Mrs. Moore estaba muerta: depositada en las profundidades del mar cuando iba todavía rumbo al Sur, porque los buques que zarpan de Bombay no pueden apuntar a Europa hasta después de dar la vuelta alrededor de Arabia; cuando el sol la tocó por ultima vez y su cuerpo fue depositado en otra India (el Océano Índico) se hallaba más dentro del trópico que durante toda su permanencia en tierra firme. Mrs. Moore dejó tras sí un rencoroso pesar, porque una muerte da mala reputación al barco donde se produce. ¿Quién era aquella Mrs. Moore? Cuando llegaron a Aden, telegrafió, escribió, hizo todo lo que estaba en su mano por mostrarse amable, pero la esposa de un Vicegobernador no tiene necesidad de semejantes experiencias, y se le oyó repetir varias veces: «Sólo hacía unas horas que conocía a esa pobre mujer cuando se puso enferma; todo esto ha sido innecesariamente penoso y echa a perder la alegría de volver a casa.» Un fantasma siguió al barco por el mar Rojo, pero no consiguió entrar en el Mediterráneo. En algún sitio alrededor de Suez se produce siempre un cambio social: las normas y los horarios asiáticos se debilitan y los europeos empiezan a dejarse sentir. En Port Said el norte gris y ventoso hizo acto de presencia. El tiempo era tan frío y vigorizante que los pasajeros creyeron que también sería distinto en el país recién abandonado pero en la India el calor siguió aumentando acuerdo con sus leyes habituales.
En Chandrapore, la muerte de Mrs. Moore adoptó formas más sutiles y más duraderas. Surgió la leyenda de que un inglés había matado a su madre que trataba de salvar la vida de un indio; había en ello la suficiente dosis de verdad como para molestar a las autoridades. A veces era una vaca asesinada o un cocodrilo con colmillos de jabalí que había salido del Ganges. Disparates de este tipo son más difíciles de combatir que las mentiras con todas las de la ley, porque se esconden en los montones de desperdicios y avanzan cuando nadie está mirando. En un determinado momento se supo de dos tumbas diferentes que contenían los restos de Esmiss Esmur: una al lado de la tenería y la otra más arriba, junto a la estación de mercancías. Mr. McBryde visitó ambas y vio signos del comienzo de un culto; platos de barro y otros objetos parecidos. Como era un funcionario experimentado no hizo nada que resultara irritante, y al cabo de una semana la comezón desapareció.
—Detrás de todo esto hay una operación de propaganda —dijo, olvidando que cien años antes, cuando los europeos todavía se instalaban en el campo, se convertían a veces en demonios locales después de su muerte: quizá no en un dios completo, sólo en parte de uno, añadiendo un epíteto o un gesto a lo que ya existía, de la misma manera que los dioses contribuyen a los grandes dioses, y éstos a su vez al Ser Supremo de la filosofía.
Ronny se repitió a sí mismo que su madre había dejado la India por voluntad propia, pero su conciencia no estaba tranquila. Se había portado mal, y tenía que arrepentirse (lo que llevaba consigo un completo vuelco mental) o persistir en su dureza con ella. Ronny eligió este último camino. ¡Qué molesta había sido su defensa de Aziz! ¡Qué negativa su influencia sobre Adela! Y aún seguía creando dificultades con aquellas ridículas «tumbas», mezclándose con los nativos. Mrs. Moore no estaba ya en condiciones de hacer nada por evitarlo, evidentemente, pero en vida había intentado llevar a cabo expediciones similares e igualmente exasperantes y Ronny no dejaba de reprochárselo. El joven Magistrado Municipal tenía muchos motivos de preocupación —el calor, las tensiones locales, la próxima visita del Vicegobernador, los problemas de Adela— y enlazándolos todos hasta formar una grotesca guirnalda estaba la indianización de Mrs. Moore. ¿Qué sucede con la propia madre cuando muere? Es de suponer que vaya al cielo, y en cualquier caso desaparece. La religión de Ronny pertenecía al tipo esterilizado de los colegios privados ingleses: nunca se echa a perder, ni siquiera en los trópicos. Dondequiera que entraba —mezquita, cueva o templo—, Ronny mantenía la perspectiva espiritual del bachillerato, y condenaba como «perjudicial» cualquier intento de comprender aquellas realidades. Dominándose, consiguió apartar todo el asunto de su imaginación. A su debido tiempo, él y sus hermanastros colocarían una lápida en la iglesia de Northamptonshire que Mrs. Moore frecuentaba y en la que dejarían constancia de las fechas de su nacimiento y de su muerte y del hecho de que había sido enterrada en el mar. Eso sería suficiente.
En cuanto a Adela…, también tendría que marcharse; Ronny había confiado en que lo sugiriese ella misma. A él le resultaba imposible casarse con Miss Quested: hubiera significado el fin de su carrera. Pobre y lamentable Adela… La muchacha seguía en el Instituto gracias a la cortesía de Fielding: una situación impropia y humillante, pero ninguno de los ingleses quería recibirla. Ronny había decidido posponer toda conversación privada con su prometida hasta que se dictara sentencia: Aziz la había demandado por daños y perjuicios ante un tribunal inferior. Cuando aquello terminara Ronny le pediría que rompiera su compromiso. Adela había matado su amor, que nunca había sido demasiado robusto; jamás hubieran llegado a prometerse a no ser por el accidente con el coche del Nabab Bahadur. Miss Quested pertenecía al período académico de su vida —lleno de inexperiencia— que ya había superado: Grasmere, paseos y conversaciones sobre temas serios, todo ese tipo de cosas.