Acaba de empezar el nuevo curso escolar y sería oportuno contar finalmente lo que sé de Zygmuś. La obsesión por el tema me viene de lejos. La última vez que apareció tuve que sentarme en la butaca de mimbre y hacer un monólogo sobre él. Era la primera noche de luna después de varias noches claras, aunque sólo iluminadas por las estrellas. Hoy incluso sé qué aspecto tiene Zygmuś. Pálido, con una enorme cabeza sobre un cuello delgado, orejas de soplillo y una frente pensativa bajo el flequillo. El primer tema que aprisionó mi pobre imaginación y la vinculó a Zygmuś para siempre fue el caracol. Zygmuś abordó el tema del caracol a su peculiar manera. Abramos su cuaderno. Bajo el título «¡Bendito sea Dios!», encontraremos su redacción:
El caracol es un bicho cuya principal actividad consiste en sacar los cuernos al sol, emulando así a su padre y a su madre que ya los habían sacado con anterioridad.
En la escuela, Zygmuś preguntó:
—Cuando el caracol da un paseo y le vienen ganas de arrearle una patada a alguien, ¿con qué pie lo hace?
Y el maestro respondió:
—¡Zygmuś! ¡Si el caracol no tiene más que un pie! ¿Por qué no prestaste atención cuando dimos la lección del caracol? Es verdad, ya me acuerdo. Te habías metido debajo del pupitre.
Pero Zygmuś no pareció desconcertado. Hay que dejarlo bien claro: Zygmuś miente. Al volver a casa, contestó así cuando le preguntaron cómo le había ido la escuela:
—El maestro nos ha dicho que el caracol usa el pie izquierdo para dar patadas, y yo le he dicho que eso no es verdad, porque el caracol sólo tiene un pie derecho. Pero él no me ha hecho caso, porque estaba metido debajo del pupitre.
Sin embargo, a Zygmuś los caracoles lo intrigaban. Pasados algunos días, le preguntó a su tío:
—Si un caracol debe presentarse ante la Junta de Revisión y necesita dos pies para que lo declaren apto para el servicio militar, ¿puede tomar prestado el pie de un compañero?
—No, Zygmuś, porque su compañero también tiene sólo uno y se quedaría sin pie.
—¿Y éste no podría tomarlo prestado de un tercer compañero?
—No, porque entonces el tercero tampoco tendría ninguno.
—¿Y el tercero de un cuarto?
—Zygmuś, se ha hecho tarde. Vete a la cama.
—¿Y el cuarto de un quinto?
—Zygmuś, ¿por qué no sales a jugar al patio?
—¿Y el quinto de un sexto?
—¡Zygmuś!
—Tío…
—¿Qué?
—Si yo fuera un caracol, tendría tres pies y se los iría prestando a mis compañeros.
—Eso está muy bien, Zygmuś. Demuestra que tienes buen corazón.
Efectivamente, un día que Tomek el pelirrojo estaba torturando a un animal, Zygmuś dijo:
—¡Ándate con cuidado! Si Dios te pilla, verás lo que es canela.
Y, sin embargo, Zygmuś tiene algo que despierta desconfianza y recelo. Otro día, entró en la clase sin descubrirse. El maestro lo amonestó:
—Zygmuś, ¿por qué no te has quitado la boina?
—Porque mamá dice que si me la quito pillaré un resfriado.
Y nada más volver a casa, dijo:
—Mamá, estoy resfriado porque el maestro me ha hecho quitarme la boina.
Al día siguiente faltó a la escuela. Después, el maestro le preguntó:
—Zygmuś, ¿por qué no viniste a clase ayer?
—Porque mi madre dice que como en casa en ninguna parte.
A medida que avanzaba el curso, el maestro explicaba cómo el hombre fue aprendiendo a aprovechar la lana y las fibras vegetales para confeccionar ropa caliente y gorros que protegen del frío. Zygmuś se puso meditabundo y luego declaró:
—Mi padre dice que lleva sombrero porque si un día pasa por la orilla de un lago y se cae al agua, el sombrero flotará y la gente sabrá dónde buscarlo.
Y tras un pausa, añadió:
—Ya tenemos pagada una plaza en la tumba familiar. Mi tía dice que no hay nada como la buena compañía.
Zygmuś es así. ¡Mucho cuidado con él! Simpático, pero…
Pronto volverán las noches de luna.