora?

Pero hablar del tiempo era ya precisar demasiado. Godbole agitó débilmente un brazo y desapareció. Aziz sabía que estaban hablando de Fielding, pero no quería pensar en él, porque se trataba de un elemento perturbador en su vida, y aún confiaba en que la crecida del río le impidiese llegar. Una pequeña corriente brotaba bajo la puerta de su jardín y logró renovar sus esperanzas. Era imposible que nadie consiguiera cruzar desde Deora con un tiempo como aquel. Fielding venía en visita oficial. Había sido trasladado de Chandrapore y enviado a recorrer la India Central para comprobar lo que los Estados más apartados estaban haciendo en relación con la educación inglesa. Se había casado, había hecho lo que se esperaba con Miss Quested, y Aziz no tenía el menor deseo de volver a verlo.

«Inefable Godbole», pensó, sonriendo. El joven médico carecía de curiosidad religiosa, y no había llegado a descubrir el significado de aquella exótica ceremonia que se celebraba una vez al año, pero estaba totalmente convencido de que Godbole era una excelente persona. Aziz había llegado a Mau gracias a él y seguía allí por la misma razón. Sin su ayuda nunca hubiera entendido problemas completamente distintos de los de Chandrapore. Porque aquí la distancia era entre brahmán y no-brahmán; musulmanes e ingleses quedaban totalmente al margen, y a veces no se les mencionaba durante días. Como Godbole era brahmán, Aziz también lo era cuando se trataba de intrigar; a menudo bromeaban juntos acerca de ello. Las fisuras del suelo indio son infinitas: el hinduismo, que parece tan sólido desde lejos, está dividido en sectas y clanes, que se bifurcan y se unen, y cambian de nombre según el aspecto desde el que se los examina. Si alguien estudia el hinduismo durante años con los mejores profesores, descubre al levantar la cabeza que nada de lo que le han dicho encaja realmente. Aziz, el día de su toma de posesión, había hecho notar: «Yo no examino nada, solamente respeto», causando con ello una excelente impresión. En el momento presente los prejuicios contra él eran mínimos. Aunque se hallaba nominalmente a las órdenes de un doctor hindú, Aziz era en realidad el médico más importante de la corte. Había tenido que renunciar a las inoculaciones y otros caprichos occidentales del mismo estilo, pero también en Chandrapore su profesión había sido un juego, centrado en torno a la mesa de operaciones, y allí, en aquel lugar apartado, permitía que se le oxidaran los bisturíes, dirigía su pequeño hospital a medio rendimiento y no causaba innecesaria alarma.

El impulso que le había llevado a escapar de los ingleses era correcto. Le habían asustado de manera definitiva, y sólo existen dos reacciones contra el miedo: patalear y gritar en los comités, o retirarse a una remota jungla donde el sahib apenas aparece. Sus viejos amigos abogados querían que se quedara en la India británica y colaborara en las tareas de agitación, y quizá le hubieran convencido de no ser por la traición de Fielding. La noticia no había sorprendido a Aziz en absoluto. La primera fisura entre ellos había surgido inmediatamente después del juicio, cuando Cyril no tomó parte en el cortejo; la defensa de la muchacha la había hecho más honda; luego llegaron las postales desde Venecia, tan frías y tan poco amistosas que todos estuvieron de acuerdo en que algo iba mal; y, finalmente, después de un silencio, la esperada carta desde Hampstead. Mahmoud Ali estaba con Aziz en aquel momento. «Voy a darte una noticia que te sorprenderá. Me caso con alguien a quien conoces…» Aziz no siguió leyendo.

—Ahí tienes, contéstala por mí —y se la arrojó a Mahmoud Ali.

Las cartas posteriores las rompió sin abrir. Era el final de un estúpido experimento. Y, aunque a veces, en algún apartado rincón de su mente sentía que Fielding había hecho sacrificios por él, todo ello quedaba mezclado con un odio totalmente genuino hacia los ingleses. «Por fin soy indio», pensó Aziz, inmóvil bajo la lluvia.

La vida transcurría agradablemente; el clima era saludable, de manera que sus hijos podían pasar todo el año con él; había vuelto a casarse —no se trataba exactamente de un matrimonio, pero a Aziz le gustaba considerarlo como si lo fuera—; leía en persa; escribía poesía; tenía caballo, y a veces lograba cazar algo cuando los buenos hindúes miraban en la otra dirección. Todos sus poemas se ocupaban del mismo tema: la condición de la mujer oriental. «El purdah tiene que desaparecer» porque es una carga insostenible, «de lo contrario nunca seremos libres». Y también declaraba (dejándose llevar enteramente por la fantasía) que la India no hubiese sido conquistada si en Plassey[34] hubiesen luchado las mujeres además de los hombres. «Pero no hemos de permitir que los extranjeros vean a nuestras mujeres» (sin explicar cómo se lograría esto último, debido a estar escribiendo un poema). Bulbules y rosas seguían apareciendo: Aziz aún llevaba en la sangre el patetismo del Islam derrotado y no podía expulsarlo mediante el recurso a la modernidad. Los suyos eran unos poemas tan ilógicos como su autor. Pero decían una cosa acertada: no podía existir una patria sin nuevos hogares. En un poema —el único que le gustaba al pintoresco Godbole— Aziz había prescindido de la patria (a la que no amaba de verdad) para ir directamente a la internacionalidad.

