Capítulo trigésimo

Otra consecuencia local del proceso fue una entente hindú-musulmana. Ruidosas protestas de amistad se intercambiaron entre prominentes ciudadanos, y unido a ella iba un genuino deseo de llegar a un mejor entendimiento. Aziz, un día que estaba en el hospital, recibió la visita de una figura bastante simpática: Mr. Das. El magistrado quería pedirle dos favores: un remedio para el herpes y un poema para la nueva revista mensual de su cuñado. Ambos le fueron concedidos.

—Mi querido Das, ¿por qué, si usted trató de mandarme a la cárcel, tendría yo que enviar un poema a Mr. Bhattacharya? ¿Eh? Naturalmente, esto no es más que una broma. Escribiré lo mejor que pueda, pero tenía la impresión de que su revista era para hindúes.

—No es para hindúes, sino para indios en general —dijo el otro, tímidamente.

—No existe ninguna persona que sea un indio en general.

—No existía, pero quizás exista cuando usted haya escrito un poema. Es usted nuestro héroe; toda la ciudad está con usted, prescindiendo de su credo religioso.

—Lo sé, pero ¿durará?

—Me temo que no —dijo Das, que era un hombre de gran claridad mental—. Y por esa razón, si se me permite decirlo, haga el favor de no introducir demasiadas expresiones persas en el poema y no insistir mucho en el bulbul.

—Un segundo —dijo Aziz, mordiendo el lápiz. Estaba escribiendo una receta—. Aquí tiene… ¿No es esto mejor que un poema?

—Feliz el hombre que puede componer los dos.

—¡Muchos elogios me hace usted hoy!

—Sé que me guarda usted rencor por haber sido el juez de su caso —dijo el otro, extendiendo la mano de manera impulsiva—. Es usted muy amable y amistoso, pero siempre detecto ironía detrás de sus palabras.

—No, no, ¡qué cosa más absurda! —protestó Aziz.

Se estrecharon la mano en un medio abrazo que simbolizaba la entente. Entre personas de distintos climas existe siempre la posibilidad de romance, pero las diferentes clases de indios saben demasiado los unos de los otros para superar fácilmente lo incognoscible. El intento de aproximación resulta prosaico.

—Excelente —dijo Aziz, dando palmadas sobre un hombro robusto y pensando: «Preferiría que no me recordaran el estiércol de vaca», mientras Das comentaba interiormente: «Algunos musulmanes son muy violentos.»

Los dos sonrieron nostálgicamente, tratando de descubrir el pensamiento en el corazón del otro, y Das, que tenía mayor facilidad de expresión, dijo finalmente.

—Disculpe mis errores, dese cuenta de mis limitaciones. La vida no es fácil tal como la conocemos en la tierra.

—Pero, volviendo a ese poema, ¿cómo se enteró usted de que yo garrapateo versos a veces? —preguntó Aziz, muy satisfecho y bastante conmovido, porque la literatura siempre le había servido de solaz y era algo que la fealdad de los hechos no conseguía estropear.

—El profesor Godbole lo mencionaba frecuentemente antes de marcharse a Mau.

—¿Cómo lo supo él?

—También él es poeta; ¿no se descubren ustedes entre sí sin necesidad de palabras?

Halagado por la invitación, Aziz se puso a trabajar aquella noche. El peso de la pluma entre los dedos generaba bulbules inmediatamente. Su poema hablaba una vez más de la decadencia del Islam y de la brevedad del amor; todo lo triste y dulce que él era capaz de lograr, pero sin base en ninguna experiencia personal y sin interés para aquellos excelentes hindúes. Sintiéndose descontento, se pasó de golpe al otro extremo, y escribió una sátira demasiado difamatoria para que fuera posible publicarla. Sólo era capaz de expresar patetismo o de destilar veneno, aunque la mayor parte de su vida nada tenía que ver con ninguna de las dos cosas. Aziz amaba la poesía —la ciencia no era más que algo adquirido, que dejaba a un lado cuando nadie le veía, como su ropa europea—, y aquella tarde anhelaba componer una nueva canción que fuese aclamada por las multitudes e incluso repetida en los campos por los labradores. ¿En qué idioma habría que escribirla? ¿Y qué debería anunciar? Se prometió conocer mejor a los indios que no eran mahometanos y no volver nunca la vista atrás. Es la única solución razonable. ¿De qué sirven, en este lugar y en esta época, las glorias de Córdoba y de Samarkanda? Han desaparecido para siempre, y mientras nos lamentamos por ello los ingleses ocupan Delhi y nos excluyen de África Oriental. El Islam mismo, aunque verdadero, arroja luces opuestas sobre la senda de la libertad. La canción del futuro tiene que trascender los credos religiosos.

El poema para Mr. Bhattacharya nunca llegó a escribirse, pero tuvo su efecto. Orientó a Aziz hacia la incierta y colosal figura de una patria. El joven médico no sentía un afecto natural por la tierra en la que había nacido, pero las Colinas de Marabar le empujaban en aquella dirección. Cerrando a medias los ojos, Aziz trató de amar a la India. Su país tenía que imitar al Japón. Hasta que no fuese una nación, nadie trataría a sus hijos con respeto. Aziz se hizo más duro y menos tratable. Los ingleses, de quienes se había reído o había ignorado, lo perseguían por todas partes; incluso arrojaban redes sobre sus sueños.

