—¡Chico, dos chatos! ¿Que perjudican la salud? A mí también. Marchando.
Pasó el verano. Los últimos cucos han dejado de cantar. ¿Por qué no haces cucú un par de veces? Sé buen compañero y hazlo por mí. ¿No quieres? Yo tampoco.
Pues sí, tío. Vuelven a poner en pie el monumento a Mickiewicz. ¿Y qué?, pregunto. Yo qué sé… De hecho, no me cae mal. Un tipo como cualquier otro. ¿Fumas? ¿No fumas? Yo tampoco.
En el fondo, el invierno tiene su lado bueno. «¡Eh, troika, y la nieve mullida…!». Te sientas y corres campo a través. Dejas atrás aldeas. Aunque, mirándolo bien… ¿No dices nada? Yo tampoco.
Sea como sea, lo que más importa es la naturaleza. Pones una maceta de geranios y observas… Y luego el jefe te corta los incentivos o un tranvía te corta una pierna. Y los geranios como si nada. ¡A tu salud! ¿Que no estás sano? Yo tampoco.
De niño, no me gustaban las orquestas sinfónicas. Me daban risa. Pero ¿recuerdas lo de «Do, do, do, ésta es la serenata de los trotamundos»? Corrían rumores de una guerra con Lituania o algo por el estilo. La dictadura. Todo quedó en agua de borrajas. «¡Eh, con más vida, compañero…!». Yo adoraba la canción ligera.
Ahora hacen rafting por el Vístula. No es cosa de niños, descender por el Vístula. El Vístula es un río de cuidado. Veinte metros de ancho en el tramo más estrecho. Y agua. Agua por doquier. Mucha agua. Y en medio, una ondina.
—¡Chico, dos de lo mismo!
La historia abunda en detalles. Pongamos por caso, la batalla de Grunwald. Esa gente se las sabía todas. Pero, personalmente, me quedo con las grosellas. Menos trabajo. Sólo que hay que andar con cuidado, porque dan dolor de tripa. Quien tiene salud, lo tiene todo. Aunque yo soy muy despistado. Una vez entré en el lavabo y me desabroché el cuello de la camisa. Hay que saber vivir.
Pongamos por caso, las profundidades marinas. Allí nadan medusas, anguilas y rayas. Y les gustaría tomar algo. Miran alrededor y no hay bebida ni por asomo. ¿Verdad que estamos mejor que ellas? ¿Que no bebes? Yo tampoco.
Tómate una ración de queso. Bonito queso, tanto como el museo del Louvre o la isla de Capri. ¿No te gusta el Louvre? A mí tampoco. Me da repelús.
Por eso intento no meterme en líos. Quién sabe si ésta no es la última vez que nos vemos. A lo mejor me mudo a Wieliczka. En Wieliczka hay una mina de sal, la más interesante de Europa. Hay que tener algo a lo que agarrarse. Por la noche, contemplaré las luces de Cracovia. Los de allí vigilan, pensaré.
No sé montar a caballo. Pero se me da muy bien montar en tranvía. Así y todo, tuve un accidente. Una tontería, no tiene interés. Alguien me preguntó: «¿Usted de qué va?». Y no supe contestarle.
—¡Chico, dos más!
Que por doler, me duele hasta el aliento. Me duelen las muelas.
El arte y la vida. Sería mucho hablar. Por ejemplo, un pachón. «Ha anidado un pachón sobre la rama de un pino, le extraña que nadie sea feliz con su destino». Es de Bécquer. Ocurrió de verdad.
—¡Chico, otras dos!
Conocí a un director de escena. Tenía talento, el hombre. No te lo vas a creer, pero tengo reuma. Es por el agua. Según cómo, los elementos pueden causar estragos.
Me gusta mucho repoblar bosques. El Día del Bosque es mi día. El bosque da salud y leche.
—¡Chico, más!
Nunca he sufrido en la vida, amigo. Cierto, te encuentras con algún que otro chacal, pero a ésos ni los saludo. En el fondo, podemos estar contentos, suponiendo que tengamos motivos. ¿Se te cae el pelo? A mí también.
«Ya ha pasado todo, tengo entradas en el pelo. Reventó la jaca, ¡qué vacía está la mansión…!». Es de Yesenin. Aquí hay algo, como dijo no sé quién señalando el ataúd con los despojos de su padre.
—¡Chico…!