A la mañana siguiente tomaron el hipertransporte para visitar otra parte del planeta. No sabían cuánta distancia habían recorrido, tan solo que el sol seguía estando más o menos en el mismo sitio cuando llegaron, de modo que no podían haber ido muy lejos. El tío Grigorian, que los acompañaba, les contó que aún no habían descubierto a la muchacha de las flores. Sin embargo, los Gorras Rojas habían encontrado un ramillete, una peluca rubia y una túnica verde abandonados en una esquina.

Mientras esperaban a que el control de hipertráfico verificara su ruta, se vieron a sí mismos en el noticiario.

—Tres seres primitivos —anunció el presentador—, procedentes de uno de los planetas limítrofes del Sector Désico, llegaron ayer a Palassan en un intento desesperado por zanjar la aparentemente interminable Guerra de los Gusanos. Los dos bandos han accedido de antemano a acatar el veredicto de los intermediarios alienígenas en un acuerdo a tres bandas con el gobierno galáctico. La vista, que comenzará en breve, contará con la supervisión del negociador parlamentario Swen Harliss, el artífice de este intento de reconciliación interplanetaria sin precedentes.

»La misión de exploración de Vardic: según un boletín recibido hoy mismo, el equipo podría haber encontrado…

El tío Grigorian apagó el aparato.

—Ya hemos llegado —anunció.

Salieron del hipertransporte a una espaciosa habitación enmoquetada de rojo con cuadros en las paredes. En uno de los extremos, una plataforma ligeramente elevada albergaba tres sillas y una mesita circular, donde esperaba un hombre de barba blanca cubierto con una capa negra.

—Os presento a Swen Harliss —dijo el tío Grigorian.

Crespo se preguntó si dejarse barba sería uno de los requisitos para desempeñar un cargo público en Palassan, algo así como un distintivo.

Había dos personas más en la estancia.

—El señor Jaik y el señor Karin —dijo Harliss— representan a las dos partes de la disputa.

Ambos hombres asintieron educadamente con la cabeza.

—Lo que me propongo hacer es lo siguiente —continuó Harliss—: llamaré a declarar en calidad de testigos a varios expertos que os pondrán en antecedentes. Luego nuestros dos protagonistas, aquí presentes, podrán exponer su caso. Y ahora, si tenéis la bondad, ocupad vuestro sitio en el estrado.

Una inevitable sensación de ridículo sobrevino a los mellizos y a Panza cuando subieron a la plataforma y se sentaron alrededor de la mesita. La sala era demasiado grande para las siete u ocho personas allí presentes.

—El proceso se grabará en vídeo para que podáis repasar las pruebas con más calma siempre que queráis —añadió Harliss—. Por cierto, había pensado que os gustaría que Grigorian estuviera presente, así no estaréis rodeados de completos extraños.

—Sí, por favor —dijo Helen.

El tío Grigorian se sentó junto a la plataforma, y Harliss hizo lo propio enfrente de los pequeños, flanqueado por los señores Jaik y Karin. Eso dejaba una silla vacía: entre la tarima y el lugar que ocupaba Harliss, en el lateral de la estancia.

—Para no abrumaros con demasiados nombres —explicó Harliss—, me limitaré a decir que el primer experto es un astrónomo.

El hombre que apareció en ese momento era bajito incluso para tratarse de un palassano. Tenía el cabello blanco y las mejillas rasuradas con esmero. Llevaba puesto el mismo mono de una pieza que parecía constituir la prenda de vestir favorita de los habitantes de Palassan. Se le notaba nervioso.

Se sentó en la silla vacía y comenzó a hablar.

El equipo de investigación del departamento de astronomía de la Universidad de los Planetas llevaba cuatro años estudiando los movimientos de las estrellas del Sector Génico en los confines de la galaxia. El proyecto había surgido para poner a prueba unos instrumentos de reciente invención para cartografiar la posición de los planetas. En un conjunto de observaciones se había detectado algo que parecía incongruente: las órbitas de todos los planetas que rodeaban una estrella muy lejana diferían de la trayectoria prevista.

Al comprobarlo, el equipo había descubierto sutiles variaciones en un gran número de sistemas del sector. Al principio lo atribuyeron a alguna estrella oscura lejana, inadvertida hasta la fecha, o a algún planeta desconocido hasta entonces en alguno de los sistemas.