—¡Ah! Esto es bhakti; esto, mi joven amigo, es diferente y muy bueno. La India, que parece no moverse, irá directamente a ello mientras las otras naciones pierden el tiempo. ¿Me permite traducir este poema al hindú? En realidad es tan instructivo que casi podría verterse al sánscrito. Sí, claro, todos sus otros poemas son también muy buenos. Su Alteza le decía al Coronel Maggs durante su última visita que estamos muy orgullosos de usted —sonriendo tímidamente.

El Coronel Maggs era el Comisionado Político de la zona y desalentado oponente político de Aziz. El Departamento de Investigación Criminal no perdía de vista al joven médico a partir del proceso: no tenían nada concreto en contra suya, pero hay que vigilar a los indios que han tenido mala suerte, y, gracias a la equivocación de Miss Quested, Aziz permanecería en observación hasta el final de sus días. El Coronel Maggs se sintió lleno de preocupación al saber que un sospechoso iba a trasladarse a Mau, y, adoptando un tono de broma, ridiculizó al anciano Rajá por permitir que un médico musulmán se ocupara de su sagrada persona. Unos años antes el Rajá hubiera prestado oídos a aquella insinuación, porque en aquellos tiempos el Comisionado Político era una figura formidable, capaz de desatar todos los truenos del Imperio en los momentos más inoportunos; de trastornar toda la organización política pidiendo automóviles y cacerías de tigres; talas de árboles porque impedían la vista desde el Pabellón de Huéspedes; que se ordeñara a las vacas en su presencia y, en general, atribuyéndose el control de los asuntos internos. Pero se había producido un cambio de estrategia en las altas esferas. Los truenos locales ya no encontraban respaldo, y el grupo de pequeños Estados que componían la Comisaría se habían enterado de ello y empezado a cambiar impresiones, con provechosos resultados. Ver lo mucho —o lo poco— que el Coronel Maggs estaba dispuesto a soportar se convirtió en un agradable pasatiempo, y todos los Departamentos de Estado de Mau se dedicaban a él. El Coronel Maggs tuvo que aceptar el nombramiento de Aziz. El Rajá hizo caso omiso de la insinuación, pero replicó que los hindúes tenían mentes más amplias que anteriormente, gracias a las esclarecedoras disposiciones del Virrey, y que consideraba un deber suyo avanzar de acuerdo con los tiempos.

Sí, todo había ido bien hasta entonces, pero ahora, cuando el resto del Estado se hallaba sumergido en las festividades religiosas, Aziz tenía que enfrentarse con una crisis de un tipo muy distinto. En su casa le esperaba un mensaje. No quedaba la menor duda de que Fielding había llegado la noche anterior, ni tampoco de que Godbole estaba enterado de ello, porque el mensaje era para él, y el viejo profesor había escrito al margen: «Estupendas noticias, pero, desgraciadamente, mis deberes religiosos me impiden tomar ninguna iniciativa.» Fielding explicaba que había inspeccionado Mudkul (el antiguo coto de Miss Derek), que casi se había ahogado en Deora, que había llegado a Mau de acuerdo con el calendario previsto, y que esperaba permanecer allí dos días, estudiando las diferentes innovaciones pedagógicas de su antiguo amigo. Y Fielding no había venido solo. Le acompañaban su mujer y su cuñado. Y a continuación la nota se convertía en el típico mensaje que se recibía siempre del Pabellón de los Huéspedes Oficiales. Pidiendo algo. Faltaban huevos. Mosquiteros rotos. ¿Cuándo podrían presentar sus respetos a Su Alteza? ¿Era cierto que iba a celebrarse una procesión a la luz de las antorchas? Si era ése el caso, ¿podían verla ellos? No deseaban causar problemas, pero si fuera posible contemplarla desde un balcón o a bordo de una embarcación… Aziz rompió el mensaje. Ya estaba bien de enseñarle a Miss Quested la vida de los nativos. ¡Bruja traicionera! Mala gente todos ellos. Aziz no perdía la esperanza de evitarlos, aunque quizá resultara difícil, porque sin duda tendrían que quedarse varios días en Mau. Hacia el Sur, las crecidas de los ríos eran todavía peores, y en dirección a la estación de Asirgarh habían aparecido las pálidas superficies grises de varios lagos.