PENA

El día es espléndido, el sol parece más radiante que nunca y el desfile se baña literalmente en el resplandor que vierte este cielo tan azul. ¡Las ramas de los árboles están repletas de pájaros! ¡Quién diría que en nuestro país hay tantos pájaros! Vivimos despotricando del mundo y es menester que, tras años de errores y arbitrariedades, llegue un día festivo como éste para que nos demos cuenta de cuánto abundamos en pájaros. ¡Los pájaros cantan, cantan tan maravillosamente que, más que pájaros, parecen caballos!

Justo en este momento, un grupo de deportistas desfila delante de la tribuna. Tensan los músculos, tanto los lisos como los estriados. ¡Ay, cómo sacan pecho, cómo meten el trasero! Y, sin embargo, producimos aluminio, ¡y cada vez más! ¡He aquí nuestra juventud, una juventud que no nos va a fallar! Saludan a la tribuna, exclaman algo, pero todo se ahoga en el increíble canto de los pájaros.

Se acerca otro grupo. Detrás de los deportistas avanzan los ancianos de los asilos y los niños de las guarderías. Juntos, revueltos, confraternizados, desfilan bajo la consigna: «Los ancianos con los niños, los niños con los ancianos». ¡Los tan a menudo y tan injustamente silenciados! ¡Lástima que ustedes no estén aquí para verlo! ¡Ay, esas cabecillas doradas al lado de los albornoces, los pijamas y los batines listados o grises! Algunos críos apenas saben caminar. Van atados de cinco en cinco a remolque de los ancianos más robustos. Y los viejos que ya no ven se orientan por el guirigay de la chiquillería. ¡He aquí nuestros expósitos modernos! Y ahora: «¡Vista a la derecha!». Todos los que tienen la mitad derecha del cuerpo anquilosada o un tic en el hombro derecho llevan años esperando este breve instante de lucimiento. Están pasando por delante de la tribuna. Uno de los ancianos se dispone a aplaudir, pero se le ha desprendido el brazo. Alguien del servicio de orden se precipita a devolvérselo. El anciano le da las gracias, a lo que el joven soldado se cuadra y le responde con un saludo marcial.

Ya han pasado. Pero con esto no termina del desfile. ¡Qué va! A lo lejos, se oye un traqueteo como de duelas sueltas, crujidos y pisadas. ¡Ya están aquí! ¡Nuestros inigualables minusválidos rehabilitados! El grupo que lleva gafas negras y bastones blancos se ha equivocado de camino y ha estado en un tris de enfilar una de las travesías, pero se lo han impedido unos gallardos mozos sin piernas que manejan las muletas de madera con un garbo asombroso. Ahora, toda la cuadrilla avanza con paso firme hacia la tribuna, el sol se refleja en las prótesis. Estamos presenciando imágenes conmovedoras. Aquí dos mancos han unido sus esfuerzos para aplaudir, allí un mudo quiere gritar «¡Viva!», pero no puede.

Detrás, maniobrando hábilmente, galopa una columna de sillas de ruedas. El sol destella en los radios niquelados. Ya producimos níquel, y ¡cada vez más! ¡Lástima que no estén aquí para verlo!

Han pasado como una exhalación. Ahora la calle está desierta. Pero no piensen que el desfile ha terminado. ¡Ni hablar!

Ahora se acercan los que podrían ser vistos si no hubieran muerto. ¡Ni que decir tiene! El sol brilla. Desfilan las víctimas de los errores. La tribuna los saluda, los pájaros cantan. Caminan como si estuvieran vivos. ¡Esto se llama aplomo y comprensión! Cargan alegremente con sus ataúdes y da gusto ver cómo los exhiben delante de la tribuna. ¡Podemos estar seguros de que desfilan! Somos uno de los principales exportadores de madera de roble ¡y somos cada vez más importantes! Desfilan orgullosos de haber llegado a presenciar este momento. Los pájaros cantan.

¡Lástima que no estén aquí para verlo!