Habían introducido los cálculos en un ordenador y le habían pedido que describiera la posición de una estrella que pudiera explicar aquellas incongruencias, un gran cuerpo celeste cuya gravedad fuese capaz de desviar los planetas de su órbita.

El ordenador les había ofrecido un resultado absurdo: una estrella inmensa ubicada donde todo el mundo sabía que no había nada más que el espacio profundo.

Uno de los científicos había planteado otra pregunta al ordenador: si el responsable de aquellas trayectorias erráticas fuera un planeta en vez de una estrella, ¿cuál sería su órbita?

La respuesta había sido no menos absurda. El planeta, les aseguró el ordenador, no estaría vinculado a ninguna estrella, sino aislado en medio del espacio.

Tan solo para cerciorarse, el científico había comprobado la posición del planeta descrito por el ordenador.

Y allí estaba.

El hallazgo había causado mucho revuelo en los círculos astronómicos. Era la primera vez que alguien descubría un planeta errante. Los científicos intuían la existencia de tales fenómenos, pero hasta entonces nadie había encontrado pruebas que confirmaran sus sospechas.

Todos los pormenores de la investigación y los cálculos correspondientes se recogían en un documento que el astrónomo había remitido a la Academia de Científicos Espaciales, titulado «Algunas anomalías en el Sector Génico».

Cuando el astrónomo hubo terminado de hablar, Harliss preguntó si alguien deseaba plantearle alguna duda. Crespo respondió que todo había quedado perfectamente claro. El astrónomo se marchó.

—El siguiente testigo —dijo Harliss— es lo que llamamos un Trotamundos. Se trata de una especie de aventurero, alguien que recorre los sectores inexplorados del espacio, en parte por diversión y en parte en busca de fortuna. Miles de ellos, esparcidos por toda la galaxia, se dedican a vagar en destartaladas unidades de hipertransporte con la esperanza de enriquecerse de la noche a la mañana gracias al descubrimiento de un meteorito de oro macizo o algo por el estilo. Se ganan la vida como mercaderes de poca monta, y a menudo también como contrabandistas.

»Los Trotamundos son básicamente un incordio, pero, como comprobaréis enseguida, a veces pueden resultar útiles.

El Trotamundos, cuando apareció, daba la impresión de ser el polo opuesto del astrónomo. Llevaba puestos unos amplios pantalones de recia factura, sujetos con un cinturón, y una camisa de cuello redondo igualmente holgada. Sus andares eran torpes, como si no estuviera acostumbrado a la gravedad, y su expresión denotaba que no le hacía ni pizca de gracia tener que contarles su historia a un puñado de burócratas y mocosos.

—Estaba dando el pequeño salto que hay entre Geva y Tork —comenzó el Trotamundos— con un cargamento de transistores moleculares. En Geva los producen a patadas, pero en Tork carecen de la tecnología necesaria, así que los torkas pagan auténticos dinerales por ellos. Fuera como fuese, estaba hipersaltando a ciegas, como de costumbre. Como ahí fuera no hay rutas predeterminadas con puntos de aterrizaje seguros, lo que tiene que hacer uno es acelerar al máximo y rezar para que no haya ningún obstáculo en medio cuando llegue. Por eso la labor de los Trotamundos es tan peligrosa.

»Sí, podría haber seguido la ruta predeterminada y apostar sobre seguro. Pero se tarda más, y el coste también es mayor. Luego habría tenido que cobrar el precio completo por los transistores en Tork, y adiós a las ganancias. A eso se reduce el trabajo de un Trotamundos. Todos los planetas tienen una ruta predeterminada hasta Palassan, por lo que a través de aquí se puede ir a cualquier parte. Pero yendo a ciegas se ahorra dinero y se puede batir a la competencia.

»En cualquier caso, camino de Tork me encontré con un teleinformativo en las hiperondas según el cual se habría descubierto un planeta errante del que nadie había oído hablar hasta la fecha, al otro lado del Sector Génico. Ni corto ni perezoso, consulté la carta de navegación estelar y vi que era el habitante de la galaxia más cercano al planeta errante.