—Mi gran equivocación ha sido tomarme en broma a nuestros gobernantes —le dijo a Hamidullah al día siguiente.

—Es sin duda la manera más prudente de tomárselos —replicó el otro con un suspiro—, pero no resulta posible a la larga. Antes o después se produce un desastre como el tuyo y hace que salgan a la luz sus pensamientos secretos sobre nuestro carácter. Si Dios mismo descendiera del cielo, se presentara en el Club y dijera que eres inocente, no le creerían. Ahora entenderás por qué Mahmoud Ali y yo mismo perdemos tanto tiempo intrigando y en compañía de criaturas como Ram Chand.

—No soporto los comités. Me marcharé inmediatamente.

—¿Adónde? Los Turton y los Burton son todos iguales.

—Pero no en un Estado indio.

—Creo que los consejeros británicos en los estados nativos están obligados a mostrarse más corteses. Eso es todo.

—Quiero dejar la India británica, aunque sea por un trabajo mal pagado. Creo que allí podré escribir poesía. Quisiera haber vivido en la época de Babur y haber luchado y escrito para él. «Desaparecido, desaparecido», y no sirve de nada repetirlo, porque nos debilita mientras lo hacemos. Necesitamos un rey, Hamidullah; haría más fáciles nuestras vidas. De hecho, tenemos que tratar de sentir aprecio por esos pintorescos hindúes. Mi idea es conseguir un puesto como médico en uno de sus estados.

—Eso es ir demasiado lejos.

—No tan lejos como confraternizar con Mr. Ram Chand.

—Pero ¿y el dinero? Esos rajás salvajes nunca pagarán salarios dignos.

—De todas formas, no seré nunca rico, no va con mi carácter.

—Si hubieras sido razonable y hecho que Miss Quested te pagara…

—Decidí que no fuera así. Discutir sobre el pasado es inútil —dijo Aziz, con tono repentinamente cortante—. Le he permitido conservar su fortuna, que sin duda le será muy necesaria para comprarse un marido en Inglaterra. No vuelvas a hablarme de ese asunto.

—Muy bien, pero tendrás que seguir llevando la vida de un hombre pobre; nada de vacaciones en Cachemira por el momento; has de seguir con tu profesión hasta que consigas un puesto bien pagado, en lugar de retirarte a un estado de la jungla y escribir poemas. Educa a tus hijos, lee las últimas revistas científicas, obliga a los médicos europeos a respetarte. Acepta como un hombre las consecuencias de tus propias acciones.

Aziz le hizo un guiño lentamente y dijo:

—Ahora no estamos ante un tribunal. Hay muchas maneras de ser hombre; la mía es expresar lo que hay de más profundo en mi corazón.

—Ante esa observación no existe respuesta posible —dijo Hamidullah, conmovido. Luego, recobrándose, añadió sonriendo—: ¿Estás enterado de ese pícaro rumor que Mohammed Latif ha recogido por ahí?

—¿Cuál?

—Cuando Miss Quested estuvo alojada en el Instituto, Fielding solía visitarla… muy tarde por la noche, según dicen los criados.

—Un agradable cambio para ella, si es que el rumor es cierto —dijo Aziz, poniendo una cara muy rara.

—Pero ¿entiendes lo que quiero decir?

El joven médico volvió a guiñar el ojo y dijo:

—¡Con toda claridad! Pero eso que dices no me ayuda a superar mis dificultades. Estoy decidido a abandonar Chandrapore. El problema es ¿para ir adónde? Estoy decidido a escribir poesía. El problema es ¿acerca de qué? Tú no me prestas la menor ayuda —inmediatamente, sorprendiendo a Hamidullah y también a sí mismo, Aziz tuvo una explosión de mal humor—. Pero ¿es que acaso hay alguien que me ayude? No tengo ningún amigo. Todos me traicionan, incluso mis propios hijos. Estoy harto de amigos.

—Iba a sugerirte que pasáramos detrás del purdah, pero tus tres traicioneros hijos están allí, de manera que no querrás hacerlo.

—Lo siento; desde que estuve en la cárcel tengo los nervios deshechos; llévame contigo y perdóname.

—La madre de Nureddin está visitando ahora a mi mujer. Imagino que no te importa.

—Las he visto por separado, pero hasta ahora nunca juntas. Será mejor que las prepares para el impacto de mi cara.

—No, vamos a sorprenderlas sin avisar, porque nuestras queridas damas indias aún siguen haciendo muchas tonterías. Durante tu proceso fingieron que iban a renunciar al purdah; de hecho, las que saben escribir redactaron un documento en ese sentido, pero ahora todo ha quedado en nada. Sabes lo mucho que todas respetan a Fielding, pero ninguna lo ha visto. Mi mujer dice que sí, que lo verá, pero cuando viene de visita encuentra alguna excusa: no se siente bien, se avergüenza de la habitación, no tiene dulces de buena calidad que ofrecerle, sólo Orejas de Elefante, y si yo digo que las Orejas de Elefante son el dulce preferido de Mr. Fielding, ella me responde que entonces se dará cuenta de lo mal hechos que están los suyos, de manera que no puede recibirle por ese motivo. Por espacio de quince años, mi querido muchacho, he discutido con mi begum, por espacio de quince años, y nunca he salido victorioso; sin embargo, los misioneros nos aseguran que nuestras mujeres están oprimidas. Si necesitas un tema para un poema, utiliza éste: La dama india tal como es y no tal como se supone que es.