»Total, con un par de saltos malogrados de por medio, tardé uno o dos días en encontrarme en órbita alrededor de ese planeta. Me asusté un poco y todo, no se crean, al verme tan cerca. ¡Por las estrellas! Un poco más y habría aterrizado en el centro de aquella cosa. ¡Catapún! Adiós, Trotamundos.

»Aun así, con eso de que el planeta tenía atmósfera y está tan lejos de cualquier estrella, me quedé frustrado porque no se veía nada más que un pegote gris. Así que empecé a descender, muy despacito, en dirección a la superficie.

»Remonté el vuelo a toda pastilla, así se lo digo. Aquellos gusanos podrían haberme engullido, con unidad y todo, de un solo bocado. Menos mal que los vi a tiempo… Había algún tipo de fuente de luz bajo las nubes, y la superficie brillaba como si fuera de día. Había gusanos por todas partes, y uno de ellos se dirigió hacia mí, dejando un rastro de no sé qué a su paso, así que salí pitando de allí.

»Debería haber ido directamente a Tork, con toda franqueza. No saqué ningún provecho del Planeta de los Gusanos, aparte de las migajas que me pagó la gente del telenoticiario a cambio de que les contara lo que había visto. Al gobierno galáctico no se le ocurrió recompensarme por la advertencia. Ja. ¿Qué más quieren saber?

No había nada más que el Trotamundos pudiera añadir, y Harliss se despidió de él con expresión aliviada.

El tercer testigo era uno de los capitanes de la armada espacial. Moreno de piel y bien afeitado, el traje y el gorro que lucía recordaban al uniforme de los Gorras Rojas, con la salvedad de que su color era un azul intenso y lucía una estrella blanca en el pecho. Había sido la persona al mando de la expedición oficial al Planeta de los Gusanos.

—La fuerza expedicionaria partió con rumbo al planeta objetivo de acuerdo con la orden imperial número G65a/339, sección…

—Sí, sí, capitán, no hace falta que entre en detalles —lo interrumpió Harliss—. Esto no es un juicio oficial, ¿sabe? Limítese a contar la historia.

—Señor. La flota se detuvo a la distancia orbital de dicho planeta para efectuar las observaciones preliminares. Se comprobó que se trataba de un cuerpo de tipo Q con una masa inusitadamente grande. Había una pequeña cantidad de nubosidad atmosférica, pero en apariencia ninguna gran masa de agua. No había ni rastro de vida inteligente.

»Al descender a la superficie, vimos que las nubes consistían en algún tipo de formación vegetal que emitía luz. Había una considerable cantidad de vida animal en la altitud cero, consistente en esencia en unas criaturas parecidas a orugas que popularmente han llegado a conocerse como, ejem, los gusanos.

»Medían unos cuatro metros de diámetro, y su longitud variaba desde los diez metros en adelante. Se vio que dejaban unos rastros de una sustancia sedosa al desplazarse. Se constataron dos hechos importantes acerca de estos rastros. El primero, que seguían algún tipo de pauta subterránea geológica; el segundo, que la sustancia era de hecho el plástico complejo conocido como unylon, el cual se fabrica en varios de los mundos del Sistema Central.

»Los gusanos resultaron ser pacíficos y se dejaron capturar sin oponer resistencia. Se diseccionaron varios especímenes de distintos tamaños. Sus cerebros, pequeños en la generalidad de los casos, consistían fundamentalmente en una médula espinal.

»Las plantas del planeta, muy simples, proporcionaban alimento a los gusanos. Sin embargo, una pequeña proporción de las especies vegetales eran sensibles a los estímulos de luz y calor.

»Una investigación más detallada quedaba fuera de las competencias de la fuerza expedicionaria.

El capitán hizo una reverencia con gesto envarado y se fue.

—Eso completa la información de base —dijo Harliss—. ¿Ha quedado todo claro?

Crespo se inclinó hacia delante en la silla.

—Creo que sí. El Planeta de los Gusanos es un mundo errante, sin sol propio. Sus habitantes son gusanos que se alimentan de plantas sencillas y tejen unylon. Seguimos sin saber a qué viene tanto alboroto.

—Ya lo descubriréis —repuso Harliss—. Y ahora cedo la palabra al señor Jaik.

El aludido, de mejillas chupadas y nariz prominente, llevaba puesta una chaqueta verde con las letras L. V. bordadas en un distintivo. Se levantó.

—Soy el presidente de la Liga de la Vida —dijo—. La liga tiene millones de partidarios humanos repartidos por toda la galaxia. A grandes rasgos, nos dedicamos a la conservación de todas las formas de vida animal que pueblan el universo.

»Lo que nadie ha dicho en la vista preliminar es qué pasó con el Planeta de los Gusanos desde que la armada espacial regresó con su informe.

»Veréis, la sustancia que tejen los gusanos…, el unylon…, posee un valor incalculable. En varios mundos hay fábricas inmensas que producen ese material a un precio muy elevado. En cuanto la gente se enteró de que había un planeta rebosante de unylon esperando a que alguien lo recogiera, se abalanzaron en tromba sobre el Planeta de los Gusanos.

»Los primeros en llegar se limitaron a extraer el unylon con gigantescas excavadoras mecánicas y lo cargaron en sus naves. Poco a poco comenzaron a utilizarse métodos más sofisticados. Se obligó a los gusanos a tejer en hileras ordenadas para facilitar la recogida. Para ello hubo que someterlos a una operación cerebral.

»Grandes áreas de ese mundo son ahora meras factorías de unylon donde los gusanos esclavizados tejen sin descanso de día y de noche, organizados en cadenas de producción, hasta caer muertos.

»La Liga de la Vida reclamó la mayor parte del Planeta de los Gusanos a tiempo de evitar la propagación de esta práctica monstruosa.

—Creo que le convendría descansar un momento, señor Jaik —lo interrumpió Harliss—. Me gustaría añadir que estallaron varios disturbios en los límites de la propiedad de la liga en el Planeta de los Gusanos. Los cosechadores y los delegados de la liga se enfrentaron con armas de fuego, primero, y después con misiles. Los dos bandos sostienen que empezó el otro. El gobierno frenó los combates, y desde entonces se esfuerza por declarar una tregua. Ése es el motivo de vuestra presencia. Y ahora quizá el señor Karin desee contaros su versión de la historia.

El semblante del señor Karin, adusto y curtido, recordaba a las facciones del Trotamundos. Sostenía un fajo de papeles bajo el brazo, y Helen esperó que no se dispusiera a soltarles un discurso interminable.

—Represento a la Asociación de Cosechadores de Unylon —comenzó el hombre—, formada por los trabajadores del Planeta de los Gusanos para velar por nuestros derechos.

»En estos momentos son ya doscientos cincuenta mil hombres, a los que hay que sumar sus esposas e hijos, los que dependen del Planeta de los Gusanos para ganarse el sustento. La Liga de la Vida se olvida de eso cuando habla de las pobres oruguitas.

»No es cierto que los gusanos padezcan en nuestras granjas. Todos disponen del alimento que necesitan y están a salvo tanto de las enfermedades como de los depredadores.

»Si los gusanos sufrieran tanto, ¿acaso no intentarían escapar? La pura verdad es que son felices, a su manera. La Liga de la Vida no es más que un hatajo de metomentodos sin nada mejor que hacer.

—Bueno —terció Harliss una vez más—, no toleraré que esto se convierta en un intercambio de insultos. —Miró a la plataforma—. ¿Alguna pregunta más?

—Un momento —dijo Crespo, que se giró hacia Helen y susurró—: Voy a hacerles una pregunta a cada uno de ellos. Fíjate bien.

Se volvió hacia los tres hombres.

—Señor Jaik, explíqueme en una frase por qué quiere proteger a los gusanos.

—Quiero impedir una crueldad y preservar la exuberante diversidad de la fauna de la galaxia —contestó el señor Jaik.

—Señor Karin, ¿por qué se opone a la Liga de la Vida?

—Mi cometido es proteger los empleos de doscientos cincuenta mil trabajadores —fue la respuesta.

Crespo se giró de nuevo hacia su hermana.

—Vale —susurró—, es muy sencillo. Utiliza tu poder. ¿Cuál de los dos miente?

—Nada más fácil —dijo Helen—. Los dos.